ACTO TERCERO


 
Salen la MAESTRA de novicias y sor María EVANGELISTA
MAESTRA: Confieso de esta mujer la virtud más excelente que puede en un alma haber, y confieso juntamente que mi verdugo ha de ser. ¿Ves lo que toda la casa la quiere? ¿Ves lo que pasa en su fe, en su mansedumbre? Todo me da pesadumbre, todo me inquieta y abrasa. Su humildad conmigo lidia; cuanto tú más la celebras más me cansa y me fastidia, porque todas las culebras me atormentan de la envidia. Dos años ha que tomó el hábito, siendo yo, por mi desdicha, maestra de las virtudes que muestra, y en ellas se adelantó de modo que, por mi daño, mi pesar cubro y engaño y en ella a Dios reverencio. Guardar la mandé silencio, y ya sabes que en un año no habló palabra. EVANGELISTA: Si vieses lo que Dios por ella ha hecho, yo te digo que no hicieses esos extremos. Al pecho de su madre, de dos meses, la mostró en mil ocasiones el cielo revelaciones que te hubieran admirado a habérselas escuchado como yo en sus recreaciones. Desde que nació, los viernes ayunó; y a quien Dios da los favores que disciernes, ¿qué daño hacerle podrá tu pesar? MAESTRA: No me gobiernes, que es la envidia pestilencia del seso y de la paciencia y temo... EVANGELISTA: ¿Qué hay que temer? MAESTRA: Que esta Juana me ha de hacer con su virtud competencia. Deseo ser abadesa, como sabes, de esta casa. EVANGELISTA: Pues ¿de una recién profesa que en la cocina ahora pasa su vida, temes? MAESTRA: Sí, que ésa mis intentos desvanece, porque al paso que ella crece, mi esperanza, amiga, mengua; no sé qué tiene en la lengua que cuando habla me parece que, a mi pesar, se levanta con el monasterio todo por ser su sencillez tanta y amarla todas de modo que ya la tienen por santa y no estiman mis lisonjas. EVANGELISTA: Las virtudes son esponjas que las voluntades beben. MAESTRA: Las suyas temo que aprueben de tal manera las monjas que, aunque me pese, la elijan por abadesa después; mira si es bien que me rijan mis pesares. EVANGELISTA: No les des ese nombre, ni te aflijan, que es muy moza para eso. MAESTRA: Donde hay santidad y seso hay vejez. EVANGELISTA: Dices verdad. MAESTRA: Luego no le falta edad, aunque es moza. EVANGELISTA: Lo confieso; mas mira que viene aquí. MAESTRA: Mis malas entrañas culpo. EVANGELISTA: Que era la envidia leí de la condición del pulpo, que se está royendo a sí.
Sale la SANTA con un barreñón de barro
SANTA: Ya ha dos años, mi Dios, que entré contenta en vuestro real palacio por crïada; libros tenéis de cuenta en que la entrada del que os viene a servir, Señor, se asienta. Camino es esta vida, el mundo venta; en ella es bien que quede averiguada la nuestra, porque al fin de la jornada sepáis que soy mujer de buena cuenta. Después que vuestro pan, mi Cristo, como, os sirvo en la cocina, y no me ciega la bajeza y desprecio de este trato, Porque dice Francisco, el mayordomo, que quien en vuestra casa platos friega con Vos se asienta y come en vuestro plato. MAESTRA: ¡Ay, soror EVANGELISTA! Todo aquello es santo y bueno, pero para mí es veneno que entra al alma por la vista. EVANGELISTA: Para mí es gloria.
Cae la SANTA y quiebra el barreñón
SANTA: ¡Ay mi Dios! Caí, y háseme quebrado, el barreñón... ¡Ah tiznado...! ¿Mas que andáis por aquí vos? EVANGELISTA: La orza quebró. MAESTRA: Quisiera que el corazón se quebrara, porque quieta me dejara. EVANGELISTA: Madre, no diga eso. MAESTRA: Espera, verás lo que hace. SANTA: Pues bien, ¿ha de alabarse el tiñoso que ha salido victorioso de Juana? Eso no, mi bien. ¿Queréis que el convento entienda lo para poco que soy, y digan que en él estoy para quebrarles su hacienda?
Junta los pedazos e híncase de rodillas
No, mi Dios, que es el convento muy pobre. Esposo querido, aunque lo que agora os pido declare mi atrevimiento; a fe que me habéis de dar mi rota vasija entera. Aquí vuestra esposa espera. No me veréis levantar de la oración que os consagro hasta que os venza su instancia; que, aunque es de poca importancia, y es bien que cualquier milagro por grande ocasión se haga, en cosas pocas, Señor, se muestra más el amor, porque de todo se paga. San Benito, ¿no pidió a vuestro amor excesivo le sanásedes un cribo que a su amo romper vio? Yo, pues, también hago alarde de vuestra piedad divina; acabad, que la cocina me aguarda, mi Dios, y es tarde.
Sale un barreño nuepo en lugar del quebrado
EVANGELISTA: ¿Has visto tal maravilla? Di, madre, ¿qué te parece? Así el cielo favorece a quien le sirve y se humilla. MAESTRA: Espántame lo que he visto. EVANGELISTA: Juana de la Cruz es santa. .................... [ -anta.] SANTA: ¡Lindo amante hacéis mi Cristo! Una cosa os he de dar por merced tan soberana que yo me sé. MAESTRA: Soror Juana, ¿dónde va? SANTA: Madre, a fregar. MAESTRA: ¿No quebró ese barreñón? Pues ¿cómo está entero y sano? SANTA: Lo que echó a perder mi mano sanó Dios en la oración, que hace milagros por ella al paso de la esperanza. MAESTRA: Pues ¿qué tanto, hermana, alcanza con Dios? Diga ¿quién es ella para que a su intercesión se haga cosa importante? Vanagloriosa, arrogante, ya sé que estas cosas son hechicerías; ya sé quién es; álcese; ¿qué llora?
Híncase la SANTA en tierra llorando
SANTA: Soy la herencia pecadora; no se espante si pequé. Deme los pies y perdone. MAESTRA: ¿Los pies la había yo de dar? SANTA: Besaré, pues, el lugar y tierra donde los pone.
Besa la tierra
EVANGELISTA: ¡Qué humildad tan soberana! MAESTRA: ¡Ay, soror EVANGELISTA! No hay quien mi envidia resista. Vamos.
Vanse. Quédase la SANTA postrada en tierra
SANTA: ¿Qué es aquesto, Juana? ¿Qué arrogancia es ésta vuestra? ¿Qué altivez y frenesí? Mas diréis que no es ansí. Pues lo dice la Maestra, verdad es; yo os sacaré la soberbia e hinchazón, cuerpo vil y fanfarrón, a azotes. Así os tendré postrado en este lugar hasta que la Madre os vea y que sois humilde crea dándoos los pies a besar; que no es en vos ahora nuevo esto de la gloria vana. Mas yo os castigaré.
Levantándola el ÁNGEL de la guarda
ÁNGEL: Juana. SANTA: ¡Ay Dios, qué hermoso mancebo ÁNGEL: El Ángel soy de tu guarda que he venido a consolarte. Yo propio he de levantarte. SANTA: El temor que me acobarda viendo tan grande beldad, Ángel, no me deja hablaros, porque vuestros rayos claros, esa hermosa majestad me ciegan; que de los pajes sois vos del Rey, mi señor, que con tanto resplandor viste a quien tira sus gajes. Dichoso el que asiste allá libre de esta confusión; si tales los pajes son, ¿qué tal el Señor será? ¿Hay más extraña belleza? Pues la humana cortesía llama al señor señoría, y al príncipe y rey alteza. Desde hoy mi lengua procura, ayo mío venturoso pues sois tan bello y hermoso, llamaros Vuestra Hermosura. Este título he de daros, mas no os habéis de partir, que ya no podré vivir, Ángel mío, sin miraros. ÁNGEL: Dios quiere que hables conmigo siempre que hablarme quisieres dondequiera que estuvieres, y como a hermano y amigo me veas y comuniques. SANTA: ¡Gran favor! Ya mi paciencia llevará mejor la ausencia de mi Dios, cuando me expliques su celestial señorío, porque mis penas reporte la grandeza de su corte y su amor, custodio mío. ¡Qué gloria que he de tener! ¡Qué contenta que he de estar! ¡Qué de ello os he de tratar! Porque no hay gloria y placer para un alma que se abrasa en la ausencia de su amante, como hablar de él cada instante con la gente de su casa. ÁNGEL: Ésta en que estás te encomienda nuestra reina soberana; tú la has de gobernar, Juana, tu protección la defienda; que después que la pastora Inés se dejó vencer del mundo, como mujer, la reina, nuestra señora, a su hijo soberano pidió que al mundo envïase quien su casa gobernase; y su poderosa mano te crïó para este fin, conforme a su madre dijo Cristo tu esposo y su hijo. Aquí has de hacer un jardín de plantas, cuya hermosura la del cielo ha de adornar; aquí tienes de plantar el voto de la clausura, que por no guardarle Inés ni sus monjas se perdieron, aunque penitencia hicieron y se salvaron después. Hoy te harán, Juana, tornera. SANTA: Ángel santo: no hay en mí bastantes fuerzas. ÁNGEL: Así lo quiere Dios. De Él espera ayuda y fuerza segura. SANTA: A servirle me provoco, que todo se me hace poco yendo con Vuestra Hermosura.
Vanse. Salen GIL llorando y LLORENTE
LLORENTE: ¿Un hombre tien de llorar aunque le den más enojos? GIL: ¿No tienen los hombres ojos? LLORENTE: Sí, sólo para mirar; no para que al llanto acudan, porque no es hombre el que llora. GIL: No lloran los míos agora, Llorente. LLORENTE: Pues ¿qué hacen? GIL: Sudan. Cuando mi Elvira murió, que Dios haya, no lloré, aunque, como veis, la amé, porque con ella expiró el recelo que hace guerra al que una mujer percura guardar; que no está segura si no es debajo la tierra. Pero en tan triste ocasión, no os espante que me aflija de ver cuál está mi hija. LLORENTE: ¿Por un mal de corazón habéis de llorar así? GIL: Mal de corazón ¿es barro? Si fuera tos o catarro no hubiera tristeza en mí; pero mal de corazón, ¿á quién no lastimará? LLORENTE: Si habla siempre que la da más latines que un sermón, no es el dolor muy roín. GIL: Llorente, aqueso me espanta. LLORENTE: Es vuesa hija estodianta y habla vascuence y latín, ¿y lloráis? Yo, por ventura y no pequeña, tuviera que mi hija latín supiera y la viera después cura. GIL: Afirma el beneficiado que tien espíritos. LLORENTE: ¿Cómo? GIL: Yo por eso pesar tomo. LLORENTE: Pues ¿por dónde habrán entrado? ¿Por la boca o por la zaga? GIL: ¿No tien hartos agujeros una mujer? LLORENTE: ¡Oh, fulleros! ¡Oste puto! ¡Zorriaga en ellos! GIL: ¿No habrá un remedio? LLORENTE: Echadla una melecina de miel y de trementina hirviendo de medio a medio, y por no verse quemados por la boca se saldrán. GIL: Si en el infierno los dan huego con los condenados, y comen como avestruces brasas, ¿cómo han de temer ell agua? LLORENTE: Hacedla comer media docena de cruces con su calvario, y veréis cómo se salen huyendo de la cruz. GIL: Sanarla entiendo presto. Ya os acordaréis de Juana, nuesa madrina. LLORENTE: ¿La que es monja? GIL: La que espanta. LLORENTE: Todos la llaman la santa. GIL: Es una mujer divina. Desque su padre murió, que habrá un año, no la vi; yo sé que en viéndome ansí, pues por su causa me dio Dios la hija que ya lloro, que ella me la vuelva sana. LLORENTE: Queríala mucho Juana, y es la niña como un oro. No ha sido el remedio malo. Gil, yo os quiero acompañar. GIL: Venid, que la he de llevar de miel y leche un regalo. LLORENTE: ¿Que así el diablo se zampuza en un cuerpo? Desde hoy quiero taparle el lugar zaguero con el sayo y caperuza.
Vanse. Sale la SANTA con las llaves de portera
SANTA: Aunque del coro me aparta el torno y la portería, bien puede hallarse María entre los brazos de Marta. El alma contemple y parta al cielo, pues con Dios priva, y el cuerpo, que es Marta activa, trabaje, que no hay lugar donde a Dios no pueda hallar la vida contemplativa. Yo me acuerdo, Jesús mío, que, a falta de otro lugar, mi iglesia era un palomar cuando estaba con mi tío. Lo demás es desvarío de perezosos ingratos, que los más sabrosos ratos donde el sentido se arroba es entre la humilde escoba, las rodillas y los platos. No hay lugar que me reporte a no buscaros, Señor, porque es piedra imán amor y siempre mira a su norte. ¿No dicen que está la corte donde está el rey? De ese modo a buscaros me acomodo en cualquier parte, mi Dios, que todo es corte con vos pues sois rey y estáis en todo.
Ha de haber un torno
Tornera soy; ahora bien; entreteneos, alma mia, pensad que esta portería es el portal de Belén. Aquí pastores estén, aquí el buey, aquí el jumento. ¡Oh qué lindo nacimiento! Razón es que se celebre. El torno será el pesebre, las mantillas mi contento. Aquí la virgen está. ¡Ay soberana señora! Mirad que mi Niño llora. Por mis pecados será; mas José le acallará, que como le está sujeto Cristo, le tendrá respeto; mas Juana, acállale tú.
Canta y mece el torno
"¡A la mú, Niño, a la mú! ¡Qué bello que es y perfeto! " No lloréis, yo os haré fiesta, Niño de infinito nombre. ¿Quién os hizo mal? El hombre. ¡Oh bellaco! ¡Para ésta! ¡Qué cara, mi Cristo, os cuesta su golosina liviana! Dalde al Niño la manzana que tan mal provecho os hizo, que para Dios fue de hechizo, aunque la comistes sana. Ea, no haya más, Manuel, mi Pontífice, mi luz, juradle al hombre la cruz, que en cruz moriréis por él. Mi azucena, mi clavel, en vos contempla el sentido a vuestro amor reducido. Más grande mi dicha fuera si en el torno ahora os viera de veras recién nacido.
Vuélvese el torno, y estará en él un Niño Jesús desnudo entre heno y copos de nieve
Pero mi buena fortuna lo que deseaba ha visto. Mi Niño, mi Dios, mi Cristo, Sol de la virgen, que es Luna, ¿del torno habéis hecho cuna? Daros mil abrazos quiero, Pastor, Rey, León, Cordero. Buena ha estado la invención; mas finezas de amor son, que siempre fue invencionero.
Desaparécese
¡Qué contenta me dejáis! ¡Qué de favores me hacéis! ¡Qué de ello que me queréis! ¡Qué de ello que lo mostráis! Acá os tengo, aunque os me vais; mas ¿qué es esto? La campana
Tocan una campana
toca a alzar. Pues, ¿cómo, Juana, es bien que el ver vuestra vida en el altar os lo impida esta pared inhumana? ¡Ay quién pudiera partilla por ver alzar! ¡Ah, mi Dios! Todo es fácil para vos.
Rásgase la pared, y detrás está un cáliz con un Niño Jesús
¡Ay Jesús, qué maravilla! Ensalzáis a quien se humilla. ¡Dichosa la enamorada, mi Dios, que os sirve y agrada! Ya se juntó la pared, y en fe de tanta merced quedará siempre quebrada una piedra. Esposo casto, mucho con vos medro y privo; mas--¡ay!--que es mucho el recibo, y poco o ninguno el gasto. Mucho me dais, y no basto a pagar aun las migajas de tan divinas ventajas; pero, perdonad, Señor, si, como el mal pagador después os pagase en pajas.
Vase. Salen la ABADESA y la MAESTRA
ABADESA: Esto al servicio del Señor conviene. El padre provincial ha ya venido; noticia de la hermana Juana tiene. Por Prelada el convento la ha pedido. Yo acabo ya mi oficio, pues que viene nuestro Padre a visita, y persuadido está de la virtud que en ella mora; sin duda que la hará mi sucesora. MAESTRA: ¿A una mujer que no tiene experiencia, canas, ni autoridad? No trate de eso que se me acaba, Madre, la paciencia. ABADESA: ¿Qué importan canas donde sobra el seso? La edad que más importa es la prudencia. Ella ]a tiene, autoridad y peso. MAESTRA: Yo lo pretendo, y se me hace agravio. ABADESA: El padre provincial es cuerdo y sabio. Él mirará la que es más conveniente para regirnos. MAESTRA: ¡Qué una hipocresía se me anteponga así! ¿Qué esto consiente el cielo? ¡Oh rabiosa envidia mía!
Sale LA SANTA
SANTA: Madre, al torno ha llamado alguna gente y entrar a hablarla dice que querría; que, como no hay clausura en el convento, siempre quieren entrar. MAESTRA: ¿Hay tal tormento? (Presente está quien mientras tenga vida Aparte será mi muerte.) ABADESA: (Su humildad me espanta.) Aparte Entren, hermana. SANTA: Voy.
Vase
MAESTRA: (¡Que ésta me impida Aparte ser Abadesa! ¿Hay desventura tanta?) Madre, ¿no echa de ver cómo es fingida toda aquella virtud? ABADESA: Juana es gran santa. Si lo contrario ven sus ciegos ojos, es porque son de envidia los antojos.
Salen la SANTA, GIL, LLORENTE y otros LABRADORES
GIL: Señora Juana, Gil soy. ¿No se acuerda de Gil y Elvira, de quien fue madrina? MAESTRA: Voyme de aquí que temo no me pierda la envidia que me abrasa y desatina. SANTA: Nuestra prelada es ésta, sabia y cuerda; sin su licencia no soy de hablar digna. GIL: Pues ¿cuál es la emperrada? LLORENTE: Aquella vieja. SANTA: La abadesa es aquésta. GIL: ¿La abadeja? Señora, aquí venimos a rogarla que mos haga merced de dar licencia a Juana para verla y para hablarla. ABADESA: ¿Hablarla? Como sea en mi presencia. LLORENTE: Pues craro está; que no hemos de llevarla a Francia. GIL: ¿Como está su rabanencia? SANTA: Mejor que yo merezco, Gil amigo. GIL: Muy fraca está, por Dios, también lo digo. SANTA: ¡Jesús! No jure, hermano. GIL: Éste es mal uso. ¿Cómo no me pregunta por Marica, mi hija? SANTA: ¿Cómo está? GIL: Vengo confuso. La más salada estaba y más bonica de toda Hazaña; pero ya rehuso el verla nadie, porque tien la chica espiritos, según dice nueso cura que la da con la estola y la conjura. Así la guarde Dios que mos los quite pues que sus oraciones oye, Juana. SANTA: ¿Yo, hermano? ¿aqueso dice? GIL: Si permite mi Marica vuelva a casa sana os diabros se van al alcrebite donde Pero Botero los batana en su caldero, quedaré contento. Aquí la tengo fuera del convento. SANTA: ¿Quién soy yo para hacer cosa tan grande? LLORENTE: Ella puede sacarlos, no hay excusa. SANTA: Soy una grande pecadora. GIL: Ande; que pues llegar aquí Marica rehusa, los espiritos la temen. LLORENTE: Madre, mande que mos haga este bien. SANTA: Estoy confusa. ABADESA: En virtud se lo mando de obediencia. SANTA: Traigan luego la niña a mi presencia.
Sacan dos o tres a una NIÑA, como por fuerza
NIÑA: No me lleven allá que pondré fuego a todas las esquinas de esta casa. Juanilla de la Cruz, estando ausente, las ánimas me saca de las uñas y me atormenta más que mil infiernos; pues ¿qué haré en su presencia? LABRADOR 1: ¡Verá el diabro, que de ello que forceja y refunfuña! ¡Que no os ha de valer, sucio avechucho! NIÑA: Dejadme, gente vil, que el tiempo pierde quien me intenta mover. LABRADOR 2: ¡Ay, que me muerde! LABRADOR 1: Medio brazo me lleva de un bocado. ¿Qué también come el diabro carne, Crespo? LABRADOR 2: Come huevos y leche y no tien bula, ¿y de eso os espantáis? LABRADOR 1: ¡Huego en su gula! NIÑA: ¿A qué te allegas tú, di, amancebado con la mujer del herrador? Anoche bien sé yo dónde estabas escondido cuando vino de Illescas el marido. LABRADOR 2: ¿Quién diabros se lo dijo? LLORENTE: Si es el diabro, ¿quién se lo ha de decir? LABRADOR 2: Yo os juro a cribas que yo os mire si estáis bajo la cama acechando otra vez. ¡Oh marrullero! ¿Así me echáis las faltas en la calle? LABRADOR 1: ¿Adónde os apartáis? Llega y tiralle. NIÑA: ¿Qué ha de llegar, bodegonero triste; que en lllescas a un fraile diste un día grajos salpimentados y cocidos a real y medio el par, diciendo que eran palominos? LABRADOR 1: ¿Las trampas del bodego comenzáis a decir? Pues no me llego. SANTA: Dejadla, que yo haré con el ayuda de mi Esposo Jesús que no os deshonre. ¡Ah tiñoso! ¿Aquí estáis? NIÑA: Déjame, déjame.
Échale la SANTA al cuello el cordón
SANTA: La cuerda de mi padre San Francisco os hará sosegar. NIÑA: ¡Ay, que me quema! Juanilla de la Cruz, quítale presto. GIL: Agora no hablaréis, diabro molesto. SANTA: ¡Sal, maldito, de aquí! NIÑA: Ni tú ni el cielo no me podrán echar, que ésta es mi casa. SANTA: Podrálo mi Jesús. NIÑA: Eso me abrasa. SANTA: ¡Sal presto! NIÑA: Noto exire, vil Juanilla, in domo mea maneo; haec est mea domus sine me. GIL: ¡Aho, Llorente! ¿Los dimoños van cuando son mochachos al estudio? LLORENTE: Sí, que también hay diablos estodiantes. SANTA: Sal, padre de mentiras. NIÑA: ¿Potestatem habes ut me ejieias? Accipe higam.
Dale una higa
¡Idiota! ¿no me entiendes? SANTA: Don de lenguas me ha dado a mí el señor. NIÑA: Mi poder menguas. SANTA: ¡Vete al infierno luego! NIÑA: Non che vollo. GIL: De noche bollos dice que la demos y saldrá. LLORENTE: Buen espacio nos tenemos. GIL: Bollos y tortas le daré. NIÑA: Patrona, sentite una parola, per mea vita, mi che volo parlar Chichiliano. GIL: No debe ser cristiano este demonio. LLORENTE: ¡Cristiano había de ser! ¿Hay diabro alguno cristiano? GIL: Pues ¿no hay diablos bautizados? LLORENTE: Así los llaman. NIÑA: Mi seño lo diabolo de Palermo. SANTA: Yo soy Juana, que ruega a su Esposo divino que permita librar el cuerpo de esta sierva suya. El cordón de Francisco ha de acabarlo. ¡Sal fuera! NIÑA: ¡Ay, que me abrasas, que me quemas! Yo saldré, mas ¡pára ésta, vil Juanilla, que te acuerdes de mí! ABADESA: ¡Gran maravilla!
Cae la NIÑA en tierra desmayada
SANTA: Llevalda, que ya el ángel condenado dejó a la niña libre. Gil, llevadla donde descanse y del desmayo vuelva. Haced después que sea gran cristiana.
Llévanla
GIL: Dios se lo pague, amén, hermana Juana.
Sale sor María EVANGELISTA
EVANGELISTA: El padre provincial, Madre, ha venido. ABADESA: Hermana Juana, vamos. Espantada voy de tanta virtud. Yo haré de suerte que nuestra casa y religiosas rija. EVANGELISTA: ¡Oh, quiera Dios que el provincial la elija!
Vanse. Salen el emperador CARLOS Quinto, don Alonso de FONSECA, arzobispo de Toledo, y FRANCISCO Loarte
CARLOS: Paso a Sevilla a la posta y ser vuestro huésped quise. FRANCISCO: De que los umbrales pise hoy de esta su casa angosta, vuestra majestad, se precia de suerte, que la comparo a los palacios que Paro labró a Constantino en Grecia. En ella otra Menfis pinto, pues ensalzan sus paredes las imperiales mercedes que hoy la hace Carlos Quinto. CARLOS: Basta, Francisco Loarte, que ya he visto vuestro amor. FRANCISCO: Si es propio de ti, señor, ennoblecer cualquier parte, no es mucho que hoy me ennoblezcas, pues tan adelante pasa mi ventura. CARLOS: Es vuestra casa de las mejores de Illescas, y vos un vasallo leal; memoria tengo de vos. FRANCISCO: Prospere tu vida Dios. CARLOS: Flaco estáis. FRANCISCO: No lo fue el mal que me ha tenido a la muerte. CARLOS: Pues ¿de qué fue? FRANCISCO: De desvelos; si de Dios puede haber celos, de él los tuve. CARLOS: ¿De qué suerte? FRANCISCO: El día que pretendí desposarme, se metió monja mi esposa, y dejó burlado mi amor. Sentí, señor, de modo el perdella, que ha ya cerca de tres años que lloro estos desengaños. CARLOS: ¿Era hermosa? FRANCISCO: Era muy bella; pero a su belleza gana su virtud, porque es de modo, señor, que este reino todo la llama la santa Juana. FONSECA: ¿Ésa es Juana de la Cruz; su patria, Hazaña? FRANCISCO: La propia. FONSECA: Son sus milagros sin copia. Ya me han dado de ella luz. Dos leguas está de aquí. ¿Quiere vuestra majestad ver en una tierna edad celestiales cosas? CARLOS: Sí. Noticia tengo, aunque poca, de ella. FONSECA: Lo que es más notable es que el espíritu hable de Dios por su misma boca. Tiene don de profecía y de lenguas; cuentan cosas, aunque ciertas, prodigiosas. Habla griego, algarabía, y latín, de la manera que si se hubiera crïado en cada tierra. CARLOS: Espantado estoy. Ya verla quisiera. Partamos luego. FONSECA: Ya están prevenidas postas. CARLOS: Ea, venid. FONSECA: Poco se rodea. CARLOS: Llamen al gran capitán.
Vanse. Salen la MAESTRA y sor EVANGELISTA
MAESTRA: La envidia el alma me abrasa. EVANGELISTA: Ya es sobra de pasión esa. MAESTRA: ¿Juana, de casa abadesa? ¿Juana, prelada de casa, y mis partes, mi gobierno, mi pretensión despreciada? ¿Juana, de la Cruz prelada? ¡Ay, cielos! En un infierno estoy de envidia. EVANGELISTA: No tome, madre, tan grande pasión. MAESTRA: Las telas del corazón alguna sierpe me come. Ésta es hechicera; en ella hay, sin duda, algún encanto. ¿Por qué el Espíritu Santo había de hablar por ella? ¡Cómo finge! Es disparate; yo sé que está endemoniada cuando se queda arrobada cada punto. EVANGELISTA: ¡Que la trate ansí! ¡Que eso diga! MAESTRA: Pues, ¿no es el demonio quien habla tantas lenguas con que entabla sus pretensiones? ¿No ves el bastante testimonio que a todas os causa espanto? No es el Espíritu Santo quien habla sino el demonio. EVANGELISTA: Disparate es escucharla.
Vase
MAESTRA: ¿Qué aguardo que no me vengo? Por el hábito que tengo que un lazo tengo de armarla con que, al paso que ha subido, caiga, siendo menosprecio del mundo. ¡Ay, intento necio para el mal siempre atrevido! ¿Quién a despeñarme viene? La envidia, ¿qué bien causó? Mas como me vengue yo no importa que me condene.
Vase. Salen la SANTA y el ÁNGEL de la guarda
SANTA: Ángel santo, ¿yo prelada? ¿Yo de la Cruz abadesa? ¿Cómo ha de poder llevar tan gran carga mi flaqueza? Suplico a Vuestra Hermosura, pues asiste en la presencia de Dios, que alcance me quite la Cruz, que me oprime a cuestas. ¿Yo cuenta de tantas almas no pudiendo tener cuentas con la mía?
Llora
ÁNGEL: ¿Por qué lloras? Juana, ¿es ésa tu obediencia? ¿Es bien que la voluntad de Dios resistas, que ordena que gobiernes esta casa? ¿No te crïó para ella? ¿No puedo ayudarte yo? ¿Conmigo ese temor muestras? ¿Es eso lo que me estimas? SANTA: No haya más, Ángel, no sea lo que quiero; su Hermosura me anima, conforta, alegra y me quita mis pesares. Bien es que a Dios obedezca. Su esposa soy, este anillo me dió con su mano mesma, y los desposados suelen llevar el trabajo a medias. Pero, decid, Ángel mío, ¿cómo nunca me dais cuenta de vuestro nombre admirable? Razón será que le sepa, pues que somos tan amigos. Decidlo, que en la perfeta amistad, nunca ha de haber cosa oculta ni encubierta. ÁNGEL: San Laurel Aureo es mi nombre. Hízome la mano eterna de Dios de sus más privados. Dióme gracias tan inmensas, que el Ángel del Privilegio me llaman, y en verme tiemblan las infernales moradas que a mi nombre están sujetas. Yo fui el ángel de la guarda de David, rey y profeta, de San Jorge y San Gregorio, coluna de nuestra Iglesia. Mira lo que a Dios le debes, pues tu guarda me encomienda y a tales santos te iguala. Y en tu misma boca y lengua habla el Espíritu Santo, y hablará lenguas diversas por trece años, predicando su ley divina y excelsa. Su predicadora te hace. SANTA: ¡Ay de mí! ¿Qué he de dar cuenta de tantas prerrogativas? Quiera el cielo no me pierda siendo ingrata a tanto amor. ÁNGEL: No harás, porque la clemencia de tu Esposo y nuestro Rey te amó antes que nacieras. Tus súbditas vienen, Juana. SANTA: Pues ¿cómo sola me deja Vuestra Hermosura? ÁNGEL: No son dignas que cual tú me vean. Siempre estoy, Juana, a tu lado.
Vase. Sale la que era ABADESA, sor EVANGELISTA y otras dos MONJAS
ABADESA: Carísima madre nuestra, ¡qué alegre está vuestra casa con prelada tan perfeta! SANTA: ¡Ay madre! en las entrañas os tengo a todas impresas. Gloria a Dios que la clausura ya nuestra casa profesa. Ya no hay salir del convento que, aunque es tal nuestra pobreza, Dios nos la remediará. Dejadlo a su providencia. EVANGELISTA: Madre, una cosa venimos a suplicarla, no sea en vano nuestra esperanza por ser la cosa primera que sus hijas caras piden. SANTA: Daros el alma quisiera donde os tengo a todas juntas. Pedid, pedid, norabuena. ABADESA: Las almas del purgatorio, después, madre, que por ella somos tan devotas suyas, nos causan pena sus penas. Pues nada la niega el cielo de cuanto le pide y ruega, pida a Cristo nos bendiga nuestros rosarios y cuentas, y que con su mano propia las toque y después conceda por su amor e intercesión perdones y indulgencias. TODAS: Madre, no diga que no. SANTA: La intención, hijas, es buena; yo lo comunicaré con mi Ángel. EVANGELISTA: Ya se alegran nuestros corazones todos. SANTA: ¿Adónde está la maestra? ABADESA: En el coro estaba agora. SANTA: Dios, madre, las dé paciencia. Yo quiero dar bien por mal; vicaria quiero que sea del convento. EVANGELISTA: (¡Qué virtud!) Aparte ABADESA: ¿A quien su muerte desea da el gobierno de su casa? SANTA: Váyanse, pues, y no pierdan el tiempo; váyanse al coro. ABADESA: (Quien el dulce rato emplea Aparte en la conversación santa y doctrina de su lengua no le pierde.) SANTA: Miren que hoy he comulgado, y me inquietan. EVANGELISTA: (Este ratico no más Aparte habemos de estar con ella.) SANTA: ¿Qué he de hacer Esposo santo? Veros quiero y no me dejan.
Dentro
VOZ: Pues yo te llevaré adonde no te inquieten, cara prenda.
Volando desaparece la SANTA
EVANGELISTA: ¡Que se nos fue nuestra madre! ABADESA: Juana santa, madre nuestra, ¿por qué nos dejáis así? Vamos las dos a la iglesia y pidamos a su Esposo que a nuestra madre nos vuelva. EVANGELISTA: ¡Soberana maravilla! ABADESA: ¡Gran milagro! EVANGELISTA: ¡Cosa nueva! ABADESA: ¡Dichoso el convento y casa que tiene tal abadesa!
Salen la SANTA y el ÁNGEL de la guarda con un legajo de papeles, y váselos dando
ÁNGEL: Las almas del purgatorio te dan esas peticiones, porque con tus oraciones su refrigerio es notorio. Sus penas tu Esposo aplaca por ti, y a tal favor llegas, que a los por quien tú le ruegas, de entre sus llamas las saca. Ésta es de una que ha veinte años que está en su fuego mortal por un pecado venial, que uno solo hace estos daños. Ésta es de un grande de España que pide alivio y consuelo porque eres grande del cielo. Ésta es de un hombre de Hazaña y alega que es tu pariente. En fin, todas han ya visto que si es rey tu esposo Cristo, eres tú su presidente. SANTA: Pues dice Vuestra Hermosura que por ruegos de su sierva de las penas les preserva que el oro de su fe apura, a mi Esposo rogaré por ellas. ÁNGEL: Cúmplelo así. SANTA: Ningún mérito hay en mí; pero de mi Cristo sé que es amigo que le rueguen por modos extraordinarios, Ángel. Y de los rosarios, ¿qué me respondéis? ÁNGEL: Que lleguen cuantos tus monjas hallasen, que hoy los tengo de llevar al cielo, donde ha de dar perdones con que se amparen Cristo, Juana, los mortales, e inmensas prerrogativas, que es de suerte lo que privas, y tus virtudes son tales, que tu Esposo soberano cuanto pidas quiere hacer; Él los tiene de tener y bendecir con su mano. SANTA: ¡Oh, qué alegres han de estar mis monjas con tal ventura! ¿Dónde va Vuestra Hermosura? ÁNGEL: Ya te vienen a buscar, y no quiero que me vean del modo que tú me ves.
Vase. Sale la que era ABADESA y sor EVANGELISTA
ABADESA: Aquí está. Dadme los pies, que ver mis ojos desean. EVANGELISTA: ¿Así os vais y nos dejáis, madre? SANTA: Día de comunión, no ha de haber conversación. Hijas, lo que deseáis el cielo nos lo ha cumplido. Mi Esposo bendecir quiere cuantos rosarios le diere, mi Ángel ha intervénido. Buscad muchos y vení entretanto que yo ruego a su Hermosura que luego los lleve. EVANGELISTA: ¿Esta tarde? SANTA: Sí. ABADESA: ¿Hay tal ventura? No quede en todo Cubas rosario que no venga. SANTA: Extraordinario favor mi Cristo os concede. ¡Venturoso el desposorio donde me ha llegado a dar Dios tanto! Voy a rogar por las que en el Purgatorio, siendo mejores que yo, de mi intercesión se valen.
Vase
ABADESA: ¿Qué mercedes hay que igualen a las que el cielo nos dió?
Sale la MAESTRA
MAESTRA: Madre, el emperador y arzobispo de Toledo están en casa. (No puedo Aparte hablar de envidia y dolor.) A ver la abadesa vienen. ABADESA: ¡Válgame Dios! ¿Aquí están? MAESTRA: También el gran capitán. EVANGELISTA: Si el tiempo nos entretienen y la ocasión se nos pasa del bien que nos hace el cielo con los rosarios, recelo no se pierda. ABADESA: Si está en casa el césar, haga traer los rosarios del lugar, que yo iré luego a juntar las monjas para irle a ver y recibir entretanto al emperador. EVANGELISTA: Bien dice.
Vase
MAESTRA: (¡Que hasta el césar autorice Aparte a Juana! ¿Esto no es encanto?) ABADESA: Avisen a la tornera que abra la portería. MAESTRA: Miente quien niega y porfía que Juana no es hechicera.
Vanse. Salen el EMPERADOR, don Alonso de FONSECA, el arzobispo, y el Gran CAPITÁN
FONSECA: Éste es, señor, el convento donde está la santa. CARLOS: Aquí hoy, don Alonso, adquirí gustos que en el alma siento. Gonzalo Fernández, vos veréis de Dios el poder en una humilde mujer. CAPITÁN: Todo lo puede hacer Dios. CARLOS: Arzobispo, ¿han avisado que venimos? FONSECA: Sí, señor.
Salen la ABADESA, la MAESTRA, EVANGELISTA y otras
EVANGELISTA: Aquí está el Emperador.
Vase
ABADESA: Mil veces sea bien llegado vuestra majestad a honrar esta casa, que ennoblece con su vista.
Todas de rodillas
CARLOS: Bien parece, hasta en el modo de hablar, la virtud que aquí se encierra y que es de Dios este celo. Levantaos, Madres, del suelo. ABADESA: Señor. CARLOS: Alzaos de la tierra. ABADESA: Dénos, pues, la santa mano, primado grande de España, por quien más alegre baña Tajo el muro toledano, de quien sois prelado y padre. FONSECA: A la posta el césar viene por el deseo que tiene de ver hoy a vuestra madre. Haced cómo pueda vella y avisadla. ABADESA: Ya lo está; mas, ¿cómo, señor, saldrá, si está el espíritu en ella de Dios, que su lengua toca, dejándola transportada, sin sentido y elevada? CARLOS: Su devoción me provoca, y de esa suerte deseo verla. ABADESA: Bien, señor, podéis.
Descubren una cortina, y a la SANTA, de rodillas, arrobada
FONSECA: ¡Qué de mercedes que hacéis, Señor, al humilde! CARLOS: Hoy veo la vanidad en que fundo de mis reinos las grandezas. ¿Qué importan honras, riquezas, la corona, el cetro, el mundo ni la púrpura imperial que cause soberbia tanta, si con Dios se nos levanta un remendado sayal? Hincad todos en la tierra las rodillas. CAPITÁN: No han podido todos cuantos han querido vencerme, haciéndome guerra, ni sus bélicos despojos ablandarme el corazón, y saca en esta ocasión una mujer de mis ojos el agua, que nunca han visto. CARLOS: Éstas sí, gran capitán, son hazañas. CAPITÁN: ¿Qué no harán, señor, soldados de Cristo? SANTA: Hijo Carlos, por quien crece en el mundo la ley santa de mi iglesia, pues la aumentan tus nunca vencidas armas, oye atento lo que dice el mismo Dios, que es quien habla y rige agora la lengua de Juana, mi esposa cara, "Yo soy la tercer persona de la Trinidad beata, que en tres supuestos distintos es un Dios y una substancia. En pago del santo celo con que nuestro nombre ensalzas, hasta las Indias remotas, que en cielo convierte a España, te prometo de ayudarte tanto, que jamás tu fama borre el tiempo ni el olvido. Vencerás en Alemania los escuadrones soberbios del sajón que te amenaza, pervertido con la seta de Lutero, cual él falsa. Pondrán tus leyes su yugo en la cerviz indomada de Flandes, que te hace guerra sin advertir que es tu patria; tendrá a tu buena fortuna, y no imitadas hazañas, tal miedo el turco feroz que, volviendo las espaldas la otomana multitud, pisarán después tus plantas las lunas que enarboló la potencia solimana. Roma te abrirá sus puertas; Milán, Nápoles y Francia conocerán tus vitorias, y las cercas africanas de Túnez te llamarán, a su pesar, su monarca, dándole el rey que quisieres y él a ti tributo y parias. Y para que eches el sello con la más heroica hazaña, por la milicia divina, dejando la que es mundana, renunciarás en Filipo, hijo de mi iglesia amada, los reinos, púrpura y globo, y en Yuste verá tu España que las honras que ganaste las pisas, porque son vanas, pues si es mucho el adquirirlas mucho más el despreciarlas. A ti, Gonzalo Fernández, gran capitán, que en Italia dejaste en bronce esculpidos los blasones de tus armas, por tu católico celo el nombre que a tu prosapia dejas de Córdoba, haré famoso, honrando tu casa. El espíritu de Dios, que por la boca de Juana os habla, agora os bendice."
Échales la bendición y corren la cor- tina
CARLOS: ¿Quién no se admira y espanta? ¡Dichosa casa mil veces, y yo dichoso otras tantas, que tal maravilla he visto! CAPITÁN: Derretida llevo el alma. CARLOS: Avisadme, tesorero, para que limosna haga a esta casa. FONSECA: Yo la doy, por ser su pobreza tanta, el beneficio de Cubas. ABADESA: Tu largueza nos ampara. CAPITÁN: Yo la doy quinientos mil maravedís. ABADESA: Esos bastan para que un cuarto labremos. CARLOS: Vamos. ¡Ay, divina Juana! Si a España las armas honran, hónrelo también tal Santa.
Vanse. Quédanse las monjas y sale sor EVANGELISTA
EVANGELISTA: ¡Madres, albricias! Ya ha vuelto nuestra dichosa prelada del éxtasis, y la he dado cuentas, rosarios y sartas en gran copia. Aquí las tiene encerradas en esta arca,
Saca una arquilla
y dejándome la llave está en su celda postrada pidiendo a Dios las bendiga. ABADESA: Todo cuanto quiere alcanza de su Esposo. EVANGELISTA: Ésta es la hora que ya el Ángel de su guarda al cielo las ha subido. ABADESA: Abramos agora el arca; veamos si están aquí las cuentas.
Abren
EVANGELISTA: Aquí no hay nada; pues nadie la arquilla ha abierto. ABADESA: Penetróla quien las saca, que todo lo puede Dios y por él su esposa santa. Vamos a ver nuestra madre; hermana. Vuelva a cerrarla. MAESTRA: (¡Qué no me dejes, envidia!) Aparte ABADESA: ¿No viene, madre Vicaria?
Vanse. Sale la SANTA
SANTA: Esposo de inmenso nombre, ¡qué importuna soy! ¿No os cansa lo que os pido? Pero no, que tenéis las manos largas. El ver benditas sus cuentas todas mis monjas aguardan. Hacedlas esta merced.
Salen las MONJAS
ABADESA: Aquí está. Lleguen hermanas, y hablémosla. Mas ¿qué es esto?
Todas de rodillas, suena música, ábrese una apariencia de la gloria. CRISTO, sentado en un trono, el ÁNGEL de rodillas dándole los rosarios y muchos ángeles alrededor
ÁNGEL: Autor eterno de gracia, estos rosarios suplica vuestra esposa y tierna Juana [bendigáis con vuestra mano.]
Échalos CRISTO la bendición
ABADESA: ¿No le ha visto echar, hermana, a Cristo la bendición? EVANGELISTA: Miro maravillas tantas que no sé si estoy dispierta.
Encúbrese la gloria y baja el ÁNGEL
ABADESA: ¿No ve cómo el Ángel baja y los rosarios la ofrece? SANTA: ¡Oh, cuánto debe mi alma, Ángel, a Vuestra Hermosura! ÁNGEL: A estos rosarios, Juana, ha concedido tu esposo los privilegios y gracias que tienen los Agnus Dei. Quien rezare en ellos saca de penas de purgatorio cada día muchas almas, y gana tantos perdones como hay hojas, flores, plantas media legua alrededor de este monasterio y casa, y las indulgencias propias de Asís, famosa en Italia. Saldrán los demonios luego de los cuerpos con tocarlas. Librarán de enfermedades torbellinos y borrascas. La misma virtud tendrán las cuentas a estas tocadas. Todo lo concede Cristo, con tal que las que da el Papa se estimen como es razón. Ven, esposa soberana, adonde tu esposo veas.
Vuélvese un torno y desaparecen
EVANGELISTA: ¡Llevósela transportada! ABADESA: ¡Oh, milagrosa mujer! Son tus maravillas tantas, que no hay lengua que las cuente; para alabarte éstas bastan.
Sale UNO que acaba la comedia
UNO: En la segunda comedia, el autor, senado, os guarda lo que falta de esta historia. Suplid agora sus faltas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002