ACTO SEGUNDO


 
Salen JUAN Váazquez, Juan MATEO y la SANTA, llorando
JUAN: De tu humildad y obediencia jamás, hija, imaginara mi gusto tal resistencia, a no mirar en tu cara de este engaño la experiencia. Siempre, aunque en vano, creí que, como en la cera, en ti mi voluntad se imprimiera, y que tu sí o tu "no" fuera solamente mi "no" o "sí." Mas mi desengaño llega a ver hoy cuán poco puede un padre que a su hija ruega, lo que callando concede y con ese llanto niega. ¿Tú llorar, cuando ese susto convertirle en gozo es justo porque el mío consideras? ¿Tú la hierba del sol eras siempre siguiendo mi gusto? No te espantes si me espanto en ver esta novedad, cuando te entristece tanto opuesta a mi voluntad con el "no" de un mudo llanto que es justo mi sentimiento. MATEO: Sobrina, este casamiento que os procuramos, los dos es de la mano de Dios, y como mi hermano siento las muestras de ese pesar. Francisco Loarte es hombre con quien nos podéis honrar; mozo, rico, gentilhombre, y de su casa y solar ha ennoblecido el valor el césar nuestro señor; y pues con su sangre hidalga quiere Dios que luzga y valga vuestro estado labrador, no me parecen discretos esos extremos. JUAN: Verás si te casas mil efetos de gusto, y más si me das hidalgos y nobles nietos. Yo he dado ya la palabra a quien en el alma labra casa en que la tuya viva; ella también le reciba y alegre sus puertas abra, que si más lágrimas gasta el sentimiento presente y mis intentos contrasta, llamaréte inobediente; yo lo quiero y esto basta. Alza el rostro. SANTA: ¿Cómo puedo si la carga con que quedo de la palabra que has dado, sobre los hombros me ha echado los peñascos de Toledo? Darme, padre, la sentencia de mi muerte, y tus enojos tienen por inobediencia que llorando hablen los ojos cuando calla la paciencia. Dios la muerte que mandó darle su padre lloró, pero no fue inobediente; pues si Dios la llora y siente, ¿he de ser más fuerte yo? JUAN: ¿Casarte es matarte? SANTA: Sí, que si es la libertad vida y ésa la pierdo por ti, muerta soy, tú el homicida. ¿Quieres ver si esto es así? Pues del matrimonio advierte el nombre, substancia y suerte, hallarás por testimonio que si es cruz el matrimonio el casarse será muerte. Luego mi muerte publicas con el estado que a luz sacas, pues cuando le aplicas, siendo el matrimonio cruz, me casas y crucificas. Fuera de que no es igual nuestro labrador sayal con su terciopelo noble, y la palma con el roble juntaránse tarde y mal. Es ligero el elemento del agua en su propia esfera, como la pluma o el viento, pero si le sacan fuera pesa, porque está violento. En mi centro estoy, no quiera quien en él me considera que mi peso le derribe, que el pece en el agua vive y muere sacado fuera. Yugo llaman los que miran la vida de los casados y en sus coyundas suspiran justamente, pues atados del tálamo el carro tiran. Mas, porque no sean mortales las cargas que tantos males causan al siglo presente, para tirar dulcemente han de ser los dos iguales. Luego no te escandalices si me vieres resistir el yugo fiero que dices cuando pretendes unir tan desiguales cervices. Dame otro mejor estado que te alivie del cuidado que suele quitar el seso de un yerno mozo y travieso, jugador y mal casado; que todo esto lo aseguras con más noble cautiverio que es el que darme procuras. Méteme en un monasterio, donde entre vírgenes puras se alegrará mi esperanza si a Dios por su esposo alcanza y adquirirás nombre eterno. Padre, éste sí que es buen yerno sin pobreza, sin mudanza. En Santo Domingo el Real tengo una tía; la fama de este monasterio es tal, que toda España le llama paraíso terrenal. Conmigo ha comunicado mi tía el dichoso estado de las monjas que allí viven, sin dote en él me reciben. Dulce padre, padre amado, tío prudente, hoy los dos, me habéis de dar este nombre, que no queréis, padre, vos darme por esposo un hombre cuando lo quiere ser Dios. MATEO: Casi enternecido estoy; mil gracias al cielo doy que tan notable virtud en tan tierna juventud ha puesto. JUAN: Tu padre soy; tu remedio he procurado, no tengo hijos, como ves, sino a ti; sola has quedado, nietos quiero que me des, ya mi palabra he empeñado. Nunca acostumbro quebrarlas las veces que llego a darlas, ni las hijas han de hacer, Juana, sino obedecer en llegando a remediarlas.
Sale LILLO con galas de desposada en un azafate
LILLO: Desde Madrid a Toledo con tal presteza he venido, que pienso que me ha traído otro artificio o enredo como el de Juanelo. JUAN: ¡Lillo! LILLO: Señor. JUAN: ¿Y Francisco Loarte? LILLO: Mañana de Illescas parte más ligero que un novillo cuando le sueltan del coso. MATEO: Prestarále amor sus alas. LILLO: Yo vengo con estas galas que envía el futuro esposo a mi sa Juana; un baúl queda abajo en el patín donde viene un faldellín de oro y damasco azul, que se le puede poner la mujer de un monseñor; ropas de todo color, cuyas colas pueden ser cola canóniga, o cola de una cátedra perdida de primavera florida; otra entera a la española. Probómela el sastre a mí, y aunque con barbas, me estaba tan pintada, que pensaba que con la suya nací. Tanto, que un gato aruñable, viendo mi tallazo y brío, dijo enamorado, "mío," que fue un requiebro notable. En fin, tantas galas vienen, que cual novia se engreía la mula que las traía. Parte de ellas se contienen en este tal canastillo o azafate; vuesarcé rompa muchas, porque dé estrenas al señor Lillo. JUAN: Yo, Lillo, os las quiero dar en nombre de Juana, mi hija; recebid esta sortija. LILLO: Déjete el cielo gozar y ver choznos que a la puerta te saquen, y a los reflejos del sol dejes nietos viejos. JUAN: Hija, porque se divierta tu pena, las galas mira que tu esposo te ha feriado; que no hay tan grande cuidado en la que llora o suspira, ni con el gozo se iguala de ver una gala nueva, porque no hay tristeza a prueba del mosquete de una gala. MATEO: Mucho a Francisco Loarte debes, sobrina querida; el ser desagradecida es crueldad. JUAN: Quiero dejarte sola, que así mirarás en la razón, que es tu espejo, cuán bien te está mi consejo y alegre le cumplirás. SANTA: ¡Ay de mí! JUAN: ¿No vienes, Lillo? LILLO: Cuando el sí nos hayan dado, vendrá ya más recatado que capa en el baratillo.
Vanse, dejando las galas. Queda la SANTA sola
SANTA: Bien acompañados quedan los males en que me fundo entre las galas del mundo ..................... [ -edan]; mas no hará, por más que puedan, mella en el bien que acaudalo, pues por malas os señalo, y alas que nos dais veneno, decid lo que tenéis bueno, diré lo que tenéis malo.
A los chapines
Vengamos al fundamento sobre que el mundo fabrica la máquina que edifica entre sus torres de viento. ¡Miren sobre qué cimiento labra la hermosura humana su presunción loca y vana! ¿Esto a la mujer no avisa que, si sobre corchos pisa, por fuerza ha de ser liviana? Con corcho el mundo os engaña, hermosuras españolas; ved cuál os traerán sus olas en corchos si sois de caña. Loca soberbia de España que el mundo has vuelto al revés, ¿con plata, que es tu interés, coronas chapines vanos? ¿Lo que afanaron tus manos es bien que pisen los pies? Líbreme el cielo de estado donde, como el indio necio, he de dar el oro a precio de corcho y papel pintado. Lástima tengo al casado, que si es su honor la mujer y en corchos la ha de traer, peligrosos son sus fines, porque honor sobre chapines a pique está de caer.
A las cadenas
Cadenas, si causa penas vuestro aparente tesoro, hierro sois, que no sois oro, pues yerra quien no os condena. Si hay prisión donde hay cadena y la prisión siempre es mala, ¿quién por buenas os señala? Vestidos que en el delito de Adán fuisteis sambenito, ¿del sambenito hacéis gala? ¡Ay Dios, que en tal cautiverio mi padre afligirme trate! El mundo es mar que combate con alas de vituperio. Nave será un monasterio si el cielo el paso me allana. Galas viles, no soy vana de vuestras galas, mi Dios, me adornad y vestid vos.
Caen las galas abajo saliendo en su lugar un hábito de monja de San Francisco. Habla dentro
VOZ: Éstas son mis galas, Juana. SANTA: ¡Ay cielos! ¿Qué es lo que he visto? Una voz divina oí y un saco pobre está aquí. ¿Cómo el contento resisto? Éstas son galas de Cristo y de Francisco librea, santo en quien Dios hermosea las llagas con el carmín, que el alado serafín en vuestras carnes emplea. Con tan soberana gala, ¿qué hermosura no tendrá el alma que os sigue ya y por vuestra se señala? Este cordón será escala con que desde el alboroto del mundo el cielo, aunque ignoto y su gloria meta a saco, que aunque está roto este saco no le echaré en saco roto. El monasterio sagrado de la Cruz, Francisco mío, es vuestro y en él confío escapar del mundo a nado; ya el cómo y cuándo he pensado, aseguradme el camino, Seráfico peregrino, que dándome vos favor hoy tiene de hacer Amor un disfraz a lo divino.
Vase y lleva el hábito. Salen MARCO ANTONIO y LUDOVICO
LUDOVICO: Infórmate tú mejor, que hoy lo he venido a saber. MARCO ANTONIO: ¿El hijo del mercader? ¿El estudiante Melchor? LUDOVICO: Ése fue el mismo que viste saltar la noche pasada de tu casa ya escalada la pared. MARCO ANTONIO: ¿A quién lo oíste? LUDOVICO: A quien ha visto rondalle, hechos de tu agravio jueces los vecinos muchas veces, estas puertas y esta calle. Pues no sabe que has venido nadie a Toledo, tu agravio puedes vengar como sabio antes de ser conocido. Aguárdale hasta que salga a rondar como acostumbra, cuando al Indio el sol alumbra, y entonces, sin que le valga fuerza ni industria, podrás dándole muerte vengarte y luego a Madrid tornarte, desde donde volverás dentro de un mes a Toledo, fingiendo que entonces llegas de Sevilla. MARCO ANTONIO: ¡Ay, honras ciegas, que siempre os combate el miedo! Dime: ¿no será mejor darlos muerte juntos? LUDOVICO: Eso será pregonar su exceso. En cosas de honra, señor, por menos inconveniente se tiene el disimularlas que, por vengarse, sacarlas al qué dirán de la gente. MARCO ANTONIO: Eres, en fin, más discreto que yo; buena es tu cautela. Muera el que mi afrenta vela y esté mi agravio secreto. Ven, y templarán mi furia tu presencia y mi esperanza, que no hay bastante venganza cuando es pública la injuria.
Vanse. Salen MELCHOR, JULIO y FABIO
MELCHOR: ¿Hay tormento como un viejo, Julio, para un hijo mozo? Si esta noche no la gozo la mejor ocasión dejo que el amor me puede dar. JULIO: ¿Vívese Marcela allí adonde fue Troya? MELCHOR: Sí. JULIO: Pues bien, ¿y hemos de tornar a saltar tapias huyendo de la justicia? MELCHOR: Eso fue una vez. JULIO: De allí quedé escarmentado. No entiendo que nos conviene, Melchor. Busca en Toledo otra dama, que peligra así la fama y honra de doña Leonor, que vive junto a su casa, y piensa la vecindad que rondas más su beldad que a Marcela. MELCHOR: Ponme tasa. JULIO: Si sucediese saltar otra vez por sus paredes, y te vieren, ¿cómo puedes después, Melchor, restaurar el nombre y reputación que en dos años ha adquirido ausente de aquí el marido? MELCHOR: Comiénzame a hacer sermón. Yo cumpliré el gusto mío; tema, Julio, el que es cobarde. Mi padre se acuesta tarde después que está aquí mi tío, y a mi prima intenta dar nuevo estado y nuevo dueño. Vestiréme al primer sueño, que aunque me obliga a acostar dentro su mismo aposento desde que mi inquietud sabe, de la puerta tengo llave. Fabio, por darme contento, en la sala más afuera podrá dejarme el vestido de color. JULIO: Tú estás perdido. MELCHOR: Podré, en fin, de esta manera, sin que mi padre lo sienta, salir en tu compañía, si gustas. JULIO: Yo gustaría que comieses sin pimienta esta trucha salmonada. MELCHOR: Julio, eso ya es flaqueza. JULIO: Quiébrate tú la cabeza, que debes tener guardada otra en el arca. MELCHOR: Yo iré con aviso. JULIO: Y yo contigo. MELCHOR: Fabio, el vestido que digo esta noche. FABIO: Así lo haré.
Vanse. Salen doña LEONOR y CELIA, criada
LEONOR: ¿Mi esposo en Toledo? CELIA: Así me lo han dicho. LEONOR: Loca quedo. ¿Marco Antonio está en Toledo? ¿Mi esposo, sin verme a mí? ¡Ay, cielos, qué puede ser! No, Celia; mentira ha sido. CELIA: Yo así lo hubiera creído si no hubieran visto ayer a Ludovico, señora. ¿No ha un mes que desembarcó en Sevilla y te escribió que vendría por ahora? Pues quien le vio en la ciudad bien le conoce. LEONOR: ¡Ay de mí, Celia, si eso fuese así! Alguna gran novedad sin duda debe de haber. ¡Ay sospechas! Vuestro miedo comienza. ¡Que esté en Toledo y no vea a su mujer! ¿No era doña Leonor de su honesto amor la fragua? Mas ha pasado mucha agua y habráse anegado Amor. Celia, ¿qué puede ser esto? CELIA: Según lo que ha sospechado quien el recato ha notado con que anda, es manifiesto que alguna mujer le hechiza en Toledo. LEONOR: ¡Ay, amor ciego! Apagó el mar vuestro fuego, llevóse el viento en ceniza el rescoldo que su fe prometió conservar vivo. ¡Pobre de mí, que recibo celos de lo que aún no sé! Celia, a mí me importa hablar aquese hombre. CELIA: ¿Para qué? LEONOR: De él dónde acude sabré mi esposo, y en qué lugar vive esta Leucote nueva de quien soy, Celia, celosa. CELIA: No será difícil cosa hablarle. LEONOR: Ven y haré prueba del fiero mal que me abrasa, que si vivió con sosiego mi fe, los celos son fuego que echan al dueño de casa.
Vanse. Sale la SANTA vestida de hombre
SANTA: La esposa que en los Cantares herida de vuestro amor, divino esposo y señor, por tan diversos lugares os busca, me hace atrever a que, disfrazada en hombre, ni el ser de noche me asombre, ni el temor que en la mujer es natural, la ley guarde del miedo que ya he roenpido, porque amor hace atrevido el animal más cobarde. Casarme quieren, mi Dios, siendo cosa reprobada el ser dos veces casada y siendo mi esposo vos. Ya conozco vuestros celos, no os los quiero, mi Dios, dar; mi padre quiero dejar, que con humanos desvelos me impide el bien que publico, y por un mortal esposo un divino y poderoso me quita inmortal y rico. Sólo vuestro amor me cuadre, que si a mi padre dejé, en vos, mi Cristo, hallaré Rey, Señor, Esposo y Padre. El vestido de mi primo en hombre me ha disfrazado; la diligencia y cuidado importa, ya que camino, y del sol la clara luz a la noche ha dado treguas. No hay más de cinco o seis leguas desde Toledo a la Cruz, donde el instituto santo del Seráfico pastor tiene de abrazar mi amor. Vamos, pues; mas, ¡ay, qué espanto! Grillos me pone a los pies. ¿Qué dirá el mundo de mi? Si me sigue y halla así mi padre, ¿creerá después que servir a Dios ordeno, o que con tan nuevo traje voy a afrentar mi linaje roto a la vergüenza el freno? ¿Qué dirán los que en tal talle tuvieren de mí noticia? ¿Y qué dirá la justicia si así me topa en la calle? Honra, ¿qué dirán de vos? Mas ¿por qué mi temor fundo en el qué dirán del mundo si el mundo dejo por Dios? No seré yo la primera que con varonil vestido busque a Dios; otras ha habido que abrieron esta carrera. Una Eugenia en traje de hombre su casa y padres dejó, y con los monjes vivió, mudando en Eugenio el nombre; de modo, que de su vida es la mía imitadora. ¿No fué una santa Teodora por hombre también tenida, hasta que después de muerta el mundo la conoció? ¿Por qué he de ser menos yo? Cerraré al temor la puerta, que el amor haga esta hazaña. En Hazaña me dio el ser Dios. Hazañas he de hacer; mas--¡ay cielos!--¿si me engaña mi loca imaginación? Una mujer que es espejo de su honor, sin más consejo, sin más consideración, ¿tiene de dejar así su fama? ¿No puedo yo ponerla a riesgo? Sí... no... pues... volveréme... no... si... Y si mi padre me casa, ¿heme de ir de noche obscura? Ésta es gran desenvoltura; Juana, volvamos a casa. Poco importa que te ensayes, amor, pues no te resuelves.
Quiere entrarse y detiénela el ÁNGEL de la Guarda
ÁNGEL: Tente, Juana. ¿Dónde vuelves? Esfuérzate, no desmayes.
Vase
SANTA: ¡Jesús! ¡Qué notable fuerza sin ver a nadie he sentido que la vuelta me ha impedido! La voz sonora me esfuerza; ánimo cobro ya nuevo. Eterno esposo, ya os sigo, que, pues os llevo conmigo, suficiente guarda llevo.
Vase. Salen MARCO Antonio y LUOOVICO de noche
MARCO ANTONIO: Si saliese de noche, Ludovico, el adúltero infame que me afrenta, verás de mis agravios la venganza satisfecha en mi honra mi esperanza. LUDOVICO: No creyera jamás lo que la noche que vimos dar asalto a tu honra y casa sucedió. MARCO ANTONIO: Amigo, allí mi honor se abrasa. LUDOVICO: Tóledo al menos a tu esposa llame Penélope española en esta ausencia. MARCO ANTONIO: No han hecho como yo ellos la experiencia. LUDOVICO: Bien puede ser que mi señora ignore sus injurias, y dé alguna crïada al que te agravia así en tu casa entrada, que a ser doña Leonor mujer liviana, saliera tu enemigo por la puerta, pues sin saltar pared la hallara abierta. MARCO ANTONIO: ¿Cómo puede eso ser, si al saltar dijo, "Por Dios, que es bella moza, y que el marido dejó a riesgo un buen talle?" Estoy perdido. Aquí, amigo, cualquier discurso cesa. No hay disculpa bastante. Melchor muera, que sola esta disculpa mi honra espera.
Salen doña LEONOR, de hombre, y DECIO como de noche
LEONOR: Desde el mesón donde encubierto posa le sigo recelosa de mis daños, que amor todo es engaños. Decio amigo, a la paga me obligo del cuidado y aviso que me has dado. DECIO: En esta casa vive por quien se abrasa, que esta tarde hizo su amor alarde, preguntando quién la honraba habitando estas paredes.
Señala a MARCO ANTONIO
Tu Marco Antonio es, puedes por tus ojos ver claros tus enojos y recelos. LEONOR: ¿Que este es mi esposo? !Cielos! ¿De esta suerte mi amor se paga? ¿Es muerte al fin la ausencia? Ya miro la experiencia de mis daños. Firmeza de dos años combatida de la ocasión, ¿se olvida de este modo? Decio, piérdase todo.
Da voces
DECIO: No des voces. LEONOR: Si mi rabia conoces, ¿qué te asombras? Noche, que en viles sombras favoreces traidores, bien pareces que te abscondes del sol, pues correspondes a quien busca la obscuridad que ofusca obligaciones. Estrellas, que a ladrones dais amparo; cielo con el sol claro que está ausente; luna, un tiempo creciente, ya menguante, a su amor semejante en la mudanza; paredes, que en venganza de la fama, con que el mundo me llama roca firme, ¿queréis por afligirme que os adore, mi esposo, porque os llore quien os mira? ¿Calles en quien ya tira mi locura piedras, que piedra dura no enternece el mal que me enloquece? Gran Toledo, en cuyos libros quedo eternizada por noble, por honrada, por coluna del honor; cielos, luna, sol, estrellas, paredes, rejas bellas, calles, puertas, mis sospechas son ciertas, mis recelos, mis tormentos, mis celos no hay sanarlos. ¡Cosa es el aumentarlos ya forzosa! DECIO: ¡Señora! LEONOR: Ved si es cosa que se calle, cuando ronda la calle donde habita quien mi tormento incita. Ved si el hombre es bien que tenga de mudable el nombre. MARCO ANTONIO: ¿Qué voces serán éstas? ¿No es Leonora la que se queja, llora y grita, cielos? ¿Si llora infames celos del que ha sido mi deshonra? Perdido estoy, ya es cierta mi sospecha. ¿A su puerta y a tal hora dando voces Leonora? Amigo, muera quien me ha ofendido. LUDOVICO: Espera. MARCO ANTONIO: El cadahalso será esta calle. LEONOR: ¡Ah falso! ¿Esto has traído de las Indias que han sido tu Leteo? Con sus bárbaros veo que recibes sus ritos. ¿Qué caribes han trocado aquel amor pasado, que envidiaban cuantos la paz miraban, en que unidos, ejemplo de maridos Marco Antonio eras y testimonio? Pero miente quien tal afirma, y siento que aquél era acero. Tú eres cera y frágil caña. ¿Tú en España, en España? ¿Tú en Toledo sin ver tu casa, y puedo persuadirme que eres amante firme? MARCO ANTONIO: ¡Ah, vil mudable! Nombre de varïable me das, cuando por verte, atropellando inconvenientes tantas provincias, gentes, tantos mares pasaron mis pesares; cuando, ingrata, al Potosí su plata, al mar sus perlas hurté, para ofrecerlas a tu gasto, viniendo al tiempo justo de dos años, que son de estos engaños larga tasa, y llegando a mi casa vi... LEONOR: ¿Qué viste? MARCO ANTONIO: Que con tu fama diste y casto nombre en tierra. Vi que un hombre con un salto de una pared, dio asalto a mi sosiego; vi que se alabó luego haber triunfado de ti y de mi cuidado. A tus paredes preguntar quién es puedes, quien procura entrar de noche obscura; mas si agora a sus puertas, traidora, te he cogido, ¿por qué a mi enojo impido la venganza? LEONOR: ¿Disculpas tu mudanza de esa suerte? Esposo ingrato, advierte que en defensa de mi fama no piensa mi respeto mostrársete sujeto, aunque te llame mi marido. El infame que dijere, séase quien se fuere, que mi casa los límites traspasa que el honesto amor en ella ha puesto, y que por obra o pensamiento cobra detrimento mi fama, miente. MARCO ANTONIO: ¿Miento yo que he visto tu liviandad? LEONOR: Si asisto en este traje no es por hacer ultraje a lo que debo. Decio diga si es nuevo en mí este exceso, que por tal le confieso. Yo he sabido que a Toledo has venido, aunque encubierto, por los amores muerto de una Circe, que así puede decirse quien te abrasa, y viendo que tu casa así olvidabas y a mí me despreciabas, te he seguido con Decio, que ha sabido tus quimeras. Si disculparme esperas con culparme, armas tengo; vengarme en ti confío, que por el honor mío, al propio esposo mataré. MARCO ANTONIO: ¡Ay, engañoso cocodrilo! Las riberas del Tajo has vuelto en Nilo.
Salen JULIO y FABIO, hablan aparte
FABIO: Dejéle como digo en el retrete de la sala de afuera aderezado el vestido que saca cada noche; levantóse, y buscándole, no pudo hallarle, ni yo sé quién le ha tomado; en fin, que se volvió a la cama haciendo extremos y locuras de un furioso. JULIO: No vi en mi vida cuento más donoso. MARCO ANTONIO: Leonor, aquí no bastan las disculpas; Ludovico lo vio, no hay engañarse tantos ojos. Melchor, el estudiante hijo del mercader, por tus paredes entra de noche y sale; esto es sin duda. JULIO: ¿Quién nombra aquí a Melchor? Escucha, Fabio. MARCO ANTONIO: Hoy moriréis los dos. JULIO: En el engaño he caído. Melchor fue venturoso en que le hurtasen el vestido, y éste es de doña Leonor esposo caro, que ya ha venido de Indias, y la noche que en casa de Marcela la justicia le obligó a que saltara sus paredes, nos vio sin duda; miren si saliera Melchor, ¡cuán venturoso hubiera sido! FABIO: Dióle la vida quien le hurtó el vestido. JULIO: Desengañarle, Fabio, es lo que importa.
A ellos
¡Ah caballero! ¿Hay pasó seguro? MARCO ANTONIO: Si dice antes el nombre. JULIO: Que me place. Julio me llamo y es un grande amigo del señor Marco Antonio. MARCO ANTONIO: No hay ninguno aquí con ese nombre. JULIO: Yo lo creo, pues por sí o por no, desengañaros quiero de una sospecha que os aflige. Melchor, de quien tenéis esos recelos, no os ha ofendido, ni hay en toda España quien se atreva a rendir la fortaleza que vuestra esposa bella ha conservado el tiempo que en Toledo os lloró ausente. Lo que ha pasado es esto: Melchor trata con una dama que pared en medio de vuestra casa vive, cuyo nombre es Marcela. Una noche tuvo aviso la justicia que estaban los dos juntos; entró a buscarlos y Melchor subióse á una azotea, desde donde viendo que le seguía un alguacil, fue fuerza saltar un tejadillo vuestro, y luego de él a la calle. Examinad si es cierto del alguacil Ayuso, y dad mil gracias a Dios y a vuestra esposa que merece otro nombre mejor del que os parece. MARCO ANTONIO: Amigo Julio: ¿es cierto lo que dices? JULIO: Yo acompañé a Melchor aquella noche. MARCO ANTONIO: Quitó a mi amor tu aviso las tinieblas de celos que eclipsaban mi sosiego. Como el que duerme y tiene pesadilla, desde que entré en Toledo, Julio, he estado; despertásteme; en fin, ya he sosegado. Dame esos brazos, cara y dulce esposa, y echemos a los celos esta culpa, que no en balde los pintan con un ojo, y el otro ciego, porque vean a medias y engañan como a mi me han engañado. LEONOR: Ya todo lo daré por bien empleado.
Sale un CRIADO
CRIADO: ¡Gran desgracia! MARCO ANTONIO: ¿Qué es esto? CRIADO: Fabio. FABIO: Amigo. CRIADO: Juana, sobrina del señor, la hija de Juan Vázquez, aquella que en Hazaña tantas señales dio de virtüosa... ésa falta de casa. FABIO: ¿Cómo? CRIADO: Viendo que la forzaba el padre a que tan niña se casase, esta noche se ha ausentado, y a lo que dicen disfrazada de hombre; porque el vestido que Melchor tenía de color, no parece. JULIO: Eso es sin duda, y hale valido el dar al primo vida, que a dejarle, ya estuviera muerto. CRIADO: Su padre está sin seso, su tío loco, y todos imaginan que se ha ido al monasterio de la Cruz, dos leguas de Illescas, a ser monja, que así dijo lo había prometido. FABIO: Pues ¿qué intentan? CRIADO: Todos van en su busca. FABIO: Y yo ¿qué aguardo? JULIO: Extraordinarias cosas hemos visto en breves horas. MARCO ANTONIO: Vamos, Julio, amigo, a mi casa, que quiero regalaros y que sepáis por experiencia el gusto que causa amor después de largos celos. JULIO: Como el sol tras las nubes en los cielos.
Vanse. Salen FRANCISCO Loarte y LILLO de camino
LILLO: La alegre conversación facilita la molestia del camino; hablemos, pues, que aunque no hay más de seis leguas de aquí a Toledo, me cansa el verte que en todas ellas por contemplar a tu esposa no has despegado la lengua. FRANCISCO: ¡Ay! Que estas seis leguas, Lillo, me han parecido seiscientas, según el Amor da prisa al alma que nunca llega. Mas ya que en conversación quieres que las entretenga, vuelve otra vez a contarme de mi esposa la belleza, cuando las joyas la diste y la sabrosa respuesta que te dio su viejo padre, ya que la casta vergüenza de mi Juana enmudeció. LILLO: De todo te he dado cuenta dos veces. FRANCISCO: No seas pesado. LILLO: Contarételo quinientas. Llegó la señora mula con su badulaque a cuestas y el señor Lillo a las ancas hasta la espaciosa vega. Apeóse allí mi merced, y cuando llegué a la puerta de Visagra, alcé los ojos y vi el aguilucho en ella con sus dos cabezas pardas, y haciendo una reverencia dije, "Salve, pajarote, de toda rapiña reina." Entré por la calle arriba y a poca distancia, cerca de un barbero, vi una casa que, aunque algo baja y pequeña, el olor que despedía me confortó de manera que me obligó a preguntar si algún santo estaba en ella. Respondióme uno, "Aquí vive San Martín." Hinqué en la tierra las rodillas y creí sin duda que era su iglesia. Todo un Domingo de Ramos vi encima de una carpeta a la entrada, y dije, "Aquí fiestas hay, pues ramos cuelgan." Entré muy devoto dentro, vi mil danzantes en ella de capa parda bailando, ya de pies, ya de cabeza. Estaba sobre un tablero una gran vasija llena de agua con muchas tazas; lleguéme allá, pensé que era pila del agua bendita, metí la mano derecha mojando el dedo meñique y salpiquéme las cejas. Estaba allí una mujer más gorda que una abadesa, cura de aquella parroquia una sobrepelliz puesta o devantal remangado, y recogiendo la ofrenda dada al San Martín divino que estaba sobre una mesa, y debía de haber dado a otro pobre la otra media capa, porque estaba en cueros, dijo la mujer, "¿No llega, hermano?" "Ya voy," la dije. Saqué de la faldriquera medio real--que no doy menos en limosnas como aquéllas-- y tomando una medida me dio de sus propias venas San Martín la blanca sangre que hace hablar en tantas lenguas. Proseguí con mi camino. FRANCISCO: Saldrías de la taberna como sueles. LILLO: ¿Cómo suelo? Calzadas con cinco suelas las tripas, en fin, llegué en cas de tu suegro. FRANCISCO: Espera. LILLO: ¿Qué hay de nuevo? FRANCISCO: A pie y corriendo me parece que se acerca un muchacho hacia nosotros. LILLO: Pues bien, ¿será cosa nueva ver correr a un caminante? FRANCISCO: No, mas la sangre me altera su vista. LILLO: Pues ¿qué imaginas? FRANCISCO: Nada; sepamos qué priesa le obliga a que así camine. LILLO: Sepamos en hora buena.
Sale LA SANTA vestida de hombre
SANTA: Mi Dios: alas me habéis dado con que como el alma vuela, el cuerpo que de los lazos del mundo se desenreda. No siento cansancio alguno; pero quien el yugo lleva de vuestra ley, Cristo mío, no se cansa, que no pesa. FRANCISCO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué veo? Lillo, ¿mi Juana no es ésta? Sí, que el retrato del alma su imagen me representa. LILLO: Yo ser tu esposa jurara, a no tener por quimera que mujer tan recogida a tal locura se atreva. FRANCISCO: Mi querida esposa es, Lillo, prenda de mis ojos bella.
A ella
¿Adónde vais de ese modo? SANTA: (¡Ay Dios! ¿Qué desdicha es ésta?) Aparte Perdida estoy, dulce esposo. Si corre por vuestra cuenta el volver por vuestro honor y yo soy esposa vuestra, libradme de este peligro, que ha visto el lobo la oveja, y si no me guardáis vos os ha de quitar la presa. FRANCISCO: Dadme, mi esposa, esos brazos, seré venturosa hiedra de tu cuello.
Va a abrazarla, hace que no la ve, ni LILLO tampoco
LILLO: ¿Hay tal suceso? FRANCISCO: ¡Juana mía! Mas ¿qué es de ella? Lillo, ¿qué se hizo mi bien? LILLO: No sé pardiós. O lo sueñas, o estoy cual suelo borracho, o hay brujas en esta tierra. Ella se ha vuelto invisible. FRANCISCO: Cara esposa, ¿así me dejas? SANTA: (Mi Dios, bien sabéis burlaros Aparte de quien ofenderos piensa. Aquí estoy y no me ven; voyme, pues los ojos ciega mi esposo de estos perdidos. A fe, divina clemencia, que hacéis muy buen guardadamas.
Vase la SANTA
FRANCISCO: Mi bien, mi querida prenda, ¿qué es esto? ¿adónde te has do? Dame esos brazos, no seas crüel conmigo.
Va a abrazar a LILLO
LILLO: ¡Arre allá! ¿Adónde diablos te pegas? ¿A mí los brazos? ¿No ves que soy hembro y no soy hembra? FRANCISCO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué es sto? LILLO: Señor, ¿si acaso las setas que comimos nos han vuelto boca abajo las molleras? ¿Qué Urganda nos ha encantado para enseñarnos quimeras semejantes? Si has leído a Urganda, ¿no se te acuerda del anillo de Brunelo con que Angélica la bella se hacia invisible? Par Dios que si tú Orlando ser piensas que tela ha dado a mamar.
Salen JUAN Vázquez y Juan MATEO
JUAN: Primero que monja sea bañaré estas canas blancas en la sangre de sus venas. MATEO: Todo esto merece, hermano, quien quiere casar por fuerza sus hijas. JUAN: O ha de hacer lo que yo la mando, o muera, pues no obedece a su padre. MATEO: Si por Dios los hombres deja, quién la podrá persuadir casarse? JUAN: La obediencia. FRANCISCO: ¿No es éste Juan Vázquez, Lillo? LILLO: Juan Vázquez parece; llega y agárrale, no se vaya, que el diablo se regodea con nosotros y se burla. JUAN: ¡Hijo! FRANCISCO: Señor. JUAN: Si deseas cobrar tu esposa, mis pasos sigue. FRANCISCO: ¡Ay Dios! Pues ¿quién la lleva? JUAN: El deseo de ser monja le dio atrevimiento y fuerzas para disfrazarse de hombre. En la Cruz tomar intenta el sayal de San Francisco; mas no hará lo que desea mientras mis miembros cansados tengan vida. Ven, ¿qué esperas? FRANCISCO: No ha un instante que la vimos Lillo y yo de esa manera. JUAN: ¿Cómo no la detuvistes? LILLO: Jugó a la gallina ciega con nosotros, y acogióse invisible. MATEO: En su defensa lleva a Dios, ¿qué mucho? JUAN: Vamos. FRANCISCO: ¡Ay, Lillo, mi muerte es cierta!
Vanse. Sale la SANTA de hombre
SANTA: Ésta es la casa divina de la Cruz, en testimonio que la cruz del matrimonio que darme el mundo imagina menosprecio por la luz que la cruz de Dios me da, y así mi nombre será de hoy más Juana de la Cruz. Vuestras paredes sagradas beso, casa santa y rica, pues dentro de vos fabrica las piedras vivas labradas Dios, a poder de las llamas que el mundo en mi pecho ha visto, porque aquí tiene mi Cristo el cuarto real de sus damas. Quiero entrar, Francisco santo, donde con vuestra librea compuesta el alma se vea, y aunque no merezco tanto hacéis vos mi dicha cierta, pues os tengo por patrón; quiero ir a hacer oración, pues está la iglesia abierta.
Al tiempo que quiere entrar cantan dentro
MÚSICOS: "Norabuena venga Juana a mi casa, que la tierra se alegra y el cielo canta." SANTA: Músicos divinos, si mercedes tantas hace vuestro dueño a sus desposadas, dichosa mil veces y rica otras tantas la que sus deseos le ofrece y consagra. MÚSICOS: "Entra a desposarte con Dios, que te aguardan de Francisco santo las humildes galas." SANTA: Temo justamente conforme a la traza y traje en que vengo que mis esperanzas no sean admitidas. Virgen soberana, pues por madre os tengo, allanad la entrada. MÚSICOS: "Paloma escogida, tu esposo te llama para aposentarte dentro de su alma."
Salen la ABADESA y la MAESTRA de novicias
ABADESA: ¿Qué música celestial con maravilla tan nueva nuestros sentidos se lleva tras sí? SANTA: (¡Dichoso sayal, Aparte cuyas entretelas son la seda y brocados finos de favores tan divinos! Ensánchese el corazón con tan venturoso estado.) MAESTRA: ¡Oh música soberana! ¿Quién puede ser esta Juana a quien el cielo ha cantado motetes de su venida? SANTA: (Ésta la prelada es Aparte de este convento.) Esos pies en quien consiste mi vida bese mi boca. ABADESA: Señor, alzad. ¿Eso habéis de hacer? SANTA: Una mísera mujer os pide gracia y favor. MAESTRA: ¿Vos mujer? SANTA: Este disfraz de mi casa me destierra, donde el mundo me hizo guerra, y vengo a buscar la paz. A Dios, vuestro esposo, madre, di de mi dueño el renombre; quiso después, con un hombre, que me casase, mi padre; y por último remedio, con el vestido que veis, vengo a que ayuda me deis. Atrevido ha sido el medio; mas Dios, que todo lo allana, los estorbos allanó que el demonio me ofreció. ABADESA: ¿Cómo es vuestro nombre? SANTA: Juana. MAESTRA: (Éste es el mismo que el cielo Aparte con regocijos festeja.) ABADESA: Aunque confusa me deja y con notable recelo el veros, hija, llegar de ese modo, la intención puesta ya en ejecución, es digna de ponderar. El alma me pronostica las virtudes que encubrís con que a enriquecer venís esta casa, que estáis rica de los bienes celestiales que en ella son menester. Hoy os hemos de poner las estimadas señales que Francisco nos dejó a las esposas de Cristo. SANTA: ¿Cómo el contento resisto? ¿Cómo el gozo no salió a agradecer tanto bien por la boca y por los ojos? Ya cesaron mis enojos; cesó mi temor también.
Salen JUAN Vázquez, Juan MATEO y FRANCISCO Loarte
JUAN: Aquí sin duda ha de estar; porque en este monasterio intentó desde la cuna ser monja. Permita el cielo que mi presencia la obligue a que, mudando deseos, no me dé triste vejez. FRANCISCO: Contadme los dos por muerto si no quiere ser mi esposa. MATEO: Aquí está en el traje mesmo que sospechamos en casa cuando salió de Toledo. JUAN: ¿Qué es esto, hija de mis ojos? FRANCISCO: Dulce esposa, ¿cómo es esto? MATEO: Sobrina, ¿así nos dejáis? JUAN: ¿Las canas de un triste viejo que te dio el ser y la vida desprecias? El corto tiempo que he de vivir, hija Juana, ¿es bien que viva muriendo? No me dio más hijos Dios; contigo vivía contento; en ti a tu madre miraba por ser tu rostro su espejo. Tú eras, si estaba triste, mi regalo, mi deseo, mocedad de mi vejez, de mi enfermedad remedio. ¿A quién dejaré mi hacienda si me dejas y te dejo? Mi muerte es cierta sin ti, pues vivo porque te veo. Hija, compañera, madre, que esto y más contigo tengo, ¿tu padre quieres matar? ¿Este pago será bueno? MATEO: Sobrina: mirad que Dios quiere se haga el mandamiento de los padres, y que os manda que le obedezcáis al vuestro. Casada podéis servirle, que en el dulce casamiento del matrimonio mil santos os pueden servir de ejemplo. FRANCISCO: Esposa del alma mía, reina de mis pensamientos, mira que yo te di el alma; por el alma o por ti vengo. Si mis quejas no te obligan, si no te ablandan mis ruegos, en tu presencia he de darme la muerte, que estoy sin seso. Mi hacienda, mis padres nobles están, los brazos abiertos, aguardándote en Illescas; ¿por qué con tal menosprecio quieres que mi muerte lloren? SANTA: Padre, a Dios por padre tengo. Tío, Dios solo es mi tío; Dios es mi esposo y mi dueño. Francisco Loarte, aquí determino morir; esto os tengo de responder. Dios lo quiere y yo lo quiero. JUAN: Eso no; no quiere Dios que a tu mismo padre viejo mates, siendo tú el verdugo. Madres, perdonad si os llevo lo que es mi hacienda por fuerza.
Quiere llevarla por fuerza y la SANTA se abraza a las monjas
ABADESA: Señor: resistir al cielo es pecado. JUAN: Has de venir, o haré locuras y excesos. SANTA: Madres: ¿así me dejáis? Mi Dios, mi esposo, si es cierto que son de los malhechores sagrado asilo los templos, ¿por qué a mí no han de valerme? En sagrado estoy, ¿qué es esto? Mi Dios, Iglesia me llamo. ¡Aquí del rey y del cielo, que de la Iglesia me sacan! Francisco, el hábito vuestro ha de librarme esta vez. Cordón, sed vos mi remedio. ¿No sois vos embajador, Francisco, de Cristo mesmo, y el rey de armas de su casa, pues en vos las suyas vemos? De casa de embajadores no sacan a ningún preso; pues defendedme, Francisco, que os quiebran los privilegios. MAESTRA: ¿Hay más virtud en el mundo? ABADESA: No quiera el piadoso cielo que de nuestra casa salga el tesoro que tenemos. MATEO: Hermano: volved en vos, dejad injustos extremos. Dios por suya a Juana escoge; Dios quiere ser vuestro yerno. ¿Queréis vos ir contra Dios? JUAN: No sé quién me ablanda el pecho y su dureza derrite; pero el Amor todo es fuego. No quiero a Dios ofender; suyo es todo cuanto tengo; sírvase con todo Dios, pues ya lo mejor le entrego. Mi bendición y la suya, hija, os alcance. SANTA: Ya beso esos pies, agradecida. FRANCISCO: ¡Ay, Dios, cuán vanas salieron mis marchitas esperanzas! MAESTRA: Sosegad, señor. FRANCISCO: No puedo ni podré mientras que viva. ABADESA: Vamos, hija, y os daremos el hábito venturoso de Francisco. SANTA: Mi contento se cumplió de todo punto. ABADESA: Para que se cumpla el vuestro esperad todos un rato, y veréis a Juana presto adornada con las galas de su desposado eterno.
Vanse las tres
JUAN: Señor Francisco Loarte, aquí el más sano consejo es ver que, si Juana os deja, no es por otro hombre del suelo, sino por Dios; ya lo veis las ventajas que os ha hecho Dios, vuestro competidor. FRANCISCO: Dejadme, que no hay consuelo que mis tormentos aplaque. MATEO: ¿Cómo un hombre tan discreto así se deja llevar del tropel de sus deseos? FRANCISCO: No puedo más, que estoy loco. Pues mi esposa hermosa pierdo, piérdase con ella todo: fuera vida, fuera seso: huyan los hombres de mí. JUAN: Sosegaos. FRANCISCO: Soy el infierno, ¿cómo queréis que sosiegue? Hüid de mí. ¡Fuego, fuego!
Vase FRANCISCO de Loarte
MATEO: ¡Qué lástima! JUAN: Sabe Dios lo que su desdicha siento; mas Él lo remediará, pues por su causa se ha hecho.
Salen la ABADESA, la MAESTRA de novicias y la SANTA, de monja
SANTA: ¡Qué alegre y compuesta salgo! Pedid, padre, a mi contento albricias. Éste es brocado, no es, padre, sayal grosero. Cristo es ya mi Esposo, tío, dentro del alma le tengo. Reina soy, porque Él es rey; vos, padre, veréis sus reinos. JUAN: Las lágrimas a los ojos salen, mi Juana, al encuentro para darte el parabién del nuevo estado. SANTA: ¡Y qué nuevo! El alma me ha renovado. MATEO: De manera me enternezco que no puedo hablar de gozo; mas darte los brazos puedo. SANTA: Padre y señor, esto baste, que estamos perdiendo el tiempo y reñiráme mi Esposo, porque es celoso en extremo. Ya no soy mía. Adiós, padre. ABADESA: La grande virtud contemplo que encierra este serafín. MAESTRA: Grandes cosas de ella espero. SANTA: Dadme los brazos y adiós. JUAN: ¡Hija mía: que te dejo!
Vanse los dos
SANTA: Bien guardada me dejáis, en el cielo nos veremos. Madre Abadesa, si gusta vuestra caridad, pretendo dar sólo gracias a Dios por la merced que me ha hecho. ABADESA: Su maestra de novicias se la dará. MAESTRA: Vuelva luego al noviciado. SANTA: Sí haré. MAESTRA: ¿Hay tal ángel? ABADESA: Es un cielo.
Vanse las dos
SANTA: Mi Dios, de casa soy ya; ya los huéspedes se fueron, aquí siempre ha de durar el pan de la boda eterno. ¡Qué de ello os he de servir! ¡Qué palabras, qué requiebros os piensa decir el alma! Mas--¡válgame Dios!--¿qué es esto?
MÚSICA arriba y aparécense entre unas nubes S. DOMINGO y S. FRANCISCO con sus llagas
S. FRANCISCO: ¿Conócesme, hija mía? SANTA: ¿Si estoy en mí? ¿Si no duermo? Vos sois mi Francisco santo, a quien por padre obedezco. S. DOMINGO: ¿Y yo? SANTA: Sois Santo Domingo, cuyos pies sagrados beso, por honra de nuestra España que dio tal Guzmán al suelo. S. DOMINGO: El gran padre San Francisco, a quien por hermano tengo, y yo, Juana, competimos con amorosos extremos sobre cúya hija has de ser; yo, en mi favor alego que ser mía pretendiste en mi amado Monasterio El Real, que ilustra mi nombre y tanto estima Toledo, y a quien tan devota fuiste. ¿Esto, mi Juana, no es cierto? SANTA: Sí, mi padre. S. DOMINGO: Pues ¿qué esperas? Ven. S. FRANCISCO: Eso no, padre nuestro; ella se vino a mi casa, la posesión suya tengo. Ya se vistió mi pobreza, mía es; mas con todo eso escoja. En su voluntad su elección al gusto dejo. S. DOMINGO: Niña, mi hábito recibe. Ya ves los santos que dieron hoy al mundo de mi orden. Ya sabes lo que te quiero. Este escapulario blanco es de la pureza ejemplo que a Dios su virginidad consagra. El hábito negro es el luto por el mundo, pues que para ti ya es muerto. La devoción del rosario que ves adornar mi cuello, de mi Orden es. ¿Qué aguardas? Paga el amor que te muestro con tomar mi hábito santo. S. FRANCISCO: Juana: aunque el mío es grosero, tú escogiste su humildad; mira cuál te agrada de éstos, que yo gusto de tu gusto, porque conozco tu pecho. SANTA: Divino Predicador, perdonad si veis que dejo vuestra sagrada blancura por estos pobres remiendos; que, como las cinco llagas, aunque pobre, guarnecieron con sus rubíes el sayal de Francisco, es ya sin precio. Dios es mi esposo, Domingo; si a Dios en Francisco veo, para estar siempre con Dios estar con Francisco tengo.
A S. FRANCISCO
Vos sois mi santo, mi padre, mi refugio, mi remedio, mi regalo, mi descanso, y así vuestro sayal quiero. S. FRANCISCO: Mía ha sido la victoria. S. DOMINGO: Yo estos brazos os ofrezco, mi carísimo Francisco, en señal del vencimiento.
Abrázanse los dos SANTOS y encúbrense
SANTA: ¡Oh, soberana visión! Mi llagado, alegre quedo. Juana, holgaos; alegraos, Juana.
Sale la MAESTRA
MAESTRA: ¿Hermana? SANTA: ¿Madre? MAESTRA: ¿Qué es esto? ¿Cómo da voces así? Guardará un año silencio, sin que a más que al confesor pueda hablar. SANTA: Yo la obedezco. MAESTRA: Del oro de su obediencia probar los quilates quiero.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

La santa Juana, Primera Parte, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002