ACTO TERCERO


Salen CLEMENCIA y ENRIQUE
CLEMENCIA: Mi hermana me dijo a mí que, interpretando razones de contrarias intenciones, la amáis. ENRIQUE: Es, señora, ansí; que, como Carlos procura con cartas, más negociadas que por el rey deseadas, desbaratar mi ventura y no lo repugnáis vos, hallo en vuestro desengaño el remedio de mi daño; y, compitiendo los dos, me parece que es prudencia --antes que en celos me ofusque-- que en madama Beatriz busque lo que peligra en Clemencia. CLEMENCIA: Cuando él, duque, os compitiera y entrada en mi pecho hallara que el paso os dificultara, ¿mejor salida no fuera --a ser amante de ley-- sus ardides desmentir que por Beatriz competir con un infante y un rey? Confesarlo ansí es forzoso. En efeto, hacéis alarde de ser el primer cobarde que se retira celoso; aunque os tendréis por feliz si en tan loca competencia sois tímido por Clemencia y animoso por Beatriz. ENRIQUE: Cuando yo no interesara más medras de mis intentos que el causaros sentimientos con que mi amor se repara, fue ardid, señora, discreto fingir haceros agravios; que tal vez suelen ser sabios los celos. Mostré, en efeto, que a vuestra hermana servía, y fue admirable mi aviso, pues mi amor por su orden quiso probar lo que en vos tenía. Ya que lo sé, a vuestros pies, dándoos gracias, perdón pido; sosegad vos mi sentido, porque os ame más después. ¿De veras que no estimáis a Carlos? ¿Que os resistís? ¿Que en fin, cuando me admitís, sois mujer y no os mudáis? CLEMENCIA: Mi inclinación no consiente mudanzas; que la firmeza es en mí naturaleza, si en las otras accidente. Yo quise desde el instante que di principio al querer a quien mi esposo he de ser, y nunca mudé de amante. Carlos --desvanezca o no promesas a su cuidado-- persona trae a su lado que en mi pecho despertó desvelos de más momento. ENRIQUE: ¿Cómo es eso? CLEMENCIA: ¿Qué teméis? A don Gabriel le debéis amistades, que si os cuento, dudaréis satisfacerlas en llegando a ponderarlas; el principio de pagarlas es, duque, el agradecerlas. Haceldo ansí; que él ha sido a quien fe mi pecho da. ENRIQUE: ¿A don Gabriel? CLEMENCIA: El será, si me entiende, preferido a muchos...Quiero decir, en materia de consejos. ENRIQUE: Estaba de eso tan lejos, viéndole a Carlos servir, que, aunque me lo certifique vuestro crédito, y sea ansí... CLEMENCIA: Cada cual hace por sí antes que por otro, Enrique. ENRIQUE: Pues él en eso ¿qué hace por sí? ¿Qué es lo que medró? CLEMENCIA: ¿No es el amigo otro yo que a dos almas satisface con sola una voluntad, si a un mismo fin se encamina? ENRIQUE: Ansí es bien que se difina el amigo. CLEMENCIA: Y su amistad ¿no puede ser tal con vos que se verifique en él tal fineza? ENRIQUE: ¿Don Gabriel contra su dueño? Por Dios, que ha de quedar asombrado quien tal imposible oyere. CLEMENCIA: Cuanto más por vos hiciere, os tendrá más obligado. ENRIQUE: Poco abona su opinión quien esa cuenta da de ella. CLEMENCIA: Como por eso atropella, si es viva, una inclinación. Experimentad la mía, disculpando a don Gabriel, que yo os juro que por él dejara una monarquía. ENRIQUE: ¿Cómo por él? CLEMENCIA: Pues ¿no dejo la herencia casi de Francia con el de Orliens, a su instancia? Inclínome a su consejo, de suerte, duque, os prometo, que toda mi libertad pende de su voluntad. ENRIQUE: El español es discreto, y si yo alcanzo por él que os inclinéis a mi amor, le seré eterno deudor. CLEMENCIA: Id, Enrique, hablad con él; experimentad verdades que antes de mucho admiréis; solicitadle, y veréis prodigios entre amistades, que no poco han de importaros. Decid que siga la traza que amor y su ingenio enlaza; que alguna vez saldrán claros los cielos, hasta aquí obscuros, pues para los animosos principios dificultosos prometen fines seguros; y que esto le aviso yo para vuestro buen suceso. ENRIQUE: Pues ¿no sabré yo algo de eso? CLEMENCIA: Por agora, Enrique, no. ENRIQUE: Pues ¿es razón que el tercero alcance más que el amante? CLEMENCIA: El medio que es importante para los fines que espero, con vos me requiere muda, y toda lenguas con él. Si os regís por don Gabriel, presto saldréis de esa duda; que hemos dispuesto los dos cierta traza sin testigos, con que quedéis muy amigos mi padre, Carlos y vos. Sólo este fin me reporta en los labios el secreto; vos veréis, duque, en efeto, lo que a los dos nos importa. ENRIQUE: Alto; si por don Gabriel se han de allanar competencias, voy a alentar sus agencias. CLEMENCIA: Nuestro amor estriba en él. Diréisle, pues le confío que os industrie y aconseje, que por señas no lo deje, pues hartas con vos le envío. ENRIQUE: Obedecer y callar. Voy. CLEMENCIA: ¿Oís? y que en los dos sabrá aquello, yendo vos, de acertar y no acertar.
Vase ENRIQUE
CLEMENCIA: Confuso parte, No es mucho que, si imita mis acciones, participe confusiones, cuando yo con tantas lucho. Si señas tienen de ser del gallardo español prueba, señas Enrique le lleva con que me pueda entender. ¿Qué modo hallara yo agora para sosegar desvelos y conocer de mis celos la oculta competidora? Si yo conociese el dueño que inadvertida perdió el papel que ocasionó los riesgos en que me empeño, facilitara el cuidado que confusa dificulto; porque el enemigo oculto más daña que el declarado. Ahora bien, aquí le hallé; vuélvole al mismo lugar; que escondida he de sacar quién la perdidosa fue.
Echa el papel en el suelo
Dudo en mi hermana y mi prima, si bien con más fundamento en la segunda; mi intento a nuevas cosas me anima. Cualquiera que pase de ellas, en viéndole le ha de alzar; y, si le perdió, ha de dar muestras de gusto, y por ellas quedaré informada yo. Las dos estaban agora en esa cuadra; no ignora trazas quien celosa amó.
Sale FELIPO
FELIPO: Clemencia, de tu elección pende la paz de mi estado; palabra a Enrique le he dado; Carlos te tiene afición; ama a Beatriz el de Francia; ya tú sabes su poder; consultar es menester cosas de tanta importancia. De tu entendimiento fío riesgos que a tu arbitrio dejo. CLEMENCIA: En el tuyo mi consejo, siendo tuyo, será mío. FELIPO: Ven, y estudiemos los dos lo que se ha de hacer en esto. CLEMENCIA: (¿Hay estorbo más molesto Aparte que el presente? Ciego dios, mal podréis averiguar quién es mi competidora, si dejo el papel agora y me obligan a ausentar. ¿Alzaréle? Pero no; que si mi padre lo ve, el crédito arriesgaré que mi recato ganó. ¿Qué he de hacer? Poco dichosa soy en amores. FELIPO: ¿No vienes? CLEMENCIA: Sí, señor. FELIPO: Discreción tienes, que es milagro, siendo hermosa; busquemos los dos salida a confusión tan crüel. CLEMENCIA: (Volveos a perder, papel; Aparte que más que vos voy perdida.)
Vanse. Sale BEATRIZ
BEATRIZ: Perdíle y, sin él confusa, desvanezco mi sentido. ¿Si acaso se me ha caído por aquí? No tiene excusa mi descuido. Echéle menos agora; guardéle aquí.
Señalando la manga
No sé cuándo le perdí; sé mi desgracia a lo menos. ¿Si le halló mi padre? ¡Cielos! ¿Si alcanzó a saber por él, con riesgo de don Gabriel, mi osadía y sus desvelos? Negaré disimulada, aunque la vida me cueste. Mas ¡válgame Dios! ¿No es éste?
Álzale
¡Ay prenda tan mal guardada cuanto con gusto adquirida! No saldréis más de mi pecho. ¡Qué de agravios que os he hecho! Vos seáis bien parecida. Cuando agora por aquí con Armesinda pasé, se me cayó; ya podré, temores, volver en mí.
Salen CARLOS y don GABRIEL. Hablan aparte a la puerta
CARLOS: Yo sé que, dándome celos, la he de volver a adorar. GABRIEL: Tu estraño modo de amar tendrá pocos paralelos. CARLOS: Gabriel, madama está aquí. GABRIEL: Comencemos tu quimera; yo la llego a hablar. CARLOS: Espera; déjame primero a mí que con ella te introduzga en España poderoso, y que me muestre celoso porque a tu amor se reduzga, y tú después llegarás. GABRIEL: Voyme, pues. CARLOS: Ve y vuelve luego. GABRIEL: Más que el amor eres ciego. CARLOS: ¿Qué quieres? No puedo más.
Vase don GABRIEL
CARLOS: Madama, si os desobligo y a vuestra hermana pretendo, es porque ofendido entiendo que truje mi mal conmigo. Quiero de suerte a un amigo, y queréisle tanto vos, que, puesto que sabe Dios lo que me cuesta olvidaros, no os he he amar, por amaros y daros gusto a los dos. BEATRIZ: Duque, ¿qué decís? Volved por vuestro seso y por mí; no os precipitéis ansí, y en más mi opinión tened. Vuestra mudanza ofended, pero no, Carlos, mi fama. ¿Qué amigo es ése? CARLOS: Madama, no disimuléis conmigo; [................-igo] y él correspondiente os ama. Pródigo intento y cortés lograr con él una hazaña; tendrá que envidiar España desde hoy el valor francés. BEATRIZ: Acabemos ya; ¿quién es sujeto tan ponderado? CARLOS: Duque que a Castilla ha dado sangre real; duque, en efeto, de Nájara, que en secreto es mi igual y es mi criado. BEATRIZ: ¡Válgame Dios! ¿Don Gabriel es duque? ¿Es tan gran señor? CARLOS: En los ojos vuestro amor os lleva el alma tras él. BEATRIZ: A lo menos, si es más fiel que vos y menos mudable, fuera ingratitud culpable no amarle, cual presumís; mas vos ¿de qué colegís defecto en mí tan notable? CARLOS: (Mintamos un poco, amor; Aparte que va hallando esta quimera más celos que yo quisiera.) Fïado de mi valor, hasta el mínimo favor me comunica. BEATRIZ: En efeto, ¿no hay entre los dos secreto? CARLOS: A persuadirme se anima que fue por él el enigma de "entiéndame el más discreto." Presentóme por testigo del amor que le mostráis señas que disimuláis, y él conjetura conmigo. Si algunas de éstas os digo, ya graves y ya risueñas... BEATRIZ: Duque, ¿qué decís de señas? CARLOS: Señas le apuran el seso. BEATRIZ: Pues él ¿alábase de eso? CARLOS: (Mentira, en mucho me empeñas.) Aparte BEATRIZ: ¿Señas os ha dicho a vos que en mí alientan su esperanza? CARLOS: La amistad todo lo alcanza, y es mucha la de los dos. BEATRIZ: ¿Yo señas? (¡Válgame Dios! Aparte En hombre que es tan perfeto ¿puede caber tal defeto?) CARLOS: Por él, en fin, determino que mude mi amor camino; tanto su amistad respeto. BEATRIZ: Sois vos todo gentilezas que él os podrá agradecer, mas no yo, pues llego a ver mi agravio en vuestras finezas. ¡Ay cielos! Si da en flaquezas como ésas, presumirá señas que dicho os habrá. CARLOS: Muchas me contó, aunque oscuras, y por esto no seguras, que averiguando en vos va. BEATRIZ: ¿Muchas y oscuras decís? CARLOS: Todo su pecho me fía. BEATRIZ: (¿Qué escucháis, desdicha mía? Aparte Necias industrias, ¿qué oís?) CARLOS: Parece que lo sentís como ofendida. BEATRIZ: ¿Qué mucho, si mis desdoros escucho en quien ansí os engañó? CARLOS: O le amáis, madama, o no. BEATRIZ: (¡Con qué de congojas lucho!) Aparte En fin, ¿es duque? CARLOS: Y marqués de Aguilar. BEATRIZ: No sé qué hiciera de mi libertad, si fuera, en vez de español, francés. CARLOS: (Alto, celoso interés, Aparte ya os hizo mi amor lugar.) BEATRIZ: Pero podréisle afirmar que alcanzara ventajoso suertes que merece airoso, y pierde por no callar.
Vase
CARLOS: Buscaban celos mis daños que a mi amor diesen desvelos y, andando a caza de celos, encontré con desengaños. El que por medios estraños en nuevos riesgos se arroja, cuando coja el fruto que yo cogí, échese la culpa a sí; porque siempre el que se ofusca en peligros que aborrece, si desdichas apetece, halla más de las que busca.
Vase. Salen FELIPO y ARMESINDA
FELIPO: Esto es lo consultado por Clemencia, y de ti tiene cuidado de suerte que te estima con afectos de hermana más que prima. Condesa de Bles eres; si al duque Enrique por esposa adquieres, y yo le persüado que, olvidando a Clemencia, trueque estado y amor en ti, podemos mudar en paces guerras que tememos. ARMESINDA: Señor, en vueselencia libré, muertos mis padres, la obediencia que a ellos les debía; mi voluntad es tuya más que mía; mas cosas de ese porte, no es justo que la prisa las acorte. Consúltelas despacio, pues sobran consejeros en palacio, que mirarán prudentes si se atajan con eso inconvenientes; y yo del mismo modo entretanto veré si me acomodo a disponer deseos tan libres en mi edad de esos empleos. FELIPO: Tu discreción, sobrina, merece admiración por peregrina. Yo voy a consultarlos; tú eres la paz del rey, de Enrique y Carlos.
Vase
ARMESINDA: Examine voluntades y haga Felipo experiencia, entretanto que en Clemencia mis celos sacan verdades si quiere al español más que obedecer a mi tío; que después, pues no soy río, bien puedo volverme atrás.
Sale BEATRIZ sin ver a ARMESINDA
BEATRIZ: ¿Es posible que tan grave, tan cuerdo, tan ententido, tan discreto y bien nacido --cuando lo que importa sabe-- duque don Gabriel Manrique el secreto encomendado y en fe de noble jurado con Carlos le comunique? No, sospechas, no lo creo; miente Carlos; conjeturas serán las que, mal seguras, --porque mude de deseo-- le inquietan la voluntad. Como en mis ojos ha visto lo que en la lengua resisto, querrá sacar la verdad con mentiras que le impone. Anda el español buscando las señas con que le mando que sus dichas ocasione; ocupa, cuando le asisto, los ojos y el alma en mí; y saca Carlos de aquí, porque a los dos nos ha visto con descuido cuidadoso, celos de causas pequeñas. Mas ¡decir lo de las señas! Aquí el culparle es forzoso. Lo mismo que acuso abono; y, entre el sí y el no confusa, hallo el agravio en la excusa y, condenando, perdono.
Sale CLEMENCIA sin ver ni a BEATRIZ ni a ARMESINDA
CLEMENCIA: Si Armesinda lleva bien el dar a Enrique la mano, salió mi recelo vano; poco mis sospechas ven. Si rehusa este concierto, dándose por ofendida, don Gabriel la trae perdida y mi temor salió cierto. ARMESINDA: Prima, en notable cuidado hoy mis aumentos te ven; darte puedo el parabién de consejera de estado. Tu padre, que dificulta riesgos que nacen de nuevo, me afirma lo que te debo; quedaréle a tu consulta deudora, que es circunstancia mucha que a Enrique se rinda la libertad de Armesinda porque Beatriz reine en Francia. BEATRIZ: (¿Cómo es esto de reinar? Aparte ¿Otra vez vuelve este miedo? Desde aquí escucharlas puedo.) CLEMENCIA: ¿Qué quieres? Séte afirmar que te estimo de manera que por ti me desposeo del duque. ARMESINDA: ¿Ya yo no veo que eres mi casamentera? Débote voluntad tanta que no admites y te pesa ser con Enrique duquesa, por ser con Carlos infanta. CLEMENCIA: Prima, reales intereses efectuólos la ambición; prométote que no son mis pensamientos franceses. ARMESINDA: Serán españoles, prima. CLEMENCIA: ¿Cómo? ARMESINDA: Pues ¿no han de tener alguna patria? CLEMENCIA: ¿Es querer pedirme celos? ARMESINDA: Enigma es ésta que tu amor traza, y cuando piensas que está secretísima, anda ya a pregones por la plaza. CLEMENCIA: ¿Estás en ti? ARMESINDA: No te asombres; que debe ser tu beldad alcalde de la hermandad que prende en los campos hombres. BEATRIZ: (¡Ay cielos! Todo se sabe. Aparte El español fementido pródigo indiscreto ha sido; perjuro dejó sin llave secretos y confïanzas.) ARMESINDA: Alcaide fue tu cuidado del cuarto en que, retirado, diste a riesgos confianzas. ¡Qué ingeniosa te apercibes de torno, tiniebla y salas! ¡Qué sazonada regalas, qué misteriosa que escribes! Ya yo he visto los papeles, cifras de tu estraño amor. BEATRIZ: (Todo lo ha dicho el traidor.) Aparte ARMESINDA: No hay para que te receles; que ya el español me fía secretos encomendados, porque tercie en sus cuidados. Luego ¿piensas, prima mía, que no me reveló señas, ya en acciones y ya escritas, en que dudas facilitas y animas cuando despeñas? Pues advierte que me hace agente de tus amores, y sé todos los favores con que intentas que se enlace en laberintos dudosos, no sé a qué fin prevenidos, conceptos con dos sentidos, obscuros por misteriosos. El papel que te escribió, el crédito que con él te acredita... CLEMENCIA: ¿Don Gabriel eso de mí te mintió? ARMESINDA: Eso y otras liviandades que callo. ¿De qué te admiras? (Amor, digamos mentiras Aparte para averiguar verdades.) CLEMENCIA: (¿Mas si, celosa de mí Aparte mi prima, se ha declarado con el, y cuenta la ha dado de cosas que presumí guardar seguras en él? No hay hombre que no se alabe de favores que aun no sabe; imitólos don Gabriel. ARMESINDA: No hay para qué recelarte ya de mí; declaraté con los dos. ¿Qué le diré, prima mía, de tu parte? CLEMENCIA: Dile, prima, que por ti facilitarle deseo estorbos, y que en tu empleo me tiene obligada a mí; que no malogre invenciones que tanto estudio te cuestan, pues ellas le manifiestan, aunque en sombra, tus pasiones; que las joyas usurpadas por tu industria, repartidas también por ti, aunque escondidas, no engañan disimuladas; que fácil se manifiesta cualquiera ardid estudiado, si se afecta demasiado; y en fin... ARMESINDA: ¿Qué locura es ésta, prima engañosa? ¿A qué efeto es tanto disimular? Hácesle desatinar, sábese ya tu secreto, ¡y atribúyesme quimeras que ni por el pensamiento me pasan! CLEMENCIA: ¡Donoso cuento! Mira, prima, cuando quieras que por señas un amante sus discursos encamine, no le hagas que desatine; procura de aquí adelante probar su ingenio de modo que señas y conjeturas ni del todo sean obscuras, ni tan patentes del todo que los demás las entiendan; porque es fuerza que el cuidado ame siempre desvelado, y que sus ojos pretendan registrar en cualquier dama acciones que acas[o] hechas den motivo a sus sospechas, y luego piense que le ama. ARMESINDA: ¿Para qué gastas doctrina que tú sola has menester? CLEMENCIA: ¿Yo? Pues mira; has de saber que tu español imagina que yo soy la arquitectora de la máquina que hiciste; que como le persuadiste a amar por señas, y ignora cuál de las tres de esta casa es la que ha de obedecer, apenas nos llega a ver cuando estudiosos nos tasa las acciones más pequeñas, una risa, un volver de ojos, con que al punto sus antojos juzgan que le hacemos señas. Cayóseme un guante ayer y, creyéndole favor, ya me imagina en su amor perdida; quise volver por mí y atajar locuras; mas poco me ha aprovechado, pues, necio y desbaratado, no sé qué salas a escuras, tornos y prendas robadas alega, con presunción de que yo fui la ocasión. Como no le persüadas a que eres tú su desvelo, contemporizar con él es fuerza; que el don Gabriel es un español del cielo, y no es bien que, ya apurado el seso, siendo yo cuerda, permita que por ti pierda el poco que le has dejado.
Vase. Sale BEATRIZ retirada, sin que ARMESINDA la vea
ARMESINDA: Esto es burlarse de mí, esto es haber ya sabido del crïado fementido cuanto en este caso oí. A no ser ella la autora de esta confusa quimera, claro está que no supiera lo que me refirió agora. De celos estoy perdida; mas no logrará, si puedo, los lances de tanto enredo. ¿Yo burlada? ¿Ella querida? Haré que el duque castigue arrojos de amor tan loco; que en competencias, no es poco estorbar quien no consigue.
Vase
BEATRIZ: No hay en casa quien no sepa cuanto al silencio fié. ¡Ay cielos! ¿Cómo creeré que en semejante hombre quepa tal falta, tan vil defecto? Pero culparle es en vano; que ya excediera de humano, si en todo fuera perfecto.
Sale don GABRIEL
GABRIEL: Harásele, gran señora, a vueselencia de nuevo el ver que a hablarla me atrevo, cosa rara en mí hasta agora; pero alienta mi temor quien puede, y por vos se abrasa. BEATRIZ: Decid; que no es nuevo en casa teneros por hablador. GABRIEL: ¿Hablador yo? BEATRIZ: Proseguid. GABRIEL: Mal su opinión acredita quien la que tengo me quita, mintiendo... BEATRIZ: Decid, decid. GABRIEL: ...porque es la más civil mengua para mí... BEATRIZ: Serán antojos de quien os buscó todo ojos y os ha hallado todo lengua. Decid. GABRIEL: Envidia será de quien con vuestra excelencia lo que no osa en mi presencia... BEATRIZ: Decid, acabemos ya. GABRIEL: ...afirma, contra el valor que en mí esos desdoros teme. BEATRIZ: Don Gabriel, decid o iréme, que sois terrible hablador. GABRIEL: Si en tal opinión me veo... BEATRIZ: Dejad eso, y proseguid. GABRIEL: Pues vos lo mandáis, oíd. Yo deseo y no deseo cumplir leyes y precetos de quien a hablaros me envía y sus secretos me fía. BEATRIZ: ¡Guardáis vos muy bien secretos!
Saca y hace que lee un papel
GABRIEL: Pues ¿podéis vos ofenderos de haberlos quebrado yo? BEATRIZ: ¡Jesús! ¿Vos quebrado? No; antes los decís enteros. GABRIEL: El envidioso ignorante que me juzga poco fiel... BEATRIZ: Levantad ese papel, y proseguid adelante.
Déjale caer de industria ella, y levántale él mirándole
GABRIEL: (¡Ay cielos! Mi letra es ésta.) Aparte BEATRIZ: Dadle acá.
Tómasele desdeñosa
GABRIEL: Señora mía... BEATRIZ: Al que secretos os fía podéis darle por respuesta que estudie en mis escarmientos si el fïarse es cosa baja de habladores de ventaja que infaman sus juramentos.
Vase
GABRIEL: ¡Madama! ¡Señora mía! Rayos mortales arroja. Agora, cielos, se enoja, que manifestar quería obscuridades de amor, agora que comenzaba mi dicha, y se declaraba, ¿tal desdén en tal favor? ¡Gentil premio de desvelos! ¡Bien satisfechos cuidados, de habladores infamados! ¿Qué es esto, inclementes cielos? ¿No vi en manos de Clemencia hoy mi papel? ¿No es el mismo que hallé agora? En tal abismo, ¿quién ha de tener paciencia? ¿Con quién comunico yo secretos tan castigados, de injurias galardonados, sino con quien me mostró como carta de creencia el billete que firmé? Si amor por señas juré, y hallo señas en Clemencia, ¿es mucho que desatine creyendo que es su inventora? Pues ¿cómo lo sabe agora su hermana? ¿Cómo a hallar vine en sus manos mi papel? ¿Cómo Armesinda me aguarda, con las señas de Gerarda? ¿Fue el intrincado vergel más confuso de Teseo? No, cielos, no hay más salida para no apurar la vida --que pienso que lo deseo-- sino creer que las tres, conjuradas contra mí, comunican entre sí secretos, porque después, como cada cuál me engaña, entre tanta confusión, castiguen la presunción que Francia culpa en España.
Sale CLEMENCIA
CLEMENCIA: (Mi padre, pues yo no puedo, Aparte tanta máquina averigüe, y mis celos apacigüe; desharemos este enredo, y saldré yo de cuidado, aunque me llamen crüel.) ¿Aquí estáis vos, don Gabriel? Nunca os veo acompañado; mas tampoco lo está Apolo. GABRIEL: Es ésta condición mía. CLEMENCIA: Sí, pero, sin compañía, mucho habláis para estar solo. GABRIEL: ¿También vos formáis agravios? CLEMENCIA: Amante he yo conocido que hubiera dichoso sido a saber cerrar los labios; y alguna en casa ofendida... GABRIEL: Diréos, si me dais lugar... CLEMENCIA: ¿Hablarme vos? No hay que hablar. Guardaos, no os cueste la vida.
Vase
GABRIEL: ¡Alto! Otra vez se eclipsó la certidumbre infeliz de que madama Beatriz conmigo se declaró, pues su hermana hizo lo mismo. ¿Cuál de ellas, amor, creeré que de esta máquina fue la artífice? En un abismo, con dos vientos encontrados, navego sin experiencia; ya Beatriz, y ya Clemencia la nave de mis cuidados combaten; y en tanta mengua las dos, intimando agravios, una castiga mis labios, y otra aborrece mi lengua.
Sale CARLOS
CARLOS: De la confïanza necia que en vos mi amistad creyó sé que a España se pasó la fe fallida de Grecia. Basta que a Beatriz amáis y, dueño de sus desvelos, por darme de veras celos, los de burlas excusáis. Cuando yo puse los ojos en Clemencia, si a su hermana amó vuestra fe liviana, excusáredes enojos diciéndome la verdad, que ya en vuestra lengua dudo; pero amigo que es tan mudo guárdese de mi amistad.
Vase
GABRIEL: ¡Señor, gran señor! --¿Qué es esto? ¿Qué concurrencia de males, qué espíritus infernales tanta maraña han compuesto? A todos los he agraviado; todos acusan mi amor; con las damas, hablador, y con el duque, callado. La fortuna intenta verme, gustosa en desbaratarme, con lengua para culparme. sin ella para perderme.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Gabriel, Clemencia me envía, puesto que entre obscuridades, a que agradezca amistades que no supe que os debía. Afirma que en mi favor le habéis propuesto razones opuestas a pretensiones de Carlos, vuestro señor; y como sé la lealtad que le guardáis y debéis, aunque de mi parte estéis, no es tanta nuestra amistad que presumiera tal cosa, a no tener fundamento en que lo hacéis con intento de que Beatriz sea su esposa. ¡Digna acción de la cordura que en vuestro valor se encierra, pues se ataja ansí la guerra que de otra suerte aventura! Porque, aunque arriesgue el perderme, su palabra ha de cumplirme Felipo, o yo prevenirme contra quien guste ofenderme. En efecto, sea por esto o por lo que vos sabréis, tan persuadida tenéis a mi dama que ha propuesto no hacer más de lo que vos dispusiéredes. GABRIEL: ¿Clemencia dice que estriba en mi agencia el desposaros los dos? ENRIQUE: Y que estos inconvenientes bastáis vos solo a atajarlos. GABRIEL: ¿Yo, en deservicio de Carlos? ENRIQUE: Señas me dio suficientes, aunque obscuras para mí, que sin quererse explicar, dice, no podéis negar. GABRIEL: (¡Cielos! ¿En qué os ofendí? Aparte ¿Amante y casamentero? ¿Desleal a mi señor? ¿Ya infamado de hablador, ya su esposo, y ya tercero?) ENRIQUE: Que experimente verdades, que en vos admire, desea; y que obligaciones crea de finezas y amistades. No sé yo con qué pagaros tanto. Dice que sigáis la traza que en esto dais; que alguna vez saldrán claros los cielos, hasta aquí obscuros; pues para los animosos principios dificultosos prometen fines seguros. Don Gabriel, ¿qué traza es ésta? Que es rigor demasïado, siendo yo el interesado, ignorarla. GABRIEL: (¿Qué respuesta Aparte la daré, confusión mía?) ENRIQUE: Y que, si no me creéis, por señas no lo dejéis; que hartas conmigo os envía. GABRIEL: (¿Pudo declararse más? Aparte Luego ¿no fue Beatriz --¡cielos!-- la autora de mis desvelos? Volved, esperanza, atrás. Pero ¿cómo me condena, si no es Beatriz, su rigor a delitos de hablador? ¡Nunca yo entrara en Lorena! ENRIQUE: Acabadme de sacar del golfo en que me habéis puesto. Decid, don Gabriel, ¿qué es esto de acertar y no acertar? GABRIEL: Pues ¿eso también os dijo? ENRIQUE: Esto al partirse la oí; y que entenderéis por mí este misterio prolijo sin declarárosle a vos, afirma; y que es de importancia, en tal caso, mi ignorancia. GABRIEL: (¡Extraña mujer, por Dios!) Aparte ENRIQUE: ¿Queréisme ya despenar? Sacadme de este cuidado. GABRIEL: Duque Enrique, hanme obligado a ver, oír y callar. Si ella afirma que os importa que este secreto ignoréis y os ama, ¿qué más queréis? ENRIQUE: ¿Clemencia conmigo corta, y con vos tan liberal? Don Gabriel, ¡aquí de Dios! ¿Por qué habéis de saber vos lo que a mí no me esté mal y ha de negárseme a mí? GABRIEL: Eso dígalo Clemencia; que yo no tengo licencia. ENRIQUE: Mirad que saco de aquí conjeturas no pequeñas que os desdoran de algún modo. GABRIEL: Eso sí, sed vos y todo astrólogo de mis señas; pero no ingrato a lo mucho que afirma que me debéis Clemencia. ENRIQUE: En fin, vos queréis que en los misterios que escucho, y no acabo de alcanzar, pierda el seso. GABRIEL: ¿El seso? No; mas quiero que, como yo, tengáis que filosofar. Que os prometo que es mi amor tan mudo que vive preso en el alma, y con todo eso me le culpan de hablador. No alcanza quien no obedece, ni sin peligro hay batalla, ni merece quien no calla, ni quien malicia merece. Esto la dad por respuesta; y decid que, pues dispuso que os tuviésemos confuso y os importa, aunque os molesta, la traza entre los dos dada se ponga en ejecución, porque perderá sazón si hoy no queda desposada; que os disfrazó pensamientos para acendrar vuestra fe, porque yo jamás quebré palabras ni juramentos. ENRIQUE: Amor es loco, sus temas imposibles de vencer; yo no acabo de entender el blanco de estas problemas; pero si, cual conjeturo, hoy ha de llamarme esposo Clemencia, tan venturoso seré como el medio obscuro. Voy, porque no me hagáis cargo de que a malicias me atrevo, si bien sabré lo que os debo, pues no es el término largo. Pero vivid advertido en lo que habéis maquinado, que, si agradezco obligado, me satisfago ofendido.
Vase
GABRIEL: Todos forman de mí queja; a tragos la muerte bebo.
Echan por una ventana un billete
¿Qué es esto? ¿Hay peligro nuevo? Arrojaron de la reja un papel. Si es semejante a sus dos antecesores, no más ambiguos amores; mude su dueño de amante.
Alzale y léele
"Ya por experiencia sé cuán obediente y discreto vive por vos el secreto que oculta os encomendé; no es bien que el premio lo esté, que os ofrece la fortuna; ocasión hay oportuna; id como la vez primera al torno; que allí os espera de las tres la una y ninguna." Como cumpla lo que dice, demos por bien empleado todo el desvelo pasado; si es que a dudas satisface, fortuna, acábese ya el tema de estos engaños.
Sale MONTOYA
MONTOYA: Dos horas, si no dos años, anda de acá para allá en busca tuya, y no te halla... GABRIEL: ¡Montoya! MONTOYA: ...cierta señora [tapada]... GABRIEL: Calla, Montoya. MONTOYA: ...que embauca. GABRIEL: Sígueme y calla. MONTOYA: Doy a la lengua cien nudos; que pues por ti se me estanca, aquí pasa Salamanca el colegio de los mudos.
Vanse. Salen FELIPO y CLEMENCIA
CLEMENCIA: Esto es, señor, lo cierto; Armesinda este ardid ha descubierto. Lo que de mí has oído del modo que te afirmo ha sucedido; a Enrique menosprecia, no estima a Carlos porque, loca o necia, al español adora. FELIPO: De tantos embelecos inventora! Clemencia, considera que parece imposible tal quimera. En tan pequeños años ¿puede Armesinda hacer tantos engaños? CLEMENCIA: Para ellos la habilita ese cuarto, después que no se habita desde el año pasado por las muertes que en él hemos llorado de mi madre y señora, y del duque mi hermano; allí inventora de peregrinas trazas, con tornos, con papeles y amenazas que ingeniosa dispuso, del español el seso trae confuso. FELIPO: Júzgote con tu prima apasionada, viendo que no estima a Enrique, cuando quieres a Carlos; sois estrañas las mujeres. CLEMENCIA: Espera, haz una cosa; darásme, si nos sale provechosa, el crédito debido. Llama aquí al español favorecido, como otras veces sueles; que entre otros, trae consigo dos papeles que le escribió esa dama a quien su confusión por señas ama; conocerás sin duda por la letra la autora amante y muda que el estilo profana con que amor hasta aquí su imperio allana. FELIPO: Bien dices; de ese modo sabré quién es y se averigua todo. Mandaré que le llamen, y en él de estos misterios haré examen.
Sale ARMESINDA
ARMESINDA: (¿Qué puede buscar, ¡cielos!, Aparte don Gabriel en tal parte sino celos que apuren mi cuidado? ¿En el cuarto tanto ha deshabitado, y cerrarle la puerta luego que entró? Sospecha, saldréis cierta, si a confirmaros torno; allí el teatro oculto, allí está el torno, amor, de mi tragedia. Si el duque tanto insulto no remedia, quedará mi esperanza marchita en flor, sin fruto mi venganza.) FELIPO: Armesinda, ¿qué es esto? ARMESINDA: Sutilezas de amor con que ha dispuesto Clemencia, señor mío, cuando tu ofensa no, su desvarío. Esa parte de casa que no se vive tu opinión abrasa. Mi prima, que atropella respetos de quien es, oculta en ella a quien te certifique la causa por que deja al duque Enrique. CLEMENCIA: Desatinada vienes. ¿La culpa me atribuyes que tú tienes? ¿Perdiste el seso, prima? ARMESINDA: Ya se saben verdades de este eni[g]ma, ya el cuarto, el torno y salas donde escribes, obligas y regalas al español dichoso, agora en posesión, antes dudoso. Derriba, señor, puertas, que sólo están a nuestro agravio abiertas. FELIPO: ¿Qué es esto, cielo santo? CLEMENCIA: Averigua, señor, enredo tanto; que si la letra miras de los papeles, no podrán mentiras desdorar mi inocencia. ARMESINDA: Eso pretendo yo, haga experiencia la averiguación sabia de la agresora que tu casa agravia. FELIPO: Echaré por el suelo, abrasaré impaciente el palacio, la autora, el delincuente de tanto ciego insulto.
Vase
ARMESINDA: No has de lograr tu amor hasta aquí oculto. CLEMENCIA: Con frívolas disculpas disfrazas evidencias de tus culpas. ARMESINDA: ¡Qué loca te despeñas! CLEMENCIA: Pues poco has de lograr tu amor por señas.
Vanse. Salen don GABRIEL y MONTOYA
MONTOYA: Segunda vez nos enmonjan y, cerrándonos las puertas, solos, de noche y a escuras, a pares nos emparedan. Tú, que sabes lo que pasa, ni tienes miedo, ni tiemblas, mas yo, que no he merecido tantica historia siquiera con que sobornar temores, ¿qué he de hacer sino hacer cera? GABRIEL: Todo ha de parar en bien. MONTOYA: No pare en la chimenea por donde a ciegas me embutan; pongan luz y saquen cena, y estémonos aquí un siglo.
Llaman dentro al torno
GABRIEL: Allí llaman. MONTOYA: Allí llega tú, que eres el consiliario; que yo en la dicha comedia no soy más que el mete-sillas.
Vuélvese el torno con un billete y una luz
GABRIEL: ¡Luz y papel! MONTOYA: Ansí empiezan los actos de nuestra farsa. GABRIEL: (Una es la nota y la letra Aparte de éste y de los otros tres, y dice de esta manera;
Apártase de MONTOYA y lee
"Madama Beatriz se alaba de que le habéis dado cuenta de secretos prometidos que el bien nacido conserva; Carlos los sabe, Armesinda a todos los manifiesta, ya se los habrá contado a los tres duques Clemencia; ved si está puesto en razón que quien juramentos quiebra, cuando el premio que esperaba perdió, pase por la pena. Poneos bien con Dios al punto, porque dentro de hora y media he de hacer que en ese sitio encubra siempre la tierra lo que no encubristes vos; que temo de vuestra lengua, si agora no la sepulto, que ha de hablar después de muerta." Esta es sofística excusa de quien cavilosa intenta honestar sus liviandades al nuevo interés que afecta. Ya Clemencia, ya Beatriz, ya Armesinda la una sea de las tres, la enigma-dama, si ama a Carlos la primera, la segunda al rey francés, y apetece la tercera a Enrique, ¿qué maravilla que recele que se sepan los arrojos de su gusto? Temerosa de mis quejas, con la muerte me amenaza; pero primero que muera, hará mi valor alarde de la sangre que le alienta.)
Saca la espada
Saca la espada, Montoya. MONTOYA: ¿Para qué la quieres fuera? GABRIEL: Acaba, o te mataré. MONTOYA: Pues ¿tú conmigo pendencias? ¿A cuchilladas me pagas catorce o veinte cuaresmas que he ayunado en tu servicio? ¿No digo yo que andan sueltas por este cuarto de ahorcado Margarusas? (¿Si me trueca Aparte la cara algún Gacipiro, y que soy gigante piensa?) Montoya soy, ¡vive Apolo!; ten, señor, por Dios, vergüenza de ensuciar tus limpias manos en sangre lacaya. GABRIEL: Bestia, ¿qué dices? MONTOYA: Las letanías. GABRIEL: Mira que a matarnos entran traidores disimulados. MONTOYA: ¿Hacia dónde están, que puedas, encantados, verlos tú, y yo agora llenos tenga los ojos de cataratas? A Dios y a ventura, muera todo fauno, sierpe o grifo.
Saca la espada
GABRIEL: Ponte a mi lado, no temas. MONTOYA: Si se hallare en toda Europa quien más desdichado sea que yo... GABRIEL: ¿Tiemblas? MONTOYA: Tiemblo y sudo; olerásme si te acercas. ¿Quieres ver cuán venturoso soy? Pues escucha. Una siesta soñaba que me había hallado tres bolsas y dos talegas de doblones de a dos caras; tendílos sobre una mesa y, cuando empecé a contarlos, al primero me despiertan, dejándome de la agalla, sin permitirme siquiera que entre sueños recrease mi codicia con su cuenta. Soñé otra vez que me daban, sacándome a la vergüenza por las calles de la corte, cuatrocientos de la penca. Iba yo carivinagre, llorado de verduleras, entre escribas y envarados, las espaldas berenjenas. Y a cada "ésta es la justicia", me pespuntaba el gurrea los ribetes cuatro a cuatro, cual Dios les dé la manteca. Considera tú qué tal iría mi reverencia, que ¡vive Dios! que escocían como si fuesen de veras. Pues fue mi ventura tanta, para que envidia la tengas, que hasta el último pencazo no desperté; de manera que, cuando sueño doblones, al primero me recuerdan, y, cuando azotes, me obligan que hasta el cuatrocientos duerma. ¿Hay bestia más desdichada?
Golpes grandes a la puerta por dentro. FELIPO dentro
FELIPO: Si no abriere, echad por tierra las puertas. MONTOYA: Descomunal jayán Tranquitrinco, espera. ¡Santiago, cierra España! A ellos, señor, o a ellas.
Cae la puerta y salen FELIPO, BEATRIZ, CLEMENCIA, ARMESINDA, ENRIQUE, criados y damas
CRIADO: Ya está abierto para todos. MONTOYA: ¡Los duques y las duquesas! GABRIEL: (Pues ¿cómo? Quien me amenaza Aparte de muerte, porque no sepa ninguno mudanzas suyas, ¿agora con todos entra?) FELIPO: Rendid, español, las armas. GABRIEL: A los pies de vuestra alteza, ellas, el dueño y la vida. MONTOYA: La bolsa, el dinero, y ellas. FELIPO: ¿Es blasón de generoso, a costa de su nobleza desasosegar palacios y, estranjero, hacer ofensa a tanto príncipe y dama? GABRIEL: Quien a sustentar se atreva que yo... FELIPO: Ya se sabe todo. GABRIEL: ...hice cosa que no deba, ni aquí, ni... FELIPO: Don Gabriel, basta; dicho me han de esta quimera lo que pasa, aunque en confuso. GABRIEL: No yo a los menos; que precia mi valor guardar palabras que tanto riesgo me cuestan. Y, pues contra esto me indician, diga madama Clemencia, diga Carlos, señor mío, Beatriz y su prima bella, vuestra alteza, el duque Enrique, ¿cuándo permití a la lengua secretos encomendados, que de los labios excedan?
A ARMESINDA
MONTOYA: Chitón, por amor de Cristo, dama en cifra, niña almendra, en lo de la sala y torno, joyas, papel, noche y cena. FELIPO: ¿Cuál de estas tres, español, mandándoos amar por señas, es la sutil inventora de tanto artificio? GABRIEL: Fuera, gran señor, yo afortunado, a alcanzar mis diligencias la solución de esas dudas. No lo sé, si bien sospechas tengo en todas tres. FELIPO: Mostrad [l]os papeles; que su letra alumbrará confusiones. GABRIEL: Denme todas tres licencia para hacer de ellos alarde; que, sin dármela, aunque muera, no me atreveré a enseñarlos, por no ofendar la una de ellas. BEATRIZ: Yo os la prometo. CLEMENCIA: Yo y todo. ARMESINDA: Yo también. MONTOYA: Traza discreta para deshacer pandillas.
Dáselos, y míralos FELIPO
FELIPO: Ni de Beatriz, ni Clemencia, ni de Armesinda es la forma; todos son de mano ajena. MONTOYA: Pues volvamos a tocar tercera vez a tinieblas. GABRIEL: Si las tres me lo permiten, y perdona vuestra alteza de este amor enmarañado culpas que no sé que tenga, señas ofrezco bastantes, [...................e-a] para conocer su autora, por más que ocultarse quiera. BEATRIZ: Ya la tenéis. CLEMENCIA: Acabad. FELIPO: ¿Qué dices tú? ARMESINDA: Que desea mi confusión verse libre. MONTOYA: (Aquí la trampa se suelta.) Aparte GABRIEL: ¿Quién, pues, de las tres madamas a las dos de vueselencias dio las joyas de diamantes que las tres sacaron puestas la primer vez que me hablaron? BEATRIZ: Leonora, mi camarera, debajo mis almohadas halló esta cruz, sin que sepa cómo o quién allí la puso, y también esotras piezas, que por saber este enigma di a las dos. DAMA: Es cosa cierta lo que mi señora afirma. FELIPO: En fin, ¿que quien nos enreda se ha de reír de nosotros? MONTOYA: Desmaráñelo un poeta. GABRIEL: Señor, si esta vez no doy con el engaño, no tengas de averiguarle esperanzas. FELIPO: Decid. MONTOYA: Ya va la tercera. GABRIEL: Cuando agora entré a esta sala ¿estaban con vuestra alteza las tres madamas presentes? FELIPO: Sólo Beatriz faltó de ellas. GABRIEL: Pues ella estaba en el torno y, apurando mi paciencia, amenazaba mi vida; ella es la dama encubierta que se entretiene en burlarme. FELIPO: ¿Qué respondéis? BEATRIZ: Que confiesa lo que la lengua rehusa en la cara la vergüenza.
Sale CARLOS
CARLOS: Antes moriré a su lado que en Francia persona ofenda al de Nájara, mi amigo. FELIPO: ¿Qué es? MONTOYA: Es chilindrona nueva. CARLOS: Mi hermano el rey se casó con Ricarda, infanta inglesa; y, muerto en España el duque de Nájara, porque queda sin sucesión, don Gabriel, sobrino suyo, le hereda. Pésames y parabienes os den juntos estas nuevas, y vos, Felipo, a Beatriz, permitiendo que merezca mi intercesión y amistad lo que madama desea, que es juntar en don Gabriel a Nájara con Lorena. Mi esposa será Armesinda, dando la mano a Clemencia Enrique, porque amistades desbaraten competencias. Alcance yo vuestro sí. FELIPO: Dueño es, señor, vuestra alteza de mi voluntad y estado; como lo dispone sea. GABRIEL: A vuestros pies, gran señor... CARLOS: Levantad; que ansí se venga de agravios que amor enlaza la sangre noble francesa. MONTOYA: ¡Trinidad de desposorios! Sólo Montoya se queda incasable o celibato, paralelo de una dueña. GABRIEL: Invencionero ingenioso es amor; esta novela, senado ilustre, lo diga, y en ella el Amar por señas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002