JORNADA TERCERA


Tocan las chirimías, y sale por una parte don Lorenzo de Mendoza, CONDE de Coruña, con acompañamiento; y por otra don Gerónimo Marañón, GOBERNADOR de Copacabana
GOBERNADOR: ¡Feliz, o gran don Lorenzo de Mendoza, rama invicta del infantado, y gloriosa blasón de Coruña, el día que del segundo Felipe, que eternas edades viva, virrey, señor, os merecen estas conquistadas Indias! CONDE: Su magestad, que Dios guarde, sin propios méritos, fía de mí su gobierno en fe de que en la obligación mía le sirva el afecto, ya que el mérito no le sirva. Y pues para el que desea acertar, tomar noticias el primer paso es, ¿de quién puedo mejor adquirirlas, que de quien por montañés Marañón, es en Castilla tan ilustre, por su cargo es en aquestas provincias gobernador de tan grave puesto, como él mismo explica, pues al de Copacabana pocos hay que le compitan? GOBERNADOR: ¿Qué noticias podré daros que vos no traigáis sabidas, pues todas han ido a España ya contadas o ya escritas; fuera de que son tan grandes las inmensas maravillas que obró Dios y obró su pura virgen madre sin mancilla desde que el día que en Perú la cruz entró, y desde el día que la invocación del nombre dulcisísimo de María se oyó en él, que me parece que un casi agravio sería, presumiendo no saberlas vos, el osar yo a decirlas? Y así, os suplico, señor, que me excuséis de que os repita que la cruz domeñó fieras, vitoria muy suya antigua; que María apagó incendios, nevando sus mismas manos blancos copos que con lluvias de arena y polvo, la vista al idólatra dos veces cegó; y que tan peregrinas obras, viendo que sus vanos ídolos enmudecían al sonido de aquel nombre y de aquel tronco a las líneas, introdujeron la fe, que entre los que bautizan y los que idólatras quedan hubo bandos, hubo cismas y disensiones; y en fin, que siguiendo las conquistas, después que se redujeron Cuzco, Chucuito y Lima, de cuyos conquistadores apenas uno hay que viva, murió Guáscar prisionero, y su hermano, Atabaliba, no sé cómo. Y pues no son éstas cosas para dichas tan de paso, remitamos a la historia que lo escriba, y vamos a lo que hoy toca a la obligación mía, y en Copacabana hablemos no más, pues cosa es sabida que a un gobernador no toca hablar como coronista. Es Copacabana un pueblo que casi igualmente dista en la provincia que llaman Chucuito, pocas millas de la ciudad de la Paz y Potosí. Sus campiñas son fértiles, sus ganados muchos y sus alquerías de frutas, pescas y cazas, abundantes siempre y ricas, cuya opulencia en su lengua a la nuestra traducida, Copacabana, lo mismo que piedra preciosa explica. Pero aunque pudiera ser por esto grande su estima, la hizo mayor, que en sus montes yace aquella peña altiva que adoratorio del sol fue un tiempo, por ser su cima, donde diabólico impulso hizo creer que el sol podía dar a su hijo para que los mande, goberna y rija. A esta causa, entre la peña y la procelosa orilla de una gran laguna que hace el medio contorno isla, se construyó templo al sol, en cuyas aras impías Faubro al ídolo llamaron superior, que significa mes santo, y mientras el cielo no nos revele el enigma en él, por los reservados juicios suyos, las insidias del antiguo áspid y en otros oráculos, respondía inspirando abominables ritos, cuya hidropesía de sangre, mal apagada con la de las brutas vidas, pasó a beber la de humanas vírgenes sacerdotisas. En fin, siendo como era Copacabana la hidra, principalmente después que a su templo retraídas trajo la guerra en estatuas todas sus falsas reliquias; en fin, siendo, a decir vuelvo, Copacabana la hidra de tantas cabezas, cuantas el padre de la mentira en cada suspiro alienta, en cada anhelito inspira, fue la primera en quien Dios logró la fértil semilla de su fe, siendo primeros obreros de su doctrina de Domingo y Agustino, las dos sagradas familias. Roma de América hay quien piadosa la publica, pues bien como Roma, siendo donde más vana tenía la gentilidad su trono, fue donde puso su silla triunfante la iglesia; así donde más la Idolatría reinaba, puso la fe su española monarquía, mostrando cuan docta siempre la eterna sabiduría, donde ocurre el mayor daño el mayor remedio aplica. Tan fecundas sus primeras raíces prendieron, tan fijas, que a marchitar no bastaron sus flores todas las iras del tiempo, pues padeciendo destemplado todo el clima, hambre, peste y mortandad, no por eso desconfían, atribuyendo a que sean sus dioses quien los castiga, pues antes atribuyendo a Cristo y su madre pía, que sus pasados errores trata con blanda justicia, para aplacarla trataron hacerla una cofradía, porque, al fin, en voz de muchos suenan más las rogativas. Mas como el demonio obstinadamente lidia en estorbar devociones, bandos introdujo y riñas entre dos nobles linages, sobre qué patron elijan. Los Vrisayas, de quien cabeza es Andrés Jayra, anciano cacique noble, sabiendo cuanto domina sobre las pestes su santa intercesión, solicita que sea San Sebastian titular de la obra pía. Otro, de los Anasayas cabeza, que hoy se apellida, por ser de aquella real sangre, Francisco Iupangui Inca, en que María ha de ser la patrona, y no otro, insta. Estas pues dos opiniones, excusando que a rencillas pasasen, convine en que a los votos reducidas, la mayor parte venciese. Pero la noche del día en que habían de juntarse a resolver la porfía, con estar las heredades de unos y otros tan vecinas, que en todos aquellos pagos unos con otros alindan. Amanecieron las mieses de aquellos que defendían que María había de ser la patrona, tan flóridas con el riego de una nube celestial, que daba grima, dando consuelo mirar tan juntos triúnfos y ruinas, y que en un espacio mismo hubiese unión tan distinta, como ser todo esto flores, siendo todo aquello aristas. Por algunos días duró la admiración, repetida la lluvia desde al noche al alba, y desde su risa hasta otra noche tan claro sol, que brotaban opimas, a vista de sequedades, mustias, yertas y marchitas, las mazorcas del maíz y del trigo las espigas. Con este prodigio, ¿quién dudara que reducidas las opiniones, quedase por su patrona divina la siempre llena de gracia, siempre intacta y siempre limpia? ¿Ni quién dudara tampoco que ya una vez elegida, fuese todo frutos, todo salud, abundancia y dicha? Pero entre tantos favores no faltan penas que aflijan, bien que tales penas ellas se padecen y se alivian, siendo ellas mismas remedio del achaque de sí mismas. Es, pues, el gran desconsuelo de los que más solicitan su culto, no tener para colocar en la capilla que labra la esclauitud, una imagen de María. Mil diligencias se han hecho, pero como a estas provincias aún no han pasado los nobles artes de España, es precisa cosa que supla la fe lo que no alcanza la vista. Dirá la objección que cómo no había arte donde había estatuas de tantos dioses? Y hallárase respondida con saber que eran estatuas tan toscas, tan mal pulidas, tan informes y tan feas, como una experiencia diga. Pues el cristiano cacique, que dije que defendía de María el patrocinio, viendo la gente afligida y ansiosa por una imagen, se ofreció a que él le daría como la tenía en la mente, hecha por sus manos mismas. Bien creímos todos, viendo entrar con tanta osadía en su fábrica gloriosa, que por lo menos sería una que supliese, ya que no primorosa y linda. Pero con ser la materia con que intentó construirla tan dócil como es el barro, pues no hay, sin que se resista, cincel a quien no obedezca, buril a quien no se rinda, muy pagado de su hechura, la trajo tan deslucida, tan tosca y tan mal labrada, que irreverente movía, más que a adoración, a escarnio, más que a devoción, a risa; de que se infiere cuan brutos sus simulacros serían, pues éste juzgó bastar hechura tan poco digna. Tan corrido de baldones se vio, de vayas y gritas, que desde allí no ha salido de un aposento en que habita, donde apenas deja verse de su esposa y su familia, con qué intento no sé; pero sé que durando en la villa el desconsuelo de verse las esperanzas perdidas de hallar imagen, dilatan el formar la cofradía, a que pienso que hago falta si mi fe no los anima. Y así, que me déis licencia mi rendimiento os suplica, por pensar que en esto más a Dios, al rey y a vos sirva. CONDE: De vuestras noticias quedo, por más que excuséis decirlas, bastantemente informado; y pues no es justo que impida mi detención vuestro celo, id, donde de parte mía, a la esclavitud diréis que la ruego que me admita por su hermano, y en mi nombre la ofreceréis para el día que haya imagen, las coronas de Hijo y madre, y sea precisa ley que me hayáis de avisar de cuanto logre y consiga tan piadosa afecto. GOBERNADOR: En eso y en todo, es justo que os sirva mi obediencia. CONDE: El cielo os lleve con bien.
Vanse el CONDE y el acompañamiento
GOBERNADOR: Guarde él vuestra vida. Vamos, deseos; no haga falta la persona mía, porque primeros fervores que la necesidad dicta, en viéndola remediada, con poca causa se entibian.
Vase. Córrese una cortina y véase a IUPANGUI en traje humilde de español, con taller, herramientas y demás instrumentos de escultor, como labrando una estatua tosca de madera, cuya estatura ha de ser de una vara, poco más o menos, y mientras dice los versos, esté siempre haciendo que trabaja en ella
IUPANGUI: Ya, purísima María, que mejorando de suerte, te adoró sin conocerte la ciega ignorancia mía, y ya que el felice día de conocerte llegó, llegue el de que logre yo esta aprehensión que vehemente insta en que copiarte intente, y en que lo consiga no. Bien sé que nunca aprendí esta arte, pero no sé qué interior carácter fue el que en el alma imprimí desde el punto que te vi, que aunque tan ruda se halla al desbastar de esta talla la agilidad de mi estrella, siendo imposible el tenella, es imposible el dejalla. Si cuando al barro fié el primer diseño mío te hallaste de mi albedrío no bien servida porque masa quebradiza fue del primer Adán, en cuyo daño original arguyo no comprehendida, cuan mal pudiera en su original copiarse retrato tuyo. Ya en mejor materia fundo este segundo diseño, pues te fabrico de un leño, a honor del Adán segundo. Permite, pues, que vea el mundo que en esta fábrica mía, pues a un madero se fía, aúnen a mejor luz la materia de la cruz y el retrato de María. Y vos, Niño Dios, que aquí gozando los tiernos lazos de sus amorosos brazos, significar pretendí, pues no hay facultad en mí ni para dejar la acción ni para su perfeción, usad de vuestra piedad, o dadme la habilidad o quitadme la aprehensión.
Sale GUACOLDA vestida a la española
GUACOLDA: Aunque te enojes, Francisco, de que entre donde deseas tanto estar solo, no puedo excusarlo. IUPANGUI: María bella, dulce amada esposa mía, ¿contigo enojarme? Ofensa haces a mi amor. GUACOLDA: Si veo que a todos, señor, ordenas que no entren aquí, ¿qué mucho que yo disgustarte sienta? IUPANGUI: La ley de todos, María, no es bien contigo se entienda; fuera de que tú no haces compañía, con que es fuerza que la soledad tampoco estorbes. GUACOLDA: De qué manera ni estorbar la soledad yo, ni hacer compañía pueda, no sé, que al parecer son proposiciones opuestas. IUPANGUI: No son; que el que ama y lo amado son sólo una cosa mesma; y así, viviendo yo en ti y tú en mí, la consecuencia es fácil de que no añades nuevo número a la cuenta; con que alma del alma, y vida de la vida, cosa es cierta que ni acompañas ni estorbas, pues de la misma manera que en presencia estás conmigo, estás conmigo en ausencia. GUACOLDA: Sólo puedo responder a tan hidalga fineza, que el no entrar a todas horas aquí, no es en consecuencia de que otros no entren, sino que nada te divierta la ocupación; pues por mucho que te desveles en ella, más la debemos a quien hacer el obsequio intentas. Pues debemos a María, después de tantas tragedias como pasamos huyendo de Guáscar, tantas miserias como después padecimos, acosados de la guerra, hasta venir a tomar puerto en nuestra misma tierra, la suma felicidad de llegar a conocerla, y admitir la ley de un dios de tan divina clemencia y tan humana piedad, que primero que yo muera por él, ha muerto por mí, que fue el dictamen de aquella natural luz que a no verme sacrificada hizo fuerza. Y así, dándole las gracias, libres de tantas tormentas, pasemos a la disculpa de que a embarazarte venga. Los Vrisayas, movidos de Andrés Jayra, su cabeza, la ocasión aprovechando de su retiro y la ausencia del gobernador, han hecho hoy junta, y resuelto en ella que no se haga cofradía pues no hay para quien hacerla, el día que no hay imagen. Los Anasayas, con esta novedad, viendo que tú en el empeño los dejas y no pareces, se han dado por vencidos; de manera que a estas horas están todas tus pretenciones deshechas, tus diligencias frustradas y tus esperanzas muertas. IUPANGUI: No están, y pues tan a un tiempo de unos la acción, y la queja de otros llega, que podré a entrambas satisfacerlas; a los unos, con que tienen imagen, pues ya está hecha, y a los otros, con que no me ausento menor tarea que la de estarla labrando, no dudes que se convenzan. Cierra este taller, y nadie entre en él hasta que vuelva.
Vase
GUACOLDA: Inés.
Sale GLAUCA
GLAUCA: ¿Qué mandas? GUACOLDA: Que cierres de ese aposento la puerta y traigas la llave. Virgen soberana, madre y reina de hombres y de ángeles, llegue día en que nos amanezca tu aurora en Copacabana.
Vase
GLAUCA: La llave no da la vuelta, y temo que he de quebrarla si porfío; quede puesta en la cerradura, pues aquí nadie sale ni entra.
Al irse por una parte, sale por otra TUCAPEL
TUCAPEL: ¡Cé, Glauca, Glauca! GLAUCA: ¿Quién es? ¿Quién de ese nombre se acuerda? TUCAPEL: El menor marido tuyo, que humilde tus plantas besa. GLAUCA: Mejor dirás mi mayor quebradero de cabeza. Ven acá, bestia en dos pies, que son las peores bestias. Si sabes que nuestro amo, obligado a la fineza con que a su esposa la tuve disfrazada y encubierta, apenas se vio en su casa, cuando nos redujo a ella, en tiempo de tantas hambres, ansias, pestes y miserias; si sabes que no queriendo admitir la verdadera ley que ellos y yo admitimos, durando siempre aquel tema de los pasados furores, fantasías y quimeras que ha tiempos de ti te privan, te echó de casa, con pena de que si volvías a entrar idólatra por sus puertas, te había de moler a palos, ¿cómo con tal desvergüenza osas llegar hasta aquí, sin que su castigo temas? TUCAPEL: Como la necesidad tiene una cara de hereja tan mala, que es menor daño el ver la tuya que el verla. Desacomodado y pobre perezco, y viéndole hoy fuera de casa, me atreví a entrar a pedirte que te duelas en este estado de mí; porque esperar a que sea cristiano será imposible, que hay otro yo que en mí reina, a quien ofrecí alma y vida cuando presumí que fuera la sacerdotisa quien me había traído a tu presencia. GLAUCA: Pues dile a ese señor diablo que tus acciones gobierna, que yo digo que es un tonto, pues ya que a pedir te fuerza, pedir diciendo pesares es política muy necia. Con esto, y con que en tu vida ni me hables ni me veas, vete, o no te vayas, pues podrá ser que el amo venga, y a los susodichos palos ejecute la sentencia.
Vase
TUCAPEL: Oye, aguarda... No es posible seguirla sin que me vea la demás gente de casa; y ya que solo me deja en este zaguán, adonde hay a un aposento puerta, y está en él la llave, tengo de ver si hay algo que pueda llevarme hazia allá con que repare alguna pequeña parte a mi necesidad.
Mira por la cortina sin correrla
Más ¡qué inutil diligencia, pues todo cuanto hay aquí son sólo cuatro herramientas y una mal formada estatua! ¿Quién creerá ser tan adversa la infame de mi fortuna, que ya que a hurtar me resuelva cuando me da la ocasión, me quite la conveniencia? Pero por poco que valgan cepillos, cinceles, sierras y escoplos, algo valdrán; con todos cargar pretenda.
Vase sin abrir la cortina. Habla dentro la IDOLATRÍA
IDOLATRÍA: ¡Ladrones, ladrones! TUCAPEL: ¡Cielos! Muerto soy si aquí me encuentran. ¿Quiera mi suerte... IDOLATRÍA: ¡Ladrones! TUCAPEL: ...que acierte dar con la puerta?
Suena dentro ruido como que tropezando derriba el taller y sale huyendo, y al irse él, sale la IDOLATRÍA
IDOLATRÍA: Sí darás, porque estas voces sólo en tus oídos suenan, articuladas de mí, porque al ir huyendo de ellas, te haya hecho el temor que en todo tropieces como tropiezas, para que sin que haya mano tan sacrílega, tan fiera, tan bárbara, tan enorme, que ejecute la violencia de derribar esa estatua, la halle quebrada y deshecha su artífice; que aunque yo por mano del hombre pueda, ya lo dije, obrar insultos, no sé qué tiene ésta aun ni imagen de María, que su respeto me fuerza a haber hecho en el acaso tolerable indecencia. Diga la historia que halló su fábrica descompuesta, mas no diga que hubo quien osase descomponerla. ¿Quién creerá que cuando estoy huída, arrojada y depuesta de tan alta monarquía, de magestad tan suprema, como en esta mayor parte del mundo tuve sujetas a mi imperio tantas gentes, tantos mares, tantas tierras y tantas adoraciones, sólo gima, llore y sienta pensar que en Copacabana, que el adoratorio era del gran ídolo de Faubro, cuerpo que con tres cabezas equivocaba lejanas noticias de que Dios sea uno y trino, se ha de ver, ¡ay de mí!--la imagen puesta de María? Porque es cerrarme todas las puertas a la esperanza de que jamás a cobrarse vuelvan imperios, aras ni altares que...y sé que donde llega la devoción de María, para siempre viva y reina. ¿Pues qué si a aqueste dolor se añade, que no hay pequeña circunstancia que no aflija, si entre las grandes se encuentra, el ver que un indio bozal, sin más arte ni más ciencia que un rasgo, un viso, un bosquejo, que él se dibujó en su idea, se persuade a que ha de hacer escultura tan perfecta, que, retrato de María, ser colocada merezca? Bien sé cuánto es imposible conseguirlo su torpeza, mas la fe con que la labra me ofende de tal manera, que por vengarme en la fe aun más que en la suficiencia no ha de haber medios que no ponga astucias y cautelas, no sólo en desvanecer el afán de sus tareas, pero el afecto a que aspira, haciendo que no le tenga la congregación; a cuya causa moveré pendencias, rencillas y disensiones entre aquesas dos opuestas familias, de suerte que tan desde luego se enciendan, que desde luego se escuche decir a espadas y lenguas...
Hablan voces dentro
Ella y UNOS: ¡Mueran oy los Anasayas! Ella y OTROS: ¡Hoy los Urisayas mueran!
Vase la IDOLATRÍA, y salen acuchillándose de una parte ANDRÉS, y de otra, IUPANGUI, y en dos bandos todos los indios que puedan, y TUCAPEL
ANDRÉS: ¡Aquí, deudos! IUPANGUI: ¡Aquí amigos! TUCAPEL: Ver de lejos, ¿no es gran fiesta cuchilladas? VOZ: Pára, pára.
Sale el GOBERNADOR
GOBERNADOR: Acudid, todos apriesa. Tened, apartad. ¿Qué es esto? ¿En cuarto días de ausencia hace mi persona falta, de suerte que lo que encuentra primero es un alboroto tan grande? IUPANGUI: Que me detenga tu respeto, es justo. ANDRÉS: Sólo él mi cólera pudiera suspender. GOBERNADOR: Esa atención por ahora os agradezca el no enviaros a una cárcel, hasta que la causa sepa, por si antes de escribirla es capaz de componerla. ¿Qué ha sido esto? IUPANGUI: Andrés Iayra lo dirá, que es bien prefiera la autoridad de sus canas, y fío de su nobleza que no dirá cosa que no esté en toda razón puesta. ANDRÉS: En fe de esa confianza, usaré la licencia. Yo, señor, que un tiempo fui, bien como todos, de aquella idólatra ceguedad que creyó que el sol pudiera, siendo sin alma y sin vida, sólo un material planeta, habernos dado a su hijo; oyendo la diferencia que hay de criador a criatura, y viendo las excelencias de ley tan en natural razón, que para creerla, sin sus milagros, bastara la suavidad de sí mesma; convencido en mi pasado error, la admití y con ella la piadosa esclavitud de la gran patrona nuestra. He asentado este principio para que nunca se crea pue es relajación en mí, haber hecho resistencia a que mientras que no haya decente imagen que pueda colocarse, estén la obra y la esclavitud suspensas. En esto yo y mis parciales hablamos, y como llegan las voces de un barrio a otro tan otras que no son ellas, quejoso Francisco Inca, de que yo hiciese en su ausencia junta sin él, llegó a hablarme con más pasión que paciencia. Yo también, no me disculpo, debí de dar la respuesta sin paciencia y con pasión; de suerte que a las primeras razones, viendo él y yo cuanto mejor se remedia una injuria de la espada, llegamos a lo que has visto. Diga él si hay más causa que ésta. IUPANGUI: ¿Cómo puedo y negar que ésa es la verdad, si es vuestra? Sólo añadiré, señor, que reñimos tan apriesa, que no hubo lugar de que lo que iba a decirle sepa; y así, permitid que aquí diga lo que allá dijera. GOBERNADOR: Decid. IUPANGUI: Concedo que erré el la escultura primera la materia de la imagen que ofrecí; y en consequencia de que hay humano yerro que no le dore la enmienda, de las varas del maguey, por ser preciosa madera e incorruptible, otra imagen, desbastadas las cortezas, del corazón he labrado, por parecerme que sea corazón e incorruptible, de ambos decente materia. A satisfacer con esto a unos, de que imagen tengan, y a otros, de que mi retiro no de otra causa proceda, iba, cuando, ya lo dijo Andrés, la cólera nuestra no dio a pláticas lugar. Y puesto que tu presencia le da, y que lo que ahora digo es lo que entonces dijera, quien quiera satisfacerse de verdad tan manifiesta, en buen paraje se halla, pues está mi casa cerca. GOBERNADOR: Yo, no por satisfacerme, pues fuera dudarlo ofensa, la hechura iré a ver, por sólo la curiosidad de verla. TODOS: Todos sirviéndote iremos. IUPANGUI: Venid, pues. TUCAPEL: (Porque no tenga Aparte sospecha de que yo fui el que dio con todo en la tierra, con ellos iré, que no hay mejor quitasospechas que el no huir el agresor.
Entran por una puerta y salen por otra
IUPANGUI: Antes que os abro la puerta donde la imagen está, habéis de oirme una advertencia. GOBERNADOR: ¿Qué es? IUPANGUI: Que estando sólo en blanco, haber de suplir, es fuerza, ahora en lo que no es, lo que será cuando tenga la encarnación de los rostros y manos, y la viveza de la estofa del ropaje, que es lo que no he de ponerla yo, sino un pintor que dora el retablo de la iglesia, que en la ciudad de la Paz, la orden de Francisco ostenta. GOBERNADOR: Claro está que en blanco, sólo da de lo que ha de ser muestra. IUPANGUI: Pues con esta prevención, la imagen que labré es ésta.
Corre la cortina, y se ve el taller derribado, la estatua deshecha y los instrumentos esparcidos
TODOS: ¿Qué imagen? IUPANGUI: ¡Cielos! ¡Qué miro! GOBERNADOR: Que aquí sólo a verse llegan mal desunidos pedazos, que esparcidos por la tierra, no sólo imagen son, pero aun de serlo no dan señas. ANDRÉS: ¿Esto es lo que nos traéis a ver con tan satisfecha presunción? GOBERNADOR: ¿Cómo en disculpa no habléis de esta inadvertencia? IUPANGUI: Como un dolor, que en menores pedazos que ésos, me quiebra el corazón en el pecho, ha embarazado a la lengua la voz, y tras ella el uso de sentidos y potencias. ANDRÉS: Bien se ve que esto no es más que un imaginario tema de María; y pues que tengo tan a vista la evidencia de lo poco que esto puede venir a ser, no os parezca rebeldía el mantener que hasta que haya imagen bella, no ha de haber congregación. Y ansí, vos, por vida vuestra, que esto de labrar estatuas lo dejéis a quien lo entienda. GOBERNADOR: ¿Quién os persuadió a que pudo haber, sin estudio, ciencia? TUCAPEL y UNOS:¡Qué delirio! OTROS: ¡Qué locura!
Vanse
IUPANGUI: Por más que todos me afrentan, perdido desvelo mío, me aflige y me desconsuela más el mirar vuestro ultraje, que el padecer mi vergüenza. Si es, Señora, esto en castigo de que un bruto indio se atreva a copiar vuestra hermosura, humildemente sobre estas, antes que fábricas, ruinas, os ruego, pecho por tierra que me quitéis la aprehensión o me déis la suficiencia; porque mientras que de vos o el olvido no me venga, o no me venga el favor, por mí no ha de quedar esta viva fe de que he de veros en Copacabana puesta en alto solio, y...
Sale GUACOLDA
GUACOLDA: Francisco, ¿qué es esto? Que la pendencia antes, después el concurso de gente, absorta y suspensa me tuvo. Sepa qué ha sido. IUPANGUI: ¿Qué quieres, María, que sea sino poca suerte mía?
Corre la cortina
Mira... Pero no lo veas; no te quiebre el corazón ver mi dicha en polvo envuelta. ¿Quién aquí cuando salí entró? GUACOLDA: Nadie, que yo sepa. IUPANGUI: Pues sabrás...
Dentro GLAUCA
GLAUCA: ¿Qué atrevimiento es éste? ......... [ e-a] IUPANGUI: ¿Qué es eso, Inés?
Salen GLAUCA y TUCAPEL
GLAUCA: Que no sólo aquí Tucapel se entra, pero no hay como echarle de casa. TUCAPEL: (Mi muerte es cierta.) Aparte IUPANGUI: Ven acá. ¿No te he mandado que no entres por esas puertas? TUCAPEL: La novedad de entrar todos me permitió la licencia. IUPANGUI: ¿Y cuando todos se van, cómo tú sólo te quedas? TUCAPEL: Como aunque más lo procuro, nunca encuentro con la puerta. IUPANGUI: ¡Qué necia desculpa! Pero aunque castigar divierta de otra suerte tu osadía, no ha de ser sino aquesta... entra a esa cuadra... TUCAPEL: (Los palos Aparte llegaron, pues quiere vea el daño que hice.) IUPANGUI: ...y en una caja que hallarás en ella, pon cuanto en ella hallares de instrumentos y herramientas, y carga con ello, y ven conmigo, porque tú a cuestas lo has de llevar donde yo te mandare. TUCAPEL: Considera... IUPANGUI: ¿Qué? TUCAPEL: ...que no podré llevarlo. IUPANGUI: ¿Por qué? TUCAPEL: Porque y experiencia tengo de que para eso no alcanzan, señor, mis fuerzas. IUPANGUI: No repliques; que ha de ser. TUCAPEL: No ha de ser. IUPANGUI: Sí ha de ser. Entra; que es servicio de María. TUCAPEL: Ya el obedecerte es fuerza.
Vanse GLAUCA y TUCAPEL
IUPANGUI: Tú, querida esposa mía, dame a una ausencia licencia; que nadie ha de verme hasta que con la escultura vuelva hecha toda una ascua de oro, por si suple la riqueza lo que el arte le ha faltado. GUACOLDA: ¿Para eso pides licencia, cuando para eso aun mi amor te rogara que te fueras? Sólo me pesa que esté, de pestes, hambres y guerras, tan en necesidad suma nuestro caudal, que cubierta no la puedes traer, Francisco, de oro, diamante y perlas. Pero ya que no es posible, débate yo una fineza. IUPANGUI: ¿Qué es? GUACOLDA: Que te lleves contigo las pocas pobres joyuelas que me han quedado; y si no te bastare el precio de ellas para pagar el dorado, con una "S" y clauo sella mi rostro; que pues esclava dos veces de María bella, una, y otra tuya soy, a ninguno hará extrañeza ver que esclava de dos dueños, uno para otro me venda. IUPANGUI: ¿Qué quieres que te responda, sino que no me enternezcas? Yo llevo con qué pagar. GUACOLDA: Pues ya está la caja puesta, y con ella Tucapel, esperándote a la puerta. IUPANGUI: Dame los brazos, y adiós. GUACOLDA: Él con bien a ellos te vuelva. IUPANGUI: ¡Quién no sintiera el dejarte! GUACOLDA: ¡Quién el verte ir no sintiera! IUPANGUI: ¡Qué pena! GUACOLDA: ¡Qué dolor!
Vanse cada uno por su parte, y sale por el medio la IDOLATRÍA
IDOLATRÍA: ¿Qué dolor puede ser? ¿Qué pena la que empezando en ultraje, camina a ser excelencia? ¿Qué es esto, cielos? ¿Tan firmes raíces prende, flores echa y frutos brota una planta de fe en tan árida tierra como el corazón de un indio, que no impidan a que crezca ni el ábrego de mis iras ni el cierzo de mis violencias? qué me ha servido--¡ay triste!-- que en la escultura primera oyese tantos baldones, ni que en la segunda vuelva con nuevo escarnio de todos a ver ruinas y oír afrentas, si nada le desconfía, si nada le desespera? Y antes de los mismos medios que usé yo para romperla, usa él para fabricarla, pues me obliga, pues me fuerza en aquel indio a quien yo asisto a que le obedezca, siendo yo misma en mi agravio cómplice contra mí mesma, pues puse a servir un noble espíritu de soberbia. Y aun no para aquí el prodigio de su fe, sino en que quiera mi cólera adelantarme, mal valida de mis ciencias todo su triunfo, porque antes de ser le sienta. Dígalo el que, sincopando el tiempo, le veo que llega ya al dorador, a quien oigo qué le dice.
Salen a una parte del tablado IUPANGUI y un DORADOR
IUPANGUI: Yo quisiera, pues ya habéis visto la imagen, que lo que yo en componerla tardé, tardéis en dorarla, porque de aqueste manera no perdamos tiempo. DORADOR: Amigo. lo que he sacado de verla es que vuestro celo es bueno, mas la habilidad no es buena. Cuánto gastéis en dorarla perderéis, pues imperfecta siempre ha de quedar, supuesto que está tan sin arte hecha, tosca y mal pulida. IUPANGUI: Eso no corre por vuestra cuenta. DORADOR: Sí corre. ¿He de poner yo mano en cosa que no sea después de provecho? IUPANGUI: No déis tan áspera respuesta a quien humilde os suplica, y lo que ha de pagar ruega; pues cuanto el precio, si no bastaren estas monedas de oro, que es cuanto ha podido dar de mi corta hacienda, yo me quedaré a serviros hasta quedar satisfecha la paga, y un año más de balde sobre la deuda. DORADOR: No sé qué os diga; ese afecto me ha trocado de manera que no sólo he de doraros la imagen, pero ni aun esas monedas he de tomar. Guardadlas para la vuelta, y venid conmigo, no a servir, sino a que sea vuestro hospedaje mi casa el tiempo que aquí estéis. IUPANGUI: Si era mi obligación ser criado, ya me hace esclavo la vuestra. DORADOR: Venid conmigo. IUPANGUI: Los cielos la piedad os agradezcan.
Vanse
IDOLATRÍA: Sí harán, pues es obra suya el que un corazón se mueva tan de un instante a otro. Cielos, baste, baste la experiencia sin que queráis que mis ansias a más tormento transciendan, anteviendo que dorada la imagen, vuelve con ella a Copacabana, adonde porque en su casa no tenga otro riesgo, fray Francisco de Navarrete en la aldea de San Pedro, que es doctrina suya, la guarda en su celda. ¡Qué de luces, qué de voces en ella alumbran y suenan todas las noches! De cuyo divino pasmo da cuenta a los de Copacabana, para que viniendo a verla, de ella agradados la lleven en procesión a su iglesia. Con que una sóla esperanza a mis sentimientos queda, y es que haya quien todavía por dorada que la vea, dure en la opinión de que no ha de colocarse mientras no se halle otra más hermosa. ¡O, si en esta conferencia venciese Iayra, pues viene diciendo después de verla...!
Salen ANDRÉS Iayra, IUPANGUI, el GOBERNADOR y algunos INDIOS
ANDRÉS: Por más dorada que esté, de estar informe no deja. IUPANGUI: Para suplirme algo hay una fuerte razón. ANDRÉS: ¿Cual es? IUPANGUI: ¡Ésta! Si en lo inmenso no se da medida, y no está más cerca del sol el que está en la cumbre que el que en el valle se asienta, claro está, pues de María es la perfección inmensa, que el mejor retrato suyo no se acerque a su belleza más que se acerque el que menos hermosa la manifiesta. Pues siendo así, que hay en todos que suplir, suplid en esta copia aquello más que ahí la necesidad dispensa. GOBERNADOR: Dice bien. ANDRÉS: Yo lo concedo en cuanto a que nadie pueda hacer perfecto retrato, mas no ha de ser de manera que al verle, la devoción peligre en la irreverencia. Y así, en tanto que no haya mejor hechura que ésa, no ha de entrar en la capilla. GOBERNADOR: Sí ha de entrar; que la fe es ciega y no mira a lo que es, sino a lo que representa. ANDRÉS: Aqueso es querer que el mando a la razón haga fuerza. GOBERNADOR: No es sino querer que el celo con el tiempo no se pierda, mayormente cuando hoy tenemos tres concurrencias que en ningún día del año habrá. TODOS: ¿Qué son? GOBERNADOR: La primera, que aquel ídolo de Faubro, que mes santo se interpreta, simboliza al de febrero, que es el que mañana empieza. La segunda es que al segundo día suyo se celebra la gran purificación de María; y la tercera, que aquesta festividad se llama de las candelas. Luego si el ídolo Faubro en febrero se destierra, y el lugar que estuvo inmundo se purifica con bella luz de fe, ¡qué día tendremos para celebrar la fiesta, en que purificación haya mes santo y luz nueva! ANDRÉS: ¿Véis todas esas razones? Pues a mí no me contentan. TODOS: Ni a nadie mientras no haya escultura más perfecta.
Vanse, y quedan el GOBERNADOR e IUPANGUI
GOBERNADOR: Francisco, ¿véis esto? Pues nuestra fe no descaezca. Yo tengo al virrey escrito cuanto nos pasa, y que tenga memoria de las coronas que ofreció, con que con ellas más adornada la imagen, no dudo mejor parezca. Cuidad de ella vos, en tanto que yo, andas y altar prevenga, coro y música; que vos y yo hemos de hacer la fiesta solos, aunque nadie acuda.
Vase
IUPANGUI: María divina y bella, yo no supe más ni pudo extenderse a más mi idea. Perdóname, y si por mí el pueblo no os reverencia, no corra eso a cuenta mía. Volved vos por la honra vuestra.
Vase IUPANGUI
IDOLATRÍA: ¡Quién no fuera inmortal para matarse antes que lo viera! Mas--¡ay!--que no sólo tengo de verlo cuando suceda, pero aun desde ahora, pues en la aprehensión de mis ciencias estoy--¡o, ansia, lo que corres!-- viendo--¡o, dolor, lo que vuelas-- que el generoso Mendoza que hoy estos reinos gobierna como quien tiene a María en el corazón impresa, pues el Ave María es el timbre de su nobleza; avisado--¡ay, infelice!-- del gobernador, en muestra de su devoción, trayendo las coronas de la ofrenda, a hallarse en su translación viene. Con que unirse es fuerza para su recibimiento ambos bandos, de manera que saliéndole al camino, veo que a decirle llegan...
Dentro
TODOS: ¡Viva el ínclito Mendoza, que en justicia y paz gobierna!
Salen todos, el CONDE, el GOBERNADOR, ANDRÉS e IUPANGUI
GOBERNADOR: ¿Vuecelencia, gran señor, en estos valles? CONDE: Habiendo sabido por el vuestro aviso que ya está todo dispuesto para ir a Copacabana desde el lugar de San Pedro la imagen que labró el indio, a hallarme en la fiesta vengo como congregante suyo, y a cumplir mi ofrecimiento, trayendo las dos coronas, bien que humilde corto obsequio, mas no todas veces puede seguir el don al deseo. GOBERNADOR: Vos seáis muy bien venido, que bien menester habemos este honor para que sea grande su acompañamiento, que sin vos fuera muy solo. CONDE: Pues ¿no están todos los pueblos convocados? GOBERNADOR: Hay, señor, mucho que decir en eso. CONDE: ¿Qué hay que decir? ANDRÉS: Si me dais licencia, yo, pues que tengo la culpa, daré, señor, la disculpa. Yo me he opuesto a que no es decente imagen la que hasta ahora tenemos, porque es labrada de un hombre sin arte, ciencia ni ingenio; y por no ver deslucido su culto en el desaseo, han seguido mi opinión muchos que no quieren cuerdos colocar una escultura que hace indevota el afecto. CONDE: ¿Quién la labró? IUPANGUI: Yo, señor. CONDE: Pues ¿qué os movió, no teniendo ciencia ni experiencia, a ser escultor? IUPANGUI: Un pensamiento en que fue más imposible que el serlo, el dejar de serlo. CONDE: Yo la he de ver, y veré de ambos la razón. IUPANGUI: Bien presto podréis. CONDE: ¿Cómo? IUPANGUI: Como está en ese cercano pueblo, por no tenerla en mi casa sin el debido respeto, que está en la de un religioso. CONDE: Pues vamos allá, que quiero desengañarme yo a mí, y componer este duelo como más convenga a gloria y honra suya.
Vanse el CONDE, el GOBERNADOR y todos menos ANDRÉS e IUPANGUI
ANDRÉS: (Yo me huelgo Aparte de que vaya a verla, pues es fuerza ofenderse en viendo su deformidad.)
Vase
IUPANGUI: Señora, en vista está vuestro pleito, pues de todos abogada sois, hoy sedlo vuestra.
Vase, y tocan las chirimías
IDOLATRÍA: ¡Cielos! ¿Qué fe es ésta de este indio, que penetrando los cielos, logra--¡ay de mí!--que las nubes rasguen sus azules velos, y que alados querubines, iluminando los vientos, desciendan sobre la imagen? A tan alta fe, a misterio tan grande, a favor tan sumo, ni hay ciencia ni hay sufrimiento. Canten ellos mientras yo sufro, lloro, gimo y peno.
Vase. Tocan las chirimías, córrese la cortina, y se ve en un altar adornado de luces y flores la imagen dorada, y al mismo tiempo, en dos apariencias que llaman sacabuches, bajan dos ÁNGELES la imagen, y ella se va convirtiendo como mejor pueda ejecutarse en una imagen de nuestra Señora con el Niño Jesús en los brazos, la más hermosa, adornada y vestida que se queda, que será aquella misma que se vio en la apariencia del incendio y de la nieve. Cantan, la MÚSICA siempre dentro
ÁNGEL 1: "Venid, corred, volad, y al terreno pensil trocad, ángeles, hoy el trono de zafir." MÚSICA: "Volad, corred, venid." ÁNGEL 2: "Venid, corred, volad, pues es la causa a fin de hermosear el retrato de vuestra emperatriz." MÚSICA: "Volad, corred, venid." ÁNGEL 1: "Venid, corred, volad donde puedan suplir aciertos del pincel, errores del buril." MÚSICA: "Volad, corred, venid." ÁNGEL 2: "Venid, corred, volad, que hay quien quiera argüir mancha en copia de quien nunca la tuvo en sí." MÚSICA: "Volad, corred, venid." ÁNGEL 1: "Venid, corred, volad, veréis que al esparcir el aire su cabello, tremola todo Ofir." MÚSICA: "Corred, volad, venid." ÁNGEL 2: "Venid, corred, volad, y en el blanco matiz de su frente hallaréis deshojado el jazmín." MÚSICA: "Volad, corred, venid." ÁNGEL 1: "Venid, volad, veréis en sus ojos lucir luceros ciento a ciento, estrellas mil a mil." MÚSICA "Volad, corred, venid." ÁNGEL 2: "Venid, corred, que en dos mitades da a un rubí su púrpura el clavel, la rosa su carmín." MÚSICA: "Corred, volad, venid." ÁNGEL 1: "Venid, corred, volad, que en su mano a bruñir da torneado alabastro liciones al marfil." MÚSICA: "Corred, volad, venid." ÁNGEL 2: "Venid, corred, volad, que de uno a otro perfil hoy lucen en febrero las flores de abril." MÚSICA: "Corred, volad, venid." ÁNGEL 1: "Y a vosotros mortales, a admirar, a advertir..." ÁNGEL 2: "Que los yerros del hombre enmienda el serafín." LOS DOS y MÚSICA: "Corred, volad, venid, veréis cuanto mejoran en vuestra emperatriz aciertos del pincel, errores del buril. Corred, bolad, venid."
Tocan las chirimías, y desaparecen los ÁNGELES, quedando en las andas la imagen vestida, y salen IUPANGUI, el CONDE, el GOBERNADOR, ANDRÉS y TODOS
IUPANGUI: Ésta, señor, es la breve esfera donde ahí la tengo depositada, hasta ver si tanta dicha merezco como verla colocada. ANDRÉS: (Ahora es cuando al verla, es cierto Aparte que se ha de desagradar.) CONDE: ¡Ni en mi vida vi más bello simulacro de María! IUPANGUI: ¡Qué es esto, cielos, que veo! GOBERNADOR: ¡Cielos, qué es esto que miro! ANDRÉS: ¿Quién retocó aquel bosquejo que tan inculto dejamos? IUPANGUI: Pasóse de extremo a extremo a ser alcázar mi reina, pues la que allá en un momento encontré deshecha, aquí tan adornada la veo, siendo la misma que yo vi nevar sobre el incendio. CONDE: ¿Cómo vos tan atrevido, tan rara perfección viendo, a decir os atrevisteis que era retrato imperfecto? ANDRÉS: Como no es ésta la estatua que aquí dejamos. GOBERNADOR: Sí es, puesto que nadie aquí entró, ni ha habido por diligencias que ha hecho nuestro cuidado en buscarla, otra en todos estos reinos. ANDRÉS: Pues si es ella, aquí han andado más celestiales obreros. CONDE: Es sin duda, porque no pudo el humano desvelo, sin divino auxilio, haber tal hermosura compuesto ampos y copos parece de su rostro, y de su cuello la blancura. GOBERNADOR: Yo diría que agraciado el trigueño, en ella hicieron unión nieve y azabache a un tiempo. UNOS: Ninguno dijera bien, que sonrosados reflejos, rosas y claveles son sus tornasoles. IUPANGUI: Yo, ciego a sus rayos, de colores no puedo hacer juicio, atento a la risa con que mira. ANDRÉS: ¿Qué risa, si lo severo de su semblante está dando igual temor y respeto, sino es que sea a mí, por más que de mi error me arrepiento? TODOS: A todos ha parecido diferente. CONDE: Fuerza es, puesto que a lo divino no alcanzan los humanos ojos nuestros. IUPANGUI: Dichosa mi insuficiencia fue, pues si docto maestro la hubiera labrado, a él se atribuyera el acierto, y no pasara de allí la admiración a portento. CONDE: Dadme los brazos, que bien se ven los merecimientos de vuestra fe; y pues tenéis vos tratado su respeto de más cerca, poned vos las coronas a sus dueños.
Toma IUPANGUI las coronas, sube la grada, y mientras las pone, el GOBERNADOR va repartiendo velas que traerá uno a todos
IUPANGUI: Ya no como a hechura mía, como a reina os reuerencio, pues os entrego coronas. GOBERNADOR: En tanto iré repartiendo las velas que ha de llevar todo el acompañamiento. Vos, pues vinisteis a honrarnos, habéis de ser el primero. Id aora tomando todos. CONDE: Apartaos todos, que quiero ver si las coronas vienen a medida... ¡O, cuanto siento que la del Hijo a la madre cubra el rostro! ¿Podrá esto, decid, pues vos la labrasteis, tener ahora remedio con que bajando las manos, deje el rostro descubierto? IUPANGUI: Mal podré atreverme yo a retocarla, teniendo oficiales que sabrán mucho mejor que yo hacerlo.
Aparta la imagen, dejando en el brazo izquierdo el Niño que tenía en entrambas manos, con que viene la derecha a quedar en el aire desocupada
CONDE: Pues desconsuelo es bien grande. IUPANGUI: No es muy grande el desconsuelo. CONDE: ¿Cómo? IUPANGUI: Volved a mirarla, veréis que aparta de en medio del pecho donde tenía a su Hijo el brazo izquierdo, y recostándole al lado del corazón, el derecho también desviado, deja todo el rostro descubierto. UNOS: ¡Qué maravilla! OTROS: ¡Qué asombro! UNOS: ¡Qué prodigio! OTROS: ¡Qué portento!. CONDE: No sólo portento, asombro es y maravilla, pero aun todo eso incluye en sí más reservado misterio. Haber reclinado al Hijo al abrigo de su pecho, dejando la mano diestra desocupada, ¿no es cierto que es para que yo esta vela ponga en ella, conociendo que es la purificación su principal ministerio?
Pone la vela en la mano
Mirad cómo representa de la suerte que fe al templo, mostrando que al templo hoy va también, y si allí vemos que fue purificación su festividad, lo mesmo vemos aquí pues, clara sacrílega, tanto tiempo purifica de su antorcha la luz, a cuyos reflejos se van de la ídolatría las sombras desvaneciendo.
Dentro terremotos y dice IDOLATRÍA
IDOLATRÍA: Y para confirmación de que es verdad que me ausento para siempre, resignando en María mis imperios, cuantos espíritus tuve en los idólatras pechos aposentados, conmigo irán de su vista huyendo. TODOS: ¿Qué nuevo prodigio es éste?
Sale GUACOLDA
GUACOLDA: Yo lo diré, pues viniendo a lograr hoy en mi esposo el triunfo de sus desvelos, he hallado por el camino sanos a muchos enfermos, con pies a muchos tullidos, y con vista a muchos ciegos. Y lo que es más, muchos indios que poseídos de fieros espíritus han quedado libres, a vozes diciendo...
Dentro
VOCES: ¡María es la Virgen Madre! y Cristo es el Dios verdadero!
Salen TUCAPEL y otros indios
TUCAPEL: Dígalo yo, pues cobrado en mi natural acuerdo, a voces pido el bautismo. UNOS: Todos decimos lo mesmo. TODOS: ¡María es la virgen madre! ¡Cristo es el Dios verdadero! IUPANGUI: Feliz el día que logra tantas dichas mi deseo. GUACOLDA: Feliz el que yo en tu busca vine a merecer el verlo. ANDRÉS: Feliz para el que miro tan mejorados mis yerros. GOBERNADOR: Feliz el que en mí ha logrado la devoción de mi afecto. CONDE: Y más feliz para mí, que descubrí en mi gobierno tan alto tesoro. Y pues más que esperar no tenemos, empiece la procesión, que yo he de ser el primero que aplique el hombro a las andas. GOBERNADOR: Intentarlo para ejemplo de todos, basta. Llegad los nombrados para eso, y los músicos entonen dulces cánticos.
Salen los MUSICOS y las MUJERES, vestidas de estudiantes, como seises, con sobrepellices y bonetes
MÚSICA: Sí haremos. "Venturosa la mañana que en duplicado arrebol nos nace con mejor sol la aurora en Copacabana." VOZ 1: "Piedra preciosa solía llamarse su esfera hermosa, pero hoy la piedra preciosa es la imagen de María." VOZ 2: "Del Faubro la Idolatría que la poseyó tirana, más luz en febrero gana, pues de nuestra fe crisol..." MÚSICA: "Nos nace con mejor sol la aurora en Copacabana." TUCAPEL: Yo, pues de mi esclavitud libre por ella me veo, por mí y por todos, es bien pida el perdón de los yerros. IUPANGUI: No es, pues de todos la ufana voz dirá al reino español, que en su imagen soberana... MÚSICA y TODOS: "Hoy nace con mejor sol la aurora en Copacabana."
Con esta repetición, encendidas las velas de todos, y en forma de capilla, cantando delante los músicos, dará vuelta en hombros al tablado la imagen; y porque no se embarace en entrar, caerá una cortina que cubra todo el tablado

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002