JORNADA SEGUNDA


Dentro cajas, trompetas, VOCES
UNOS: ¡Arma, arma! OTROS: ¡Guerra, guerra! UNOS: ¡Caciques, a la muralla! OTROS: ¡A la muralla, españoles! UNOS: ¡Guerra, guerra! OTROS: ¡Al arma, al arma!
Sale TUCAPEL huyendo
TUCAPEL: Si no hubiera un coronista que huyera de las batallas, no hubiera como saberlas, no habiendo como contarlas. Y pues es éste el papel que me toca; mientras andan allá como suelen, yo, escondido entre estas ramas, también como suelo, tengo de estar a ver en qué para el trance de hoy, que hasta ahora sólo dicen en voces altas... UNOS: ¡Arma, arma!
Dentro las cajas
OTROS: ¡Guerra, guerra! UNOS: ¡Viva el Perú! OTROS: ¡Viva España! TUCAPEL: ¡O, si el señor sol quisiera que sus paisanos lograran la victoria, y yo el deseo de poder irme a casa, no tanto porque en la propia ningún marido descansa, cuanto por hacerme el gusto de hacer el disgusto a Glauca! Pues desde que el español, cautivándome en mi patria, conmigo, sin saber cómo, dio en unas tierras extrañas donde su lenguaje y mío hicieron tal mezcolanza, que ya ni es mío ni es suyo, bien que hasta entendernos basta, y desde que pertrechados de gentes, bajeles y armas volvieron él y los suyos a navegar estas playas, de donde, tomando tierra, han talado las campañas que hay desde el Callao al Cuzco, cuya gran corte hoy asaltan,
Dentro las cajas
nunca me han dado lugar de escaparme, por dos causas: una, servirles de guía para ir salvando sus marchas de pantanos y lagunas, y otra, que a decir no vaya cuán faltos de municiones y de víveres se hallan. Y así, por ambos pretextos, con tal cuidado me guardan, que al que desmandarme viere, que me dé la muerte, mandan; con que me es fuerza esperar día en que huyendo les hagan volverse al mar. Mas no creo
Dentro las cajas
que hoy sea el de esta esperanza, pues entre las confusiones, que sólo repiten varias... TODOS: ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra! TUCAPEL: Lo que desde aquí se alcanza es que aunque las eminencias de la ciudad coronadas de indios están, no por eso los españoles desmayan, por más que de sus almenas no solamente disparan diluvios de flechas, pero de los peñascos que arrancan despedazados los montes, rodando sobre ellos bajan. Alguno lo diga, pues cae de la escala más alta, diciendo...
Dentro mucho ruido y caxas, sale PIZARRO cayendo con espada y rodela
PIZARRO: ¡Virgen María, vuestra gran piedad me valga!
Dentro
ALMAGRO Acudid a retirarle; no consigan la alabanza estos bárbaros de que ni aun muerto pudo su saña triunfar de él.
Salen CANDIA y ALMAGRO, y SOLDADOS, y PIZARRO se levanta muy en sí
LOS DOS: ¡Pizarro! PIZARRO: ¡Amigos! LOS DOS: ¿Qué desdicha es ésta? PIZARRO: Nada. TUCAPEL: (Pues [que] no enterréis al mozo Aparte [junto con] Luís Quijada, ésta fue una bagatela. Volvamos a la importancia.) CANDIA: ¡Cómo es posible que el golpe de la peña y la distancia del precipicio te deje con la vida? PIZARRO: ¿Qué os espanta si quien invoca a María, aun de más riesgos se salva, mostrando su piedad, puesto que en Perú nos ampara, repetidos los favores que nos hizo en Nueva España, cuánto de aquestas conquistas se da por servida, a causa de que mejor sol se adore en brazos de mejor alba? Y pues conserva mi vida para que vuelva a emplearla en su servicio, ea, amigos, volvamos a las escalas, que hoy en la corte del Cuzco hemos de entrar si esa valla primero rompemos, antes que a socorrerla mañana, según dicen las espías, en persona llegue el Guáscar con inmensas gentes. ALMAGRO: ¿Quién lo duda, si en esperanza de propagación de fe y honor de María se ensalzan la invocación de su nombre en ti, y en Pedro de Candia, la exaltación de la cruz, pues vemos que en las montañas, como a árbol prodigioso que vence fieras, la exaltan ya infinintos indios? PIZARRO: Pues, con esas dos confianzas, ¡qué hay que temer? ¡Ea, españoles, al arma otra vez!
Vanse los tres y soldados, y tocan las cajas. Hablan dentro
LOS INDIOS: ¡Al arma, otra vez, fuertes caciques! UNOS: ¡Viva el Perú! OTROS: ¡Viva España! TODOS: ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra! TUCAPEL: Pues nunca en estas andanzas están bien los coronistas donde las flechas alcanzan, ¿qué haré yo de mí, y más, viendo que embisten con furia tanta, que habré de llorar mi ruina si ellos su vitoria cantan, pues en venciendo me quedo en mi patria sin mi patria, y si quiero irme, a peligro es la vida? ¡O, mal haya aquella sacerdotisa, pues por volver a buscarla con Iupangui, a mi me toca todo el daño, y pues de nada ella se duele! ¡O, que no haya, de cuantos demonios, dicen los españoles, que hablan en nuestros ídolos, uno, que a costa de vida y alma me diga lo que he de hacer!
Sale la IDOLATRÍA invisible para TUCAPEL
IDOLATRÍA: Sí habrá; pues que tú le llamas, que ésa es la razón con que Dios la cadena te alarga, vente, Tucapel, conmigo, que yo te pondré en tu casa; (por lo que me importas Aparte para que vuelva a sus aras la hurtada víctima del sol.) TUCAPEL: ¿Quién eres tú que me agarras sin que te vea? IDOLATRÍA: Quien puede, abreviando las distancias que hay desde el Cuzco a tu patria, valle de Copacabana, llevarte sin que te vean las más vigilantes guardas, sólo a precio de que tú por mí en el camino hagas primero la diligencia que te dictaren mis ansias. TUCAPEL: Si tienes tanto poder, ¿cómo no la haces tú, y tratas de que un hombre la haga? IDOLATRÍA: Como no puedo y cara a cara oponerme a quien me opongo. Y así, es fuerza que me valga del hombre, que él, poseído de mí, dándome él la entrada, baste a cometer delitos a que el demonio no basta. TUCAPEL: ¿Y cómo ha de ser el irme? IDOLATRÍA: Prestándote yo mis alas. TUCAPEL: ¿De qué suerte? IDOLATRÍA: De esta suerte. ¡Ministros, en quien entabla su imperio la Idolatría, dad al viento mi esperanza! TUCAPEL: ¿Pues soy tu esperanza yo? IDOLATRÍA: Eres quien ha de lograrla,
En un pescante desaparece TUCAPEL
pues revestido en ti el fiero espíritu de mi rabia, tuyas han de ser las voces pero mías las palabras cuando diciendo su afecto el trance de esta batalla, digan el suyo mis iras; y hasta entonces, en dos varias partes suene el eco, aquí diciendo unos...
Dentro las cajas a rebato y hablan dentro
UNOS: ¡Arma, arma! IDOLATRÍA: Y allí repitiendo otros...
Otra caja a lo lejos a marchar
OTROS: ¡Alto, y pase la palabra! IDOLATRÍA: Con que a un mismo tiempo, yo entre horrores y venganzas, entre escándolos y estruendos, diré influyendo en entrambas... UNOS: ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra! OTROS: ¡Alto, y pase la palabra!
Con esta repetición, sonando a una parte el rebato y en otra la marcha, desaparece la IDOLATRÍA, y sale INCA con los INDIOS que puedan armados a su modo, y el SACERDOTE
INCA: Supuesto que ya la noche cubierta de sombras pardas nos va retirando el día, de aqueste monte en la falda podrá restaurar la gente las fatigas de la marcha, para que con nuevo aliento, al amanecer mañana, demos vista a la ciudad, llamando a campal batalla a sus sitiadores, ya que el socorrerla y librarla a que yo en persona venga me obliga.
Sale IUPANGUI
IUPANGUI: Dame tus plantas. INCA: ¡O, Iupangui, bien venido seas! IUPANGUI: Quien llega a besarlas, es serlo. INCA: ¿Qué responde Atabaliba? IUPANGUI: La fama le tenía ya informado de esta prodigiosa entrada que han hecho los españoles, y antes de oír tu embajada dijo que él mismo vendría a darte auxiliares armas. INCA: ¡Con qué vergüenza lo escucho, ofendido de que hayan cuatro desnudos, descalzos y hambrientos hombres, en tanta confusión puestos mis gentes, que sea fuerza que me valga de mi hermano y mi enemigo, sólo en fe de la ventaja que artificiales sus rayos llevan a nuestras aljabas! En llegando a ponderar que en una y otra campaña, si se contara la gente, más de mil indios se hallaran para cada español, pierdo el juicio, la vida, el alma y no sé... Dejadme solo, idos todos; que se arranca el corazón, y no quiero que nadie me vea en la cara el semblante de la ira, sin ver él de la venganza. IUPANGUI: ¿Qué extraño furor es éste que su sentido arrebata? SACERDOTE: No sé más de que estos días le aflige...
Vanse los SOLDADOS indios y el SACERDOTE
INCA: Tú no te vayas, Iupangui. IUPANGUI: Siempre yo estoy atento a ver qué me mandas. INCA: Oye, pues sólo contigo pueden descansar mis ansias. Desde el día--¡ay infelice!-- que te mandé que libraras a aquella sacerdotisa, todo es para mí desgracias, sin que el mandarte después que en su suerte la dejaras, baste a que el sol me remita de aquella primera instancia la culpa, pues en castigo trae contra mí tan extrañas gentes, como si el faltar después fuese por mi causa. IUPANGUI: Ya que el querer impedir un sacrificio le agravia, ¿por qué no mandas que otro igual a aquél satisfaga sus sentimientos? INCA: Porque cuando lo intento, declaran los sacerdotes del sol que sus sacros ritos mandan que en echándose una vez la suerte, porque no haya favor o pasión que excuse a aquella sobre quien caiga, no pueda, hasta que ella mesma sea la sacrificada, echarse otra suerte. Y esto dejando a sus observancias, ¿cómo pudo una mujer intentar fuga tan ardua? IUPANGUI: Si es fácil amar, señor, dos a una hermosura rara, y fácil dar en un mismo pensamiento dos que aman, ¿qué admiras que otro intentase lo mismo, y que...? INCA: Calla, calla; que son mucho mal los celos, para que en el desdén les hagas de acuadrillarlos con otros cuando ellos a matar bastan, mas no a mí, que en mí no hay celos. IUPANGUI: ¿Por qué? INCA: Por la confianza de que aquí no hubo segundo amante. IUPANGUI: ¿De qué lo sacas? INCA: Si soberana deidad tanto mi vida amenaza, que no menos que de siglos alimento mi mudanza, ¿cómo había de dejar, siendo deidad soberana, sin temor a otro? IUPANGUI: Bien dices. (Quédese con su ignorancia, Aparte que a mí me está bien que nunca en que hubo otro amante caiga. Es sin duda que ella, o mal conforme o desesperada, del templo se huyó.) INCA: El asombro no es ése, sino que haya ocultádose de suerte que diligencias tan varias no la hayan hallado. ¿Cuál será el centro que la guarda? IUPANGUI: (Eso es la que yo no puedo Aparte decir. ¡Ay, Guacolda amada, y como que es verdad, pues no puede decir quien te ama ni el villaje que te esconde, ni el traje que te disfraza!) INCA: Supuesto que en que parezca estrivan las esperanzas de que el sol se desenoje, para que venzan mis armas, ya que todos por vencidos se dan de que no la hallan, haz tú por mí la fineza de ser quien ponga en buscarla desde hoy nuevos medios. IUPANGUI: Yo te doy, señor, la palabra, en habiéndote asistido en la facción de mañana, que no es bien desparecerme víspera de una batalla, de ir a buscarla con tal deseo, cuidado y ansia, que ni descanse ni duerma ni sosiegue hasta encontrarla. Y así, si me echares menos, no preguntes por mí, a causa de que en busca de Guacolda estoy. INCA: Otra vez me abraza, que bien de ti esa fineza fío. IUPANGUI: Cree que yo he de hallarla, aunque sus recatos digan...
Dentro
VOCES: ¡Sepúltennos las entrañas de los montes, pues nos echa de las suyas nuestra patria! INCA: ¿Qué confusas voces son las que parece que hablan en nombre suyo, pues dicen...? VOCES: ¡Sean tumbas las montañas, que antes nos entierren vivos, que esclavos! INCA: ¡Ah de la guardia! ¿Qué voces aquésas son?
Sale el SACERDOTE
SACERDOTE: De tropas que desmandadas, con sus mujeres e hijos y ancianos, en mil escuadras huyendo a ampararse vienen de los montes. INCA: Pues ¿qué causa puede obligarles a tanto desorden?
Sale TUCAPEL
TUCAPEL: Oye, y sabrásla. INCA: Sin duda traes malas nuevas, pues a todos te adelantas. ¿Quién eres? TUCAPEL: El indio soy que cautivó en esa playa aquel primero español que en ella puso las plantas. Con él fui y volví con él sin poderme librar, hasta que la confusión de hoy me ha dado la puerta franca, pues habiendo la ciudad entrado a fuerza de armas los españoles, en tanto que hidrópicamente apagan en su saco las dos sedes de riquezas y viandas, en tanto que para salvar las vidas, la desamparan sus naturales, dejando bienes, familias y casas, sin poder en más la mira, que en el celo con que sacan los ídolos de los templos, a fin de que sus estatuas sin ultraje se retiren en la custodia y guarda del mayor adoratorio del sol, que es Copacabana. En fin, en la confusión de hoy logrando mi esperanza, vengo, sin que lo veloz sea en fe de traer las malas nuevas, que quizá podrá hacer buenas una traza, con que pérdida tan grande se trueque en mayor ganancia. Los más principales cabos de esa española canalla, con los más soldados suyos, se alojan en el alcázar de los Incas. Éste tiene al reparo de las aguas que suelen de la ciudad inundar calles y plazas, entre otras muchas surtidas, una mina que desagua cerca de aquí, cuya boca es preciso que ignorada de hombres tan recién venidos, esté a estas horas sin guarda. Y si por ella, eligiendo al cabo de mayor fama, hicieses que con la gente, también de más importancia, la mina entrase, llevando seca fajina a la espalda y oculto fuego, no dudes que si por el pie la llama prende una vez, vuele todo, pues su arquitectura rara toda es preciosas maderas. Y más si a este tiempo mandas que se inficionen las flechas, en vez de nócivas plantas, de embreadas cuerdas que entre piedra y pluma, al asta pendientes, el aire corten, y medida la distancia por elevación, hicieses darlas fuego al dispararlas, siendo como son los techos bitúmenes de enea y paja, será fuerza que volando en cada saeta una ascua, sean también rayos nuestros adonde quiera que caigan. Y pues a darte este aviso y este arbitrio me adelanta quizá alto espíritu que la voz mueve, el pecho inflama, no le desdeñes, creyendo que no te habla quien te habla, pues aunque son mías las voces, no son mías las palabras.
Vase
INCA: Oye, espera. Detenedle. SACERDOTE: Si aun el viento no le alcanza, no es posible. INCA: Iupangui, bien este aviso declara, pues por sendas nos le envía tan nuevas y tan extrañas, que ya el sol se desenoja. Y pues empresa tan alta parece que para ti la tuvo el cielo guardada, pues esperó a que vinieses para haber de ejecutarla, de toda esa gente escoge la de mayor confïanza, y a ejecutar la sopresa parte, que en tu retaguardia, porque en todo trance tengas segura la retirada, con todo el grueso iré yo guardándote las espaldas. IUPANGUI: Por tanto honor tus pies beso, que en la guerra, cosa es clara que no sirve el que obedece tanto como honra el que manda. (A obedecerte voy; bien Aparte que con temor de que vaya Tucapel donde Guacolda está, en la choza de Glauca. ¡O, quiera amor que sin verla se oculte!)
Vase
INCA: Sin tocar arma, marche el ejército en mudo silencio. (No, deidad sacra, Aparte pues proseguí en mi afecto, prosigas tú en tu venganza, que cuando me desengañen ilusiones y fantasmas no ser mi natural padre, al fin no me desengañan no ser mi natural dios, y de un dios ser hijo, basta adoptivo, para ser del mundo el mayor monarca.) Marche el campo en tal silencio que aun la sordina bastarda no dé el orden.
Vanse todos, y salen PIZARRO, ALMAGRO, CANDIA y SOLDADOS
ALMAGRO: Pues ya quedan las centinelas dobladas, bien puedes, lo que a la noche resta, dormir. PIZARRO: Vigilancias de un heroico pecho, mientras menos duermen, más descansan. No sólo al sueño he de dar el tributo de esa humana propensión, pero escribiendo, lo que de la noche falta, he de estar, porque es forzoso que de tan gloriosa hazaña como hoy hemos conseguido lleguen las nuevas a España, y sepan dos magestades, Carlos, que en Yuste descansa, y Felipe, que en su nombre reina, que ya es bien que añadan a los coronados timbres de sus católicas armas las colunas del Perú, que fijas sobre las aguas, con el plus ultra al non ultra las de Hércules aventajan. CANDIA: En tanto que desvelado tú en eso la noche pasas, Almagro y yo rondaremos con divididas escuadras el palacio. ALMAGRO: Y no será fineza, que su dorada riqueza y sumas grandezas aun más deleitan que cansan.
Vase cada uno por su puerta
PIZARRO: Traedme aquí la escribanía y el bufete. Esté la carta escrita, porque con ella Fernando mi hermano parta al punto que...
Dentro
VOCES: ¡Fuego, fuego! PIZARRO: Mas ¿quién en confusión tanta ciudad y palacio pone? Iré a ver de que se causa.
Sale CANDIA
CANDIA: ¿De qué ha de causarse, si es un volcán todo el alcázar, que del centro de la tierra humo aborta y fuego exhala? De sus bóvedas empieza, y es que sin duda minadas los bárbaros las tenían. PIZARRO: Acudamos a atajarlas. CANDIA: Por aquí será imposible, porque el incendio tomadas tiene estas puertas. PIZARRO: Pues vamos por estotra parte.
Sale ALMAGRO
ALMAGRO: Aguarda, que no sólo...
Dentro
VOCES: ¡Fuego, fuego! ALMAGRO: ...la salida el fuego ataja, pero de un incendio en otro irás a dar cuando salgas. Encendidas flechas tanto del aire la esfera abrasan, que en vagas exhalaciones, puntas haciendo en su estancia, neblíes de fuego suben, y sacras de fuego bajan a hacer la presa. CANDIA: Perdidos somos, pues no hay quien nos valga cuando en toda la ciudad común el incendio clama.
Dentro los ESPAÑOLES
UNOS: ¡Que me abraso! OTROS: ¡Que me quemo! UNOS: ¡Virgen pura,... OTROS: Madre intacta,... UNOS: Inmaculada María,... OTROS: María, llena de gracia,... TODOS: Favor, piedad! PIZARRO: ¡O, españoles, qué bien vuestra fe declara que ella es sóla en las tormentas cabo de buena esperanza! A morir iré con todos, porque con todos añadan mis voces la aclamación. CANDIA: Ya que la muerte nos halla, sea con su dulce nombre en los labios.
Yéndose, hablan los tres y dentro todos
TODOS: ¡Madre intacta, Inmaculada María, favor, piedad!
Vanse, y salen INCA, IUPANGUI y todos los INDIOS
INCA: Pues lograda tan felizmente la acción dejas, para que no haya tan generosa osadía que española salamandra se atreva a salir del fuego, toda la ciudad sitiada tened, y dé en nuestras flechas quien saliere de sus llamas. IUPANGUI: ¿Quién ha de salir, no habiendo átomo que no se abrasa, y ya los gemidos suenan en voces tan desmayadas que apenas se oyen o escuchan?
Dentro a lo lejos y bajas todas estas voces
PIZARRO: ¿Hija elegida sin mancha, del Padre,.. CANDIA: Madre del Hijo, doncella y fecunda,... ALMAGRO: Casta virgen, esposa del Santo Espíritu,... PIZARRO: Tú nos salva. CANDIA y ALMAGRO: Tú nos favorece. TODOS: Tú nos socorre y nos ampara. INCA: ¿Quién será ésta a quien invocan? IUPANGUI: Quien no les responde. INCA: Calla, y volvamos a escuchar, pues tan bien suenan sus ansias.
La MÚSICA en lo alto
MÚSICA: "El que pone en María las esperanzas, de mayores incendios no sólo salva riesgos de la vida, pero del alma." IUPANGUI: ¿Qué es esto? ¿Tristes lamentos de un instante en otro pasan a ser dulces armonías de sonoras voces blandas?
Tocan las chirimías, y baja de lo alto, donde estará la MÚSICA una nube hecha trono pintada de serafines, y en ella dos ÁNGELES que hincados de rodillas traerán la imagen de Nuestra Señora de Copacabana, con el Niño Jesús en las manos. Y al tiempo que empieza a descubrirse, y todo lo que dura el paso, hasta desaparecerse, estará nevando la nube y todo lo alto del tablado
INCA: No es eso, no es eso sólo lo que admira y lo que pasma, pues del oído a la vista el prodigio se adelanta. ¿No ves, no ves que los cielos sus azules velos rasgan, y de ellos luciente nube sobre todo el fuego baja lloviendo copos de nieve y rocío, con que apaga su actividad? IUPANGUI: Y aun más veo, pues veo que la nube baja, guarnecida a listas de oro y tornasoles de nácar, es de una hermosa mujer que de estrellas coronada, trae el sol sobre sus hombros y trae la luna a sus plantas; hermoso niño en sus brazos trae también. ¿Quién vio que nazca mejor sol a media noche, a quien con luces más claras, hijo de mejor aurora, mejores pájaros cantan? MÚSICA: "El que pone en María las esperanzas de mayores incendios no sólo salva riesgos de la vida, pero del alma." INCA: Verla intento, pero apenas a ella los ojos levanta la vista, cuando un rocío me ciega. SACERDOTE: A todos nos pasa lo mismo, que un suave polvo de menuda arena blanda ciego nos deja. UNOS: ¡Qué asombro! OTROS: ¡Que maravilla!
Tropiezan unos con otros, como ciegos
INCA: ¡Qué magia, diréis major! Y pues no hay contra ella fuerza humana, acudid a la divina. SACERDOTE: Pues todas nuestras estatuas ya en Copacabana están, todos a Copacabana vamos, a pedir en todas clemencia. INCA: Fuerza es buscarla contra quien apaga un fuego, y con otro nos abrasa.
Vanse todos menos IUPANGUI
IUPANGUI: Con todos huiré, mas no por el temor que me causa, sino porque en mí conozco que no merezco mirarla. Pero aunque yo no la mire, tan fija llevo su estampa en mi idea, que ha de ser vivo carácter del alma.
Vase. Ahora va pasando, y salen los españoles oyendo como elevados las voces
ÁNGEL 1: Católicos españoles, ya María el fuego aplaca, porque perdió su violencia en ella desde la zarza. ÁNGEL 2: Vivid y venced, pues ya es tiempo que a estas montañas amanezca mejor sol en brazos de mejor alba. LOS DOS Y América sepa en la fe de España. MÚSICA: "Que el que pone en María las esperanzas, de mayores incendios no sólo salva riesgos de la vida, pero del alma."
Desaparece el paso
PIZARRO: Pues tan milagrosamente vemos que el fuego se apaga, debiendo a la invocación de María dicha tanta, en nombre suyo, pues va de su vista huyendo Guáscar, sigamos su alcance, y diga el hacimiento de gracias, "Si María es con nosotros, ¿quién contra nosotros basta?" TODOS: ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra! UNOS: ¡Vea América! OTROS: ¡Y vea España! MÚSICA y TODOS: "Que el que pone en María las esperanzas, de mayores incendios no sólo salva riesgos de la vida, pero del alma." TODOS: ¡Guerra, guerra! ¡Arma, arma!
Con esta repetición han de sonar a un tiempo las cajas y trompetas, la MÚSICA y la representación. Se van todos y sale la IDOLATRÍA como oyendo a lo lejos y repitiendo con todas las voces
IDOLATRÍA: "Que el que pone en María las esperanzas, de mayores incendios no sólo salva riesgos de la vida, pero del alma." Bien se deja conocer, pues cuando pensé que había logrado la industría mía en ver la ciudad arder, no sólo para acabar con los españoles fue, mas para aumentar su fe, y destrüir y turbar la de los indios, pues ciegos, en ellos crece el temor, y en los otros el valor, viendo aceptados sus ruegos; con que ya mi monarquía se va estrechando tirana, pues sólo hoy Copacabana corte es de la Idolatría. En ella me han retirado con mis ídolos; mas no por eso he de darme yo por vencida, que obstinado mi espíritu que no ha sido capáz nunca de enmendarse, vencido puede mirarse, mas no darse por vencido. A cuyo efecto, pues cuantas estatuas culto me dan ya en Copacabana están, en ellas influirán tantas sañas, iras y venganzas mis respuestas, que me atrevo a hacer que vuelvan de nuevo a vivir mis esperanzas. Y así, siguiendo el intento de que una amante pasión no quite a mi adoración lo horroroso y lo sangriento de mis sacrificios, hoy el Guáscar ha de saber de Guacolda, para hacer, si al sol este obsequio doy, mayor la victoria mía; que si fue odio de la cruz, ya lo es de ella y de la luz que trajo tras si María.
Salen GUACOLDA, de villana, y GLAUCA como hablando entre sí
Esté Guacolda segura en el oculto villaje que la veo, y fíe del traje rústico y vil la ventura de verse libre de mí; que aunque la desdicha no ha menester medios, yo sabré hacer que la halle allí.
Vase
GLAUCA: Notable melancolía es la tuya. GUACOLDA: ¿Cómo puedo perder, Glauca amiga, el miedo a la triste suerte mía? GLAUCA: Viendo cuán segura estás de villana disfrazada, y demás de eso, encerrada donde no ha entrado jamás nadie que a buscarme viene y no dejándote ver, ni pudiendo otro saber quién eres ni quién te tiene aquí sino yo, parece que es desconfïar de mí. GUACOLDA: No lo creas, que ya vi cuánto tu lealtad merece. Si sé que en casa naciste hija de antiguos crïados de Iupangui, y que en tus hados primeros con él creciste; si sé que con Tucapel, criado también, te casó y que esta alquería te dio para pasarlo con él, si no rica, acomodada; si sé que el día que hubo de fiarse de alguien, no tuvo satisfación más fundada que en ti, por tu obligación y porque sola vivías, pues tan ausente tenías a tu esposo, ¿qué razón pudo haber para pensar que desconfíe de ti? Y porque creas que aquí no me aflige ese pesar, sabe que mi desconsuelo no es, sino que un bien que hubiera sólo para mí, en que viera a Iupangui, aun ése el cielo le niega a mi suerte esquiva, pues apenas me dejó aquí, cuando le envió el Guáscar a Atabaliba. De él no he sabido, y con ser la ausencia ruina de amor, aun no es ése mi mayor cuidado, sino temer no haya muerto en tanto estruendo, como noticias nos dan cuantos desde el Cuzco van a Copacabana huyendo por todo aqueste distrito, donde en fe estoy solamente de que nadie al delinquente busca donde hizo el delito. GLAUCA: De dos extremos no sé cuál venga a ser mayor, tu temor o mi temor. GUACOLDA: ¿Cómo? GLAUCA: Como en ambas fue una la pena crüel y contraria, pues si no sabes de Iupangui, yo tampoco de Tucapel; y en tormento tan esquivo, que el mío es mayor es cierto, pues tú temes que esté muerto, y yo temo que esté vivo. GUACOLDA: ¿Eso dices? GLAUCA: Si supieras tú lo que un marido ha sido a todas horas marido, eso y mucho más dijeras; que es verle entrar muy hinchado diciendo...
Sale TUCAPEL
TUCAPEL: Glauca, la mesa, y trae la comida apriesa; que aunque no vengo cansado, porque en diablos de alquiler es gran cosa caminar, con todo, ya que el no andar canse, cansa el no comer. GLAUCA: ¿Qué miro? GUACOLDA: (¡Desdichas mías, Aparte que han de descubrirme, pues posible esconderme no es!) GLAUCA: Al cabo de tantos días, ¿es ése modo de entrar en tu casa? TUCAPEL: Dices bien. Abrázame en parabién, mas no sirva de ejemplar; que abrazo recién venido no es abrazo propietario, sino supernumerario con gajes de entretenido. GLAUCA: De cualquier suerte que sea, agradece mi deseo el verte vivo. TUCAPEL: ¿Qué veo? Vuelva a inflamarse mi idea. Hermosa sacerdotisa, que por más que te disfraces, no pueden obstar al sol nubes de villano traje, ahora veo que eres la deidad cuyas piedades, compadecidas de ver que por volver a buscarte con Iupangui a la marina, ocasionaron mis males, me han buscado y me han librado del cautivo vasallaje en que estaba. Y pues, a precio de ejecutar el dictamen que en mí inspiraron tus voces, favor a favor añades; pues no contenta con que libre en mi casa me halle, también la palabra cumples de que cuando a ella llegase, había de saber quién eras. Ya que lo sé, y sé que sabes, favorecida del sol, obrar prodigios tan grandes, permite que a tus pies, puesto que tanta deuda no pague, la reconozco a lo menos. GUACOLDA: Hombre, ¿qué dices? ¿Qué haces? GLAUCA: Él fue simple y vuelve loco. GUACOLDA: ¿Cuándo yo he podido hablarte? ¿Cuándo dictar en tus voces que nada en mi nombre entables, ni cuándo darte palabra de que en tu casa me hallases? TUCAPEL: No disimules conmigo que ya sé que las deidades hacen el bien y no quieren blasonar de que le hacen. Glauca, este hermoso milagro, que sin querer desdeñarse de pisar nuestro albergue los siempre humildes umbrales, se desdeña de que cuente yo sus liberalidades, es a quien debo la vida. Llega pues, llega a postrarte a sus pies, agradecida de que a tus ojos me trae. GLAUCA: Tucapel, no una aprehensión tanto tu discurso engañe; que aquesa aldeana es mi hermana que a acompañarme vino en tu ausencia. TUCAPEL: ¡Qué presto, lisonjeramente afable, viendo que su gusto es ése, te pones de su parte! Pero una cosa es que ella modestamente recate sus prodigios, y que tú complacer con ella trates, y otra, obligarme las dos a que yo ingrato los calle. Sepa el mundo mis venturas...
Grita
¡Moradores de estos valles, vecinos de aquestas selvas! GUACOLDA: No los nombres. GLAUCA: No los llames. TUCAPEL: ¿Cómo no? De igual bien, todos han de ser participantes.
Grita
¡Vuestro antiguo compañero, Tucapel, os llama a darle, venid todos, de sus dichas el parabien!
Dentro VILLANOS
UNO: ¿No escuchastéis sus voces? TODOS: Sí. UNO: Pues lleguemos todos a verle y hablarle.
Salen unos VILLANOS
TODOS: Tucapel, muy bien venido seas. TUCAPEL: Que a todos abrace es mi mejor bienvenida. VILLANO 1: Desde el día que faltaste de la marina, por muerto le tuvimos. TUCAPEL: Dios os guarde por la merced. VILLANO 2: ¿Es posible que te vemos? TUCAPEL: ¿Véis cuán tarde os pareczca que he venido? Pues ha sido por el aire, gracias a aquesta deidad. No te escondas, no te apartes; que es bien que sepan la mucha piedad que conmigo usaste. Ella es la que prodigiosa ha tratado mi rescate. Llegad, llegad porque todos la déis gracias de mi parte. TODOS: Todos a tus pies rendidos, te estimamos que le ampares y nos le traigas. GUACOLDA: (¿Quién, cielos, Aparte pudo nunca semejante acaso prevenir?) GLAUCA: (Dimos Aparte con todo el secreto al traste si la conocen.)
Aparte los VILLANOS
VILLANO 1: ¿No es ésta, si no es que el deseo me engañe, aquella sacerdotisa que por no sacrificarse, del templo huyó? VILLANO 2: Sí, y por quien tantas diligencias hace Guáscar, que a quien diga de ella ofrece tesoros grandes. VILLANO 3: Famosa ocasión tenemos para enriquecer con contarle que está aquí, pues según dice la gente que va delante, a Copacabana viene a que el sol su enojo aplaque, para volver a la lid. VILLANO 1: Supuesto que estos villajes el paso son, al camino le salgamos para darle la nueva. VILLANO 2: Disimulemos. VILLANO 3: Tucapel, justo es descanses; después de espacio hablaremos. TUCAPEL: Sabréis sucesos notables. Id ahora con Dios. TODOS: Adiós.
Vanse los VILLANOS
TUCAPEL: Glauca, ¿qué hay con que regales a tal huéspeda? GLAUCA: ¡Bien digo yo, oyendo tus disparates, que fuiste simple y que vienes loco, que es...¿no me escuchaste? ...mi hermana! TUCAPEL: ¿También a mí me escuchaste tú, que en balde, por complacerla a que no es quien yo sé, me persuades? Y cuando tú, por llevar tus lisonjas adelante no la agasajes, sabré traer yo con qué la agasaje, pues por lo menos estamos en tan goloso paraje, que no faltarán tortillas de maíz y chocolate.
Vase
GUACOLDA: ¿A qué más pudo llegar mi desdicha? Ya quedarme aquí no es posible, ni irme: quedarme, por si se esparce quien soy; ni irme, pues no sé dónde Iupangui me halle. GLAUCA: Sólo un medio se me ofrece. GUACOLDA: ¿Qué es? GLAUCA: Por si vuelve, oye aparte.
Hablan las dos aparte, y sale IUPANGUI
IUPANGUI: (Vehemente aprehensión, que siempre Aparte me estás poniendo delante aquella hermosa deidad que vi iluminando el aire. Deja, deja de seguirme siquiera un rato, en que allane que el vivir absorto, no es dejar de vivir amante.) Hermosa Guacolda mía, si otros hicieron constantes los instantes de la ausencia siglos, no--¡ay de mí!--te espantes que hallándolos yo hechos siglos, los haya hecho eternidades, dame los brazos mil veces. GUACOLDA: Es tan inmenso, tan grande el bien, Iupangui, de verte, que es foroso que le extrañe; porque persuadirse un triste a que hay contento, no es fácil. En hora dichosa vengas, que aunque siempre fuera amable tu presencia para mí, pues con afectos iguales, también para mí eran siglos las vidas de los instantes, nunca en mejor ocasión verte pude. IUPANGUI: ¿Cómo? GUACOLDA: Sabe que Tucapel ha venido, y no sé con qué dictamen; empeorado de talento, mejorado de lenguaje, se ha persuadido a que soy yo quien piadosa le saqué de su esclavitud. Con que solicitando mostrarse agradecido, me ha muerto... culpa de amigo ignorante, matar con buena intención. De suerte que ya ocultarme aquí no es posible. Mira adónde podrás llevarme, pues ya, a no haber tú venido, me iba yo a las soledades de los montes más incultos, en cuyos páramos, antes que los ministros del Guáscar o los del sol me encontrasen, o las sañas del león o las astucias del áspid. IUPANGUI: No dudes que cuidadoso solicite yo ausentarte adonde nuestro amor pueda, sin que el rencor nos alcance, celebrar de nuestras bodas las más amorosas paces... (¡O, bello divino asunto! Aparte No tanto tras ti me arrastres; yo iré tras ti...) GUACOLDA: ¿No prosigues? IUPANGUI: Sí, mi bien; vuelva a cobrarme. GLAUCA: (Cuantos vienen, no parece Aparte que traen los juicios cabales.) IUPANGUI: Por poder celebrar, digo, de nuestras bodas las paces, me valí de Atabaliba a quien di de toda parte. Él, por hija de quien tanto siguió sus parcialidades, tomándome la palabra de que yo en su vasallaje haya de vivir, me ofrece dichosas seguridades. Jurado lo dejé, en cuya fe, prevenido el viaje tengo. Vente pues conmigo; (si no, es que el ir me embarace Aparte contigo ya otra hermosura.) GUACOLDA: ¡Qué ventura! Glauca, dame los brazos, y adiós. GLAUCA: Los cielos con bien te lleven.
Vase
GUACOLDA: Cobarde tus pasos sigo. IUPANGUI: ¿Qué temes? Que cuando el asegurarte no fuera en mí obligación, me obligara el homenaje de haber dado a quien le di la palabra de llevarte a su presencia.
Al entrarse diciendo estos versos, salen oyéndolos Guáscar INCA, el SACERDOTE, los VILLANOS y todos los INDIOS que pudieren
INCA: No era menester que yo escuchase, para saber tus finezas y acrisolar tus lealtades; que en cumplimiento, Iupangui... GUACOLDA: (¡Triste pena!) Aparte IUPANGUI: (¡Extraño lance!) Aparte INCA: ...de la palabra que a mí me diste, seas quien trate de llevar a mi presencia esa infeliz. Y no en balde, al decirme esos villanos de ese camino en el margen que aquí quedaba, previne que fueses tú quien la hallases; a cuya causa la nueva me movió a que me adelante a ser el primero yo que a ella admire y a ti abrace. GUACOLDA: (¡Qué dolor!) Aparte IUPANGUI: (Ya aquí no hay más Aparte que morir a todo trance.) INCA: Infausta, triste hermosura, que tímida e inconstante desdeñas, en ser esposa del sol, la dicha más grande; él sabe que cuanto hubiera dado por hallarte antes de verte, diera después por no haber llegado a hallarte. Superior causa, que tú no puedes saber ni nadie saber puede, es a quien me obliga a que mi pesar restaure su sacrificio a las aras su víctima a los altares. Llevadla al templo; que hoy, sin esperar días legales, ha de morir. ¿Qué esperáis? Quitádemela de delante; (que temo que me enternezcan Aparte los desatados cristales, que aún suelen ser vivo afeite de menos bello semblante.) GUACOLDA: Primero... IUPANGUI: (¡Ay de mí!) Aparte GUACOLDA: ...que llegue a morir, has de escucharme. INCA: ¿Qué podrás decirme, cuando apostatamente fácil contra el sol has cometido el más sacrílego ultraje? GUACOLDA: Aunque pudiera valerme de la repugnacia que hace a toda ley natural, que un dios beba humana sangre, y dentro de una ley misma, el fiel muera y el fiel mate, no lo he de hacer, que no quiero, aunque en mí esta razón cabe, escandalizar, y así para otro apelo. Mi padre, a quien desterrado tienes desde las enemistades tuyas y de Atabaliba, sabiendo que me inclinase amor a un cacique noble, por ser de opuesto linaje, forzada me trajo al templo donde, mientras él no falte, he vivido, con estar casada en secreto antes. Y así, no pudiendo ser sacerdotisa, tocarme no pudo la suerte, y pudo aquel natural dictamen ausentarme sin delito. INCA: Contra que ésas sean verdades, y no inventadas disculpas, una sóla razón baste, ¿Quién fuera noble y felice tanto, que esposo y amante mereciera entrambas dichas, y en tantas penalidades morir te dejara aleve? Y así, mientras no declares quién es, y él muera en castigo de robarte y ocultarte, rompiendo el templo en lo uno, y en lo otro, mis bandos reales, será en balde que te admita la apelación. GUACOLDA: Más en balde será, advertida en su riesgo, decirlo yo, pues librarle a él de su afrentosa muerte, hará la mía suave. INCA: ¿A eso te resuelves? GUACOLDA: Sí. INCA: Iupangui, ella no sabe la lástima que se quita con los celos que se añade. Persuádela tú a que diga quién es, pues con eso hace menos grave su delito, y podrá ser que la salve la apelación. IUPANGUI: ¿Para qué quieres, señor, que me canse en persuadírselo a ella, si el decirlo yo es más fácil, a precio de que ella viva? INCA: ¿Luego tú el cómplice sabes? IUPANGUI: Sí, señor. INCA: Por ti me vienen todas las felicidades, y hoy la mayor es saber de un agresor tan cobarde, de quien no estaré vengado sin que el corazón le arranque. ¿Qué aguardas, pues? ¿Quién es? IUPANGUI: Yo. INCA: ¿Qué dices? IUPANGUI: Que no te espantes, pues de ocultación y hurto fuiste tú quien me enseñaste el modo, cuando dijiste que para ti la robase. INCA: Pues ¿cómo, traidor vasallo, falso amigo, criado infame la confïanza ofendiste que hice en ti? GUACOLDA: No le ultrajes, que no es él. IUPANGUI: Sí soy. GUACOLDA: No es; que yo, pensando librarme, fingí esposo que no tengo, y él, por pensar que templases, siendo él, tu enojo, eso ha dicho. Y así, ¿qué esperáis? Llevadme donde, a precio de que él viva, con roja púrpura bañe las aras. IUPANGUI: Yo soy; a mí me llevad donde derrame deshecho coral, que ilustre más el altar que le manche, a precio de que ella viva. INCA: Si ambos lo desean constantes, ya que por sacerdotisa el castigo no la alcance, alcáncela por haber profanado el templo. Iguales mueran los dos. ¿Qué esperáis? ¡Llevadlos pues de aquí!
Al llevarlos, se desasen y se abrazan
IUPANGUI: Antes, dulce esposa,... GUACOLDA: Amado dueño... IUPANGUI: .. que yo expire,... GUACOLDA: ..que yo acabe, IUPANGUI: ...feliz con mirarte muera. GUACOLDA: ...feliz yo con abrazarte. INCA: ¡Apartadlos! ¡Divididlos!
Apártanlos y volviéndose a desasir, se buscan
IUPANGUI: ¡Triste pena! GUACOLDA: ¡Dolor grave! IUPANGUI: Mas aunque todos me fuercen,... GUACOLDA: Mas aunque todos me arrastren,... IUPANGUI: ...volver podré... GUACOLDA: ...podré ir... LOS DOS: a darle el último vale. GUACOLDA: ¡Noble dueño! IUPANGUI: ¡Esposa mía! INCA: ¡Que esto sufran mis pesares! Llevadlos, digo otra vez, donde ni se vean ni hablen. GUACOLDA: Hasta perderle de vista, a aqueste tronco me enlace.
Abrázase a una cruz
IUPANGUI: En aqueste árbol me enrede, hasta que a verla no alcance.
Abrázase a otro árbol
GUACOLDA: Y pues que no acaso fuiste el que vencer fieras sabe, a cuya causa te han puesto colocado en tantas partes,... IUPANGUI: Y pues, plátano, no acaso eres en quien veo la imagen, que desde que la vi, la tuve en el alma por carácter,...
Quieren desasirlos, y no pueden
GUACOLDA: ...tú me favorece, puesto que tienes poder tan grande en fieras, y fieras son los hombres que usan crueldades. IUPANGUI: ...tú me ampara, pues en ti me ocurre su luz radiante. GUACOLDA: ¡Infeliz amante exposo,... IUPANGUI: ¡Infeliz esposa amante,... GUACOLDA: ...adiós! IUPANGUI: ...adiós! INCA: ¿Cómo así permitís verse ni hablarse? UNOS: Como a apartarla del tronco no hay fuerza, señor, que baste. OTROS: Como no hay para moverle fortaleza que le arranque. INCA: ¿Todo, cielos, ha de ser prodigios en estos valles de Copacabana, siempre que a pisar llego su margen? ¿Con qué, o soberano sol, que adoro, no digo padre, desenojarte podré, si traerte no es bastante, por una víctima dos? Respóndeme. ¿Qué te aplace de mí, para que ejecute tus órdenes?
Sale la IDOLATRÍA
IDOLATRÍA: (Que los mate, Aparte le diré.) INCA: Si en una estatua mil respuestas solías darme, ¿cómo en mil estatuas hoy, que a tu templo se retraen, aún no das respuesta? IDOLATRÍA: Sí daré. INCA: ¡Dicha notable, pues que ya desenojado responde! ¿Qué haré, di? IDOLATRÍA: Darles... (...muerte, iba a decir, y no Aparte puedo pronunciar.) INCA: No calles tu decreto, pues me ves obediente a ejecutarle. IDOLATRÍA: Si deseas... (Proseguir Aparte no puedo, que al declararme, tengo un dogal en el cuello, y en el corazón un áspid.) Si pretendes... (No es posible Aparte que ya en mis ídolos hable, siendo para mí dos veces bronce el bronce, y jaspe el jaspe; con que en más estatua que ellos todos mis sentidos yacen.) INCA: Si a hablarme empiezas, ¿por qué no prosigues? Y si es darme a entender que hasta que mueran no merezco que me ampares, ya que apartar a los dos de los troncos no es fácil, flechados en ellos mueran por sacrílegos amantes. Disparad contra sus pechos. GUACOLDA: Árbol, pues tal poder traes,... IUPANGUI: Diedad, pues tal poder tienes,... GUACOLDA: ...tú me ampara. IUPANGUI: ...tú me vale.
Desaparecen los dos en los dos árboles, y suenan truenos y ruido de terremoto
INCA: ¿Qué aguardáis? ¡Disparad, digo! UNO: ¿Contra quien, si ciego el aire, el mismo polvo, la misma arena nos ciega que antes?
Terremoto y cajas a un tiempo. Dentro los ESPAÑOLES
TODOS: ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra! INCA: Si el español en mi alcance viene, ¿quién duda que venga con él quien al viento esparce nieblas, que la vista cieguen nieves, que el incendio abrasen? No doy paso que hoy no sea tropezando en mi cadáver; y pues ....................... no hay fuerza o poder que baste, ¡al templo!
Vase
UNOS: ¡Al monte! OTROS: ¡A la selva! TODOS: Sin duda--¡cielos!--es grande este Dios de los cristianos, pues tantos portentos hace.
Vanse huyendo. Hablan dentro los ESPAÑOLES
PIZARRO: ¡A ellos, españoles! TODOS: ¡A ellos! PIZARRO: ¡Mueran antes que se amparen de las breñas! IDOLATRÍA: ¡Cielos, luna, sol, estrellas, montes, mares! ¿No bastaba enmudecerme, sino a mí de privarme? Pero ¿qué mucho que vea contra mí prodigios tales, el día que ella se ampara de la cruz, y que él se vale del plátano, que atributo de María es, cuya imagen tan fija en el alma lleva? Mas no por eso desmayen mis rencores; y pues soy genio de las tempestades, mi aliento el aire inficiones, mi fuego el campo tale, mi rabia los frutos hiele, mi ira las mieses abrase, para que muriendo todos, primero que a Cristo aclamen, a los embotados filos de pestes, sedes y hambres, ninguno pueda lograr, en las siguientes edades, ver que mejor sol en brazos de mejor aurora nace.
Vase

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

La aurora en Copacabana, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Dec 2002