JORNADA SEGUNDA


[Salen] CORNELIO y ANASTASIO
CORNELIO: Volviendo a lo comenzado, señor, ¿qué piensas hacer? ANASTASIO: Lo que procuro es saber si el príncipe se ha engañado, o qué causa le ha movido a acusar a Rosamira: si fueron celos, o ira, ser llamado, y no escogido; y, cuando desta querella no sepa verdad jamás, por gentileza no más me dispongo a defendella. CORNELIO: Propongo que Dagoberto es vencido en la batalla, y que ella libre se halla de la tormenta en el puerto: ¿tendrás por cosa notoria el poder asegurarte que la razón vino a darte, y no fuerza, la vitoria? Porque de Dios los secretos son tan incomprehensibles, que a veces vemos visibles, de bienes, malos efetos. ANASTASIO: Ya entiendo tus argumentos, y con ellos me das pena. Haga el Cielo lo que ordena; yo honraré mis pensamientos.
[Salen] JULIA y PORCIA
CORNELIO: Los estudiantes son estos de quien los otros burlaron. ANASTASIO: Sus burlas, ¿en qué pararon? CORNELIO: Eran algo descompuestos. Forastero me parece en cierto modo su traje; eso veré en su lenguaje, si el hablallos se me ofrece. PORCIA: Camilo, no te descuides en mostrar en dicho y hecho que eres varón, a despecho de cuantos cuidados cuides. Deja melindres aparte, da a las ternezas de mano, y mira que está en tu mano el perderte o el ganarte. Mira que amor te ha traído, por un nunca visto enredo a ser paje de Manfredo, y paje favorecido: que es principio que asegura buen fin a tu pretensión. JULIA: Tienes, Rutilio, razón; mas no tengo yo ventura, pues, cuando más me acomodo a hacer lo que me ordenas, embebecida en mis penas, se me olvida a veces todo. Mas, ¡ay de mí, desdichada, que éste es el duque, mi hermano! PORCIA: Vuelve el rostro a esotra mano, y vuélvete a la posada; que él no me conoce a mí, y conviéneme hablalle. JULIA: ¿Por dó he de ir? PORCIA: Por esa calle. JULIA: ¿Vendrás presto? PORCIA: Voy tras ti.
Vase JULIA
Buen hombre, ¿sois desta tierra? ANASTASIO: Ni soy della, ni buen hombre. PORCIA: Pues, ¿cómo la vuestra ha nombre? ANASTASIO: Como el cielo que la encierra. CORNELIO: (Querrá decir Rosamira, [Aparte] que es tierra y cielo a do vive. Estas quimeras concibe quien más por amor suspira.) ANASTASIO: Y vos, ¿sois deste lugar, señor estudiante? PORCIA: No. ANASTASIO: ¿Pues de dónde? PORCIA: Aún no sé yo de a dó me podré llamar: que el cielo y tierra, hasta agora, me tratan como estranjero, y ni dél ni della espero ver en mis cuitas mejora. ANASTASIO: ¿Vos con cuitas en edad tan tierna? ¡A fe que me espanta! [PORCIA]: A los años se adelanta tal vez la calamidad; y más cuando son de aquellas que trae el amor en sus alas. CORNELIO: Sus razones no son malas, aunque yo no sé entendellas; mas, con todo, apostaré que está el rapaz traspasado del agudo arpón dorado, como el señor su mercé. ANASTASIO: ¿Amáis, por ventura? PORCIA: Sí; mas no sé si por ventura, aunque alguna me asegura ver ahora lo que vi. ANASTASIO: Pues, ¿qué veis? PORCIA: No será honesto hacer que me ponga en mengua tan fácilmente mi lengua como mis ojos me han puesto; ni vuestro traje me mueve, ni mi deseo, a mostrar lo que en silencio ha de estar hasta que otras cosas pruebe. ANASTASIO: ¿Tan mal os parece el traje? PORCIA: No, por cierto; porque veo que dese rústico aseo es muy contrario el lenguaje, y podrá ser que el sayal encubra el al del refrán. ANASTASIO: ¿De dónde sois? PORCIA: De Dorlán. ANASTASIO: De ahí soy yo natural. ¿Cuánto ha que de allá venistes? PORCIA: Poco más de doce días. ANASTASIO: ¿Qué hay de nuevo? PORCIA: Niñerías, aunque son un poco tristes. ANASTASIO: ¿Y qué son? PORCIA: Que el de Rosena, que el de Dorlán hospedó, a Julia y Porcia robó, como Paris hizo a Helena. ANASTASIO: ¿Tiénese eso por verdad? PORCIA: Sí tiene; mas yo imagino que no lleva más camino que del cielo la maldad. ANASTASIO: ¿Pues qué dicen? PORCIA: Yo entreoí que la Porcia quería bien a Anastasio. ANASTASIO: ¿Cómo? ¿A quién? PORCIA: A Anastasio. ANASTASIO: (¿Cómo? ¿A mí?) [Aparte] ¿A su primo hermano? ¡Bueno! PORCIA: Quizá guïaba su intento por vía de casamiento. ANASTASIO: Deso está mi bien ajeno. Mas, ¿eso qué importa al hecho de roballa? PORCIA: No sé yo; dícese que la sacó el mismo amor de su pecho. Mas deben de ser hablillas del vulgo mal informado. CORNELIO: A mí me han maravillado. ANASTASIO: ¿Pues de qué te maravillas? Di: ¿no puede acontecer, sin admiración que asombre, que una mujer busque a un hombre, como un hombre a una mujer? CORNELIO: Sí puede; y es tan agible lo que dices, que se ve que, en las posibles, no sé otra cosa más posible. ANASTASIO: Como a su centro camina, esté cerca o apartado, lo leve o lo que es pesado, y a procuralle se inclina, tal la hembra y el varón el uno al otro apetece, y a veces más se parece en ella esta inclinación; y si la naturaleza quitase a su calidad el freno de honestidad, que tiempla su ligereza, correría a rienda suelta por do más se le antojase, sin que la razón bastase a hacerla dar la vuelta; y ansí, cuando el freno toma entre los dientes del gusto, ni la detiene lo justo, ni algún respeto la doma. PORCIA: ¡En poca deuda os están las mujeres! CORNELIO: Si así fuera, ni yo este traje trujera, ni él vistiera aquel gabán. ANASTASIO: No es tan poca: que si hago la cuenta, no sé yo paga que a la deuda satisfaga, puesto que en ella me pago. PORCIA: En fin: ¿amáis? ANASTASIO: Alma tengo, y no he de estar sin amor. PORCIA: Hay amor bueno, y mejor. ANASTASIO: Yo con el mejor me avengo. PORCIA: ¿Es labradora? ANASTASIO: El tabarro que me cubre así lo dice. PORCIA: Pues todo lo contradice el talle y horro bizarro; que el tabarro es tosca caja que encierra el fino diamante. CORNELIO: ¡El diablo es el estudiante! ¡Qué bien su razón encaja! Apostaré que mi amo, sin más ni más, le da cuenta de quién es y lo que intenta. Por aquesto le desamo: que presume de discreto, y no ve que es ignorancia, en las cosas de importancia, fïar de nadie el secreto. ANASTASIO: Ahora bien: si vuestra estada no es de asiento en el lugar y queréis conmigo estar en una misma posada, en la que tengo os ofrezco el género de amistad que engrandece la igualdad. PORCIA: Daisme lo que no merezco. Mas heme de despedir primero de un cierto amigo. CORNELIO: Aquesto es lo que yo digo: él se vendrá a descubrir. ANASTASIO: A la insignia del Pavón es mi estancia. PORCIA: Andad con Dios, que mañana soy con vos. ¡Oh venturosa ocasión!
[Vanse] ANASTASIO y CORNELIO
Si al fuego natural no se le pone materia que en la tierra le sustente, volveráse a su esfera fácilmente, que así naturaleza lo dispone. Y el amante que quiere que se abone su fe con afirmar que no consiente en su alma esperanza, poco siente de amor, pues que a su ley justa se opone. Cual sin el agua quedaría la tierra, sin sol el cielo, el aire sin vacío, el mar en tempestad, nunca en bonanza, y sin su objeto, que es la paz, la guerra, forzado sin su gusto el albedrío, tal quedara amor sin esperanza.
[Vase] PORCIA. Salen TÁCITO y ANDRONIO
ANDRONIO: Vamos hacia la prisión de la duquesa, que importa. TÁCITO: Reporta, Andronio, reporta tu arrojada condición: que siempre quieres saber lo que no te importa un pelo. ANDRONIO: Soy curioso. TÁCITO: Yo recelo que aqueso te ha de ofender. Necio llamaré del todo, no curioso, al que se mete en lo que no le compete ni toca por algún modo. Hay algunos tan simplones, que desde su muladar se ponen a gobernar mil reinos y mil naciones; dan trazas, forman Estados y repúblicas sin tas[a], y no saben en su casa gobernar a dos criados. De aquéllos mi Andronio es, y esto lo sé con certeza, que emiendan a la cabeza, y apenas son ellos pies. Llaman con su ceguedad y mal fundada opinión, al recato, remisión; al castigo, crüeldad. El gobierno no les cuadra más justo y más nivelado; siguen del vulgo engañado la siempre mudable escuadra. El que es buen vasallo, atiende a rogar por su señor, si es bueno, que sea mejor; y si es malo, que se emiende. De los viejos que enterramos, fue sentencia singular que el mundo hemos de dejar del modo que le hallamos. ¿Qué te importa a ti si hace bien o mal el duque en esto? ANDRONIO: ¿Hasme oído tratar desto? TÁCITO: Y tanto, que me desplace. Que quemen a la duquesa, no se te dé a ti un ardite. ANDRONIO: Desde hoy más guardaré el chite, y de lo hablado me pesa. TÁCITO: A la espada me remito de Dagoberto en la riña. ANDRONIO: ¿Si vence...? TÁCITO: Pague la niña: que a buen bocado, buen grito. Quien de honestidad los muros rompe, mil males se aplica. ANDRONIO: Cuando la zorra predica, no están los pollos seguros.
[Vanse] TÁCITO y ANDRONIO. Sale PORCIA, como labrador, y JULIA, como estudiante
JULIA: ¿Por qué quieres intentar, Rutilio, tan gran locura? PORCIA: Porque en el mal es cordura no temer, sino esperar; y la negligencia estraga los remedios del dolor, y no quiero yo que amor conmigo milagros haga. El que padece tormenta, si es que de piloto sabe, si puede, guíe la nave a donde menos la sienta. Yo en la mía un puerto veo a los ojos de mi fe, y allá me encaminaré con los soplos del deseo. Ya viste que era tu hermano el labrador que aquí vimos: que los dos le conocimos, aunque en el traje villano; y ha muchos días que sabes, y yo también, por mi mal, que tiene de su caudal el amor todas las llaves, y que Rosamira es la que así le tiene aquí. JULIA: Ya yo te he dicho que sí. PORCIA: Pues dime: ¿ahora no ves que será muy acertada la traza que te he contado? JULIA: Caminas tras tu cuidado; en fin, como enamorada. ¿Que podrás dejarme a solas? PORCIA: ¿A solas dices que estás, quedando con quien podrás contrastar de amor las olas? Ingenio tienes, y brío, y ocasión tienes también para procurar tu bien, como yo procuro el mío. JULIA: ¿Y si te conoce, a dicha? PORCIA: Engañada en eso estás: que él no me ha visto jamás. JULIA: Puede mucho una desdicha. [PORCIA]: Nuestro mucho encerramiento y libertad oprimida, como causó esta venida, cegará su entendimiento. JULIA: Pues si el cielo, mi enemigo, te hiciere conocer, nunca lo des a entender que te veniste conmigo. Sigue a solas tu ventura, que yo seguiré la mía, y el blando amor que nos guía abone nuestra locura. Yo a Manfredo le diré que a la patria te volviste. Mas, ¿qué gente es ésta? ¡Ay triste! PORCIA: No sé; disimúlate.
[Salen] ANASTASIO, MANFREDO y los dos CIUDADANOS
CIUDADANO 1: Es el caso inaudito, y la insolencia del duque de Rosena demasiada, mala en el hecho y mala en la apariencia. ANASTASIO: Cuando del apetito es sojuzgada la razón, no hay respeto que se mire, ni justa obligación que sea guardada. CIUDADANO 2: ¿Quién lo vendrá a entender que no se admire?: que, faltando a la ley del hospedaje, con las prendas del huésped se retire. Y más aquel que debe por linaje, por ser, por calidad, por gentileza, hacer a todos bien, a nadie ultraje. ANASTASIO: Debe de ser de vil naturaleza, o a quien soberbia natural inclina a tan infames hechos de bajeza. Pues a fe que fabricas tu ruïna, Manfredo ingrato: que Dorlán bien suele amansar tu arrogancia repentina. MANFREDO: A un pobre labrador, ¿por qué le duele tanto de Julia y Porcia el robo incierto? Quizá miente la fama. PORCIA: ¿Hablaréle? JULIA: Háblale; pero no te ha descubierto. ANASTASIO: ¡Siempre son ciertas las desdichas mías! MANFREDO: ¿Desdichas tuyas? ¡Bueno estás, por cierto! ANASTASIO: ¿Qué scita vive en sus regiones fieras, qué garamanta en su abrasada arena, o en tierras, si las hay, de amubaceas, que apruebe que un gran duque de Rosena, siendo del de Dorlán huésped y amigo... JULIA: Aquestos argumentos me dan pena. ANASTASIO: ...como astuto ladrón, como enemigo, haberle de sus prendas despojado, sin que diga lo mismo que yo digo: que fue Manfredo ingrato y mal mirado? JULIA: Apostaré que el duque te conoce. PORCIA: Desvíate en buen hora a esotro lado. MANFREDO: Buen hombre, no es razón que se alboroce así vuestro sentido: que a Manfredo no le estima cual vos quien le conoce. JULIA: Que han de reñir los dos tengo gran miedo. PORCIA: Pues, por Dios, que si riñen... JULIA: Calla o vete. PORCIA: Añade a lo que dices: si es que puedo. ANASTASIO: Tampoco no sé yo a qué se entremete a defender un hecho un estudiante donde tan gran pecado se comete. [CIUDADANO] 2: Señores, no paséis más adelante: que si es verdad que el duque hizo tal hecho, aquel que lo defienda es ignorante. ANASTASIO: ¡Vive Dios, que se me arde en rabia el pecho! MANFREDO: ¡Por Dios, que está el villano muy donoso! JULIA: Cuajóse la cuestión; ello está hecho. ANASTASIO: ¿Villano a mí? ¡Escolar sucio y astroso, capigorrón, brodista, pordiosero! MANFREDO: ¡Oh villano otra vez, loco furioso! PORCIA: Mal haré si no ayudo a quien bien quiero. [CIUDADANO] 1: ¿Qué es esto? ¿Con puñal a un desarm[a]do? ANASTASIO: Dejad que llegue aqueste vil grosero. [CIUDADANO] 2: Cada cual de los dos sea bien mirado: miren quién está en medio. MANFREDO: ¿Tanto brío en un villano pecho está encerrado? JULIA: ¿Piedras a mi señor? PORCIA: ¿Piedras tú al mío? JULIA: ¡Oh! ¿También tú, villano? PORCIA: ¡Oh sucio paje! JULIA: Rutilio, di: ¿no es éste desvarío? ¿Bofetada en mi rostro? ¡Ya el coraje ha llegado a su punto, y no es posible que temor o respeto aquí le ataje! [CIUDADANO] 1: Los dos criados, con furor terrible, se han asido también. [CIUDADANO] 2: ¡Ténganse, digo! MANFREDO: ¡Hasta que mate a éste, es imposible! ANASTASIO: ¡No estimo su puñal en sólo un higo! [CIUDADANO] 2: ¡Otra vez digo que se tengan, ea! JULIA: ¡Deja estar los cabellos, enemigo! ¿Quieres, con esparcirlos, que se vea quién somos? PORCIA: Pues, hereje, ¿estásme dando, y no te he yo de dar? [CIUDADANO] 1: Otra pelea es ésta más crüel que estoy mirando. JULIA: ¡Ay, que la boca toda me deshaces! PORCIA: ¡Suelta tú el labio! JULIA: ¡Ya le voy soltando! PORCIA: ¡Acaba de soltar! [CIUDADANO] 1: ¡Quitad, rapaces! JULIA: ¡Ay, que me muerde! PORCIA: ¿Echáisme zancadilla? JULIA: Qué haces, enemigo? PORCIA: Y tú, ¿qué haces? [CIUDADANO] 2: Envainad vos, señor, y esta rencilla quédese así, pues no os importa nada. MANFREDO: ¡Dios sabe por qué gusto diferilla! PORCIA: Quitásteme el gabán, desvergonzada; la mano, digo, que tal fuerza tiene; pero ésta mía me hará vengada. [CIUDADANO] 1: ¿Han visto con qué brío el mozo viene? ¿Y éste es vuestro crïado? ANASTASIO: No, por cierto. MANFREDO: Rutilio, ¿cómo es esto? PORCIA: No conviene que mi designio aquí sea descubierto. MANFREDO: Pues, ¿por qué peleabas con tu hermano? PORCIA: De ignorancia nació mi desconcierto; que, como vi este traje de villano, tan parecido a aquellos de mi tierra, dejarle de ayudar no fue en mi mano. Y creo, si la vista no se yerra, que éste es un mi pariente conocido, que de todo mi gusto me destierra. MANFREDO: El seso, al parecer, tienes perdido; mas no le pierdas tanto que señales pieza por donde yo sea conocido. PORCIA: Seguro está, señor, que ni por males ni bienes que a Rutilio el cielo envíe, dará de ser quién eres las señales, y en tal seguro el tuyo se confíe. MANFREDO: ¿De modo que a la patria quiés volverte? PORCIA: Antes que el tiempo cargue y más enfríe. MANFREDO: ¡Adiós, que yo no quiero detenerte! PORCIA: Mi hermano queda acá. MANFREDO: Gusto infinito. PORCIA: Plega a Dios que en servirte en todo acierte.
Va[n]se MANFREDO y los dos CIUDADANOS
JULIA: Dime, Rutilio: ¿a dicha, qued[a] escrito en el alma el rencor que hemos mostrado? PORCIA: A la ocasión y al gusto le remito. JULIA: ¿Iré de tu buen pecho confïado? PORCIA: Pues, ¿quién lo duda? JULIA: ¡Adiós, pues, firme amigo!
Vase JULIA
PORCIA: ¡Adiós, mocito mal aconsejado! Ya me tienes, señor, aquí contigo; a tu gusto me manda, que yo espero que amor me ha de ayudar al bien que sigo. ANASTASIO: Pues yo de todo bien ya desespero. ¡Oh amor, que con la vida me atropellas la honra, pues sin ella vivo y muero! Allí llega el ardor de sus centellas, donde pueda quitar el sentimiento de las cosas que es muerte el no tenellas. Julia, robada; el duque, en salvamento; yo, a quien el caso toca, descuidado con el cuidado que en el alma siento. De un estudiante vil mal afrentado; socorrido de un pobre pastorcillo, aunque en esto me doy por bien pagado. Padezco el mal; no sé a quién descubrillo; mas, aunque lo supiese, no osaría, pues no es para sufrillo ni decillo. PORCIA: Si acaso éste no fuera el primer día que de buena amistad te doy la mano, pudiéraste fiar de la fe mía. Acomódome al traje de villano por servirte en el tuyo: señal clara que soy de proceder fácil y llano. Si en algunos escrúpulos repara tu voluntad, el tiempo tendrá cargo de mostrarte la mía abierta y clara. Yo de serte fïel sólo me encargo, con pecho noble, sin torcido enredo, sin que dificultad me ponga embargo. ANASTASIO: Sabrás...; basta, no más. PORCIA: ¿Que tienes miedo de descubrirte a mí? Pues yo te juro, por todo aquello que jurarte puedo, que puedes sin escrúpulo, al seguro, fïar de mí cualquier tu pensamiento. ANASTASIO: Conviéneme creer que estoy seguro; porque para salir con el intento que tengo, sólo entiendo que tú eres el más fácil y cómodo instrumento; y es menester, si gusto darme quieres, que, fingiendo ser moza labradora... ¿De qué te ríes? PORCIA: Di lo que quisieres, que no me río, a fe. ANASTASIO: Si es que no mora voluntad en tu pecho de servirme, dímelo, y callaré luego a la hora. PORCIA: No digo de mujer; pero vestirme de diablo lo haré, pues que te agrada, con prompta voluntad y ánimo firme. ANASTASIO: Serás de mí tan bien gratificado, que iguale a tu deseo el beneficio. PORCIA: Quedo en sólo servirte bien pagado. Prosigue, pues. ANASTASIO: Ha dado en sacrificio un amigo su alma a la duquesa, que está acusada de un infame vicio. No se puede saber, como está presa, si tiene culpa o no, y él, sin sabello, duda el ser defensor de tal empresa. A mí me ha dado el cargo de entendello, y, con este gabán disimulado, ha algunos días que he entendido en ello. PORCIA: ¿Y has alguna verdad averiguado? ANASTASIO: Ninguna. PORCIA: Pues, ¿qué ordenas? ANASTASIO: Que te pongas en el traje que digo disfrazado, y a dar a Rosamira te dispongas un papel, y a sacarle de su pecho cuanto tuviere en él. PORCIA: Como compongas bien el rústico traje, ten por hecho lo que pides. ANASTASIO: La entrada está segura, dejando al carcelero satisfecho. Has de llevar el rostro con mesura. PORCIA: Para una labradora, poco importa; basta que lleve el pecho con cordura. La carta escribe y la partida acorta, que yo de parecer mujer no dudo. ANASTASIO: Habla sutil, y en pláticas sé corta. PORCIA: ¡Ah ciego amor, de pïedad desnudo, y en qué trance me pones! ANASTASIO: ¿Te arrepientes? PORCIA: Nunca del buen intento yo me mudo. Aunque tuviera el caso inconvenientes mayores, con mi industria los venciera y buscara los medios suficientes. ANASTASIO: Si supieses la paga que te espera, cual yo la sé, mancebo generoso, a más tu voluntad se dispusiera: que soy otra persona que este astroso hábito muestra. PORCIA: Y yo seré un crïado para ti el más fïel y cuidadoso que se pueda hallar en lo crïado.
[Vanse]. Sale[n] MANFREDO y JULIA
MANFREDO: ¡Brïoso era el villano! JULIA: Y atrevido además, según dio muestra. MANFREDO: Y muy necio tu hermano. JULIA: La juventud lo causa, poco diestra en lazos de importancia. MANFREDO: ¿Volvióse? JULIA: ¡Y no le arriendo la ganancia! MANFREDO: Torna, pues, ¡oh Camilo!, y dime aquello que decías agora, usando el mismo estilo: que el modo de decirlo me enamora, y el caso me suspende. JULIA: Pues dello gustas, buen señor, atiende. Llegóse a mí un mancebo de agradable presencia, bien tratado, con un vestido nuevo, que creo que por éste fue trazado; llegóse, como digo, y díjome: "Escuchadme, buen amigo." Volví, miréle, y vile lloviendo perlas de sus bellos ojos; la mano entonces dile, de lástima movido, y él, de hinojos, temeroso tomóla, y, bañándola en lágrimas, besóla. Yo, del caso espantado, le alcé y le pregunté lo que quería; él, casi desmayado, me dijo que merced recibiría si un poco le escuchase en parte donde naide nos notase. Llevéle a mi aposento; sentóse, sosegóse, y después dijo con desmayado aliento, con voz turbada y anhelar prolijo: "Yo soy...," y calló luego, y el rostro se le puso como un fuego. Por estos movimientos conocí que vergüenza le estorbaba a decir sus intentos; y como yo sabellos deseaba, lleguéme a él, diciendo razones que le fueron convenciendo. En fin, dellas vencido, tras de un suspiro doloroso, ardiente, ya el rostro amortecido, el codo y palma en la rodilla y frente, dijo: "Yo soy aquella a quien persigue su contraria estrella. Yo soy la sin ventura que, a la primera vista de unos ojos, sin valor ni cordura, rendí la libertad de los despojos de la honra y la vida, pues una y otra cuento por perdida. Yo soy Julia, la hija del duque de Dorlán, cuyo deseo ya no hay quien le corrija; ni el cielo ofrece, ni en la tierra veo remedio al dolor mío, y es bien que no le tenga un desvarío." Quedé, en oyendo aquesto, bien como estatua mudo, y, sin hablalla, quise escuchar el resto, temiendo con mi plática estorballa; y prosiguió diciendo lo que me fue encantando y suspendiendo: "Yo dijo vi a Manfredo, aqueste dueño venturoso tuyo que ya no tengo miedo, ni de contar, y más a ti, rehuyo la mal tejida historia, digna de infame y de inmortal memoria. Teníame mi padre encerrada do el sol entraba apenas; era muerta mi madre, y eran mi compañía las almenas de torres levantadas, sobre vanos temores fabricadas. Avivóme el deseo la privación de lo que no tenía que crece, a lo que creo, la hambre que imagina carestía; mas no era de manera que yo no respondiese a ser quien era. Hasta que mi desdicha hizo que este Manfredo huésped fuese de mi padre, que a dicha tuvo que la ocasión se le ofreciese de mostrar su grandeza sirviendo a un duque de tan grande alteza. En fin, yo, de curiosa, un agujero hice en una puerta, que a la vista medrosa, y aun al alma, mostró ventana abierta para ver a Manfredo. Vile, y quedé cual declarar no puedo." Ni aun yo puedo contarte más por agora, porque gente viene. MANFREDO: Vamos por esta parte, que está mas fresca y menos gente tiene. Anda, que estoy suspenso, y vame dando el cuento gusto inmenso.
[Vanse MANFREDO y JULIA. Sale PORCIA, como labradora, con un canastico de flores y fruta
PORCIA: Amor, bien será que abajes mi vida a tu proceder, pues no me quieres comer, aun hecha tantos potajes. Primeramente pastor me hiciste, y luego estudiante, y, andando un poco adelante, me volviste en labrador, para labrar mis desdichas con yerros de tus marañas: que éstas son de tus hazañas las más venturosas dichas. Flores llevo, donde el fruto que cogeré ha de ser tal, que al corazón de mortal le sirva [y] de triste luto. Papel que vas encerrado entre estas flores, advierte que eres sierpe que a mi muerte ha el amor determinado. No pienses, yendo conmigo, ver tu intención declarada: que no he de poner la espada en manos de mi enemigo. Tú de mi alma lo eres, y éstos del cuerpo lo son.
[Salen] TÁCITO y ANDRONIO
¡Del diablo es esta visión! ¡Vade retro! ¿Qué me quieres? TÁCITO: ¡Oh, qué buen rato se ofrece con la pulida villana! PORCIA: ¡Por Dios, que vengo de gana! ANDRONIO: Bonísima me parece. ¿Qué es lo que cogió del suelo? TÁCITO: Algo que se le cayó; o tú llega, o llego yo. PORCIA: Algún mal caso recelo; que éstos son grandes bellacos, y me tienen de embestir. ¡Oh, quien pudiera huir el encuentro destos cacos! TÁCITO: Mi señora labradora, vengáis con los años buenos, de paz y abundancia llenos. ANDRONIO: Vengáis muy mucho en buen hora. TÁCITO: ¿Qué trae aquí, por mi vida? ¡Oh, pese a quien me parió! ANDRONIO: ¿Diote? TÁCITO: Sí. ¡Y cómo que me dio! La mano tengo aturdida. ¡Con otro me has de pagar el garrote que me has dado! PORCIA: ¡Que me roban en poblado! ¿No hay quien me venga a ayudar? ¡Que me roban, ay de mí! ¡Ladrones, dejad la cesta!
Sale el CARCELERO
¿Qué soledad es aquésta? ¿Naide pasa por aquí? CARCELERO: ¿Qué es esto, desvergonzados? TÁCITO: Ojo, el señor, ¿con qué viene? Bien parece que no tiene los amplíficos cuidados ni la cuenta del negocio de los dolientes distintos, cuando destos laberintos es la propria causa el ocio. CARCELERO: ¿Qué es lo que decís, malditos? ANDRONIO: Que se vaya dilatando en paz, con el cómo y cuándo; tenga los ojos marchitos, porque nos cumple acabar con aquesta labradora. CARCELERO: Y vos, ¿qué decís, señora? PORCIA: Que me querían robar aquesta fruta que llevo a la señora duquesa. CARCELERO: ¿A la presa? PORCIA: Sí, a la presa. TÁCITO: Nego. ANDRONIO: Probo.
Meten la mano en el canastillo y comen de la fruta
TÁCITO: Y yo las pruebo. CARCELERO: ¡Hideputa, sinvergüenza! ¡Andad, bellacos, de aquí! TÁCITO: Nunca el comer puso en mí género de desvergüenza. ANDRONIO: Agradezca la villana que ha tenido buen padrino; mas si hacéis otro camino, yo reharé mi sotana. TÁCITO: ¡Mal haya la suerte avara! ANDRONIO: Vamos, amigo, a lición...
[Vanse] TÁCITO y ANDRONIO
CARCELERO: Tan grandes bellacos son como los hay en Ferrara. Vamos, labradora, a donde podáis ver a la duquesa, que en mi poder está presa. PORCIA: Guíe, que no sé por dónde.
[Vanse]. Salen MANFREDO y JULIA
MANFREDO: Prosigue, que no hay gente que aquí nos pueda oír. JULIA: La desdichada prosiguió en voz doliente su historia, en desvaríos comenzada, y dijo: Vi a Manfredo, vile, y quedé cual declarar no puedo: que en un instante pudo y quiso amor, con mano poderosa, de pïedad desnudo, la imagen de Manfredo generosa grabar así en mi alma, que della luego le entregué la palma. Volvíme a mi aposento, llevando en la memoria y en el seno, con gusto y descontento, la mirada belleza y el veneno de amor que me abrasaba y la virtud honrosa refriaba. Hice discursos varios, fundé esperanzas en el aire vano, atropellé contrarios, dile al Amor renombre de tirano y de señor piadoso, y al cabo el entregarme fue forzoso. Dejé mi padre, ¡ay cielos!; dejé mi libertad, dejé mi honra, y, en su lugar, recelos y sujeción tomé, muerte y deshonra; y a buscar he venido este huésped apenas conocido. Hoy en tu compañía le he visto, y, aunque en traje disfrazado, como en el alma mía traigo su rostro al vivo dibujado, al punto conocíle; vile, alegréme, y hasta aquí seguíle. "Quiero, pues, ¡oh mancebo! y esto cubriendo perlas sus mejillas, hincándose de nuevo ante mí, visión bella, de rodillas; quiero dijo que digas al tuyo, que es mi dueño, mis fatigas. Que yo no tengo lengua para decir mi mal, ni la dolencia mi honestidad y mengua, para poder ponerme en su presencia. Tú a solas le relata, la muerte con que amor mi vida mata; que no estará tan duro cual peñasco al tocar de leves ondas, ni cual está al conjuro del sabio encantador, en cuevas hondas, la sierpe, en esto cauta, ni cual airado viento al Euste nauta. No le habrán leche dado leonas fieras de la Libia ardiente, ni habrá sido engendrado de algún cíclope bárbaro inclemente, para que no se ablande oyendo mi dolor y amor tan grande. Rica soy y no fea, tan buena como él en el linaje, si ya no es que me afea y me deshonra este trocado traje; mas, cuando amor las causa, en todas estas cosas pone pausa. Rosamira infamada, justamente impedido el casamiento, yo dél enamorada, cual la tierra del húmido elemento: si esto no es desvarío, ¿quién lo podrá estorbar que no sea mío?" Esto dijo, y al punto dejó caer los brazos desmayados, quedó el rostro difunto, los labios, que antes eran colorados, cárdenos se tornaron, y sus dos bellos soles se eclipsaron. Levantósele el pecho, su rostro de un sudor frío cubrióse, púsela sobre el lecho, de allí a un pequeño rato estremecióse, volvió en sí suspirando, siempre lágrimas tiernas derramando. Consoléla y roguéla que en aquel aposento se estuviese, sin temor de cautela, hasta que yo su historia te dijese. Encerrada la dejo: ¡mira si es raro de mi cuento el dejo! MANFREDO: Y tan raro, que no puedo persuadirme a que es verdad; aunque amor y liviandad no se apartan por un dedo. ¿Y que queda en tu aposento? JULIA: Como digo, sin mentir. MANFREDO: No me pudiera venir nueva de mayor contento. JULIA: Luego, ¿piénsasla gozar? MANFREDO: Mal me conoces, Camilo: que tan mal mirado estilo no se puede en mí hallar. JULIA: Pues, ¿qué piensas hacer della? MANFREDO: Envïalla al padre suyo: que con esto restituyo mi inocencia y su querella. JULIA: ¡Mal pagas lo que te quiere! MANFREDO: La honra se satisfaga: que un torpe amor esta paga y aun otra peor requiere. JULIA: ¿Amar tan alto sujeto es error? MANFREDO: Y conocido: porque amor tan atrevido, aunque es amor, no es perfeto. Es el amor, cuando es bueno, deseo de lo mejor; si esto falta, no es amor, sino apetito sin freno. Con todo, vamos a vella; pero no es bien miralla, que en tales visitas se halla ocasión para perdella; que yo no soy Scipión ni A[l]ejandro en continencia, para hacer la experiencia de mi blanda condición; y yo soy de parecer, y la experiencia lo enseña, que ablandarán una peña lágrimas de una mujer. JULIA: Si no te ablanda su amor, no lo hará su hermosura. MANFREDO: Con todo, será cordura hüir del daño mayor. Si la recibo, me hago en su huida culpado; si la vuelvo, habré mostrado que a ser quien soy satisfago, excusaré el desafío, cobraré el perdido honor. JULIA: ¡Oh! ¡Mal haya tanto amor, mal pagado y mal nacido! ¡Desdichada de la triste que te quiso sin porqué! [MANFREDO]: En esos trances se ve quien su gusto no resiste. Pero vámonos a casa, que, con todo, pienso vella. JULIA: Quizá vendrás a querella. MANFREDO: No es mi fuego desa brasa.
[Vase] MANFREDO
JULIA: ¡Ay, crüel, cómo te vas, triunfando de mis despojos! ¿Qué consejo en mis enojos es, ¡oh Amor!, el que me das? En gran confusión me veo. ¿Quién me podrá aconsejar? En fin, habré de acabar a las manos del deseo.
[Vase JULIA]. Sale ROSAMIRA con un manto hasta los ojos
ROSAMIRA: Quien me viere desta suerte, juzgará, sin duda alguna, que me tiene la fortuna en los brazos de la muerte. Pues no es así: porque Amor, cuando se quiere extremar, con el velo del pesa[r] suele encubrir su favor. Honra, eclipse padecéis porque entre vos y mi gusto la industria ha puesto un disgusto, por el cual escura os veis; mas pasará esta fortuna que así vuestra luz atierra como sombra de la tierra, puesta entre el sol y la luna.
[Salen] el CARCELERO y PORCIA
CARCELERO: Veisla ahí; habladla, y luego os salid con brevedad. [PORCIA]: ¡Ay obscura claridad! ¡Mal haya el vendado ciego! ¡Mirad cuál la tiene puesta! ROSAMIRA: Pues, amiga, ¿qué buscáis? PORCIA: Señora, que recibáis lo que traigo en esta cesta, que son unas bellas flores con alguna fruta nueva. ROSAMIRA: ¡Vos sola habéis hecho prueba de consolar mis dolores! Sentaos aquí par de mí, y esas flores me mostrad, y ese rebozo os quitad. PORCIA: Señora, veislas aquí; pero sentarme, eso no. El embozo, ya le quito. ROSAMIRA: Sentaos conmigo un poquito; basta que lo diga yo. PORCIA: Estaba determinada, señora, de no lo hacer; mas dicen que es mejor ser necia, que no porfïada, y así, me asiento y suplico, si mi ruego puede tanto, que os alcéis del rostro el manto otro poco, otro tantico. ROSAMIRA: Vesme descubierta, amiga; que a más fuerza tu cordura. PORCIA: ¡Jesús! ¿Que tanta hermosura ha puesto en tanta fatiga? ROSAMIRA: Amiga, déjate deso, y dime: ¿qué te movió a venirme a ver? PORCIA: Sé yo que fue de amor el exceso, y el ver que ya el señalado plazo llega a más correr, adonde el mundo ha de ver tu inocencia o tu pecado; y querría ver si puedo serte en algo de provecho, antes de llegar al hecho que al más fuerte pone miedo; que es Dagoberto valiente. ROSAMIRA: Así le conviene ser quien tiene de defender que es culpada la inocente. Sale del curso ordinario el caso de mi porfía, porque está la salud mía en la lengua del contrario. Quien me deshonra ha de ser el mismo que me ha de honrar, y esto me hace callar y culpada parecer. Mas, dime: ¿acaso has oído qué se hizo el de Rosena? PORCIA: Por todo el lugar se suena que volvió al suyo corrido. Otros la culpa le dan de que la hija sacó, cuando alegre le hospedó el gran duque de Dorlán, y con ella otra su prima; pero yo sé que es mentira. ROSAMIRA: ¡Ya no es sola Rosamira a quien Fortuna lastima! PORCIA: Y esta su prima es hermana de Dagoberto el traidor. ROSAMIRA: ¡Sabes muy poco de amor, discreta y bella aldeana! PORCIA: El hijo del de Dorlán se suena que te defiende. ROSAMIRA: ¿Quién lo dice? PORCIA: Quien lo entiende. ROSAMIRA: ¡En vano toma ese afán! Mas su intención le agradezco, porque, al fin, es de quien es. PORCIA: Que él no pida el interés, aunque venza, yo me ofrezco; porque por su gentileza lo hace, y no por su amor. ROSAMIRA: Así mostrará mejor su valentía y nobleza. Pero, puesto que él venciese, con él no me casaré. PORCIA: Pues, ¿por qué? ROSAMIRA: Yo sé el porqué. PORCIA: ¿Y si él el premio pidiese? ROSAMIRA: No llegará a aquese extremo, si me vale mi justicia; mas, como reina malicia, de cien mil azares temo. Ven conmigo a otro aposento, labradora de mi vida, que en parte más escondida te quiero hablar un momento; que me ha dado el corazón que el Cielo aquí te ha traído para que en gozo cumplido vuelvas mi amarga prisión. Ven, que ya en tu voluntad está mi vida o mi muerte, mi buena o mi mala suerte, mi prisión o libertad. PORCIA: Vamos, señora, do quieres, y de mí daré a entender que te puedes prometer aun más de lo que quisieres: que desde aquí te consagro la voluntad y la vida. ROSAMIRA: Sin duda que tu venida ha sido aquí por milagro.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

El laberinto de amor, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002