ACTO SEGUNDO


Salen FELIPO, leyendo en voz alta una carta, CARLOS, ENRIQUE, BEATRIZ, y don GABRIEL
FELIPO: "Duque primo; aunque con mi gusto y permisión se partió mi hermano a desposarse con Beatriz vuestra hija, importa a mi servicio que por agora se suspenda ese casamiento o se ejecute con su hermana Clemencia. Yo estoy viudo, Francia sin heredero, Beatriz digna de más alta fortuna, vos propincuo a nuestra sangre, y mi corona deseosa de sujeto que la merezca. Considera las mejoras que de esta acción se os siguen, y la obligación que os corre a cumplir lo que os ordeno. Yo el Rey" Esto el rey nuestro señor me escribe. CARLOS: Fuerza ha de ser, por no irritar su rigor, sentir, al obedecer, los malogros de mi amor. No sin causa mis recelos mis bodas apresuraban; pues, profetas mis desvelos, en calma pronosticaban la tormenta de mis celos. Deme Clemencia la mano, si en tal pérdida merezco el bien que con ella gano, y sepa que le obedezco el rey, mi señor y hermano. ENRIQUE: Eso no, duque, eso no; prendas que en el alma estimo no he de enajenarlas yo; mi sangre es real, vuestro primo me llama Francia; no os dio más acción naturaleza que a mí, ni las majestades ofenderán su grandeza; amor, de las voluntades es rey, si vos sois alteza; Clemencia está agradecida a mi voluntad, Clemencia dirá, de vos ofendida, que no es el amor herencia que se ha de usurpar en vida. CARLOS: Duque, yo a Beatriz adoro, y a mi rey vivo sujeto; su padre está aquí... ENRIQUE: No ignoro que pretendéis en secreto mudanzas contra el decoro que en su hermosura ofendéis, y que al rey, a quien echáis la culpa que vos tenéis, no es mucho que obedezcáis, si os manda lo que queréis. Dueño soy de prometido de Clemencia; mi fe labra en ella amor más que olvido, su padre me dio palabra de su esposo; ésta le pido, y ésta, cuando se me niegue, buscará satisfacción armada. FELIPO: Duque, no os ciegue sin discurso la pasión tanto que a perderos llegue. A Clemencia os ofrecí, subordinando en mi rey palabras que entonces di. ENRIQUE: ¿Esa es nobleza? ¿Esa es ley? No tiene dominio en mí el rey de Francia; mi estado sólo al César reconoce, de Francia privilegiado. Primero que Carlos goce la prenda que me ha usurpado, la venganza y el rigor atajará inconvenientes; mi agravio tiene valor, poder y armas mis parientes, celos fuerzas, y yo amor.
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FELIPO: No sin causa está quejoso; que es amante y ofendido. Templarle será forzoso; que va con razón sentido, y es Enrique poderoso.
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BEATRIZ: Muestras habéis, duque, dado en la mudanza presente de que sois cuerdo obediente, pero poco enamorado. El interés coronado probar mi firmeza quiso, pero ofendida os aviso que es tanta la presunción de mi altiva inclinación que a mis pies sus lises piso. Yo apetezco rendimientos, finezas y voluntades, no ambiciosas majestades que amenazan escarmientos. Yo penetro pensamientos que honestáis con la apariencia de la hipócrita obediencia que conmigo os disculpó. Yo conozco al rey, y yo sé que adoráis a Clemencia.
Llora mirando a CARLOS, vuelve luego la cabeza a don GABRIEL, ríese y se va
CARLOS: Gabriel, detenla, repara que, corrido de ofenderla, es un rayo cada perla que contra mi amor dispara. Cuando nunca adivinara las mudanzas que no ignora, quien tales hechizos llora y ansí mis agravios juzga, ¿qué mucho que me reduzga, si castigando enamora? Mejórese mi cuidado; alma, mudemos de estilo; imagen soy de Perilo; mi tormento me he labrado. ¡Ay cielos! Si enamorado mi hermano ocasiona estremos, alma, ¿cómo viviremos? Ciego niño, pues sois dios, estudiad palabras vos con que la desenojemos.
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GABRIEL: ¡Lágrimas a Carlos, cielos, y al mesmo tiempo con risa mirándome quien me avisa que hay gustos entre desvelos! Beatriz llora, y me da celos, Beatriz con risas provoca mi esperanza, o cuerda o loca; ¿a quién creeremos, enojo, a las perlas de sus ojos o a la risa de su boca? Llorando, a Carlos miró, riyéndose, me asegura; con llanto a Carlos conjura, con risa mi fe alentó; nunca en los ojos mintió el amor cuando suspira; que el engaño habla y no mira, y aposenta la beldad en los ojos su verdad, en los labios su mentira. Según esto, a Carlos dijo verdades en que mostraba pena porque la olvidaba; que amor de la vista es hijo. Según esto, ya colijo que, en confusión tan precisa, quien me desdeña me avisa; ¿quién vio jamás, ciego encanto, los favores en el llanto, los desdenes en la risa? Pero si Beatriz no fuera quien mi esperanza alentara, ni con el duque llorara, ni conmigo se riyera. Llora porque considera muerto a Carlos; no me espanto si, aborreciéndole tanto que sin vida desea verle, las obsequias quiso hacerle con el luto de su llanto. Llore por él, si es castigo de su leve voluntad; que siempre es noble piedad llorar por el enemigo. Ríase Beatriz conmigo, porque esperanzas pequeñas medren con muestras risueñas la fe que conservan viva; que en ellas mi amor estriba, pues tengo de amar por señas.
Quédase suspenso y no repara en CLEMENCIA que sale con un billete abierto
CLEMENCIA: (¿En el suelo tal papel? Aparte Poco le debe al cuidado de quien perderle ha dejado el español don Gabriel. En el cuarto de mi hermana le dejó el descuido en tierra; si es ella quien me hace guerra, saldréis, esperanza, vana. ¡Papel de tanta importancia y con tan poca advertencia que le olvida la imprudencia, cuando cada circunstancia de las que en él he leído amenaza con agravios, si le publican los labios, a destierros del olvido! ¿Don Gabriel juramentado a no partirse, y a amar por señas que le han de dar, mudo siempre su cuidado? ¿Y que lo firma, y que ofrece alcanzar por conjeturas cuál de las tres hermosuras en palacio le enloquece? ¿Si será Beatriz? Mas no; que ésta ya, toda arrogancia, reina se sueña de Francia. Pues no soy su autora yo. Según esto, nadie ha sido sino Armesinda quien quiere que esperando desespere el español. No ha tenido hasta agora voluntad, que yo sepa, a quien desvelos deba de amor o de celos; que éstos piden más edad. Si es ella, pues, sutileza notable abona su amor; ¿qué ha de hacer cuando mayor quien niña con esto empieza? Ahora bien, por señas quiere desmentir publicidades; prosigamos novedades que no alcance quien las viere. Aquí el español está. ¡Qué suspenso, qué elevado! El primer enamorado sin saber de quién será, porque si de tres es una y no conoce a quién es, mientras pretendiere a tres, no vendrá a tener ninguna.) ¡Don Gabriel!
Don GABRIEL vuelve como de una profunda suspensión
GABRIEL: ¿Señora mía? CLEMENCIA: Retirado os han los ojos contemplativos enojos al alma; mas ¿qué sería que mereciese Lorena ofreceros la ocasión de tan tierna suspensión? GABRIEL: Sabrosa fuera esa pena; mas ni yo la he merecido ni, estraño aquí, me prometo tanto bien. CLEMENCIA: Siempre el secreto es blasón de bien nacido. Habíanme dicho a mí que una hermosa tiranía blasonaba que os tenía sin alma. GABRIEL: ¿En Lorena? CLEMENCIA: Sí, y que, aumentándoos suspiros, entre apacible y cruel, os obligó en un papel a prometer no partiros sin gusto suyo. GABRIEL: (¡Ay cuidado! Aparte Si señas buscando andáis, ya las tenéis; ¿qué dudáis?) ¿Papel? CLEMENCIA: Y en él empeñado el valor que obliga a un hombre de vuestra sangre y talento; su fiador, un juramento, y su firma vuestro nombre. GABRIEL: (Probar quiere de la suerte Aparte que cumplo el saber guardar secretos; yo he de negar las señas con que me advierte, mientras más no se declara, y a lo contrario me obliga.) No sé, señora, qué diga a mentira que es tan clara. ¿Yo papel, yo juramentos? ¿Yo empleo en esta ciudad? CLEMENCIA: Pues lo negáis, escuchad; oíd encarecimientos que, de puro exagerados, vuestro crédito recelan. GABRIEL: Si a algún celoso desvelan, gran señora, mis cuidados, y intenta con ese ardid perseguirme...
CLEMENCIA muestra el papel que él escribió
CLEMENCIA: Don Gabriel, vuestro es aqueste papel, vuestra aquesta firma. Oíd. "Ensoberbeciérame la dicha de tan no esperado bien, si la esperiencia de mis pocos méritos no me avisara ser más curiosidad de saber a lo que se estiende el talento de los españoles que empleos fuera de los límites de sujeto tanto. Mas como quiera que sea, mi señora, yo estoy dispuesto a obedeceros en todo, y ansí desde hoy viviré muy subordinado a vuestras órdenes, jurando por la fe de caballero de no ausentarme de esta corte sin vuestro expreso gusto, de desvelar mis sentidos hasta averiguar--como mandáis-- por señas cuál de las tres bellezas superiores de esta casa me dispone a tanta dicha, y de no comunicar con viviente mercedes tan deudoras del silencio, sujetándome al castigo propuesto, si le profanare, y apercibiendo desde aquí los ojos, en cuyo estudio haré alarde de mi suerte. El cielo os guarde para felicidades superiores, etc. Don Gabriel Manrique." Decid que no es vuestra ahora la carta de obligación que os tiene casi en prisión. GABRIEL: Si habéis vos sido la autora del examen que queréis hacer de mi ingenio corto, y yo la lengua reporto con el recato que veis, ¿para qué más confusiones, equivocando las señas que entre esperanzas pequeñas atormentan mis pasiones? Vuecelencia ¿qué procura? ¿A qué propósito agora leerme el papel, señora, que os escribió mi ventura? ¿He yo acaso delinquido contra lo que en él prometo? ¿Comuniqué su secreto, loco de favorecido, con persona que se alabe que mi palabra rompí? Desde el punto que seguí al que vuecelencia sabe, favorable robador de mi caudal --ya dichoso por ser vos su dueño hermoso-- hasta agora, ¿en qué el valor que profeso os ha ofendido? ¿He dicho yo la ocasión de mi agradable prisión, encerrado y detenido en el cuarto cuyo adorno sólo pudo vuestro ser? ¿Quién hay que pueda saber lo de la sala y el torno, la industria ingeniosa y nueva de entregarme a mi criado, el hospicio regalado, de quien sois ilustre prueba, los dos papeles discretos al paso que misteriosos, que me intiman amorosos la guarda de estos secretos, la afable serenidad que, cuando libre salí, en vuestro semblante vi, y luego...? CLEMENCIA: Tened, parad; que vais confundiendo cosas de algún frenesí compuestas. ¿Qué torno o salas son éstas? ¿Qué prisiones misteriosas? ¿Qué robador, qué crïado? Don Gabriel, ¿estáis en vos? GABRIEL: No sé, señora, por Dios; débolo de haber soñado. Si secretos que sabéis esos mismos estrañáis, si tantas señas negáis, y conmigo os ofendéis porque con vos me disculpo, mucho os debe de importar el verme desatinar. Mi atrevida lengua culpo; no se trate más en esto. CLEMENCIA: ¿Yo a vos dos papeles? Yo joyas robadas? ¿Quién vio frenesí tan manifiesto? GABRIEL: Ilusión debió de ser. CLEMENCIA: ¿Hacia qué parte de casa cae el cuarto donde pasa tanto engaño? ¿En qué mujer sospecháis que pudo haceros burlas que fingiendo estáis? GABRIEL: Si a vos misma os preguntáis, podréis por mí responderos; que yo no oso declararlo. CLEMENCIA: ¿Un torno decís que había en la sala que os tenía preso? GABRIEL: Debí de soñarlo. CLEMENCIA: Enseñad los dos papeles que esa dama os escribió. GABRIEL: Señora... CLEMENCIA: Mándooslo yo. GABRIEL: Los bien nacidos son fieles. Mientras no tenga evidencia de que vos la beldad fuistes que estas cosas dispusistes, bien podrá vuesa excelencia con mi muerte en su rigor experimentar aprietos, mas no saber los secretos que hacen prueba en mi valor. Morir honrado, eso sí; manchar mi fama, eso no. CLEMENCIA: ¿Y os persuadís a que yo la dama encubierta fui que quiso experimentar con traza y modo tan nuevo vuestro ingenio? GABRIEL: No me atrevo, por no ofenderos, a hablar. CLEMENCIA: Acabad, no me enojéis; éste es mi gusto; que intento saber con qué fundamento de los discursos que hacéis la persona adivináis que os obliga a amar por señas. GABRIEL: No son, señora, pequeñas las que en ese papel dais, aunque me arriesgue a arrojarme en tal golfo. CLEMENCIA: ¿Queréis bien, en fin, sin saber a quién? GABRIEL: ¿De qué sirve examinarme en cosas que vos sabéis, y yo nunca he de deciros? CLEMENCIA: ¡Que podáis vos persuadiros a que yo os amo! ¿No veis que, siendo Enrique mi igual, y vos estraño...?
Sale un PAJE
PAJE: Madama, a vuestra excelencia llama el duque mi señor.
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CLEMENCIA: Mal vuestras señas conjeturan; examinadlas mejor. A Carlos le debo amor; los servicios me aseguran de Enrique; estad advertido, ya que os habéis empeñado, en que no todo llamado alcanza ser escogido, y que ardides ingeniosos, joyas poco defendidas, prisiones favorecidas, papeles dificultosos, torno, salas y ocasiones son exámenes discretos de vuestro ingenio y secretos; id averiguando acciones, ya advertid, si imagináis que de lo que ha sucedido yo, Gabriel, la autora he sido, que acertáis y no acertáis.
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GABRIEL: ¿Cómo, si acierto, no acierto? ¡Válgate Dios por mujer! Otra vez me vuelvo a ver en el golfo y en el puerto; otra vez confuso advierto la paradoja importuna de mi equívoca fortuna. No hay que dudar; Clemencia es la que es una de las tres, y de las tres no es ninguna. Acertar y no acertar ¿no es lo mismo? ¿De qué suerte será posible que acierte en lo que es forzoso errar? Si por señas he de amar, que Clemencia me ama es cierto. ¡Ay cielos! Sueño despierto, pierdo cuanto estoy ganando, soy lince y a escuras ando, y en fin acierto y no acierto.
Sale CARLOS
CARLOS: Gabriel, Beatriz celosa merece por discreta, por hermosa, ocupar mis desvelos en tierna suspensión, no en darla celos. Mas si a Clemencia miro, olvidando a Beatriz, luego retiro el primer pensamiento; y de no darla el alma me arrepiento. Inclíname Clemencia, móvil de mis sentidos su presencia, y, loco en este empleo, de ella me aparto, y a su hermana veo, que, volviendo a rendirme, culpa mi poca fe de poco firme; y, entre las dos perdido, en círculo mi amor desvanecido, de mis deseos esclavo, vuelvo ciego a empezar por donde acabo. ¿Qué haré cuando navego entre Escila y Caribdis? GABRIEL: (Mal un ciego, Aparte si no es que desvaría, a otro ciego servirá de guía.) CARLOS: ¿Qué dices? GABRIEL: Que si adora a tu Beatriz el rey y te enamora, como dices, Clemencia, sigas tu inclinación y su obediencia. CARLOS: ¡Ay cielos, que te engañan quimeras que mis penas enmarañan! A instancia sólo mía el desposorio estorba; mi porfía y el amor que me tiene hizo escribir la carta que previene en mí nuevos desvelos. ¡Pluguiera a Dios que el rey me diera celos con Beatriz, que a Clemencia me obligara a olvidar su competencia! Mira, español discreto, amor sin competir pierde el afeto con que se perficiona; con celos sus quilates proporciona. Si a Clemencia ama Enrique, ¿qué mucho que celoso sacrifique mi gusto a sus deseos? En lo fácil amor no logra empleos. Beatriz no tiene amante que en su favor feliz se me adelante; por esto en su belleza, con ser tanta, se engendra mi tibieza. Pienso yo --y es sin duda-- que, si de objetos mi esperanza muda, es porque en mi deseo, sin ser difícil, a Beatriz poseo, y que en otro empleada Clemencia, cuanto más dificultada, es más apetecida; que amor con imposibles cobra vida. Ven acá; haz una cosa, y encenderásme tú en Beatriz hermosa; dame con ella celos. GABRIEL: ¿Qué dices, gran señor? CARLOS: En ti los cielos gracias depositaron, Gabriel, que mis deseos envidiaron; digno eres que compitas con sujeto mayor. GABRIEL: Desacreditas tu discreción con eso. CARLOS: Tú eres mi amigo fiel, yo estoy sin seso; finge que, enamorado de Beatriz, y en España potentado, por verla te humillaste a servirla, y tus prendas disfrazaste. Si en mi amistad apoyas la tuya, don Gabriel, daréte joyas con que este engaño ostentes y allanes, dadivoso, inconvenientes. Reparte, desperdicia, gasta Alejandro, colma la codicia de avaros medianeros; que las alas de amor son los dineros. Doradas flechas tira; yo apoyaré industrioso tu mentira. GABRIEL: Vaya, pues tú lo quieres; mas no formes de mí, cuando me vieres por tu gusto empeñado, quejas que den tormento a tu cuidado. CARLOS: ¡No has de amarla de veras! GABRIEL: No, que son mis lealtades verdaderas, puesto que amor, que es loco, acaba en mucho, aunque comience en poco. CARLOS: Ven, que no me fiara de ti si en tu lealtad no edificara la máquina presente. Tenga amor yo a Beatriz perfectamente; que en tu amistad presumo que si el azogue se resuelve en humo después que el oro afina, amor que con los celos se examina sabrá, apartado de ellos, en humo como azogue resolvellos. GABRIEL: El que en azogues trata, si no la vida, su salud maltrata; pues tal vez le sucede que con temblores del azogue quede, y otro se lleve el oro. Teme el riesgo, señor, que yo no ignoro; pues dice un avisado que es todo uno celoso y azogado.
Vanse. Sale ARMESINDA
ARMESINDA: El amor y la sospecha nacieron en una casa; ciego aquél, todo lo abrasa; lince ésta, todo lo acecha. Después que mal satisfecha miro acciones de este español, mis pasiones conjeturan que ausentes penas le apuran la paciencia que retira el alma. A solas suspira; suspensiones le procuran enajenar de beldades que, usurpando voluntades, materia dan a desvelos, porque, sin amor y celos, nadie busca soledades. ¿Hablando siempre entre sí quien lances de amor ignora? No es posible; luego adora. ¿Dónde, pues, si no es aquí? Será en su patria --¡ay de mí!--. ¡Que entre engaños lloran mis primeros años competencias que disfrazan apariencias y, en tan riguroso extremo, temiendo, no sé a quién temo! Amo aquí y envidio ausencias que ocultas muerte me den; ¿quién quiso hasta ahora bien que a comparárseme venga, ni quién --¡cielos!-- hay que tenga celos sin saber de quién?
Sale MONTOYA
MONTOYA: Cuanto sueño, cuanto miro desde la noche pasada se me antoja chimeneas, guindaletas, tornos, trampas, aventuras, estantiguas, monjas, jayanes, fantasmas, quintas, castillos, quimeras. ¡Válgate el diablo la casa! ARMESINDA: (Éste sirve a don Gabriel Aparte y, trayéndole de España, sabrá quién es la belleza que ausente tan mal le trata; informarme de él pretendo.) MONTOYA: Alrededor se me anda cuanto topo, cuanto piso; garatusas, musarañas me parece cuanto veo. ARMESINDA: ¡Hola! MONTOYA: Vuescelencia añada dos "eles" y una "a" al tal "ola", vendréme a llamar "Olalla". ARMESINDA: ¿A quién servís? MONTOYA: Pues yo ¿sélo? Cristiano soy por la gracia de Dios; serviréle a él, y después de Dios al papa que en su iglesia vicariza, y tras éste al rey de España, hasta tener lamparones que me cure el rey de Francia. Luego a don Gabriel Manrique, a quien en palacio embauca un duende monjitornero, que invisible nos regala. ARMESINDA: Venid acá. MONTOYA: Estoy venido. ARMESINDA: ¿Sabréis decirme la causa que tanto melancoliza a vuestro dueño? MONTOYA: ¿No basta a entristecer cuatro bodas una noche toledana, un torno tras un torneo, una maleta mamada, una cena por tramoya, tres billetes y dos camas? ARMESINDA: ¿Qué decís, estáis en vos? MONTOYA: Debo estar en Guatemala, y mi dueño en Guatebuena; despertadme vos, madama, tirándome las narices. ARMESINDA: (Éste es loco.) Aparte MONTOYA: ¿Sois la infanta Lindabrides, a lo Febo, a lo amadisco, Oriana, Gridonia, a lo Primaleón, Micomicona, a lo Panza, o a lo nuevo quijotil, Dulcinea de la Mancha? ¿Qué desmesura vos puso en tanta cuita? ¿Qué fadas, qué Artús encantadero tal fermosura maltrata? ¿Quién vos fizo tuerto o vizco? ¡Mal haya el torno, malhaya el sortijo de Brunelo, si quien vos busca no os halla! No os le volváis a la boca. ARMESINDA: Hombre, ¿sabes con quién hablas? MONTOYA: Con Angélica la bella, tan bella como bellaca; si no, dígalo Medoro, aquel morisco sin barbas, que diz que la fizo dueña en una choza de paja. ARMESINDA: Descortés, descomedido... MONTOYA: Si se ensuegra, si enmadrastra porque esta nigromancia la trampeó lo que pasa, oiga verdades tan puras que no tienen pizca de agua, porque, a tener media gota, nunca yo se las contara. ¡Vive Dios, que está mi seso con todas las zarandajas de cuerdo a prueba de brujos, que nos hacen garambainas! Va de cuento; mi señor --después de las alabanzas que en el sarao y torneo le dieron duques y daifas--, sin comunicar conmigo secretos --que me los guarda, no sé yo con qué conciencia, siendo toda su privanza--, sin chistárselo a persona, de noche ensillar me manda y, dejando estos países, iba a enfardelar a Holanda. Brindóle el sueño dos millas de esta selva encantusada, que a esta quinta --o a esta sexta-- sirve de sombra o guirnalda; y, apeándose en su centro, mientras convida a ensalada a nuestro frisón la yerba, perejil de la cebada, recostado en el cojín y yo dormido en estatua, --quiero decir, como grullo--, la luna entre yema y clara le hurta un hombre la maleta. Corre en su alcance, la espada "en puribus", por el bosque; y yo, abriendo las pestañas, oigo cuitas del rocín, cuarteado de dos maulas. Quise desfacer el tuerto, pero por detrás me agarran dos Galalones monsiures; ojos y boca me embargan y, sin decir chus ni mus, las manos a las espaldas, en la silla atado el cuerpo, y en Sansueña presa el alma, a escuras corro la posta, hasta que después me abajan, luego a un tejado me suben y, al cabo de esto, me envainan por un esmeril de yeso, guindándome hasta una sala, sin haberse otra vez visto lacayo por cerbatana. Conocímonos a ciegas mi dueño y yo, y a mi instancia, desencordelado el cuerpo, las lumbreras me destapa; pero entrambos tan a escuras como antes, porque la cuadra, avarienta de un candil, sin luz nos desatinaba. Alternábamos a versos él y yo nuestras desgracias, con temor de otras peores, y hétele que a un torno llama no sé quién; fuimos a tiento y, respondiendo "Deo gratias", se nos vuelve el bofetón y, sin hablarnos palabra, nos presenta dos bujías encendidas y una carta, con papel, pluma y tintero. Mi dueño de mí se aparta; leyó para sí el billete; treinta veces le repasa, santiguando el frontispicio; pregúntole el por qué, y calla; mas, respondiendo con otro, vuelve la atahona, y halla tercer billete, y con él una pródiga canasta de potable y comestible. Gozamos de la abundancia y, acostándonos repletos en dos magníficas camas, despertamos a las trece, hallamos la puerta franca y, atravesando salones, dignos todos de un patriarca, nos hallamos a la vista de tres duques, tres madamas y tres mil encantamientos. Esto, en suma, es lo que pasa, y lo que yo alcanzar pude; juzgue ahora, siendo alcalda, si es maravilla que crea que de Medusas y Urgandas está este palacio lleno, y que alguna nigromanta enmaga con su hermosura a cuantos viven en casa. ARMESINDA: A no teneros por loco y juzgar que disparatan vuestros discursos enfermos, no sé lo que maliciara de todas esas quimeras. MONTOYA: Voto a toda una semana de fiestas y de domingos, aunque entre en ellos la pascua, que es lo que digo tan cierto como que hay bellezas calvas que se solapan con moños, que hay títulos con mohatras, que hay doncelleces con hijos, que hay tintoreros de barbas, y que hay dientes de alquiler que se mudan. ARMESINDA: Basta, basta. En fin, ¿a vos os trajeron a un cuarto de nuestra casa y a vuestro señor también, por engaño? MONTOYA: Por fayancas nocturnas y encantatrices. ARMESINDA: Pues ¿qué hizo entonces la espada de vuestro dueño que, ociosa, de dos hombres no os libraba, siendo español tan valiente? MONTOYA: Pues contra encantos ¿hay armas que defiendan a un Golías? Cuando se le antoja, saca un libro enano del seno el nigromanto o la maga y, en leyendo dos renglones, a pares los grifos bajan que desmayan Palmerines, y los llevan en volandas a la isla de las lechuzas. Poco sabe de las chanzas de un Fristón encantador contra príncipes de Jauja. ARMESINDA: ¿Torno la pieza tenía? MONTOYA: Mantenía y torneaba, pues a las tres torneaduras cena nos dio torneada. ARMESINDA: ¿Y no sabéis, en efeto, lo que contienen las cartas o papeles? MONTOYA: Pretendílo; pero, sacando la daga contra mí --mal le conoce--, me echó mucho en hora mala; que para vuesa excelencia no hay secreto de importancia que le reserve mi boca. ARMESINDA: Cosas me contáis estrañas. Recibid esta cadena. MONTOYA: ¿Para qué? ARMESINDA: Para trocarla por un secreto que intento fïaros. MONTOYA: ¿Cadena? ¡Guarda! Non fago yo esas sandeces. ARMESINDA: ¿Por qué? MONTOYA: Temo, siendo maula, que en carbón me la conviertan los duendes de esta posada. ARMESINDA: Bueno está ya de locuras; acabad. MONTOYA: Tómola. Vaya de interrogación ahora. ARMESINDA: ¿A quién, decid, en España tuvo don Gabriel amor? MONTOYA: Una ninfa toledana sospechamos que le puso tal vez silla y tal albarda los que andábamos con él. ARMESINDA: ¿Que lo sospechaste? MONTOYA: Guarda mi señor tanto secreto que, con darnos leche un ama y fïarme la despensa, no me fía una palabra. Pero como amor es niño, y los niños nunca callan, sacamos por los gorjeos quién es a quien dice "mama". ARMESINDA: Y ¿quién era la dichosa? MONTOYA: Era y es una Gerarda, digna de todo un cabildo de Píramos. ARMESINDA: ¿Muy bizarra? MONTOYA: Tan bizarra y gentil hembra que, a no ser desmantelada, con guarniciones de fría entre desaires de larga y presunciones de boba, pudiera ser archidama. ARMESINDA: Pintámela, si sabéis. MONTOYA: Va de pintura en estampa. Semirubia de cabellos, frente desembarazada, cejas buenas, ojinegra --ya no se usan ojizarcas--, puesto que eran más ojetes que ojales las luminarias, por lo pequeño y redondo, que en las fermosas se rasgan. Las mejillas, por estremo, ni bien mármol ni bien grana, mezcla sí de las dos sierras, la Bermeja y la Nevada. En proporción las narices, ni judaizantes ni chatas, ni nabo por corpulentas, ni alezna por afiladas. Buenos labios, malos dientes, porque, aunque era su tez blanca, a caballo unos sobre otros, tanti-cuanti moriscaban. La garganta, cuelli-erguida, cándida, gruesa, torneada, y tal que hiciera yo un Judas, a haber saúcos gargantas. Las manos, no hay que pedir en ellas porque no daban, puesto que ambas recebían, y eran muy hermosas ambas. Privilegiado de cuartos el tallazo; más avara en las obras que en el cuerpo... Lo demás, el argonauta de tal golfo que le pinte, si hay quien tenga dicha tanta que mida con la experiencia los grados del dicho mapa. ARMESINDA: ¿Quiso a vuestro dueño mucho? MONTOYA: Quiso a muchos; que mudaba, como si fueran camisas, tres a tres cada semana. ARMESINDA: ¡Válgame Dios! ¿Mujer noble, y tan fácil? MONTOYA: Suspiraba por lo ido, y lo venido la daba al momento en cara. ARMESINDA: ¿Y por qué vuestro señor se ausentó? MONTOYA: Porque esta daifa dicen que escribió contra él a nuestro rey quejas falsas, y don Gabriel, por servirla, cuando vio que deseaba rempujarle, puso tierra en medio. ARMESINDA: ¡Fineza estraña! MONTOYA: Dióle al partirse unas joyas, pesarosa de esto, ¡tanta es su variedad! ARMESINDA: ¿Por qué se partió, si le llamaba y a su amor se reducía? MONTOYA: Por haber dado palabra de acompañar nuestro duque, y por ver si la mudanza hace en él de las que suele, que ésta es general trïaca. Esto sospécholo yo; que, como a puerta cerrada pudre don Gabriel secretos y ninguno los alcanza, hablo a tiento en sus amores. Lo que me pesa, madama, es que volaron las joyas. ARMESINDA: ¿Cómo? MONTOYA: En la maleta estaban que nos gazmió el bandolero. ARMESINDA: ¿Eran ricas? MONTOYA: Empedradas de diamantes, más que un trillo. ARMESINDA: ¿Que, en efeto, nos os engaña lo de la prisión y el torno, confusiones y desgracias? MONTOYA: Por Dios... ARMESINDA: Ahora bien, yo quedo satisfecha y informada --aunque en confuso-- de cosas que os han de ser de importancia, si sabéis guardar la lengua. MONTOYA: ¿A mí? ARMESINDA: A vos. No digáis nada de lo que vos me habéis dicho a vuestro dueño. MONTOYA: Me tapa los labios esta cadena. Vueselencia, pues es sabia, calle también y averigüe; porque si mi amo alcanza que me deslicé, no doy por mi vida una castaña.
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ARMESINDA: Amor, ¿qué es esto que oís? ¿Quién, decid, os dificulta? ¿Quién, competidora oculta, celos os da y los sufrís? Si con ellos presumís crecer, crecerá la pena que esperanzas enajena, pues temo --¡congoja estraña!-- una enemiga en España, y otra invisible en Lorena. Aquélla ausente me abrasa, ésta presente me enciende; pero --¡ay Dios!-- que más ofende el enemigo de casa. Con Carlos Beatriz se casa, porque en él logra su amor, aunque un rey competidor se le opone, que no estima; luego no es Beatriz mi prima quien motiva mi temor. Clemencia de esta quimera la autora ha venido a ser, porque con menos poder ¿quién a tanto se atreviera? Sospechas, echemos fuera temores, y averigüemos sutilezas que estorbemos con industrias que opongamos; y, porque las consigamos, las suyas desbaratemos.
Salen FELIPO, CARLOS, ENRIQUE, don GABRIEL, BEATRIZ y CLEMENCIA
BEATRIZ: Vuestra excelencia, señor, no ha de usar hoy de la ley de padre conmigo; el rey logre en iguales su amor; que esta vez yo he de lograr las de mi libre albedrío. No apetezco señorío que, a título de reinar, imperioso me lastime y me ame con presunción; hecha tengo la elección de quien templado me estime, y no ofenda mi respeto. Amor busco, no poder; esto, señor, ha de ser; entiéndame el más discreto.
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CARLOS: (Por mí lo dijo. ¿Hay amor Aparte semejante? Adoraréla; por mi sol respetaréla, por la firmeza mayor que jamás vio el interés. Mi mudanza ha sido loca. Voy a que estampe en mi boca los vestigios de sus pies.)
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ENRIQUE: (¿Mas si madama Beatriz, Aparte castigando la mudanza de Carlos, me da esperanza de ser mi dueño? ¡Feliz trueco, si en él me prometo tal dicha! Voy a saber si, llegándola a entender, vengo a ser el más discreto.)
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FELIPO: (¡Que un rey desprecie por Carlos! Aparte Pero sí, que en sus empleos su amor empeñó deseos y siente en mí el malograrlos. El rey es prudente y justo; ni yo me atrevo a intentar que se case a su pesar, ni él querrá mujer sin gusto.)
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GABRIEL: (Estas señas interpreto, Aparte aunque loco, en mi favor; permitidme agora, amor, presumirme el más discreto. ¿Risa ayer, cuando lloraba con Carlos, y enigmas hoy? Mas si de Clemencia soy, si no ha media hora que acaba de darme señas escritas, ¿qué intentas, soberbia vana? A Carlos quiere su hermana; ¿para qué me precipitas? ¿Cuándo, amor, me has de sacar de tanto golfo crüel?)
CLEMENCIA pasa junto a él disimulada, y le habla aparte
CLEMENCIA: ¿Qué tal os va, don Gabriel, de acertar y no acertar? GABRIEL: Mal, pues cuando conjeturan discursos que me atormentan, hallo señas que desmientan las señas que me aseguran. Ríense de un ignorante, gran señora, como yo...
Disimuladamente deja ella caer un guante en el suelo, y levántale él
Mire que se le cayó a vueselencia este guante.
CLEMENCIA lo toma desdeñosa
CLEMENCIA: ¿Qué decís? GABRIEL: Se le ha caído, y, alzándole yo, pretendo con él... CLEMENCIA: O yo no os entiendo, o vos no sois entendido.
Vase
GABRIEL: (¡Gracias a Dios, experiencia, Aparte que de dudas me sacáis! ¿Para qué filosofáis, temores, en la evidencia? Esto está ya averiguado.)
ARMESINDA se dirige a don GABRIEL, como que va a entrarse
ARMESINDA: La toledana es hermosa, puesto que ni muy airosa, ni muy firme; hanme agradado las joyas, pero no el brío ni el alma de la Gerarda; que, aunque en el alma gallarda, hiela a España por lo frío. Tiene partes excelentes, puesto que la gracia es poca, que es gran defecto en la boca tan mal avenidos dientes. Lo que yo afirmaros puedo, que en el aliño y adorno puede obligar la del torno a olvidar la de Toledo.
Vase
GABRIEL: ¿Señas nuevas? ¡Vive Dios, que se han las tres concertado a enloquecerme! Cuidado, si, confuso entre las dos, quieres que el seso las rinda, con tres ¿qué hará mi paciencia? ¿Señas Beatriz y Clemencia? ¿Señas también Armesinda? Burlarme intenta cada una; solución del enigma es, pues son mis damas las tres, y de las tres no es ninguna.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Amar por señas, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002