JORNADA SEGUNDA


Salen LIDORO y MALANDRÍN
MALANDRÍN: Será para mi señor vuestra salud linda nueva, según quedó lastimado de vuestra infeliz tragedia. Y así, a que me dé en albricias algún vestido que pueda suplir el que yo os he dado, a buscarle iré; pues cierta cosa será que uno y otro me lo estime y agradezca. Pues no dudo que, a no estar obligado a la asistencia del rey que, como ya os dije, anda a caza, él mismo fuera quien os trajera en sus brazos. LIDORO: Su vida el cielo y la vuestra guarde, para que la mía en igual fortuna pueda desempeñar generosa la obligación y la deuda. MALANDRÍN: ¿Cómo igual fortuna? Eso es lo mismo que se cuenta de un hombre que estaba malo; y, viendo la gran fineza con que le asistía un amigo, le dijo en voz lastimera: "Plegue a Dios que me veáis sano, amigo, y que yo os vea morir a vos, para que conozcáis de mi asistencia lo agradecido que estoy a la mucha piedad vuestra." Vos así... LIDORO: No la malicia apliquéis; que bien se deja ver adónde va a parar. Y, aunque es fácil la respuesta, con que no sólo en los mares corren los hombres tormenta, no la he de dar; mas supuesto que vais a buscarle, es fuerza acompañaros, porqué mi vida a sus pies ofrezca. MALANDRÍN: Pues venid conmigo. LIDORO: En tanto que damos con él, quisiera que me dijerais quién es, par que advertido sepa la estimación con que debo llegar a hablarle. MALANDRÍN: Bien se echa de ver que sois extranjero, pues no os han dicho las señas de su casa y su familia, que es...
Dentro voces y ruido
UNOS: ¡Qué desdicha! OTROS: ¡Qué pena! AMINTA: ¡Socorro, cielos, piedad! LIDORO: ¿Qué ruido y qué voz es ésta? MALANDRÍN: Un caballo que del monte desbocado se despeña con una mujer. LIDORO: ¿Qué aguarda el valor que en mí se engendra que no socorre su vida? Pues basta que mujer sea para que la suya un hombre aventure en su defensa.
Vase
MALANDRÍN: ¡Qué veloz el extranjero por lo intrincado atraviesa del bosque para salirle al paso! ¡Qué airoso llega y, poniéndose delante con la espada, pasar deja al bruto a distancia que, cortándole entrambas piernas, convierte en fácil caída su desbocada violencia! ¡Famosa suerte! El caballo le den, pues le desjarreta. Ya en sus brazos la recibe. ¡Oh qué acción! ¡Que no supiera yo que hacerla no tenía más dificultad que hacerla!
Sale LIDORO con AMINTA en los brazos
LIDORO: Perdonad, divino asombro, que a vuestra deidad me atreva; que no se aja en el peligro el respeto, ni se cuenta en número de dichoso el que es dichoso por fuerza; y alentad, que ya segura estáis. AMINTA: A tanta fineza deudora soy de la vida. LIDORO: Si errar vuestra voz pudiera, vuestra voz, señora, errara en reconocer la deuda, que no sois vos quien la debe. AMINTA: Pues ¿quién? LIDORO: Toda la luz bella del sol que, sin vos, estaba ya en vuestro desmayo muerta; y mal pudiera yo...
Salen el REY, NISE y criados
REY: Aminta, mil veces en hora buena te hallen mi vista y mis brazos con la vida que desean. AMINTA: Para que a tus pies, señor, una y mil veces la ofrezca. REY: Retírate a aquesa torre; que, aunque es prisión de una fiera, el acaso nunca elige. AMINTA: No hay para qué; yo estoy buena. NISE: A todas nos da, señora, tu mano a besar. FLORA: Y sea tan dichosa la desdicha que, quebrando el ceño en ella de la fortuna, se quede en el amago suspensa. AMINTA: Dios os guarde; que a no ser por el brío o la destreza de ese joven que atajó del caballo la soberbia, a más pasara el peligro. MALANDRÍN: Guarde Dios a Vuestra Alteza, por las honras que me hace. REY: ¿Fuisteis vos? MALANDRÍN: No, mas pudiera haber sido. Y por sí o no, es justo que lo agradezca. Fuera de que si a priori el argumento se empieza, yo fui quien le dio la vida. REY: ¿Cómo? MALANDRÍN: Como llevé a cuestas a quien a ella se la dio, después que de la tormenta mi amo le entregó en mis brazos. Y es precisa consecuencia que él no diera vida a Aminta si yo a él no se la diera. Y así, si ella por él vive, por mí viven él y ella. REY: ¿Vos derrotado del mar salisteis a aquestas selvas? LIDORO: Sí, señor; que no hay desdicha que para dicha no venga. REY: ¿De dónde era aquella nave? LIDORO: (Desmentir de dónde es fuerza.) Aparte De Abido, que a Alejandría de Egipto pasaba, llena de riquezas y esperanzas. Mas ¿quién a agua y viento entrega a menos costa, señor, esperanzas y riquezas? Pues, de la náutica hablando, dijo un cuerdo que no era maravilla que los hombres en la mar hallasen senda, sino que osasen hallarla para no más que perderla. REY: Y ¿qué érades de la nave: mercader o patrón de ella? LIDORO: Ni uno ni otro; que lo más a que se extendió mi estrella fue, señor, a ser un pobre marinero; de manera que, con escapar la vida, escapé toda mi hacienda. REY: Poned los ojos en qué haceros mercedes pueda; que a más de la obligación vuestras fortunas me dejan compadecido. LIDORO: Tus plantas beso humilde, aunque por esta acción, para no pedir merced, me has de dar licencia. REY: ¿Por qué? LIDORO: Porque, si grosero la pongo, señor, en venta, será desairar la dicha de haber merecido hacerla. En otra ocasión podrás honrarme; que es acción necia que a vista de tal servicio pida el premio. MALANDRÍN: Pues lo yerras; que si en la ocasión un hombre que sirve no se aprovecha, en pasándose, maldito de Dios el que dél se acuerda. Y yo conozco a quien tiene muerto de hambre esta modestia. NISE: No es muy necio el extranjero. FLORA: Más que su voz dice muestra su traje y su estilo. MALANDRÍN: Ya querrán ustedes que sea algún príncipe encubierto que viene de lejas tierras, enamorado de alguna de ustedes; pues evidencia tengo de que es hombre ruin, de vil y baja ralea. NISE y FLORA: Y ¿qué es? MALANDRÍN: Que le viene bien el vestido que le presta un hombre de mi pretina, y no hay mayor experiencia de pobretón que ver que vestido de otro le venga. Sea chico o grande su talle, dél se ajusta de manera que con los gordos engorde, con los flacos enflaquezca, con los enanos enane y con los crecidos crezca. REY: Yo con este azar, Aminta, dejar la caza quisiera; si bien me embaraza Irene a hacer de este monte ausencia. AMINTA: ¿Por qué? REY: Porque, viendo ya frustrada la diligencia del cuidado que la asiste y pública la sospecha del hado que la amenaza, no es bien que libre ni presa quede, y más cuando segunda vez en la torre se encierra, a no casar en mi estado determinada y resuelta. Dime tú, ¿qué haré? AMINTA: Señor, no en un instante se aciertan motivos que traen consigo tantas razones opuestas. Y, pues que dar tiempo al tiempo fue siempre la acción más cuerda, para darle, me parece (¡Oh Amor, mi discurso alienta!) Aparte que estará mejor conmigo, puesto que, con mi asistencia tenerla a la vista es ni librarla ni prenderla. REY: Dices bien; y porque al fin favor mío no parezca, disponlo a tu gusto tú; que, para que mejor puedas, yo me adelanto a la quinta.--
A LIDORO
Y tú, marinero, piensa en qué el servicio de hoy podrá tener recompensa. LIDORO: Yo gozaré de esa dicha cuando otra ocasión se ofrezca. REY: Pues yo te ofrezco la gracia que me pidieres.
Vase. A AMINTA
NISE: ¿Qué intentas llevando contigo a Irene? AMINTA: Nise, asegurarme de ella; pues dicen que hacen los celos menos mal desde más cerca. MALANDRÍN: Habéis de venir conmigo; que buscar a mi amo es fuerza. LIDORO: Claro está; pero un instante esperad. MALANDRÍN: ¿Qué hay que os detenga? LIDORO: Sucesos de mi fortuna. (Y es verdad, que, si no fueran Aparte ellos tales, no llegara con tanto temor a verla.) FLORA: ¿Y has de llegar a la torre? AMINTA: No; que temo que parezca poca autoridad o mucho deseo. Y así quisiera que alguno de parte mía la llamara. NISE: No hay quien pueda ir; que con el rey, señora, todos o los más se ausentan, creyendo que tú le sigues, y aquí solamente quedan el marinero y crïado de Dante. AMINTA: Nadie pudiera Más al propósito mío. ¿Traes, Flora, contigo aquellas joyas que te dije? FLORA: Sí. AMINTA: Pues con una diligencia dos cosas haré, que son que el uno vaya por ella y poder hablar al otro. ¡Hola! LIDORO y MALANDRÍN: ¿A quién llama tu alteza?
A LIDORO
AMINTA: A vos. Llegad a esa torre, y decid a una belleza infeliz, que en ella vive, que a la margen lisonjera de aqueste arroyo la aguardo, que con vos a verme venga. LIDORO: A servirte iré. (¡No vi Aparte más soberana belleza!)
Vase
MALANDRÍN: ¡Cuerpo de Apolo! Pues ¿no estaba yo aquí, que fuera tan presto como él? ¿A mí tal desaire? Bien se echa de ver que no está mi dueño en tu gracia. AMINTA: Porque veas que antes ha sido favor, dale a Malandrín aquesas joyas, Flora. MALANDRÍN: ¡Plegue a Dios que vivas cuatro mil dueñas, unas sobre otras, y luego te den la supervivencia de otros cuatrocientos mil cuñados, suegros y suegras! Si bien para mí excusada estaba aquesta fineza, porque, con eso y sin eso, dijera lo que supiera de mi amo, desde el día que vino. AMINTA: Ya no desea mi cuidado saber más de lo que sé. MALANDRÍN: Pues ¿qué intentas? AMINTA: Que le digas que una dama, viendo que pobre se ausenta, tan en desgracia del rey, sin puesto, estado ni hacienda, este pequeño socorro ahora le envía; y que crea que, dondequiera que él fuere, tendrá su correspondencia. MALANDRÍN: Luego ¿no son para mí? NISE: ¿Para ti habían de ser, bestia? MALANDRÍN: Pues ¿para quién son las dichas, sino sólo para ellas? AMINTA: Búscale presto, y adiós; que no quiero, ya que llega el marinero a la torre, que con él Irene venga y te halle aquí. MALANDRÍN: Yo iré, pero a mi pesar, con tal nueva. AMINTA: ¿Por qué? MALANDRÍN: Porque no merece un ingrato estas finezas. AMINTA: ¿Ahora sabes que es lograrlas razón de no merecerlas?
A sus damas
Venid conmigo [las] dos; hagamos tiempo por esta verde estancia.
Vanse. Sale LIDORO
LIDORO: ¡Ah de la torre!
Dentro
CLORI: ¿Quién es quien llama a esta puerta?
Salen CLORI y LAURA, y detrás IRENE
LIDORO: Decidle a una deidad que vive aquí que hay quien desea de parte de Aminta hablarla. IRENE: ¿A mí? LIDORO: A vos, si sois aquélla que aquí... (Mas ¿qué es lo que miro?) Aparte IRENE: (¡Cielos! ¿Qué ilusión es ésta?) Aparte LIDORO: (¿Si es fantasía del deseo?) Aparte IRENE: (¿Si es delirio de la idea?) Aparte LIDORO: ...infeliz vive. IRENE: Yo soy; que, si infeliz traéis por señas, mal podré yo desmentirlas; si bien más duda a ser llega traer vos recado de Aminta que no el enviaros ella. CLORI: ¿De qué turbada has quedado? LAURA: ¿De qué has quedado suspensa? IRENE: No sé...de oír de Aminta el nombre, y ver que de mí se acuerda; y así otra vez y otras mil es bien que a informarme vuelva. (Mejor a desengañarme Aparte diré.) Pues ¿qué es lo que intenta? LIDORO: Que vais a hablarla, que al margen de aquese arroyo os espera. Y no os admiréis de que yo con el aviso venga, puesto --¡ay de mí!-- que no es novedad tan grande ésta que no haya la fortuna, señora, podido hacerla. IRENE: No lo dudo; pero extraño que la dicha me suceda de que vos me dais aviso. LIDORO: Pues no lo extranéis, si es ésa la causa; porque no es dicha el venir yo que no tenga de desdicha mucha parte. IRENE: ¿Cómo? LIDORO: Como a esa ribera derrotado me echó el mar, sólo para que merezca serviros a vos y a Aminta.
Aparte a IRENE
Y si es que tengo licencia, hablaré más claro. IRENE: No; que no hay nadie que no sea guarda mía. LIDORO: Pues dejemos esta plática suspensa para mejor ocasión. IRENE: El dejarla será fuerza, y más al ver que llegamos ya de Aminta a la presencia.
Salen AMINTA, NISE, y FLORA
AMINTA: Dame los brazos, Irene. IRENE: Admirada, Aminta bella, de que te acuerdes de mí, he extrañado de manera el favor, que aún hasta ahora estoy dudosa y suspensa sobre si le debo dar crédito a lo que me cuenta. AMINTA: Yo, Irene, siempre he estimado tu persona, y si pudiera decirte cuánto me tiene lastimada tus tragedias, te admiraras; pues sin duda es mucho lo que me cuestan de cuidado tus desdichas y de envidia tu belleza. Mas nunca tuve ocasión de mostrarlo; y porque veas, hoy que puedo, cuánto siento de tu prisión la extrañeza, quiero que a vivir, Irene, conmigo a la corte vengas; que, aunque mi hermano no dé para esta piedad licencia, yo la he de tomar. IRENE: Tu mano beso humilde, pero deja, si por mi bien solicitas esta mudanza, que muera en aquestas soledades antes que en la corte sea objeto de los agüeros del rey, y darme pretenda estado a que no me inclino; y más si es que, atento a aquella primera palabra suya, de ganarme el que le pierda, más desenojado vuelve a que Dante... AMINTA: Espera, espera; que yo te doy la palabra, cuando en eso a hablarte vuelva, de ser la primera yo que esto estorbe y que esto sienta. IRENE: Será la merced mayor que hacerme en tu vida puedas; pues de sólo ver que es él quien está al paso, quisiera que me dieras de volverme a aquella prisión licencia.
Sale DANTE a la puerta, y viéndola, se detiene
AMINTA: (Él es el que al paso está. Aparte El alma al mirarle tiembla. Si es su homicida, ¿qué mucho que sangre la herida vierta?)
Danse las manos AMINTA e IRENE
Eso no; conmigo ven, y de sus enojos piensa que vas conmigo segura.--
A NISE
A la gente que me espera manda llegar las carrozas a la falda de la cuesta.
Vase NISE. Hablan aparte IRENE y LIDORO
IRENE: Lidoro, a la corte voy; no de la vista me pierdas. LIDORO: Claro está que he de seguirte, pues sigo en ti de mi estrella el nuevo rumbo. DANTE: (¿Quién vio, Aparte en unida competencia, darse las manos jamás a su próspera y su adversa fortuna, y que a un mismo tiempo hoy en maridaje prenda la ingratitud y el amor?)
Quiere acompañarlas DANTE
AMINTA: ¡Dante! DANTE: ¿Qué manda tu alteza? AMINTA: Que os quedéis. DANTE: Ya sé, señora, que no es justo que se atreva quien de su destierro tiene intimada la sentencia a ver a persona real; mas como al destierro atiendas, es de la corte y, ya ausente el rey, no es la corte ésta. AMINTA: Es verdad; mas no es por eso mandaros que hagáis ausencia. DANTE: Pues ¿por qué? AMINTA: Porque va Irene conmigo, y pretendo hacerla este primero agasajo de que ni os hable ni os vea. Y así, yendo ella conmigo, no es bien que vais vos con ella. DANTE: ¡Qué bien dicen que el contagio, y no la salud, se pega! AMINTA: ¿Cómo? DANTE: Como Irene pudo pegarte a ti su extrañeza y tú no a ella tu agrado. IRENE: Ni todo el cielo pudiera; pues no podrá todo el cielo hacer que no os aborrezca. DANTE: Ni hacer que te olvide yo.
Vanse AMINTA, IRENE, CLORI, Y FLORA. [Salen DIANA y VENUS, en el aire]
[DIANA]: Ya de nuestra competencia está a la vista el examen. [VENUS]: Pues la primera experiencia, siendo en los montes, sea mía.
[Vanse DIANA y VENUS]
DANTE: (¿Quién vio acciones tan opuestas Aparte y que ni amar ni olvidar un hombre a su gusto pueda? Pues se ha de olvidar y amar sólo al gusto de su estrella.) LIDORO: (¡Válgame Dios! ¡Qué de cosas Aparte en un instante me cercan! Y sobre todo, con ser tantas hoy y tan diversas, ninguna se hace --¡ay de mí!-- más lugar en mí que aquella heredada y adquirida saña que mi pecho engendra contra Dante; pues él siempre es y ha sido en paz y en guerra el móvil de mis desdichas. Pues ¿qué aguarda, pues qué espera mi furor, cuando tan solo ha quedado en la aspereza de este monte? Empiece, pues, mi venganza, sin que sea infamia sobre seguro matarle; que no es bajeza en quien no viene a reñir, sino a matar, que lo emprenda como pudiere.
[Va a darle a DANTE, pero] sale MALANDRÍN
MALANDRÍN: ¿Es, señor, hora de hallarte? LIDORO: (Suspensa, Aparte no sin nuevo asombro, el alma, atrás mis intentos vuelva.) DANTE: ¿Era hora de parecer tú? MALANDRÍN: Pues yo ¿por todas estas montañas he hecho otra cosa que buscarte? Y de eso sea buen testigo el camarada a quien tú sacaste a tierra, pues a no mal tiempo el cielo aquí le ha traído. --Llega, por tu vida; di a mi amo cuánto ha que andamos por esta soledad en busca suya. LIDORO: (Ya es otra confusión ésta.) Aparte ¿Dante es vuestro dueño? MALANDRÍN: Sí. Pues ¿qué maravilla es ésa? LIDORO: ¿Y es él quien me dio la vida? MALANDRÍN: Claro está. LIDORO: (Desdicha fiera, Aparte ¿adónde has de ir a parar, si a cada paso te aumentas?) El y yo os hemos buscado, señor, y así no os parezca culpa en él, ni en mí omisión llegar a las plantas vuestras tan tarde quien de su vida viene a conocer la deuda. DANTE: Alzad, y creed que a mí me doy yo la enhorabuena de vuestra salud, según llegó a lastimarme el verla tan postrada que me hubiese menester; porque no hay prueba de un infeliz como ver que de otro a valerse venga. Y ya que en tierra y en mar corremos los dos tormenta tan a un mismo tiempo, ved si la semejanza nuestra, condiscípulos del hado, algún cariño os engendra para seguir mi fortuna; que no quiero que se entienda que mis puertas cierro a quien el cielo arrojó a mis puertas. LIDORO: El os guarde por tan grandes mercedes y honras. (¡Que quieran Aparte los dioses que beneficios a mi enemigo agradezca!) Pero para no admitirlas os pido, señor, licencia, que yo he de seguir la corte; porque quizá tengo en ella pretensión que a vos... Mas nada os digo. (Calle la lengua Aparte hasta que hable el corazón con la voz de la experiencia.) Quedad con Dios. DANTE: El os guarde.
Vase LIDORO
¿Has visto igual extrañeza de palabras y de acciones? Apenas formó su lengua razón con razón. MALANDRÍN: Pues agua había bebido. Aquí espera. DANTE: ¿Dónde vas? MALANDRÍN: Tras él. DANTE: ¿A qué? MALANDRÍN: A que el vestido me vuelva quien de desagradecido ha dado la primer muestra. DANTE: Déjale y vente conmigo a disponer cómo pueda salir de la corte, cuando sin puesto, estado ni hacienda de un instante a otro me veo. MALANDRÍN: Pues, di, señor, ¿qué me dieras por todas aquestas joyas? DANTE: Pues ¿quién...? MALANDRÍN: ¿Quién quieres que sea? Aminta. DANTE: No me lo digas; Deten, Malandrín, la lengua; que es cargarla de razón contra mí. Mas muestra, muestra; que no vienen a mal tiempo, si yo pudiese con ellas, sin que sepa que yo soy el dueño de la fineza, socorrer a Irene; que, fuera de su patria, es fuerza no tener, yendo a la corte, con que lucirse. MALANDRÍN: ¿Eso piensas ahora? Pues dime, ¿es bien que una lealtad agradezcas con un agravio, y que pagues con un favor una ofensa? ¿No basta que, siendo tú Dante, Irene te aborrezca, cosa tan nueva en los "dantes"; y que "tomante" te quiera Aminta, cosa también en los "tomantes" tan nueva, para que de agradecido y quejosa...? DANTE: Deja, deja de argüirme; que ya sé lo que yerra y lo que acierta mi destino, mas no puedo hacerle yo resistencia. Altas deidades, que ignoro si allá en la sagrada esfera tiene acaso mi fortuna superior correspondencia, declaraos, ¿a qué fin mis desdichas se conciertan?
Dentro cantan dos COROS de música
CORO 1: "A fin de que venza Amor." CORO 2: "A fin de que el desdén venza." DANTE: ¿Qué voces son las que el viento lisonjeramente lleva? MALANDRÍN: ¿Voces ahora se te antojan? DANTE: Oye, a ver si su respuesta acaso vuelve otra vez. ¿A qué fin, deidades bellas, en dos contrarios afectos mi ruina el hado concierta? CORO 1: "A fin de que venza Amor." CORO 2: "A fin de que el desdén venza." DANTE: ¿Y ahora no las oíste? MALANDRÍN: ¿He de oír lo que tú sueñas? DANTE: Aplica bien el oído. MALANDRÍN: Así aplicara mi hacienda. DANTE: ¿A qué fin, tercera vez vuelve a pregunta mi lengua, disponéis...?
Dentro ruido y voces
TODOS: ¡Guarda el león! UNO: ¡Al monte! OTRO: ¡Al valle! OTRO: ¡A la selva! MALANDRÍN: Aqueste es otro cantar que oigo bien. DANTE: ¿Qué voz es ésta? MALANDRÍN: ¿Qué ha de ser? Pese a mi alma, sino que el monte atraviesa un león como un león. DANTE: Aun la desdicha no es ésa, sino que Aminta e Irene Aun no han tomado --¡qué pena!-- la carroza y por el monte, bien que por contrarias sendas, desamparadas de todos, van huyendo. MALANDRÍN: ¡A Dios pluguiera fuera mujeriego el dicho león y, yéndose tras ellas, a nosotros nos dejara! DANTE: ¡Oh quién a un tiempo pudiera seguir a entrambas! MALANDRÍN: ¡Oh quién estuviera a dos mil leguas de cualquiera de las dos!
Dentro
AMINTA: ¿Nadie hay que me favorezca? DANTE: Aquélla es la voz de Aminta; fuerza es ir a socorrerla.
Dentro
IRENE: ¿No hay quien ampare mi vida? DANTE: La voz de Irene es aquélla; fuerza es que a ampararla vaya. AMINTA: ¡Piedad, cielos! DANTE: Pero vuelva adonde Aminta peligra; IRENE: ¡Dioses, piedad! DANTE: Pero atienda adonde peligra Irene. MALANDRÍN: No es mala fullería ésa de dudar, en ocasión que la duda al riesgo ofrezca. DANTE: Pues ¿qué he de hacer, si me llaman a un tiempo? MALANDRÍN: No responderlas, sino dudar, hasta ver cuál, más que a las dos, es fuerza amparar. DANTE: ¿A quién? MALANDRÍN: A mí, que te sirvo más que ellas. IRENE: ¡Piedad, cielos! AMINTA: ¡Favor, dioses!
Dentro
TODOS: ¡Al monte, al valle, a la selva!
Sale AMINTA por una parte, en lo alto de un monte, y en la otra parte IRENE
AMINTA: ¿En todas estas montañas no hay quien mi vida defienda? DANTE: Sí; que yo la mía, señora, perder sabré en tu defensa. IRENE: ¿No hay quien defienda mi vida?
Dentro
TODOS: ¡Al monte, al valle, a la selva! DANTE: Sí; que yo pondré la mía, primero que a ti te ofenda.
Dentro
TODOS: ¡Guarda el león! MALANDRÍN: Malo es esto; que --¡vive Dios!- que se acerca. AMINTA: Pues ¿qué es esto, Dante? ¿A mí en el peligro me dejas? DANTE: Dices bien; tuya es mi vida. IRENE: ¿Y de mí, Dante, te ausentas? DANTE: Dices bien; también es tuya, y ha de estar en tu defensa. AMINTA: ¿Así a mi obligación faltas? DANTE: Más te debo a ti que a ella, es verdad; pierda la vida, pero la fama no pierda. IRENE: ¿Lo que quieres desamparas? DANTE: También es verdad aquélla; piérdase todo, mas no lo que se quiere se pierda. AMINTA: ¿De mí huyes? DANTE: No; que contigo me has de hallar. IRENE: ¿De mí te alejas? DANTE: No; que contigo has de verme. MALANDRÍN: Si a propósito se hubiera buscado un león que diese lugar a su competencia, ¿se hubiera en el mundo hallado otro de tanta paciencia? Mas parece que lo oyó, que camina con más priesa hacia acá. AMINTA: ¿Qué determinas? IRENE: Di, ¿qué resuelves? MALANDRÍN: ¿Qué intentas? DANTE: Cumplir dos obligaciones, sin que amor ni desdén pueda decir que venció ninguno. AMINTA e IRENE: ¿Cómo? DANTE: De aquesta manera.-- Bruto rey de estas montañas, en mí tu saña ensangrienta; que yo hago en ti sacrificio de mi vida a dos bellezas;
A AMINTA
a ti, porque te la debo;
A IRENE
a ti, porque me la debas.
Vase
MALANDRÍN: ¡Por Dios, que se va al león, como si a un lobo se fuera! AMINTA: ¡Oye, espera, escucha, aguarda! IRENE: ¡Aguarda, oye, escucha, espera! AMINTA: Que yo, a riesgo de tu vida, te perdono la fineza.
Vase
IRENE: Yo no; que sólo tu muerte será lo que te agradezca.
Vase
MALANDRÍN: ¿No digo yo que el león es león hechizo? Apenas se puso mi amo delante cuando, tomando la vuelta, a él le deja, y hacia mí se viene.
Sale un león
Usted se detenga, señor león; uñas tiene la dificultad, que empieza a argüir conmigo, y la arguye muy bien, aunque es una bestia. ¿Así a tu mejor cofrade, Baco, en el peligro dejas?
Vuélvese a entrar el león
Apenas le invoqué cuando, aunque brumado, me deja. Yo iré luego a darle gracias.
Aparecen en el aire VENUS y DIANA
VENUS: Nada dijo mi experiencia, Diana, pues quedan iguales amor y desdén en ella. Veamos qué dirá la tuya. DIANA: Pues atiende; que he de hacerla, si tú en tierra, yo en el aire. VENUS: ¿Cómo? DIANA: De aquesta manera.
Suena un terremoto, y desaparecen VENUS y DIANA
MALANDRÍN: ¡Esto solo me faltaba, que ahora un terremoto venga! El demonio me metió en andar por estas selvas.
Vase. Salen el REY y AURELIO
REY: ¿Qué nueva lid de elementos confunde los horizontes y, estremeciendo los montes, va desatando los vientos? AURELIO: De un instante a otro se mueve tan violenta que el mar sube a inquirir si es onda o nube la que brama o la que llueve. REY: Con mil pálidos desmayos, de asombros los aires llenos, nos están diciendo a truenos que presto vendrán los rayos. AURELIO: Dicha fue que de la quinta estemos tan cerca ya. REY: Y fuerza también será, pues he de esperar a Aminta, el pasar la noche en ella. AURELIO: Dices bien; pues no imagino que dé señas del camino la menos brillante estrella, según pálida la luna, que entre sombras se obscurece, de algún eclipse parece que está corriendo fortuna. REY: Qué arguya de esto no sé; y ¿sabes lo que he pensado de estas cóleras? Que el hado que influjo de Irene fue se ofende de que yo quiera sacarla de la prisión; y estas las premisas son de la ruina que me espera. AURELIO: No estos excesos, que son causa de naturaleza, hagan con tanta tristeza caso en tu imaginación. REY: No siempre lo que adivina humana ciencia es verdad, y no siempre una deidad lo infalible vaticina. AURELIO: Tú has hecho bien en sacalla de la prisión, pues así más lugar das; y si a mí, ya que en esto no se halla la majestad ofendida, me haces de su vida dueño, yo quiero oponerme al ceño que ha amenazado su vida. REY: Yo, Aurelio, no he de forzar las leyes de un albedrío, porque ese empeño no es mío. Lo más que te puedo dar es la esperanza de que solicite que sea tuya, antes que Dante me arguya, con que de mí le aparté ofendido, que un amor valga más que una privanza. AURELIO: ¡Vuelva a vivir mi esperanza otra vez!
Dentro
UNO: ¡Para!
Salen AMINTA, IRENE y todos los demás
AMINTA: ¡Señor! REY: Seas, Aminta, bien venida. Con cuidado me ha tenido la tempestad. AMINTA: Aun no ha sido ése el riesgo de mi vida; que otro me dio que sentir más, pues... REY: Aguarda. ¿Quién viene, Aminta, contigo? AMINTA: Irene. REY: ¿Cómo, sin que yo a decir llegara que la trajeses? AMINTA: Como fío de tu amor que perdonarme, señor, mi atrevimiento pudieses. De su tristeza movida, de su hermosura obligada, de su... REY: No me digas nada. Pero ya que de su vida hacerte cargo has querido, considera, Aminta bella, que me has de dar cuenta de ella.
A IRENE
Y tú mira cuál ha sido de tu presagio el rigor, y no me culpes a mí, pues cuando a tu prisión vi romper el margen, de horror vestida la soberana antorcha de Diana está. ¡Mira Venus lo que hará, si aun lo ha sentido Diana!
Vase
IRENE: Ya veo que el infelice la culpa de todo tiene, aunque no la tenga. AMINTA: Irene, no, pues tu aflicción lo dice, llores siempre; que el llorar son armas de la belleza. IRENE: Si llorara la terneza, me pudieras consolar; mas cuando llora la ira, está de más el consuelo; que, aunque airado todo el cielo contra mi suerte se mira, no aquestas lágrimas son causadas de sus enojos, sino rayos que los ojos arrancan del corazón. AMINTA: Ya por lo menos vencida la primer dificultad, será paso a la piedad. IRENE: Tarde la espera mi vida, y si la verdad te digo, lo más que me aflige es... AMINTA: ¿Qué? IRENE: Que, en aquel riesgo en que fue cómplice el monte y testigo, no me arrojase a morir antes que a Dante llamase a que mi vida guardase. ¿Yo a Dante pude pedir amparo? ¿Yo a Dante que a socorrerme viniera? ¿Yo que me favoreciera? AMINTA: Contrario mi afecto fue; que, si en mi mano estuviera, de mi parte le pagara aquella fineza rara. (¡Oh si algún color hubiera Aparte de pedir al rey que atento...! Mas no sé cómo prosiga.) IRENE: Por mucho que tu voz diga, más dice tu sentimiento.
Sale LIDORO
LIDORO: Hermosísima deidad de Chipre, aunque nunca fue el repetir beneficios de constante pecho, bien tal vez se puede suplir esta culpa, si tal vez no es para darlos en cara y para lograrlas es. Y así, con este pretexto, me atrevo a echar a tus pies, pidíendote, hermosa Aminta, que intercedas con el rey, que de la palabra suya me cumpla aquella merced que me ofreció en la primera gracia que le pedí. AMINTA: ¿Qué es? LIDORO: Una libertad, señora. IRENE: (¿Qué es esto que llegué a ver? Aparte ¿Lidoro viene a pedir, con razones que no sé, al rey una libertad? La mía debe de ser.) LIDORO: Y tú aquesta pretensión hoy has de favorecer por quien eres, no por mí. AMINTA: Yo lo haré. Prosigue, pues. ¿Qué he de pedirle? LIDORO: El perdón es del destierro... AMINTA: ¿De quién? LIDORO: De Dante. AMINTA: ¿De Dante? LIDORO: Sí. IRENE: (¡Oh aleve, fiero y crüel! Aparte ¿El perdón de tu enemigo solicitas tú?) AMINTA: (Eso es Aparte pretender que yo te deba la vida segunda vez.) Esperad aquí; que yo vuestra pretensión diré a mi hermano, y plegue al cielo que la despache tan bien como deseo. (¡Ay, amor, Aparte sólo tú pudiste hacer que con tan buena ocasión pueda yo pedir por él.)
Vase
IRENE: Cobarde, loco, atrevido, infiel a tu patria, infiel a tu sangre y a tu honor, a tu fama y a tu ley, ¿qué es lo que puede obligarte a ser tan traidor, a ser tan vil que de tu enemigo procedas amigo fiel? Cuando pensé que venías en el disfraz que te ves sólo a darle muerte y darme a mí libertad, ¿te ven mis ojos con tan trocados afectos que venga a ser su libertad la que pides y a mí la muerte me des? Pero si fue quien te puso en fuga aquel día cruel, tan infausto para mí y tan fausto para él, ¿qué mucho --¡ay de mí!--, qué mucho que el temor te dure y que le pagues ahora aquella puente de plata? LIDORO: Detén la voz, Irene; que ignoras muchas cosas, y no es justo que a cerrados ojos quieras penetrar y ver lo íntimo de un corazón, sin desplegarle el doblez. Y respondiendo al primero baldón, ¿quién ignora, quién, que no en manos del valor vinculado está el vencer? Que es muy dama la fortuna, y ha de suplirse el desdén. Vencióme, pero no huyendo, y quizá el no morir fue porque igual pesar no quiso que tuviera igual placer. A librarte disfrazado vine y a matarle a él, con una industria que el tiempo quizá te dirá después. A vista del puerto --¡ay triste!-- fortuna corrió el bajel, dando entre aquesos peñascos, cascado el pino, al través. La vida le debí a Dante, pues Dante en la playa fue quien me acogió y albergó, y pagarle ahora es bien un beneficio con otro por ponerme en paz con él, para que al primer rencor airoso pueda volver y darle la muerte. IRENE: Aguarda; que ahora me resta saber qué introducción con Aminta tienes hoy, para poder por medio suyo pedir aquese perdón al rey? LIDORO: Haberla dado la vida. IRENE: ¿Tú fuiste...? LIDORO: Sí; aunque no sé si se la di o la perdí; porque en llegándola a ver... Pero esto ahora no es del caso. IRENE: Oye, oye, que sí es. LIDORO: ¿Cómo así? IRENE: Como hidra nuestra fortuna debe de ser, que de una cerviz cortada nacen dos. LIDORO: ¿Por qué? IRENE: Porqué, cuando haces una hidalguía, Lidoro, a tu parecer, haces dos ruindades. LIDORO: ¿Cómo? IRENE: Como a ninguna está bien que a vista mía y de Aminta vuelva un alevoso a quien... LIDORO: Prosigue. IRENE: ...yo quiero mal y Aminta... LIDORO: Di. IRENE: ...quiere bien.
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LIDORO: Antes de nacer, amor, ya eres infeliz. Mas ¿qué me admiro, si todo tiene su estrella antes de nacer? ¡Oh nunca --ay de mí-- llegara, piadosamente cruel, a tomar tierra en los brazos de Dante, a tomar después cielo en los brazos de Aminta, pues sólo ha venido a ser el vivir para morir y para cegar el ver!
Sale AMINTA
AMINTA: Dame, marinero, albricias. LIDORO: ¿De qué, señora? AMINTA: De que el rey la gracia te ha hecho para que pueda volver Dante a palacio. LIDORO: (Desgracia Aparte hubieras dicho más bien.) AMINTA: Yo encarecí de mi parte, cuanto pude encarecer, tu pretensión como mía. LIDORO: Ya yo, señora, lo sé, pues me lo dice el efecto tan claro. AMINTA: Búscale, pues, y dile de parte mía que venga al punto... LIDORO: Sí haré. AMINTA: ... a ti y a mí agradecido, a besar la mano al rey. Mas no le digas que a mí, pues basta que a ti lo esté; que yo por ti y por mí solo lo hice, pero no por él.
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LIDORO: ¿Quién creerá que me haga mi tristeza hoy del agravio cargo de fineza, y que, cuando de amor rendido muero, de mi enemigo venga a ser tercero? Pero ¿qué temo, si enemigo digo? Pues todo cesa, siendo mi enemigo, supuesto que, en habiendo ya pagado el favor que le doy al que me ha dado, con él en paz en esta parte quedo, con que volver a mis rencores puedo. ¿Quién, cielos, para darle el aviso, supiera dónde hallarle, pues ha de resultar dar de una suerte esta mano el favor y ésta la muerte.
Salen DANTE y MALADRÍN
DANTE: Esto ha de ser y, pues la noche obscura, vestida del color de mi ventura, tan triste, tan medrosa, tan lóbrega, confusa y temerosa baja que solamente la luz de los relámpagos consiente, bien puedo a sombra de ella, aunque estrella no hay, seguir mi estrella. Y así, mezclando el ánimo y el iedo, de aquesta quinta en el umbral me quedo, mientras tú entras a ver qué cuarto tiene en los acasos de esta noche Irene, por si yo puedo vella y despedirme con la vista de ella. MALANDRÍN: ¡Oh tú que criado fuiste a ser criado, Dios te libre de un amo enamorado! Yo entraré, pues tu amor a eso me obliga; pero mal haya yo, si se lo diga, aunque la vea patente. De aquella breve antorcha que arde enfrente entrar puedo guïado, tan alumbrado como deslumbrado. Mas por cumplir con él, a aquéste quiero preguntar. (¡Vive el sol, que el marinero Aparte es! Mejor que mejor.) Oídme, os ruego, ya que a tiempo de veros aquí llego, ¿qué cuarto es el de Irene? LIDORO: No sé, aunque a tiempo vuestra duda viene, que con otra pagárosla prevengo. ¿Dónde está vuestro amo, porque tengo que darle aviso de una dicha? MALANDRÍN: No será poco en su fortuna; y, aunque tema enojarle, si lo digo, lo he de decir, que en fin vos sois su amigo. Aquél es.
Va LIDORO hacia DANTE
LIDORO: (¡Qué mal finge mi cuidado!) Aparte Aunque el embozo os tenga recatado, perdonad; que una nueva de gusto da licencia a quien la lleva para entrarse (¡oh qué mal de fingir trato!) Aparte sin llamar por las puertas de un recato. Sabed que el perdón vuestro le he pedido al rey, que me le ha dado, habiendo sido de esta merced Aminta la tercera. Adiós; que el rey os llama, y ella espera. DANTE: ¡Oíd, escuchad! LIDORO: No puedo. DANTE: Ved que ofendido y obligado quedo. LIDORO: Pues hacedme merced, sólo esto os pido, de no estarme obligado ni ofendido, sabiendo, por si importa en algún día, que os pagué el beneficio que os debía.
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DANTE: ¿Has visto extremo igual? Siempre asustado, siempre confuso, siempre embelesado este hombre está. MALANDRÍN: Yo pienso que sería que aquel susto incapaz le dejaría, como suele el perdón al casi ahorcado. DANTE: No es la hidalguía que conmigo ha usado de hombre incapaz. MALANDRÍN: Luego ¿haslo tú creído? DANTE: Yo sí. MALANDRÍN: Yo no; y si ha sido engañosa quimera, vamos tras él. DANTE: En confusión tan fiera no sé lo que te diga; mucho a pensar y discurrir me obliga. MALANDRÍN: Pues ¿qué has de hacer? DANTE: No sé.--Deidades bellas, que el uso gobernáis de las estrellas, ¿qué queréis de una vida que, de tantos contrarios combatida, toda es delirios, toda es ilusiones, toda fantasma, toda confusiones?
Suenan truenos y terremoto
Mas ¡cielos! ¿qué ruido es éste? MALANDRÍN: ¿Qué ha de ser? ¡Pese a mi alma, que el cielo se viene abajo! DANTE: ¡Gran terremoto! MALANDRÍN: Ya escampa.
Dentro
UNOS: ¡Fuego, fuego! OTROS: ¡Agua, agua! MALANDRÍN: ¡Vino para el susto! DANTE: Espera, aguarda; que de tantos rayos uno en esa torre más alta ha dado, y entre humo y polvo de su fábrica gallarda la trabazón viene al suelo, con dos acciones tan varias que, al tiempo que cae con ruinas, en volcanes se levanta, siendo de un instante a otro pirámide el que fue alcázar.
Dentro IRENE y AMINTA
IRENE: ¡Que me abraso! AMINTA: ¡Que me ahogo! MALANDRÍN: Si se ahogan y se abrasan, mas que se abrasen y ahoguen.
Suena la tempestad
DANTE: Irene y Aminta llaman tan a un tiempo que no dejan ni aun aquella duda al alma de elegir. Pero ¿qué tiene que dudar por dónde vaya quien, con ir por donde pueda, habrá cumplido con ambas?
Vase. Sale el REY, y AURELIO como deteniéndole
AURELIO: Lo primero es, gran señor, guardar tu vida. REY: ¿Si llama Aminta, y está en el riesgo? AURELIO: Yo basto solo a librarla; no me estorbes. Mas ¿qué veo? A pesar de tantas llamas, un hombre al cuarto de Aminta entra despechado.
Dentro
DANTE: ¡Caigan sobre mí montes de fuego, que todos ellos no bastan a que no saque, a pesar de la ruina y de la llama, en mis brazos mi fortuna.
Sale DANTE con IRENE y AMINTA en brazos
REY: Hombre, ¿quién es a quien sacas? DANTE: A Irene, señor, y a Aminta; que entre las dos, cosa es clara, que no sacara a ninguna, si no las sacara a entrambas. Desmayadas las hallé, racionales salamandras de aquel fuego, y a despecho suyo, he podido librarlas. REY: ¡Dante! DANTE: ¿Gran señor? REY: Los brazos me da. DANTE: Y dame a mí las plantas; que, viniendo perdonado de ti... REY: No prosigas; basta que sepa que sólo tú hicieras acción tan alta. Ya libres las dos, a menos riesgo, mientras que restauran los alientos, acudamos al riesgo todos.
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AURELIO: (¡Contraria Aparte Fortuna, ¿siempre ha de ser mi competidor quien haga lo mejor?)
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MALANDRÍN: ¿No me dirás, señor, mientras que descansas, las músicas que se hicieron? DANTE: Como de lejos cantaban, porque sonasen mejor, huyeron, porque a su cuadra no llegó el fuego. MALANDRÍN: Me alegro de saberlo, y que no haya curioso que lo pregunte. Pero yo te doy palabra, si fuere algún día poeta, --¡no me dé Dios tal desgracia!-- hacer de ti una comedia, y tengo de intitularla "El leonicida de amor" y "El Eneas de su dama".
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DANTE: Desmayadas hermosuras, no le quitéis a mi fama el haber dado dos vidas. Volved a cobrar el alma. ¡Aminta! ¡Irene! ¡Señoras!
Vuelven en sí AMINTA e IRENE
AMINTA: ¡Ay de mí! IRENE: ¡El cielo me valga! AMINTA: ¿Dónde estoy? IRENE: ¿Quién está aquí? DANTE: Estáis donde aseguradas vivís del pasado riesgo. Y está aquí quien dél os guarda. IRENE: Luego ¿tú eres quien me libra? AMINTA: Luego ¿tú eres quien me ampara? DANTE: Sí; que si otra vez airoso estuve, dejando a entrambas, hoy, a entrambas acudiendo, lo estoy también, porque haya en iguales experiencias dos acciones tan contrarias como socorrer dos vidas del fin que las amenaza, con dejarlas una vez y otra vez con no dejarlas. IRENE: ¡Oh nunca yo te debiera fineza, Dante, tan rara! AMINTA: ¡Oh siempre estuviera yo debiéndote acción tan alta! IRENE: Yo lo digo porque sé que no tengo de pagarla.
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AMINTA: Yo, porque sé que la tengo de pagar con vida y alma.
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DANTE: ¡Oh nunca y oh siempre yo viva mezclando en mis ansias de amado y aborrecido las dos pasiones contrarias, hasta que declare el cielo quién mayor victoria alcanza: quien ama a quien le aborrece o aborrece a quien le ama!

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

Amado y aborrecido, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002