ACTO SEGUNDO


 
Salen el REY, RUGERO,y PRÓSPERO
REY: Bien, Rugero, habéis salido con nuestra cuerda invención; yo me doy por bien servido. De Matilde la traición descubierta a tiempo ha sido; pues cuando más confïado el Anjou contra mí parta, saldrá en vano su cuidado. La firma de aquesta carta hoy a Salerno os ha dado. Muchos años le gocéis. RUGERO: Sirviéndoos, señor, a vos; que aunque la guerra teméis, Esperanza tengo en Dios que pacífica gocéis Esta corona, a pesar de quien traiciones encierra. REY: Matilde no ha de quedar con una almena en mi tierra. RUGERO: Y es muy justo. Secuestrar toda su hacienda mandé; y como tan descuidada de su desgracia la hallé, sin poder ocultar nada pobre y triste la dejé; y ha de perder el jüicio, sin la hacienda, según queda. REY: Dará de lo que es indicio. PRÓSPERO: Cualquier mal que le suceda, si anduvo en tu de servicio, es, señor, bien empleado REY: Quitárale la cabeza, como le quito el estado, a sufrirlo la nobleza que de mi sangre ha heredado; mas salga desposeída de Salerno, y sienta al doble; que afrentada y perseguida, es la pobreza en el noble civil muerte de por vida. Notificadle, Rugero, que dentro de nueve días salga del reino, que quiero, atajando tiranías, ser con clemencia severo; y escarmiente en su cabeza, Próspero, quien contra mí a alterar mi reino empieza. PRÓSPERO: Toda mi vida serví con lealtad a vuestra alteza. REY: No lo niego yo. PRÓSPERO: (Parece Aparte que con palabras confusas dudas contra mí encarece.) REY: Sospechoso es quien excusas, sin darle cargos, ofrece. No pasees más adelante; que de vuestra lealtad no estoy, Próspero, ignorante; aunque amor y mocedad ciegan, tal vez, un amante. PRÓSPERO: Yo confieso, gran señor, que a Matilde le he tenido; pero jamás el amor destruye en el bien nacido las deudas de su valor. No supe mientras la amé cosa en vuestro deservicio; pero agora que lo sé, dando de quién es indicio mi lealtad, la olvidaré. Y para prueba mayor de que serviros deseo, os suplico, gran señor, que alentéis un noble empleo en mejoras de mi amor. Laura es de Rugero hermana, y bastante su hermosura a hacer la sospecha vana que tenéis, si mi ventura al yugo de Amor la allana; pues de esta suerte mejoro mi fe, cuando indicios claros que os guardo el justo decoro, y demás de aseguraros, muestro lo que a Laura adoro. REY: Siendo Laura tan discreta, no creo rehusará amor que ansí la respeta. RUGERO: Mi hermana, señor, está a vuestro gusto sujeta. REY: Si en el mío el suyo ha puesto, Próspero su esposo sea. PRÓSPERO: Lo que os debo os manifiesto, gran señor. REY: Muy bien se emplea en vos Laura. Mas ¿qué es esto?
Sale MATILDE, de luto, y se arrodilla
MATILDE: Pues vengo a tus pies, señor, en mi inocencia repara; que no osa mirar la cara de su rey el que es traidor. La culpa engendra temor, y siendo un dios en prudencia el buen rey, con la presencia que la verdad autoriza, al pecado atemoriza, animando a la inocencia. De la poca turbación con que mi lealtad pregono, buenos testigos de abono mi cara y mi lengua son. Si da lugar la pasión, en ellos verás sin duda la verdad que anda desnuda, pues cuando culpas declara, hurta el color a la cara, y deja la lengua muda. A Salerno me has quitado, y lo que es más, el honor, que se restaura peor que la hacienda y el estado. Un papel solo ha bastado a la sentencia crüel; que la ambición cifra en él. ¿Cuándo el juez mas enemigo condenó con un testigo, y eso solo de papel? Bien lo puedo recusar, pues habla en mi perjüicio; que no se admite en jüicio el que se deja cohechar; pero si él pudiera hablar. como se deja leer, testigo viniera a ser del traidor, que sabe en suma hacer cohechos de pluma y firmas contrahacer. Mas aunque, sordo a mis quejas no me des de ellas venganza, porque en el rey la privanza ensordece las orejas; si libre el derecho dejas que tengo a volver por mí, fuerza es que escuches aquí mi justicia; que esta vez, pues siendo parte eres juez. de ti apelo contra ti. No que me perdones pido. ni es ésa mi pretensión; que no puede haber perdón donde delitos no ha habido. Si no es que estés avertido que quien contra una mujer traidor ha venido a ser, aunque su lealtad afirmas, como ha hecho falsas firmas reyes falsos sabrá hacer. RUGERO: La fe que en mi abono alego y vuestra traición contrasta, respondiera, a no estar...
A RUGERO
REY: Basta.
A MATILDE
Salid de mis reinos luego.
Vanse el REY y RUGERO
MATILDE: ¡Ah lisonjas, que el sosiego quitáis y hacéis tantos daños! En un rey de pocos años, ¿qué importan verdades ciertas, si al alma tomáis las puertas, poniendo guardas de engaños? Ya, príncipe, que ha cumplido, en prueba de vuestro amor, maldiciones el rigor que habéis al cielo pedido; ya que se incendió la casa donde amante prometistes favores que no cumplistes, en fe que Amor no os abrasa; ya, en fin, que el rey me ha quitado la hacienda, el honor, la tierra, y severo me destiera de su reino y de mi estado; si en el noble deuda son palabras, que es bien que cobre, no os espantéis de que pobre haga en vos ejecución. Aquí no hay que recelar peligros, como primero, si os amenaza el mar fiero, ni el fuego os ha de abrasar, ni de mi esposo y señor os pide el sí mi ventura; que hoy juzgaréis por locura lo que ayer por gran favor. A menos costa podéis palabras desempeñar. Mándame el rey desterrar. La persecución que veis me halló desapercebida, de mi inocencia señal; pues a no ser yo leal, ya estuviera prevenida. Embargáronme la hacienda y hasta las ropas y el oro, de mi persona decoro. No tengo qué empeñe o venda, sino el agradecimiento, que siempre que vos gustéis, en mí ejecutar podréis, y aquí empeñaros intento. Fuerza es salir desterrada, y quisiera partirme hoy, ya que no como quien soy, al menos cual pobre honrada. Dad en esta ocasión muestra del valor que se os ofrece, y salga como merece quien ha sido prenda vuestra. PRÓSPERO: Sabe el cielo lo que siento vuestra desgracia, señora, y que si como os adora mi constante pensamiento, no temiera un rey airado, y menor mi riesgo fuera, dueño del alma os hiciera como de mi principado. El delito que os imputan, sea mentira o sea verdad, es de lesa majestad, y por traidores reputan los que amparan a traidores. Estoy por vos, indiciado con el rey; que no han sacado otro fruto mis amores. Si sabe que os favorezco, su sospecha haré verdad, y estimo en más mi lealtad que el amor que os encarezco. Lo que por vos podré hacer, andando el tiempo, es hablarle, disponerle y amansarle, pues al fin ha de vencer la verdad; y en cuanto a esto, cuando mi lealtad entienda, la vida, estado y hacienda estoy a perder dispuesto en vuestra defensa. Agora perdonad el no atreverme a ayudaros, que es perderme, puesto que el alma os adora. Si vos os servís que escriba al de Mantua, mi deudo es, y no dudo que el marqués como quien sois os reciba. Enviaréle un propio luego, y prevenido estará, para que en llegando allá dé a vuestras penas sosiego. Quedaos, señora, a Diós; que han de culpar en palacio mi lealtad, si tan de espacio me ven hablando con vos. MATILDE: Esperad que mal restaura vuestra fe mi amor primero... PRÓSPERO: Temo que salga Rugero, que ha de casarme con Laura. No me llames ni me nombres; que estoy en buena opinion.
Vase PRÓSPERO
MATILDE: Vete, traidor, que así son todos los más de los hombres. ¡Ah, pelota del mundo, que no encierra sino aire vil que se deshace luego! ¡De favor me das cartas, cuando llego ofendida de un rey que me destierra! Quien fe á palabras da, ¡qué de ello yerra! Prueba tu amor el mar cuando me anego, tu cobardía saca a plaza el fuego, y hasta el favor me niegas de la tierra. Tres elementos, bárbaro, han mostrado que eres cobarde, ingrato y avariento en el cuarto tu amor solo has cifrado. ¡Qué a mi costa, villano, experimento que en palabras y plumas me has pagado! Mas, quien de ellas fió, que cobre en viento.
Vase MATILDE. Salen don ÍÑIG0, con gabán y una escopeta, y GALLARDO
GALLARDO: ¡Buenos habemos quedado! ÍÑIGO: Paciencia mi daño apreste. GALLARDO: Como si Amor fuera peste, la hacienda nos han quemado. ÍÑIGO: No tan malo, que una sala en que dormir nos dejó. GALLARDO: De luto la entapizó con el humo que señala. A los privados presumo que hoy el fuego a imitar prueba, pues que la hacienda nos lleva y solo nos paga en humo. Ya es casa de esgrimidor la nuestra. Una pobre cama te dejó la voraz llama, que cuando fuera mejor, no importara; un arcabuz, una espada y un broquel, una imagen de papel, dos monteras y una cruz, un cuchillo, dulce en filos, de monte... ÍÑIGO: No seas molesto. GALLARDO: ... y el vestido que traes puesto; Que en los huesos de sus hilos muestra que en tales sucesos la pobreza con quien topa, por no perdonar a ropa, la desentierra los huesos. ÍÑIGO: El cielo lo quiere ansí. ¿Qué he de hacer? Dábame pena ver a mi hermana Sirena tan pobre y triste por mí; y tanto más lo sentía, cuanto con su discreción me ha puesto en obligación; mas es hermana al fin mía. Laura, viendo lo que pasa, como su amistad estima, de sus males se lastima, y la ha llevado a su casa. GALLARDO: No ha sido ésa poca suerte. ÍÑIGO: Por notable la tuviera, como Rugero no fuera su hermano, y contrario fuerte de Matilde. GALLARDO: ¡Bien por Dios! Cada loco con su tema. La hacienda el fuego nos quema, dejándonos a los dos, por su ocasión, de la agalla. ¿Y en eso das todavía? ÍÑIGO: Crece mi amor de día en día. Ya, Gallardo, sin amalla no podré vivir. GALLARDO: ¡Qué bueno para el tiempo! ÍÑIGO: Una mujer que se acostumbró a comer desde pequeña veneno, con cualquier otro sustento sentía daño y pesadumbre. Quiero ya bien por costumbre, y mátame otro sustento. GALLARDO: Que ya eres dichoso digo; pues cuando, a mi parecer, no esperábamos comer, traes la despensa contigo. ¡Pobre de aquél que sin llamas no gasta esa provisión! Trocara yo a un bodegón toda una flota de damas. ¡Que sea tan estreñida la tuya, señor, que agora, viendo que te es deudora por dos veces de la vida, y que amando hasta lo sumo, el fuego, y tu amor que abrasa mas que él, abrasó tu casa, pagando, cual duende, en humo, ya no te haya socorrido! ÍÑIGO: Esta mañana partió a la corte; ayer quemó mí hacienda el fuego atrevido; aun no es tarde. GALLARDO: ¡Buena flema! ¿Pues había de aguardar Matilde más que a llegar, talando tu casa se quema, a la suya, para hacer muestras su agradecimiento de quién es? ÍÑIGO: De oír me afrento tu interés. GALLARDO: ¡Al fin mujer! ¡Un tigre que en ellas fíe! ÍÑIGO: Déjate: de eso, por Dios. GALLARDO: ¿Qué hemos de comer los dos, cuando nada nos envié, pues no hay lienzos que vender, ni vajilla que empeñar? Si no damos en quitar tapas, ¿qué habemos de hacer? ÍÑIGO: Pobre estoy. Sola una traza mi necesidad previene, mientras otro tiempo viene. GALLARDO: ¿Y cuál es? ÍÑIGO: Salir yo a caza, de que este monte está lleno. GALLARDO: Sin pan, ¿qué has de hacer con ella? ÍÑIGO: Tú puedes ir a vendella a Nápoles. GALLARDO: ¡Par Dios, bueno! ÍÑIGO: Diestro soy en la escopeta. Aquí hay muchas codornices y conejos. GALLARDO: ¡Qué bien dices! Mejor trazas que un poeta. Como con eso socorras nuestra hambre, pierde cuidado. Mas yo en mi vida he andado síno es a caza de zorras. ÍÑIGO: Sólo que lo vendas quiero. GALLARDO: ¡Ay Dios! ¿Quién hubiera sido mes y medio en Mollorido pupilo de su ventero! Mas no comerán sin pebre lo que cazare tu mano. Cázame tú un escribano, venderé el gato por liebre. ÍÑIGO: Yo en sátiras no te ensayo, sino sólo en cazador. GALLARDO: ¿Y he de venderla, señor, en figura de lacayo? ¡Que afrento mi profesión! ÍÑIGO: Allí queda otra montera. ¿No tienes capa? GALLARDO: Aguadera, que es mi manta y mi colchon. Págueselo Dios al fuego, que sólo la chamuscó. ÍÑIGO: ¿Qué te falta? GALLARDO: Tener yo por amo un clérigo, o ciego, para quedar gradüado por Lazarillo de Tormes. ÍÑIGO: Son mis desgracias enormes. GALLARDO: Y yo soy tu acompañado. Cumplido vengo hoy a ver lo que mi madre decía. ÍÑIGO: ¿Y fue? GALLARDO: Que ganar tenía por la pluma de comer. Yo que en dos años o tres solo a firmar aprendí, de sus dichos me reí, siendo lacayo cual ves; pero ya conozco en suma, si llevo caza a vender, que he de ganar de comer, sin escribir, por la pluma. Mas, pues ansí te dispones, que en fin es noble ejercicio, también tengo yo mi oficio ÍÑIGO: ¿Y cuál es? GALLARDO: Hacer botones; que los lacayos que dan en curiosos, cuando tardan los amos, siempre que aguardan centinelas de un zaguán, o calzas de aguja tejen, o ya botoneros son. Hormillas tengo y punzón. Como seda me aparejen, mientras cazando te pierdas, te ayudaré con labrallos; o descolando caballos, haré botones de cerdas, con que mejor te sustentes. ÍÑIGO: No hay español que sea ingrato. GALLARDO: Otro oficio mas barato sé. ÍÑIGO: ¿Y es? GALLARDO: Hacer mondadientes. ¡Y acá no son menester, bendito Dios! Un corito respondió, "No tan bendito, llevándolos a vender." Tú cazando codornices, yo palillos pregonando y a la corte abotonando, podrémos pasar... ÍÑIGO: Bien dices. GALLARDO: ...porque esperar en tu dama son esperanzas judías, y ella su tardón Mesías, pues no escucha a quien la llama.
Sale MATILDE, de pregrina, y habla sin ver a los dos
MATILDE: Aborrecida pobreza, tan poderosa os mostráis, que con no ser Dios, mudáis la misma naturaleza; que sois madre del olvido pruebo en mis desdichas hoy, pues despué que pobre estoy, ninguno me ha conocido. Ejemplos cl mundo ve en mí de aquesta verdad: ayer con prosperidad, hoy peregrina y a pie. Y pues ninguno me ampara, no me conocen sin duda; que en fin la pobreza muda, como los años, la cara. ¡Ah, príncipe de Taranto! Bien pude yo adivinar en lo que había de parar tan poco hacer y hablar tanto; pues que pintó, en vuestra mengua, y en prueba de esta verdad, al amor la antigüedad con manos, pero sin lengua. Callando, hizo cuanto pudo el noble español por mí, que amó firme, y mostró en sí que no hay amor como el mudo. ÍÑIGO: Gallardo, espera por Dios. ¿No es Matilde la que vemos? GALLARDO: Desde anteyer no comemos, y ansí pienso que los dos, de puro desvanecidos, vemos lo que imaginamos. En un pensamiento estamos solamente en los vestidos diversa el viento la pinta. ÍÑIGO: Ella es, no hay que decir. GALLARDO: Pues ¿a qué había de venir de tal suerte a nuestra quinta? ÍÑIGO: ¿Qué sé yo? ¡Matilde hermosa! MATILDE: ¡Oh generoso español! ÍÑIGO: ¿Cómo peregrino el sol? GALLARDO: ¡Ella es, por Dios! ¿Hay tal cosa? ÍÑIGO: Declarad presto, señora, la causa de ese disfraz. MATILDE: El rey perturba mi paz; traidores me hacen traidora. Del reino voy desterrada, de mi estado desposeída, de amigos aborrecida, de Próspero despreciada, y si más deciros quiero, no podré. ÍÑIGO: ¡Válgame Dios! ¡Desterrarla y pobre vos! ¿Anda por aquí Rugero? MATILDE: Él es quien al rey engaña, y mis firmas contrahaciendo, le persuade que le ofendo, y en mi patria me hace extraña. Como trabajos no sé, hasta agora lo que son, el quitarme la opinión y el venir, cual veis, a pie, me tienen tal, que imagino que mi vida será corta. ÍÑIGO: Por lo que a la mía importa, no quiera el cielo divino dar a traidores venganza. Pues ¿a dónde vais ansí? MATILDE: ¿Dónde irá quien no va en sí sin socorro ni esperanza? El duque de Milán es mi primo, y en su favor pudiera hallar mi rigor alivio, y honra después; pero sola y de esta suerte, ¿cómo podré caminar hasta Milán, sin llegar primero que yo mi muerte? ÍÑIGO: Avisémosle primero. MATILDE: ¿Cómo, si sólo me ha dado de término el rey airado nueve días? ÍÑIGO: ¡Caso fiero! Ahora bien, señora mía, para los trabajos son el valor y el corazón. Aquí os quedad este día; que aunque se cifra mi hacienda en este pobre solar, a la corle iré a buscar algun noble a quien lo venda. Con lo que por él hallare, compraré cabalgadura, en que caminéis segura; y por si alguno intentare en el camino agraviaros, que quien del estado os priva tampoco os querrá ver viva aquí, podré acompañaros; que, pues vivo solo en vos, fuerza es, contra el que os ofenda, que en vuestra vida defienda, princesa, la de los dos. MATILDE: En bronces del tiempo labras la fama y valor que cobras. INIG0: Vamos, señora, a las obras, y dejemos las palabras. MATILDE: (Si ansí Próspero lo hiciera, Aparte su nobleza no afrentara.)
Don ÍÑIGO habla aparte a GALLARDO
ÍÑIGO: Gallardo, mi amor ampara, que solo en tu industria espera. ¿tienes algo que vender, con que a Matilde regale? GALLARDO: La almohaza, que un real vale y no la hemos menester; el estiércol, que a la puerta de nuestra caballeriza llega, y para la hortaliza de aquesta vecina huerta, su dueño nos comprará; un jarro y dos urinales; que todo valdrá tres reales. ÍÑIGO: Necio estás; acaba ya. GALLARDO: Pues si no nos quedó nada, si no es la caballeriza, ¿qué he de vender? La ceniza, de nuestra quinta abrasada lavanderas comprarán para colada y lejías. ÍÑIGO: ¡Qué extraño humor siempre crías!
Quítase el gabán
Toma, vende este gabán. GALLARDO: ¿Y en cuánto? ÍÑIGO: En lo que pudieres. GALLARDO: ¡Bravo San Martín de amor! ¡¿Ya das la capa, señor? ÍÑIGO: Desnudo anda Amor. ¿Qué quieres? GALLARDO: Si por Dios hubieras hecho lo que por esta mujer, sin dormir y sin comer, pobre, afligido y deshecho, ¿qué san Onofrc o san Bruno se atreviera a aventajarte? Bien puede canonizarte Amor. ÍÑIGO: No sea, importuno. Véndele, y algún regalo trae, que cene la princesa. GALLARDO: ¿Sin manteles, silla y mesa? Mas al hambre no hay pan malo. Ahora bien, dos gruesas tengo de botones, y también trescientos palillos. ÍÑIGO: Bien. GALLARDO: Entretenla miéntras vengo; que si topo buena venta, no faltará qué cenar. ÍÑIGO: ¿Con qué te podré pagar? GALLARDO: Después harémos la cuenta, si de estado y vida mudas, pues no siempre ansí has de verte. El gabán vuelve á ponerte.
Vístese el gabán don ÍÑIGO
Toma, arrópate, que sudas; y si Amor la ocasión goza, asegura aquesta dita. Mientras que vuelvo, desquita lo que te debe esta moza. ÍÑIGO: ¡Vive el cielo, descortés, que estoy... GALLARDO: Ea, ¿ya empezamos? Dame la muerte, y veamos cómo cenaréis después.
Vase GALLARDO
ÍÑIGO: No ha mucho tiempo, señora, que otra vez os hospedé; y, aunque pobre, no podré lo que entónces hice, agora. Una fortuna corremos los dos, y en esto al Amor soy solamente deudor, que en algo nos parecemos. De vuestro estado y sosiego el rey severo os ha echado; mi hacienda el fuego ha quemado casi es uno el rey y el fuego. Perdonad, señora mía, mi pobreza y cortedad, que con mas felicidad nos verémos algún día, y el amor con que os me ofrezco estimad. MATILDE: Por no pagar con palabras, con callar esta merced encarezco. Ejecutad obras cuando mude mis desdichas Dios; que quiero aprender de vos, don Íñigo, a obrar callando.
Vanse los dos. Salen LAURA y SIRENA
LAURA: Demás de lo que intereso, en que vos mi casa honréis, y la amistad que profeso viéndoos en ella aumentéis, para cosas de mas peso, me huelgo, Sirena mía, de que en vuestra compañía podamos tratar las dos cosas, que de sola vos el amor que os tengo fía. SIRENA: De esa manera os seré, Laura, en dos cosas deudora; una en que con vos esté, y otra en que honréis desde agora el crédito de mi fe. Socorréis mi adversidad, fiáisos de mi amistad, y contra mi suerte escasa me hospedáis en vuestra casa. Mucho os debo. LAURA: Eso dejad, que me afrentáis, por mi vida. ¿Qué tengo yo que no sea vuestro, Sirena querida? Mi amor en las dos desea que no haya cosa partida. Según esto, no gastemos el tiempo en vanos extremos; que la amistad y el amor, cuanto mas llano es mejor, y ansí la nuestra ofendemos. ¿Cómo quedó vuestro hermano? SIRENA: Eso imaginadlo vos. Quejándose al viento en vano de que nos trate a los dos tan mal el fuego inhumano, pobre, triste, y más amante que nunca. LAURA: ¡Extraña fineza! De ver amor tan constante, la misma naturaleza, porque su valor quebrante, parece que le persigue, y de industria le empobrece. SIRENA: No hay desgracia que le obligue, porque en los trabajos crece el amor que al noble sigue. LAURA: ¡Venturosa yo, si hallara un hombre que ansí quisiera, y desdeñado obligara! SIRENA: Ser esposo vuestro espera Próspero, y el rey le ampara, que es cortés y caballero. LAURA: ¡Ay amiga! No me nombres amante tan palabrero si ansí son todos los hombres, Sirena, a ninguno quiero. El galán que es hablador, ser papagayo de amor, y no firme amate intente, pues habla lo que no siente, con tanta pluma y color. Una urraca puede ser con propiedad su mujer, porque hablar con él presuma. Toda ave de mucha pluma tiene poco que comer. Un cisne en la consonancia música y plumas, alegra; más, es de poca importancia, pues su carne dura y negra ni es de gusto, ni sustancia. Don Íñigo, sí, que es todo quinta esencia del amor; más a amarle me acomodo. SIRENA: De tu parte ese favor le agradezco. LAURA: Esto es de modo, que a no ver que ausente está Matilde, no descubriera la pena que amor me da. SIRENA: La ausencia, que es novelera, su firmeza mudará; y el no verse agradecido ha de hacer en tu favor; que engendra, en quien ha sufrido la ingratitud, desamor, y la ausencia causa olvido. LAURA: Quiera Dios que hagan en él milagros estos efetos; pues si estima mi amor fiel, los más ilustres sujetos menospreciaré por él. SIRENA: Como declararle intentes esa voluntad por mí, no hay duda de que violentes la de Matilde. LAURA: Hazlo ansí.
Sale GALLARDO pregonando
GALLARDO: ¡Palillos y mondadientes! LAURA: ¿Qué es esto? GALLARDO: (¿El primer encuentro Aparte es Laura? Llámole azar.) LAURA: ¿Hasta aquí os habéis de entrar? GALLARDO: Yo donde hallo abierto me entro; pero ¿hay más que nos salgamos? SIRENA: ¡Gallardo! GALLARDO: Señora mía, ¿Aquí estás, y no te veía? Pero tan flacos andamos tu hermano y yo de cabeza desde la desgracia acá, que un buey no verémos ya. ¡Mal haya tanta pobreza! LAURA: ¿Quién es éste? SIRENA: De mi hermano un crïado, extraño humor. LAURA: Pues ¿dónde vais? GALLARDO: Mi señor, que aunque pobre, es cortesano... (¿Qué diré para encubrir Aparte que me ha enviado a vender palillos para comer? Ya se me olvida el mentir. No soy yo quien ser solía.) Digo, pues, que mi señor, que aunque pobre, tiene amor... LAURA: (¡Si fuese yo a quien le envía!) Aparte GALLARDO: Como con él se sustenta, palillos no ha menester; y ansí por agradecer el mucho regalo y cuenta que a Sirena hacéis, se atreve y os envía estos regalos, que es como daros de palos; mas nadie, señora debe de dar más de lo que tiene. SIRENA: Necio, ¿estás fuera de ti? ¿Mi hermano afrentas ansí?
Habla GALLARDO aparte a SIRENA
GALLARDO: ¿Pues qué? ¿he de decir que viene Gallardo por la ciudad mondadientes a vender, para darle de comer? Pues si lo digo, es verdad. SIRENA: Éste no está en su jüicio. GALLARDO: Porque no ande por el mundo, cual yo, mi amo vagamundo, hemos aprendido oficio. SIRENA: Anda, loco. GALLARDO: Pues, ¿de qué nos hemos se sustentar? Mi amo vive de amar; pero yo ¿qué comeré, si no gasto esa hortaliza? Todo el fuego lo asoló, y antes con antes llegó el miércoles de ceniza. A vender vengo botones si algunos son menester en casa, yo los sé hacer; y no siendo camaleones, aunque le pese a la llama, he de buscar provisión; que aun para ser cama-león, me quemó el fuego la cama. LAURA: ¡Válgame el cielo! ¡Que a tanto la necesidad obligue a un caballero! GALLARDO: Nos sigue la pobreza, que es espanto. LAURA: Ahora bien, los mondadientes que traéis, quiero compraros. GALLARDO: Con ellos podéis limpiaros, quo allá son impertinentes. ¡Ved qué lisos y amarillos! Que como sin casa estamos con palillos procuramos hacer casas de palillos. LAURA: Dadle, amigo. esta cadena; mas no le digáis que es mía.
Toma LAURA los palillos y da a GALLARDO una cadena
GALLARDO: Con otra tal cada día, me volviera yo alma en pena. LAURA: Cuando se la deis, decilde que a hallar voluntad en él, no fuera Laura crüel, si fue diamante Matilde. Dadme también los botones. GALLARDO: Si amor os quita el sosiego, botones serán de fuego. LAURA: Tomad vos estos doblones. GALLARDO: ¿Qué mármol no ablandarás? A no doblonarme ansí, doblar pudieran por mí. Doblado mereces más que la princesa doblada que al rey hizo trato doble; mas larga eres que ella al doble y adiós, que hay cena doblada.
Vase GALLARDO
SIRENA: ¿Con qué, agradecer podré tu noble y liberal pecho? LAURA: Sirena, el Amor lo ha hecho. Ámole, y no sé por qué, pues ni voluntad le debo, ni amor jamás apetece el amante que empobrece. SIRENA: Que es oro en quilates pruebo, pues tanto más es de ley, cuanto menos liga tiene. Pero escucha, que el rey viene. LAURA: ¡Jesús! ¡En mi casa el rey!
Sale el REY
REY: No será la vez primera ésta que un rey haya entrado en casa de su privado, y más, Laura, cuando espera tan bello recibimiento como el que vuestra hermosura me hace. LAURA: Tanta ventura no cabe en mi atrevimiento tan corto, ni estas paredes merecen tanto favor; mas vuestra alteza, señor, siempre entra haciendo mercedes. Dame tus pies. REY: Esta dama, ¿quién es? LAURA: Una amiga mía. REY: El sol siempre lo es del día. ¿Quién es, y cómo se llama? LAURA: De don Íñigo es hermana de Avalos, el blasón de la española nación. REY: Y la lealtad castellana. LAURA: Sirena, señor, se llama. REY: Muy bien el nombre conforma, Laura, con su bella forma. SIRENA: Tus pies beso. REY: ¡Hermosa dama! Ruy López de Ávalos fue de mi padre gran privado, y don Íñigo es soldado de valor, prudencia y fe. Pobre me dicen que está, porque el fuego y el amor han probado su valor.
De cuando en cuando mira el REY a SIRENA
LAURA: Muestras del que tiene da en los nobles sufrimientos con que lleva esta desgracia. REY: Y Sirena tiene gracia de arrebatar pensamientos. Yo, Laura, he venido a veros y de camino a emplearos en quien vive de adoraros y busca reyes terceros. Suplícame el de Taranto que suyo agora lo sea; y por lo bien que se emplea tal belleza en valor tanto, el parabién de princesa pienso que os podemos dar. Determínole envïar por general de esta empresa contra el conde y he creído primero obligar su amor porque siempre es vencedor quien ama favorecido. LAURA: (¿Qué es esto, esperanza vana? Aparte ¿Quién vuestro amor desordena?) REY: En fin, ¿que vos sois Sirena, y de don Íñigo hermana? SIRENA: Soy vuestra esclava. REY: Enterrada en esta ciudad está otra Sirena que da nombre y fama celebrada a nuestra Nápoles bella. De Parténope tomó principio, que aquí murió; mas vos, más hermosa que ella, su fama podéis borrar. SIRENA: Bésoos los pies. REY: Más se honrara si Sirena se llamara como vos. ¿Podréle dar a Próspero el parabién, Laura? LAURA: Gran señor, primero Lo trataré con Rugero. REY: Cuerda sois. Advertís bien; mas él ha comprometido en mí su gusto. LAURA: (¡Qué extraña Aparte confusión!) REY: Sirena, España su Hermosura ha reducido en vos. ¡Dichoso el amante que de vuestros pensamientos es dueño! Merecimientos tendrá muchos. ¿Es constante? ¿Es galán? ¿Tiene nobleza? SIRENA: Hasta agora, gran señor, ignoro lo que es amor. REY: ¿Por qué causa? SIRENA: La pobreza divierte el fuego amoroso que en sólo el vicio consiste, y amor de ordinario asiste en el próspero y ocioso. REY: ¡Ah, sí! Ya no me acordaba de Próspero. Divertido, Sirena, me habéis tenido. SIRENA: Mucho honráis a vuestra esclava. REY: Dadme, Laura, la respuesta que de mi intercesión fío. LAURA: Siendo vuestro gusto el mío...
Mirando a SIRENA
REY: (¿Hay belleza más honesta?) Aparte LAURA: Por fuerza he de obedcer lo que vos, señor, gustáis... REY: En fin, Sirena, ¿no amáis? LAURA: ...pero no habéis de querer... REY: ¿Por qué no he de querer yo? ¿No tienen amor los reyes? ¿No los oprimen sus leyes? LAURA: Señor, no hablo de eso. REY: ¿No? Pues proseguid adelante. (¿Hay mas hermosa mujer?) Aparte LAURA: No habéis, señor, se querer, si siendo rey sois amante, usar de la autoridad, dando al príncipe favor en ofensa de mi amor, suprema. REY: Decís verdad. LAURA: El príncipe de Taranto merece por su nobleza... REY: (¡Sin amor y con belleza. Aparte Sirena! ¡De vos me espanto.) LAURA: ...otro más alto sujeto que yo; pero amor sin ley...
Mirando a SIRENA
REY: ¿No es alto sujeto un rey? Pues si yo amaros prometo... LAURA: ¡Vos, señor, amarme a mí! REY: Yo a vos no, Laura. Creía que a Sirena respondía. LAURA: (¿Qué es esto, cielos?) Aparte REY: Decí. LAURA: (Bien quiere el rey a Sirena.) Aparte REY: Proseguid, que atento estoy. LAURA: Digo pues, que el sí que doy a vuestra alteza, es con pena de darle sin libertad, porque de mi pensamiento, perdone mi atrevimiento, señor, vuestra majestad, es dueño solo el hermano de Sirena. REY: ¿Cómo es eso? LAURA: A don Íñigo, os confieso que por noble y cortesano, con honesto fin se ordena, señor, mi amor declarado. REY: Don Íñigo es gran soldado, y hermano, en fin, de Sirena. ¿Qué importa que no consiga Próspero su pensamiento? Yo las almas no violento; sólo el Amor las obliga. Después, Laura, que entré aquí, sé la fuerza con que abrasa Amor, y lo que en vos pasa, puedo yo sacar por mí. Para la guerra que aguardo, don Íñigo es conveniente, que hará un general valiente, sabio, animoso y gallardo. No tengo satisfacción que a Próspero tanto obligue, ni del conde sé si signe en secreto la opinión. Propondrélo a mi consejo, y haréte luego elegir, y porque este cargo ha de ir Laura, a vuestra boda anejo si Próspero os es odioso y al español guardáis fe, a un tiempo lo llamaré yo general, vos esposo. Entre tanto vos, Sirena, decid a la que me abrasa, que por entrar en su casa. un rey no merece pena. Y si ignoráis a quien deis la embajada con que os dejo, decídselo a vuestro espejo, que en él mi dama veréis.
Vase el REY
LAURA: ¿Qué es esto , Sirena mía? SIRENA: Palabras, Laura, serán de un rey mancebo y galán, dichas más por cortesía, que porque amorosas llamas tan presto pena le den. LAURA: No, amiga, él te quiere bien. SIRENA: Anda, que siempre a las damas hablan los reyes así, cuando son mozos. LAURA: No sé. En tus ojos le miré suspenso y fuera de sí. Plegue a Dios que tu hermosura te dé lo que yo deseo; que en ella cifrada veo mi esperanza y tu ventura. SIRENA: Si que me corra pretendes, dime, Laura, de eso más. LAURA: En buen punto, amiga, estás. Ganarás, si el juego entiendes. Buena parte le ha cabido a tu hermano de esta empresa como olvide a la princesa, y quiera a quien le ha querido. El cargo de general tengo en dote que ofrecerle. SIRENA: Tu esposo estimo en más verle que con la corona real. LAURA: Sospecho que ha de llamarle el rey. Porque a su presencia pueda ir con la decencia que es justo, quiero enviarle caballos, joyas y galas. SIRENA: Tu nobleza satisfaces; mas por ti misma lo haces, pues a tu valor le igualas. LAURA: En fin, tu amor no perdona los reyes, Sirena bella, pues a tus piés atropella de Nápoles la corona. SIRENA: Déjalo ya. LAURA: Ya lo dejo; mas pues se fue enamorado, anda y llévale el recado que el rey te mandó a tu espejo.
Vanse las dos. Salen don ÍÑIGO y GALLARDO
ÍÑIGO: Pues, Gallardo, ¿qué tenemos? ¿Traes algo? GALLARDO: Haz cuenta que nada. ÍÑIGO: ¿No vendiste los botones? GALLARDO: La corte esta abotonada sin haber ojal vacío no hay tienda, calle, ni plaza libre de mi diligencia; pero no dan una blanca por botones ni palillos. ÍÑIGO: ¡Que a esto lleguen mis desgracias! ¿Qué hemos de dar a Matilde? GALLARDO: Botones en ensalada, pues dos docenas hay verdes; otra docena guisada, creerá que son arverjones; una cazuela atestada de botones y de hormillas, dirémosle que son habas; botones por aceitunas, que si traen de suela el alma, vendrán a ser zapateras, en lugar de sevillanas; y por postres mondadientes, que hartos hay, al cielo gracias, y habrá en Nápoles hidalgos, a fuer de Guadalajara. ÍÑIGO: ¡Buena cena! GALLARDO: ¡Y cómo bena! ¿No hubo señor en España, que a su zapatero hizo darle sus botas guisadas? Pues de botas a botones, ¿Qué va? ÍÑIGO: Si el gabán llevaras... GALLARDO: Antes que llegara allá, los gabanes no se usaran. ÍÑIGO: Si quieres que me dé muerte, di mas disparates. GALLARDO: Mata el hambre, y harás mejor. Llamóme una cortesana con media vara de boca, y al fin para abotonarla, una gruesa me compró; mas como era tan ancha no han de bastar veinte gruesas. Dióme seis reales en plata, di con ellos y conmigo en una hostería... ÍÑIGO: Acaba de decirlo, pues. GALLARDO: Compré morcillas negras y blancas, en buen romance, mondongo. ÍÑIGO: Anda, vete enhoramala. GALLARDO: Para ti y para Matilde, con su caldo y con su panza, un pan, rábanos y queso. ÍÑIGO: ¡Vive Dios! Si no mirara que eres un loco bufon... GALLARDO: ¿Qué querias que comprara? ÍÑIGO: Un ave. GALLARDO: El Ave María, [puedes dar, si quieres, que hartas tiene tu rosario ya,] porque esotras valen caras. ÍÑIGO: ¿Quién hace caso de ti? GALLARDO: Vuelve acá, la burla basta. Un pavo traigo manido, con más pechugas que un ama, dos gallinas, tres conejos, de vitela una empanada, ostiones en escabeche, una bota calabriada de Chipre y de Malvasía, medio tinta y medio blanca, diacitrón y confitura hay para postre, dos cajas. ÍÑIGO: ¿De veras? GALLARDO: Y tan de veras, que una bestia está cargada a la puerta de la quinta. Vuelve la vista, y verásla. ÍÑIGO: Ya la veo, y ya te doy, Gallardo, brazos y gracias. GALLARDO: Dime, amores, por tu vida, ¿sacarás luego la daga? ¿Tendrémos cuerpo presente o enviarásme enhoramala, cuando soy mantenedor, mejor que tú, de tu casa? ÍÑIGO: ¿Quién te socorrió tan presto? GALLARDO: Si te dijera que Laura, la que a mi señora hospeda, y de Rugero es hermana, ¿qué dijeras? ÍÑIGO: Anda, necio. GALLARDO: Si en fe que te adora y ama, mondadientes y botones en doblones me trocara, y haciendo tu amor la costa. socorriera nuestras faltas, yel alma misma te diera porque a Matilde olvidaras. ¿Qué hicieras? Digo otra vez. ÍÑIGO: A ser verdad lo que hablas, te abrasara a ti y a ella. GALLARDO: Y después, ¿con qué cenaras ÍÑIGO: Acabemos ya, Gallardo, que son burlas muy pesadas las tuyas para este tiempo. Si lo que traes dio Laura, vete con ello, y no vuelva a verme jamás la cara; que no socorre cortés quien interesable agravia. ¡Yo olvidar a la princesa! No ha pintado la mudanza al temple en mí su hermosura sino en bronces y medallas. No quiero ya tus regalos. GALLARDO: Pan perdido, vuelve a casa, que todo esto es chilindrina. Sirena es quien te regala. ÍÑIGO: ¿Vióte Laura? GALLARDO: Ni por pienso. ÍÑIGO: ¿Pues cómo hablaste a mi hermana? GALLARDO: Cuando pasé por la calle, me llamó de la ventana, y dándome seis doblones, de tus penas lastimada, dijo que a poder con ello. te diera también el alma. ÍÑIGO: ¿Sabe que está aquí Matilde? GALLABDO: Yo en eso no hablé palabra; y si es que ella lo sospecha, es tan cuerda que lo calla. ¿Qué es de nuestra peregrina? INIG0: Por llorar después, descansa. GALLARDO: ¿Y adónde! ÍÑIGO: ¿Tengo yo mas que una mal compuesta sala? GALLARDO: Y una cama sola en ella, aunque no rica, aseada. Págueselo Dios al fuego, que nos la dejó de gracia. ¿Dónde piensas dormir tú? ÍÑIGO: ¿Ha de faltar una tabla? GALLARDO: Recoleto eres de Amor; los zuecos solo te faltan. Voy a dar traza en la cena; y a fe que no fuera mala, si se la diera cocida; cenárala en casa asada.
Vase GALLARDO. Salen RUGERO y TEODORO y hablan los dos sin reparar en don ÍÑIGO
RUGERO: ¿Si le hallarémos aquí? TEODORO: No sale sino es a caza; que dicen que se sustenta con ella. RUGERO: ¡Qué hermosa casa aquí mi envidia abrasó! TEODORO: Y de qué sirvió abrasarla, no saliendo con tu intento? RUGERO: Sacó, en brazos, de las llamas a Matilde el español, siendo Eneas de su dama, y acreditó su nobleza en el fuego y en el agua. Pero, Teodoro, ¿no es éste? TEODORO: El mismo. RUGERO: Si por mi hermana olvida a mi opositora, desde hoy cesan sus desgracias.
Llegando a él
Dadme, don Íñigo, albricias El rey, mi señor, os llama para honrar vuestro valor, y hacer de vos confïanza. Muchos parabienes tengo que darosm y por mi causa todos ellos. ÍÑIGO: ¡Oh Rugero! ¿Qué es, pues, lo que el rey me manda? RUGERO: Quiere haceros general en la guerra que amenaza, y de vuestro esfuero fía su reino, su vida y fama. Pero esto con condición que siendo esposo de Laura, aseguréis las sospechas que vuestro crédito agravian. Ya sabéis que va Matilde de Nápoles desterrada, porque contra su lealtad hallaron no sé qué cartas en que convida al de Anjou con su estado, hacienda y armas para que en Nápoles reine, de quien es apasionada. ÍÑIGO: Bien. RUGERO: Como el rey ha sabido las muestras trasordinarias que a costa de vuestra hacienda lo que la queréis declaran aunque conoce el valor que invencible os acompaña, y que en la ocasión presente si su ejército os encarga ha de salir con victoria, recela que vuestra dama tras sí la lealtad os lleve, del modo que os lleva el alma. Para asegurarse de esto, con Laura, mi hermana, os casa, dándoos título de conde, y en su consejo os aguarda de guerra; y aunque merecen más que esto vuestras hazañas, la merced que os hace el rey, pienso que ha sido a mi instancia. TEODORO: Laura también os espera, no como Matilde, ingrata, sino juzgando por siglos las horas que en veros tarda. Y porque con la decencia que hombre de tanta importancia como vos, ahablar al rey, don Íñigo noble, vaya, en fe del amor que os tiene. Llenando un baúl quedaba de joyas y de vestidos, curiosidades y galas. RUGERO: No me da lugar mi prisa para que aguarde las gracias que queréis darme por esto, por mandarme el rey que parta tras Matilde y que la prenda; que los deudos que en Italia tiene, si la ven ansí, han de procurar vengarla. Id, don Íñigo, a la corte, donde la dicha os aguarda que vuestro valor merece, y adiós.
Vanse RUGERO y TEODORO
ÍÑIGO: Tentaciones vanas, no habéis de ser poderosas para vencer la constancia de mi amor firme en Matilde. Aunque agradecido a Laura --¡Vive Dios!--que aunque pusiera, porque a Matilde olvidara, en mis sienes su corona quien me ofrece su privanza, agora que todo el mundo ingrato la desampara, estimo mas el servirla que ser el mayor monarca.
Sale MATILDE
MATILDE: Don Íñigo, desde aquí, Temerosa [y escondida,] escuché a mis enemigos que el rey don Fernando os llama, que os hace su general, y con Laura hermosa os casa, que os da título se conde, y vuestra fortuna ensalza. No es mucho que lo aceptéis, viéndoos pobre por mi causa, mal pagado vuestro amor, vuestra lealtad mal premiada... ÍÑIGO: Matilde, yo no encarezco lo que os quiero con palabras, que el amor que es verdadero poca retórica gasta. Agora veréis quién soy. ¡Gallardo!
Sale GALLARDO, con mandil y un cucharón
GALLARDO: ¿Hay hambre? ¿Qué mandas? ÍÑIGO: Cierra esas puertas. GALLARDO: Bien dices cenar a puerta cerrada es cordura. ÍÑIGO: Date prisa; y escucha. GALLARDO: Ya eché la tranca. ÍÑIGO: ¿Qué cabalgadura es ésa qe trujiste ahora, cargada cn la cena, de la corte? GALLARDO: Ahí es de un camarada. ÍÑIGO: Ocasión se ofrece agora, en que muestres que me amas GALLARDO: Cenemos, si es que me obligas a hacer alguna jornada. INIG0: Aparéjala.... GALLARDO: ¿Qué intentas? ÍÑIGO: Y aquel repostero saca que nos quedó. GALLARDO: ¿Para qué? ÍÑIGO: Ponle de suerte que vaya la princesa mi senora, en él mas acomodada. Caminando cenaremos; que no ha de cogerme en casa el presente con que inenta Laura vencer mi constancia. Guarde sus cargos el rey, y con ellos merced haga a quien, cual yo, no antepone a su valor su privanza; que vos y yo, mi princesa como nos da ser un alma, corremos una fortuna, y es necio quien nos aparta. Venid, y no repliquéis. MATILDE: ¡Oh blasón y honra de España! GALLARDO: Voy a recoger la cena. Haré alforjas de mi capa, que lleve nuestro rocín en el arzón de tu dama. ÍÑIGO: Ea, pues, démonos prisa. GALLARDO: En fin, ¿hemos de ir a pata? ÍÑIGO: Tiene Amor alas y vuela. GALLARDO: ¡Bueno! Atente tú a sus alas, y depáreme a mí Dios, aquí debajo unas ancas.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Palabras y plumas, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002