ACTO SEGUNDO


 
Salen RICARDO y FULGENCIO
RICARDO: Tengo de conocerle gran deseo, aunque él me tiene a mí por enemigo. FULGENCIO: No tiene el mundo un hombre, a lo que creo, más digno de llamarse honrado amigo. RICARDO: Asi lo dicen cuantos suyos veo. FULGENCIO: Ninguno más de esa verdad testigo. y me pesa que vos viváis tan fuera de su amistad. RICARDO: ¡Por Dios, que la tuviera! Mas ya sabéis, Fulgencio, que he tratado esa mujer que Feliciano adora, celos y enojos muchas veces dado, que es lo que apartan la amistad agora. El hombre que ama, al hombre que fue amado siempre aborrece, y, receloso, ignora si ha de volver aquél a verse un día en el estado mismo que solía. Fuera de eso, Fulgencio, hay otro enredo que impide el amistad. FULGENCIO: ¿De qué manera? RICARDO: Habrá tres meses--que deciros puedo a vos este secreto, aunque lo fuera-- que vine aquí, llamado de Tancredo, ¡y que pluguiera a Dios que no viniera! a cenar con la Circe, la Medea, que llaman la discreta Dorotea. Era sin duda a costa, o mal lo entiendo, de Feliciano el gasto, y en entrando echáronle de casa, previniendo la cena a que me estaban esperando; Feliciano, por dicha, conociendo su engaño, vuelve al puesto, y derribando las puertas, a que salga con la espada me obliga, casca y cena alborotada. Salgo y hallo no más de un honbre; quiero reñir con él, y que es mujer me dice; dejo la casa, cena y el acero envaino, a que ninguno contradice. Acompañarla voy, aunque primero de que no era traizión me satisfice; llego a su casa y háblola en la puerta, llena de amores y de celos muerta. ¡No es menos de que adora en Feliciano que está perdido aquí por Dorotea; yo, viendo el traje, o de tocar su mano, o por mi estrella, o lo que fuere sea, así me pierdo, así me rindo, hermano, que no hay sol para mí, no hay luz que vea mientras estoy ausente de su vista. FULGENCIO: ¡Suceso extraño! Y ¿qué hay de la conquista? RICARDO: Que me aborrece al paso que la adoro. FULGENCIO: ¿Y cómo lo ha llevado Dorotea? RICARDO: Queriendo bien ese mancebo de oro, en quien agora su codicia emplea. FULGENCIO: Pues no lo dudes que le da un tesoro y la adora de suerte que desea dorar cuanto ella toque, como Midas; oro comen y de oro van vestidas, en oro duermen, y oro, finalmente, pienso que son los gustos y favores. RICARDO: ¡Pobre mancebo, rico e inocente, pájaro simple entre esos dos azores! FULGENCIO: Es recién heredado; no lo siente. RICARDO: ¡Oh, Fulgencio! No hay género de amores más peligroso que una cortesana. Lo que ella corta, eternamente sana. ¡Qué enredos tienen! ¡Qué palabras blandas! ¡Qué afeites de traiciones! Todo es cebo. ¡Qué baños odoríferos! ¡Qué holandas, mortaja vil de un moscatel mancebo! ¡Pues verlas como imágenes en andas en el estrado rico, limpio y nuebo! Parecen las señoras más honestas; allí toman papeles, dan respuestas; llega el escritorillo la esclavina, el tintero de plata la crïada tiene en la mano, hincada la rodilla; el paje está elevado, y todo es nada. ¡Pues ver en la almohada la almohadilla, y no hacer más labor que en la almohada, para fingir ocupación! Es cosa insufrible en el mundo y vergonzosa. ¿Qué dirás si se juntan a consejo sobre pelear un hombre mentecato? Celos, si es mozo; tierno amor, si es viejo; pedir la seda, el faldellín, el plato. ¡Si las vieses tocar al limpio espejo y quedar el bosquejo del retrato! ¡Mal año para mí, si tú las vieses, que tantos ascos de vinorre hicieses! No saca algún pintor tantas colores, ni más unguentes saca un cirujano. Mira, ¡por Dios!, qué calidad de amores y lo que aquí desprecia Feliciano; no hay ramillete de diversas flores del alba pura en la divina mano como el cuerpo y el rostro de Leonarda, discreta, hermosa, principal, gallarda. FULGENCIO: Es mozo, y va siguiendo su apetito, que a cada cual le rije su deseo; su amigo soy, su gusto sólo imito. RICARDO: ¿En qué entiende, en faltando de este empleo? FULGENCIO: De la suerte que en número infinito al panal de la miel acudir veo las importunas moscas el verano, así mozos agora a Feliciano. Todos andan con él, todos le siguen, acompáñanle todos noche y día, juégase en casa, y tantos le persigen que en verlos te dará melancolía; gusta que a dar o que a emprestar le obligen con liberalidad y cortesía, porque es de suerte liberal y franco que, al paso, presto ha de quedarse en blanco. RICARDO: ¿Que es tan gran gastador? FULGENCIO: Pródiga cosa, y amigo de hacer gusto por el cabo. Ésta es su casa; entrad. RICARDO: ¡Qué sala hermosa! FULGENCIO: La casa es buena, y la pintura alabo. RICARDO: Esta Lucrecia es singular. FULGENCIO: ¡Famosa! RICARDO: ¡Bueno, tras la cortina, está el esclavo! FULGENCIO: De Urbina es la inbención. RICARDO: ¡Era excelente! ¡Bueno es aquel Adonis que está en frente! ¡Lindas telas son éstas! FULGENCIO: ¡Extremadas! RICARDO: ¡Qué buenos escritores y bufetes! ¿Hay camas ricas? FULGENCIO: Camas hay bordadas. RICARDO: Espantosas grandezas me prometes. FULGENCIO: ¡Qué es ver aquestas salas ocupadas de músicos, de damas, de alcagüetes, de jugadores, bravos y de ociosos, y aun de pobres que llaman vergonzosos! RICARDO: Acuden al dinero. FULGENCIO: ¡Oh, gran dinero! RICARDO: No dudes que el dinero es todo, en todo es principe, es hidalgo, es caballero, es alta sangre, es descendiente godo. FULGENCIO: Él sale; no te vayas. RICARDO: Aquí espero, por sólo ver de este mancebo el modo. FULGENCIO: Haz cuenta que otro pródigo estás viendo. RICARDO: ¿Cantan? FULGENCIO: ¿No miras que se está vistiendo?
Entren FELICIANO, vistiéndose a un espejo que traerá un PAJE, y otro la espada y la capa; GALINDO, con una escobilla limpiando el sombrerp. Dos MÚSICOS cantando, mientras se coMpone el cuello
MÚSICOS: "Pidiéronle colación unas damas a Belardo, paseándose en Sevilla entre unos verdes naranjos." FELICIANO: Esperad, por vida mía. MÚSICO: Ya lo que quieres aguardo. FELICIANO: ¿Qué? ¿Vive aquese Belardo? MÚSICOS: Aún es vivo. FELICIANO: ¿Todavía? MÚSICOS: Si das lilencia que cante, sabrás su estado mejor. FELICIANO: ¿Qué? ¿Ése es vivo? MÚSICOS: Sí, señor. FELICIANO: Cantad, pasad adelante.
Cantan
MÚSICOS: "El que a unos ojos azules estaba haciendo un retrato, que aunque no era desafío, los sacó en el alma al campo." FELICIANO: Oíd, pues ¿cómo sería que amores pena le den? ¿Aún quiere Belardo bien? MÚSICOS: Dicen que sí. FELICIANO: ¿Todavía? Tanto en él vienen y van, desde que yo me crié que muchas veces pensé que era del tiempo de Adán. MÚSICOS: Lo que ha escrito da ocasión a juzgar de esa manera. GALINDO: Quedo, que hay gente de fuera. FELICIANO: ¿Gente de fuera? ¿Quién son? FULGENCIO: Yo soy, y conmigo viene un hombre que ha deseado ser tu amigo, y tan honrado que estos pensamientos tiene. FELICIANO: ¿Quién? FULGENCIO: El alférez Ricardo. FELICIANO: Seáis, señor, bien venido. (¡Jesús!) Aparte RICARDO: Las manos os pido. FELICIANO: Y yo esos brazos aguardo. ¿Qué aquesta casa os merece? ¿Es posible que la honráis? RICARDO: ¡Vos a todos nos la dáis! FULGENCIO: A ser muy vuestro se ofrece; que aquellos cuentos pasados ya pasaron, en efeto. FELICIANO: No tratéis, pues sois discreto, eso entre amigos honrados; el señor alférez tiene un gran servidor en mí. RICARDO: Si de vos siempre lo fui diga el que conmigo viene, pues le busqué por padrino. FELICIANO: Traed sillas. RICARDO: Eso no, mientras os vestís, que yo soy muy vuestro y soy vecino FELICIANO: ¿Vivís cerca? RICARDO: Aquí, a la vuelta; bien me podré entretener con lo que hay aquí que ver. FELICIANO: Está todo de revuelta. RICARDO: Estas divinas pinturas me han por extremo alegrado, que les soy aficionado, y hay mil gallardas figuras. FELICIANO: ¿Qué os agrada? RICARDO: Esta Lucrecia y este Adonis. FELICIANO: Vuestros son, que yo buscaba ocasión de echar de casa esta necia. RICARDO: No los alabé por eso, mas por ser de buena mano. FELICIANO: En buena mano le gano al pintor. RICARDO: Yo os lo confieso, que él los pintó de mil veces, y vos en una los dais; de lo que le aventajáis los presentes son jüeces; mas no los quitéis, por Dios, que las telas que hay aquí se podrán quejar de mí. FELICIANO: Pues quéjense de los dos y lleven también las telas. RICARDO: ¿Las telas? No lo mandéis. FELICIANO: Esta vez perdonaréis; quítalas tú. GALINDO: Quitarélas. RICARDO: ¡Jesús, las telas también! Mirad que no tengo yo donde quepan. FELICIANO: ¿Por qué no, si en los ojos caben bien? Ya menos caben aquí, que, en ser vuestras, son ajenas. RICARDO: Beso aquesas manos llenas de grandeza. FELICIANO: No hay en mí sino sólo el buen deseo. RICARDO: ¿Es loco este hombre? FULGENCIO: No sé. No estima en más lo que ve que yo aquello que no veo.
Sale FABRICIO
FABRICIO: ¿Está aquí el buen Feliciano? FELICIANO: Aquí estoy, Fabricio amigo. FABRICIO: Oye aparte. Es Dios testigo que vengo perdido, hermano. Llevan a mi padre agora preso, por dos mil reales. Si tú al remedio no sales de un hijo que un padre adora, y sobre aquesta cadena... FELICIANO: Quedo, no me digas más. ¿Prendas a mis prendas das? ¡Por Dios, que la prenda es buena! FABRICIO: Pues ¿no es bastante piedad dar sobre prenda el dinero? FELICIANO: Al amigo, al conpañero con quien profeso amistad, ¿en qué le sirvo si doy oro sobre oro? FABRICIO: No digas que en dármelo, no me obligas; tómala, y tú esclavo soy. FELICIANO: El dármela te condena, aunque el buen término alabo, pues que te llamas mi esclavo y te quitas la cadena. Ten la cadena, Fabricio, en muestra de obligación, pues que las cadenas son de los esclavos indicio. FABRICIO: Tendréla para mostrar que es tuya y que tuyo soy, pues el oro en que la doy es yerro que puede atar. Vivas mil años, y advierte que me acordaré de ti mientras vive el alma en mí, y ella, después de mi muerte. FELICIANO: Galindo. GALINDO: ¿Señor? FELICIANO: Da luego dos mil reales a Fabricio. FABRICIO: ¿Qué dices? FELICIANO: Éste es mi oficio; no repliques. GALINDO: ¿Estás ciego? FELICIANO: Camina. GALINDO: Vente conmigo. ¡Con buen pie nos levantamos!
Vanse GALINDO y FABRICIO
FELICIANO: ¿Adónde queréis que vamos? RICARDO: Dondequiera iré contigo, aunque donde sabes sea. FELICIANO: ¿Darásme celos? RICARDO: Ya no, que ya sé que me perdió, por ganarte Dorotea. FELICIANO: ¿Quiéresla bien? RICARDO: No te osara decir que la quiero bien, aunque a su hermoso desdén la voluntad inclinara, con temor que me la dieras, como Alejandro a su amiga, si tal grandeza te obliga, que ser Alejandro esperas. FELICIANO: Perdone Alejandro en eso; no puede ser que yo sea liberal con Dorotea. Ser inferior le confieso; piérdome cuando imagino que Alejandro se la dio; mas pienso que le cegó ser tan inclinado al vino. RICARDO: De eso le culpan historias. FELICIANO: Si la dio fuera de sí, yo no, porque estoy en mí y no quiero infames glorias. ¿Cómo no viene, Fulgencio, Tancredo, como solía que está nuestra conpañía sin su presencia en silencio? FULGENCIO: ¿Pues eso dices? ¿No sabes que está preso? FELICIANO: ¡No, por Dios! Habrá más de un mes que dos mancebos bravos y graves le acuchillaron muy bien; defendióse, al uno hirió; prendiéronle y concertó la herida; aguarda que den a su tío unos dineros, y por esto se está allí. FELICIANO: Agravio me han echo a mí, que fuera de los primeros que a servirle hubieran ido, que le soy aficionado. La herida ¿qué le ha costado? FULGENCIO: Cien escudos le han pedido. FELICIANO: Vamos a misa, y de allí por la cárcel entraremos y a comer nos le traeremos. ¿Queréis vos ir? RICARDO: Señor, sí. FELICIANO: Pues hoy comeremos todos en regocijo del preso; no lo estuviera por eso siendo tan fáciles modos para darle libertad; cierto que siento el agravio.
Sale un CRIADO
CRIADO: Aqui está un paje de Otavio. FELICIANO: Lo que quiere preguntad. CRIADO: Aquel caballo de ayer. FELICIANO: Si le pide cada día, parece descortesía no ver que le ha menester; di que un lacayo le lleve y se le dé de mi parte.
Vase el CRIADO
RICARDO: No siento cómo alabarte, puesto que mil veces pruebe. FELICIANO: Teniéndome por amigo, que es la mayor alabanza; que quien amigos alcanza, tiene todo el bien que digo. De todos procuro el gusto, que hacer bien, nunca se pierde. MÚSICOS: ¿No dices que se le acuerde del vestido? FELICIANO: Y es muy justo; da, Galindo dos vestidos de color a estos galanes.
Vanse FELICIANO, FULGENCIO y RICARDO
GALINDO: ¡Qué gentiles gavilanes! ¡Y qué ejemplo de perdidos! ¡Pobre seso y pobre hacienda... MÚSICOS: ¡A, seó Galindo famoso, camarero generoso! GALINDO: ...de este caballo sin rienda. MÚSICOS: De este príncipe, dirá; ¿cómo no nos manda nada pues la guitarra y la espada toda a su servicio está? ¿No hay alguna a quien nos lleve de noche a cantar? GALINDO: Quisiera cantar a cierta platera, más de carbón que de nieve; pero no sé si tenéis letras que toquen historia. MÚSICOS: ¡Historia!... ¿Qué más notoria, si de ellas gusto tenéis, que aquésta del condestable? Dieciséis romances sé. GALINDO: Dadlo al diablo, que no fue la de Orlando tan notable. ¿Qué piensan estos poetas pues, que no hay semana alguna sin don Álvaro de Luna y otros cuarenta planetas? Romances de tres en tres a un enfadoso sujeto; mas, como es luna, en efeto, sale nueva cada mes. Yo querría... MÚSICOS: ¿Qué? ¿Canciones, liras, sonetos, sestinas...? GALINDO: Más calabazas y endrinas, guindas, peras y melones; aquello de ir a Tampico antes que te vuelvas mona. MÚSICOS: Ya lo entiendo: la chacona. GALINDO: Eso, por Dios, le suplico; y encajen también allí cómo se va poco a poco al hospital este loco de mi amo. MÚSICOS: ¿Cómo ansí? GALINDO: Dando y haciendo mercedes a damas, bravos, galanes, y vestidos a truhanes, perdonen vuesas mercedes; vengan y tengan paciencia, que muy presto querrá Dios que nos quedemos los dos a la luna de Valencia.
Vanse y entren FAUSTINO, viejo, y LEONARDA con manto y ESCUDERO
FAUSTINO: Aunque te encuentre en la calle, te he de hablar. ¡Dios te bendiga! que aun sin conocerte, obliga tu gracia, donaire y talle. ¿Dónde bueno por aquí, sobrina? LEONARDA: De misa vengo. FAUSTINO: Iré contigo, que tengo que hablarte. LEONARDA: ¿Qué hablarme? FAUSTINO: Sí. LEONARDA: ¿Sobre qué, por vida mía? FAUSTINO: Allá en casa lo sabrás. LEONARDA: A las mujeres jamás les digas, "Esto querría." Muero por saber lo que es. No llegaré a casa viva. FAUSTINO: Yo quiero hacerte cautiva; lo demás sabrás después. LEONARDA: Sin duda que es casamiento. FAUSTINO: Un caballero te pide. LEONARDA: Haz cuenta, señor, que mide las alas del pensamiento. FAUSTINO: Es muy rico y gentilhombre. LEONARDA: Bastaba ser de tu mano. ¿Es acaso Feliciano? FAUSTINO: ¿Cómo? No conozco ese hombre. LEONARDA: Un mozo que ha pocos días que heredó. FAUSTINO: Ya sé quién es. ¡Jesús, Leonarda, no des en tan locas fantasías. Ése es un mozo perdido, fábula de este lugar; todo rameras, gastar, jugar y vestir lucido. Allá es la conversación, allá las fiestas y cenas, allá de vidas ajenas la injusta murmuración; allá verás el mozuelo, que tiene bien que mirar en su casa, murmurar de las estrellas del cielo. Es de salientes sagrado, es de amantes un asilo. LEONARDA: ¿Qué tiene tan mal estilo? FAUSTINO: ¡Ay de aquel su padre honrado, que ganó tan poco a poco esta hacienda que él despende! Como el trabajo no entiende, despréciala como loco. LEONARDA: ¡Ay de mí!, que aunque os encubro, tío, mi pena y dolor, fíada en sangre y amor, hoy hasta el alma os descubro. Sabed que en conversación ese mozo se ha alabado de que a Leonarda ha gozado, y que por esta racón nadie será mi marido sino es que él mismo lo es. FAUSTINO: ¡Cómo! ¿Eso pasa, después que anda este loco perdido? ¡Vive Dios, que aunque la espada, aunque en causa tan decente como es tu honrra, sustente apenas la mano helada, que le tengo de buscar y decirle que has de ser, a su pesar, su mujer! LEONARDA: Oye. FAUSTINO: No te acierto a hablar.
Vase FAUSTINO
LEONARDO: Señor..., ya se fue...Eso quiero, y que mis deudos, airados, le obligen a los cuidados con que me engañó primero. Darle tengo en cuanto pueda pesadumbre, que mi honor da voces, y dice Amor que más agraviado queda. ¡Triste de mí, que aquí viene! Quiero taparme.
Salen FELICIANO, FULGENCIO y TANCREDO y RICARDO
TANCREDO: No sé con qué pagaros podré, si el alma caudal no tiene; y así, en el que agora muestra, podrá decir con razón que yo salgo de prisión y que ella ha entrado en la vuestra, porque aquellos grillos ya pasan de los pies a ella, porque obligarla es prendella en cárcel que no se irá. FELICIANO: Tancredo, mayor ventura es el dar que el recibir, y así puedo yo decir que es mi obligacion segura. Debo al cielo, que me dio con qué poderos librar, y a vos la causa del dar, pues de esta virtud me honró. No tratéis de esto jamás, que ser el preso os confieso, porque aquél está más preso que dio poco a quien es más. FULGENCIO: No será aquí mal montante esta dama, por mi vida. FELICIANO: ¡Buena presencia! TANCREDO: ¡Escogida! RICARDO: Quedo, que hay puente y gigante. TANCREDO: No temas el escudero, que es un caduco. FELICIANO: Allá voy. ¡Buen talle, a fe de quien soy! ¡Bueno, a fe de caballero! LEONARDA: Bueno o malo, así le agrada a su duelo. FELICIANO: Si lo fuera, estoy por decir que diera... pero todo el mundo es nada. LEONARDA: ¿Así, sois vos aquel hombre que pintan muy liberal? FELICIANO: Liberal en ser leal a quien merece este nombre. LEONARDA: Vos os empleáis muy bien, sino que os pagan muy mal, y para quien es leal la deslealtad no está bien. Huélgome de conoceros. ¡Ay, talle mal empleado en mujer que la han comprado tantos con pocos dineros! FELICIANO: Pesada sois, por mi vida, y algo satírica estáis; mal de mujeres habláis, siéndolo. LEONARDA: Estoy ofendida de que a tal mujer os déis, que estoy contenta de vos. FELICIANO: Queredme vos y, por Dios, que de ese error me saquéis. LEONARDA: No lo creáis, que han probado otros de mucho valor; pero un deshonesto amor vence a todo amor honrado. Los hombres apetecéis tiros, trayciones desvelos, mentiras, cuentos y celos, que es la leña con que ardéis. Yo sé de cierta Leonarda que está muriendo por vos... FELICIANO: No me la mentéis, por Dios, ¡mal fuego la encienda y arda, que es la cosa más pesada que en mi vida conocí! LEONARDA: ¿Qué tiene malo? FELICIANO: Que a mí en todo me desagrada. LEONARDA: ¿Es muy fea? FELICIANO: No es muy fea. LEONARDA: ¿Es necia? FELICIANO: Discreta es.
Entren tapadas en sus mantas DOROTEA y CLARA
CLARA: ¿Es él? DOROTEA: El mismo que ves. CLARA: Cúbrete bien, Dorotea. DOROTEA: Con una mujer está. CLARA: ¡Buen talle! ¿Quién puede ser? RICARDO: Aquí viene otra mujer. FULGENCIO: Tras Feliciano vendrá. Todas siguen su dinero. RICARDO: Son mosquitos de ese vino. DOROTEA: Ya con celos desatino. CLARA: Espera y calla. DOROTEA: Ya espero. LEONARDA: ¿Porqué no amáis a Leonarda, si esas partes confesáis? FELICIANO: Mucho de su parte estáis. LEONARDA: Vos me decís que es gallarda. FELICIANO: Porque pide casamiento, que es capítulo terrible. LEONARDA: ¿Eso os parece imposible, si tiene merecimiento? DOROTEA: No me mandes esperar; llamar quiero, ¡ah, caballero! FELICIANO: ¿Llamáisme a mí? DOROTEA: A vos, que os quiero en cierto negocio hablar. LEONARDA: Si son celos, por mi vida, que de mí no los tengáis. DOROTEA: Celos no, aunque vos podáis dar celos y ser querida. LEONARDA: Pues decid lo que queréis. DOROTEA: ¿Aquí, delante de vos? LEONARDA: ¿Por qué no? DOROTEA: ¡Bueno, por Dios! ¿Luego vos celos tenéis? LEONARDA: Si vos los tenéis de mí, ¿no es bien que de vos los tenga? FULGENCIO: ¡Hay tal cosa! ¡Que esto venga a pasar aquí por ti! LEONARDA: Cuando aqueste galán fuera muy mío, estad vos segura qué temiendo mi ventura, luego al momento os le diera. Soy cobarde para ser celosa de lo que quiero; a solas suspiro y muero, nunca lo doy a entender. Hay damas de lo fingido, de estas que vendibles son, que hacen grande obstentación; todo su amor es rüido. Soy mujer de otra labor; no pido en público celos, porque me han dado los cielos cientas cuartanas de honor. ¿Ese hombre es vuestro galán? DOROTEA: No, sino vuestro, y es justo, pues le hallé con vuestro gusto, y sin él todas se van; parado estaba con vos, hágaos, dama, buen provecho, que de lo visto sospecho que no os queréis mal los dos. FELICIANO: Quedo, señoras, quedito. No peloteen el hombre, que haré que alguna se asombre si la máscara me quito. Una me saca, otra vuelve; ténganse, que harán mil faltas si a jugar pelotas altas celos y amor se resuelve. Digan de quién he de ser y no me arrojen aquí. DOROTEA: Ya os digo que os vais allí, que yo no os he menester. FELICIANO: ¿No las veremos las caras? Quizá son algunas viejas que en la edad corren parejas. DOROTEA: Sí soy; la edad mido a varas. ¡Vaya por su vida allí! LEONARDA: ¡Ea! No sea melindrosa; quizá será alguna diosa de estas de guademecí. ¿Cuánto va que tiene alcoba con paramento delante, vieja y caballero andante? DOROTEA: ¿Quién se lo dijo a la boba? LEONARDA: El talle y modo de hablar, con el manto a lo bellaco. DOROTEA: ¡Oiga, que desata el saco la señora del pajar! LEONARDA: Pues, marquesa de San Sueña, ¿no puedo hablar siendo honrada? DOROTEA: Si era la saya alquilada, ¿por qué no alquiló una dueña? Váyase, por vida mía, con este galán de alcorza, y tome en casa el alforza dos dedos por cortesía. LEONARDA: Esta saya se cortó para quien puesta la tiene; si larga o si corta viene, no tengo la culpa yo. Ésa suya, podrá ser se la diese algún galán de los que en el coro están. DOROTEA: ¡A placer, ninfa, a placer! LEONARDA: ¿Cómo ninfa? De esa duda quiero que salga también; antes le vendrá más bien, si vive, de andar desnuda.
Descúbrese DOROTEA
DOROTEA: Yo soy honrada mujer y dondequiera que sea puedo... FELICIANO: ¡Jesús! Dorotea, ¿qué es esto? DOROTEA: ¿Qué puede ser? Tus damas, tus necios gustos que traes, porque a tus ojos me den iguales enojos. FELICIANO: ¿Yo soy parte en tus disgustos? Dios me quite aquí la vida si sé quién es la mujer...
Descúbrase LEONARDA
LEONARDA: Si lo pudieras saber, fuera de ti conocida, y, siéndolo, me estimaras. Leonarda soy. ¿Qué te admiras, si no es que cuando me miras en mis méritos reparas? Yo soy a quien tanto debes, y mujer que no hallarás quien te diga que jamás... FELICIANO: ¿Cómo, aquí los labios mueves? LEONARDA: ¿Por qué no, con honra tanta? ¿Hay alguno acaso aquí que pueda decir de mí lo que de ésa que te encanta? ¿Dónde estarás que no tengas al lado un competidor cuando a tratar de tu honor entre tus amigos vengas? Vuelve y mira, que Ricardo, aun de los que están aquí, se está burlando de ti. FELICIANO: ¡Esto te sufro! ¡Esto aguardo! ¡Vete, infame, donde calles!
Déla un bofetón
RICARDO: Quedo, no tienes razón. LEONARDA: ¿En mi rostro un bofetón, y en las más públicas calles? ¡Esto sufre la justicia! ¡Esto el cielo! FELICIANO: Aquesta daga haré yo que lugar haga a tu alma y tu malicia. RICARDO: ¡Tente, acaba, que estás loco! FULGENCIO: ¿Qué es aquesto, Feliciano? DOROTEA: ¡Tenelde, por Dios, la mano! LEONARDA: Para mi amor todo es poco. ¡Dejalde! ¡Acábeme ya! ¿Qué mayor ventura y suerte que ver que me da la muerte el que la vida me da? Dichoso rostro, pues gano, ya que yo su esclava fuese, que los hierros me pusiese, del que es mi dueño la mano. ¿Cómo podré yo negar que de Feliciano soy, pues a de su mano estoy herrada en tan buen lugar? Señores, no le culpéis, que yo he dado la ocasion; a todos pido perdón, suplícoos me perdonéis.
Cúbrase. Vase LEONARDA
RICARDO: ¡Si otro su rostro ofendiera, con la daga o con la mano, que no fuera Feliciano, aquí un desatino hiciera! Voyla a acompañar, y quiero que en tu vida me hables más. FELICIANO: Ricardo, Ricardo! RICARDO: Estás ciego y loco; allá te espero.
Vase RICARDO
FELICIANO: Basta, que se va enojado. Todo por servirte ha sido. DOROTEA: Más porque tu amor fingido con esto se ha declarado. Pues tratas otra muger y engañasme de esa suerte, en mi vida pienso verte, ni en tu vida me has de ver. FELICIANO: Oye, escucha, Dorotea, mira que ha un año más... DOROTEA: Déjame. FELICIANO: ¿Dónde te vas? DOROTEA: Donde ninguno me vea.
Vase DOROTEA
FELICIANO: ¡Ah, Clara, tenla, por Dios! CLARA: ¿Qué la tengo de tener, si tienes esa mujer y andas engañando a dos?
Vase CLARA
FELICIANO: Fuesse. FULGENCIO: No te espantes de eso, que es mujer y esta celosa. TANCREDO: Tiene razón, que es hermosa Leonarda. FELICIANO: Yo pierdo el seso, que a ninguna conocí.
Sale GALINDO
GALINDO: En el escritorio están Fabio, Triburcio y don Juan. FELICIANO: ¿Pues qué esperan? GALINDO: Sólo a ti, que la palabra les diste de hacer aquella fïanza, y están con la confïanza de que tú lo prometiste. FELICIANO: ¡Fïar en diez mil ducados, vive Dios, que es grave cosa! Mas también es vergonzosa dejar tres hombres burlados. Todos tres son mis amigos. ¿Pues los amigos qué son? ¿No más de conversación, ser de los gustos testigos, comer, cenar, murmurar, y en llegando el menester, acordarse del placer y huir el rostro al pesar? Fïarlos tengo; camina. FULGENCIO: Contigo iremos los dos. GALINDO: ¡Loco es este hombre, por Dios! TANCREDO: Su buena sangre le inclina a ser amigo de veras, a profesar amistad. ¿Qué quieres? Trata verdad... GALINDO: ¡Quita allá, que son quimeras en siglo tan estragado se mete a ser buen amigo! TANCREDO: Del bien que ha usado conmigo estoy, Galindo, obligado. GALINDO: En esta edad es discreto el que más otro engaña, el que vende, el que enmaraña, el que no guarda secreto; el cambiador, el logrero, el que hace la mohatra, el que el dinero idolatra, el chismoso, el chocarrero, el soplón, falso testigo, el que murmura de todo, el que habla a un mismo modo al amigo y enemigo, el que espera en una esquina al que habla la mujer y para hacerle prender como otro Judas camina; el que envidiando los buenos, todo es envidia y mentira; el que sus vicios no mira y murmura los ajenos. Y así tengo para mí que se pierde Feliciano, que la llave de la mano no se puso en balde allí. Llamarla llave es decir que la mano esté con llave; cuando el dinero se acabe, ¿qué ha de hazer?, ¿dónde ha de ir? TANCREDO: Los amigos que ha ganado le darán favor. GALINDO: ¿Favor? ¡Plega a Dios! TANCREDO: Deja el temor. GALINDO: Temo este reloj errado, que así llamaba un discreto al siglo. TANCREDO: Ven por aquí. GALINDO: Quien ama, teme. TANCREDO: Es ansí, porque es del Amor efeto.
Salen LEONARDA y RICARDO
RICARDO: Digo que si vos queréis, esta noche os le doy muerto. LEONARDA: Aunque es vuestro valor cierto y tal opinión tenéis, os suplico lo contrario. RICARDO: Si lo negáis por temor del daño del vuestro honor, no es conmigo necesario. ¡Vive Dios, que ha de morir al umbral de Dorotea, sin que parte el mundo sea para poderlo impedir! LEONARDA: Si entendéis, señor Ricardo, que adoro en este mancebo, no dudéis que no lo apruebo, porque en mi honor me acobardo. Sin duda le quiero bien, y quiérole bien de suerte que sólo pensar su muerte no hay más muerte que me den. RICARDO: Pues bástame esa razón para quitarle la vida, siendo vos de mí querida cuanto esos méritos son; que quitándole delante y viendo que os obligué, si no mi talle, mi fe os dará ocasión bastante; que el bofetón que él os dio, no os le dio a vos, sino a mí, que puse el alma que os di en el lugar que agravió, y son las pruebas mejores que, dándoos el golpe a vos, vieron en mí más de dos la vergüenza y las colores. Si yo no os hubiera hablado, aún era la obligación de vengar el bofetón digna de un hidalgo honrado. Quedad, señora, con Dios, y esta noche me esperad con las nuevas. LEONARDA: Aguardad, que tengo que hablar con vos. RICARDO: Estoy ya determinado; no hay que tratar.
Vase RICARDO
LEONARDA: Esto es hecho, que le ha de matar sospecho. ¡Oh injusto, oh traidor soldado! ¡Ay, mi bien, que está tu vida en gran peligro! ¿Qué haré? Pero yo le avisaré, por más que el honor lo impida, dondequiera que estuviera, porque un verdadero amar sólo quiere conservar la vida de lo que quiere.
Vase LEONARDA. Salen CLARA y DOROTEA
DOROTEA: ¿Doblaste los mantos ya? CLARA: Ya, señora, los doblé. Triste estás. DOROTEA: Tengo por qué; nuestro pájaro se va. CLARA: Cuando se vaya, te quedan más de cuatro mil ducados, sin otros tantos gastados de las plumas que se enredan. Déjale, y vaya en buen hora, aunque si él ama la dama que hoy has visto, mucho infama su amor y su honor desdora. DOROTEA; ¡Ay, Clara! Nunca los hombres la mano y la daga ofrcezen a las cosas que aborrecen, ni les dicen tales nombres. Sé yo toda la cartilla de esta escuela de querer; siempre el raso y la mujer o se aprensa, o se acuchilla. Ya estará el buen Feliciano poniendo con ansia loca siete mil veces la boca donde una puso la mano. ¡Qué le dirá de regalos! ¡Qué pedirá de perdones! Que hay hombres muy regalones después de unos buenos palos. ¡Pues qué contenta estará la buena de la mujer! Echábasele de ver, porque le abonaba ya. CLARA: No me puedo persuadir que, afrentada, quiera bien. DOROTEA: Todas quieren que las den. CLARA: De comer y de vestir. DOROTEA: No sé lo que dicen, digo. CLARA: Allá dijo un bachiller que era animal la muger que gustaba del castigo. DOROTEA: Paso, Clara, gente viene. CLARA: ¡Por Dios, señora, que es él! DOROTEA: Costarále al moscatel. CLARA: Mesúrate. DOROTEA: Eso conviene.
Salen FELICIANO, FULGENCIO, TANCREDO y GALINDO
FELICIANO: Estarás muy enojada. ¿No hablas? ¡Bueno, por Dios! GALINDO: Más sesgas están las dos que una borrica embarcada. FELICIANO: Alza los ojos del suelo; no des luz en cosa indina ni pongas al sol cortina que dé venganza al del cielo; mira que estás obligada, y, que no es razón, celosa. DOROTEA: Tiéneme muy vergonzosa la desvergüenza pasada. ¡Tú darme celos a mí, y fingir no conocerme para ver descomponerme! FELICIANO: ¡Yo, mi bien! ¡Yo a ti! DOROTEA: Tú a mí. Y después, porque yo viese que tenías muy sujeta una mujer tan discreta, si en no quererte lo fuese, haciendo muy del rufián, le das aquel bofetón. ¿Tú te haces socarrón? ¿Tú eres el tierno, el galán? ¿Tú el llorón, tú el obediente? No fío de vos la cara, hermano, a la que repara que yo soy algo insolente. Vete con Dios, Feliciano, sal de mi casa; no más bofetón y celos das. Pesada tienes la mano. FELICIANO: Tan pesada que compré, de camino, para ti la joya que traigo aquí y que agora te daré. DOROTEA: ¡Jesús!, de gastos excusa. No quiero nada, no, no. CLARA: Muestra, tomaréla yo. ¿Qué es esto? FELICIANO: Lo que se usa, un brinco con cien diamantes; mil ducados me costó. GALINDO: (Los ciento le diera yo Aparte a las dos disciplinantes, y los mil a un escritorio. ¡Ah, pobre seso hechizado! Mas ¿qué ha de darse el cuitado como los cuartos de Osorio?) CLARA: Ea, deja los enojos; mira que te quiere bien. DOROTEA: ¡Ay, Clara! ¿Tú eres también en engañarme a los ojos? No te ciege el interés, que más te importa mi vida, por este traidor perdida.
Habla quedo
¿Qué es eso? CLARA: Una joya es. DOROTEA: ¿Es buena? CLARA: De mil ducados. DOROTEA: Ruégame más. CLARA: Es, señora, mira que llora y te adora; vuelve esos ojos airados. Fulgencio, ruégale tú; ruégaselo tú, Tancredo; Galindo, llega. GALINDO: No puedo. DOROTEA: No me cansés. ¡Ay, Jesú! FULGENCIO: Ea, que estás ya cansada. TANCREDO: Háblale, por vida mía. GALINDO: (¿Hay mayor bellaquería? Aparte ¡Oh, bellaca redomada! ¡Oh, tahura de querer! ¡Oh, guillota de fingir! ¡Que un hombre pueda sufrir engaños de una mujer!) FELICIANO: Háblame, mi bien, pues ya mira que me estoy muriendo. DOROTEA: ¿Qué te he de hablar? GALINDO: (Sí, fingiendo Aparte como hasta agora lo está.) DOROTEA: Aora bien, con condición que no me ha de dar más celos. FELICIANO: No me perdonen los cielos si más te diere ocasión.
Abrázanse
DOROTEA: ¡Qué bien sabes engañarme! GALINDO: (A la trocada lo di.) Aparte FELICIANO: ¿Qué haremos todos aquí?, que quiero desenfadarme. Pero traigan de cenar, y entre tanto jugaremos. FULGENCIO: Si hay mesa, naipes tenemos.
Lléguense a la mesa
FELICIANO: Pues comienza a barajar. Tú, toma aquesos doblones y trae cena bastante, y llama Arsindo, que cante.
Vase GALINDO
GALINDO: Más quien te rece oraciones. TANCREDO: Al parar podéis jugar. FULGENCIO: Estos juego; alce Tancredo. TANCREDO: En las faltriqueras puedo un archero aposentar. Sólo tengo estos papeles de una dama, y que son tales; hago sobre ellos cien reales. FELICIANO: ¿Jugar los favores sueles? ¡Bizarro tahur de amor! Guárdalos porque estén mudos, y juega estos treinta escudos. FULGENCIO: ¿Quién da mano? TANCREDO: La mayor. CLARA: Un gentilhombre embozado, Feliciano, quiere hablarte. FELICIANO: ¿No te ha dicho de qué parte? CLARA: Ya está dentro; oye el recado.
Sale LEONARDA, en hábito de honbre embozada
LEONARDA: Lee este papel. FELICIANO: Sí haré.
Lee
"Ricardo te está esperando para matarte." FELICIANO: ¿Pues cuándo le di causa? ¿A mí, por qué? ¿Queda este infame en la calle? LEONARDA: Allí queda. FELICIANO: Pues los dos venid conmigo. FULGENCIO: Por Dios, que has de afrentalle o matalle.
Vanse FELICIANO, FULGENCIO y TANCREDO
DOROTEA: ¿Esto es pendencia, galán? LEONARDA: Pendencias dicen que son sobre cierto bofetón. DOROTEA: ¿Y son más que los que van? LEONARDA: Sólo es un hombre el que espera. DOROTEA: ¿Quién? LEONARDA: El alférez Ricardo. DOROTEA: No lo hará mal, que es gallardo. LEONARDA: Que no lo fuera quisiera; mas ¿cómo estáis tan sin pena cuando a acuchillarse van? DOROTEA: Porque si no me la dan estoy de sentirla ajena. LEONARDA: ¡Bendígaos el cielo, amén! DOROTEA: Soy de aquesta condición, y por la misma razón vos me parecéys muy bien. LEONARDA: Y vos me agradáis a mí, que sois discreta y hermosa. DOROTEA: Galán mozo. CLARA: Linda cosa. DOROTEA: ¿Queréis asentaros? LEONARDA: Sí. DOROTEA: Entrad y dadme la mano. LEONARDA: Por Dios, que me he de esforzar por hazer salva al lugar donde vive Feliciano.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La prueba de los amigos,  Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002