EL CABALLERO SIN NOMBRE

Antonio Mira de Amescua


Texto basado en la edición príncipe de EL CABALLERO SIN NOMBRE, en PARTE TREINTA Y DOS, CON DOCE COMEDIAS NUEVAS DE DIFERENTES AUTORES (Zaragoza: Diego Dormer, 1640). No ha sido editado ni publicado modernamente. Fue editado por Vern G. Williamsen en el curso de sus investigaciones en 1979, preparado en su forma electrónica en 1988, y en su forma actual en 1996.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don GONZALO y don SANCHO, riñendo sin echar mano
SANCHO: ¿No soy tu hermano mayor, villano? GONZALO: Ni soy villano, don Sancho, ni soy menor sino sólo en ser tu hermano, pues es mi razón mayor. Sola la honra es nuestra madre y tú quieres que te cuadre el ser caballero honrado. El valor nos ha engendrado. El valor es nuestro padre. Y así preferirme quiero que cuanto el valor a ti; pues, aunque eres caballero, de la honra y valor nací con ser el valor primero. Dos veces hemos nacido. Dos madres nos han parido: doña Elvira es la primera y la honra es la postrera. Ilustres las dos han sido. Mas, desengañarte quiero; que si naciste en el mundo fue, aunque noble y caballero, de la segunda el segundo, de la primera el primero. Y así trátame mejor, don Sancho, que si menor de la primer madre fui, de la segunda nací primero. Soy el mayor. SANCHO: Rapaz, hablador sin rienda, ¿luego estoy por ser primero sin honra, valor ni prenda? GONZALO: No, pero fuiste el postrero aunque primero en hacienda; que no porque me ganaste la mano en nacer llevaste el valor con que me quedo, que yo, Sancho, la honra heredo si tú la hacienda heredaste. Nuestro padre es noble y rico y de su hacienda y valor dos mayorazgos publico: de la honra es el mayor, y de la hacienda el más chico. De éstos el uno heredas, concediéndote que puedas escoger por ser mayor. Luego yo heredo el valor pues con la hacienda te quedas. SANCHO: Di, bachiller atrevido, antes que tú, ¿no he salido? ¿No has de comer por mi mano? GONZALO: Trátame como a tu hermano. SANCHO: No lo eres, desconocido. GONZALO: ¡Vive Dios, si me provocas! ¡Si hablas, don Sancho, en mi mengua! Mas esas palabras locas haré arrancando tu lengua... ¡Te abra esta espada mil bocas! SANCHO: Espera, hablador grosero. Castigaráte mi acero. GONZALO: Si no te mata mi mano. SANCHO: No me tengo por tu hermano. GONZALO: Ni lo estimo ni lo quiero.
Sale don RAMIRO, padre de los dos
RAMIRO: ¿Qué es esto? ¿Qué enojo vano incita vuestro furor, don Gonzalo, con tu hermano? ¿Contra tu hermano mayor? GONZALO: ¿He de sufrir que villano me llame? ¡No! Que me fundo aunque la hacienda perdí por salir postrero al mundo, que de tu valor nací tan honrado aunque segundo. Y no es justo que mi hermano, que por cualquier ocasión, [de su nacimiento ufano] con razón y sin razón, me llame infame y villano. SANCHO: ¿Qué te parece el humillo del rapaz? GONZALO: Trátame bien --que ya no puedo sufrillo-- si no quieres que te de[n] hoy sepultura en Trujillo. RAMIRO: Loco, ¿a tu hermano mayor...? ¿No basta que estoy yo aquí? GONZALO: Pues, porque yo sea menor, ¿soy de menos valor? RAMIRO: Sí, en todo sois inferior. Al mayorazgo, ¿no es llano que cualquier menor hermano tiene de estarle sujeto y tratarle con respeto? GONZALO: ¡No, padre, no! ¡Qué eso es vano! Lo que al hermano heredero obedecer sólo es no porque nació primero sino por el interés de su hacienda y su dinero. Y como no estimo aqueso, por más rico le confieso no por más noble o mejor porque estimo mi valor más que el tesoro de Creso. La sangre que honra a mi hermano, ésa propia me honra a mí. El valor que gana, gano. Tan noble como él nací. Como él soy Altamirano. Como Altamirano [tiro] al valor por quien suspiro; que es lo que ennoblece a un hombre. Altamirano es mi nombre y, por aquesto, alto miro. Y así el valor me destierra donde con hartas ventajas le ganaré por la guerra [contra los moros alhajas si ya de aquí me destierra]. RAMIRO: Vete, atrevido villano, a la guerra. ¿Adónde vas, pues, alto? ¡Qué altivo [y] vano! ¡Qué de tu altivez caerás aunque eres Altamirano! En la guerra ese furor, mezclándole con valor, honroso te será allí y no despreciando aquí tu propio hermano mayor. Vete de mi casa, inquieto, [vete a conquistar los moros] pues no quiés vivir sujeto; que el que hereda mis tesoros ha de guardarme respeto. Don Sancho es de mi valor, de mi hacienda el sucesor; y, pues, me ha de suceder, le tienes de obedecer como a tu hermano mayor. O te vede la [encomienda], o con debida humildad pon en tu soberbia enmienda; porque a quien dejo mi hacienda le dejo mi libertad. GONZALO: Honra, padre, tu heredero; que por no ver mi deshonra, partirme a la guerra quiero donde pienso ganar honra por mi brazo y por mi acero. Que aunque dejes tu [riqueza] a don Sancho que es cabeza de tu linaje y estado, yo voy muy bien heredado, pues heredo tu nobleza. Ésta es hacienda estimada y la que en mis armas pinto, pues como tanto me agrada me mejora en tercio y quinto con darme sólo esta espada. Que aunque es yerro en los combates, cuanto tú, don Sancho, trates de tu hacienda y tu regalo, la volverá don Gonzalo oro de dos mil quilates. Goza de tu hacienda y tierra y adiós, riguroso padre, cuyo enojo me destierra; que, pues la honra es mi madre, mi herencia ha de ser la guerra. RAMIRO: Hágate el cielo piadoso en las armas venturoso, en las hazañas un sol, en la lealtad español, en las victorias famoso, y de suerte te aventaje de la honra al dulce vuelo, que el moro a tus pies abaje, y con apellido nuevo fundes un nuevo linaje; que si mi enojo importuno te destierra, sabe Dios que no es por odio ninguno, pero riñendo los dos tengo de perder el uno.
Vase [don GONZALO]
Así, pues, ninguno os doma. Éste por remedio toma mi amor, Sancho, porque temo que seréis Rómulo y Remo aunque no es mi hacienda Roma. SANCHO: Pierda el amor a la tierra, señor; que sus desvaríos le darán seso si yerra; que otros más soberbios bríos sabe dominar la guerra. Allí le harán humillarse. RAMIRO: En Burgos han de juntarse los que ricoshombres son de Castilla y de León donde parte a coronarse Alfonso el rey, sexto [agora], por ser él el sucesor de don Sancho, al que en Zamora mató Vellido traidor, y por quien Castilla [llora]. Tu hermano va allá, sin duda. Bien es que cual padre acuda a sus cosas, y así quiero proveerle de dinero. Ven, don Sancho, la ira muda en fraterno amor. SANCHO: Tu gusto es el mío. RAMIRO: Ya has tardado en consolar mi disgusto. Ricote, aquese crïado que se parta a Burgos gusto para que busque a tu hermano; que, pues va a ser cortesano, y a ver este riguroso, quiero vaya como hijo y al fin como Altamirano. ¿Qué te parece? SANCHO: Muy bien. No le fea yo presente, y cuanto tengo le den. RAMIRO: Ricote, pues, diligente le buscará. Sancho, ven.
Vanse y gritan dentro como que andan cazando doña BLANCA, SANDO y MENDO, cazadores
SANDO: Ataja, Mendo, el jabalí cerdoso primero que le esconda el bosque espeso. MENDO: La red ha roto y huye presuroso hacia ti, Sando. ¡Va, suelta el sabueso! BLANCA: Tira el venablo, Sando valeroso. MENDO: Espada tienes, rompe espalda y hueso; que si hacia mí su suerte le encamina, el pecho le abrirá mi jabalina. Hermosa doña Blanca, hacia ti parte. BLANCA: Morirá si mi brazo no le yerra. SANDO: ¡Oh, bella esposa del famoso Marte, cosióle su venablo con la tierra.
Salen todos tres, doña BLANCA con vaquero y daga en la cinta, y SANDO y MENDO, cazadores
BLANCA: Pásale el corazón de parte a parte. MENDO: Deja estos cerros; parte a la sierra, casta Dïana, Palas española, pues para el moro vil tú bastas sola. BLANCA: A mi padre Ricardo le presenta, pues por matarle yo, le daré gusto; que mientras su calor la siesta asienta, herida con la luz de sol augusto, en esta sombra dormiré contenta al son de aquesta fuente. SANDO: Todo es justo cuanto pide tu boca soberana. Selva, guarda el sueño a vuestra Dïana.
Vanse los dos y queda doña BLANCA
BLANCA: ¡Oh, santa soledad, esposa activa del gusto, del descanso y del sosiego, a ti las llaves de mi pecho entrego porque [co]n libertad [en] tu corte viva! Hanme dicho que Amor tus gustos priva, que acierta a ceñir las armas, aunque ciego, que tira flechas de amoroso fuego, y que a quien más resiste, más cautiva. Mientras tuviere ser, tú eres mi dueño. Sirva al Amor quien ama en hora buena; que no he de desobedecer a quien desdeño. Con libertad en esta selva amena libre del fiero Amor gozaré el sueño; porque el amante, aun cuando duerme, pena.
Échase. Salen don GONZALO, de camino, y RICOTE, criado
RICOTE: Al fin, señor, he venido en tu seguimiento al trote. GONZALO: Agora, amigo Ricote, tu lealtad he conocido. Como enojado dejé a mi padre y a mi gente y me partí de repente, de llamarte me olvidé. Y aunque, cual ves, me partí solo y desapercibido, ninguna cosa he sentido sino caminar sin ti. RICOTE: Vivas mil años, señor, por merced tan señalada; que a fe que no vales nada sin mis enredos y humor, y que me estimes el gusto, pues cuando estás estrecho, mis trazas te dan provecho y mis disparates gusto. Juntos nos hemos crïado desde niños, y me empeño y te reconozco dueño, pues tu pan me ha sustentado. No ha de haber quien nos divida sino la muerte, señor, porque el verdadero amor es un juro de por vida. En fin, con abrazos ciegos tu regalo me encargó y al despedirme me dio una alforja de consejos: que delante la honra lleves, que acrecientes tu valor, y aunque gruña el acreedor que siempre seas el que debes. Y eso a mi cargo lo deja, que no ha de quedar ropero, mercader, sastre o platero que no tenga de ti queja. GONZALO: Ya en tus disparates das. RICOTE: Haré trampas de mil modos, y cuando debas a todos, serás el que deberás. Díjome, al fin, que a tu tierra no vuelvas más a sus ojos si no lleno de despojos y victorias de la guerra. GONZALO: No haré, Ricote; que aspiro a la honra que me asalta. Alta está la fama y alta mi suerte y ventura miro; mas, dejando esto, ¿no hablaste a mi doña Elvira al partirte? RICOTE: Aqueso quiero decirte: de tal suerte la enojaste por no despedirte de ella, que con notable rigor de tu mal fundado amor e inconstancia se querella. Díjome, que a no ser vano tu amor, en esta ocasión sufrieras la condición por su causa de tu hermano. Mas, pues que así de su tierra te has desterrado, también al Argel de su desdén doña Elvira te destierra, que sirvas al rey Alfonso como valiente soldado, porque su amor te ha cantado como afinado un responso, y en fe de que ya tu trato le enfada y busca otro amor, para olvidarte mejor, te vuelve a dar tu retrato. Vesle aquí.
Dale el retrato
GONZALO: Amigo leal, gusto en traerle me has dado; que es bien que vaya el traslado donde va el original. Como lo dejé en mi tierra, aunque de vida incapaz, sintió quedarse en la paz partiéndome yo a la guerra. Y aun se debió de correr cuando vio que me ausentaba, y en el poder lo dejaba de tan mudable mujer. Que me olvide y dé la mano no es causa que me acobarde, que lo que habré de hacer tarde más vale hacerlo temprano. Venid, retrato sencillo, libre del amor doblado de una mujer; que aun pintado no quiero estar en Trujillo; que si en las dulces marañas del juvenil gusto y trato fuisteis de mi amor retrato, lo seréis de mis hazañas. RICOTE: Pues, ¿dónde hemos de parar? GONZALO: Ricote, en Burgos se apresta el rey Alfonso gran fiesta porque se va a coronar en ella su real persona, por sucesor de su hermano que en el cerco zamorano perdió la vida y corona. Allí, según la razón se juntarán brevemente los ricoshombres y gente de Castilla y de León. Al fin, la corte encierra como mapa el mundo largo [y allí pienso buscar cargo] con que partirme a la guerra. No por mi linaje y nombre, que aunque él no merezca amor, el propio esfuerzo y valor es el que ennoblece a un hombre; y tengo esto por tan llano que hasta hacer alguna hazaña famosa, no sabrá España que me llamo Altamirano; porque para que te asombre lo que me ves intentar, desde aquí me has de llamar el Caballero Sin Nombre. RICOTE: Mientras no falta el dinero, no habrá, señor, que te iguale; que lo que el dinero vale eso vale un caballero; mas si la pobreza tosca a tu faltriquera llama, ni tendrá nombre ni fama porque no hay nombre sin mosca. Haz tú como caballero que no te falte el honor; que yo haré trampas, señor, como no falte el dinero. Pero, escúchate, que he visto allí una persona echada. GONZALO: Espera. RICOTE: Tienta la espada. ¡Mujer es, por Jesucristo! GONZALO: ¡Qué hermoso rostro, Ricote! RICOTE: ¿No escuchan? ¡Qué remilgado que lo dice! ¿Hate picado del dios machín el virote? GONZALO: No sé. RICOTE: Vestida viene de caza, y hame parecido bien; que por casarte Cupido te ha puesto aquesta añagaza. GONZALO: No hay quien su poder resista. Venga y coja mis despojos. RICOTE: ¿Qué hiciera abiertos los ojos pues que te vence sin vista? Pero quizá a estar despierta no te hiciera suspender. GONZALO: ¿Por qué? RICOTE: Porque puede ser esta niña vieja o tuerta.
Gritan dentro
VOZ 1: ¡Guarda el oso que furioso le derriba al colmenar! VOZ 2: ¡Silvio, acógete al pinar! VOZ 1: [¡Baja al valle!] ¡Guarda el oso!
Sale el oso
RICOTE: ¿Oso hay por aquí? ¡Malo! GONZALO: ¿Qué temes? ¿Qué hay que te asombre? RICOTE: ¡Una bestia que no es hombre! ¿Quién no teme, don Gonzalo? Hele aquí, por Dios, no aguardes. GONZALO: Saca la espada, lebrel.
Echa mano
RICOTE: [........................ -el]. El huír no es de cobardes.
Vase
GONZALO: Huye, que yo basto y sobro para tan chica conquista; que tengo un sol a la vista con cuya luz valor cobro. Adórola por mi dueño y así quiero castigar a quien pretende inquietar su hermoso descanso y sueño. Solo, tu sueño defiendo, Dafne cazadora y casta, que para mí sólo basta el verlo aunque esté durmiendo. Durmiendo harás que se asombre el oso más temeroso; que mejor rendirá un oso quien durmiendo rinde un hombre. Ya la luz de tu belleza le hace huír y retirar; mas aunque huya, ha de quedar a tus plantas su cabeza. Tras él iré aunque sin mí; aunque de parte es mi muerte que temo que he de perderte en partiéndome de aquí. Mas en este breve rato que de tu vista me alejo despertaréis; que --¡ay!-- os dejo el alma en este retrato,. Él te dirá quién yo soy; que pues el alma te he dado. Yo sólo seré el pintado pues sin alma y vida voy.
Vase [GONZALO tras el oso] y déjale el retrato en las faldas, y despierta doña BLANCA
BLANCA: Extrañamente he dormido y extraños sueños han sido cuidados a mi cuidado, desvelos a mi sentido. Soñaba que amor airado por burlarme de su fuego, salió verdad y el sosiego durmiendo me había robado y que, con una pintura sin dueño, en el corazón tomaba la posesión su llama y mi desventura. Despertóme el alboroto tocando el alma a rebato; mas, --¡ay!-- que éste es el retrato que el pecho y alma me ha roto. ¿Cuyo, Amor rapaz, pequeño? No diré en esta ocasión que los sueños sueños son porque este sueño no es sueño. ¡Qué hermoso talle! ¡Qué rostro! ¡Válgame Dios! ¿Quién dejó para que muriese yo en mi poder este rostro? ¿Pintóte acaso mi sueño, agradable y dulce tabla? ¿Quién eres? ¿Dónde vas? Habla. ¿Cómo se llama tu dueño? ¿Dónde está el original de quien eres el traslado? Que quien aquí te ha dejado contigo se hallaba mal, no sin causa, en un desierto. ¿Quién te trajo o te dejó? Pero, ¿qué pregunto yo si en un instante me has muerto? Temo en mirarle. Recelo, adoro, quiero, ¡ay de mí! ¿Quién fue el que te trujo aquí? ¿Llueve retratos el cielo? Pero si con testimonio de que del cielo caíste, belleza de ángel trujiste pero fuego del demonio. Lástima, Amor, de mí ten. Dime a quién amo siquiera; pues soy la mujer primera que amó sin saber a quién.
Salen RICARDO, viejo, MENDO y SANDO, cazadores
RICARDO: Del rey Alfonso es hermana. MENDO: ¿Qué? ¿No es hija suya? RICARDO: No. Don Fernando la engendró en una hermosa bretaña y el rey, su hermano, me escribe que se la lleve a la corte. SANDO: No habrá quien su gusto acorte si aquesas nuevas recibe. Oye; que despierta está. MENDO: Y de suerte divertida que no vio nuestra venida. RICARDO: El corazón le dirá, para que el gusto reporte, que trocará ya de espacio, el verse allá en el palacio y la caza por la corte. SANDO: No sé qué en la mano mira; que con la vista elevada está, señor, transportada. RICARDO: A esta parte te retira; que entre esta zarza escondido quiero ver qué novedad entristece su beldad y suspende su sentido.
[Escóndense]
BLANCA: ¿No estaba durmiendo yo libre del Amor ingrato? Pues, ¿quién, tirano retrato, en mis faldas te dejó? Mas por quitarme la vida viniste, esto es cosa cierta, y por temerme despierta me acometiste dormida. Mas aunque presa en tus lazos hoy mi libertad rendiste, pues a matarme viniste te tengo de hacer pedazos.
Toma una piedra
Con aquesta muda piedra hoy a deshacerte acudo, castigaréte por mudo que quien no habla no medra. Pues que en tu vista me abraso, el fuego es bien que así apague, ¡quien tal hace que tal pague!
Quiere darle
Mas --¡ay!-- que yo lo paso y ese mi enojo y rigor y el brazo y piedra retiro; que sacaré más si tiro: tú la herida y yo el dolor. ¡Has de pagarme tributo! No es bien maltratarte así; que si piedras siembro en ti, de piedras cogeré el fruto. Ya el alma te ha retratado; que eres Campaspe de Apeles. Amor puso los pinceles, el pecho la tabla ha dado. Pues que de paz te recibo, haya paz; que es desconcierto romper un retrato muerto que ya está en el alma vivo.
Métele en el pecho. [Salen los tres]
RICARDO: Mala caza es ésta, Mendo. No es de Dïana ese trato. ¡Doña Blanca con retrato y extremos de loca haciendo! MENDO: Aquí, Sando, hay algún dolo, ésta es la Dafne crüel; mas por no verse laurel querrá ser dama de Apolo. RICARDO: Ahora bien, decirla quiero de su prosapia el valor porque se resfríe su amor a los principios primero que posesión venga a darle en el alma a donde ha entrado; porque el amor arriesgado no hay fuerzas para arrancarle. Hija, de las sombras echada entre las flores y yerba, cuando la medrosa cierva paciendo está descuidada, ¿de cuándo acá perezosa? Blanca, ¿la caza te cansa y a la sombra fresca y mansa duermes segura y ociosa? Huye del sitio florido pues tu ejercicio es mejor; que debajo de la flor está el áspid escondido. Mas si te hubiese picado alguno, el pecho dormida, cuya ponzoñosa herida te hubiese así transformado, el pecho te he de mirar. Enseña; que la experiencia de ensalmos me ha dado ciencia con que te pueda curar. BLANCA: Pues, ¿por descansar un rato está la caza ofendida? RICARDO: Sí, que ya he visto la herida, doña Blanca, y el retrato.
Sácale el retrato del pecho
No en balde a dormir te trajo a la sombra, campo y flor, que es amigo de ocio Amor y enemigo del trabajo. Un retrato te embaraza el alma y la voluntad. ¿La caza no es castidad? Di, ¿por qué dejas la caza? Mas, pues al Amor ingrato, hija, tan rendida estás, Venus en Chipre serás y Adonis en el retrato. Deja esa vana afición y si el amor te acongoja, ¡arroja el retrato, arroja! Haz cuenta que es Acteón y que castigas los yerros de su amor loco y protervo; porque convertido en ciervo le despedacen tus perros. ¿Qué es de su original de aquese retrato? Dí. BLANCA: No temas, señor, que aquí después que un sueño mortal me tuvo afligida un rato, lo hallé en mi regazo solo. No juzguéis que en mí haya dolo, ni que el dueño del retrato le conozco ni he deshecho la deshonra que tú me has dado. RICARDO: Retrato tan bien guardado que le escondas en el pecho, [................. -ego]. ¡No, Blanca, no puede ser! ¿Cómo no te ha de encender si traes en el pecho fuego? Si en él tu fe no idolatra, arrójale en testimonio de aunque él sea Marco Antonio, tú no quieras ser Cleopatra. En la bella Ingalaterra, la Gran Bretaña primero cuyas antiguas hazañas viven a pesar del tiempo, tuvo tu abuelo infelice patria, honra, hacienda, esfuerzo; mas faltóle la ventura sin la cual es todo viento. Su antigua estirpe y linaje fue del ilustre Roberto, capitán del [rey] Artús, rey de Bretaña supremo. El gran Jacobo de Escocia dio a Mengarda en casamiento, hermana suya tan bella que fue Adonis y Venus. Rico, pues, tu abuelo ilustre con tal esposa y contento gozaba su alegre estado a quien duró poco tiempo. Fue, pues, el caso que el rey de Ingalaterra, Guillermo, se enamoró de Mengarda, y buscando a su amor medios, servíala, ya con promesas, ya con presentes, con ruegos, con amenazas, con cartas, con mensajes, con terceros; mas saliendo todo en vano y arreciando más el fuego, hizo fácil su imposible que no hay imposible a un cetro. Fue así que envió a llamar, a media noche, fingiendo que para grandes negocios le importaba su consejo. Vino descuidado y solo. Metióle en el aposento donde a la reina su esposa dejó segura, durmiendo. Estaba oscura la sala por orden del rey, diciendo que importaba que guardase sin luz aquel aposento. [Quedó] ignorando que allí la reina durmiese, y cierto que el rey allí le dejaba para algún caso de peso. Oyó a deshora que el rey, con alboroto y estruendo, "Matad al traidor," decía, "que mancha mi honor y cetro." Aquel adúltero crüel cuyo hollar, con paso presto, a la luz, voces y grita salió desnudo el acero. Y apenas los de la guarda de aquesta suerte le vieron cuando... BLANCA: ¿Matáronle? RICARDO: Al punto. Quedó allí pedazos hecho. Prendió a la reina inocente el rey. BLANCA: ¡Lastimoso exceso! RICARDO: Y sin admitir descargos, lágrimas, conjuros, ruegos, él mismo le dio garrote siendo cordel el cabello. De tan grande desventura murió al fin. BLANCA: ¡Tirano fiero! RICARDO: Este golpe de Fortuna, aunque de tropel vinieron, no pudieron derribar de Mengarda el casto pecho. Viendo que del rey lascivo los infames pensamientos tiraban a su deshonra, menospreció el casamiento que Guillermo le ofrecía con la corona y el cetro. Huyendo se vino a España cual la viuda de Siqueo. Vino tu abuela preñada de tu madre y parió luego que a España llegó un retrato de un ángel hermoso y bello. Dióle por nombre Garciunda después que el bautismo excelso le dio la gracia excelente del primero sacramento. Fuése a los pies de Bermudo, el rey de León, pequeño en estado aunque en valor tan grande que llegó al cielo. Contóle su historia triste y sus trabajos sintiendo, le hizo merced de estos valles y señora de estos cerros. Quedó tu madre Garciunda en mi tutela y gobierno, y criéla aunque serrano, doña Blanca, como viejo. Su ejercicio era la caza diversas veces midiendo los montes que el Betis ciñe con las flechas de los ciervos. Encontróla el rey perdida, que habiendo un venado muerto, las perlas de su sudor depositaba en un lienzo. Dióle cuenta de su amor con los ojos lenguas hechos, que son las puertas del alma y plumas del pensamiento. Supe que era el rey y supo lo que era amor, pero luego que su gentileza vio, su libertad rindió al cuello. Los robles fueron testigos de sus amorosos yerros; aunque yerros por amores, y con un rey pesan menos. Dióme aparte larga cuenta de su amoroso suceso, y encargóme su regalo mil mercedes prometiendo. Fuése. Al fin llegó del parto el tanto temido tiempo, y cuando saliste al mundo, salió de él tu madre al cielo. Murió de parto y dejóme de llanto y tristeza lleno el cargo de tu crïanza, y de tu hacienda el gobierno. Avisé al rey de su muerte, al cual hallé tan enfermo que ya en el último trance daba a sus hijos sus reinos. [A] Alfonso, rey de Aragón, apartándole en secreto, tu crïanza le encargó debajo de juramento; mas no pudo el rey Alfonso cumplir con su mandamiento por estorbarlo don Sancho, rey de Castilla soberbio. Sucedió, pues, que a don Sancho en el zamorano cerco dio muerte Vellido Dolfos, y no habiendo otro heredero volvióse Alfonso a Castilla. Y agora en Burgos ha hecho que se junten cortes reales de todo su estado y reino. Acordóse que su padre le encomendó que tu aumento y tu honra procurase, y envïándome este pliego me manda llevarte a Burgos a donde sus caballeros y grandes se juntan todos y querrá con uno de ellos, el más famoso, casarte; éste es, Blanca, tu suceso. Por madre vienes de reyes, tu padre fue rey supremo, mira pues si es justa cosa que el valor que heredas de ellos te le manche ese retrato. Levanta los pensamientos hasta Burgos, doña Blanca, que allí te guardan los cielos un esposo cuyos ojos hagan tu renombre eterno. BLANCA: Extraña historia me tenías guardada, Ricardo amigo, a quien por padre tuve, y extrañamente me has dejado alegre aunque en parte me has dejado triste, con la tragedia que Fortuna hizo con mis abuelos y de mi muerta madre. ¿Al fin que soy del magno Fernando hija? RICARDO: Y del famoso Alfonso eres hermana. BLANCA: (Adiós, árboles, selvas, bosques, ríos, Aparte arroyos, prados, cerros, valles, montes; adiós, caza querida, que me fuerzan a que vuestra quietud y gusto trueque por el desasosiego de la corte; adiós, retrato, que si aquí te dejo es por cumplir con tus perseguidores, y porque llevo el vivo acá en el alma. Del alta rama de este roble duro quiero colgarte no por la dureza que en mí has hallado, pues de cera he sido, sino para que quedes por trofeo de mi primero amor y porque digas a su original y luz si la tienes que a Burgos parte quien con él se queda). RICARDO: ¿Qué haces, doña Blanca? BLANCA: Doy, Ricardo, satisfacción a tus paternas quejas, y a mi extendida libertad venganza, y a esta imagen ejemplar castigo. RICARDO: Eres Fénix en discreción como en belleza. Vamos, y prevendremos el camino para Burgos que si serrana has sido ya de hoy más serás hija cortesana. BLANCA: Vamos. (¡Ay, bella imagen de mi vida, Aparte siendo tu dueño el rey de mi esperanza, en la corte de Amor me verá alegre, y aquesta soledad mi corte fuera si a tu vista pagara mi alma parte porque a donde está el rey está la corte.
Vanse y sale con GONZALO con la cabeza del oso
GONZALO: Aunque corté la cabeza de este animal atrevido, una hora ha que ando perdido por esta inculta maleza. Salud de aquella belleza, corte de mi pensamiento, era el sol de mi contento que durmiendo me alumbró. ¿qué mucho si el sol faltó que como ciego ando a tiento? Pero, ¿cúya es esta sombra? ¿No sirvió a mi bien de cama? Su pabellón fue esta rama y esta yerba fue su alfombra. Pues quien mi esperanza asombra ¿adónde fue? ¿Quién me ha hurtado el tesoro que había hallado? ¿Durmiendo no quedó aquí? Mas yo he sido el que dormí y el tesoro fue el soñado. Árboles, que de mi esperanza, mi bien durmiendo quedó. ¿Dónde está quién os le hurtó? ¿Qué es de vuestra confïanza? Partióse; mas la venganza... ¡Qué os despedaza y despoja! Con justa razón se enoja; pues bien pudiérades ser Argos hoy de una mujer poniendo un ojo [en] cada hoja. Pues la perdisteis de vista, a desnudaros acudo,
Derriba con la espada las ramas
que quien me dejó desnudo no es bien que de hojas se vista. No hay roble que me resista cuando de vengarme trato; pero --¡cielos!-- ¿Mi retrato no es éste? ¿Quién le colgó de este roble? ¿En qué pecó para darle tan mal trato? Venid acá, mi traslado, ¿por qué delito o malicia os ahorca la justicia? ¿En qué hurto os han hallado? Pero de haberos dejado aquí, juzgó el juez ingrato, sin duda por desacato, pues a tal rigor le obliga quien la estatua me castiga ahorcándome el retrato. Harto caro os ha costado mi amorosa pretensión; pues estáis como Absalón de los cabellos colgado. Nació para el desdichado la horca, dice el refrán. Como a tal, colgado os han. Privar como Amán quisisteis, la ambición de Abnor tuvisteis, y el castigo como Amán.
Descuelga el retrato y guárdalo en el pecho. Sale RICOTE con la espada desnuda, dando voces
RICOTE: ¡Muera el oso, aparte, muera! ¡Afuera, que estoy furioso! GONZALO: ¡Borracho! ¿Qué fiera u oso? RICOTE: El que te acometió era. [Yo quiero matarle agora]. ¡Muera! Y vámonos, que es tarde. GONZALO: Pues, baste huyendo, cobarde. Yo, ha que le maté una hora. ¿Y agora sales con eso? RICOTE: ¿Murió ya? GONZALO: Ya le maté. RICOTE: La cólera me dejé en Trujillo. GONZALO: Y aun el seso. RICOTE: Por esa ocasión huí hasta volverla a cobrar. Cobréla y vengo a matar agora el oso. Mas, dí, ¿qué es de la ninfa dormida? GONZALO: ¡Ay, Ricote amigo, huyó! RICOTE: ¿Y no sabes dónde? GONZALO: No, aunque la sig[o. Descuida]. RICOTE: Este monte está encantado. Vamos a Burgos, señor. Id a ver. Deja el amor; que eres en él desdichado. Las armas dan calidad; mas el amor honra poco. ¡Alto, a la guerra! GONZALO: Eres loco, y así dices la verdad. Vamos, que astuto te llamo, pues del amoroso golfo me sacas cual otro Astolfo; mas, ¿cómo saldré si amo sin poder saber quién es? ¿Quién durmiendo me ha vencido? RICOTE: En aqueste monte ha sido el conde Martín Velés.

FIN DEL PRIMER ACTO

El caballero sin nombre, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Jun 2002