JORNADA TERCERA


Salen MANFREDO y JULIA
MANFREDO: ¿Que se fue? JULIA: Como lo cuento. MANFREDO: Pues, ¿por qué no la tuviste? JULIA: Porque muy mal se resiste un determinado intento. Apenas abrí la puerta, cuando dijo: "Amigo mío, yo sé que mi desvarío en ninguna cosa acierta. No digas al duque nada, pues sé que no ha de importar, y es mejor el acabar con mi muerte esta jornada. ¡Quédate a Dios!" Y salióse, sin podella resistir; y, aunque la quise seguir, al punto desparecióse. MANFREDO: Mucho descuido has tenido. ¿Por dó se fue? JULIA: No sé, a fe. MANFREDO: ¿Que es posible que se fue? JULIA: Del modo que he referido. Mas, si no la puedes ver, mejor es que no esté en casa. MANFREDO: ¿No sabes ya lo que pasa? JULIA: Más de lo que he menester. (¡Ay de mí, cómo me veo, [Aparte] puesta en dudosa balanza, esperando la esperanza cuando revive el deseo! MANFREDO: ¿Qué es lo que dices? JULIA: No, nada: sólo digo que va tal, que será el fin de su mal acabar desesperada. MANFREDO: En eso echarás de ver, Camilo, bien claramente, que apenas hay acidente que sea bueno en la mujer. Quieren do han de aborrecer, vanse de adonde han de estar, temen donde han de esperar, esperan do han de temer. JULIA: Pues si la vuelvo a encontrar, ¿quieres, señor, que la diga que te duele su fatiga? MANFREDO: A nadie supe engañar; mas dile lo que quisieres, como hagas que la vea. JULIA: De modo haré que así sea, si haces como quien eres. MANFREDO: ¿Qué es lo que tengo de hacer? JULIA: Ni reñilla, ni afrentalla, ni al padre suyo envïalla. MANFREDO: No sé cómo podrá ser. Sin duda, te dejó el pecho blando Julia con su llanto. JULIA: Tanto, que, a entender tú el cuánto, ya la hubieras satisfecho. ¿Lágrimas eran aquellas para no ablandar un canto? Y ¿hay cielo que se alce tanto do no alcancen sus querellas? ¡Ah, señor Manfredo! MANFREDO: A fe, Camilo, que estás rendido. JULIA: Tengo el corazón herido de lo que en Julia noté. El agradable reposo, las razones tan sentidas, aquellas perlas vertidas por aquel rostro hermoso; los desmayos, los temores, la vergüenza y sobresaltos, el darle el corazón saltos, en fin, el morir de amores, con otras cosas que, a vellas tú, señor, como las vi, así como han hecho a mí, te ablandaran sus querellas. MANFREDO: Vamos; que, pues ya se fue, no hay della tratarme más; mas si vuelve, le dirás... JULIA: ¿Qué? MANFREDO: ¡Por Dios, que no sé qué! Dicen que dejan hablar ya a la presa Rosamira. JULIA: Esa cuerda es la que tira de tu gusto y mi pesar. MANFREDO: Y he de procurar, si puedo, hablalla, porque me importa. JULIA: (¡En fin, mi ventura es corta; [Aparte] no hay que esperar en Manfredo! Mas, antes que el fin funesto llegue que temo y deseo, yo echaré de mi deseo en la plaza todo el resto.
[Vanse] JULIA y MANFREDO. Sale ROSAMIRA con el vestido y rebozo de PORCIA, y PORCIA sale con el de ROSAMIRA, con el manto hasta cubrirse todo el rostro
ROSAMIRA: Abrázame, y a Dios queda, y de mi palabra fía. PORCIA: Advertid, señora mía, que es varïable la rueda de la Fortuna, y que es bien que a la prisión no volváis; porque, aunque sin culpa estáis, hasta agora no veo quién os defienda. ROSAMIRA: Yo haré en eso lo que a entrambas más importe. PORCIA: Dad en vuestras cosas corte sin temor de mi suceso: que a mí no me han de matar por hacer tan buena obra, y yo sé que mi alma cobra en ella un bien singular, y en que vos no parezcáis está este bien escondido. Idos, que siento rüido. ROSAMIRA: Yo volveré.
[Vase.]
PORCIA: No volváis.
Entra el CARCELERO, en la mano un manto, la mitad de arriba abajo de tafetán negro, y la otra mitad de tafetán verde
CARCELERO: ¡Vais norabuena, labradora hermosa! Si de volver gustáredes, prometo de daros puerta franca a todas horas, y aun a todos aquellos que quisieren comunicar con mi señora. PORCIA: Bueno. CARCELERO: No, sino no le den al delincuente procurador, y niéguenle abogado, ciérrenle los caminos y los medios de su defensa, tápenle la boca; quedarse ha a buenas noches de la vida. ¡Oh señora! ¿Aquí estabas? Yo te hacía en el otro aposento, donde sueles en ciega obscuridad pasar los días. Orden es de tu padre que te pongas mañana, cuando salgas a la plaza, al triste, temeroso, amargo trance, este manto que ves, de dos colores. Ha ordenado también que te acompañen la mitad de su guarda con insignias de dolor y tristeza, y que asimismo vaya la otra mitad de gala y fiesta. Al lado izquierdo has de llevar, señora, al verdugo, blandiendo el terso acero, instrumento mortal que te amenace a muerte irreparable si, por dicha, venciere Dagoberto en tu deshonra. De verde lauro una corona hermosa al diestro lado ha de llevar un niño, para que del suceso que resulte, alegre o triste, o ya el cuchillo corra por tu bella garganta, o ya tus sienes del vitorioso lauro veas ceñidas. Esto vengo a decirte, y no otra cosa. ¿No me respondes? Pues a fe que sabes la voluntad que tengo de servirte, y que, como el soltarte no me pidas, porque, en fin, soy leal al señor mío, que no habrá cosa que por ti no haga, y así, una pura voluntad te ofrezco. ¿Qué me respondes? PORCIA: Que te lo agradezco.
[Vase] PORCIA
CARCELERO: ¡Extraño silencio es éste! ¡Mucho me da que pensar! ¡Mas téngola de ayudar, aunque la vida me cueste!
[Salen] ANASTASIO y CORNELIO
CORNELIO: De un mozo no conocido fïarte así, ¿quién tal vio? ANASTASIO: ¿Pues qué he de hacer? CORNELIO: ¿Qué sé yo? ANASTASIO: ¿Hase de ir así vestido? CORNELIO: Con todo, digo que fue error conocido y claro. ANASTASIO: A lo hecho no hay reparo. Mas, ¿no es éste? CORNELIO: ¿Yo qué sé?
Sale ROSAMIRA con el embozo
ANASTASIO: Él es. Vengas en buen hora, Rutilio, mi buen amigo. CORNELIO: Tal estás, que afirmo y digo que eres pura labradora. ANASTASIO: No porque estemos los dos, vaya[s] el caso encubriendo. ROSAMIRA: Hermanos, yo no os entiendo; dejadme, y andad con Dios, que no soy la que pensáis. ANASTASIO: No es de Rutilio la habla. ¡Mal mi negocio se entabla! ¿Pues quién sois? ¿Adónde vais? O ¿quién os dio este vestido? Porque le conozco yo. ROSAMIRA: Mi dinero me le dio. ANASTASIO: Y el vendedor, ¿quién ha sido? Porque hasta que lo digáis, no habéis de pasar de aquí. ROSAMIRA: ¡Desventurada de mí; mal término es el que usáis! No me quitéis el embozo, porque a fe que os cueste caro. ANASTASIO: ¡En amenazas reparo! Venga el vestido, o el mozo. ¿Qué dije? Muy mal hablé: este vestido os demando.
Sale[n] DAGOBERTO y un criado suyo
DAGOBERTO: Alza los ojos, mirando si la ves. ROSAMIRA: Ya me escapé; porque aquéste es Dagoberto, a quien yo vengo a buscar. ANASTASIO: Pues qué, ¿piénsaste escapar? ROSAMIRA: Tenga; si no, juro, cierto... DAGOBERTO: ¿Qué pendencia es ésta, amigos? ROSAMIRA: Príncipe, hablarte quisiera a solas, si ser pudiera, o no con tantos testigos. Y, para facilitallo, mira quién soy.
Descúbrese ROSAMIRA a sólo DAGOBERTO
DAGOBERTO: ¿Qué es aquesto? Amigos, váyanse presto. ANASTASIO: En gran confusión me hallo: que éste no es Rutil[i]o; no, puesto que trae su vestido. CORNELIO: Algún mal le ha sucedido. ANASTASIO: ¿Mal ha de ser? CORNELIO: No sé yo. ANASTASIO: Yo he de hablar a Rosamira, y della lo he de saber. CORNELIO: A mucho te quiés poner. DAGOBERTO: Señora, el verte me admira. ¿Cómo vienes deste modo? ¿Quién te puso en este traje? [ROSAMIRA]: El tiempo, que es corto, ataje el darte cuenta de todo. Sólo vengo a que me lleves luego a Utrino. DAGOBERTO: ¿Cómo así? ROSAMIRA: Y lo ordenado hasta aquí, ni lo intentes, ni lo pruebes. No quiero en un cadahalso verme puesta, hecha terrero del vulgo bajo y grosero, ni a ti juzgado por falso. DAGOBERTO: ¿Tienes más que me decir? ROSAMIRA: No. DAGOBERTO: ¿Ni veniste a otra cosa? ROSAMIRA: No. DAGOBERTO: Mi aldeana hermosa, mal me sabéis persuadir. Vamos; que yo daré medio a lo que más nos importe. ROSAMIRA: Yo no sé otro mejor corte. DAGOBERTO: Mil tiene nuestro remedio.
[Vanse] ROSAMIRA, DAGOBERTO y su criado. Salen el CARCELERO, MANFREDO y JULIA
CARCELERO: Señor, yo os pondré con ella; y, pues venís por su bien, a los dos nos está bien: a mí, mostralla; a vos, vella. Si la prisión os he abierto, es que me da el corazón que tiene poca razón el príncipe Dagoberto. Esperad aquí un poquito; entraré a llamalla yo. MANFREDO: Camilo, vete. CARCELERO No, no; estése aquí el pajecito: que mejor es que haya gente, por carecer de sospechas.
[Vase] el CARCELERO
JULIA: ¡Ay triste, con cuántas flechas me hiere Amor inclemente! MANFREDO: ¿Qué dices, Camilo? JULIA: Digo que es Julia muy desdichada. MANFREDO: No anduvo en irse acertada. JULIA: Fue huyendo de su enemigo. MANFREDO: Ésta es la duquesa; calla. JULIA: ¡Qué cubierto el rostro tiene! CARCELERO: Digo, señora, que viene a hacer por vos batalla;
Sale[n] PORCIA y el CARCELERO
y es de gentil contenencia y de persona despierta. Yo me quiero ir a la puerta, por si viene su excelencia.
Vase el CARCELERO
MANFREDO: Aunque de quien sois se infiere y nace seguridad que no os toca la maldad que os ahíja el que no os quiere, será bien que vuestra lengua descubra lo que hay en esto, porque su silencio ha puesto a vuestro crédito en mengua. Quien lleva en el desafío a la razón de su parte, de hombre tierno, se hace un Marte; de flaco y torpe, con brío. Si estáis sin culpa, no os pene que Dagoberto sea tal, que el mundo no le dé igual en cuantos valientes tiene; porque sabed, Rosamira, que los filos de verdad cortan con facilidad las armas de la mentira. Y si acaso estáis culpada, y de amor la culpa fue, asimismo probaré con el contrario mi espada: que en fe de que él no hizo bien en descubrir lo secreto, de mi vitoria os prometo que os den más de un parabién. Y soy persona que puedo prometer esto y aun más. ¿Para qué en silencio estás? Habla: desecha ya el miedo. PORCIA: Esta noche, y no durmiendo, porque entre el sueño y mis cuitas nunca el reposo hizo treguas, ni de veras ni de burlas, digo que, estando despierta, desvelada en mis angustias, se me ofreció ante mis ojos de ti mesmo una figura. Las razones que aquí has dicho dijo aquel tú, y otras muchas, que todas se encaminaban a desear mi ventura. Dijo que le asegurase de mi inocencia o mi culpa, aunque, de cualquier manera, se ofrecía a darme ayuda. Yo, sepultada en silencio y con el miedo confusa, hice lengua de los ojos, por tener la lengua muda; con ellos le di a entender ser traidor el que me acusa, y que mi silencio nace de considerada astucia. Ya la visión se volvía, cuando vi, sin poner duda, entre el sí y el no una sombra; ¿qué digo sombra?, a la luna vi y al sol en dos mej[i]llas de una doncella importuna que, arrodillada a tu imagen, tales razones pronuncia: "Yo soy dijo, señor mío, la desventurada Julia, que, cual Clicia, voy siguiendo esa luz del sol y tuya. Soy quien te ha entregado el alma con la fe más tierna y pura que vio Amor en cuantos pechos ha rendido a su ley justa. Tú ofreces favor a quien ni te quiere ni te escucha, y niegas de dar oídos a quien te sigue aunque huyas. Promete, acorre, defiende, ofrece, trabaja y suda: que amor tiene decretado que al fin fin yo he de ser tuya." A estas sentidas razones acompañaba una lluvia de vivas líquidas perlas, correos de su tristura. Tu imagen se le humilló, y aun le dijo: "Estad segura, señora, que he de ser vuestro, a pesar de la fortuna." Si esto es así, ¿qué me ofreces? ¿Para qué siempre procuras otro bien, si te da el cielo el mayor, dándote a Julia? Mas, ¿con quién hablo, cuitada? La misma visión, sin duda, es aquesta que vi anoche, o en muy poquito se muda. Del varón, ésta es la imagen; la de aquéste, la de Julia. ¡Oh visiones amorosas, dejadme en mi desventura, idos a buscar verdades, y no os curéis de mis burlas; haced cierto lo que amor os da a entender por figuras! ¿No os vais? Por Dios que dé gritos: que mis ojos no acostumbran a ver visiones, aunque éstas más alegran que atribulan. ¿No os vais? A fe que dé voces. ¿No hay ninguno que me acuda? MANFREDO: Ya nos vamos; calla un poco. ¡Ella está loca, sin duda! JULIA: Antes parece profeta. ¿Quién le ha dicho lo de Julia? MANFREDO: ¡Calla, que su guarda vuelve! ¡El alma llevo confusa!
Vanse MANFREDO y JULIA, y entra el CARCELERO
CARCELERO: Otro Cipión está abajo, que, si aqueste no os contenta, por sacaros desta afrenta, se pondrá en cualquier trabajo. Vestido trae de villano; pero a fe que es caballero: que el lenguaje no es grosero y el brío es de cortesano. Dice que os quiere hablar, y yo estoy puesto en que os hable. Hablad más, mostraos afable, que os mata tanto callar.
Vuelve a salir el CARCELERO
PORCIA: Si fuese Anastasio... ¡Ay cielos! ¿Qué he de hacer si acaso es él? ¿He de estar muda con él, o hele de decir mis duelos? ¡En gran confusión me veo! Ingenio, cielos, ayuda: que no es posible estar muda con tan parlero deseo.
[Salen] ANASTASIO y CORNELIO, su criado, y el CARCELERO
CARCELERO: Despachad con brevedad, no os suceda algún desmán, que estos negocios están de muy mala calidad. Que el silencio desta dama tiene a Novara suspensa, y no imagino en qué piensa la que no piensa en su fama. Yo estaré con ojo alerta por algún pequeño espacio, mirando si de palacio alguno llega a esta puerta.
[Vase] el CARCELERO
PORCIA: ¿Sois vos Anastasio? ANASTASIO: Sí. PORCIA: ¿El que envió este papel? ANASTASIO: Señora, yo soy aquél que ha mucho que el alma os di. Soy quien por vuestra desgracia a más desventuras vino que las que vio en su camino el gran músico de Tracia; soy aquel que alegre piensa, fiado en vuestro valor, poner la vida y honor y el alma en vuestra defensa. PORCIA: ¿No leístes la respuesta que os llevó la labradora? ANASTASIO: No la he visto más, señora, y harto el buscarla me cuesta. PORCIA: Quizá, como forastera, debió de errar la posada. ¡Pues a fe que es avisada, y que os fue buena tercera! En efeto, correspondía con justos comedimientos, que vuestros ofrecimientos con el alma agradecía, y que de mi honestidad, que ahora la infamia lleva, hiciésedes vos la prueba que os mostrase la verdad. Jurábaos que Dagoberto jamás en dicho o en hecho pudo ver cosa en mi pecho que apruebe su desconcierto. En vuestros brazos valientes me resignaba, y ponía en ellos la suerte mía, segura de inconvenientes. Ofrecía, finalmente, de tomaros por esposo: señal de que es mentiroso Dagoberto, y yo inocente. ANASTASIO: ¡Oh dulce fin de mis males y principio de mis bienes, cielo que en la tierra tienes glorias que son sin iguales! Vesme rendido a tus pies; dispón a tu voluntad con toda seguridad de cuanto valgo. PORCIA: ¿No ves que soy tuya y que a ti toca disponer de mí a tu gusto? ANASTASIO: ¡Alma, ahora sí que es justo que os vuelva este gusto loca! CORNELIO: Déjate desas sandeces; haz, señor, lo que has de hacer: que no es tiempo de expender el tiempo así todas veces. Recíbela por esposa; acaba, y vamos de aquí. ANASTASIO: Señora, ¿queréislo ansí? PORCIA: Sí, y me tengo por dichosa. ANASTASIO: Pues dadme esa hermosa mano, y tomad mi fe y la mía.
Danse las manos
PORCIA: Veisla ahí; que una porfía, cualquier risco vuelve en llano. ANASTASIO: Ya, pues, que hasta vuestro cielo levantaste mi caída, sed, mi señora, servida de alzar dél el negro velo, para que las luces bellas vea cuyos rayos fueron los que han hecho y deshicieron las nubes de mis querellas, y para que, con su llama alentado el corazón, de la esperada quistión se prometa triunfo y fama. PORCIA: No verán ojos mortales, destos que vos amáis tanto, levantado el negro manto, ni más alegres señales, hasta que mi fama obscura, a pesar de Dagoberto, vuelva por vos a buen puerto limpia, alegre, clara y pura. Y perdonadme, señor, negaros la primer cosa que pedís a vuestra esposa. Echad la culpa a mi amor. ANASTASIO: Dadme un abrazo siquiera. PORCIA: Eso, de muy buena gana. CORNELIO: Vamos, y espere mañana vuestro invierno primavera.
Vanse ANASTASIO y CORNELIO
PORCIA: Hasta ahora, en popa el viento lleva mi barca amorosa. ¡Oh Fortuna poderosa, condúcela a salvamento!
[Vase] PORCIA. Sale JULIA con una rica rodela y una espada, todo en la mano; sale también MANFREDO
JULIA: En fin, ¿las armas son éstas que señaló Dagoberto? MANFREDO: Sí, amigo. JULIA: Él está en lo cierto; que son livianas y prestas, y él tiene fama de diestro y de ligero además.
Toma MANFREDO la espada y la rodela
MANFREDO: Muestra, Camilo, y verás cómo soy dellas maestro. JULIA: Pues, ¿con quién te has de probar? MANFREDO: Llama al huésped. JULIA: Vesle aquí.
[Sale el HUÉSPED]
HUÉSPED: ¡Ah, Camilo, pesia mí! Venid, que os ando a buscar más ha de un hora. JULIA: Pues bien, ¿qué hay de nuevo? HUÉSPED: Que os espera vuestra mujer allí fuera. JULIA: ¿Mujer a mí? HUÉSPED: Y aun de bien, según su traje. JULIA: Imagino que es Julia. MANFREDO: Si Julia es, hazla entrar. JULIA: ¿Qué harás después de entrada? MANFREDO: Yo detemino de hablarla y ver qué es su intento. JULIA: ¿Y enviarásla do dijiste? MANFREDO: No, por Dios. JULIA: No; que la triste no puede más, según siento. ¡Oh, a qué buen tiempo llegaste! Huésped, yo os lo serviré. ¿Y el vestido que ordené? HUÉSPED: Está donde lo ordenaste.
[Vase] JULIA a vestirse de mujer lo más breve que se pueda
MANFREDO: Si otra rodela tenéis, id por ella, y volved luego. HUÉSPED: ¿Queréis probar en el juego lo que en las veras haréis? MANFREDO: Sí, amigo. HUÉSPED: Yo vuelvo presto con una que es de provecho.
[Vase] el HUÉSPED
MANFREDO: El corazón en el pecho me da saltos. ¿Qué es aquesto? Mas, si anuncia que es verdad lo que Rosamira dijo, por vanas cuentas me rijo. ¿No tengo yo voluntad? ¿Cómo? ¿Sentidos no tengo? ¿No tengo libre albedrío? ¿Pues qué miedo es éste mío? ¡Mal con mi esfuerzo me avengo! ¿Con qué, para que me venza, Julia me ha obligado a mí? Pues no es señal verla aquí de amor, mas de desvergüenza. ¿A dicha, solicitéla? ¿Dónde ve ricos despojos? ¿Viéronla jamás mis ojos, o, por ventura, habléla? No, por cierto. ¿Pues qué cargo me puede Julia hacer? ¿Que me quiere y es mujer? No me faltará descargo.
Vuelve a [salir] el HUÉSPED con una rodela
HUÉSPED: Vesla aquí. MANFREDO: Toma tu espada, y vente hacia mí con ella. Muy mejor fuera no vella. HUÉSPED: ¿Qué dices? MANFREDO: No digo nada. HUÉSPED: ¿Hela de desenvainar? MANFREDO: Poco importa; desenvaina. HUÉSPED: Más seguro es con la vaina. MANFREDO: ¡Mucho me das que pensar, Julia! HUÉSPED: Mas yo desenvaino. ¿Estoy bien puesto? ¿No entiendes, señor? ¿De qué te suspendes? Si no te ensayas, envaino. MANFREDO: No vella fuera mejor, digo otra vez y otras ciento. Vente a mí. HUÉSPED: ¡Dios ponga tiento en sus manos! MANFREDO: ¡Las de amor son las que me desatientan! HUÉSPED: ¿Qué es lo que entre dientes hablas? MANFREDO: ¡Mal tus negocios entablas, amor, cuando al fin afrentan! Ponte en aquesta postura, la rodela junto al pecho, y parte con pie derecho. ¡Extraña desenvoltura ha sido la desta loca! HUÉSPED: ¿Qué es lo que dices, señor? MANFREDO: ¡A qué locura, oh Amor, tu locura me provoca! No hay piloto tan famoso que en tus mares no se ahogue; hieres, amor, como azogue penetrante y bullicioso. HUÉSPED: Cordura será dejarte, mejor sazón aguardando: que estás del Amor tratando, cuando has de tratar de Marte. MANFREDO: Mas quizá no será ella. HUÉSPED: El temor le desatienta. MANFREDO: Si él aquesta treta tienta, bien sé yo la contra della. ¡Válate Dios, la mujer, cuál me tienes sin porqué!
[Sale] TÁCITO
TÁCITO: Señor huésped, oígame, que una merced me ha de hacer, y es que me preste su haca para ver el desafío mañana. HUÉSPED: A la fe, hijo mío, ya no puede andar de flaca. TÁCITO: No importa: que poco peso y no he de estar mucho en ella. HUÉSPED: Sobre su espinazo está subido un palmo de hueso. TÁCITO: Haréle la silla atrás o adelante, si es que importa. HUÉSPED: ¿No sabéis que es pasicorta, y que es rijosa además? TÁCITO: Yo le tiraré del freno y me pondré desvïado de otras bestias. HUÉSPED: Hale dado torozón de comer feno. TÁCITO: Tendréla yo sin comer dos días, y sanará. HUÉSPED: Para comer, sana está; pero no para correr. TÁCITO: ¿Yo corrella? ¡Ni por lumbre! HUÉSPED: Digo que está ciega y manca. [TÁCITO]: Eso no importa una blanca. ¿No sabe ya mi costumbre? Que correré sobre un palo, sin pies y manos, si quiero. MANFREDO: ¡Qué gracioso chocarrero! HUÉSPED: No es el jinete muy malo, que no acaba de entender que no la quiero prestar. TÁCITO: ¡Acabara yo de hablar! MANFREDO: Y vos de importuno ser. TÁCITO: Pues présteme seis reales para alquilar un rocín. HUÉSPED: ¿Yo prestar? ¡Ni aun un cuatrín! TÁCITO: ¿Tanto era, pesia mis males? ¿Pedíalo algún chocante o algún mozuelo ordinario, sino un mero bacalario, diestro músico estudiante? MANFREDO: Veislos aquí. Andad con Dios, que vuestro donaire fuerza a que os den más. TÁCITO: Y esme fuerza, señor, llevar otros dos para alquilar un pretal de cascabeles. MANFREDO: Tomad. TÁCITO: Vuestra liberalidad es de persona real. ¡Oh, si al pretal se añadieran un par de espuelas! MANFREDO: Compraldas. HUÉSPED: Pedí un puño de esmeraldas. TÁCITO: ¿Qué mucho que las pidieran? Tan aína este señor las tuviera aquí a la mano. HUÉSPED: Idos en buen hora, hermano. TÁCITO: Prospere el cielo tu honor, y a tu haca dé salud, y a mí gracia de corrella. HUÉSPED: ¡No echaréis la pierna en ella, por vida de Cafalud!
Vase TÁCITO
Que éste es mi nombre. MANFREDO: Camina, que me importa quedar solo. HUÉSPED: Encubierta trae este Apolo su angélica faz divina.
Vase el HUÉSPED y entra JULIA muy bien adrezada de mujer, cubierta con su manto hasta los ojos, y pónese de rodillas ante MANFREDO
JULIA: Si no halla en tu valor disculpa mi atrevimiento, en las disculpas no siento que la puede haber mejor; y si no tiempla el rigor de tu indignación mi pena, acabaré esta jornada culpada y desesperada, como mi suerte lo ordena. MANFREDO: Levanta, señora mía, que esta tu tamaña culpa el deseo la disculpa que en tus entrañas se cría: que de Amor la tiranía a peores cosas fuerza, y sé yo por experiencia que no hay hacer resistencia a los golpes de su fuerza. Pues ya Amor me ha descubierto tus pasos, tu intento y celo, descúbreme tú ese cielo que traes con nubes cubierto; y si lo ignoras, te advierto que son seguras verdades las que la experiencia apura: que es parte la hermosura para mudar voluntades. JULIA: Harélo, como es razón; mas, ¡ay de mí!, que barrunto que ha de llegar en un punto mi muerte y tu admiración. No te espante esta visión ni este nunca visto estilo; que el amor que en mí se esmera, de Julia la verdadera hizo un fingido Camilo. MANFREDO: Gran desenvoltura es ésta, Camilo, y pensando voy por qué te burlas si estoy más de luto que de fiesta; y es cosa muy descompuesta burla de tal proceder en tiempo turbado y triste; y el que de mujer se viste, mucho tiene de mujer. JULIA: Julia soy la desdichada, y, entre mi pena crecida, más siento el no ser creída, que siento el ser mal pagada. Como no repara en nada aquel que llaman Amor, quiere que sus hechos cante Julia vuelta en estudiante, que primero fue pastor. Soy la que vio Rosamira en visión ante tus pies; soy, señor, la que no es en los ojos de tu ira; soy la que de sí se admira, viendo las muchas mudanzas que Amor en sus trajes pone, y que en ninguno dispone, el fin de sus esperanzas. MANFREDO: Yo te creo, pues tus ojos no pudieran fingir tanto que mostrara[n] con su llanto entregarme tus despojos. Pon ya tregua a tus enojos, Julia hermosa, y ven conmigo: que quizá en estos rodeos descubrirán tus deseos que no es Amor tu enemigo. Servirásme de padrino en la batalla que espero: que por gentileza quiero ponerme en este camino; y si el cielo y el destino ordenan que yo sea tuyo, no por salir a este trance se ha de borrar este lance, y más si yo no le huyo. No te arrodilles; levanta, que eres mi igual, y aun mejor.
[Vase] MANFREDO
JULIA: De hoy más diré que es, Amor, tu rigor blandura santa; ya [a] mi pena se adelanta libre del mar de mis penas, colgar, ¡oh Amor!, las cadenas, en los muros de tu templo.
[Vase] JULIA. Suenan trompetas tristes: sale el DUQUE de Novara con su acompañamiento y dos JUECES; siéntase en su trono, que ha de estar cubierto de luto, y dice
DUQUE: Traigan a Rosamira de aquel modo que yo tengo ordenado. UNO: Ya ella viene, según lo dice el triste son que suena.
Sale PORCIA cubierta con el manto que le dio el carcelero, acompañada de la mesma manera que dijo, con la mitad del acompañamiento enlutado y la otra mitad de fiesta; el verdugo al lado izquierdo, desenvainado el cuchillo, y al siniestro, el niño con la corona de laurel; los atambores delante sonando triste y ronco, la mitad de la caja de verde y la otra mitad de negro, que será un extraño espectáculo. Siéntase PORCIA, cubierta, en un asiento alto que ha de estar a un lado del teatro, desviado del de su padre; [salen] asimismo DAGOBERTO y ROSAMIRA, como peregrinos embozados, [y TÁCITO]
DUQUE: ¿Cómo no viene Dagoberto? ¿Espera que se le pase el día, pues ya es hora? Juez Sin duda debe ser éste que viene: que el actor es costumbre se presente antes que el reo en la estacada. DUQUE: Es claro.
[Salen] ANASTASIO, y Cornelio por padrino, y ANASTASIO viene cubierto el rostro con un tafetán; viene con sus atambores; serán los mismos que trujeron a PORCIA
¿No es éste Dagoberto? ANASTASIO: Ni aun quisiera serlo por la mitad de todo el mundo. DUQUE: ¿Pues quién sois? ANASTASIO: Su enemigo, sólo en cuanto lo es de la duquesa Rosamira, cuya defensa tomo yo a mi cargo. DUQUE: Yo os lo agradezco. JUEZ: Dagoberto tarda. DUQUE: Cajas oigo sonar; él es, sin duda.
[Sale] MANFREDO con un tafetán por el rostro; trae a JULIA por padrino, que asimesmo viene embozada
JUEZ: Tampoco es éste Dagoberto. DUQUE: El talle no nos dice que es él. JUEZ: Sin duda, pienso que ha de tener de sobra defensores la duquesa. DUQUE: Sepamos quién es éste. JUEZ: ¿Quién sois o a qué venís, buen caballero? MANFREDO: El saber quién yo sea, importa poco; saber a lo que vengo, sí que importa: a defender a la duquesa vengo. DAGOBERTO: ¿Quién serán estos dos? ROSAMIRA: No los conozco ni sé quién puedan ser. ANASTASIO: A mí me toca por derecho y razón esa defensa, pues fui el primero que llegué a este punto. TÁCITO: Razón tiene el primero, o yo sé poco desto de desafíos y estacadas. JUEZ: A la duquesa toca el declararse cuál quiere de los dos que la defienda. DUQUE: Eso es razón. ANASTASIO: Y yo por tal la tengo. MANFREDO: Y yo también: que no me queda cosa por saber de las leyes de la guerra. DUQUE: Pregúntenselo, pues, y vea[n] qué dice mi hija. ¡Oh nombre dulce, cuando el cielo quiso que sin escrúpulo llegase a mis oídos! JUEZ: Id vos, y sabeldo. UNO: El duque, mi señor, dice, señora, que estos caballeros han venido a ser tus defensores, y que escojas cuál quieres de los dos que te defienda. PORCIA: En Dios y en el primero deposito mi agravio, mi inocencia y esperanza. DAGOBERTO: ¿Labradora es ésta? Mejor me ayude el cielo que la crea. Ya se tarda mi crïado. ROSAMIRA: Confusa estoy, amigo. No sé en qué ha de parar tan grande enredo. JUEZ: Bien se oyó lo que dijo; a vos os toca, señor, su defensa. MANFREDO: Tener paciencia es lo que más importa en este caso; basta que se ha mostrado al descubierto mi voluntad. DUQUE: El cielo así os lo pague como yo os lo agradezco. JUEZ: No hay disculpa que pueda disculpar ya la tardanza de Dagoberto. DUQUE: ¡Mas, que nunca venga! TÁCITO: Ciégale, San Antón; quémale un brazo; destróncale un tobillo; nunca acierte a venir a este sitio; salga en palmas nuestra buena duquesa, que es un ángel, una paloma duenda, una cordera, que no tiene más hiel que cuatro toros.
[Sale] un CORREO con una carta
CORREO: Es de tanta importancia este despacho que traigo, ¡oh buen señor!, que me es forzoso dártele aquí; que así me lo mandaron, porque es de Dagoberto, y que te importa. DUQUE: ¿De Dagoberto? Muestra cómo es esto. ¿Cómo toma la pluma por la espada? ¿Tiempo es éste de cartas? CORREO: No sé nada: ello dirá. JUEZ: Vuestra excelencia vea lo que la carta dice. DUQUE: Así lo hago. DAGOBERTO: Parece que se turba el duque. ROSAMIRA: ¡Ay triste! ¡Cuánto mejor nos fuera habernos ido y esperar desde lejos el suceso deste tan grande enredo y desventura! ¡Temblando estoy! TÁCITO: ¿Carticas a tal tiempo? Apostaré que no llega esta danza a hacer con las cindojas el tretoque. DUQUE: ¿Hay cosa igual? Leed aquesa carta en alta voz, que es bien que la oigan todos.
Después de haber leído el DUQUE la carta, se la da al JUEZ, que la lee en alta voz
Carta La presta resolución que tomaste de entregar a Manfredo por esposa a tu hija Rosamira me forzó a usar de la industria de acusalla, por evitar por entonces el peligro de perdella. La mejor señal que te podré dar de que es buena es el haberla yo escogido por mi legítima mujer. Considera, señor, antes que del todo me culpes, que soy tan bueno como Manfredo, y que tu hija escogió lo que quizá tú no le dieras casándola contra su voluntad. Si con ella usare[s] término de piadoso padre, usaré yo contigo el de obediente hijo; aunque, de cualquier manera que me trates lo habré de ser hasta la muerte. Tu hijo Dagoberto. ANASTASIO: ¿Hase visto maldad tan insolente? A no estar seguro deste hecho, ¿saliera Dagoberto fácilmente con el embuste que forjó en su pecho? DUQUE: Si esto permite el cielo y lo consiente, ¿qué puedo yo hacer? Ello está hecho; gócela en paz. ANASTASIO: Aqueso es sin justicia y contra todo estilo de milicia. Según tu bando, mía es Rosamira: porque tú prometiste de entregalla por legítima esposa al que la mira pusiese en defendella y libertalla. Lo que el de Utrino dice es gran mentira, y podrá la experiencia averigualla; luego en este momento yo he vencido, pues mi contrario al puesto no ha venido, y la escusa que da no es de importancia, porque es todo al revés de lo que cuenta. MANFREDO: Venciste; pero mía es tu ganancia, si aquí al buen proceder se tiene cuenta. Si de otro es Rosamira, es ignorancia pensar que ha de ser tuya. ANASTASIO: ¡No consienta el Cielo que mi esposa de otro sea! MANFREDO: Esta verdad haré que aquí se vea. ANASTASIO: ¿En qué la fundas? MANFREDO: En que soy Manfredo, de Rosamira, por concierto, esposo. Que la has librado tú, yo lo concedo, no más de porque yo fui perezoso. Por cuatro pasos, bien decirlo puedo, que llevaste a los míos, fin dichoso has alcanzado en la dudosa empresa; mas no por esto es tuya la duquesa; que la razón que así te da el derecho, por primer defensor que llegó al puesto, la turba, según siento, estar ya hecho conmigo el casamiento antes de aquesto. PORCIA: ¡Saltando el corazón me está en el pecho! JULIA: ¡Válame Dios! ¿En qué ha de parar esto? ROSAMIRA: ¿Adónde vas? DAGOBERTO: Sosiégate. ROSAMIRA: Recelo... DUQUE: ¿Ha visto caso semejante el suelo? ANASTASIO: Quedaos, amor, un poco aquí arrimado; venid en su lugar, honra, conmigo. Oye, Manfredo, güésped mal mirado, ladrón de paz y engañador amigo: ¿dó están las ricas prendas que has robado? ¿Por qué tan sin porqué, como enemigo, usando en la amistad tan mal decoro, a mi padre robaste su tesoro? MANFREDO: ¿Quién eres? ANASTASIO: Anastasio, el heredero de Dorlán, y de Julia único hermano, de Porcia primo, por las cuales quiero probar que eres ladrón torpe y villano. MANFREDO: Si como eres valiente caballero fueras más atentado, claro y llano, vieras que esas razones afrentosas se fundan en quimeras fabulosas. Yo no robé a tu hermana ni a tu prima; mas de alguna sabrás, como tú hagas que a la quistión primera se dé cima, con que tu gusto al mío satisfagas. DAGOBERTO: La honra de mi hermana me lastima. ROSAMIRA: ¿Dónde vas, Dagoberto? No deshagas el buen principio que la suerte muestra de dar buen fin a la desdicha nuestra. DAGOBERTO: Sabe que soy Dagoberto, Manfredo, y sabe que soy aquél que agraviado estoy de tu infame desconcierto. ¡Dame a mi hermana, traidor, de fe falsa y alevosa! MANFREDO: Restituye tú a mi esposa antes el robado honor. No te desmiento, porque de aquí a bien poco verás en el engaño en que estás y la bondad de mi fe. ANASTASIO: Primo mas quédese aparte el parentesco hasta ver si del justo proceder os dio el cielo alguna parte, ¿vos decís que es vuestra esposa Rosamira? DAGOBERTO: Y es verdad. ANASTASIO: ¿Tenéis otra claridad deste hecho no dudosa, como es el decirlo vos? DAGOBERTO: ¿Bastará que yo lo diga? ANASTASIO: ¿Quién duda? DAGOBERTO: Pues no se diga más contienda entre los dos ni entre los tres, que yo haré que ella lo declare al punto. DUQUE: El bien me ha venido junto cuando menos lo pensé. Escoja mi hija, y haga su gusto: que todos tres son iguales. JUEZ: Así es. MANFREDO: Bien cierta tengo la paga, pues tan de su voluntad se entregaba por mi esposa. ANASTASIO: No está mi suerte dudosa, si es que es firme la verdad. DAGOBERTO: ¡Qué engañados quedarán los dos en este suceso! JULIA: Cerrado está ya el proceso; mirad qué sentencia os dan, corazón. ¡Ay de mí, triste, que el miedo crece, y desmengua la esperanza! Callad, lengua, que mal tal, mal se resiste. PORCIA: (¿Si es tiempo de descubrir [Aparte] la verdad de mi mentira?) MANFREDO: Señor, manda a Rosamira diga a quién quiere admitir. DUQUE: Dígalo en buen hora. PORCIA: Digo que es Anastasio mi esposo. JULIA: ¡Alentad, pecho amoroso! ROSAMIRA: Lo que tú dices desdigo: que Dagoberto es mi bien. ANASTASIO: Y vos, señora, mi gloria. MANFREDO: Tragedia ha sido mi historia. JULIA: Aún quedan glorias que os den. ¿Tuya no soy, pena vuestra?
Tome la mano ROSAMIRA a DAGOBERTO y ANASTASIO a PORCIA, y a este instante se declaren entrambas
TÁCITO: ¿De qué Anastasio se admira? JULIA: Aquélla no es Rosamira. ANASTASIO: ¡Ay suerte airada y siniestra! ¿Quién eres? PORCIA: Soy la que quiso el Cielo, en todo piadoso, sacarla de un riguroso infierno a tu paraíso. Soy la que, en traje mudado, trayendo amor en el pecho, procurando tu provecho he mi gusto procurado. Soy áquella a quien tú diste de esposa la fe y la mano. Soy quien tiene amor ufano por ver que no se resiste. Soy de Dagoberto hermana y soy tu prima, y soy quien, cuando me falte tu bien no soy más que sombra vana. ANASTASIO: ¿Dónde está Julia? PORCIA: Señor, yo sé que la verás presto. JULIA: ¿Podré esperar, según esto, blandura de tu rigor? Mira con qué mansedumbre Anastasio a Porcia mira; mira que es de Rosamira ya Dagoberto su lumbre; mira que yo sola quedo en los brazos de la muerte, si tu clemencia no advierte que soy Julia y tú Manfredo. MANFREDO: Levanta, pues que ya el Cielo tus deseos asegura, gracias a tu hermosura y a mi siempre honrado celo. Anastasio, mira agora con gusto y admiración que yo nunca fui ladrón ni de condición traidora. Aquésta es Julia, tu hermana, y ésa, tu prima, cual dice, con las cuales nunca hice traición ni fuerza villana. Ellas te dirán después del modo que aquí vinieron; basta que el fin consiguieron, y es gusto de su interés. Tu industria y el cielo han hecho que les seamos esposos; ellos son lances forzosos; no hay sino hacerles buen pecho. Quien se pudiera quejar de Rosamira era yo; mas si el Cielo esto ordenó... ANASTASIO: Que paciencia y barajar. DAGOBERTO: ¡Oh hermana mía! PORCIA: ¡Oh mi hermano! DAGOBERTO: ¡Buenos pasos son aquéstos! PORCIA: Nunca pasos descompuestos ganaron lo que yo gano. ANASTASIO: Más es tiempo de aliviallas aquéste, que de reñillas. DUQUE: Aquéstas son maravillas dignas solas de admirallas. ANASTASIO: En fin, mi hermana es tu esposa. MANFREDO: Así es. ANASTASIO: Y Porcia es mía, si no lo impide y desvía ser mi prima. DUQUE: Fácil cosa es haber dispensación en caso tan importante. TÁCITO: Hoy del campo de Agramante he visto la confusión, y la paz de Otavïano he visto en espacio breve. ¡No hay camino que amor pruebe, difícil, que no sea llano! DUQUE: Entremos en la ciudad, donde despacio sabremos destos no vistos extremos toda la puntualidad, y allí se harán regocijos y desposorios honrosos de los seis tan venturosos que ya los tengo por hijos. TÁCITO: Éstas son, ¡oh Amor!, en fin, tus disparates y hazañas; y aquí acaban las marañas tuyas, que no tienen fin.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002