ACTO SEGUNDO


 
Salen doña PETRONILA y TOMASA, de hombres
PETRONILA: Por muerta, Vargas, me cuenta. No tengo seso, no estoy en mí. TOMASA: ¿Qué has visto? PETRONILA: Vi hoy otra segunda tormenta mayor que la de Sevilla. TOMASA: ¿Mayor? PETRONILA: Para mis desvelos, porque es tormenta de celos. TOMASA: No se usan en esta villa. Todo lo que no es dinero en la corte, no es amor. PETRONILA: Vargas, de tu buen humor, más penas sacar espero que alivios. Déjame agora. TOMASA: Pues ¿qué has visto? PETRONILA: ¡Ay cielos! Vi lo que dudosa temí, lo que mi desdicha llora. Llevóme el conde consigo a esa huerta, infierno ya, a quien Juan Fernández da nombre y fama. Yo te digo que aunque al principio su vista mis sentidos recreó, porque en ella se cifró Chipre, en que Venus asista, después que hallé entre sus flores un áspid que disfrazado ponzoña a mi pecho ha dado y aumentos a mis temores, Volcanes son sus planteles, incendios sus fuentes son, tormentos su recreación, penas su rosa y claveles. ¡Ay, Vargas! Quien las cultiva es don Hernando Cortés. TOMASA: ¡Jesús! ¿Qué dices? No des crédito a engaños. PETRONILA: Ni viva quien para desdichas nace. Conocile jardinero; que con el traje grosero le manda Amor que disfrace el fuego de mis querellas. ¿Quién creerá--¡ay fieros rigores!-- que llamas cultiven flores y que estén verdes con ellas? Rogóme el conde que fuese con él, y sin declararse, quiso primero informarse, antes que quién es supiese, de la belleza de Laura con quien amante pleitea y si el pincel de su idea en su original restaura la hermosura que usurpó lisonjas a los colores; porque en cohechos pintores siempre el interés mintió. Vióla en el dicho jardín, que entre unos cuadros, abeja, agravia flores que deja y obliga las de un jazmín a que fundamento den a un ramillete que aliña, porque un hilo juntos ciña celos, amor y desdén. Estaba de jardinero mi don Hernando Cortés --mío no, que de Laura es-- y aunque en disfraz tan grosero, le conocieron mis males; que aunque le vi de aquel modo, Amor, espíritu todo, penetra hasta los sayales. Escogíala las flores que su amor le aconsejaba. Las amorosas le daba para obligarla a favores; las azules le escondía por no ocasionar desvelos; y si flores tienen celos, yo, su amante ¿qué tendría? Con doméstica llaneza vi que Laura le trataba, cuando las flores le daba; y Amor, todo sutileza, todo industria, todo enredos, terceras guiso obligarlas ella risueña al tomarlas y él lisonjero en los dedos. Que la debió de cohechar si la adora, ¿qué lo dudo, pues cuando Amor está mudo por los dedos suele hablar? Preguntó el conde quién era --miéntras yo me atormentaba-- la dama que se humanaba de aquel jardín primavera. "La condesa de Valencia del Po," le respondió un paje, "Que en Milán con su linaje pleitea sobre su herencia." No se atrevió a descubrirse, puesto que si a enamorarse, que Amor que sabe arriesgarse es cobarde al resistirse. Juzgó en ella de los cielos un sol que le deslumbró. ¿Qué juzgara, Vargas, yo que la miraba con celos? Volvímonos, él perdido de amor, y yo rematada; él sin alma allá usurpada, yo allá y aquí sin sentido. Hame cobrado amistad de suerte, que no permite que de su lado me quite; ni yo tengo voluntad de perder su compañía, porque siempre amigos son los que de una profesión llama el sabio simpatía. Amamos en un lugar y una misma competencia nos iguala en la experiencia del querer y el envidiar. Impórtame que le asista, pues si Laura, cual sospecho, tiene a mi amante en su pecho y él no la pierde de vista, El conde y yo, que nos vemos parientes en los cuidados, amantes y desdeñados, mejor nos consolaremos. TOMASA: Pues no te aflijas ansí. ¡Cuerpo de tal! Ten valor que sin competencia Amor, él mismo se apaga en sí. Si nunca te vio tu amante, si lo que le amas ignora, y vienes a hallarle agora con desvelo semejante, ensayándose a quererte en ajena voluntad porque le halle tu lealtad diestro, cuando llegue a verte, ¿qué temes? ¿O qué querías? ¿Que ya en Madrid, cortesano su amor, mano sobre mano, gastase ocioso los días? Déle al gusto puerta franca; quiera bien, que eso me alegra; ensaye en la espada negra tretas que logre en la blanca; que pues el conde te cobra voluntad, y aquí ha venido a título de marido de Laura, bástate y sobra que al principio del camino vida a tu esperanza des. ¿No somos tres? Pues los tres serémos tres al mohíno. Calla, y animosa alienta el fin de tu pretensión. PETRONILA: El conde es éste. TOMASA: Chitón, y corra esto por mi cuenta.
Sale el CONDE
CONDE: Don Gómez, yo te he elegido por amigo verdadero, y en fe de serlo, no quiero que tenga el pecho escondido secreto para ocultarte. Ya dije ayer la ocasión de que en esta confusión siga a Amor y olvide a Marte; que mi padre aquí me envía para que pleitos cansados truequen derechos letrados en amor; que es prima mía Laura, y que intente con ella, casándome, asegurar lo que ya dudo alcanzar, por los que vuelven por ella. Mal su justicia asegura quien en sus pleitos ignora que mujer competidora se ampara de su hermosura; porque si en mí verlo quieres, más efeto he visto hacer de su cara el parecer que mil sabios pareceres. Llora, encarece e intima; halla en tribunales gracia; la belleza es eficacia que enamorando lastima; y, en fin, como nacen de ellas, los jueces templan cuidados; que no hay tales abogados como son lágrimas bellas. Laura en la corte amparada, por huérfana socorrida, por hermosa pretendida, por discreta celebrada, casi espera en su favor la sentencia contra mí. Pues ¿para qué vine aquí, don Gómez, si su rigor dos veces me ha de querer mal? ¿Por pobre y por contrario? La soberbia es de ordinario con riqueza en la mujer. Volverme quiero sin verla o, a lo menos, sin hablarla; que en vano pretendo amarla si no espero poseerla. Hacienda en Italia heredo cuando me quiten su estado si no igual a un potentado, a lo menos con que puedo vivir, sin necesitar de parientes caudalosos que, vengando aquí envidiosos, duplicaré mi pesar. Vénte, don Gómez, conmigo a Italia, y verás en ella la provincia que mas bella honra a Europa. Por amigo te tengo; si obligaciones no te empeñan, sal de España. Confiado me acompaña de que en todas ocasiones, como si fueras mi hermano, en fe de nuestra amistad, entrarás en la mitad de mi hacienda. PETRONILA: Fuera en vano satisfacer las mercedes que me obligan tu deudor con palabras, si es mejor el silencio. Desde hoy puedes hacer experiencia en mí de obligaciones de esclavo; pero ni tu intento alabo, ni te has de ausentar de aquí. Prueba tu dicha primero, informa de tu justicia; que ni pasión ni malicia en los jueces considero de esta corte. ¿Qué escarmientos tu derecho han desmayado? TOMASA: Muera, pues pierde su estado con todos sus sacramentos --¡pesia a tal!--vueseñoría. ¿Qué mal nos ha de venir mayor, señor, que salir vencidos a sangre fría? Ame, informe, solicite, y venga lo que viniere. CONDE: Quien mal en Madrid me quiere, que esté en él no me permite. Asiste el marqués Octavio en esta corte, enemigo de mi padre, que en castigo años ha de cierto agravio, mató al suyo, y le quitó los estados que tenía. El marqués, que pretendía vengarse, aunque lo intentó, no pudo, desamparado de amigos y de caudal; y viéndose desigual, de su patria desterrado, en esta corte pretende casar con Laura; y si sabe que aquí estoy, querrá que acabe el hijo de quien le ofende, y a ser su competidor viene agora. No me ha visto jamás; pero si aquí asisto y publicando mi amor a Laura, quién soy declaro, por fuerza he de despertar venganzas que ha de intentar como pudiere. PETRONILA: Eso es claro. CONDE: Pues arriesgarme a perder adonde ganar no puedo no es cordura. Si aquí quedo, por fuerza tengo de ver sentencias que me den penas, celos de competidores, y desdenes vencedores de quien oye norabuenas ya del pretendido estado. Don Gómez, no hay tal remedio como poner tierra en medio. Yo estoy ya determinado. Sígueme, y fía de mí cuanto agora te he ofrecido. PETRONILA: Yo soy tan agradecido.... Vargas, déjanos aquí. TOMASA: Déjote; allá dentro espero.
Vase TOMASA
PETRONILA: Que os he, Conde, de pagar el darme tanto lugar en vuestras cosas, primero que nuestra corte dejéis. CONDE: ¿De qué suerte? PETRONILA: Oidmé agora. Laura, aunque os vea, ¿no ignora quién sois, puesto que aquí estéis? CONDE: Sí, don Gómez; que en Milán desde niña se crïó, y yo en Valencia del Po, cuyo derecho le dan. PETRONILA: Del mesmo modo, ese Octavio, por vuestro padre ofendido, ¿no os conoce? CONDE: En eso he sido venturoso. PETRONILA: Un medio sabio, siendo eso así, os asegura el pleito desesperado que amenaza vuestro estado. Si en manos de la ventura y mías dejáis poneros, no hay aquí que recelar. CONDE: Ya vuelve a resucitar mi esperanza sólo en veros; que no sé qué inclinación oculta me pronostica dichas que me certifica vuestra mucha discreción. Desde que os vi, os quiero bien. PETRONILA: Pues Laura, conde, se emplea en amarme, y no desea sino que en su favor den esta sentencia enfadosa para atropellar amantes en su pleito negociantes y darme mano de esposa. CONDE: ¿Qué decís? PETRONILA: Por orden suya estoy en Madrid cual veis. Como secreto guardéis, yo haré que esto se concluya a vuestra satisfacción. CONDE: ¿Que por orden suya estáis aquí? PETRONILA: ¿Pues eso dudáis? CONDE: De vuestra disposición y talle no es maravilla que Laura esté aficíonada. PETRONILA: Al cabo de su jornada, hizo noche en esa villa, que siendo española Atenas, al Henares nombre da. Cursaba yo en Alcalá, más sus riberas amenas que sus escuelas famosas. Vi, la noche que llegó, un Alba que se apeó entre jazmines y rosas, de una litera, al ocaso del más nombrado mesón. Mi estudiosa profesión le salió cortés al paso. Acompañéla a una sala con otros que de mi edad honraban mi facultad. Iba vestido de gala; supe quién era, a qué iba a la corte; regaléla, y tomando una vihuela, ya mi libertad cautiva, la entretuve hasta cenar. Convidóme, y acepté; que estudiantes, ya se ve que no se hacen de rogar. Despedíme ya bien tarde y ella, toda cortesía, mientras que me agradecía cumplimientos hizo alarde de vislumbres de afición. Madrugué por la mañana, no el alma de todo sana, y, en fin, hasta Torrejón que quiso o no fui con ella en un caballo prestado. Dióme la litera lado y hallé, caminando, en ella agrados sobre que hacer amorosos edificios; que amor empieza en indicios fáciles de conocer. Despedíme allí, y tornéme, echando a la vuelta menos el alma, los ojos llenos de sentimiento. No teme el Amor que es estudiante. Como sin alma quedé, cartapacios arrimé, graduándome de amante. Vine a Madrid, visitéla en la huerta donde vive; y amor, que alegre recibe el huésped que le desvela, me ofreció apacible entrada. Díjela mi calidad, ponderé mi voluntad a servirla dedicada. Mostró severo el semblante, reprendióme rigurosa y alterada--común cosa en todo amor principiante-- fuése fulminando enojos; puesto que aunque se ofendía, lo que la lengua decía, iban negando los ojos. Escribíla de Alcalá; no me quiso responder; volvíla otra vez a ver y más apacible ya, me permitió visitarla como mis atrevimientos no explicasen pensamientos. Prometí de no enojarla y callé; que en la más casta --como es la experiencia juez-- si ha de querer, una vez que amor se lo diga hasta. De Alcalá a Madrid partidas y vueltas daban alientos a amor; que como los cientos, todo es idas y venidas; pero nunca la decía cosa que en mi amor tocase, con que, aunque disimulase, sentí yo que lo sentía; hasta que una vez pedí licencia para partirme a Jaen, por escrirme mi padre esperarme allí mil de renta, y una dama para esposa. ¡Aquí fue Troya! Que amor que el secreto apoya con celos revienta en llama. No pudo disimular. Llenóme de descortés, aleve, ingrato; y después de media hora de llorar, me amenazó, si la mano a otra que Laura no fuese daba, que me apercibiese a que la de algún villano me había de quitar la vida. Con esto, y asegurarla que no más que por probarla, fingí mi falsa partida, quedé en su gracia de suerte que, amado y favorecido, al punto que haya salido en favor suyo la suerte de la sentencia que espera, nos hemos de desposar y por Italia trocar patria y profesión primera. Mándame andar recatado porque ocasiones desmienta de quien, amándola, intenta gozar en dote su estado. Llegué, como suelo, ayer a verla, y mudé posada por temer que en la pasada han alcanzado a saber algo de lo que pretendo. Apeástesos en ella y quiso mi buena estrella que vuestros méritos viendo y la merced que me hacéis, amigo y no opositor, apadriné vuestro amor. Si celos de mí tenéis, perdedlos; que yo os prometo, a fe de hidalgo, de dar trazas que os han de ablandar a Laura, por mi respeto. Y si con ella os desposo, que sí haré --fiáos de mí-- veréis, conde, que hay aquí español tan generoso como el monarca que a Apeles obligó, y más a la Fama, que afirma le dio su dama en premio de sus pinceles. CONDE: Don Gómez, no quiera Dios que os haga yo tal agravio; no goce de Laura Octavio y lográos con ella vos. Vuestra gentileza es digna de su discreta elección. Pagad su justa afición pues la suerte os es benigna. PETRONILA: Conde, o los dos nos partamos a Italia, o si sois mi amigo, callad y haced lo que os digo y pues ya comunicamos las almas, sabed que aquí tengo prenda a quien le debo cierta obligación de nuevo que imposibilita en mí casarme con Laura. CONDE: Elijo lo que me ha de estar tan bien. ¿Que aquí tenéis dama? PETRONILA: En quién por lo menos tengo un hijo. CONDE: ¡Jesus! ¿Tan niño? PETRONILA: Ya están examinados de padres niños, por conocer madres que fruto a los trece dan. Como la vida es tan corta, suple la naturaleza defetos de su flaqueza, y plazas el tiempo acorta. Yo os he de casar en breve con Laura. CONDE: Mucho intentáis. No podréis. PETRONILA: Porque veáis mi ingenio a lo que se atreve, escuchad esto que trazo. A Laura hemos de ir a ver agora, y ha de saber que está el conde Galeazo con ella y que no sois vos, porque Octavio no os ofenda cuando vengarse pretenda. CONDE: Cosas proponéis, por Dios, extrañas. PETRONILA: Soy estudiante. CONDE: ¿Quién ha de hacer a ese conde? PETRONILA: En la posada se esconde. CONDE: ¿Hay don Gómez semejante? PETRONILA: No digáis a la condesa, la vez que a hablarla lleguéis, que de nuestro amor tenéis noticia. CONDE: Advertencia es ésa excusada. PETRONILA: Pues venid, y echad a un lado recelos. CONDE: ¡Ay, don Gómez de los cielos! Dios te me trujo a Madrid.
Vanse. Salen don HERNANDO, de villano, y MANSILLA
MANSILLA: Fui a Málaga a lo soldado, con las galas que me diste, a ver tu madre que, triste, por muerto te había llorado. Pasé por Yepes y Ocaña, dos villas de donde el vino hace perder el camino, bodegas nobes de España. Hice noche en una aldea donde un mesón labrador -que pudiera ser mejor-- me alojó a la chimenea en un escaño del Cid. Sobre cena me pregunta la familia que allí junta estaba, si iba a Madrid. Dije que sí, y que de Italia soldado viejo venía a la corte y pretendía una conduta. La algalia que daba olor al vestido --porque esto se le pegó del ser tuyo-- me abonó, y yo en él desvanecido hazañas cuento sin cuento que escuchaban abobados; porque yo, a fuer de soldados no vivo mientras no miento. Díjeles, entre otras cosas, que saliendo a pecorea a la vista de una aldea --que las de allí son famosas-- entré en una casería, y hallando el horno encendido, porque no fui recibido con amor y cortesía al huésped y a su mujer metí dentro, donde asados, vengaron a mis soldados, y nos dieron de comer; que saliendo al alboroto los vecinos del lugar, cuando me iba a acostar hallé mi eseuadrón que roto a huír echaba, y que yo la cabeza derribé al primero, y ésta fue a dar a otra, y ésta dio en otra, y fue de manera la cabezada española, que sin más golpe ella sola derribó toda una hilera. Creyeron esta aventura, y otras, que es nunca acabar, mas que cuando en el altar las fiestas les echa el cura; porque chanzas de habladores, comedias de tramoyón, ensalmos y coplas, son evangelios labradores. Estaba una villaneja oyendo entre los demás, tan carihermosa que atrás las amarilis se deja. Fuéronse a acostar al cabo los viejos, y entre la loza fregatizando la moza con tal gracia --no la alabo cual merece-- se quedó, que si el sol verla pudiera, para estropajo la diera su dorado moño. Yo, que la vi ensuciando espumas, llego por detrás quedito y el sombrero que me quito la pongo con banda y plumas; y ella entonces, no peñasco pero algo requesón ya, respondiéndome, "Arre allí" en un espejo, ya casco, se fue a mirar al candil y arrimando la sartén, dijo, "A ver si me está bien." El dimuño que es sotil, hizo entónces de las suyas. Si Pedro yo de Urdemalas, y como extranjeras galas en bobas san aleluyas, tanto pudieron con ella, que a los ecos de un "Marido tuyo soy" --hechizo ha sido que encanta toda doncella-- siendo tálamo el escaño, la chimenea madrina, a vista de la cocina, hubimos año, buen año. Dueña, aunque no de su casa la moza, y ya yo su dueño, entró el sol antes que el sueño, y caricuerda Tomasa, --que este apellido la dan-- me conjuró que cumpliese mi promesa y que volviese, en saliendo capitán, por ella; y a fe de hidalgo, que he de hacerla mi mujer, si bien esto no ha de ser mieéntras capitán no salgo. HERNANDO: Sí harás; que si yo, Mansilla, esposo de Laura soy, y dote honrado te doy, tu palabra has de cumplilla. En fin, ¿llegaste a mi casa? MANCILLA: ¡Ah! Sí. Olvidábame ya; pero ¿qué mucho, si está cosquillándome Tomasa? Guardéte el mejor bocado para la postre. Este pliego te traigo, y en él te llego a dar plácemes de grado, puesto que pesares tiene. Siete mil de renta heredas con que consolarte puedas. HERNANDO: ¿Qué dices? Mas Laura viene. Retirate. MANSILLA: ¿Para qué, si te has de partir al punto y la hermana del difunto te adora? HERNANDO: Retiraté. MANSILLA: ¿No sabe que soy tu paje? HERNANDO: Sí; pero maliciarán los que aquí vienen y van si contigo en este traje me ven hablar; y no quiero dar ocasion a malicias. MANSILLA: Pues prevénme las albricias que cuando anochezca espero.
Vase MANSILLA. Don HERNANDO lee la carta
HERNANDO: "Llevó el cielo a vuestro primo Don Jerónimo, con lastimoso sentimiento de cuantos conocieron su agradable y malograda juventud, sucediendo vos en su mayorazgo, por cláusula que excluye a las mujeres y llama al varón más propincuo. Quisiera pagarle el amor que me tuvo y consolar su hermana, haciéndola esposa vuestra. Su hermosura y mi gusto pienso que os dispondrán a lo que os está tan bien. Ella y yo os esperamos; y cuanto más os detuviéredes, más sentiremos la falta suya y vuestra ausencia. El cielo os traiga con bien. Málaga, y abril 14 de 1626 años. --Vuestra madre, doña Ana de Zúñiga."
Sale LAURA, acabando de leer otra carta
LAURA: "El cielo os me deje ver... y os prospere muchos años. Vinaroz y marzo 29 de 1626. --El conde Pompeyo, vuestro tio." ¡Don Hernando! HERNANDO: ¡Laura mía! LAURA: ¿Jardinero y con papeles? HERNANDO: El jardín, filosofía de Amor, en estos planteles me da lición cada día. Letras estas flores son, donde mi asistencia alcanza paciencia en la dilación, en el temor esperanza, y paz en la confusión. Este jardin es mi escuela donde cursando desvela el miedo imaginaciones; sus lazos son mis renglones, y en sus cláusulas revela misterios mi amor. Sus hojas dan materia a mis cuidados, encendidos con las rojas, si moradas, aliviados, si leonadas son congojas. Ya con las verdes espero; con las azules me abraso, con las amarillas muero, casto con las blancas paso y con las pardas me altero. En las clicies me mejoro, con las venus me enamoro, presumo con los narcisos, y hallando en todas avisos, sufro, espero, temo y lloro. LAURA: Voluntad contemplativa a sí misma se hará guerra. Pero ¿cúya es la misiva? HERNANDO: Carta es, Laura, de mi tierra, que quiere Amor que reciba cuando vos del mismo modo leyendo salís, en muestra de que con vos me acomodo; pues siendo, en fin, [maestra,] manda que os imite en todo. Pero en esa, prenda mía, según mostráis alegría repasando sus concetos, os ponderarán discretos al autor que los envía. ¿Mas que su ingenio aplaudís? ¿Mas que a su dueño estimáis? ¿Mas que su amor admitís? ¿Mas que por él me olvidáis? ¿A desdeñarme venís? LAURA: ¿Mas que me habéis agraviado en pedirme adelantado los celos que estoy temiendo? Que no entra en casa riñendo quien no se siente culpado. HERNANDO: Troquémoslas pues. LAURA: En ésta mostrar lo que os amo puedo, pues no ha de tener respuesta.
Truécanlas
HERNANDO: Y en ésta, que aunque heredo por ella, me es tan molesta esa cláusula postrera que a trueco de no cumplilla por no perderos, perdiera la corona de Castilla cuando la del mundo fuera.
HERNANDO lee recio, y LAURA para sí
HERNANDO: "La perezosa tardanza de las galeras de Nápoles, sobrina y señora mía me ha detenido en Valencia dos meses y medio. Ya, gracias a Dios, están en Vinaroz, y yo embarcado en su Almiranta. Llegó en ellas el conde Galeazo Malatesta, primogénito de vuestro opositor, y violento conde de vuestra Valencia del Po. Visitóme, dándome parte de sus deseos, que son reducir a paces amorosas pleitos prolijos. Su presencia, edad, discreción, y cortesia, además de ser vos prima hermana suya, si he de hablar desapasionadamente, le hacen más merecedor de esposo, que de litigante vuestro. Propongo mi parecer; pero subordinado a la discreta elección de vuestra prudencia. El parte a veros con merecidas esperanzas, y yo a mi gobierno. El cielo, sobrina mía, os me deje ver sin pleitos y con sosiego en vuestro estado; que si tomáis mi consejo y es Galeazo vuestro esposo, no tardará mucho, etc. --El conde Pompeyo, vuestro tío." LAURA: De aquí, Hernando, por la cuenta plácemes podré sacar, que envidiosa os llegue a dar de esta esposa y de esta renta. Vuestra madre cuerda os llama; ya os espera vuestra prima; el mayorazgo es de estima, y obligatoria la dama por ser hermana del muerto, madre la casamentera, vos su deudo, y yo extranjera. Aceptaréis el concierto. Gocéisos, señor, mil años. HERNANDO: Para matarme, uno sobra. Poned vos, Laura, por obra consejos, cuando no engaños de Pompeyo vuestro tío, pues ya vuestro primo viene; que quien tal padrino tiene, vencerá el derecho mío. Pleitos que son embarazo de la hacienda y la quietud, atajarlos es virtud; y más, siendo Galeazo, mozo gallardo, leído, ilustre, discreto, amante, vos su sangre, yo ignorante, desdichado y presumido; que quien jardines cultiva donde malogra sudores en yerbas que aunque dan flores, de fruto el tiempo las priva, cuando en estéril tributo pague desvelos de amor, llorará esperanza, flor que nunca llegó a dar fruto. ¡Qué mal el gozo se esconde que el corazón manifiesta!
Sale un CRIADO
CRIADO: Galeazo Malatesta, señora, a quien llama conde la gente que le acompaña entra a hablaros.
Vase el CRIADO
HERNANDO: Caminó con alas que Amor le dio y si vuela, no se engaña. El mismo sería el correo de esa carta precursora. LAURA: Retírate, Herrando, agora; que pues con celos te veo. Yo te confirmo en mi amante; que los comprara te juro por abonarte seguro, temerosa no há un instante. No receles, vuelve a verme; que yo le despediré brevemente. HERNANDO: Pues ¿podré, hermosa Laura, atreverme a ausentarme, si experiencia qengo que ausencia y mujer...? LAURA: De un rato ¿qué hay que temer HERNANDO: Mucho; que, en fin, es ausencia. LAURA: Pues estáte aquí. HERNANDO: Sí haré; que hermosura combatida, a poca distancia olvida y apetece lo que ve.
Salen TOMASA, de conde a lo gracioso, y como criados suyos, el CONDE y PETRONILA
TOMASA: 'Selencia sea bien llegada. Mande cubrirse 'selencia; que ya milencia lo está. Echóme el conde a galeras, mi padre, porque llegase a casarme con la priesa que requiere esa hermosura, porque es muy linda 'selencia. De Génova me sacó la capitana o sargenta... ¿Fue sargenta o capitana? Hola, don Gómez, ¿cuál era? PETRONILA: Sosiéguese vuesiría; que esta turbado. TOMASA: Me prueba la tierra; pero ya caigo. Tengo la memoria tierna. Vine en una galeaza, que sería mi parienta por lo Galeazo, en fin, y pasando el golfo en ella, comimos muy mal bizcocho. Yo le prometo a 'selencia que en esto del bizcochar, son malas monjas galeras. Desembarqué en Vino-arroz. PETRONILA: Vinaroz se llama. TOMASA: Bestia, Vinaroz o Bindarraez, ¿qué importa mudar dos letras? Tomamos postas allí; que fue la invención máas fiera. 'Selencia ¿ha corrido postas?
Hablan aparte el CONDE y doña PETRONILA
CONDE: Don Gómez, ¿mas que nos echa a perder este ignorante? PETRONILA: Dejalde decir simplezas; que todo esto importa al caso. vos veréis lo que aprovecha. LAURA: (¿Qué conde o qué bernardina Aparte es éste? ¡Cielos!) HERNANDO: (Ya alegran Aparte desmayos mis esperanzas, casi con recelos muertas. ¡Discreto competidor nos viene!) TOMASA: Cincuenta leguas en tres dias y a la posta, postillas aposta engendran en las partes posteriores; que unas con otras apuestan a hacer pistos o ser pastas según blandas se me apestan. En fin, ambos acerillos, si no papandujas, brevas, anoche al cantar los gallos, llegaron cual digan dueñas; y yo con la intercesión del buen tío de 'selencia, que se embarcó en mi lugar, y con cartas me encomienda a 'selencia, madrugamos esta tarde; y no viniera en verdad hasta mañana, a no soñar en 'selencia porque ya las dichas postas pienso que anuncian viruelas y están malas hacia abajo con llamarme Malatesta. LAURA: Hiciera vueseñoria una cosa muy discreta en tardarse allá dos años... digo, dos días. (Me pega Aparte el mal de sus necedades, y por necio, le hablo necia. No sé lo que le responda.) TOMASA: Mis baules, que ya llegan, a 'selencia le darán dos celemines de perlas medidas por estas manos. LAURA: La medida es como vuestra, señor conde. TOMASA: Y pienso yo que si se miran y piensan, darán mucho que pensar a pensamientos. LAURA: (¡Qué bestia! Aparte ¡Piensos todo y celemines! Miren con quién me desea casar el conde mi tío! En verdad que salen ciertas las partes de que le abona, discreción, cara y presencia! Debió de ser ironía.) TOMASA: Tráigola más una piedra, para todo mal de hijada. ¡Cosa admirable! 'Selencia ¿es tocada de este achaque?
Hablan aparte el CONDE y doña PETRONILA
CONDE: Don Gómez, vuestra condesa está con razón corrida; y puesto que os mira tierna, señal de lo bien que os quiere, siento mucho el ofenderla. Saquemos de aquí este loco. PETRONILA: Callad, conde, y no os dé pena.
A don HERNANDO
TOMASA: ¿Sois vos el que legumbriza lo crítico de esta huerta? HERNANDO: Yo su jardinero soy. TOMASA: ¿Hay noria? HERNANDO: Sin macho en ella; mas ya no nos hace falta. TOMASA: Pues mirad. Aunque más vueltas deis al rededor vos y él, sabed que tengo experiencia; que es necedad, porque saca agua que para otros riega y él, a escuras y sediento, acaba donde comienza. No seáis macho, no seáis macho. Cogedme unas berengenas que en Italia no se comen, y vengo muerto por ellas. Daréiselas a este paje.
Señalando a doña PETRONILA
Miralde bien, y haced cuenta Que es mi paje, y que mi paje Basta que mi paje sea. LAURA: (Este hombre es loco, señores.) Aparte
Sale MANSILLA
MANSILLA: El marqués Octavio espera que vuexcelencia le dé lugar para entrar a verla. TOMASA: (¡Ah, traidor! Ya te cogí.) Aparte
A MANSILLA
Esperáos; hola. ¿'Selencia tiene este hombre en su servicio? LAURA: A casa acude. TOMASA: Pues venga muchas veces a la mía. Tomad aquesta cadena;
Dásela
que os la doy porque sois cosa de 'selencia la condesa. MANSILLA: Y déme a mí a pies juntillas vuesiría, vuesa alteza, 'celsitud, paternidad, tú, vos, él, o reverencia, el par sin par de esas patas. TOMASA: ¿Llamáisos? MANSILLA: Mansilla. TOMASA: Oveja golosa, y mansa, Mansilla, mama a su madre y la ajena. Algo me oleis a mamón. Idme a ver cuando anochezca; y vos, jardinero hermano, siempre que mi paje os vea, dadle gusto y regaladle, y corra esto por mi cuenta. Y pues la aguardan visitas, quédese con Dios 'selencia qe yo la veré mañana, o esotro, o cuando Dios quiera.
Vanse doña PETRONILA, el CONDE y TOMASA
LAURA: ¿Qué os parece el desposado, Hernando?
Con ironía
HERNANDO: Que en competencia de tal gracia y discreción ya los celos me hacen guerra. LAURA: ¡No me la hicieran a mí más los que de vuestra tierra, con mayorazgos y primas, os sacan de mi obediencia! HERNANDO: El alma sí, mi amor no. Id, que el marqués os espera y, ojalá, condesa mía, que como el conde os parezca!
Vase LAURA
MANSILLA: ¿Conde es éste? HERNANDO: Y condenado. MANSILLA: Dirás a bobuna eterna. HERNANDO: ¿En qué lo echaste de ver? MANSILLA: En que me dio la cadena.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La huerta de Juan Fernández, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002