ACTO SEGUNDO


 
Salen don LOPE y ROBERTO
LOPE: Gracias a Dios que he escapado con paz próspera y segura del mar de mi desventura en que ya me vi anegado. No tiene Dios olvidado al hombre flaco y mortal, que es acuerdo celestial mostrar a veces rigor para que luzca el favor en el extremo del mal. Vime sin favor humano. Ya, gracias a Dios que adoro, roja cruz y llave de oro honran mi pecho y mi mano. El piadoso cortesano que lástima me tenía, puede envidiarme este día pues vi mi nave sin leme. Animo cobre quien teme, prospere quien desconfía. ¿Hállaste bien, di, Roberto, en mi servicio? ROBERTO: Señor, en ti he visto el mismo amor que en don Bernardo. LOPE: Está cierto que no te podré faltar; que don Bernardo ha gustado de que seas mi crïado, y ya le voy a buscar, que ha diez días que no ve al Rey, y a llamarlo envía. ROBERTO: ¿Por qué no se casaría don Bernardo? LOPE: No lo sé. Parece que a la Fortuna don Bernardo le pedía las cosas que apetecía, y ella le negó ninguna. "¿Quieres que te quiera bien el Rey?" "Sí." "¿Y ser general?" "Sí." "¿Y de la cámara real? ¿Ser Almirante?" "También." "¿Quieres ser Conde y Vizconde y mayordomo primero?" "También." Así considero que ella dice y él responde; mas si agora preguntase, "¿Estás con eso contento?", dirá, "No; que todo es viento. No hay gloria que no se pase. Solamente la virtud da fruto que siempre dura, y ésta se halla segura en soledad y quietud.
Sale don BERNARDO de monje benito
ROBERTO: El Almirante ha venido. BERNARDO: En hora buen vengáis. ¿Cómo venís? ¿Cómo estáis? LOPE: Salud sin vos no he tenido. BERNARDO: ¿Cómo os va? LOPE: Dichosamente. El Rey me quiere muy bien. BERNARDO: Don Lope, el humano bien es, como acto, indiferente. Mal puede ser y bueno; a muchos ha condenado y a otros muchos ha salvado. No lo apruebo ni condeno; mas Dios, autor sin segundo, como un discreto advirtió a los brutos prefirió al hombre en bienes del mundo. Si es galán, más lo es el prado; si fuerte, más el león; si hermoso, más el pavón; si larga edad ha gozado, más larga edad vive el cuervo; si voz süave, es mejor la del cisne y ruiseñor; si es veloz, más lo es el ciervo; si tiene la vista aguda, más el lince; si el olfato, el del perro, nunca ingrato, es mucho mayor sin duda; si tiene agudo el oído, el jabalí oye más; si vivo el gusto, verás que la gimia le ha excedido; si es rico, más es la tierra, que en sus ásperas entrañas con providencias extrañas el oro y la plata encierra, y el mar, que en esfera fría la riqueza está del orbe, la que las naves se sorbe y la que en sus senos cría. Siendo así riqueza humana en que el bruto nos prefiere, necio es el que la quiere si hoy viene y se va mañana. Yo, amigo, la renuncié; no te aconsejo lo mismo que no es fuerte silogismo, mala es, pues la dejé. Sólo te aconsejo en eso que si ya el Rey te levanta, no abarques riqueza tanta que te derribe su peso. Elige medio de suerte que ni te tenga el amigo lástima ni el enemigo envidia. LOPE: Hoy vengo a verte de parte del Rey, que tanto verte sin gusto sintió que hay alguno que le vio bañar el rostro con llanto. Él me manda que te pida que no te quedes, y vengo a llevarte. BERNARDO: Sólo tengo un alma, un Dios, una vida. Es el hombre peregrino que busca su salvación, y estas soledades son el más derecho camino. Volver atrás no es honroso, supuesto que voy con tino. LOPE: También la corte es camino. BERNARDO: Es ancho y es peligroso. Son celdas, son religión sendas estrechas; por ellas súbese a pisar estrellas que alfombras del gusto son. Subí; mas podré decir que bajé a ser religioso, y he sido tan venturoso que hasta el caer fue subir. Yo en la corte fui privado, avisóme la malicia; al Rey vi, y como es justicia, temí y entréme en sagrado. Es mar, y aunque en paz la sienta, vilo yo turbado un día y en la calma no confía el que ha visto la tormenta.
Sale LÁZARO, de fraile benito
LÁZARO: Nuestro padre Abad Gregorio y los hermanos están partiendo el hermoso pan [sirviéndose del cimborio] y así fray Lázaro vino a avisarle con cuidado, porque si tarda, habrán dado cuenta del hermano vino. Pártase su reverencia, que aqueste mi cuerpo, funda del alma, a mesa segunda con caldo hará penitencia. LOPE: ¿Lázaro? LÁZARO: ¿Cuál? ¿El leproso? ¿Quién me llama? LOPE: ¿No conoces? LÁZARO: Tienes más graves las voces después que estás venturoso. LOPE: Roberto es crïado mío. Hablad despacio los dos. LÁZARO: No pudiera, ¡voto a Dios!, tener más dicha un judío. ¡Qué hiciese un cambalache trocando amos, y que sea su provecho, y yo me vea un Lázaro de azabache! Tras de sucesos tan buenos te dé Dios una coroza.
Dentro
VOCES: ¡Pare, pare la carroza! BERNARDO: ¿Quién es? LAZARO: El Rey cuando menos. Si vinieran por ti, diles que ir a palacio queremos, que estando así parecemos dos vïudas con monjiles.
Salen el REY, el Conde de RIBAGORZA y el SECRETARIO
REY: Almirante, ¿qué es esto? ¿El amor vuestro tan presto se acabe y habéis dejado? ¿Vos fraile? ¿Yo sin vos? ¿Sin vos mis reinos? BERNARDO: ¿Por qué, grande señor, ha merecido esta indigna hechura de tus manos que tu cesárea majestad le busque? REY: Si por amigo no, por religioso no es bien que estéis así. Bien está, Conde, levantad. ¿Cómo estáis? BERNARDO: Al real servicio de vuestra majestad, muy bueno. REY: ¿Cómo, ya que en la religión habéis entrado, no avisáis a don Sancho de Cabrera que me traiga su nieto y vuestro hijo? BERNARDO: Señor, cuando yo vine a tu servicio, de doña Elvira estaba yo vïudo y el niño era pequeño, y con mi padre quedó, que, en Barcelona retirado, se quiere ejercitar. Le he suplicado venga a participar de las mercedes que tú me has hecho. REY: Yo holgaré que venga. ¿Es verdad que pensáis vos profesar? BERNARDO: Dando tu majestad licencia, pienso perseverar aquí. REY: Darla no puedo. Vengo por vos, y así será imposible volver solo a palacio. A Dios se sirve en gobernar en paz una república y en defender en guerra una corona. También tiene su mérito un soldado; el ministro y señor también se salva. No puede un rey estar sin un privado, que Dios también lo tuvo en otros tiempos. Dígalo Möisés, Job, Juan y Pedro, y los reyes humanos le han tenido: Trajano, Eneas, Jerjes y Darío, Ambrosio, Efestïón, Licinio, Acates. En vos puse mi amor y mi privanza. Don Bernardo, no es bien haya mudanza. BERNARDO: Señor, al mar profundo entregué la riqueza de mis años; que es mar el ancho mundo. De sus olas villanas y de engaños no quieras, señor mío, que aventure otra vez este navío. Deja que a la ribera mire seguro el piélago salado, que así se considera el descanso presente, el mal pasado; pues llaman temerario al que dos veces tienta el mal voltario. Aquí puedo servirte; guerra es también la iglesia militante, y ella podrá decirte que no menos al pueblo fue importante Moisés cuando miraba que el capitán de Dios así peleaba. Si él, que el mundo ha dejado sobre el ciprés del Líbano y el cedro de Dios es levantado, en lo que dejo no me igualo a Pedro, pues él dejó sus redes, yo tu favor, tu estado y tus mercedes. En la corte y palacio son ligeras las olas de la vida. Aquí se vive a espacio; ociosa no está el alma divertida, ni en confuso recelo el hombre de su vida está con duelo. Aquí, vivo y despierto, dándole gracias a mi eterno dueño; durmiendo allá estoy muerto. Tiempo queda en que yo, en prolijo sueño, duerma en la sepultura mientras la vida de los hombres dura. Allá, señor, confieso que he sido de tu máquina el Alcides; mas ya a su grave peso gimen mis hombros. Si volver me pides, recelo que otro día podrás quitarlo con afrenta mía. Gocé sin envidiosos mi privanza real en paz segura. Vasallos no hay quejosos; no siempre ha de durar esta ventura, que si envidiosos nacen, mueren las honras que los reyes hacen. REY: Bernardo, la obediencia se debe preferir al sacrificio; deja la penitencia por volver otra vez a mi servicio; deja esta regla santa por mi vida y por vida de la Infanta. BERNARDO: Con ese juramento no puedo replicar; iré contigo. REY: Entremos al convento, daránte de vestir. Eres mi amigo, mi corona mereces. BERNARDO: Hechura tuya me dirán dos veces.
Vanse y queda LÁZARO solo
LÁZARO: Gracias a Jesucristo que salimos a ver a Zaragoza, y que libre me he visto de un demonio sutil que me retoza, y el tentador maligno me pellizca con sed y esconde el vino. Aquí a la puerta dejo la mortaja del luto que he traído; dejar quiero el pellejo con que una tumba viva he parecido. Si entro, soy desdichado, y temo que me dejen embargado. Adiós, negras galletas, con que cuero de rey yo parecía; adiós, mis ampolletas, fray Lázaro se va, el que os escurría; adiós, bodegas graves, que no os dejara yo a tener las llaves.
Vase LÁZARO. Sale LEONORA
LEONORA: Un alma enamorada jamás tuvo sosiego; helada está en el fuego y en celos abrasada. Ni ha visto reservada la flecha del dios ciego mi vida, ni a ver llego mi fe justa premiada. Amaba a don Bernardo, pedílo por esposo, el Rey dio su palabra, quebróla, y no acobardo mi fe, que Amor celoso, torres al viento labra.
Sale el Conde de TRASTAMARA
TRASTAMARA: Después que vine a Aragón melancólica te veo, hermana, y saber deseo de tu boca la ocasión. ¿Hállaste mal en palacio? ¿No te quiere bien Su Alteza? ¿O procede la tristeza de que te da más a espacio estado? LEONORA: (Causa hay aquí Aparte para apoyar bien la mía). Escuche vueseñoría, Conde. (Mentir pienso). Aparte TRASTAMARA: Di. LEONORA: Cuando vino a Zaragoza el Catalán don Bernardo a servir de gentilhombre al Rey don Pedro a palacio, como es uso de las cortes que en las fiestas y saraos sirvan a las damas nobles caballeros cortesanos, sirvióme a mí el Almirante, mostrándose apasionado, y poniendo mis colores en sus galas y penachos. Cuando salía la Infanta, apenas en el ocaso el sol a doradas nubes echaba rayos dorados, cuando sus pajes cercaban sólo mi coche, alumbrando con tantas hachas, que el sol no echaba menos sus rayos. En las fiestas y torneos llevaba siempre pintado un león, y a mi ventana rindió los premios ganados. En las letras y los motes con Leonida disfrazado mi nombre, y en los caminos en hábito de villano, le encontraba junto al coche muchas veces, que es bizarro en la paz como en la guerra. Necia estoy, mucho le alabo. Al fin, el Rey, que sabía que me estaba festejando me dijo, "Él será tu esposo. Avisa al Conde, tu hermano". Vino luego el Almirante, habló al Rey, y de ahí a un rato, más mudable que a los vientos las tiernas hojas del árbol, dijo que se casaría con otra, y he sospechado que le he parecido indigna del que quiero y amo tanto. TRASTAMARA: No, sino el mismo Almirante, soberbio, te ha despreciado, desvanecido de verse entre favores tan altos. La casa de Trastamara reyes a Aragón ha dado, no ha menester que la ilustren favorecidos hidalgos. Sin duda pidió a la Infanta, y el Rey, aunque es su privado, la negó, y por no casarse contigo, se ha retirado. Esto es hecho; hoy verá el mundo o satisfecho tu agravio, o entrambos del Rey quejosos, y aun quejosos más de cuatro.
Vase el Conde de TRASTAMARA
LEONORA: Pues hoy a palacio vuelve el famoso don Bernardo, mi esposo ha de ser si Amor da fuerzas a mis engaños. Faltó el Rey a su palabra, no imitando al castellano, que a pesar de los sarmientos hace bueno su aguinaldo. Si el otro, siendo crüel, siente sus palabras tanto, el de Aragón ha de ver que era razón imitarlo.
Sale la Infanta
VIOLANTE: Pues Leonora, ¿en qué se entiende? LEONORA: En sentir. VIOLANTE: ¿Celos o amor? LEONORA: Siento que el Rey, mi señor, darte mi esposo pretende, si sabe Su Alteza bien que me sirvió el Almirante. VIOLANTE: No pases más adelante, yo te le ofrezco también. Ya, Leonor, la inclinación que al Almirante he tenido en pasión se ha convertido. LEONORA: Tienes en eso razón, porque nunca se ha inclinado a tu alteza, ni entendía lo que tu amor le decía, como estaba enamorado. Y aunque estimar no era justo tu casamiento real, él ha llevado tan mal el no casarse con gusto, que la noche de San Juan me dijo que pretendía retirarse, y otro día lo cumplió. VIOLANTE: Creciendo van mis agravios. Di, Leonor, ¿esa noche habló contigo? LEONORA: Hasta el alba. VIOLANTE: Agora digo que fue justo mi rigor. Sé satisfecha y segura que, aunque hoy sale del convento, es en mí aborrecimiento lo que fue amor y locura. Nunca le verás casado conmigo, y podrá ser que ya le viesen caer los que le ven levantado.
Vase la Infanta
LEONORA: No se ha fabricado en vano mi engaño. Si está Violante quejosa del Almirante y del Rey lo está mi hermano, conseguirse puede así el efecto que yo espero. Irme de esta sala quiero que el Príncipe sale aquí.
Vase LEONORA. Salen el PRÍNCIPE, el Conde de TRASTAMARA y el SECRETARIO
PRÍNCIPE: No me hallo tan bien como en Valencia aquí en Zaragoza. TRASTAMARA: A vuestra alteza agrádale la mar de tal manera que no es mucho que aquí sienta su ausencia. PRÍNCIPE: Los músicos me traigan de la cámara que me entretengan. Llamen a Leonido que me agrada su leer. SECRETARIO: Está ya muerto. PRÍNCIPE: ¿Cuándo murió? SECRETARIO: Matáronle la noche de San Juan. PRÍNCIPE: ¿Castigóse el homicida? SECRETARIO: Era tan grave, que al hacer la causa a las justicias pareció acertado poner silencio. PRÍNCIPE: ¿Y fue? SECRETARIO: No me lo mandes. PRÍNCIPE: Dílo, acaba. SECRETARIO: Señor, al Almirante. PRÍNCIPE: ¿Qué indicios hubo? SECRETARIO: Que él y sus crïados rondaron por el parque aquella noche, y les vieron llevar después en brazos al muerto hasta la iglesia de la Virgen del Pilar. PRÍNCIPE: ¿Y mi padre ha consentido en el delito? SECRETARIO: No lo sabe. PRÍNCIPE: ¿Es justo que no castigue el Rey los poderosos? Para todos es bien que haya justicia aunque iguales no sean los castigos. TRASTAMARA: Como es el Almirante tan privado de su real majestad, no se atrevieron a decírselo, y más siendo Cabrera de la privanza que... mas no me espanto. Yo sé que despreció la ilustre sangre de Trastamara. Cosas son del mundo. PRÍNCIPE: Por ayo me lo quiere dar mi padre; grande soy ya, pues él mi edad tenía cuando nací, que casi parecemos hermanos. Siendo así, no importan ayos; no lo será Cabrera, si yo puedo... SECRETARIO: Ya del Rey, mi señor, llega la guarda, y aun está arriba ya.
Sale el REY
REY: ¡Oh, Juan! ¡Oh, Conde! El parabién me dad de que he traído a palacio otra vez al Almirante. PRÍNCIPE: Si es de tu gusto la venida, doyle. REY: Parece que estáis triste. PRÍNCIPE: Me lastima la muerte de Leonido; bien le quise, y amor es tierno. REY: Nunca se ha sabido quién lo mató. PRÍNCIPE: Mas dime, ¿quién ignora el matador? REY: ¿Quién dicen? PRÍNCIPE: Don Bernardo. REY: No des crédito, Príncipe, a las lenguas que quizá con envidia lo murmuran. El Almirante no le mataría; pero si él le mató, razón tendría. (No me murmure nadie a don Bernardo Aparte porque es amigo mío y mi hechura. Ya quiero divertirlos de esta plática). ¿Conde de Trastamara? TRASTAMARA: ¿Señor? REY: ¿Visteis a don Pedro, mi primo, el de Castilla? TRASTAMARA: Vile. REY: ¿En Toledo? TRASTAMARA: No, sino en Sevilla. REY: Tres Pedros somos reyes en un tiempo. TRASTAMARA: Los de Castilla y Portugal alcanzan nombre de justiciero. REY: ¿Y yo? TRASTAMARA: De manso. REY: No es defecto del rey ser amoroso; peor es ser crüel y riguroso.
Sale don RAMÓN
RAMÓN: Un villano encontré con unas cartas, y sospecho, señor, que es un crïado del Infante tu hermano, porque en Jaca me parece le vi cuando en Navarra se retiró tu hermano, o tu enemigo, que así llamo, señor, al que desama tu vida; y si es así, que no es villano, algún peligro temo, y no es en vano. REY: ¿Por qué no le seguiste? RAMÓN: Está en palacio. REY: ¿Adónde? RAMÓN: Está en el cuarto de Cabrera. PRÍNCIPE: Repara, gran señor, inconvenientes; vela en tus reinos, de ninguno fíes, y mira en el rigor y la justicia a los reyes que imitas en el nombre y con rigor castiga los delitos porque de uno proceden infinitos. La Infanta, mi señora, tiene quejas del Almirante; la ocasión pregunta; inquiérase esta muerte de Leonido, y sépase el villano que ha venido. REY: (Mi don Bernardo, plega a Dios que vea Aparte el mundo tu lealtad, porque no culpe el amor de tu Rey). Príncipe, basta; que si aquesto es amor o es dar consejo, no sois émulo vos ni sois tan viejo.
Vanse y salen don BERNARDO y RICARDO en hábito de villanos
RICARDO: Ya que puedo hablarte a solas, sin que me conozca alguno, --¡Oh, católico Neptuno de las playas españolas!-- secretario del Infante don Carlos, el perseguido del Rey soy, que he venido con recato semejante a darte en tu propia mano esta carta. BERNARDO: ¿Qué pretende? RICARDO: Amigos, ya que le ofende con tanto rigor su hermano. BERNARDO: No ofende el Rey, mi señor, a Carlos; mas le destierra porque le inquieta su tierra, y el castigar no es rigor. Si manda la humana ley que al Rey el vasallo tema, romper no puedo esta nema, porque temo mucho al Rey. Ver no quiero sus intentos; condénolos por ingratos, que las letras son recatos de los mismos pensamientos; y dirán, si yo las leo, que calma me manifiesta; vete, y dale por respuesta que ni la tomo ni leo, y será acción bizarra, digna de tan grave varón, el pedir a un rey perdón y venirse de Navarra. RICARDO: Tómala y seguro vive que el consentir suele hacer el pecado, que no el ver. Mira, señor, lo que escribe. Puede ser que escriba aquí que trates de paz. BERNARDO: Entiendo que en esto mi Rey no ofendo y que pueda ser así.
Toma la carta y léala
"Hanme dicho, don Bernardo, que estás del Rey descontento y deshecho el casamiento, y saber la causa aguardo; porque si estás en desgracia del Rey, y seguirme quieres, tendrás cuanto me pidieres: mi vida, mi honra y mi gracia. Declárame tu intención. Adiós. De junio y Pamplona". En ti hay, Carlos, y perdona, una mala inclinación. ¿Que así tu pluma me ofende? ¿Tan poca lealtad me hallas? Siempre busca las murallas más flacas el que pretende asaltar una ciudad. ¡Vive Dios! Que estoy corrido de que se haya presumido que hay flaqueza en mi humildad. Que por mí empezase así a conjurar los vasallos del Rey don Pedro, estimallos puede el mundo más que a mí. La muralla soy más flaca de su defensa, pues hoy batido de Carlos soy; pero, ¿qué provecho saca? Haré la carta pedazos y el mensajero también. RICARDO: Gran Almirante, detén el ímpetu de tus brazos. ¿Qué culpa tengo? BERNARDO: Bien dices. RICARDO: Respóndele aconsejando que procure un medio blando; así, señor, te eternices. Responde muy enojado; escribe una carta sola. BERNARDO: No pensaba hacerlo. ¡Hola!
Sale FELICIANO
FELICIANO: ¿Señor? BERNARDO: Tráeme ya recado de escribir. FELICIANO Aquí está. RICARDO: Escribe. BERNARDO: Dejaréle satisfecho, que un zafiro está mi pecho y en él fe y lealtad vive.
Va escribiendo FELICIANO
"De que me escribas así..." (Hago mal en responder; Aparte el alma empieza a temer. ¿Me vendrá mal de esto?) FELICIANO: "...sí". BERNARDO: "...tan corrido, Infante, estoy..." (¿Qué respondo? Mas, ¿por qué Aparte se ha de enojar de mi fe? ¿Cuándo sabrá esto el Rey?) FELICIANO: "...hoy". BERNARDO: "Responderte no es traición; antes es justo, y a ti... " (¿A quién culparán?) Aparte FELICIANO: "... a ti". BERNARDO: (¡Qué triste fin de razón!) Aparte "¿Soy algún bruto animal..." (¿Corazón, dudas? Detén, Aparte por aconsejarte bien, ¿qué me puede venir?) FELICIANO: "...mal". BERNARDO: "...que no he de estimar la vida?" (Temor de mí no se aparta; Aparte mas responder a una carta, ¿qué me ha de costar?) FELICIANO: "...la vida". BERNARDO: "Si sabes que bien reinó..." (Sudor helado me corre, mejor será que se borre. ¿Si saldré bien de esto?) FELICIANO: "...no". BERNARDO: "...el Rey, bien es que repares en tenerle amor y fe".
Sale el REY a la puerta
"Y así yo te serviré en todo cuanto mandares. Hazlo, Infante, de esta suerte y a fe que te valga mucho". REY: (¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto? Aparte Aquí se trata mi muerte. Que al Infante servirá en lo que mandare, escribe. Quien bien hace mal recibe en aqueste mundo ya. ¡Ah, Cabrera! Estos enojos no los supe merecer. No lo pudiera creer si no lo vieran mis ojos. Por mitigar el castigo quiero imitar al jüez que disimula la vez que delinquir ve a su amigo. Callar quiero y castigarle encubriendo la ocasión, porque le tuve afición y no quiero deshonrarle).
Vase el REY, y mientras ha dicho esto cierre el papel FELICIANO y dásele en la mano a don BERNARDO
BERNARDO: Toma la respuesta, y di a Carlos que si amistad hace con su majestad, un esclavo tendrá en mí, y su enemigo seré si lo es del Rey que, en efeto, tendré a su sangre respeto y odio a su sangre tendré. Y que cuando yo estuviera en desgracia de mi Rey fuera justísima ley que a quien hizo deshiciera. Y no le ofendiera yo si en su gracia me quitara porque no me costó cara, que de balde me la dio. RICARDO: Tu respuesta comedida daré, y plega a Dios que vea en paz los hermanos. BERNARDO: Sea, aunque me cueste la vida. ¡Hola! FELICIANO: ¿Señor? BERNARDO: Traeme agora capa y gorra, Feliciano, que quiero besar la mano a la Infanta, mi señora.
Vanse. Salen el Conde de TRASTAMARA y el Conde de RIBAGORZA
RIBAGORZA: Juntar nos manda el Rey en estas salas. ¿Qué misterio tendrá? TRASTAMARA: Ver la rüina de un varón a quien dio felices alas.
Salen don RAMÓN y el SECRETARIO
SECRETARIO: Al Aries llegó el sol, y ya declina; pasó el flujo del mar, y ya ha menguado. RAMÓN: ¿Sábese cierto? SECRETARIO: No; mas se imagina.
Salen el REY y don LOPE y los que pudieren
REY: Los dos que más me sirven he llamado porque miren con miedo y con recato una justa mudanza, un rey trocado. Con el pincel de amor hice un retrato perfecto y a mi imagen parecido; borrarle quiero porque es ingrato. Y porque tanto amor ha merecido objeto digno, quiero en vuestra luna, don Lope, restaurar el que he perdido. Mayordomo mayor seréis. LOPE: (¡Fortuna, Aparte no des a don Bernardo este suceso! Dos almas no hay en ambos, sólo hay una). REY: Y Almirante de la mar seréis. LOPE: Beso tus pies, ¡oh, gran señor!, pero refrena la cólera que muestras y el exceso. Menos rigor a don Bernardo ordena. Advierte las victorias que te ha dado de cuya gloria está la fama llena. Tu hechura fue, señor, fue tu privado. Condenas tu elección, pues le escogiste, y desdíceste, al fin, de haberlo honrado. No digan que deshaces lo que hiciste, sean eternas las obras de tu mano, que la grandeza en tu valor consiste. REY: Así muestro ser Rey y ser cristiano, así enseño a premiar y dar castigo; no me repliques más, que será en vano. Obedezca mi ley quien es mi amigo. LOPE: Perdóname tan grave atrevimiento, que la ley de amistad a esto me obliga. REY: Despacha los negocios, que en ti siento que el cielo procedió sin mano escasa, fortaleza te dio y mucho talento. RAMÓN: Admírome de ver esto que pasa. REY: Véle, don Lope, a ver y de mi parte dile que mando que se esté en su casa. LOPE: El corazón de lástima se parte. REY: Que no le quiero ver en mi presencia dirás también. LOPE: No quiero replicarte en pedir que revoques la sentencia, sólo a tu majestad pido y suplico que des a otro crïado esa licencia. Agravio a su amistad si notifico tal sentencia. Señor, mira primero si estás bien informado. REY: Certifico que enojo me darás. LOPE: Darle no quiero. Lo que mandas haré. REY: Desde hoy procuro que me llamen también el justiciero. Ninguno en mi favor viva seguro si en su mucha virtud no está estribando que un monte se estremece y aun un muro. El que sirviere bien iré premiando; aquél que me ofendiere no confíe en el dulce favor del pecho blando. Uno llora en el mundo, otro se ríe; uno muere a tiempo que otro nace para que humilde el que nació se críe. Lo mismo que hace Dios el que es rey hace: unos hombres levanta, otros derriba, para pena mayor del que deshace. Y es justo que contemple aquél que priva el castigo que dan al derribado, porque con ojos vigilantes viva.
Vase el REY
RIBAGORZA: ¡Confuso voy! TRASTAMARA: Yo triste. SECRETARIO: Yo admirado.
Vanse y quedan don LOPE, don RAMÓN y don TIBURCIO
RAMÓN: ¡Viva vueseñoría en su privanza! TIBURCIO: Alárguese la vida largos años que le está concedida, pues importa al reino tanto. LOPE: Parabién alegre no me deis, ni lisonjeros favores. Consolad la tristeza, mis señores.
Sale don BERNARDO
RAMÓN: Acompañando iré a vueseñoría. TIBURCIO: Lo mismo he de hacer yo. LOPE: Señores, basta. Solo me tengo de ir. TIBURCIO: Es nuestro oficio ocuparnos así en vuestro servicio.
Vanse los dos
BERNARDO: (Bien quiere el Rey a don Lope, Aparte pues que así le lisonjean los dos que conmigo usaban estas ceremonias mesmas. Huélgome, a fe, de su bien). Mi don Lope. LOPE: ¡Quién no oyera estas palabras; que el pecho me rasgan con sus ternezas! BERNARDO: ¿Qué tenéis? ¿Tan triste vos cuando mis ojos se alegran de veros? ¿Los vuestros lloran cuando es razón que me vean? LOPE: El Rey... BERNARDO: No me digáis más, que en venir con tal tristeza y nombrarme al Rey, don Lope, ningún buen suceso muestra. Mandará el Rey, mi señor, que me corten la cabeza, por desgraciado y sin dicha no por delitos que tenga. Don Lope, ¿podréle ver? LOPE: Agora sólo os ordena que os estéis en vuestra casa y ni le veáis ni él os vea. BERNARDO: Mande; que de mí no huya si quiere que casa tenga; que de un hombre desdichado se apartan las mismas fieras. Fortuna, ¿puede ser, es cosa cierta, que el Rey de su privanza me destierra? Acompañarme solían ésos que te lisonjean, sombras de nuestra fortuna que huyen en las tinieblas, golondrinas que en verano cantan, habitan y vuelan en nuestras casas y luego en el invierno se alejan. Empiezas a florecer y andan tras ti las abejas, y a mí, como estoy marchito, ni me buscan ni me cercan.
Sale LÁZARO lleno de memoriales, pretina y sombrero y recibiendo memoriales por parte de un CONTADOR
LÁZARO: No hay persona más privada del Almirante Cabrera en esta casa que yo. Esos memoriales vengan. (¡Qué bien sabe éste mandar! Aparte Si aquel bellaco me viera de Robertillo, ¡qué envidia de don Lázaro tuviera!) CONTADOR 1: Vuestro esclavo quedaré si hacéis que éste se provea y vuestra hechura... LÁZARO: ¿Esto es ser dichoso? ¡Enhorabuena! Privado soy de un privado. Yo haré que éstos se vean y se despachen; hacedme una grande reverencia.
Hácensela
Bueno, adiós. CONTADOR 1: Él te prospere.
Vase el CONTADOR
LÁZARO: Parece que me empapelan para asarme. ¡Ah, Robertillo, si entraras por esas puertas! BERNARDO: Trújome el Rey a su casa segunda vez de mi celda, donde estaba retirado en San Salvador de Urrea. LÁZARO: ¡Juro a Dios, que es esto malo! El Almirante se queja; paréceme, memoriales, que ya que el Rey no os provea, no faltará quien lo haga con vosotros, ello es fuerza, que quien nació desdichado, desdichado viva y muera. BERNARDO: Nunca yo por sus palacios trocara montes y selvas. Como jüez fue, que engaña con palabras lisonjeras al delincuente que goza la inmunidad de la iglesia. Domo jugador he sido que al que se levanta ruega que a jugar vuelva una mano y sin dineros le deja. ¿Quién dijera ya en mi casa que segunda vez me viera en aquesta Babilonia de confusiones perpetuas? LOPE: Perdóname, que la voz en la garganta se hiela, y no te puedo hablar vertiendo lágrimas tiernas. Fortuna, ¿puede ser, es cosa cierta, que el Rey de su privanza le destierra?
Vase don LOPE, y sale el SECRETARIO
SECRETARIO: El Rey, mi señor, te manda, don Bernardo, que le vuelvas de su cámara la llave. ¡Sabe el cielo si me pesa! BERNARDO: Pues me van ya despojando mi rüina está muy cerca. Vencióme mi desventura, ¿qué mucho que hoy acometan?
Toma la llave en la mano y mírala
¿Mis honras? ¡Ah, cruel Fortuna! Ésta es la pluma primera de las alas que me diste, volé con plumas ajenas. Ésta es la pluma que abrió a mi ventura la puerta; entré con ella a privar y con ella me echan fuera. El Pedro fue de esta gloria, y aunque mi lengua no niega a mi Rey, hará mi llanto señales en estas piedras. Y si merecí su llave, habrá tiempo en que merezca piedad y lástima; amigo, en una salva ponedla. Al Rey, mi señor, decid que no se abrirán con ella las puertas de su justicia, y dádsela en hora buena. SECRETARIO: Fortuna, ¿puede ser, es cosa cierta que el Rey de su privanza le destierra?
Salen dos CONTADORES
CONTADOR 1: Su majestad nos envía, señor, a tomaros cuenta de lo que está a vuestro cargo así en la paz como en guerra. BERNARDO: Ya se ha acabado mi oficio, pues me toman residencia; cerca está mi sepultura si el testamento me ordenan. Diez años ha que yo vine a palacio de mi aldea, y entré en él con cien escudos y una mediana cadena. Esto, amigos, tomaré. Lo demás, títulos, rentas, haciendas, joyas y galas al Rey, mi señor, se vuelvan. Suyo es todo, él me lo ha dado, si alguna cosa me deja, será limosna, y así cuentas excusáis inciertas. CONTADOR 1: Fortuna, ¿puede ser, es cosa cierta que el Rey de su privanza le destierra? CONTADOR 2: ¿Qué me estás preguntado si el Rey es hombre y éste es desdichado?
Vanse don BERNARDO y los CONTADORES, y queda LÁZARO
LÁZARO: Pelando van a mi amo de las insignias y prendas de privado; como sarna a mí desdicha se pega. Ya me parece que miro la quietud de nuestra aldea, y aquel vivir tan despacio o que ya a los dos nos cuelgan. Fortuna, ¿puede ser, es cosa cierta que el Rey de su privanza le destierra? Mas, ¿qué estoy preguntando si el Rey es hombre y yo soy desdichado?

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La adversa fortuna de don Bernardo de Cabrera, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002