JORNADA SEGUNDA


                        Salen ESTELA y LISARDA

LISARDA:       ¿Qué te parece don Juan,
            Estela?
ESTELA:             Bien me parece.
LISARDA:    Cualquier agrado merece
            por gentilhombre y galán.  
               ¡Qué gallardo, qué brïoso,
            qué alentado, qué valiente
            anduvo!
ESTELA:            Forzosamente
            será bizarro y airoso
               que en la elección de tu gusto    
            calificó su buen aire.
LISARDA:    Bueno está, prima, el donaire.
            ¿Y el de Pinoy?
ESTELA:                  No hay disgusto
               para mí como su nombre.
            ¡Jesús!  ¡Líbrenme los cielos
            de su ambición!
LISARDA:                 (Mis desvelos      Aparte
            premie Amor.)
ESTELA:                ¡Qué bárbaro hombre!
LISARDA:       ¿Al fin no le quieres?
ESTELA:                                    No.
LISARDA:    Por discreto y por gallardo
            bien merece don Leonardo     
            amor.
ESTELA:           Ya, prima, llegó
               a declararse el cuidado,
            pues en término tan breve
            tantos desvelos me debe,
            tantas penas me ha costado.  
               La obligación de don Juan,
            bien solicita en mi intento
            forzoso agradecimiento.
            Mas este Adonis galán,
               este fénix español,   
            este Ganímedes nuevo,
            este dios de amor mancebo,
            este Narciso, este sol,
               de tal suerte en mi sentido
            mudanza su vista ha hecho,   
            que no ha dejado en el pecho
            ni aun memorias de otro olvido.
LISARDA:       ¡Gran mudanza!
ESTELA:                      Yo confieso
            que lo es; mas si mi elección
            jamás tuvo inclinación   
            declarada, no fue exceso
               rendirme, [como verás]
LISARDA:    [Pues así] a solicitar
            sus dichas le trae [el amar].
ESTELA:     Las mías, mejor dirás.   

           Salen Don FERNANDO, Doña LEONOR, y RIBETE

FERNANDO:   Ludovico, hermosa Estela,
            me pide que os venga a hablar.
            Don Juan es mi amigo, y sé
            que os rinde el alma don Juan;
            y yo, humilde, a vuestras plantas...   
            (¿Por dónde he de comenzar?)   Aparte
            Que, (¡por Dios que no me atrevo!)
            ...a pediros...
ESTELA:                  Que pidáis   
            poco importa, don Fernando,
            cuando tan lejos está           
            mi voluntad de elegir.
FERNANDO:   Basta.
ESTELA:           No me digáis más
            de don Juan ni Ludovico.
FERNANDO:   (¡Qué  dichoso desdeñar!   Aparte
            Pues me deja acción de amante.)   
LEONOR:     (Pues aborrece a don Juan,          Aparte
            ¡qué dichoso despedir!)
ESTELA:     Don Leonardo, ¿no me habláis?
            ¿Vos sin verme tantos días?
            ¡Oh, qué mal cumplís, qué mal,   
            la ley de la cortesía,
            la obligación de galán!
FERNANDO:   Pues no os resolvéis, adiós.
ESTELA:     Adiós.
FERNANDO:         Leonardo, ¿os quedáis?
LEONOR:     Sí, primo.
ESTELA:             A los dos por mí,  
            don Fernando, les dirás
            que ni estoy enamorada,
            ni me pretendo casar.

                           Vase don FERNANDO

LEONOR:     Mi silencio, hermosa Estela,
            mucho os dice sin hablar,    
            que es lengua el afecto mudo
            que está confesando ya
            los efectos que esos ojos
            sólo pudieron causar,
            soles que imperiosamente   
            de luz ostentando están,
            entre rayos y entre flechas,
            bonanza y serenidad,
            en el engaño, dulzura,
            extrañeza en la beldad,    
            valentía en el donaire,
            y donaire en el mirar.
            ¿En quién, sino en vos, se ve
            el rigor y la piedad
            con que dais pena y dais gloria,  
            con que dais vida y matáis?
            Poder sobre el albedrío
            para inquietarle su paz,
            jurisdicción en el gusto,
            imperio en la voluntad,      
            ¿quién, como vos, le ha tenido?
            ¿Quién, como vos, le tendrá?
            ¿Quién, sino vos, que sois sola,
            o ya sol o ya deidad,
            es dueño de cuanto mira,   
            pues cuando más libre estáis,
            parece que lisonjera
            con rendir y con matar,          
            hacéis ociosa la pena,
            hacéis apacible el mal,   
            apetecible el rigor,
            inexcusable el pensar?
            Pues si no es de esa belleza
            la imperiosa majestad,
            gustosos desasosiegos  
            en el valle, ¿quien los da?
            Cuando más rendida el alma
            pide a esos ojos piedad,
            más rigores examina,
            desengaños siente más.  
            Y si humilde a vuestras manos
            sagrado vine a buscar,
            atreviéndose al jazmín,
            mirándose en el cristal,
            desengañado y corrido,    
            su designio vuelve atrás,
            pues gala haciendo el delito,
            y lisonja la crueldad,
            el homicidio cautela,
            que son, publicando están,     
            quien voluntades cautiva,
            quien roba la libertad.
            Discreta como hermosa,
            a un mismo tiempo ostentáis
            en el agrado aspereza, 
            halago en la gravedad,
            en los desvíos cordura,
            entereza en la beldad,
            en el ofender disculpa,
            pues tenéis para matar    
            altiveces de hermosura
            con secretos de deidad.
            Gala es en vos lo que pudo
            ser defeto en la que más
            se precia de airosa y bella,     
            porque el herir y el matar
            a traición, jamás halló
            sólo en vos disculpa igual.
            Haced dichosa mi pena,
            dad licencia a mi humildad  
            para que os sirve, si es justo
            que a mi amor lo permitáis;
            que esas venturas, aquestos
            favores que el alma ya
            solicita en vuestra vista   
            o busca en vuestra piedad,
            si vuestros ojos los niegan,          
            ¿dónde se podrán hallar?
RIBETE:     (Aquí gracia y después gloria,   Aparte
            amén, por siempre jamás.     
            ¡Qué difícil asonante
            buscó Leonor!  No hizo mal;
            déle versos en agudo,
            pues que no le puede dar
            otros agudos en prosa.)
ESTELA:     Don Leonardo, bastan ya
            las lisonjas, que imagino
            que el ruiseñor imitáis,
            que no canta enamorado
            de sus celos al compás,   
            porque siente o porque quiere,
            sino por querer cantar.
            Estimo las cortesías,
            y a tener seguridad,
            las pagara con finezas.
LEONOR:     Mi amor se acreditará
            con experiencia; mas no
            habéis comparado mal
            al canto del ruiseñor
            de mi afecto la verdad,     
            pues si dulcemente, grave,
            sobre el jazmín o rosal
            hace facistol, adonde
            suele contrapuntear
            bienvenidas a la aurora,    
            aurora sois celestial.
            Dos soles son vuestros ojos,
            un cielo es vuestra beldad.
            ¿Qué mucho que, ruiseñor
            amante, quiere engañar,   
            en la gloria de miraros,
            de no veros el penar?
ESTELA:     ¡Qué bien sabéis persuadir!
            Basta, Leonardo, no más;
            esta noche en el terrero    
            a solas os quiero hablar
            por las rejas que al jardín
            se corresponden.
LEONOR:                     Irá
            a obedecerte el alma.
ESTELA:     Pues adiós.
LEONOR:               Adiós.  Mandad, 
            bella Lisarda, en qué os sirva.
LISARDA:    Luego os veré.
ESTELA:                  Bien está.

                            Vanse las damas

LEONOR:     ¿Qué te parece de Estela?
RIBETE:     Que se va cumpliendo ya
            mi vaticinio, pues ciega,   
            fuego imagina sacar
            de dos pedernales fríos.
            ¡Qué bien se entablará
            el fuego de amor, aunque ella
            muestre que picada está,  
            si para que se despique
            no la puedes envidar
            si no es de falso, por ser
            limitado tu caudal
            para empeño tan forzoso!
LEONOR:     Amor de mi parte está.
            El príncipe de Pinoy
            es éste; su vanidad
            se está leyendo en su talle;
            mas me importa su amistad.
RIBETE:     ¡Linda alhaja!

                  Sale el príncipe [LUDOVICO]

LUDOVICO:                ¡Don Leonardo!
LEONOR:     ¡Oh, Príncipe!  Un siglo ha
            que no os veo.
LUDOVICO:               Bien así
            la amistad acreditáis.
LEONOR:     Yo os juro por vida vuestra...
LUDOVICO:   Basta; ¿para que juráis?
LEONOR:     ¿Qué hay de Estela?
LUDOVICO:                  ¿Qué hay de Estela?
            Fernando la vino a hablar
            y respondió desdeñosa
            que la deje, que no está       
            del Príncipe enamorada
            ni se pretende casar;
            desaire que me ha enfadado,
            por ser tan pública ya
            mi pretensión.
LEONOR:                 ¿Sois mi amigo?
LUDOVICO:   ¿Quién merece la verdad
            de mi amor sino vos solo?
LEONOR:     Mucho tengo que hablar
            con vos.
RIBETE:             (Mira lo que haces.)    Aparte
LEONOR:     Esto me importa.  Escuchad: 
            Estela se ha declarado 
            conmigo; no la he de amar
            por vos, aunque me importara
            la vida, que la amistad
            verdadera se conoce         
            en aquestos lances; mas,
            del favor que me hiciere,
            dueño mi gusto os hará;
            y para que desde luego
            la pretensión consigáis,     
            al terrero, aquesta noche,
            quiero que la vais a hablar
            disfrazado con mi nombre.
LUDOVICO:   ¿Qué decís?
LEONOR:                Que me debáis
            estas finezas; venid,  
            que yo os diré los demás.

                     Vanse los dos [LUDOVICO y LEONOR]

RIBETE:     ¿Qué intenta Leonor, qué es esto?
            Mas es mujer.  ¿Qué no hará?
            Que la más compuesta tiene
            mil pelos de Satanás.     

                             Sale TOMILLO

TOMILLO:    ¡Vive Dios, que no sé dónde
            he de hallar a don Juan!
RIBETE:     (Éste es el bufón que a Flora    Aparte
            imagina desflorar.)
            Pregonalde a uso de España.
TOMILLO:    ¡Oh, paisano!  ¿Qué será
            que las mismas pajarillas
            se me alegran en pensar
            que veo españoles?
RIBETE:                      Ésa
            es fuerza del natural.
TOMILLO:    Al cuarto de don Fernando   
            creo que asistís.
RIBETE:                     Es verdad;
            crïado soy de su primo
            don Leonardo.  ¿Queréis más?
TOMILLO:    ¿Cómo va de paga?
RIBETE:                     Paga   
            adelantado.
TOMILLO:               ¿Y os da
            ración?
RIBETE:             Como yo la quiero.
TOMILLO:    No hay tanto bien por acá.
            ¿De dónde sois?
RIBETE:                  De Madrid.
TOMILLO:    ¿Cuándo vinisteis de allá?
RIBETE:     ¡Bravo chasco!  Habrá seis meses
            [que hemos llegado hasta acá.]
TOMILLO:    ¿Qué hay en el lugar de nuevo?
RIBETE:     Ya es todo muy viejo allá;
            sólo en esto de poetas
            hay notable novedad    
            por innumerables, tanto
            que aun quieren poetizar
            las mujeres, y se atreven
            a hacer comedias ya.
TOMILLO:    ¡Válgame Dios!  Pues, ¿no fuera
            mejor coser e hilar?
            ¡Mujeres poetas!
RIBETE:                   Sí;
            mas no es nuevo, pues están
            Argentaria, Safo, Areta,    
            Blesilla, y más de un millar
            de modernas, que hoy a Italia
            lustre soberano dan,
            disculpando la osadía
            de su nueva vanidad.
TOMILLO:    Y decidme...
RIBETE:                ¡Voto a Cristo,
            que eso es mucho preguntar!

            Vanse [TOMILLO y RIBETE] y sale don JUAN, solo

JUAN:          Tanta inquietud en el pecho,
            tanta pasión en el alma,
            en el sosiego tal calma,    
            en el vivir tal despecho;
            tal penar mal satisfecho,
            tal temblar y tal arder,
            tal gusto en el padecer.
            Sobornando los desvelos,    
            sin duda, si no son celos,
            que infiernos deben de ser.
               ¿De qué sirvió la ocasión
            en que me puso la suerte,
            si de ella misma se advierte     
            cuán pocas mis dichas son?
            Mi amor y su obligación
            reconoce Estela hermosa;
            mas ¿qué importa, si dudosa,
            o no quiere o no se atreve, 
            siendo a mis incendios nieve,
            y a otro calor mariposa?
               Con justa causa acobardo
            o el amor o la esperanza,
            pues tan poca dicha alcanza 
            cuando tanto premio aguardo.
            Este primo, este Leonardo,
            de don Fernando, en rigor,
            galán se ha opuesto a mi amor;
            pero ¿no es bien que me asombre  
            si habla, rostro, talle y nombre
            vino a tener de Leonor?
               Que ¿quién, sino quien retrata
            su aborrecido traslado,
            pudiera haber malogrado     
            suerte tan dichosa y grata?
            Ausente me ofende y mata
            con aparentes antojos,
            de suerte que a mis enojos
            dice el gusto, y no se engaña, 
            que Leonor vino de España
            sólo a quebrarme los ojos.
               El de Pinoy sirve a Estela
            y amigo del de Pinoy
            es don Leonardo, a quien hoy     
            su mudable gusto apela.
            Yo, perdida centinela,
            desde lejos miro el fuego,
            y al temor concedo y niego
            mis penas y mis favores,    
            el pecho un volcán de ardor,
            el alma un Etna de fuego.
               "Más merece quien más ama,"
            dijo un ingenio divino.
            Yo he de amar, porque imagino    
            que algún mérito me llama.
            Goce del laurel la rama
            el que Fortuna eligió,
            pues si indigno la gozó,
            es cierto, si bien se advierte   
            que le pudo dar la suerte,
            dicha sí, mérito no.

                              Sale RIBETE

RIBETE:        ¡Qué ciegos intentos dan
            a Leonor desasosiego!
            Mas si van siguiendo a un ciego, 
            ¿qué vista tener podrán?
            Mándame que dé a don Juan
            este papel por Estela,
            que como amor la desvela,
            por desvanecer su daño    
            busca engaño contra engaño,
            cautela contra cautela.
               ¡A qué buen tiempo le veo!
            Quiero darle el alegrón.
JUAN:       Yo he de amar sin galardón     
            y conquistar sin trofeo.
RIBETE:     A cierto dichoso empleo
            os llama Fortuna agora
            por este papel.
JUAN:                    Ignora
            la novedad mi desgracia.
RIBETE:     Y es de Estela, por la gracia
            de Dios, Condesa de Sora.
JUAN:          El papel beso mil veces
            por suyo; dejadme leer.
RIBETE:     (Leed, que a fe que ha de ser       Aparte
            más el ruido que las nueces.)

                                  Lee

JUAN:       Si es que tanto le encareces,
            si en verdad le has amado,
            Estela ya acepta su hado
            y, decidida a quererle,     
            te pide que venga a verle
            al jardín desocupado.
               Dichoso, Fortuna, yo,
            pues ya llego a persuadirme
            a que merezco por firme,    
            si por venturoso no;
            mi constancia al fin venció
            de Estela hermosa el desdén,
            pues me llama.  A espacio ven,    
            dicha, porque en gloria tal
            ya que no me mató el mal, 
            me podrá matar el bien.
RIBETE:        Bien lo entiende.
JUAN:                     Esta cadena
            os doy, y os quisiera dar 
            un mundo.
RIBETE:               ¡Ya sabes amar!     
            (¿Vale más una docena?        Aparte
            Al encuentro planeado,
            este papel que me ha dado
            Leonor, sin duda, le ha mandado
            que vaya.)
                     ¡Dulce papel!
RIBETE:     (Pues a fe que lleva en él     Aparte
            menos de lo que ha pensado.)
JUAN:          No sé si es verdad o sueño
            ni me atrevo a responder.
            Amigo, el obedecer          
            será mi gustoso empeño;
            decid a mi hermoso dueño
            que soy suyo.
RIBETE:                Pues adiós.
JUAN:       El mismo vaya con vos.
            Oíd, procuradme hablar,   
            porque habemos de quedar
            grandes amigos los dos.
RIBETE:        ¡Oh, pues eso claro está!

                             Vase [RIBETE]

JUAN:       Aprisa, luciente coche,
            da lugar al de la noche     
            que oscuro te sigue ya.
            Hoy mi esperanza hará
            de su dicha ostentación,
            pues Estela me da acción
            y aunque el premio halle tardanza,    
            más vale una alta esperanza,
            que una humilde posesión.

      Vase [don JUAN] y sale doña LEONOR, de noche

LEONOR:     ¿Dónde, ¡ay!, locos desatinos,
            me lleva con paso errante
            de amor la bárbara fuerza?     
            ¿Cómo en tantas ceguedades,
            atropellando imposibles,
            a creer me persüade
            que he de vencer?  ¡Ay, honor,
            qué me cuestas de pesares,     
            qué me debes de zozobras,
            en qué me pones de ultrajes!
            ..........................
            ¡Oh, si Ribete acabase
            de venir, para saber
            si tuvo dicha de darle 
            el papel a aquel ingrato
            que a tantos riesgos me trae!
            Mas ya viene.  ¿Qué hay, Ribete?
            
                              Sale RIBETE

RIBETE:     Que llegué.  Que di a aquel ángel 
            el papel.  Que me rindió
            este despojo brillante,
            pensando que era de Estela.
            Que me dijo que dictase
            por ella a su dueño hermoso.   
            Que era suyo y vendrá a hablarle.
LEONOR:     Bien está.
RIBETE:             Y ¿estás resuelta?
LEONOR:     Esta noche ha de entablarse
            o mi remedio, o mi muerte.
RIBETE:     Mira, Leonor, lo que haces.
LEONOR:     Esto ha de ser.
RIBETE:                  ¡Quiera Dios
            que no des con todo al traste!
LEONOR:     ¡Qué mal conoces mi brío!
RIBETE:     ¿Quién dice que eres cobarde?
            Cátate aquí muy valiente,    
            muy diestra, muy arrogante,
            muy alentada, y, al fin,
            un sepan cuantos de Marte
            que hace a diestros y a siniestros
            estragos y mortandades 
            con el ánimo.  Y la fuerza,
            di, señora, ¿dónde está?
LEONOR:     Semíramis, ¿no fue heroica?
            Cenobia, Drusila, Draznes,
            Camila, y otras cien mil,   
            ¿no sirvieron de ejemplares
            a mil varones famosos?
            Demás de que el encontrarle
            es contingente, que yo
            sólo quise adelantarme    
            tan temprano, por hacer
            que el Príncipe a Estela hable
            sin ver a don Juan, Ribete.
            si se ha enmendado jamás.
RIBETE:     Pues ánimo y adelante
            que ya estás en el terrero,
            y aquestas ventanas salen
            al cuarto de la condesa,
            que aquí me habló la otra tarde.
LEONOR:     Pues, Ribete, donde dije
            ten prevenidas las llaves
            que te dio Fineo.
RIBETE:                      Bien.
            ¿Son las que a este cuarto hacen
            junto al de Estela, que tiene
            balcones a esotra parte
            de palacio, y ahora está
            vacío e inhabitable?
LEONOR:     Sí, y con un vestido mío
            me has de esperar donde sabes
            porque me importa el vivir.
RIBETE:     No, importa más el quedarme
            y defenderte, si acaso
            don Juan...
LEONOR:                ¡Oh, qué necedades!
            Yo sé lo que puede, amigo.
RIBETE:     Pues, si lo que puedes sabes,
            quédate, señora, adiós.
		.................................

Vase
LEONOR: Temprano vine, por ver si a don Juan también le trae su desvelo; y quiera Dios que Ludovico se tarde por si viniere.
Sale don JUAN
JUAN: No en vano temí que el puesto ocupase gente. Un hombre solo es, quiero reconocerle. LEONOR: Buen talle tiene aquéste. ¿Si es don Juan? Quiero más cerca llegarme y conocer, si es posible, quién es. JUAN: Si aquéste hablase, sabré si es el de Pinoy. Van llegando uno a otro LEONOR: Yo me determino a hablarle para salir de esta duda. ¿Quién va, hidalgo? JUAN: Quien sabe ir adonde le parece. LEONOR: (Él es. ¡Respuesta galante!) Aparte No irá si no quiero yo. JUAN: ¿Quién sois vos para estorbarme que me esté o me vaya? LEONOR: El diablo. JUAN: ¿El diablo? ¡Lindo descarte! Es poco un diablo. LEONOR: Ciento, mil millares de millares soy si me enojo. JUAN: ¡Gran tropa! LEONOR: ¿Burláisos? JUAN: No soy bastante a defenderme de tantos; y así, os pido, si humildades corteses valen con diablos, que los llevéis a otra parte, que aquí, ¿qué pueden querer? (Estime que aquí me halle Aparte este alentado, y que temo perder el dichoso lance de hablar a Estela esta noche.) LEONOR: Digo yo que querrán darles a los como vos ingratos dos docenas de pesares. JUAN: ¿Y si no los quiero? LEONOR: ¿No? JUAN: Demonios muy criminales traéis. Moderaos un poco. LEONOR: Vos muy civiles donaires. O nos hemos de matar, o sólo habéis de dejarme en este puesto, que importa. JUAN: ¿Hay tal locura? Bastante prueba es ya de mi cordura sufrir estos disparates; pero me importa. El mataros fuera desdicha notable, y el irme será mayor; que los hombres de mis partes jamás violentan su gusto con tan precisos desaires; demás de que tengo dada palabra aquí de guardarle el puesto a un amigo. LEONOR: Bien. Si como es justo guardasen los hombres de vuestras prendas otros preceptos más graves en la ley de la razón y la justicia, ¡qué tarde ocasionaran venganzas! Mas ¿para qué quien no sabe cumplir palabras, las da? ¿Es gentileza, es donaire, es gala o es bizarría? JUAN: (Éste me tiene por alguien Aparte que le ha ofendido. Bien puedo dejarle por ignorante.) No os entiendo, ¡por Dios vivo! LEONOR: Pues yo sí me entiendo, y baste saber que os conozco, pues sabéis que hablo verdades. JUAN: Vuestro arrojamiento indica ánimo y valor tan grande, que os estoy aficionado. LEONOR: Aficionado es en balde. No es ésta la vez primera que de mí os aficionasteis, mas fue ficción, porque sois aleve, ingrato, mudable, injusto, engañador, falso, perjuro, bárbaro, fácil, sin Dios, sin fe, sin palabra. JUAN: Mirad que no he dado a nadie ocasión para que así en mi descrédito hable, y por estar donde estáis escucho de vos ultrajes que no entiendo. LEONOR: ¿No entendéis? ¿No sois vos el inconstante que finge, promete, jura, ruega, obliga, persüade, empeña palabra y fe de noble, y falta a su sangre, a su honor y obligaciones, fugitivo al primer lance que se va sin despedirse y que aborrece sin darle ocasión? JUAN: Os engañáis. LEONOR: Más valdrá que yo me engañe. ¡Gran hombre sois de una fuga! JUAN: Más cierto será que falte luz a los rayos del sol que dejar yo de guardarle mi palabra a quien la di. LEONOR: Pues mirad. Yo sé quién sabe que disteis una palabra, que hicisteis pleito homenaje de no quebrarla, y apenas disteis al deseo alcance, cuando se acabó. JUAN: Engañáisos. LEONOR: Más valdrá que yo me engañe. JUAN: No entiendo lo que decís. LEONOR: Yo sí lo entiendo. JUAN: Escuchadme. LEONOR: No quiero de vuestros labios escuchar más falsedades, que dirán engaños nuevos. JUAN: Reparad... LEONOR: No hay que repare, pues no reparasteis vos. Sacad la espada. JUAN: Excusarse no puede ya mi cordura ni mi valor, porque es lance forzoso.
Comienzan a reñir y sale el príncipe [LUDOVICO]
LUDOVICO: Aquí don Leonardo me dijo que le esperase, y sospecho que se tarda. JUAN: Ya procuró acreditarse mi paciencia de cortés, conociendo que hablasteis por otro; pero no habéis querido excusar los lances. LUDOVICO: ¡Espada en el terrero! LEONOR: ¡Ejemplo de desleales, bien os conozco! JUAN: ¡Ea, pues, riñamos! Riñen LUDOVICO: (¡Fortuna, acabe Aparte mi competencia! Don Juan es éste, y podré matarle ayudando a su enemigo.) Pónese al lado de LEONOR Pues estoy de vuestra parte, ¡muera el villano! LEONOR: No hará, Pónese al lado de don JUAN que basta para librarle de mil muertes mi valor. JUAN: ¿Hay suceso más notable? LUDOVICO: ¿A quien procura ofenderos defendéis? LEONOR: Puede importarme su vida. JUAN: ¿Qué es esto, cielos? ¿Tal mudanza en un instante? LUDOVICO: ¡Ah, quién matara a don Juan! LEONOR: No os habrá de ser muy fácil que soy yo quien le defiende. LUDOVICO: ¡Terribles golpes! LEONOR: Más vale, pues aquesto no os importa, iros, caballero, antes que os cueste... LUDOVICO: (El primer consejo Aparte del contrario es favorable. A mí no me han conocido. Mejor será retirarme. No espere Estela.) Vase retirando [LUDOVICO] y LEONOR tras él LEONOR: Eso sí. JUAN: Vos sois bizarro y galante. ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto? ¡Que este hombre me ocasionase a reñir, y con la espada hiciese tan desiguales el enojo y la razón! ¡Que tan resuelto jurase darme muerte, y que en un punto me defendiese! Éste es lance que lo imagino imposible. Que puede, dijo, importarle mi vida; y cuando brïoso a reñir me persüade, al que me ofende resiste. No entiendo estas novedades. Sale doña LEONOR LEONOR: ¡Ea, ya se fue. Volvamos a reñir! JUAN; El obligarme y el ofenderme, quisiera saber --¡por Dios!-- de qué nace. Yo no he de reñir con vos, hidalgo. Prueba bastante de que soy agradecido. LEONOR: Tendréis a favor muy grande el haberos defendido y ayudado. ¡Qué mal sabe conocer vuestro designio! ¡La intención de mi dictamen, con justa causa ofendido de vos. ¡No quise que nadie tuviese parte en la gloria que ya espero con vengarme; pues no era victoria mía que otro valor me usurpase el triunfo, ni fuera gusto o lisonja el ayudarme, pues con esto mi venganza fuera menos memorable cuando está toda mi dicha en mataros sólo. JUAN: Si alguien os ha ofendido, y creéis que soy yo, engañáisos. LEONOR: Antes, fui el engañado; ya no. JUAN: Pues decid quién sois. LEONOR: En balde procura saber quién soy quien tan mal pagarme sabe. El príncipe de Pinoy era el que seguí; bastante ocasión para que vuelva le he dado. Quiero excusarme de verle. Quedaos, que a mí no me importa aquesto, y si antes os provoqué, no fue acaso. JUAN: ¿Quién sois? Decid. LEONOR: No se [sabe. Quedamos en] que mi agravio os buscará en otra parte. JUAN: Escuchad. Oíd. LEONOR: No es posible. Yo os buscaré. Aquesto baste. Vase [LEONOR] JUAN: ¡Vive Dios, que he de seguirle sólo por saber si sabe que soy yo con quien habló; que recuerdos semejantes de mi suceso, no sé que pueda saberlos nadie. Vase [don JUAN] y sale ESTELA a la ventana ESTELA: Mucho Leonardo tarda; que se sosieguen en palacio aguarda, si no es que de otros brazos le entretienen gustosos embarazos. ¡Oh, qué mal en su ausencia me divierto! Haga el amor este temor incierto. Ya sospecho que viene. Sale [LUDOVICO,] el de Pinoy LUDOVICO: ¡Válgame el cielo! ¿Dónde se detiene Leonardo a aquesta hora? Hablar oí. ESTELA: ¿Es Leonardo? LUDOVICO: Soy, señora, --(Quiero fingirme él mismo)-- vuestro esclavo, que ya por serlo mi ventura alabo. ESTELA: Confusa os aguardaba mi esperanza. LUDOVICO: Toda mi dicha ha estado en mi tardanza. ESTELA: ¿Cómo? LUDOVICO: Porque os ha dado, hermosísima Estela, ese cuidado. ESTELA: ¿En qué os habéis entretenido? LUDOVICO: Un rato jugué. ESTELA: ¿Ganasteis? LUDOVICO: Sí. ESTELA: Dadme barato. LUDOVICO: ¿Qué me queda que daros, si soy todo vuestro? ESTELA: Para excusaros buscáis modo. Llegaos más cerca, oíd. LUDOVICO: ¡Dichoso empleo! Sale doña LEONOR, [vestida de mujer] LEONOR: Si le hablo, consigue mi deseo el más feliz engaño, pues teniendo de Estela desengaño, podrá dejar la pretensión... Sale don JUAN JUAN: ¡Que fuese siguiéndole, y al cabo le perdiese al volver de Palacio! LEONOR: (Éste es don Juan. ¡A espacio, amor, a espacio! Aparte Que esta noche me pones de perderme y ganarme en ocasiones.) JUAN: Ésta es, sin duda, Estela. LEONOR: ¿Quién es? JUAN: Una perdida centinela de la guerra de amor. LEONOR: ¡Bravo soldado! ¿Es don Juan? JUAN: Es quien tiene a ese sol dado del alma el rendimiento, memoria, voluntad y entendimiento, con gustosa violencia; de suerte que no hay acto de potencia libre en mí que ejercite, razón que juzgue, fuerza que milite que a vos no esté sujeta. LEONOR: ¿Qué? ¿Tanto me queréis? JUAN: Vos sois discreta, y sabéis que adoraros es fuerza si al cristal queréis miraros. LEONOR: Desengaños me ofrece, si ambiciosa tal vez estuvo en la pasión dudosa, la vanidad. JUAN: Será cristal oscuro... LEONOR: Ahora, señor don Juan, yo no procuro lisonjas al pincel de mi retrato, sólo os quisiera ver menos ingrato. JUAN: ¿Yo ingrato? ¡Quiera el cielo, si no os adora mi amoroso celo, que sea aqueste mi último fracaso! LEONOR: ¿Qué? ¿No me conocéis? Vamos al caso. ¿Cómo queréis que os crea, si no era necia, fea, pobre, humilde, villana doña Leonor, la dama sevillana? Y ya sabéis, ingrato, habéis burlado con su honor la verdad de su cuidado. JUAN: ¿Qué Leonor o qué dama? LEONOR: Llegaos más cerca. Oíd. Nunca la fama se engaña totalmente, y yo sé que no miente. JUAN: (¡Que me haya don Fernando descubierto!) Aparte LUDOVICO: De que soy vuestro esclavo estoy bien cierto, mas no de que os desvela mi amor, hermosa Estela. (Quiero saber lo que a Leonardo quiere.) Aparte Yo sé que el de Pinoy por vos se muere. Es rico, es noble, es príncipe, en efecto, y aunque atropella amor todo respeto, no me juzgo dichoso. ESTELA: Por cansado, soberbio y ambicioso, aún su nombre aborrezco. LUDOVICO: (¡Ah, ingrata, bien merezco Aparte que anticipéis mi amor a sus favores!) LEONOR: ¿De qué sirven retóricos colores? Ya confesáis su amor. JUAN: Ya lo confieso. LEONOR: Pues lo demás será traición, exceso. JUAN: Que la quise es muy cierto, mas no ofendí su honor, esto os advierto. LEONOR: Muy fácil sois, don Juan. Pues, ¿sin gozalla, pudisteis olvidalla? JUAN: Sólo vuestra beldad tiene la culpa. LEONOR: ¿Mi beldad? ¡No está mala la disculpa! Si os andáis a querer a las más bellas, iréis dejando aquéstas por aquéllas. JUAN: ¡Oíd, por vida vuestra! ESTELA: (Yo haré de mis finezas clara muestra.) Aparte LUDOVICO: ¿Qué decís de don Juan? ESTELA: Que no me agrada [no hay, jamás, cosa que me persüada] para quererle; sólo a vos os quiero. LUDOVICO: De que así me queráis me desespero. JUAN: (¡Que ya lo sepa Estela! ¡Yo estoy loco!) Aparte LEONOR: Decid, don Juan, decid. JUAN: Oíd un poco: Como el que ve de la aurora la estrella o claro lucero de su lumbre mensajero cuando el horizonte dora, que se admira y se enamora de su brillante arrebol, pero saliendo el farol del cielo, luciente y puro, el lucero llama oscuro, viendo tan hermoso el sol; así yo, que a Leonor vi, o de lucero o estrella, adoré su lumbre bella y su mariposa fui; mas luego, mirando en ti del sol lucientes ensayos, hallé sombras y desmayos en la vista de mi amor, que es poca estrella Leonor, y eres sol con muchos rayos. LUDOVICO: Pues yo sé que a don Juan se vio obligado vuestro amante cuidado. ESTELA: Negarlo engaño fuera; mas fue... escuchad. LUDOVICO: Decid. ESTELA: De esta manera. Como él que en la selva umbrosa o jardín ve de colores una provincia de flores pura, fragante y hermosa, que se aficiona a la rosa por su belleza, y al fin halla en la selva o jardín un jazmín, y porque sabe que es el jazmín más süave, la deja y coge el jazmín. Así yo, que vi a don Juan, rosa que a la vista agrada, de su valor obligada, pude admitirle galán; mas siendo tu vista imán de mi sentido, escogí lo que más hermoso vi; pues aunque la rosa admiro, eres el jazmín, y miro más fragante gala en ti. LEONOR: ¿De suerte, que la estrella precursora del sol, luciente y bella, fue Leonor? JUAN: Sí. LEONOR: (Con cuántas penas lucho!) Aparte Pues escuchad: JUAN: Decid, que ya os escucho. LEONOR: El que en la tiniebla oscura de alguna noche camina, adora por peregrina del lucero la luz pura; sólo en su lumbre asegura de su guía la esperanza, y aunque ya del sol le alcanza el rayo, está agradecido al lucero, porque ha sido de su tormenta bonanza. Tú, en el oscuro contraste de la noche de tu amor, el lucero de Leonor, norte a tus penas miraste. Guióte, mas olvidaste como ingrato la centella de su lumbre clara y bella antes de amor mi arrebol. ¿Ves cómo sin ver el sol aborreciste la estrella? LUDOVICO: Metáfora curiosa ha sido, Estela, comparar la rosa a don Juan por su gala y bizarría. ESTELA: Engañáisos. LUDOVICO: ¡Oíd, por vida mía! El que eligió en el jardín el jazmín, no fue discreto, que no tiene olor perfeto si se marchita el jazmín; la rosa hasta su fin, porque aun su morir le alabe tiene olor muy dulce y grave, fragancia más olorosa; luego es mejor flor la rosa y el jazmín menos süave. Tú, que rosa y jazmín ves, admites la pompa breve del jazmín, fragante nieve que un soplo al céfiro es; mas conociendo después la altiva lisonja hermosa de la rosa codiciosa, la antepondrás a mi amor, que es el jazmín poca flor, mucha fragancia la rosa. JUAN: ¡Sofístico argumento! LEONOR: Perdonad, yo os he dicho lo que siento. Volved, volved a España, que no es honrosa hazaña burlar una mujer ilustre y noble. JUAN: Por sólo amaros, la aborrece al doble mi voluntad, y ved qué premio alcanza. LEONOR: Pues perded la esperanza, que sólo os he llamado por dejaros, don Juan, desengañado. [Vase LEONOR] ESTELA: ¡Fáciles paradojas intimas, don Leonardo, a mis congojas! Yo he de quererte firme, sin poder persuadirme a que deje de amar, desdicha alguna. LUDOVICO: Triunfo seré dichoso de fortuna o ya jazmín o rosa. ESTELA: Adiós, que sale ya la aurora hermosa entre luz y arreboles. LUDOVICO: No os vais, para que envidie vuestros soles. ESTELA: Lisonjas. Vedme luego, y adiós. Vase ESTELA LUDOVICO: Sin vuestros rayos quedo ciego. JUAN: ¡Que así fuese Estela! ¿Hay tal despecho? El corazón da golpes en el pecho por dejar la prisión en que se halla; la vida muere en la civil batalla de sus propios deseos. Al alma afligen locos devaneos, y en un confuso caos está dudando; la culpa de esto tiene don Fernando. ¿Qué haré, Estela, ingrata? LUDOVICO: Aunque tan mal me trata tu amor, ingrata Estela, mi engaño o mi cautela, ya que no el adorarte, mis desdichas tendrán la mayor parte. Vase [el príncipe LUDOVICO] JUAN: Mas, ¿cómo desconfío? ¿Dónde está mi valor? ¿Dónde mi brío? Yo he de seguir esta amorosa empresa, yo he de amar la Condesa, yo he de oponerme firme a todo el mundo, yo he de hacer que mi afecto sin segundo conquiste sus desdenes; yo he de adorar sus males por mis bienes. Confiérense en mi daño ira, enojo, tibieza, desengaño, odio, aborrecimiento; apóquese la vida en el tormento de mi pena importuna, que si ayuda Fortuna al que osado se atreve, sea la vida breve, y el tormento crecido, osado y atrevido, con firmeza resuelta, de su inconstancia me opondré a la vuelta. Vase

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

Valor, agravio y mujer, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002