JORNADA TERCERA


                Salen don FERNANDO, don JUAN y TOMILLO

FERNANDO:      Si para satisfaceros
            a mi crédito importara
            dar al peligro la vida,     
            arrojar al riesgo el alma,
            no dudéis, don Juan, lo hiciera.
            ¿Yo a Estela?  Mi propia espada
            me mate si...
JUAN:                   Don Fernando,
            paso.  Mil veces mal haya   
            quien malquistó tantas dichas,
            dando a tantos males causa.
            Yo os creo; mas --¡vive Dios!--
            que no sé que en Flandes haya
            hombre que sepa mi historia.
FERNANDO:   En mi valor fuera infamia,
            cuanto más en mi afición
            que se precia muy de hidalga
            y amante vuestra.
JUAN:                         Es agravio,
            después de desengañada  
            la mía, satisfacerme.
            ¡Por Dios, que me sangra a pausas
            la pena de no saber
            quién tan descompuesto habla
            de mis cosas!  ¡Yo estoy loco!   
            ¡Qué de penas, miedos y ansias
            me afligen!
FERNANDO:              Estela viene.

                          Salen ESTELA y LISARDA

JUAN:       Inquieta la espera el alma;
            no le digáis nada vos.
FERNANDO:   Estela hermosa, Lisarda     
            bella, hoy amanece tarde,
            pues juntas el sol y el alba
            venís.
LISARDA:          Hipérbole nueva.
JUAN:       No es nueva, pues siempre abrasa
            el sol de Estela, y da luz  
            vuestro rostro, aurora clara.
ESTELA:     Señor don Juan, bueno está.
            ¿Tantas veces obligada
            a valor y a cortesías
            queréis que esté?
JUAN:                       Mi desgracia     
            jamás acierta a agradaros,
            pues siempre esquiva e ingrata
            me castigáis.
ESTELA:                No, don Juan,
            ingrata no, descuidada
            puedo haber sido en serviros.
JUAN:       Vuestros descuidos me matan.
ESTELA:     Siempre soy vuestra, don Juan;
            y quiera Dios que yo valga
            para serviros.  Veréis
            cuán agradecida paga      
            mi voluntad vuestro afecto.
JUAN:       Don Fernando, ¡gran mudanza!
FERNANDO:   ¿Ves cómo estás engañado?
            (Hoy mis intentos acaban.)          Aparte
JUAN:       Decidme --¡por vida vuestra!--   
            una verdad.
ESTELA:             Preguntadla.
JUAN:       ¿Diréisla?
ESTELA:             Sí, ¡por mi vida!
JUAN:       ¿Quién os dijo que en España
            serví, enamoré y gocé
            a doña Leonor, la dama    
            de Sevilla?
ESTELA:                ¿Quién?  Vos mismo.
JUAN:       ¿Yo?  ¿Cuándo?
ESTELA:                  ¡Agora!  ¿No acaba
            de despertar vuestra lengua
            desengaño en mi ignorancia?
JUAN:       Y antes, ¿quién?
ESTELA:                  Nadie, a fe mía.
JUAN:       Pues ¿cómo tan enojada
            me hablasteis en el terrero
            la otra noche?
ESTELA:                 ¿Oyes, Lisarda?
            Don Juan dice que le hablé.
LISARDA:    Bien claro está que se engaña.
JUAN:       ¿Cómo engaño?  ¿No dijisteis
            que una dama sevillana
            fue trofeo de mi amor?
ESTELA:     Don Juan, para burla basta,
            que no lo sé hasta agora, 
            no --¡por quien soy!-- ni palabra
            os hablé de esto en mi vida
            en terrero ni en ventana.
JUAN:       (¡Vive el cielo, que estoy loco!    Aparte
            Sin duda Estela me ama 
            y quiere disimular
            por don Fernando y Lisarda; 
            porque negar que me dijo
            verdades tan declaradas,
            no carece de misterio. 
            ¡Ea, amor!  ¡Al arma, al arma!
            Pensamientos amorosos,
            volvamos a la batalla,
            pues está animando Estela
            vuestras dulces esperanzas.  
            Yo quiero disimular.)
            Perdonad, que me burlaba
            para entretener el tiempo.
FERNANDO:   La burla ha sido extremada,
            mas pienso que contra vos.
LISARDA:    ¿Era, don Juan, vuestra dama
            muy hermosa?  Porque tienen 
            las sevillanas gran fama.
JUAN:       Todo fue burla, ¡por Dios!
ESTELA:     Si acaso quedó burlada,   
            burla sería, don Juan.
JUAN:       ¡No, a fe! (¿Quién imaginara  Aparte
            este suceso?  ­Oh, amor!
            ¿Qué es esto que por mí pasa?
            Ya me favorece Estela, 
            ya me despide, y se agravia
            de que la pretenda, ya
            me obliga y me desengaña,
            ya niega el favorecerme,
            ya se muestra afable y grata;    
            y yo, incontrastable roca
            al furor de sus mudanzas,
            mar que siempre crece en olas,
            no me canso en adorarla.)
FERNANDO:   Sabe el cielo cuánto estimo    
            que favorecéis mi causa
            por lo que quiero a don Juan.
            (Este equívoco declara              Aparte
            amor a la bella Estela.)
            Y así os pido, a quien hablara 
            por sí mismo, que le honréis.
            (¡Oh amistad, y cuánto allanas!) Aparte
ESTELA:     Yo hablaré con vos después.
            Don Juan, tened con las damas
            más firme correspondencia.
JUAN:       Injustamente me agravia
            vuestro desdén, bella Estela.
ESTELA:     Leonor fue la agraviada.
JUAN:       (No quiero dar a entender           Aparte
            que la entiendo, pues se cansa   
            de verme Estela.)  Fernando,
            vamos.
FERNANDO:          Venid.  ¡Qué enojada
            la tenéis!  Adiós, señoras.
ESTELA:     Adiós.  

                [Vanse don FERNANDO y don JUAN]

                   ¿Hay más sazonada
            quimera? 
LISARDA:            ¿Qué es esto, prima?
ESTELA:     No sé --por tu vida!-- aguarda.
            Curiosidad de mujer
            es ésta.  A Tomillo llama
            que él nos dirá la verdad.
LISARDA:    Dices bien.  Tomillo...
TOMILLO:                       ¿Mandas  
            en qué te pueda servir?
ESTELA:     Si una verdad me declaras
            aqueste bolsillo es tuyo.
TOMILLO:    [(Mi verdad vale tal paga.)]     Aparte 
            Ea, pregunta.
ESTELA:               ¿Quién fue,
            dime, una Leonor que hablaba     
            don Juan en Sevilla?
TOMILLO:                      ¿Quién?
            ¡Ah, sí!  ¡Ah, sí!  No me acordaba.
            Norilla la cantonera,
            que vivía en Cantarranas  
            de resellar cuartos falsos.
            ¿No dices a cuya casa
            iba don Juan?
ESTELA:                Sí, será.
TOMILLO:    (¡Qué dulcemente se engaña!)  Aparte
ESTELA:     ¨Qué mujer era?
TOMILLO:                 No era    
            mujer, sino una fantasma.
            ancha de frente y angosta
            de sienes, cejiencorvada.
ESTELA:     El parabién del empleo
            pienso darle.
LISARDA:               [¡Vaya,] vaya!   
            ¿Y la quería?
TOMILLO:                No sé;
            sólo sé que se alababa
            ella de ser su respeto.
ESTELA:     ¿Hay tal hombre?
TOMILLO:                 ¿Esto te espanta?
            ¿No sabes que le parece     
            hermosa quien sea dama?
ESTELA:     Dices bien.  Éste es Leonardo.
TOMILLO:    ([Se] la he dado por su carta.)     Aparte

      Sale doña LEONOR [vestida de hombre.  Vase TOMILLO]

LEONOR:        Preguntéle a mi cuidado,
            Estela hermosa, por mí,   
            y respondióme que en ti
            me pudiera haber hallado.
               Dudó la dicha, el temor
            venció, al temor la humildad.
            Alentóse la verdad        
            y aseguróme el amor.
               Busquéme en ti, y declaré
            en mi dicha el silogismo,
            pues no hallándome en mí mismo
            en tus ojos me hallé.
ESTELA:        Haberte, Leonardo, hallado
            en mis ojos, imagino
            que no acredita desino
            de tu desvelo el cuidado;
               y no parezcan antojos,   
            pues viene a estar de mi parte,
            por mi afecto, el retratarte
            siempre mi amor en mis ojos;
               que claro está que mayor
            fineza viniera a ser        
            que en ti me pudieras ver
            por transformación de amor,
               que sin mí hallarte en mí,     
            pues con eso me apercibes
            que sin mis memorias vives, 
            pues no me hallas en ti;
               que en consecuencia notoria,  
            que si me quisieras bien,
            como estás en mí, también
            estuviera en tu memoria.
LEONOR:        Aunque más tu lengua intime
            esa engañosa opinión,
            no tiene el amante acción
            que en lo que ama no se anime;
               si amor de veras inflama 
            un pecho, alienta y respira
            transformado en lo que mira,
            animado en lo que ama.
               Yo, aunque sé que estás en mí,
            en fe de mi amor, no creo,  
            si en tus ojos no me veo,
            que merezco estar en ti.
ESTELA:        En fin, no te hallas sin verme.
LEONOR:     Como no está el merecer
            de mi parte, sé querer,   
            pero no satisfacerme.
ESTELA:        ¿Y es amor desconfïar?
LISARDA:    Es, al menos, discreción.
LEONOR:     No hay en mí satisfacción
            de que me puedas amar       
               si mis partes considero.
ESTELA:     ¡Injusta desconfïanza!
            Alentad más la esperanza
            en los méritos.  Yo quiero
               salir al campo esta tarde.    
            Sigue la carroza.
LEONOR:                  Ajusto
            a tu obediencia mi gusto.
ESTELA:     Pues queda adiós.

                   Va[n]se [ESTELA y LISARDA]

LEONOR:                  Él te guarde.
               En males tan declarados,
            en daños tan descubiertos,     
            los peligros hallo ciertos,
            los remedios ignorados.
               No sé por dónde --¡ay de mí!--
            acabar.  Amor intenta
            la tragedia de mi afrenta.  

                             Sale don JUAN

JUAN:       (Sí, estaba Leonardo aquí.    Aparte
               Parece que le hall¢
            la fuerza de mi deseo.)
LEONOR:     (¡Que ha de tener otro empleo,      Aparte
            y yo burlada!  ¡Eso no!     
               ¡Primero pienso morir!)
JUAN:       Señor don Leonardo...
LEONOR:                       Amigo...
            (¡Pluguiera a Dios que lo fueras!   Aparte
            Mas eres hombre.)  ¿En qué os sirvo?
JUAN:       Favorecerme podréis;      
            mas escuchaD:  yo he venido,  
            como a noble, a suplicaros
            como a quien sois, a pediros...
 LEONOR:    (¡Ah, falso!)                       Aparte
                         ¿Cómo a muy vuestro
            no decís, siendo el camino     
            más cierto para mandarme?
JUAN:       Conózcoos por señor mío,
            y, concluyendo argumentos,
            quiero de una vez decirlo,
            pues Estela me animó.          
            La Condesa...
LEONOR:                ¡Buen principio!
            Ea, pasad adelante. 
JUAN:       La condesa Estela, digo,
            o ya por su gusto o ya
            porque dio forzoso indicio  
            mi valor en la ocasión
            que ya sabéis, de mis bríos,
            puso los ojos en mí.
            En mujer no fue delito.
            Vióse obligada, bastó,  
            porque el común descuido
            de las mujeres, comienza
            por afecto agradecido.
            Dio ocasión a mis desvelos,
            dio causa a mis desatinos,  
            aliento a mis esperanzas,
            acogida a mis suspiros;
            de suerte que me juzgué
            dueño feliz --¡qué delirio!--
            de su belleza y su estado.  
            De España a este tiempo mismo
            vinisteis, siendo a sus ojos
            vuestra gallardía hechizo,
            que suspendió de mis dichas
            los amorosos principios.    
            A los semblantes de Estela,
            Argos velador he sido,
            sacando de cierta ciencia,
            que sus mudables indicios
            acreditan que me estima.    
            Y así, Leonardo, os suplico,
            si algo os obliga mi ruego,
            por lo que debe a sí mismo
            quien es noble como vos,
            que deis a mi pena alivio,  
            dejando su pretensión,
            pues anterior habéis visto
            la mía, y con tanta fuerza     
            de heroicos empeños míos. 
            Haced por mí esta fineza, 
            porque nos rotule el siglo,
            si por generoso a vos
            a mí por agradecido.
LEONOR:     (¡Ah, ingrato, mal caballero!)     Aparte
            ¡Bien corresponde tu estilo 
            a quien eres!  Vuestras penas,
            señor don Juan, habéis dicho
            con tal afecto, tal ansia
            que quisiera --¡por Dios vivo!
            (poder sacaros el alma)             Aparte
            dar a su cuidado alivio.
            Confieso que la Condesa
            una y mil veces me ha dicho
            que ha de ser mía, y que soy
            el dueño de su albedrío 
            a quien amorosa ofrece
            por víctima y sacrificio
            sus acciones; mas ¿qué importa,
            si diferentes motivos
            si firmes obligaciones,     
            si lazos de amor altivos
            me tienen rendida el alma?
            Que otra vez quisiera, digo,
            por hacer algo por vos
            como quien soy, por serviros     
            y daros gusto, querer
            a Estela y haberle sido
            muy amante, muy fïel;
            mas creed que en nada os sirvo,
            pues mis dulces pensamientos     
            me tienen tan divertido
            que en ellos está mi gloria;
            y así, don Juan, imagino
            que nada haga por vos.
JUAN:       ¿Es posible que ha podido   
            tan poco con vos Estela?
LEONOR:     Si no basta a persuadiros
            mi verdad, este retrato
            diga si es objeto digno
            de mis finezas.  (Agora,            Aparte
            ingrato, llega el castigo
            de tanto aborrecimiento.)
JUAN:       ¡Válgame el cielo!  ¿Qué miro?
LEONOR:     Mirad si esa perfección,
            aquese garbo, ese aliño,  
            ese donaire, ese agrado...
JUAN:       ¡Perdiendo estoy el jüicio!
LEONOR:     ...merecen que yo le olvide
            por Estela.
JUAN:                  (Basilisco               Aparte
            mortal ha sido a mis ojos.  
            Parece que en él he visto
            la cabeza de Medusa,
            que en piedra me ha convertido,
            que me ha quitado la vida.)
LEONOR:     (De conveniencias y arbitrios       Aparte
            debe de tratar.)  Parece
            que estáis suspenso.
JUAN:                         Imagino
            que vi otra vez esta dama
            --¡ah cielos!-- y que fue mío
            este retrato.  (Rindióse            Aparte
            esta vez a los peligros
            de la verdad la razón.)
LEONOR:     Advertid que le he traído
            de España, y que es de una dama
            a quien deben mis sentidos  
            la gloria de un dulce empeño
            y a cuyas dichas, si vivo,
            sucederán de Himeneo
            los lazos alternativos
            para cuya ejecución       
            a Bruselas he venido
            pues no he de poder casarme
            si primero no castigo
            con un rigor un agravio,
            con una muerte un delito.
JUAN:       (¿Qué es esto que por mí pasa?  Aparte
            ¨Es posible que  he tenido
            valor para oír mi afrenta?
            ¿Cómo de una vez no rindo
            a la infamia los discursos, 
            la vida a los desperdicios
            del honor?  Leonor fue fácil;
            y a los números lascivos
            de infame, ¿tanta lealtad,
            fe tan pura ha reducido?    
            Mas fue con nombre de esposo.
            Aquí de vosotros mismos,
            celos, que ya la disculpo.
            Yo sólo el culpado he sido.
            Yo la dejé.  Yo fui ingrato.   
            ¿Qué he de hacer en el abismo
            de tan grandes confusiones?)
            Don Leonardo...
LEONOR:                  (A partido            Aparte
            quiere darse ya este aleve.)
            ¿Qué decís?
JUAN:               (No sé qué digo      Aparte
            que me abraso en rabia y celos,
            que estoy en un laberinto
            donde nos es posible hallar,
            si no es con mi muerte, el hilo
            pues Leonor no fue Ariadna.)     
            Con este retrato he visto
            mi muerte.
LEONOR:             (¡Ah, bárbaro, ingrato, Aparte
            tan ciego, tan divertido
            estás que no me conoces!
            ¿Hay más loco desatino    
            que el original no mira
            y el retrato ha conocido?
            ¿Tal le tienen sus engaños?)
JUAN:       (Mal mis pesares resisto.)         Aparte
            ¿Qué empeños de amor debéis     
            a esta dama?
LEONOR:                He merecido
            sus brazos y sus favores;
            a vuestro entender remito
            lo demás.
JUAN:               (¡Agora es tiempo,          Aparte
            locuras y desvaríos!      
            ¡Agora, penas, agora
            no quede lugar vacío
            en el alma!  Apoderaos
            de potencias y sentidos.
            Leonor fue común desdicha.     
            Rompa mi silencio a gritos
            el respeto.)  Esa mujer     
            ese monstruo, ese prodigio
            de facilidad fue mía.
            Dejéla y aborrecido       
            pueden más celos que amor.
            Ya la adoro.  Ya me rindo
            al rapaz arquero alado;
            pero ni aun hallo camino
            matándoos para vivir,          
            pues la ofensa que me hizo
            siempre vivirá en mis odios.
            ¿Quién imaginara el limpio
            honor de Leonor manchado?
LEONOR:     (Declaróse este testigo          Aparte
            aunque en mi contra en mi abono.
            Todo lo que sabe ha dicho;
            mas apretemos la cuerda.)
            ¿De suerte que mi enemigo
            sois vos, don Juan?
JUAN:                        Sí, Leonardo.
LEONOR:     ¡Que jamás Leonor me dijo
            vuestro nombre!  Quizá fue
            porque el ilustre apellido
            de Córdoba no quedase
            en lo ingrato oscurecido.   
            Sólo dijo que en Bruselas
            os hallaría, y que aviso
            tendría en sus mismas cartas
            del nombre.  Ya le he tenido 
            de vos, y es buena ocasión     
            para mataros.

                           Sale don FERNANDO

FERNANDO:               (¡Mi primo           Aparte
            y don Juan de pesadumbre!)
JUAN:       ¡Don Fernando!
LEONOR:                ¿Si habrá oído           
            lo que habl bamos?
JUAN:                       No sé;
            sépalo el mundo.
LEONOR:                   Yo digo  
            que os podré matar, don Juan,
            si no hacéis punto fijo
            en guardar aqueste punto.
JUAN:       Jamás a esos puntos sigo
            cuando me enojo, Leonardo.
LEONOR:     Yo tampoco cuando riño
            porque el valor me gobierna,
            no del arte los caprichos,
            ángulos rectos o curvos;
            mas a don Luis he visto     
            de Narváez, el famoso...
FERNANDO:   (Los ojos y los oídos               Aparte
            se engañan.)
JUAN:               Leonardo,
            ¿de qué habláis?
LEONOR:                  Del ejercicio
            de las armas.
FERNANDO:              ¿Cómo estáis,     
            don Juan, tan descolorido?
JUAN:       En tratando de reñir,
            no puedo más, a honor mío.
            Leonardo, vedme.

                       Yéndose [don JUAN]

LEONOR:                  Sí, haré,
            que he de seguir los principios
            de vuestra doctrina.  (¡Ah, cielos!)  Aparte
JUAN:       (¡Que luego Fernando vino             Aparte
            en esta ocasión!)
LEONOR:                     (¡Que en esta    Aparte
            ocasión haya venido
            mi hermano!  ¡Infelice soy!)
JUAN:       A los jardines de Armindo
            me voy esta tarde un rato.
            Venid, si queréis, conmigo,
            llevarán espadas negras.
LEONOR:     Iré con gusto excesivo.
JUAN:       ¿Quedáisos, Fernando?
FERNANDO:                     Sí.
JUAN:       Pues adiós.  Lo dicho, dicho,
            don Leonardo.
LEONOR:                Claro está.

                           [Vase don JUAN] 

FERNANDO:   ¿Fuése?
LEONOR:             Sí.
FERNANDO:                Estela me dijo,
            no obstante, que la pretende     
            el príncipe Ludovico
            de Pinoy, y que a don Juan
            debe estar agradecido.
            Sospecho que sólo a ti
            inclina el desdén esquivo 
            de su condición, de suerte...
LEONOR:     No prosigas.
FERNANDO:            No prosigo,
            pues ya lo entiendes, Leonardo.
            A favor tan conocido,
            ¿qué le puedes responder  
            si no desdeñoso, tibio?
            (Sabe el cielo cuánto siento,       Aparte
            cuando de adorarla vivo
            que me haga su tercero.)
LEONOR:     Pues, Fernando, si he tenido     
            acción al amor de Estela,
            desde luego me desisto
            de su pretensión.
FERNANDO:                ¿Estás
            loco?
LEONOR:          No tengo jüicio.
            (Deseando estoy que llegue          Aparte
            la tarde.)
FERNANDO:           De tus desinios
            quiero que me hagas dueño.
LEONOR:     Aún no es tiempo.  (Divertirlo      Aparte
            quiero con algún engaño.)
            Ven conmigo.
FERNANDO:              Voy contigo.

    Vanse [don FERNANDO y doña LEONOR], y sale TOMILLO

TOMILLO:    Después que bebí de aquel
            negro chocolate, o mixto
            de varias cosas que Flora
            me brindó, estoy aturdido,
            los ojos no puedo abrir.    

                              Sale FLORA

FLORA:      Siguiendo vengo a Tomillo
            por si ha obrado el chocolate.
TOMILLO:    Doy al diablo lo que miro
            si lo veo; aquí me acuesto
            un rato.  ¡Qué bien mullido    
            está el suelo!  No parece

                             Échase

            sino que aposta se hizo
            para quebrarme los huesos.
            Esto es hecho.  No he podido
            sustentar la competencia;   
            sueño, a tus fuerzas me rindo.

                                Duerme

FLORA:      Como una piedra ha quedado.
            Lindamente ha obrado el pisto;
            pero vamos al expolio
            en nombre de San Cirilo.    

                   Vale sacando de las faltriqueras

            Comienzo.  Ésta es bigotera.
            Tendrá cuatrocientos siglos.
            Según parece éste es
            lienzo.  ¡Qué blanco, qué limpio,
            ostenta sucias rüinas       
            de tabaco y romadizo!
            Ésta es taba.  ¡Gran reliquia
            de mártir trae consigo
            este menguado!  Ésta es
            baraja.  Devoto libro       
            de fray Luis de Granada
            de oraciones y ejercicios.
            El bolsillo no parece
            y de hallarle desconfío,
            que en tan ilustres despojos     
            ni le hallo ni le miro.
            ¿Qué es aquesto?  Tabaquera
            de cuerno.  ¡Qué hermoso aliño,
            parto, al fin, de su cosecha,
            honor de su frontispicio!   
            Hombres, --¡que aquesto os dé gusto!--
            yo conozco cierto amigo
            que se sorbió entre el tabaco
            el polvo de dos ladrillos.
            Doyle vuelta a este otro lado.   
            Haré segundo escrutinio.

                            Vuélvele

            ¡Cómo pesa el picarón!
            ¡San Onofre, San Patricio,
            que no despierte!  Éstas son
            marañas de seda e hilo,   
            y el cigarro del tabaco,
            que no se le escapa vicio
            a este sucio.  Éste, sin duda,
            es el precioso bolsillo,
            a quien mis miedos consagro 
            y mis cuidados dedico.
            ¡Jesús, cuántos trapos tiene!

                           Va contando capas

            Uno, dos, tres, cuatro, cinco,
            seis, siete, ocho.  Es imposible
            contar; mas --¡oh dulce archivo  
            de escudos y de esperanza!--
            con reverencia te miro. 

                             Sácale

            Depositario dichoso
            de aquel metal atractivo
            que a tantos Midas y Cresos 
            puede ocasionar delitos,
            al corazón te traslado,
            metal generoso y rico,
            y voy antes que despierte,
            y esas alhajas remito       
            a su cuidado el guardarlas
            cuando olvide el parasismo.

                       Vase FLORA y sale RIBETE

RIBETE:        Leonor anda alborotada
            sin decirme la ocasión;
            ni escucha con atención   
            ni tiene sosiego en nada.
               Hame ocultado que va
            aquesta tarde a un jardín
            con don Juan, no sé a qué fin.
            ¡Válgame Dios!  ¿Qué será?   
               Sus pasos seguir pretendo,
            que no puedo presumir
            bien de aquesto.
TOMILLO:                 Tal dormir...
            Un año ha que estoy durmiendo
               y no puedo despertar.    
            Vuélvome de este otro lado.
RIBETE:     Este pobrete ha tomado
            algún lobo.
TOMILLO:            No hay que hablar.
RIBETE:        ¡Ah, Tomillo!  ¿Duermes?
TOMILLO:                               No.
RIBETE:     ¿Pues qué?  ¿Sueñas?
TOMILLO:                       No, tampoco.  
            Si duermo pregunta el loco
            cuando ya me despertó.
RIBETE:        ¿Son aquestas baratijas
            tuyas?

                       Levántase TOMILLO

TOMILLO:             No sé.  ¿Qué es aquesto?
            ­Mi bolso!

                             Turbado busca

RIBETE:             ¿Donde le has puesto?
TOMILLO:    No sé.
RIBETE:           Aguarda.  No te aflijas.
               Busquémosle.
TOMILLO:                    ¿Qué es buscar?
            Quitádome ha de cuidado
            el que tan bien le ha buscado
            pues no le supe guardar.    
               ¡Ay, bolso del alma mía!
RIBETE:     Hazle una prosopopeya.
TOMILLO:    "Mira, Nero de Tarpeya,
            a Roma cómo se ardía."
               ¿Partamos, quieres, Ribete,   
            hermanablemente?
RIBETE:                    ¿Qué?
            ¡Voto a Cristo que le dé!
            Mas déjole por pobrete.
               ¿No me conoces?
TOMILLO:                      Ya estoy
            al cabo.  ¡Ay, escudos míos!
RIBETE:     Por no hacer dos desvaríos
            con este triste, me voy,
               y porque no le suceda
            a Leonor algún disgusto.

                              Vase RIBETE

TOMILLO:    Flora me ha dado este susto.     
            Esta vez, vengada queda.

                    Vase [TOMILLO] y sale don JUAN

JUAN:          El tropel de mis desvelos
            me trae confuso y loco,
            que el discurso enfrena poco
            si pican muchos los celos.  
               No es posible hallar medio
            mi desdicha en tanta pena.
            Mi ingratitud me condena,
            y el morir sólo es remedio.
               Pues morir, honor, morir,     
            que la ocasión os advierte
            que vale una honrada muerte
            más que un infame vivir.
               Bien se arguye mi cuidado.
            --¡Ay, honor!--  pues no reposo, 
            desesperado y celoso.

                        Sale doña LEONOR

LEONOR:     Perdóname si he tardado,  
               que me ha detenido Estela
            mandándome que la siga.
JUAN:       No me da su amor fatiga     
            cuando mi honor me desvela.
               Yo os he llamado, Leonardo,
            para mataros muriendo.
LEONOR:     Don Juan, lo mismo pretendo.

                      [Sale] RIBETE a la puerta

RIBETE:     ¡Grandes requiebros!  ¿Qué aguardo? 
               No he temido en vano.  Apriesa
            a llamar su hermano voy,
            que está con Estela hoy.
            Leonor, se acaba tu empresa.

                             Vase [RIBETE]

LEONOR:        Hoy, don Juan, se ha de acabar     
            toda mi infamia --¡por Dios!--
            porque matándoos a vos
            libre me podré casar
               con quien deseo.
JUAN:                          Esa dicha
            bien os podrá suceder,    
            mas no a mí, que vengo a ser
            el todo de la desdicha.
               De suerte que, aunque mi espada
            llegue primero, no importa,
            pues aunque muráis, no acorta  
            en mí esta afrenta pesada,
               este infame deshonor;
            porque no es razón que pase
            por tal infamia y me case
            habiendo sido Leonor        
               fácil, después de ser mía,
            con vos.  Y si me matáis,
            con ella viuda os casáis.
            Mirad si dicha sería
               vuestra; mas no ha de quedar  
            esta vez de aquesa suerte.
            Yo os tengo de dar la muerte;
            procuradme vos matar;
               porque muriendo los dos
            como ambas vidas se acabe   
            un tormento en mí tan grave,
            en bien tan dichoso en vos.
LEONOR:        Don Juan, mataros deseo,
            no morir, cuando imagino
            de aquel objeto divino 
            ser el venturoso empleo.
               Acortemos de razones,
            que en afrentas declaradas
            mejor hablan las espadas.
            ......................

Sacan las espadas y salen don FERNANDO y [el príncipe] LUDOVICO

FERNANDO:      [Eso es lo que voy diciendo.]
            En este instante me avisa
            Ribete, que a toda prisa
            venga, Príncipe, y riñendo
               están don Juan y Leonardo.  
            ¿Qué es esto?
LUDOVICO:              Pues, caballeros,
            ¿amigos y los aceros
            desnudos?
FERNANDO:           Si un punto tardo
               sucede...
JUAN:                    ¿Fuera posible?
            (¡Nada me sucede bien!              Aparte
            ¡Ah, ingrata Fortuna!  ¿A quién,
            sino a mí, lance terrible?)
FERNANDO:      ¿Fue aquesto probar las armas?
            ¿Venir a ejercer fue aquesto
            las espadas negras?  ¿Son   
            estos los ángulos rectos
            de don Luis de Narváez
            y el entretener el tiempo
            en su loable ejercicio?
            Don Juan, ¿con mi primo mesmo
            reñís?  ¿Ésta es la amistad?
JUAN:       (¡En qué de afrentas me has puesto, Aparte
            Leonor!)
FERNANDO:          No hay más atención
            a que es mi sangre, mi deudo,
            a que es de mi propia casta,     
            ya que soy amigo vuestro.
            ¿Tan grande ha sido el agravio,
            que para satisfacerlo
            no basta el ser yo quien soy?
            Vos, primo, ¿cómo tan necio    
            buscáis los peligros, cómo
            os mostráis tan poco cuerdo?
LEONOR:     Yo hago lo que me toca.
            Sin razón le estás diciendo
            oprobios a mi justicia.
FERNANDO:   Decidme, pues, el suceso.
LEONOR:     Don Juan lo dirá mejor.
JUAN:       (¿Cómo declararme puedo,     Aparte
            agraviado en las afrentas
            y convencido en los riesgos?)
FERNANDO:   ¿Qué es esto?  ¿No respondéis?
JUAN:       (¡Que esto permitan los cielos!)    Aparte
            Diga Leonardo la causa.
            (De pesar estoy muriendo.)          Aparte
LEONOR:     Pues gustas de que publique 
            de tus mudables excesos
            el número, Ludovico
            y Fernando, estad atentos:
            Pues ya te hizo don Juan
            --¡oh, primo!-- de los secretos  
            de su amor y su mudanza,
            como me dijiste, [luego]
            que se vino, y lo demás
            sucedido, y en efecto,
            que sirvió a Estela, que aleve 
            intentó su casamiento,
            óyeme y sabrás lo más
            importante a nuestro cuento.
            Doña Leonor de Ribera,
            tu hermana, hermoso objeto  
            del vulgo y las pretensiones
            de infinitos caballeros,
            fue, --no sé cómo lo diga--
FERNANDO:   Acaba, Leonardo, presto.
JUAN:       Espera, espera, Leonardo.   
            (Todo me ha cubierto un hielo.     Aparte
            ¡Si es hermana de Fernando!
            ¿Hay más confuso tormento?)
LEONOR:     Digo, pues, que fue tu hermana
            doña Leonor, de los yerros     
            de don Juan causa.
JUAN:                      (Acabó              Aparte
            de echar la Fortuna el resto
            a mis desdichas.)
FERNANDO:                  Prosigue,
            prosigue, que estoy temiendo
            que para oírte me falte   
            el juicio y el sufrimiento.
            (¡Ah, mal caballero, ingrato,      Aparte
            bien pagabas mis deseos
            casándote con Estela!)
LEONOR:     Palabra de casamiento       
            le dio don Juan, ya lo sabes,
            disculpa que culpa ha hecho
            la inocencia en las mujeres;
            mas dejóla, ingrato, a tiempo
            que yo la amaba, Fernando,  
            con tan notables efectos,
            que el alma dudó tal vez
            respiraciones y alientos
            en el pecho, y animaba
            la vida en el dulce incendio     
            de la beldad de Leonor
            corrida en los escarmientos
            de la traición de don Juan.
            Y obligándome primero
            con juramentos --que amando 
            todos hacen juramentos--
            me declaró de su historia
            el lastimoso suceso
            con más perlas que palabras;
            mas yo, amante verdadero,   
            la prometí de vengar
            su agravio, y dando al silencio
            con la muerte de don Juan
            la ley forzosa del duelo,
            ser su esposo y lo he de ser,    
            don Fernando, si no muero
            a manos de mi enemigo.
            A Flandes vine, sabiendo
            que estaba en Bruselas.  Soy
            noble, honor sólo profeso.     
            Ved si es forzoso que vengue
            este agravio, pues soy dueño
            de él y de Leonor también.
JUAN:       No lo serás.  ¡Vive el cielo!
FERNANDO:   ¿Hay mayores confusiones?   
            ¡Hoy la vida y honor pierdo!
            ¡Ah, hermana fácil!  Don Juan,
            mal pagaste de mi pecho
            las finezas.
JUAN:                   (De corrido            Aparte
            a mirarle no me atrevo.)    
            A saber que era tu hermana...
FERNANDO:   ¿Qué hicieras?  No hallo medio
            en tanto mal, Ludovico.
LEONOR:     Yo la adoro.
JUAN:                 Yo la quiero.
LEONOR:     (¡Qué gusto!)                    Aparte
JUAN:                 (¡Qué pesadumbre!)       Aparte
LEONOR:     (¡Qué satisfacción!)          Aparte
JUAN:                       (­Qué celos!)     Aparte
            Yo no me puedo casar
            con doña Leonor, es cierto, 
            aunque muera Leonardo;
            antes moriré primero.          
            ¡Ah, si hubiera sido honrada!
FERNANDO:   ¡Qué laberinto tan ciego!
            Dice bien don Juan, bien dice,
            pues si casarla pretendo
            con Leonardo, ¿cómo puede,     
            vivo don Juan?  Esto es hecho.
            Todos hemos de matarnos.
            Yo no hallo otro remedio.
LUDOVICO:   Ni yo le miro --¡por Dios!--
            Y ése es bárbaro y sangriento.
LEONOR:     En efecto, si Leonor
            no rompiera el lazo estrecho     
            de tu amor, y si no hubiera
            admitido mis empeños,
            ¿la quisieras?
JUAN:                     La adorara.
LEONOR:     Pues a Leonor verás presto,
            y quizá de tus engaños
            podrás quedar satisfecho.
JUAN:       ¿Dónde está?
LEONOR:                En Bruselas.
JUAN:                              ¿Cómo?
LEONOR:     Esperad aquí un momento.  

Vase doña LEONOR y salen ESTELA, LISARDA, FLORA, RIBETE, TOMILLO
ESTELA: ¿Don Leonardo con don Juan de disgusto? RIBETE: Así lo entiendo. TOMILLO: ¡Ay, mi bolso y mis escudos! LISARDA: No está Leonardo con ellos. ESTELA: Señores, ¿qué ha sucedido? FERNANDO: No sé qué os diga, no puedo hablar. LISARDA: Ludovico, escucha. LUDOVICO: (De ver a Estela me ofendo, Aparte después que oí a mis oídos tan desairados desprecios.) ¿Qué decís, Lisarda hermosa? LISARDA: Don Leonardo, ¿qué se ha hecho? ¿Dónde está? LUDOVICO: Escuchad aparte. FERNANDO: (¡Qué mal prevenidos riesgos! Aparte Hoy he de quedar sin vida o ha de quedar satisfecho mi deshonor. ¡Ay, hermana, el jüicio estoy perdiendo!) TOMILLO: Flora, vamos a la parte. FLORA: ¿A qué parte, majadero? TOMILLO: Ribete... RIBETE: ¿Qué es lo que dice? TOMILLO: Digo que soy un jumento. RIBETE: ¿Dónde está Leonor? ¡Que se haya metido en tales empeños! Sale doña LEONOR, dama bizarra LEONOR: Hermano, Príncipe, esposo, yo os perdono el mal concepto que habéis hecho de mi amor, si basta satisfaceros haber venido constante y resuelta... RIBETE: ¿Qué es aquesto? LEONOR: Desde España hasta Flandes, y haberme arrojado al riesgo de matarme tantas veces; la primera, en el terrero retirando a Ludovico y a mi propio esposo hiriendo, y hoy, cuando guardó a Palacio mi valor justo respeto, y deslumbrando a mi hermano, fingir pude engaños nuevos, y ahora, arrojada y valiente, por mi casto honor volviendo, salí a quitarle la vida y lo hiciera --¡vive el cielo!-- a no verle arrepentido, que tanto puede en un pecho valor, agravio y mujer. Leonardo fui, mas ya vuelvo a ser Leonor. ¿Me querrás? JUAN: Te adoraré. RIBETE: Los enredos de Leonor tuvieron fin. FERNANDO: Confuso, hermana, y suspenso me ha tenido tanto bien. LUDOVICO: ¿Hay más dichoso suceso? ESTELA: ¿Leonardo? ¿Así me engañabas? LEONOR: Fue fuerza, Estela. ESTELA: Quedemos hermanas, Leonor hermosa. Fernando, ¿de esposo y dueño me das la mano? FERNANDO; Estas dichas causó Leonor. Yo soy vuestro. LUDOVICO: Ganar quiero tu belleza, Lisarda hermosa. Pues pierdo a Estela, dame tu mano. LISARDA: La mano y el alma ofrezco. RIBETE: Flora, de tres para tres han sido los casamientos. Tú quedas para los dos y entrambos te dejaremos, para que te coman lobos, borrica de muchos dueños... ESTELA: Yo te la doy, y seis mil escudos. RIBETE: Digo que acepto por los escudos, pues bien los ha menester el necio que se casa de paciencia. TOMILLO: Sólo yo todo lo pierdo; Flora, bolsillo y escudos. LEONOR: Aquí, senado discreto, valor, agravio y mujer acaban. Pídeos su dueño, por mujer y por humilde, que perdonéis sus defectos.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002