ACTO TERCERO


Salen doña PETR0NILA, de hombre, y LAURA
PETRONILA: Que os engañais os prometo. LAURA: No me persuadáis a mí contra lo que escuché vi; que es vuestro conde discreto. PETRONILA: Milagros de esa hemosura ¿a quién no han de hacer turbar? LAURA: Ni de mi osaré fïar, don Gómez, esa ventura, ni Amor, que al principio empieza a acreditarse turbado --porque en todo enamorado la repentina belleza reduce a la vista el alma-- después que vuelve advertido a su lugar el sentido que estaba, viéndoos, sin calma, deja cuerdo de enmendar la primera turbación; que Amor, todo discreción, sabe ver y sabe hablar; mas vuestro conde, en desprecio de quien ya le estima en poco, entró a visítame loco y salió, de verme, necio. PETRONILA: Los que en su casa asistimos y con él comunicamos, su discreción admiramos y su donaire aplaudimos. Ni su padre os te enviara, ni Pompeyo intercediera a que vuestro esposo fuera si, como decís, le hallara sin partes para agradaros y amor para pretenderos. Turbóse llegando a veros, ocupóse en contemplaros, y como el alma dirige la lengua, y ésta olvidó su accion vital cuando os vio, ¿qué mucho, si no la rige quien la fía sus concetos; que en ellos hiciese pausa, y mientras duró la causa, le turbasen sus efetos? Él volverá sobre sí la segunda vez que os vea. LAURA: Plegue á Dios que tarde sea! PETRONILA: Algo tenéis vos aquí que os duele más, mi señora, que el conde. LAURA: Examinador, por lo rapaz hablador, ¿quién os mete en eso? PETRONILA: Adora quien sirve, lo que su dueño; y como tiran sus gajes sus gentil hombres y pajes, estoy en el mismo empeño que el señor, que os quiere bien; y en fe que en celos se abrasa, los que estamos en su casa tenemos celos también. Pero, pues os doy enfado, voyme. Adiós. LAURA: Volved acá. PETRONILA: Si el conde en desgracia está con vos, y soy su crïado, participaré desvelos de su vana pretensión. LAURA: Si por participación tenéis voluntad y celos, bien me debéis de querer. PETRONILA: Amor en los semejantes es mal de participantes. ¡Pudiera yo merecer igualaros! LAURA: ¿Hay tal paje? PETRONILA: Tuviera yo calidad digna de vuestra beldad en hacienda y en linaje; que entónces... No digo nada. Adiós, que me vuelvo loco. LAURA: No os vais. Esperáos un poco PETRONILA: Quien de mi señor se enfada, no es razón, siéndole fiel, que en desprecio de los dos, me detenga. LAURA: Trocad vos talle y ingenio con él, y podrá ser que le estiine. PETRONILA: Pues ¿qué le falta a mi dueño? LAURA: Lo que a una imaged de leño.. espíritu que le anime. PETRONILA: Si a vuestro cargo se toma su amor, en él os mudad, y veréis mi voluntad. PETRONILA: Bien se está San Pedro en Roma. LAURA: Pues si vos que le servís, y tan fiel os me mostráis, aun de palabra dudáis el trueco que resistís, ¿por qué me culpáis de ingrata cuando audiencia no le doy, ni le amo, siendo quien soy, y vos quien le asiste y trata? PETRONILA: Ahora bien; dadme licencia de que me transforme en él y represente el papel del dicho conde en su ausencia. Veréis la mucha razón que me obliga a no trocar sujetos que han de aumentar los grados de su pasión. LAURA: Vaya, que gusto de oíros, y el sitio alegre convida a burla con que despida soledades y suspiros. PETRONILA: ¿Ya soy el conde, en efeto? LAURA: Por tal el talle os abona; que aunque en tercera persona, deseo verle discreto.
Como que llega con el sombrero en la mano
PETRONILA: Vaya pues. Pleitos parientes, Por serlo, más peligrosos, Prima y señora, amorosos, a atajar inconvenientes, de Milán me traen a España de mi padre persuadido que Amor, que tercero ha sido de quien con él se acompaña, pudiera facilitarlos a no llegar a impedirlos celos, que antes de admitirlos me ocasionan a llorarlos. Temeros grata al marqués Octavio, mi opositor y el enemigo mayor de mi padre, la causa es de venir disimulado en el traje que me esconde, y que el verdadero conde del fingido sea criado. De mí mismo presumido tan gallardo me fingí que en viéndoos, me prometí ser luego de vos querido, y que vuestra libertad de ninguno conquistada para mí solo guardada me rindiera su beldad. Mas como en Madrid Amor, universal mercader, todo es comprar y vender siendo el gusto corredor; viendo lo que el vuestro precia disfraces, sé, Laura hermosa, que no hay hermosura ociosa ni presunción sin ser necia. No es el amante primero que cuadros y engaños traza quien esperanzas disfraza en sombras de jardinero, pero tampoco serán éstas las primeras flores que a engaños lisonjeadores ocasión y amparo dan... Fácil mostraros pudiera si secretos revelara, dama que os desengañara y a olvidos os persuadiera; que en la casa donde vivo llora cierta doña Inés de un don Hernaudo Cortés traiciones, que os apercibo para que os den escarmientos. Pues en Málaga engañada, cuando adquirida olvidada, a ejecutar juramentos viene de quien, incapaz del bien que el amor encierra, huyó a Italia, y por la guerra trocó promesas de paz. Petronila hay en Sevilla, que de su honor acreedora los mismos engaños llora; puesto que con escribilla que con ella ha de casarse en añadiendo a su hacienda la cruz que espera encomienda, puede ausente consolarse. Hablen cartas; que estas dos
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de Italia a su madre escritas, aunque son quebradas ditas, serán desengaño en vos. Ésta escribió de Madrid,
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recién llegado, leedlas. Si estáis celosa, rompedlas; pero si cuerda, advertid quien sois y en lo que os estima quien, aunque con vos pleitea, no ya por dueño os desea, pero os guarda comer a prima y ha de vengar vuestro agravio, cuando a Valencia del Po me quiten; que pienso yo si sabe el marqués Octavio --que sí sabrá, pues a hablarle voy, puesto que os favorece-- que os ama quien no os merece, que en mi favor he de hallarle. Él hará que la sentencia que esperáis, salga por mí; mas pues a vos os perdí, ¿qué importa pierda a Valencia? Gozad vuestro disfrazado, que siembra afrentas en flores, y haced a un hombre favores con dos mujeres casado; que con volverme a Milán y avisar a vuestro tío vuestro amante desvarío, justas disculpas tendrán desprecios que sólo en vos malograron mi esperanza. Mas vos me daréis venganza. ¡Postas, hola! Prima, adiós.
Quiere irse
LAURA: Espera, escucha. --¿Hay quimeras semejantes? --Primo, conde, don Gómez, oye y responde si éstas son burlas o veras. Tan a lo vivo te enojas, de tal modo persüades que con mentiras verdades si me alegras, me congojas. Secretos me has revelado que si mi primo no fueras nuuca saberlos pudieras. ¿Quién eres, ó quién te ha dado tan larga cuenta de mí? ¿ué deseos hechiceros, entre engaños jardineros, te hicieran curioso ansí? Si desde Milán veniste, ¿cómo a Málaga llegaste? ¿Qué oráculos consultaste que de Sevilla supiste los agravios que imaginas, los celos con que me ofendes, las penas con que me enciendes con Ineses y sobrinas? ¿Quién en la corte tan presto te enseñó esa doña Inés? De don Hernando Cortés ¿quién te ha informado? ¿Qué es esto? ¡Cielos! No puedo negarte ser ésta su firma y letra; pero quien tanto penetra, o se aprovecha del arte ilícita, o mi rigor amante intenta vencer, porque sólo puede hacer tanta diligencia Amor. ¿Eres el conde mi primo? Sí dices, pues estás mudo. Ya me alegra lo que dudo; por tal tu presencia estimo; tu talle me desengaña, tu gentileza me obliga. Basta que el alma lo diga. Quien vino por verme a España, quien averiguó discreto traiciones que, disfrazadas, fueron hasta aquí estimadas y ya aborrecer prometo, digno es de correspondencia igual. Don Hernando, en fin, lo que sembró en el jardín cogerá. Tenga paciencia si cauteloso y astuto le ofenden mis desengaños; que bien es, quien siembra engaños que en desprecios coja el fruto. Sácame ya de estas dudas. Dime si mi primo eres. PETRONILA: Seré lo que tú quisieres si en amor desdenes mudas. Yo soy el conde Galeazo, que en tu vista me deleito. LAURA: Pues, conde, acabóse el pleito. La sentencia es este abrazo.
Abrázale
El don Hernando Cortés murió. No puede igualarte. PETRONILA: Pues hoy ha de visitarte su ofendida doña Inés para que presente veas quien ausente desatina. Y la andaluza sobrina también, si hablarla deseas. Está en la corte. LAURA: ¿Qué dices? PETRONILA: Esta tarde la verás. LAURA: A ti te quiero, y no más. PETRONILA: Penas han sido felices las que he pasada hasta aquí pues ansí lealtades pagas. LAURA: Porque desde hoy satisfagas agravios, haz, prueba en mí de lo mucho que te quiero. PETRONILA: El jardinero nos mira. LAURA: Pues, un rato te retira; que yo le haré al jardinero que no engañe, sencilleces extranjeras. PETRONILA: Voyme pues. LAURA: ¿Volverás? PETRONILA: Con doña Inés. LAURA: ¿Y sin ella? PETRONILA: Muchas veces.
Vase doña PETRONILA. Sale don HERNANDO
HERNANDO: Dilaciones, mi condesa, que esperanzas marchitando... LAURA: ¡Basta, basta, don Hernando! De conoceros me pesa. Estos papeles mirad
Dáselos
y obligaciones cumplid; que aunque es confusión Madrid, tiene mucha claridad su cielo, con que da luz a engaños y deslealtades. Empeños y voluntades, caballero y andaluz, no son pleitos de acreedores que se dejan a herederos; basta que deban dineros y no paguen los señores, sin que deban la opinión engañada por sencilla. En Málaga y en Sevilla --será en su contratación-- tenéis vuestros intereses y es bien los correspondáis si mercader no quebráis con Petronilas e Ineses cuyas esperanzas secas, aunque aquí las cultivéis, se quejan de que las deis engaños por hipotecas. Mirad que se cumple el plazo que a estas deudas corresponde y que está en Madrid un conde que es mi primo y es Galeazo, y llevará mal el veros aquí desluciendo oficios; que dicen mal artificios que suelen dejar dineros. Escoged entre las dos la más hermosa, y salid de esta huerta y de Madrid, o haréos yo salir. Adiós.
Vase la condesa LAURA
HERNANDO: ¿Qué es esto, Laura? ¿Qué es esto, condesa, señora mía? ¡El pesar del alegría tan cerca, cielos, tan presto! Mas quien su esperanza ha puesto en yerbas que no dan fruto, ¿qué mucho cobre tributo en flor que fácil se pierde, viva a la mañana y verde, muerta a la noche y con luto? ¿Qué Ineses, si ya casada la que adoré me dejó? ¿Qué Petronilas, si yo, Laura, el alma os tengo dada? Dióme en Sevilla posada mi primo; mas si no vi su hija, ¿en qué la ofendí? ¿Es la voluntad moneda con que paga el que se hospeda regalos? Diréis que sí. Míos los papeles son, con que Laura me lastima. Escribiólos a mi prima no mi amor, mi obligación. Rigurosa ejecución, ¿en palabras haces prenda? Trueque Amor, contrate y venda si al interés se avasalla; mas no me obligue a compralla ausente y sin ver, la hacienda. ¿Quién os pudo a Laura dar, papeles? ¿Mis enemigos? ¿Quién en la corte testigos os hizo de mi pesar? Celos por averiguar infiernos son, que no celos. O moriré, o sacarélos en limpio y sabré mis daños; Que mas valen desengaños que morir entre recelos.
Quiere irse don HERNANDO, y le detiene doña PETRONILA, vestida de hombre, al salir
PETRONILA: Don Hernando, cierta dama que en casa del conde vive, y este papel os escribe, sobrina vuestra se llama.
Dale un papel
No sé yo cómo ha sabido que aquí vives disfrazado. Amor, que es todo cuidado, vuestro fiscal habrá sido. Vedla; que corre su honor riesgo agora manifiesto, y por lo que os toca en esto debéis hacerla favor. La calle de la Gorguera, enfrente San Sebastián buscad; que en ella os dirán su casa, y ved que os espera; pues si, como dice, es sobrina vuestra, y no vais, aunque Cortés os llamáis, no os tendrémos por cortés.
Vase doña PETRONILA
HERNANDO: Alto, a ejecutar papeles, que a su madre la escribí, mis penas la traen aquí ya con celos más crüeles. Habrále a Laura vendido quimeras y obligaciones, que en sus imaginaciones engendran desdén y olvido. Mas; ¿a Madrid de Sevilla una mujer principal, sin verme, haciendo caudal solamente de escribilla? ¿Y en casa del conde? ¡Cielos! ¿Tan presto se han conocido? Pero si el conde ha sabido mi disfraz, y tiene celos, no es mucho, Amor, que procures que mi esperanza destrocen; que en viéndose se conocen los celosos y tahures. Sepamos qué determina de mí, o qué puede quererme quien me ejecuta sin verme. ¡Válgate Dios por sobrina!
Lee
"La tempestad e inclemencia del cielo, en la patria mía hacienda y madre en un día me quitó, no la paciencia. Solo tengo por herencia palabras que por escrito en vuestra sangre acredito; mas podréísme responder que del decir al hacer, don Hernando, hay infinito. No os quiero yo limitar gustos que hacen dizfraros, sólo con veros y hablaros penas pretendo aliviar. Mucho tenemos que hablar, y mucho más de vos fío. Duélaos el destierro mío y vedme, que es importante. Si no queréis como amante, a lo menos como tío." ¡Bien mi dicha se restaura con sobrina sin hacienda que, desterrada, pretenda hacer competencia á Laura! ¡Y bien a su amor me obliga, solicitando rigores de quien esperanzas flores con menosprecio castiga! Con Laura me ha descompuesto, doña Petronila, en fin. Su desden secó el jardín que mi amor había dispuesto. Bien podré satisfacerla, aunque renuncie disfraces --que celos paran en paces-- y más haciendo que a verla vaya su competidora; mas ¿cómo podré después, celosa de doña Inés siempre mi perseguidora, desmentir tantas sospechas? ¿O cómo pudo saber Laura de esta mujer, y de memorias deshechas fabricar enojos tales? Mas también habrá venido a Madrid, porque el sentido me quiten juntos mis males. Dejemos trasformaciones que tan mal se me han logrado, y ya mi amor declarado aliente sus pretensiones. Veamos esta sobrina que solicita mis daños; pagaréla en desengaños el mal que a hacerme se inclina, y a Laura reduciré a que averiguando enojos, vuelva mi paz a sus ojos; que si me ama, bien podré. A Mansilla buscar quiero para mudar de vestido. Esta vez no habéis salido, Amor, diestro jardinero.
Vase don HERNANDO. Salen TOMASA, de labradora rebozada con la toca, y MANSILLA
TOMASA: Déjeme lavar mi ropa, Le digo, y hágase allá. MANSILLA: Vuelve la fachada acá y no mires por la popa. Advierte que me destilas el alma y el corazón. ¡Bien haya quien el jabón hizo e inventó las pilas! ¡Bendito sea el regidor que entre floridos matices condujo jabonatrices para que se lave Amor! Ni sus salas ni planteles, cuadros, estatuas, pinturas, grutescos, arquitecturas, rejas, balcones, canceles se igualan a la invención que en tanta pila dilata brazos fregones de plata entre ninfas de vellón. ¡No me hiciera a mí poeta el dios rubio, todo cara! Panegíricos cantara a la invención arquiteta de Juan Fernandez, que aquí refugio de mantellinas, labró pilas cristalinas. ¡Vive Dios, que cuando vi gorronas en letanía, pilones en procesión, sudando espuma el jabón entre sucia trapería, que a fuer de disciplinantes, con los golpazos que daban, la pobre ropa llagaban y a ti entre tus semejantes cerniendo jabonaduras, y amasando camisones, que dije, "Si aqui te pones, Amor, no andarás a escuras; que dando ojos por despojos, aquí, por lavar aprisa, la mas flamante camisa sale, rota, un Argos de ojos." Ea, destapa la boca, brilladora lavatriz. No se atreva a la nariz la descomedida toca. Mira que me estás torciendo el alma como pañal. TOMASA: No lo sabe decir mal el lacayazo. MANSILLA: Ya entiendo. Turrón quieres. TOMASA: El picaño debe soñarse en la aldea, huésped de una chimenea y adúltero de un escaño. MANSILLA: ¡Zape! Astróloga acusanta, ¿quién de escaños te informó? Que si la espetera no, por Dios, que eres nigromanta. ¿Quién el soplo vivo fue de este caso? TOMASA: La noticia que tiene de él la justicia a quien aviso daré de que siendo un ganapán con alquilados vestidos y cuentos no sucedidos, se vende por capitán y labradoras engaña con plumitas y sombrero. Todo se sabe, chancero. Parientes tengo en Ocaña. Tras él vino con su padre la del escaño; y en otro cantará que llaman potro, a las tres ánades madre --si nones decir espera-- el que de una cuchillada sabe dar tal cabezada, que hilvana toda una hilera. Pues , míreme aquesta cara,
Destápase
MANSILLA: ¡Tomasa del alma mía! ¿Tú en Madrid? TOMASA: ¿Pues qué quería? ¿Que la gineta aguardara, que en almohaza ha trocado? Aquí en busca suya estoy. MANSILLA: Los brazos y alma te doy. ¿Quién tan presto te ha enseñado a hablar sacudidamente? TOMASA: Pues yo ¿cuándo muda he sido? MANSILLA: Mujer muda no la ha habido; mas labradora inocente, ¿en Madrid deja su casa y fullera jaboniza? TOMASA: Ansí el Amor se desliza. Quedando cual vio, Tomasa y sabiendo padre el caso, ¿qué tenía que esperar? Sirvo en aqueste lugar a una dama, toda raso, y no ha de verme mi aldea mientras que no desengaño... MANSILLA: Querrás decir al escaño y madrina chimenea. TOMASA: ...que vuelvo con mi marido. MANSILLA: Si quieres, presto será. ¿Dónde vives? TOMASA: Cerca está. Aunque el sitio es escondido yo me le sabré buscar cuando le haya menester; que agora no puede ser. MANSILLA: ¿Pues por qué? TOMASA: Es nunca acabar. No me ronde lavanderas, ni pilas atisbe, ¿entiende? Si es que anochecer pretende con las costillas enteras. Si no por aquí se esté, sabrá después lo que pasa. MANSILLA: ¿Qué garatusas, Tomasa, son éstas? TOMASA: Se las diré cuando importe.
Sale un CRIADO
CRIADO: Don Hernando en la posada os espera. MANSILLA: ¿Tenemos nueva quimera? CRIADO: Sayales va renunciando y viste a lo caballero. MANSILLA: Celuchos deben de ser.
A TOMASA
¿Me vendrás mañana a ver? TOMASA: A las dos. MANSILLA: Mucho te quiero; pero viendo que tu casa me ocultas, celos me das. Niña en un lugar estás donde por todo se pasa. No pase todo por ti. TOMASA: Ni por él, dándome enojos. Ponga dieta en los ojos o acordaráse de mí.
Vanse todos. Salen doña PETRONILA, de mujer y tapada con el manto, y el CONDE Galeazo
PETRONILA: Ya sabrá vueseñoría quién soy. CONDE: Aunque no me atrevo a pedir que os descubráis, en fe que no la merezco, ya, mi señora, me ha dicho obligaciones y empleos don Gómez, que me aseguran de competencias y celos. Sé que doña Petronila sois, con prendas de por medio que obligan a que os adore quien os confiesa por dueño. Pidióme que os aguardase aquí; que como le tengo por tan mi amigo, se ocupa en dar traza a mis remedios. Si por serlo suyo yo, agora obligaros puedo a que despojando estorbos, ya que os hablo, pueda veros. La misma seguridad y llaneza en mí os ofrezco que en don Gómez, vuestro amante; pero si no gustáis de esto, no pretendo yo enojaros. PETRONILA: Vuestro término discreto más tiene fuerza de leyes, conde ilustre, que de ruegos; mas hoy no puedo serviros. Deslucen mucho desvelos y cáusamelos don Gómez. Con tantos divertimientos desacreditó su gusto; y si el rostro agora os muestro, juzgaréisele, estragado, que no vengo de provecho. Otro día os serviré. CONDE: Yo, mi señora, os prometo que si por la muestra saco lo que me encubre ese velo, que a don Gómez tengo envidia porque el donaire y despejo, la discreción y el agrado que apoyan lo que no veo, es tal... PETRONILA: Basta, señor conde.
Muestra una mano sin guante
CONDE: Esa mano que respeto por lo grave y por lo hermoso, proporcionado instrumento de la cara que adivino, asegura los recelos que fingís, porque el crïado nunca se aventaja al dueño. ¿Había naturaleza, sabia siempre en sus efetos, de deshermanar la cara de tan bella mano y cuerpo? No, señora, no es posible. Perdonadme si os desmiento; que un mentís en tales casos servicio es más que desprecio. PETRONILA: Yo le estimo por favor, y ¡ojalá me hiciera el cielo como vos me imagináis, pincel vuestro pensamiento! Compitiera más segura con la condesa, a quien temo las ventajas que la envidio y gracias que la concedo. Sólo en la desigualdad de su amar culparla puedo; pues condesas y estudiantes desproporcionan sujetos. ¿Cuánto mejor le estuvieran, a no pintarse Amor ciego, las prendas que en vos ignora, conde, galán y su deudo? Las mujeres, en fin, somos esfera de los defetos; como tales elegimos gustos, no merecimientos. ¡Plegue á Dios que mienta yo y que don Gómez, tercero, tan cerca de los peligros, no venga a anegarse en ellos! CONDE: En esa parte, señora, perdonadme; que le precio más que vos, pues de él confío lo que en vos dudoso veo. PETRONILA: Estoy celosa. CONDE: Yo y todo; mas hay dos suertes de celos, unas nobles y otros no; y si de Laura los tengo, en don Gómez los alivio. Español y caballero, sabio por la profesión y por la experiencia cuerdo, ni faltará a mi amistad, ni despreciará el empeño con que amor os eslabona, de los dos hermoso enjerto. PETRONILA: ¿Luego díjoos...? CONDE: Ya me ha dicho que es bisagra un ángel tierno de vuestras dos voluntades; que entre él y mí no hay secretos.
Sale ROBERTO, y habla aparte al CONDE
ROBERTO: Vargas me envía a avisar a vueseñoría que luego se llegue a la huerta dicha de Juan Fernández; que el pleito salió ya en favor de Laura, y hay muchas cosas de nuevo que en el de vueseñoría nuestro don Gómez ha hecho. CONDE: ¡Válgame Dios! Perdonadme, señora, si agora os dejo; que en vuestra casa quedáis mientras con don Gómez vuelvo. PETRONILA: Ruego a Dios, conde y señor, que de un próspero suceso vengan a pedirme albricias por la parte que en él tengo. CONDE: Adiós. PETRONILA: Señor, advertid que aguardo. CONDE: Luego volvemos don Gómez y yo. Quedaos con esta dama, Roberto.
Vase el CONDE
PETRONILA: Hacedme merced, hidalgo, de llamarme un caballero que es mi tío, y en mi busca llegará, a lo que sospecho, si no ha llegado, a esta casa. ROBERTO: Que me place. PETRONILA: Y en viniendo, no dejéis entrar a nadie; que importa hablarle en secreto. ROBERTO: En todo seréis servida.
Vase ROBERTO
PETRONILA: Amor siempre invencionero, quimeras todo y embustes, ¿qué fin han de tener estos?
Descúbrese. Salen ROBERTO y don HERNANDO, de rúa con hábito de Santiago
ROBERTO: Aquí está vuestra sobrina. Entrad, y seré portero porque ansí me lo ha mandado la misma. HERNANDO: Guárdeos el cielo, PETRONILA: ¡Don Hernando de mis ojos! Pues he merecido veros, ya podré olvidar trabajos que ocasionan mi destierro. Aguardando estaba un coche, como veis, el manto puesto, dudosa de que bastasen papeles y parentescos a saearos de hortelano; y a no venir, os prometo que pensaba ir en persona, tío, a haceros un mal tercio. Habladme, dadme esos brazos; que por amantes y deudos, bien los puedo merecer en albricias de que os veo. Parece que os extrañáis de hablarme. HERNANDO: Fuera yo necio, si en tantas admiraciones no me asombrara suspenso. Vuestra hermosura y agrado me enmudece, lo primero, quejoso de que mi prima tanto bien me haya encubierto. Lo segundo, el ver que aquí mujer de tantos respetos y nobleza como vos, se atreva desde tan lejos a ejecutar cortesías, que parando en cumplimientos fuera fácil descartarlos, a no cautivarme el veros. Lo tercero, de que estéis, No huéspeda pero dueño de esta casa, donde vive un conde, y ése, extranjero, de ayer venido. Lo cuarto, que me conozcáis tan presto, sin haberme visto nunca. Pudiera alegar, tras esto, agravios no merecidos con que me habéis descompuesto con Laura, de cuyo amor, solos ya desdenes medro; además--si no me engaño-- de que en vos la imágen veo de un don Gámez que me trujo esta tarde un papel vuestro. Ved si hay causas de admirarme. PETRONILA: Un algo nos parecemos ese paje y yo, es verdad; mas eso, Hernando, no es nuevo. Murió en Sevilla mi madre en el rigor de este invierno a manos de aquel diluvio que tantos pobres ha hecho. Habíame prometido, Enseñándome los pliegos que de Italia y de esta corte la envïastes, que en honestos lazos de amor os tendría brevemente por mi dueño; y deseábalo mucho, obligaándoos hasta en esto. Estaba yo...--perdonadme si declaro pensamientos que la vergüenza hasta agora tuvo ocultos en mi pecho-- estaba yo enamorada desde que una noche os vieron curiosidades prohibidas que engendraron mis deseos --puesto que a puerta cerrada-- por permisiones que el tiempo supo abrir en sus molduras; que aun en ellas hay cohechos. Como os partistes a Italia aquella tarde sin vernos, y amor con la privacion es lo mismo que con celos, cuanto más dificultoso os consideré, dio aliento a centellas, que imposibles, no pararon hasta incendios. Sin vos, sin mí y sin mi madre, vine en vuestro seguimiento por lo más, ya que perdí la hacienda, que fue lo menos quiero decir, por el alma; que ya que mis bienes pierdo, aunque en ella halle mis males, busca su consorte el cuerpo. No faltaron en Madrid Argos, Hernando, que os vieron cohechar jardines y flores, y al conde noticia dieron de malicias, ya verdades, que averiguando los celos para desmentir peligros, pararon en embelecos. Apeóse en mi posada el dicho conde, y pudieron segun él finge, obligarle mis ojos, que él llama cielos, a divertirle de Laura; y esto Hernando, en tanto extremo que informado de quién soy, en saliendo con un pleito que importante aquí litiga, con lícitos himeneos me ofrece en Italia estados y en España pensamientos. Puso casa, en un cuarto de ella dándome aposento, si amante me solicita, me honra como caballero. Para burlarse de Laura, hizo al paje más grosero que la viese, falso conde. Ya os hallasteis al suceso. Tío, mi padre me escribe que con más de cien mil pesos viene a cubrir de diamantes la cruz que os adorna el pecho si pagáis obligaciones. Cuando un conde menosprecio y con el nombre de esposo gustáis realzar el de deudo, dejad pretensiones vanas; porque os afirmo por cierto que don Gómez, ese mozo, a quien dicen me parezco, tiene en Laura tanta parte, --pues yo os lo afirmo, creedlo-- que hay quien ha visto que pasa de los límites honestos. Díjele cuánto os quería, ofreció ser mi tercero, dióme de sus dichas parte, y para aliviar sus celos, vuestras cartas me pidió que a la condesa pudieron persuadir a los engaños que lloran vuestros desvelos. Como en que Laura os olvide tanto, mi Hernando, intereso. También yo he solicitado con ella sus menosprecios. Obligaciones de tío, promesas de caballero, correspondencias de amante, resoluciones de cuerdo, os intimo; si admitís la voluntad que os ofrezco, ni yo lloraré desgracias, ni vos sentiréis desprecios. HERNANDO: Ahora, sobrina, estas cosas piden dilación al tiempo, informacion a la fama, y a la prudencia consejo. Tratarémoslas despacio. Yo vendré a la noche a veros. Quedáos con Dios. (Muerto voy Aparte de agravios, de amor y celos.)
Vase don HERNANDO
PETRONILA: Esto lleva ya camino.
Cúbrese y sale ROBERTO
ROBERTO: Ya se fuE aquel caballero. PETRONILA: Y el conde se tarda mucho. Yo tengo la casa lejos. Sepa si volvió la silla por mí. ROBERTO: Con un escudero, pienso que os espera abajo. PETRONILA: Pues diga el señor Roberto al conde que me perdone; que mañana le prometo volverle a besar las manos, y a don Gómez que le debo el cuidado con que estuvo aguardándome al encuentro para acompañarme; que es puntualísimo en extremo.
Vanse doña PETRONILA y ROBERTO. Sale TOMASA, con manto y de dama muy bizarra, y LAURA, en cuerpo
TOMASA: Favorece vuexcelencia mi humildad como quien es, LAURA: Vos, señora doña Inés, en discreción y en presencia merecéis que don Hernando os adore; y para mí, quien de vos se olvida ansí, otras bellezas buscando, estragado tiene el gusto. TOMASA: Aunque peca de inconstante, es Hernando vuestro amante y viéndoos, no fuera justo que de amor no mejorara; pues siendo conde con vos, correspondidos los dos, no es mucho que me olvidara. Salistes con la sentencia que gocéis por muchos años; sacáronme mis engaños de Málaga; y la inocencia, que en las de mi profesión se funda en recogimiento, podrá servir de escarmiento si no de satisfacción a quien como yo se deja de palabras engañar. LAURA: Don Gómez me vino a dar cuenta de la justa queja que don Hernando Cortés os causa; y tengo noticia que su amor, todo malicia, ha alcanzado, doña Inés, de vos, lo que no se puede restaurar no siendo esposo vuestro. TOMASA: El amor engañoso lo que no cumple concede. A costa de mi vergüenza confieso lo que decís. LAURA: Si ese derecho adquirís, la razón, doña Inés, venza; que yo no he de ser mujer de quien ya para con Dios está casado con vos. Ya de mí no hay que temer. Galeazo Malatesta, aunque oculto a verme vino engaños cuerdo previno de quien ya mi amor molesta. Es mi primo, y pues salí en el pleito vencedora, dándole la mano agora verá que hay valor en mí para pleitear estados, y amor para restaurar pérdidas que han de premiar sus amorosos cuidados. TOMASA: Sois vitoriosa y amante. LAURA: De mí, Inés, estad segura; pero no de otra hermosura, con la vuestra litigante, que en Sevilla se dejó engañar cual vos, y agora, en Madrid competidora, en sus cartas alegó palabras que recopila, y os ha de dar bien que hacer por ellas. Es la mujer cierta doña Petronila, su sobrina, y sevillana. TOMASA: Siendo primero acreedor en esas deudas mi amor, la justicia tengo llana y un testigo de dos años que traigo a Madrid conmigo... LAURA: Ése es parte y es testigo que sacará a luz engaños. ¿Es posible que se atreva quien ansí se ve obligado, al cielo? TOMASA: Un enamorado tras sí los sentidos lleva. Bien le pueden disculpar hermosura, amor y ausencia.
Sale un CRIADO
CRIADO: Una dama a vuexcelencia plácemes le viene a dar del pleito con que ha salido. LAURA: ¿Quiéá es? CRIADO: Dice que se llama doña Petronila. LAURA: Dama de vuestro ofensor ha sido. Mirad si os dije verdad. ¿Queréis verla? TOMASA: No, señora; que siendo mi opositora, perderé a la autoridad que merece vuexcelencia el respeto, y no es razón dar a enojos ocasin. Irme quiero. LAURA: Ésa es prudencia. Mirad que habemos de ser muy amigas desde hoy. TOMASA: Bésoos las manos. Yo soy vuestra esclava.
Vanse TOMASA y el CRIADO
LAURA: Esta mujer he visto, yo no sé dónde. Paréceme que jurara que se retrató en su cara la del mentiroso conde.
Sale doña PETRONILA, cubierta la cara
PETRONILA: Don Gómez, señora mía, a quien le debe mi honor la confidencia y favor que de él mi esperanza fía, que mandó que a visitaros a instancia suya viniese y parabienes os diese de que ya pueda llamaros condesa suya Valencia. Goce con su posesión digna de tal perfección otras muchas vuexelencia, y téngame a mí por suya. LAURA: Cuenta don Gómez me ha dado de quién sois y del cuidado que os trujo a Madrid. Arguya de vuestra belleza agora mi vista la ingratitud de una loca juventud que os ha olvidado. Señora, apartad del rostro el manto. PETRONILA: Serviros es mi deseo.
Descúbrese
LAURA: ¡Jesús! ¿Qué es esto que veo? PETRONILA: No me admira vuestro espanto; que somos muy parecidos don Gómez y yo. LAURA: No sé, si viéndoos, crédito dé a mi engaño o mis sentidos. Admiro tal semejanza. PETRONILA: Como ésa es causa de amor, solicité su favor, y vive en él mi esperanza. Quiso Dios que se apease en la posada en que moro, y el menosprecio que lloro mis desdichas le contase; y de ellas compadecido don Gómez, me prometió socorros que ya cumplió; pues segura de él he sabido ya don Hernando Cortés no podrá lograr en vos los engaños que a otras dos ha hecho. LAURA: Una doña Inés, de Málaga, puede haceros contradicción; que de mí no hay recelos desde aquí que os dén causa de ofenderos. Líbreme Dios de tal hombre. PETRONILA: Ya yo sé que esa mujer esta tarde os vino a ver; mas no hay porque eso me asombre; que todos son fingimientos. LAURA: Por cierto, si cual la cara, vuestro derecho os ampara, que tenéis merecimientos Dignos de que don Hernando más que a todas os estime. PETRONILA: Vuestra hermosura reprime memorias que estoy llorando puesto que como os adora don Gómez--el conde digo que declarado conmigo de todo soy sabidora-- no tengo que temer daños, aunque sí merecimientos pues os darán escarmientos consejos en desengaños. ¡Dichoso, si ha de ser dueño don Gómez, de esa beldad! LAURA: Vivid con seguridad de que el amor que le enseño, no es fingido. PETRONILA: Sois tan sabia como hermosa en elegir tal sujeto. LAURA: Séos decir que el ingrato que os agravia, aunque se llama Cortés, desdice de su apellido, pues que con vos no lo ha sido. Líbreos Dios de doña Inés; que por la similitud que con don Gómez tenéis, deseo mucho que troquéis en amor su ingratitud. PETRONILA: No me hagáis vos competencia; que en lo demás no hay temor que desespere mi amor.
Sale un CRIADO
CRIADO: A hablar a vuestra excelencia entra un caballero. PETRONILA: Dadme licencia... LAURA: Con que volváis a verme. PETRONILA: ¿De eso dudáis? LAURA: Petronila, visitadme; que os quiero mucho. PETRONILA: Será no por lo que yo merezco mas por lo que me parezco al conde que pena os da. LAURA: Mucho merecéis por vos; mucho por él os estimo. PETRONILA: Sois su dama, es vuestro primo, y yo vuestra esclava. Adiós.
Vanse doña PETRONILA y el CRIADO. Sale el CONDE
CONDE: Ya que en el pleito vencistes justamente, hermosa Laura y con Valencia perdí la libertad, vuestra esclava; puesto que agora pudiera dar a mis celos venganza apoyando desposorios de quien amáis engañada, mi noble amor no consiente que cuando os volváis a Italia lleves menos la opinión que tarde el tiempo restaura. El jardinero fingido que aquí cultivó esperanzas cogiendo el fruto en desdenes que lastiman si no matan, centa me ha dado de todo lo que con don Gómez pasa, el amor que le tenéis, y, de vos misma olvidada, las sospechas con que queda ofendida vuestra fama; que ya estas fuentes murmuran la que estos jardines callan. Y aunque don Hernando es noble, yo creyera sus palabras, porque ya yo sé que celos mentiras y enredos tratan, si el mismo ingrato don Gómez que aposentado en mi casa y, amigo falso, en mi pecho, ocasiona estas marañas en vez de terciar mis dichas, reducirme a vuestra gracia y cumplir palabras suyas, todo engaños, todo caras, conmigo y con vos traidor, cuando más finge que os ama, más vuestra opinión desdora, más vuestra afrenta amenaza. Él me contó los sucesos de Alcalá, donde hospedada, os lisonjeó atrevido la noche que, a ser vos sabia, os pudieran persuadir sutilezas de sotanas a estudiantes embelecos y mentiras graduadas. Por orden vuestra se encubre, mudando en Madrid posadas y, en vez de cursar escuelas, cursa aquí materias falsas. Yo, Laura, soy vuestro primo; yo el conde soy, que de Italia a perder paciencia y pleitos me trasladó amor a España. Paje es el conde fingido de don Gómez, que disfraza para asegurar con vos su amor y estorbar mudanzas. Persuadióme a estos enredos diciendo que me importaba encubrirme de enemigos que antiguos enojos guardan. Mirad, prima, lo que hacéis; que don Gómez tiene dama en Madrid, que es madre ya y que su esposa se llama. Cierta doña Petronila estuvo poco ha en mi casa conmigo, de vos celosa, y a pedir determinada a la iglesia le compela a que, cumpliendo palabras ejecutadas en obras, tantas quimeras deshaga. Por lo que a mi sangre debo, porque os adoro, aunque ingrata, y por descubrir traiciones que a luz desengaños sacan, os vengo a dar este aviso. Desmentid sospechas falsas y pagad merecimientos de quien os tiene en el alma. LAURA: ¿Qué Circes, qué Falerinas pretenden en esta casa mezclar hechizos en flores, que tanto embeleco enlazan? Hombre, que no sé quién eres, puesto que conde te llamas, aunque mi primo te finjas, si don Hernando te paga mentiras que me propones, en balde intentas lograrlas cuando verdades desmienten avisos con que me abrasas. Esa doña Petronila agora de aquí se aparta, de don Hernando quejosa, burlador de su esperanza. ¿Por qué olvidos que te culpan, contra don Gómez achacas, si ella misma se hace lenguas, pregonera en su alabanza? ¿Qué estudiantes? ¿Qué Alcalá? ¿Qué lisonjas? ¿Qué posadas? ¿Qué amor? ¿Qué escuelas son éstas que de juicio te sacan? Ya yo sé quién es don Gómez por más que me persüadas a lo contrario; ya sé, por la firma de tres cartas, lo que don Hernando debe a hermosuras sevillanas, y a Ineses aborrecidas en su busca cortesanas; ya sé que el intruso conde es su paje, y que se llama Galeazo, y es mi primo el don Gómez que amenazas. Véte, y dile a quien te envía cuán mal le salió la traza con que pensó darme celos o haré, cuando no te vayas que tus traiciones castiguen. CONDE: ¿Qué es esto, cielos? Mi Laura, mira que tu primo soy. Permite que satisfaga... LAURA: ¡Oh bárbaro! ¿Yo tu prima? ¡Crïados, hola!
Sale TOMASA, de conde
TOMASA: ¿A quién llama, prima y señora, selencia? ¿Quién la ha dado enojo? LAURA: ¡Basta! Arrimad, hermano, oficios pue impropiamente os entallan, pues ya sabemos quién sois. TOMASA: ¿Cómo? Pues yo ¿quién soy? LAURA: Vargas, paje del conde. TOMASA: Selencia miente como una borracba que yo don Galeazo soy, y vine en una galeaza. CONDE: Vargas, dejemos las burlas; y pues fueron a mi instancia fingimientos sin provecho, a mi prima desengaña; que niega que soy yo el conde. TOMASA: Idos mucho enhoramala; que si dais en ser bufón, no está el tiempo para gracias. Conde he de ser, vive el cielo, desde Getafe hasta Francia, y tan conde, que el más conde con desmayos por mí vaya.
Sale doña PETRONILA, de hombre
PETRONILA: Prima, ¿qué alboroto es éste? LAURA: Don Gómez, nos enmarañan embelecos que no entiendo. Este hombre que en vuestra casa tenéis, o el seso ha perdido o pretende que yo salga del mío. Dice que es él --las quimeras que eslabona-- mi primo, que viene a España a pretender ser mi esposo, y que vos... Pero son tantas que unas a otras se embarazan pues ya salí con mi pleito, fingimientos se deshagan y renunciando el don Gómez, sepan que os adora Laura por Galeazo mi primo. CONDE: De mis sentidos me sacan.
A doña PETRONILA
¡Cielos! ¿Duermo? Di, traidor, ¿No me has dicho que estudiabas en Alcalá cuando viste a mi prima, y que una dama que aquí tienes, con uu hijo, es tu esposa, y que con Laura me habías de desposar? PETRONILA: ¡Jesús! ¡Las cosas que ensarta! No os espantéis, prima mía; que de una enfermedad larga los lúcidos intervalos que habéis visto, le maltratan. CONDE: ¡Oh villano! ¡Vive el cielo...!
Sale un ALGUACIL
ALGUACIL: Que lleve preso me mandan a Galeazo Malatesta que vino a Madrid de Italia. Vuexcelencia me perdone; que todo vendrá a ser nada, y por saber que es su primo, tendrá por cárcel su casa. LAURA: Pues al conde, ¿qué le imputan ALGUACIL: Una muerte ocasionada por su padre allá en su tierra mas todo en Madrid se acaba. Díganme, ¿quién es el conde?
Al CONDE
¿Sois voz, señor? CONDE: Quien se alaba de serlo, y con tal blasón primo le intitula Laura, es el que tenéis presente.
Señalando a doña PETRONILA
PETRONILA: ¿Yo conde? ¿Qué me faltaba?
Señalando a TOMASA
Crïado del conde, sí; que es éste. TOMASA: Si hay condes Vargas, Vargas conde soy desde hoy; mas si no, dejando chanzas, nací en Cabañas de Yepes y no nacen en cabañas, aunque hay tanto conde agora. ALGUACIL: ¡Oh! Pues si negarlo tratan, vénganse todos tres presos. TOMASA: Señores, que soy Tomasa, mujer de Mansilla. LAURA: ¿Quién? CONDE: ¿Vos mujer? TOMASA: No sino el alba, y el don Gómez, si le olean a los pies, manos y barbas, ¿quién piensan qué es? Petronila. LAURA: ¿Qué dices? TOMASA: La sevillana. LAURA: ¡Jesús! Don Gómez, ¿qué es esto? PETRONILA: Verdades que si adelgazan, no quiebran. TOMASA: Embustes míos los vuestros desenmarañan. Don Hernando, salí acá...
Sale don HERNANDO y habla TOMASA al AGUACIL
TOMASA: Y arrimad vos esa vara; que yo os di la comisión y quiero residenciarla. Hernando, ésta es la sobrina con cien mil pesos que en barras tiene de dote, y cien mil donaires para adorarla. Acábense las quimeras. HERNANDO: Desde que el sol de su cara miré, ganó su hermosura desdenes que me asombraban. Vuestro soy. PETRONILA: ¡Gracias al cielo! CONDE: Ya estaréis segura, Laura, de que soy el conde yo. LAURA: No será deudor quien paga. Con la mano desempeño peregrinaciones y ansias que habéis pasado por mí. CONDE: Ya glorias podré llamarlas.
Sale MANSILLA
MANSILLA: No hay dar en todo hoy con ella. TOMASA: ¡Mansilla! MANSILLA: ¡Jesús! Fantasmas, ilusiones, ¿qué es aquesto? ¿Quién hizo conde a Tomasa? TOMASA: Amor y bellaquerías que en Madrid y can huertas pasan tan célebres como es ésta. HERNANDO: Alto, reparen desgracias bodas, y premios dé Amor mientras nuestra corte alaba la huerta de Juan Fernández y suple el senado faltas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002