LA PRUEBA DE LOS AMIGOS

Lope de Vega

Texto basado en el autógrafo de LA PRUEBA DE LOS AMIGOS encontado en la Biblioteca Nacional en Madrid, firmado en Toledo el 12 de diciembre de 1604. Fue preparado por Vern Williamsen para incluirse en esta colección en el año 1998.


Personas que hablan en ella:


ACTO PRIMERO


Entren FABIO, FABRICIO, TANCREDO, FULGENCIO y otros, de acompañamiento, y FELICIANO, con un luto; y detrás de todos GALINDO, lacayo, con otro luto a lo gracioso
FABIO: Téngale Dios en el cielo, que, juzgando por sus obras, mejor padre, muerto, cobras que le perdiste en el suelo; tales fueron sus costumbres, que pienso que, desde aquí, le puedes ver como allí se ven las celestes lumbres. FULGENCIO: En mi vida supe yo dar un pésame, Tancredo. TANCREDO: No me dio cosa más miedo, ni más vergüenza me dio. ¿Cómo diré que, en rigor, de consuelo le aproveche, "¿Vuesa merced le deseche por otro padre mejor?" FULGENCIO: Eso fuera desatino; óyeme e imita luego. TANCREDO: ¿En fin, vas? FULGENCIO: Temblando llego. Como el gran padre divino lo es de todos inmortal, consuelo podéis tener, que os ha de favorecer, Feliciano, en tanto mal; su falta se recupera con poneros en su mano. FABRICIO: No es posible Feliciano que en vos Everardo muera, quedando tan vivo en vos, que sois su traslado cierto; pero guárdeos Dios, y al muerto téngale en su gloria Dios. FULGENCIO: ¿Aún no llegas? TANCREDO: No he podido sujetar mi mal humor; dar el pésame es mejor de este hipócrita fingido, a este alcahüete bellaco, a este Pármeno fïel, que yo me avendré con él. FULGENCIO: ¿Va el pésame? TANCREDO: Ya le saco. Señor Galindo, ya es muerto su padre de Feliciano; que vos quedáis, es muy llano, por su padre... GALINDO: Si, por cierto. FULGENCIO: Sacad del capuz la cara. GALINDO: Mejor está en el capuz, pues ha faltado la luz, que hoy nos deja y desampara. ¡Ay, mi señor Everardo! ¿Dónde hallaré tal señor? TANCREDO: Su hijo tiene valor y es caballero gallardo; mejor amparo tenéis, buen dueño habéis heredado. GALINDO: Todo a todos ha faltado. ¡Triste de mí! TANCREDO: No lloréis. GALINDO: Yo lloro con gran razón; el pan a llorar me mueve. TANCREDO: (Mejor el diablo le lleve Aparte que lo siente el bellacón.) FABRICIO: Quedad con Dios, Feliciano, y pues que sois tan discreto con sentimiento secreto dad al público de mano; prudente sois, esto basta. FULGENCIO: Adiós, Feliciano. FABRICIO: Adiós. FELICIANO: Con todos vaya. TANCREDO: Y con vos quede. GALINDO: Lindo humor se gasta.
Vanse FABIO, FABRICIO, TANCREDO, FULGENCIO, y los otros
FELICIANO: ¿Fuéronse esos majaderos? GALINDO: Ya la escalera trasponen. FELICIANO: Los hábitos me perdonen. GALINDO: Todos nacimos en cueros; éstas son borracherías que el loco mundo ha inventado. FELICIANO: El lutazo me he quitado. GALINDO: Yo, las mortíferas chías; salgo de la negra tumba como espada de la vaina. FELICIANO: Aquí la tristeza amaina. GALINDO: El retintín me retumba de un poquito de chacona. FELICIANO: No bailes, Galindo, tente que no quiero que la gente murmure de mi persona. GALINDO: Calla, señor, ¡pesia mí! ¿Es la ventura que ves para que puedan los pies tener sufrimiento aquí? Quando tiene un enemigo un hombre, y se muere o va, ¿no se alegra? FELICIANO: Claro está. GALINDO: Pues si está claro, eso digo, ¿Qué enemigo capital como el viejo que hoy te falta? Baila, brinca, tañe, salta. FELICIANO: Fue padre, y haremos mal. GALINDO: ¿Qué más quieres que viviera? ¡Ojalá llegues allá! Con quatro sietes se va; mira si es mala primera. Es bueno, yo lo confieso; pero que hoy vive imagina, y por tus gustos camina, verás lo que siente en eso. Ni tendrás solo un real, ni de libertad una hora; mira si truecas agora en tanto bien tanto mal. Treynta mil ducados deja, que, si va a decir verdades, treinta mil necesidades te lastimaban la oreja, y éstas todas las remedias. ¿Era mejor, Feliciano, ser por puntos cirujano de los puntos de tus medias? ¿Era mejor no tener que gastar con Dorotea para que quien la desea la pueda a tus ojos ver, y aun gozarla, como sabes? FELICIANO: Calla, no me digas eso; perderé, Galindo, el seso antes que de hablar acabes. Diez años antes quisiera que fuera muerto el que ya, como tú dices, se va con tan hermosa primera. Si un hijo del viento gasta, y no hay más que la comida, en el juego de esta vida a un padre rico bien basta que a siete y seis entre un as; que es lástima envejecer un hijo mozo, y tener muchas vezes treinta y más. Pero gente suena; toma el capuz, ¡pesia a mi mal! GALINDO: ¡Otra vez tumba mortal! FELICIANO: Son chapines. GALINDO: Manto asoma
Sale LEONARDA, dama
LEONARDA: Aunque no era, Feliciano, esta ocasión para verte, al pésame de la muerte de un padre noble y anciano, bien puede venir Leonarda, con la justa pretensión, que más de tu obligación que de tus prendas aguarda. Cuanto a ser tu padre el muerto, Dios sabe que me ha pesado; no cuanto a haberle culpado en nuestro justo concierto, del cual sospecho que agora tendrás memoria y de mí, que por darte gusto fui a iguales padres traidora. Que si él, como tú decías, tu casamiento estorbara quando con él se tratara, y su aspereza temías, ya no podrás, Feliciano, huir el rostro a mi honor, muerto aquél cuyo rigor fuera conbatido en vano. (Pues el estar sin hacienda Aparte ya no puede ser excusa, ni menos quedar confusa por deudas, pleito, o contienda). Ya quedas libre, señor de tu hacienda y tu persona; mi causa quien soy te abona; tu deuda, mi propio honor. Que en efecto... FELICIANO: No prosigas. ¡Que locas sois las mujeres! ¿Que agora me case quieres? ¿Aquí me fuerzas y obligas? ¡No está del muerto la cama fría del calor que tuvo cuando en ella enfermo estuvo, y ya a la boda me llama! ¡No está libre el aposento de humo de tanta cera, y ya quien que la quiera para fiesta y casamiento! ¡Aún cantan quiries allí sobre tumbas y memorias, y ya quiere que haya glorias de desposorios aquí! ¡Apenas allí, tan triste, cesa de réquiem la misa, y aquí con tal gusto y prisa, a la de fiesta se viste! ¡Apenas lugar he dado a que el pésame me den y ya me da el parabién del paramal de casado! ¡Veme de luto cubierto, y ya me obliga a bailar! LEONARDA: Siendo mujer, fuera errar; mas no, siendo padre el muerto. ¿Que importa que esté caliente la cama en que no dormías y en cuyas sábanas frías durmió un padre impertinente? El humo de tanta cera, ¿qué importa? ¡Mas estás ciego del humo, infame, del fuego que abrasar tu honor espera; que, según van las historias que de Dorotea oí, cantarán quiries por tí, y ella en tu hacienda las glorias! Ésta sí será la misa de réquiem y de dolor a la muerte de tu honor, de que ya el luto te avisa. Sigue la vil Dorotea, vuelbe a mi deuda la cara, pues ya tu amor no repara en que de otros muchos sea. Los hombres eso queréis; lo que es de otros siempre amáis, de lo que solos gozáis poca estimación hazéis. Celos os hacen querer, lágrimas mucho os enfadan, lo que las libres agradan cansa una honrrada mujer. La conpetencia os abrasa, las traiciones os afinan, los desdenes os inclinan, y el ver mucha gente en casa. Compráis donde hay mucha gente, que por eso es vino amor, no donde se guarda honor y entra el amor solamente. Fiéme de ti, gozaste de mí, dejásteme así; por el honor que te di tu palabra me enseñaste. No tiene honor, ni es posible, el que no vuelve a cobrarla, que empeñarla y no quitarla llaman bajeza terrible. Espero en Dios que ese luto traerán tus deudos por ti, para que yo coja ansí, como la esperanza, el fruto; que con sólo verte muerto podré yo quedar vengada, vïuda sin ser casada, y tú, infame, en el concierto; que de él y tus juramentos allá me pienso vengar; ¡que a fe que irás a lugar donde juzgan pensamientos.
Vase LEONARDA
FELICIANO: ¿Fuése? GALINDO: Por las escaleras. FELICIANO: Ojalá por las ventanas. ¡Qué de maldiciones vanas! ¡Qué de soñadas quimeras! ¡Qué de cansadas razones! ¡Qué de locas vanidades! ¡Cómo pondera verdades y cómo culpa traiciones! Basta, que ya las mujeres, sólo que los labios abras, quieren trocar a palabras sus mal gozados placeres. ¡Pesia tal! Cuando algún preso, porque de palabra afrenta a otro honbre, el juez se contenta que pruebe que está sin seso. Que muchos hay que han probado que estaban fuera de sí. ¿Por qué no me vale a mí haber lo mismo jurado? Quando gocé esta mujer, palabras le di, confieso; pero, si estaba sin seso, ¿por qué no me ha de valer? Que vino como llegar a ejecutar un deseo; luego sin culpa me veo. ¿Por qué me obliga a casar? Porque he llegado a gozarla, ¿qué hombre cuerdo no dirá que se casará y que hará mil cosas hasta engañarla? Pero, engañada, no sé qué ley obliga a un forzado, que fuerza es haber llegado donde dice que llegué. Si a mí me hicieran casar por fuerza, no hiciera efecto; que a fuerza estuve sujeto. ¿Qué ley me pudo obligar? GALINDO: ¡Extrañas leyes inventas! ¿Fuerza es llegar a engañar una mujer? FELICIANO: ¿No es forzar el alma, al caso que intentas? GALINDO: No, sino dejar llevarse del apetito sin rienda para que jure y se ofenda, por su gusto, en perjurarse. No hay fuerza en el albedrío. La virtud ha de vencer: fuerza pide la mujer; ¿y ésa es fuerza, señor mío? Porque, en fin, hizo, forzada de tu ruego y diligencia, menos fuerza y resistencia y dio lugar engañada. Y aquí no vale decir que quitó el seso el Amor; quien jura y quita el onor, ha de cumplir o morir. FELICIANO: ¿Tú me predicas? GALINDO: ¿Qué quieres? En llegando a la razón, no hay amo. FELICIANO: ¡Terribles son, cuanto a su honor, las mujeres! Dame medias de color; iréme a desenfadar. GALINDO: La noche dará lugar; ve, por tu vida, señor, a que el pésame te dé la gallarda Dorotea. FELICIANO: Cree que el pláceme sea del dinero que heredé, de que ya se juzga dueño. GALINDO: ¡Que bien le sabrá sacar! FELICIANO: Yo me sabré reportar. GALINDO: ¿Tú? FELICIANO: ¿Pues no? GALINDO: ¡Cosa de sueño! Pues a fe que te importara irte poco a poco en esto. FELICIANO: Aconséjasme muy presto; lo de adelante repara, que agora, por Dios, que quiero gastar por un año u dos pródigamente. GALINDO: ¡Por Dios, que es lindo amigo el dinero! Gasta, cobra amigos, da; sé liberal, noble, honrado; quien da sólo es estimado; cercado de amigos va; éstos son mayor riqueza que el dinero. FELICIANO: Ya verás mi virtud. GALINDO: Pues, ¿cuál tendrás? FELICIANO: Contra avaricia, largueza.
Vanse. Salen DOROTEA y CLARA
DOROTEA: ¿Qué me cuentas? CLARA: Lo que vi. DOROTEA: ¿Que es ya muerto? CLARA: Está enterrado. DOROTEA: ¡Bravo suceso! CLARA: ¡Estremado! DOROTEA: Y mucho más para mí. CLARA: Bajaba de aquella calle, que han echo un palacio en fin los monges de San Martín, a darle el papel y hablalle, cuando veo a San Ginés acercarse un largo entierro, honra del final destierro que de la vida lo es. Veo mil hachas ardiendo, pobres vestidos, contentos, que heredan los avarientos que no pudieron viviendo; gozan el vestido y hacha que no les dio la virtud. En fin un negro ataúd, seis de jerga y de capacha veo que en los hombros llevan, tras mil clérigos y cruces, frailes, cofradías, luces cuantas a un noble se daban. Miro el acompañamiento. Hábitos y gente ilustre; y entre este adornado lustre, polvo en tierra y humo en viento; veo a nuestro Feliciano entre un capuz y un sombrero, muy triste, porque el dinero no estaba todo en su mano. Tras él iba aquel bellaco de Galindillo, fingiendo que lloraba, y componiendo su tumba; a un teñido saco la falda llevaba, y creo que iba diciendo entre sí, "¡Oh si llevara yo aquí los escudos que deseo!" Fuera preguntar en vano quién era el muerto; ya ves: rico entierro en San Ginés y enlutado a Feliciano. DOROTEA: Por tu vida que te diera, si las hubieras perdido, albricias. CLARA: Buenas han sido; del interés que me espera no doy mi parte. DOROTEA: Detente, que siento gente en la puerta; entraránse, que está abierta.
Salen OLIVERIO y FERNANDO
OLIVERIO: Sí, harán, que es segura gente, pero si estás ocupada, también atrás volverán. DOROTEA: Nunca estas sillas lo están para gente tan honrada. ¿Qué hay de nuevo en nuestra aldea? FERNANDO: Así la puedes llamar; por acá, comer y holgar y juventud que pasea. Si no es que tienes que hacer, tuyos somos este rato. DOROTEA: Mientras se tarda un ingrato, me podéis entretener. OLIVERIO: ¿Qué? Le quieres todavía? DOROTEA: ¿Es milagro? OLIVERIO: En tu mudanza... DOROTEA: Pues, hay mudanza que alcanza a quien de mudanzas fía. FERNANDO: ¿No te trata bien Ricardo? DOROTEA: Sospecho que quiere bien. OLIVERIO: Si no le muestras desdén, mayor libertad aguardo. FERNANDO: Dale celos. DOROTEA: No aprovecha. FERNANDO: ¿Trágase estas balas? DOROTEA: Sí. FERNANDO: ¿Es diestro? DOROTEA: Cuanto lo fui. FERNANDO: Bien hace, tu amor sospecha. Un hombre no ha de saber que es querido. DOROTEA: No es lección que, puesta en ejecución, le está bien a una mujer; que tratarle sin amor mucho desdora. FERNANDO: Templarle, y darle para gozarle con recatado fabor. OLIVERIO: La puerta suena. DOROTEA: ¿No cierras?
Salen LISELO y JUSTINO
LISELO: En tienpo de tantas paces no la cierres, que bien haces, y si bien haces, no yerras. DOROTEA: Seáis los dos bien venidos. ¿Dónde Ricardo quedó? JUSTINO: Aquí pensé hallarle yo. DOROTEA: ¿Ya soy centro de perdidos? LISELO: Si lo están todos por ti, que aquí se busquen es bien. CLARA: ¿Queréis que naipes os den? JUSTINO: ¿Hay algo que rifar? CLARA: Sí. FERNANDO: ¿Qué, por tu vida? CLARA: Unos guantes. OLIVERIO: ¿Son de olor? CLARA: Como lo dices. LISELO: Favor para las narices. OLIVERIO: ¿Sabes por cuántos instantes? LISELO: ¿Son de ámbar o perfumados? ¿Olerán hasta salir de la calle? CLARA: Eso es decir que estáis de rifar cansados; pues ya por los naipes voy.
Vase CLARA
DOROTEA: ¡Qué necia que estás, Clarilla! JUSTINO: Lo acuchillado acuchilla. OLIVERIO: ¿Tenéis vos? FERNANDO: Sin blanca estoy. OLIVERIO: ¡Qué fría es aquesta treta de dar luego que rifar! JUSTINO: Viejo modo de pescar es esta necia receta. FERNANDO: ¿Para sacar seis escudos qué sirven estas bajezas? Repártanse por cabezas, y hagamos señas de mudos. LISELO: No perderán estas damas esta costumbre o traición, como el pedir colación. OLIVERIO: Pues es andar por las ramas.
Sale CLARA
CLARA: Una palabra al oído. OLIVERIO: ¿Hay visión? ¿Hemos de huir? DOROTEA: Acábalo de decir. CLARA: Los guantes y naipes pido a la mulatilla, y ella me dice que Feliciano está a la puerta. DOROTEA: Su mano me da amor; mato con ella. ¡Perdido mozo! CLARA: ¡Jesú! Cuéntalo por rematado.
DOROTEA habla aparte con CLARA
DOROTEA: Despedirlos me es forzado mientras que le llamas tú. CLARA: Echa esta inútil caterva en tanto que voy.
Vase CLARA
DOROTEA: Mis reyes ya sabrán de nuestras leyes, que este lugar se reserva para cosas de provecho; otra venta abajo piquen. OLIVERIO: ¿Hay pesca? DOROTEA: No me repliquen. LISELO: Es mal hecho. JUSTINO: No es mal hecho, que aquí se ha de dar lugar. FERNANDO: Con tal condición se alquila. LISELO: Vamos a ver a Drusila, que hoy acabó de llegar. OLIVERIO: ¿Adónde estaba? LISELO: En Toledo. OLIVERIO: ¿Y no se vende el caudal? LISELO: ¿Cómo le ha de ir bien al mal? OLIVERIO: Estoy por... FERNANDO: Hablemos quedo. OLIVERIO: ¡Vive Dios que le he de dar una matraca! FERNANDO: Eso sí. OLIVERIO: Callad y echad por aquí; oiréis a Fabia cantar.
Vanse FERNANDO, OLIVERIO, y LISEO. Salen CLARA, FELCIANO y GALINDO, de noche
FELICIANO: ¿Podré verte? DOROTEA: Desenboza esa cara, que Dios guarde. FELICIANO: No puede venir más tarde. CLARA: Quedo. ¿Él también me retoza? GALINDO: ¿No puedo tocar la mano? ¡Aunque en aquesta ocasión fueras cuenta de perdón! CLARA: Sosiegue la mano, hermano. FELICIANO: ¿Quién son éstos que se van? DOROTEA: No hay cosa que importe en ellos. FELICIANO: ¿Es acaso alguno de ellos Ricardo? DOROTEA: ¿Quién? FELICIANO: Tu galán. DOROTEA: Donde tú vives, mi bien, ¿qué Ricardo, o qué riqueza mayor para mí? FELICIANO: ¡Oh belleza divina! ¿Ya sin desdén? DOROTEA: ¿Desdén para ti, mis ojos, si eres la luz con que veo? Ya me mataba el deseo de celos, ansias y antojos. ¿Dónde has estado? ¿En qué andas? ¡Desde ayer sin verme, ay cielos! ¿Por qué me matas con celos cuando servirte me mandas? No estoy bien con tus ausencias, trazando vas mis disgustos; o tienes allá otros gustos, o acá pruebas mis paciencias. (A fe que alguna dichosa Aparte esta noche tuvo el lado más discreto, más honrado, que ha visto esta alma envidiosa.) Muestra la mano. El color se te ha trocado. Esto es cierto; ¡una noche tú me has muerto! CLARA: ¿Qué extraña señal de amor! GALINDO: ¿Desmayóse? FELICIANO: ¿No lo ves? GALINDO: ¡Vive Dios, que es de lo fino! Ved qué de presto le vino de la cabeza a los pies. FELICIANO: Trae, por tu vida, Clara un poco de agua de azahar; si no la puede tomar, echarásela en la cara. ¡Ay tales celos! GALINDO: Por Dios, que es lástima; está mortal. FELICIANO: ¿No vas? CLARA: Voy.
Vase CLARA
GALINDO: Mala señal. FELICIANO: ¿Para quién? GALINDO: Para los dos. FELICIANO: ¿Cómo? GALINDO: Porque es mal agüero entrar aquí con azar y estas dos sotas hallar en el encuentro primero. FELICIANO: Necio, ¿este rostro no miras? GALINDO: Discreto, ya estoy mirando el mismo rostro que cuando de ver su color te admiras. FELICIANO: ¿No ves que es color fingida y no se puede mudar? La que es suya has de mirar en tantas partes perdida. GALINDO: Cuanto aquí se ve es fingido. ¿Es ratón éste? DOROTEA: ¡Ay de mí! GALINDO: ¿Ves qué presto vuelve en sí? DOROTEA: ¡Qué necio, Galindo, has sido! ¡Qué alteración me has causado! GALINDO: ¿Pues no estabas desmayada? DOROTEA: Algo estaba ya cobrada, y era aquel susto pasado. FELICIANO: ¡Maldígate Dios, amén! ¡Qué costosas gracias tienes! GALINDO: Clara es ésta.
Sale CLARA con brinco de agua
FELICIANO: Tarde vienes; mas toma el agua, mi bien. DOROTEA: Muestra, que a fe que estoy tal que apenas he vuelto en mí; ni sé cómo vivo aquí, según me he visto mortal.
Beba
GALINDO: Agradézcanlo al ratón, que nuestro médico ha sido. FELICIANO: Bebe más. DOROTEA: Harto he bebido. GALINDO: ¿Comfortaste el corazón? FELICIANO: ¿Es posible que no sabes dónde he estado, ni has sabido qué es lo que me ha sucedido? DOROTEA: Dime palabras süaves, regálame, por tu vida, que a fe que lo he menester. GALINDO: (¡Qué diestra está la mujer! Aparte Toda la pena es fingida.) FELICIANO: Mi bien, ayer se murió mi padre, y hoy le enterré; si en aquesto me ocupé, la muerte es quien te ofendió; con esta dama dormí, un capuz la cama fue, que esta noche me quité por no entrar a verte ansí. DOROTEA: ¡Tu padre es muerto! FELICIANO: Ya es muerto GALINDO: (¿Ha de haber desmayo agora? Aparte ¡Oygan, vive Dios, que llora!) FELICIANO: Mi bien, que es mi bien te advierto. Mira que eres hoy el dueño de sus treinta mil ducados. Ya no andarán enseñados tus desdenes y mi sueño; Ten, mi señora, alegría. DOROTEA: ¿Puedo dejar de sentir que es tu sangre? GALINDO: (¿Hay tal fingir?) Aparte FELICIANO: ¿Has cenado? DOROTEA: Ahora quería. FELICIANO: ¿Qué tienes? DOROTEA: Poco o nonada, mas para entrambos habrá. FELICIANO: ¡Hola, Galindo! ¿Tendrá algo aquél, tu camarada? GALINDO: No faltará algún capón. FELICIANO: Estos cuatro escudos toma; trae una gentil redoma de aquel ramo del cantón; y de camino Guzmán el luto puede traer, que aquí me ha de amanezer y no he de salir galán. DOROTEA: Por fuerza lo ha de salir quien como vos lo nació, si no le marchito yo. GALINDO: (¡Qué bien lo sabe fingir! Aparte Voy en un salto.) FELICIANO: Camina.
Vase GALINDO
DOROTEA: Pésame que haya heredado quien pobre me ha conquistado. FELICIANO: (No sé lo que ésta imagina. Aparte Cuando pobre, nunca vi su rostro sereno y ledo, y agora que ve que heredo toda se transforma en mí. Pero, pues no lo sabía cuando la vi desmayar, no es justo, Amor, agraviar mujer que sin duda es mía. No se canse más Leonarda, ni más me pida su honor, si con el mismo rigor trescientos años aguarda, que ya soy de Dorotea muy justamente perdido, pues que soy de ella querido, que es lo que el alma desea.) DOROTEA: No seas necia. CLARA: Acaba ya. DOROTEA: Déjame. FELICIANO: Qué es la cuestión? DOROTEA: Locuras de Clara son. FELICIANO: ¿No lo sabré? DOROTEA: Bien está; vos lo sabréis. FELICIANO: ¿Por qué no? DOROTEA: Porque no puedo sufrir a quien quiero bien, pedir, que doy a quien quiero yo. FELICIANO: (Daráme, por Dios, mohina.) Aparte Declaradme esas razones. DOROTEA: Sacastes ciertos doblones y cásase una vecina, y conjúrame que os pida para las arras. FELICIANO: ¿Pues eso tenéis, mi bien, por exceso, siendo vos mi propia vida? En este bolsillo van siento, menos el que di; serán arras de que hoy fui de vuestro favor galán. DOROTEA: ¡No haréis tal, por vida mía! FELICIANO: Por la misma lo he jurado. DOROTEA: Esta necia lo ha causado. CLARA: Conozco yo su hidalguía: que de la misma manera que esas arras acomoda, te diera para la boda ropa y saya, o saya entera; mal conoces lo que vale aquel hombre que está allí. FELICIANO: Pues, ¿es la madrina? CLARA: Sí, y con saya y ropa sale; hazle hacer, por vida tuya, vestido de tu color, porque su gala y tu amor honren la belleza suya. Que ella, como te ama tanto, no te osa pedir aquello que podrá, por no tenello, darte algún celoso espanto. FELICIANO: Eso no, por vida mía; mi sastre mañana venga, porque la medida tenga, que de él solo el alma fía; y sacaráse la tela de la color que le agrade. CLARA: Los pasamanos añade. FELICIANO: ¿La guarnición te desvela? Del más ancho de Milán echen juntos cinco o seis. CLARA: ¿Sin duda? FELICIANO: Allá lo veréis.
DOROTEA y CLARA hablan aparte
CLARA: Éste, señora, es galán. Mal haya Ricardo, amén. DOROTEA: ¡Ay Clara!, a Ricardo adoro. CLARA: Pues adora agora al oro para que el oro te den. DOROTEA: (¿Cuál oro, triste de mí, Aparte se puede igualar al gusto?)
Sale GALINDO
GALINDO: El dinero vino al justo; cuanto me pidió le di; pero hay muy bien qué cenar, y mañana qué comer. Clara, tú puedes hacer esos capones pelar y asar aquellas perdices. CLARA: Oye aparte, mentecato. GALINDO: ¿Qué quieres? CLARA: Óyeme un rato, necio, y no te escandalices. ¿Este tonto de tu amo ha heredado? GALINDO: Así es verdad; el tonto y la cantidad he visto. CLARA: Aquí hay liga y ramo; éste es pájaro que viene dando en ella; no seas loco, sino caiga poco a poco con el dinero que tiene. ¿No has leído a Celestina? GALINDO: A Celestina leí. CLARA: Pues mira a Sempronio allí y por sus pasos camina; deja, Galindo, a las dos que este pájaro pelemos, y tu parte te daremos. GALINDO: ¡Altamente habláis, por Dios! Armalde, que yo seré el pájaro compañero. Traeréle al lazo. CLARA: Eso quiero. GALINDO: Como parte se me dé y la que espero de ti. CLARA: Digo que seré tu prenda. GALINDO: Pues quedo, y nadie lo entienda. DOROTEA: ¿Llamaron? CLARA: Señora, sí. DOROTEA: Mira quién es. CLARA: En la voz he conocido a tu hermano. Escóndase Feliciano, que es un soldado feroz, y no hay hombre más celoso. DOROTEA: Vete, y ven después, mi bien. FELICIANO: ¿Hermano? DOROTEA: Y hombre también, que es un Orlando furioso. GALINDO: ¡Clara! CLARA: ¡Galindo! GALINDO: Este hermano, ¿no viniera en hora buena antes de traer la cena? CLARA: Ya lo previenes en vano. GALINDO: Dame siquiera un capón y la redoma del vino. DOROTEA: Detenerte es desatino. FELICIANO: Así mis venturas son; dame esos brazos, y adiós. DOROTEA: Por esta puerta te irás. GALINDO: ¡Cena que no os veré más! CLARA: Por aquí saldréis los dos.
RICARDO entre, y los dos, GALINDO y FELICIANO, se vayan
RICARDO: ¿Han acaso ensordecido, Dorotea, tus crïadas, o están acaso bañadas en las aguas del olvido? ¿Cenaron adormideras? ¿Qué tenéis que no me oís, y, si me oís, no me abrís? DOROTEA: ¿Dirás que ha una hora que esperas? RICARDO: Poco menos. DOROTEA: Ocupadas en regalarte estarán. RICARDO: Más en echar al galán que hoy ablastes a tapadas; bien he sentido el ruído. DOROTEA: Tarde y celoso, ¡oh, qué bien! RICARDO: Di que de cenar me den, que vengo medio dormido.
Vase RICARDO
CLARA: ¿Para qué quieres este hombre, que te juega cuanto tienes, si hoy a ser rogada vienes de un rico tan gentilhombre? DOROTEA: Déjame con mi pasión. Tirano es Amor, no es rey; y así, en el gusto no hay ley, ni en la muger elección.
Vanse DOROTEA y CLARA. Sale LEONARDA, en hábito de hombre, con espada y broquel, y un criado
LEONARDA: Aquí me puedes dejar, o esperarme por ahí. CRIADO: Si hay necesidad de mí allí me podrás hallar, que tengo cierto requiebro de una platera de perlas, más firme que dos cañerlas y más blanda que un enebro; silba, y vendré por el aire puesto a punto el yerro todo, en diciéndole un apodo y en oyéndole un donaire.
Váyase el CRIADO
LEONARDA: Escura y siempre triste y enlutada, gran Viuda del Sol, noche estupenda, cuya lustrosa toca reVerenda de Holanda de la Luna fue cortada. Secretaria de Amor, noche callada, haz que mis pasos ningún hombre entienda, y daréte una pieza por ofrenda de la bayeta en mi dolor frisada. Noche, aquí vengo en busca de un ingrato; ponme con él, hablarle te prometo porque veas su injusto y mi buen trato. Descanse mi cuidado en tu secreto, que es hijo de los días el recato, y de la noche el amoroso efeto.
Salen FELICIANO y GALINDO
FELICIANO: Sospechas traigo. GALINDO: ¿De qué? FELICIANO: De que no es aquél su hermano. GALINDO: Pues fue tu sospecha en vano. FELICIANO: ¿Por qué? GALINDO: Porque no lo fue, y en las cosas que son ciertas no hay sospechas. FELICIANO: ¿Ciertas son? GALINDO: Conozco la condición de estas damas con dos puertas. ¡Lindo gatazo te han dado! FELICIANO: Quien ama, todo lo abona; ni es Dorotea persona de tan vil y bajo estado; su hermano será sin duda. GALINDO: ¿Su hermano? FELICIANO: ¿No puede ser? GALINDO: Conoces esta muger; los hombres en bestias muda. FELICIANO. En que es su hermano me fundo. GALINDO: Si es su hermano, Feliciano, yo sé que hoy no cena hermano mejor que él en todo el mundo. ¡Oh, hermano el más bien cenado que se ha acostado jamás! ¡Qué contento dormirás con algún ángel al lado! FELICIANO: ¿Ángel? ¡O qué majadero! ¿Díceslo por Dorotea? GALINDO: No digo yo que ella sea. FELICIANO: ¿Pues quién? GALINDO: Declararme quiero: el que cena y duerme bien, ángeles suele soñar. FELICIANO: Aquí hay gente. GALINDO: Aquí hay lugar de tomar la calle; ven. FELICIANO: ¿Irme tengo? GALINDO: ¿Por qué no? ¿Es fuerza el ir por allí, si ay treinta calles aquí? FELICIANO: ¿Quién va allá? LEONARDA: Yo. FELICIANO: ¿Quién es yo? LEONARDA: (Un honbre y una mujer, Aparte pudiera decir mejor. FELICIANO: ¿Qué quiere aquí? GALINDO: ¡Qué rigor que muestras! Habla a placer. LEONARDA: ¿Téngoos de dar cuenta a vos de lo que en la calle quiero? FELICIANO: Sí, porque lo que yo espero no nos impida a los dos. LEONARDA: No podéys vos esperar lo que yo. FELICIANO: ¿Por qué razón? LEONARDA: Porque es libre mi afición, que la puedo yo pagar; y aguardo a que de allá salga un Feliciano que entró, porque he de entrar luego yo. GALINDO: ¡Mui bien, así Dios me valga! Mas, ¿qué? ¿Es ésta Dorotea? LEONARDA: La misma, y la que a Ricardo, un cierto alférez gallardo, que agora en Madrid pasea, da lo que a los otros quita, y agora espera quitar a cierto hombre del lugar que estas calles solicita y está recién heredado; que jura ha de pescarle cuanto pudiere pelarle para este galán soldado. GALINDO: ¿Tiene hermano esta mujer? LEONARDA: Es flor eso del hermano. GALINDO: ¿Qué te dice, Feliciano? FELICIANO: Que no lo puedo creer. GALINDO: Pues lo que los ojos ven, con los dedos se adivina.
Grita dentro
FELICIANO: Grita suena en la cocina. GALINDO: ¡Y cómo cenan muy bien! ¡Que ésta nos tenga al olor! ¿Hay tan gran mentecatía? FELICIANO: Aguardar tengo hasta el día. GALINDO: Vámonos de aquí, señor. ¡Oh, bellaca desmayada! ¿Quién se la vio tan fingida, más lacia y carilamida que gata recién lavada? ¿Quién la vio tras el ratón, y a ti en su engaño embebido?
Habla GALINDO fisgando
"Bebe más.--Harto he bebido." "Confórtame el corazón; dime palabras süaves." FELICIANO: Aún hay, Galindo, más mal. GALINDO: Bastará que sea igual. ¿Mas mal dices? FELICIANO: ¿No le sabes? Los cien doblones le di. GALINDO: ¿Los de a cuatro? FELICIANO: Los contados, en el escritorio hallados, que aquesta mañana abrí. GALINDO: ¿Qué me cuentas? FELICIANO: Ya no cuento, pues ella los cuenta allá. GALINDO: ¿Quién eso a una mujer da? ¿A qué cuenta los asiento? FELICIANO: A la de Amor. GALINDO: ¡Buen fiador! Cobrar tengo este dinero. FELICIANO: Tente Galindo, no quiero. GALINDO: ¿Por qué? FELICIANO: Porque tengo amor. GALINDO: ¡Pesar del Amor, amén! Llama y di si ha de salir, o si nos habemos de yr. FELICIANO: Bien dices. GALINDO: Tú no haces bien. FELICIANO: ¡A de casa! GALINDO: No responden.
Grita
¡Ah, de arriba!... Están cenando. Lo que yo estuve comprando, entre espalda y pecho esconden. ¡Ha, pesar del moscatel, que aquesto puede sufrir! FELICIANO: Yo haré que vengan a abrir. GALINDO: Pasito, menos crüel; oye un consejo. FELICIANO: ¿Cuál es? GALINDO: Tú tienes lindo dinero; no aventures con un fiero lo que es de más interés. Busquemos bravos, y ven a esta casa y, sin recelo de tu vida, da en el suelo con cuantos en ella estén. FELICIANO: Bien dices. Vamos de aquí.
Vanse FELICIANO y GALINDO
LEONARDA: Ya se fue; contenta quedo, que tengo a su vida miedo, que es alma que vive en mí. Gente sale de la casa.
Sale RICARDO con la espada desnuda
RICARDO: ¿Quién llama con tal furor? LEONARDA: Yo soy un hombre, señor que por esta calle pasa. Los que llamaron se han ido. RICARDO: Vos sois, y seáis cualquiera, es mal hecho; sacad fuera la espada. LEONARDA: ¿Qué oigáis os pido; advertid que yo no soy... RICARDO: Pues ¿quién sois? LEONARDA: Una mujer que aquí un galán vine a ver de quien hoy celosa estoy.
Salen CLARA y DOROTEA
DOROTEA: Tenle, Clara, que estoy muerta como una espada se nombre. CLARA: Hablando está con un hombre enfrente de nuestra puerta. LEONARDA: Temo que, si me halla ansí, con el enojo me dañe. RICARDO: ¿Queréis que yo os acompañe? LEONARDA: Sí. RICARDO: Pues echad por aquí.
Vanse RICARDO y LEONARDA
CLARA: Sin duda, señora, van desafïados al Prado; por un fanfarrón soldado pierdes un rico galán. ¿Qué has de hacer? DOROTEA: Estoy turbada. CLARA: Cuatro hombres vienen aquí.
Salen FELICIANO, FULGENCIO, FABRICIO y GALINDO
FELICIANO: Luego a los dos conocí. FULGENCIO: ¿Y qué es la cuestión? FELICIANO: No es nada. Aquí, en cas de Dorotea, cierto fanfarrón soldado pienso que esta acompañado y que su respeto sea... FABRICIO: No pienso que piensas mal. GALINDO: Quedo; la puerta está abierta. FULGENCIO: Dorotea está a la puerta. ¿Qué gente? DOROTEA: Cierra el portal FELICIANO: No cierres. DOROTEA: ¿Quién es? FELICIANO: Yo soy. DOROTEA: ¿Es, por dicha, Feliciano? FELICIANO: ¿Está en casa aquel tu hermano? DOROTEA: Ya es ido; al diablo le doy. Entra y cenarás, mi bien. FELICIANO: Señores, todos entrad, que se ha vuelto en amistad lo que imaginé desdén. FULGENCIO: ¿Habrá para todos? DOROTEA: Sí. FELICIANO: ¿Ves cómo te has engañado? GALINDO: ¡Oh, hermano, el más mal cenado de cuantos hermanos vi!
Vanse FELICIANO, FULGENCIO, FABRICIO y GALINDO
CLARA: ¿Qué haré si vuelve Ricardo? DOROTEA: Hazte sorda, porque vea que soy yo... CLARA: ¿Quién? DOROTEA: Dorotea, que a ninguno el rostro guardo. Aguarde hasta la mañana y quiébrese la cabeza, porque en teniendo firmeza se pierde una cortesana. Déjame pescar aquí donde pican estos peces, y ande el interés a veces ya que Amor lo quiere ansí; y en dar a Ricardo celos yo sé que discreta he sido, que importa a un amor dormido irle poniendo desvelos. CLARA: Bien haces, que este mancebo es liberal y heredado; dale cuerda, que ha llegado como pez simple a tu cebo; déjale que entre en las redes a este pájaro inocente; que si Ricardo lo siente, picar a Ricardo puedes. Nunca trata el mercader sólo un género, que quiere ganar, si en aquél perdiere; y así ha de hacer la mujer. Entra y comienza a pelalle. DOROTEA: Hasta en los cañones verle. CLARA: ¿Y luego? DOROTEA: Entonces ponerle de paticas en la calle.

FIN DEL PRIMER ACTO

La prueba de los amigos, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002