ACTO TERCERO


 
Salen HERODES preso, HERBEL, ZAFIRO y JAREL
HERODES: En fin, Faselo me condena a muerte. HERBEL: Murió Hircano, blasón del Macabeo, y Marco Antonio, que en Faselo advierte la amistad y valor, aunque idumeo, antes que pruebe la dudosa suerte que contra Augusto le dará el trofeo, o el imperio del mundo o fin tirano, rey de Jerusalén nombró a tu hermano; mandóle que en venganza de que sigas de Augusto la opinión, con tu cabeza mengüe parcialidades enemigas asegurando en Asia su grandeza; mas él, tu sangre, en fin, si es que te obligas a repudiar la infanta y su belleza permites, que autorice su corona y a Marco Antonio sigues, te perdona; de manera, que está tu muerte o vida en tu mano. HERODES: Mi muerte bien dijeras si repararas por cuán bien perdida la dan leyes de amigo verdaderas. La amistad a la vida es preferida; la honra da al valor nobles banderas, contra la infamia del vivir sin ella el amor, vida y reinos atropella. Amigo soy de Augusto, que inmutable en el peligro mi firmeza pruebo; la honra es mi blasón incontrastable y eternamente conservarla debo; mi esposa es Mariadnes, que agradable como carácter dentro el alma llevo; ¿qué importa, pues, la muerte que aperciben, si mi amistad, mi honra y amor viven? ¿Permitiré por una vida infame --del mundo oprobio, injuria de los cielos-- que a mi consorte bella esposa llame otro que yo? La sombra de los celos me abrasa sola; pues cuando derrame de golpe su ponzoña y en desvelos se reduzca la afrenta que me asombra, ¿qué hará si me atormenta sólo en sombra? ¿Faselo, usurpador, esposa mía, viviendo yo, de tus hermosos brazos? Ni muerto; pues el cielo no sería descanso para mí de eternos lazos, si desde allá te viese en compañía de otro que yo, le arrojaría pedazos, por ser azules, de los mismos cielos, para vengar así celos con celos. Díle que bañe, infame fratricida, en sangre de su mano, acero y ojos; será la infanta oprobio de su vida, de Marco Antonio ilícitos despojos, que yo más noble que él mientras que pida el mundo al sol su luz de rayos rojos, esposo he de llamarme a su disgusto de la infanta, y amigo fiel de Augusto.
Sale FASELO
FASELO: Pues morirás, para mayor afrenta bárbaro, a vista de tu amada infanta, dentro en Jerusalén, porque mi afrenta su sed mitigar pueda en tu garganta. Llevadle allá, pues que morir intenta, y en la plaza del templo antigua y santa, un cadahalso haced que cubra el luto de sus amores merecido fruto. HERODES: No le tendrá, tirano, tu esperanza, que Mariadnes, que gozar pretendes, en mi satisfacción y su venganza, conmigo ha de ir, aunque su honra vendes; juntos al reino libre de mudanza partiremos, crüel; y pues ofendes su inocencia, mi amor y al cielo justo... FASELO: ¿Qué es esto?
Dentro
VOCES: ¡Emperador de Roma, Augusto!
Música dentro y voces. Sale AUGUSTO César como emperador a lo antiguo, laurel en la cabeza, bastón y acompañamiento
AUGUSTO: Gracias al cielo que ya no tendré competidor que contradiga el favor que la Fortuna me da. Marco Antonio huyó vencido; ampárele la gitana tan bella como liviana, y recójale en el nido de Menfis, que si procura defenderle, y allí están sus pirámides, podrán servirles de sepultura, si los pasos no les toma mi valor y la presteza con que la egipcia belleza triunfos me previene en Roma. Marchad a Egipto, soldados, muera Marco Antonio en él, Cleopatra dé a mi laurel triunfos de fama doblados. Mas ¿qué miro? ¿Éste no es Herodes, mi fiel amigo? Pues ¿qué delito y castigo cadenas ciñe a sus pies? ¿Faselo no es éste? ¡Cielo! Pues ¿cómo será razón que Herodes esté en prisión y coronado Faselo? ¡Bárbaro! ¿A tu hermano prendes? FASELO: Vueltas son de la Fortuna, mudable como la luna. No me espanto si te ofendes de que de Jerusalén la corona me autorice. Las partes contra ti hice de Marco Antonio, prevén rigores que a mi lealtad den la pena, que te ofrece tu dicha, si la merece una segura amistad. Que el valor da testimonio con que sus leyes guardé; que yo honrado moriré amigo de Marco Antonio; porque no ha querido sello mi hermano, está como ves con cadenas a los pies y con el cuchillo al cuello. Su prisión será testigo de lo que por leal gano, pues tengo en menos mi hermano que la opinión de mi amigo. Si no te parece mal, venga en mí tu pecho airado, moriré por desdichado, pero no por desleal. HERODES: Y yo, invictísimo Augusto, gozoso que al mundo des leyes, humilde a tus pies en albricias de este gusto la vida doy, que ofrecía al templo de tu amistad, y en fe de aquesta verdad, si una nueva cada día me diera el cielo, y pudiera comprarte de la Fortuna un mundo con cada una, tantos mundos adquiriera a tus hazañas cumplidas, que con blasones profundos, por darte infinitos mundos, perdiera infinitas vidas. AUGUSTO: La tuya estimo yo en tanto, que el que acabo de adquirir diera yo por redimir amigo que vale tanto. Mas, pues los dioses de suerte favorecen mi vitoria que no han querido su gloria disminüír con tu muerte, y a tal tiempo te socorren con mi venida oportuna, pues una misma fortuna los buenos amigos corren, la adversa llore Faselo que a Marco Antonio postró, mientras la próspera yo gozo y agradezco al cielo, haciéndote a ti también partícipe del provecho como del peligro he hecho. Llámete Jerusalén su rey. Tributaria acuda a obedecer tu persona. Mude sienes la corona, pues el cielo reyes muda.
Quítale a FASELO la corona de laurel y pónesela a HERODES
Y la que en las de éste ves, con que tu amor satisfago goza; pero dale en pago las que atormentan tus pies; que cuando Fortuna empieza a habitar a quien ultraja, la corona en hierro abaja a los pies de la cabeza. En poder suyo te hallé, en poder tuyo le dejo; haz de él según tu consejo. Dale muerte o suéltale. Y quédate, rey, con Dios; que yo al Egipto encamino mi gente, que no imagino, mientras vivieren los dos, Antonio y Cleopatra bella, que estará mi imperio firme. Su monarca ha de aplaudirme Roma triunfante con ella. Nuevas armas aperciben y así prenderlos procuro, que no hay monarca seguro mientras sus contrarios viven.
Vase AUGUSTO César
HERODES: César generoso, espera. Iré, si gustas, contigo liberal y cuerdo amigo. No solamente la esfera del mundo que has conquistado es digno de tu valor; la del sol fuera mejor que confirmara tu estado. En sus orbes celestiales merece triunfar tu fama, la zona que honra su llama con sus signos inmortales. Te ofrezca entre luces bellas su Vía láctea, que autorices por alfombras y tapices, cielos goza y pisa estrellas. Y pues eres maravilla del valor más inmortal, quítale al sol su sitial si no te asienta en su silla. Y tú, cuya confïanza, frágil hiedra de Jonás, cuando iba creciendo más y alentara su esperanza, en llanto tu ambición trueca, porque el humano favor es una hierba que en flor luego que nace se seca. En un día juez y reo, libre y preso, esclavo y rey, de la Fortuna sin ley oprobio y juego te veo. Escarmienta en la grandeza que hoy en ti abatida ves, pues son hierros de tus pies el oro de mi cabeza. Que no importa que bizarro, cuando a ser monarca vengas, la cabeza de oro tengas si al fin son los pies de barro. En este castillo preso te servirán de lición los consejos de Solón y el desengaño de Creso; que, para poder vengar mi injuria y tu tiranía, por matarte cada día nunca te pienso matar. Llevadle. FASELO: Dióme el poder la mano subiendo yo; si la escala se quebró ¿qué mucho venga a caer? Haga la suerte inclemente prueba en mí, que hasta morir, a lo menos en sufrir seré más que tú prudente; que no irritaré tu furia hablando en tu menosprecio, porque sé que el preso es necio que al juez con la lengua injuria.
Llévanle. Sale EFRAÍM con una carta
EFRAÍM: Aquésta trujo un correo para Faselo tu hermano, y siendo el fin inhumano que tuvo su reino hebreo, huyó de ti, que ignorante no le aseguró el temor las leyes de embajador. Mira si es algo importante.
Toma la carta y lee
HERODES: "Si acaso a tu hermano has muerto por casarte con su esposa, por ser la honra peligrosa, lo que hay en ello te advierto. En mujer ausente es cierto ser mudable la mejor. Josefo, el gobernador que diste a Jerusalén, a la infanta guarda bien, mas no con ella tu honor." ¡Cielos! ¡Oh celos! ¿Creeré lo que este papel afirma? No; porque carta sin firma si no miente no hace fe. Pues ¿cómo satisfaré sospechas que hace al temor?
Lee
"Josefo, el gobernador, que diste a Jerusalén, a la infanta guarda bien mas no con ella tu honor." Agora, alma, ¿os acobarda un papel sin más consejo? ¡Josefo, cielos, Josefo! ¿La infanta y no mi honor guarda? Vuestra venganza, ¿qué aguarda, deshonra, pues os han muerto?
Lee
"En mujer ausente es cierto que es mudable la mejor." ¡Ah, peligros del honor que os anegáis junto al puerto! ¿De qué, corona, servís, si ya con afrenta tanta sois cordel de mi garganta que a darme muerte venís? Pisaréos, pues sufrís agravios de una mujer sin que os ose más traer mi cabeza deshonrada, porque afrenta coronada echaráse más de ver. ¡Válgame Dios! ¡Que se guarde con tanta industria la vida de acero y hierro vestida tras la muralla cobarde! ¡Que no osando hacer alarde del oro naturaleza guarde tanto su riqueza, que le sirven las montañas de cofres, cuyas entrañas aseguran su aspereza! ¡Con naves de nácar cierra las perlas que esconde el mar, y aun no las puede guardar del avaro y de su guerra! ¡Con armas la fértil tierra a sus plantas satisfizo, archeros de espinas hizo contra el interés sutil, y hasta la fruta más vil vistió el arnés de un erizo! ¡Y que la honra que es suma de todo el valor y ser, la fíe de una mujer que es viento, sombra y espuma! ¿Del humo vil, de la pluma, confïanza se ha de hacer? ¿Cómo ha de poder tener cargas del honor molestas una mujer flaca a cuestas, sin que le deje caer? ¡Ah, vil papel, en quien pinta la deshonra mis desvelos! ¡Si son veneno los celos, veneno es también tu tinta! La muerte, en suma, sucinta me has dado, pero castigos. ¡Ay, renglones enemigos! En mis manos mas deshonra es, rasgándoos, contra mi honra multiplicar los testigos.
Rasga el papel y vuelve a coger los fragmentos
Vuelva a cogeros mi afrenta, que seré, si roto os dejo, como quien rompe el espejo y en pedazos le acrecienta. En vano mi agravio intenta vengarse en vos; pero rabio, y aunque no es mi furor sabio, soy toro, a quien se le escapa el dueño y hace en la capa demostración de su agravio. Honra, flor sois que se agosta con vientos de una sospecha. Celos os da la cosecha del amor a vuestra costa. ¡Hola! Ensilladme una posta. A Jerusalén, engaños, que son los instantes años. ¡Averigüemos, desvelos, si son infiernos los celos, lo que serán desengaños!
Vanse. Salen SALOMÉ y ARISTÓBALO
ARISTÓBALO: Bella esposa, ten sosiego. SALOMÉ: Menosprecios de la infanta a mi enojo añaden fuego; no ha de ser su altivez tanta como la que a ver hoy llego en su ánimo levantado. Bastara el ser yo tu esposa, cuando no fuera mi estado de estirpe tan generosa como la que ella ha heredado. ARISTÓBALO: ¿En qué tu valor afrenta, Salomé hermosa, la infanta? SALOMÉ: En mejor lugar se asienta; ni cuando entro se levanta, ni cortesana hace cuenta de mí. Fui a verla a su casa que la sirve de prisión, hallándola tan escasa que su loca presunción aun las altezas me tasa. Una vez sola me dio este título en un hora que conmigo conversó, porque soberbia y señora tantos rodeos buscó y términos desiguales para mostrar la grandeza de sus humos más que reales que por ahorrar de otra alteza me habló por impersonales. Yo colérica, "Ya sobras," le dije, "de descortés. Y ambiciosa fama cobras; que quien en palabras es avara, ¿qué hará en las obras? No hayas miedo que destruyas bien crïada tus grandezas, pues cuanto más serlo arguyas y me dieres más altezas, aumentarán más las tuyas. Infanta como tú soy, con tu hermano desposada, no en menor estado estoy ni tú tan entronizada que así me desprecies hoy. ¿Qué imperio romano alcanza tu ambición, que crece al doble, y te obliga a tal mudanza, no campea en el más noble mucho más la buena crïanza?" Respondióme, "Sí, campea, mas no con su desigual, y aunque real tu sangre sea no iguala a mi estado real, que eres, en fin, idumea. Yo, que de Abraham desciendo y de David he tenido la corona, que pretendo por mil años he traído la sangre real que estás viendo, y si a tu padre hizo el cielo rey, dispensando en las leyes que hace el poder en el suelo, ¿qué sé yo, si guardó bueyes en Palestina tu abuelo?" Levantóse airada y loca yendo a responderle yo por lo que a su honra toca, y descortés me dejó con la palabra en la boca. Mas no importa que si alcanza la carta que hoy a Faselo le despachó mi venganza, satisfacerme recelo quitando a la esperanza que siendo su esposa tiene del solo y real posesión que Judea le previene, y su loca presunción verá en lo que a parar viene. ARISTÓBALO: Anda, no mires, mi bien, en aquesas liviandades. Antes, si me quieres bien, a renovar amistades conmigo a su cuarto ven. SALOMÉ: ¿Qué dices? ¿Yo, tal bajeza? ARISTÓBALO: Oye, que ella sale acá. SALOMÉ: Excusemos su grandeza, que el palacio rodeará por no intitularme alteza.
Vanse. Salen MARIADNES y JOSEFO
JOSEFO: Tanto te adora como esto. MARIADNES: Muerte mandó que me dieses cuando la suya supieses. JOSEFO: No le es el morir molesto tanto como el ver que quedas A la tirana elección de Faselo, en ocasión que persuadida de él puedas, olvidando la venganza de su muerte, ser su esposa; que en las mujeres es cosa ordinaria la mudanza y más en muerte o en ausencia. MARIADNES: Mal de mí se satisface quien tan poco caudal hace de mi amor. JOSEFO: ¿Con qué paciencia morirá quien te dio el alma, si para mayor castigo te casas con su enemigo? MARIADNES: Nunca dio fruto la palma si su consorte la quitan. Anque otro planten por él palma soy de Herodes fiel. Cuando matarle permitan sus enemigos, ¿qué importa si no tengo de dar fruto, menos que en llanto y en luto, a quien mi palma me corta? De mi esposo no me quejo, puesto que de mi opinión no tiene satisfacción, antes estimo, Josefo, que me mande dar la muerte, y cuando él no la mandara yo mismo la ejecutara, que no es mi amor menos fuerte que el de Porcia para hacer lo que sus hechos declaran, pues cuando dagas faltaran brasas supiera comer. JOSEFO: A tu esposo guarde el cielo, que es lo que importa, señora; porque, aunque tanto te adora, no es tan bárbaro Faselo que en su sangre misma bañe sus manos. MARIADNES: Hacen los celos mil crueldades. JOSEFO: Tus recelos la cuerda prudencia engañe. Faselo no es rigoroso ni de manera terrible que el natural apacible de su valor generoso trueque en hazaña tan fiera. Ya ves cuán opuestos son los dos en la condición, y que quien los considera tiene por menos tratable a tu Herodes que a Faselo. MARIADNES: Su muerte es la que recelo; mas, haga el hado inmutable lo que quisiere, que yo, viva o muera, determino seguir el mismo camino que el cielo a mi esposo dio. JOSEFO: Divierte esos pensamientos, no siempre en eso imagines. MARIADNES: Cuando a eso me determines, ¿cómo si mis pensamientos, ya duerma, ya esté despierta, siguiendo a mi esposo van, entretenerse podrán, ni qué habrá que los divierta? JOSEFO: Con ellos mismos podrás consolarte y divertirte. No llegues a persuadirte que es muerto tu esposo; mas imagínate que viene por rey de Jerusalén, y por que se haga más bien, si es que aquesto te entretiene, finjamos que Herodes soy, que habiendo vencido Augusto a Marco Antonio con gusto de su vitoria vengo hoy a transformar tu tristeza en abrazos y alegría, que ya suceder podría salir mi ficción certeza. MARIADNES: ¡Ay, que no soy yo, Josefo, tan dichosa! JOSEFO: Deja ahora de agorar tu bien, señora, y haz esto que te aconsejo. Veamos con qué blasones sabes darle el parabién cuando entre en Jerusalén. MARIADNES: No sé lo que en tus razones hallo que me pronostican algún dichoso suceso; que me consuelas confieso. JOSEFO: ¡Así remedios se aplican a la tristeza! MARIADNES: Ahora bien, aunque por ser tan pequeños como tesoro entre sueños después más pena me den, por buen presagio he tenido tu propuesto pasatiempo; ocupemos así el tiempo, que en mi esposo no es perdido. JOSEFO: Salgo, pues, esposa mía. MARIADNES: ¡Ay, príncipe de mis ojos! No con sus reflejos rojos alegra el sol tanto el día como tu amada presencia, en tanto más estimada cuanto menos esperada, como de la crüel sentencia del bárbaro fratricida. ¿Libre, caro esposo, vienes? JOSEFO: Porque si tú mi alma tienes, mal puede ofender mi vida quien quitármela pretende, siendo tú mi esposa bella el fiel depósito de ella. MARIADNES: Bueno es, que mi mal suspende, Josefo, el entretenido engaño que has inventado. ¡Ay Dios si en ti transformado mi esposo hubiese venido! JOSEFO: Podrá ser que profetice su libertad mi invención.
Sale HERODES acechando
HERODES: (Averiguad, confusión, Aparte si lo que la carta dice es verdad, por vuestros ojos, y satisfaceos de espacio. Por la huerta de palacio me han traído mis enojos a este cuarto, donde espero apurar mi pena crüel, aunque si me ofende en él no es cuarto, sino tercero. Mas--¡ay, cielos!--no me quejo sin causa, ni mentís vos, papel; aquí están los dos solos, la infanta y Josefo. Mirad, honra, desde aquí sustanciar la información que, puesta en ejecución, ha de salir contra mí.) MARIADNES: Pasa, Josefo, adelante; asegundemos favores, presagios de mis amores; que haces muy bien un amante. HERODES: (¿Qué es esto, cuerdo temor? Aparte Si favores asegundan, en los primeros se fundan mis injurias, ¡ay, honor! Vuestra muerte llorar quiero; papel, en creeros me fundo, si este agravio es el segundo, ¿luego vistes el primero? ¿Luego ya me han ofendido? ¿Luego habláis por evidencias? Luego ¡ay, ciegas consecuencias, mi muerte habéis conseguido! "¡Que haces muy bien un amante," dijo! Y un traidor también, diré yo, y diré más bien. ¿Hay desdicha semejante?) JOSEFO: Digo, pues, esposa mía, que ya bien puedo gozar tal nombre, sin recelar del que usurparme quería el título con que Amor hace de sus gustos ley, que hoy ha de verme su rey Jerusalén. HERODES: (¡Oh, traidor! Aparte ¿El reino me tiranizas? ¿Esposa a la infanta llamas? ¿Ausente mi boda infamas? ¿Torpes bodas solemnizas? ¿Esto escucho y tengo seso?) MARIADNES: ¿Cómo has vencido imposibles, dueño amado, tan terribles? JOSEFO: Dejando al infante preso, que tu esposo se llamaba. HERODES: (Preso imagina que estoy.) Aparte JOSEFO: Trocó la Fortuna hoy, que de mudable se alaba su prosperidad, de suerte, derribando su ambición, que a su reino y pretensión dará triste fin su muerte. HERODES: (Ya imagina que Faselo Aparte dio a mi vida fin crüel.) JOSEFO: Muerto, pues, y libre de él no hay de quién tener recelo. MARIADNES: ¡Qué bárbaro! JOSEFO: ¡Qué arrogante! MARIADNES: ¡Qué indiscreto! JOSEFO: ¡Qué atrevido! ¡Llamóse, en fin, tu marido! MARIADNES: ¿Cómo siendo tú mi amante tienes celos? JOSEFO: Es forzoso. MARIADNES: ¿Por qué? JOSEFO: Amor es desconcierto. MARIADNES: Pues ¿quién los tiene de un muerto? JOSEFO: ¡Ay mi bien¡ MARIADNES: ¡Y ay dulce esposo! JOSEFO: ¿No celebras mi venida? MARIADNES: ¿Cómo? JOSEFO: Dándome los brazos.
Descúbrese HERODES
HERODES: Primero, haciéndoos pedazos, aunque en quitaros la vida no satisfaga mi afrenta, mitigaré mi furor. ¡Vivo está Herodes, traidor, aunque por muerto le cuenta el honor que me has quitadol ¡Torpe Flora, Herodes vive, que hoy en tu sangre apercibe lavar la honra que has manchado! MARIADNES: ¡Ay mi bien, que vivo vienes, que vuelves con libertad! Burlas en veras trocad, abrazos y parabienes. HERODES: ¡Aparta, adúltera crüel, que ya engaños llegan tarde contra el afrentoso alarde que he visto, y este papel en oprobío tuyo afirma, que aunque sin firma se ha escrito, mis ojos, que tu delito han visto, sirven de firma. JOSEFO: ¡Señor! HERODES: ¡Ah, infame sin ley! ¿Señor nombras al que infamas? ¿Mujer a mi esposa llamas? ¿De mi reino te haces rey?
Salen EFRAÍM y HERBEL
EFRAÍM: Gran señor: ya sabe Jerusalén tu venida; y alegre y agradecida de que sobre el trono grave de su silla te autorice Augusto César, previene triunfos, y a besarte viene los pies. HERODES: ¡Ay suerte infelice! Prended a aqueste traidor, no me entre ninguno a ver, que mal puedo su rey ser sin seso, vida y honor. Cerrad esas puertas todas, llevadme de aquí esta infame, ninguno reina la llame, que el tálamo de sus bodas será un mortal cadahalso. Esté en el castillo presa. ¿Qué hacéis villanos? Daos priesa. JOSEFO: Mira, gran señor. HERODES: ¡Ah falso! ¡Ah tirana de mi honor, qué de engaños viles sabes! Llevadla y dadme las llaves. MARIADNES: ¿Hay tal crueldad, tal rigor?
Llévanlos, quedándose HERODES solo
HERODES: ¿Quién creyera, honra mía, que perdida por un vasallo, su amistad borrara y que una mujer fácil derribara la fortaleza vuestra ya abatida? El interés de una corona olvida obligaciones, la belleza rara postra amistades, y en la ausencia avara el loco a la mujer firmeza pida. Si el amor y el reinar es tiranía que derriba el honor del más prudente, y el fuego del amor la ausencia enfría, no es mucho que él me agravie y ella afrente. ¡Malhaya, amén, el hombre que confía de amigo avaro y de mujer ausente!
Sale otra vez EFRAÍM
EFRAÍM: Sal, gran señor, si pretendes sosegar la plebe loca que se alborota y provoca cuando ser su rey entiendes. Jerusalén, conmovida de una nueva extraordinaria, a tu corona contraria en riesgo pone tu vida. Tres reyes que en el oriente diademas Arabia da, y de Tarsis y Sabá ciñen nobles cada frente, con soberbia ostentación y variedad de vasallos, dromedarios y caballos traen tu corte en confusión. Reposteros de brocado de su recámara real, ofrecen al sol sitial mejor que el suyo dorado. Las cargas debajo de ellos, aunque cubiertas están, en la fragancia que dan desde los corvos camellos odoríferos aromas, muestran ser de más estima que el bálsamo que sublima en Gadir y ofrece en pomas. Atan el sabeo aroma, porque ir más süave pueda, cordones de fina seda, garrotes de plata y oro. Y los penachos sin suma que al aire adulan sutiles, son portátiles pensiles que llevan montes de pluma. Venerable majestad representa el rey primero, pagando en plata el enero los tres tercios de su edad. El segundo, que retrata de abril el joven decoro, censos toma al tiempo en oro, que después trocará en plata. Y el tercero más robusto con el enano se atreve, bruñido a hacer que la nieve su color envidie adusto, pues la bella perfección de su negra compostura enseña, con la hermosura de sus partes, trabazón. Con esta presencia bella han entrado todos tres en tu corte, y dicen que es su paje de hacha una estrella que a vista de esta ciudad se les ha desparecido, sin que el sol haya podido suplirles su claridad. Y así perdido su norte contra la ambición, concluyen que hasta las estrellas huyen los peligros de la corte. Síguelos Jerusalén, miran las damas sus talles, y ellos por plazas y calles preguntan a cuantos ven adónde está el que ha nacido rey de los judíos. HERODES: Tente. EFRAÍM: "Vimos su estrella en oriente y a adorarle hemos venido." HERODES: ¿A adorar vienen al rey que ha nacido a los judíos? ¿Qué aguardáis temores míos, celes sin orden ni ley? No ha un hora apenas que reino, y cuando acaba un traidor de quitarme el ser y honor, ¿me quita un muchacho el reino? ¿Cuándo hubo persona alguna, cielos, que nacer rey pueda? El reino que no se hereda le conquista la Fortuna. Pues ¿quién es éste que ahora nace rey y me atropella? ¿Quién es éste que a una estrella manda ser su embajadora? ¿Éste que con ella avisa tres reyes y cortes hace, éste que al punto que nace coronas de oriente pisa? Si le viene de derecho a la sangre de Judá y a mi, idumeo, me da Roma el reino sin provecho, ¿para qué Augusto me elige? De David la descendencia hereda esta preeminencia; mas la ambición que me aflige no tiene de permitir agravio tan evidente, el que fuere descendiente de David ha de morir. A Aristóbulo prended, que por ser hijo de Hircano su derecho tiene llano. ¿No vais? EFRAÍM: Sí, señor.
Vase uno
HERODES: Poned' nuevas guardas a la infanta. Dad un garrote a Josefo. No quede mozo ni viejo de la estirpe real y santa del rey profeta con vida. Ponga esto en ejecución esa romana legión en mi guarda apercebida. Mi vida importa su fin; muera también el senado de los setenta que han dado tanta fama al sanhedrín. No quede hombre en Israel que sangre de David tenga. Aunque fama a alcanzar venga a Herodes del más crüel que vio el mundo, no haya hombre que en el siglo venidero si un rey quiere pintar fiero no le atribuya mi nombre. Sangre mi rabia derrame, que en ella mi reino fundo. Quien crüel fuere en el mundo Herodes desde hoy se llame. Esos tres Reyes de oriente a mi presencia llamad, los escribas convocad, no quede escriba o prudente en los libros de la ley y profeta que no acuda a sacarme de esta duda. Sepamos quién es el rey que encubriéndose de mí recién nacido me asombra, rey en mi agravio se nombra y trae de oriente hasta aquí los reyes de tres en tres y predominando estrellas en todos nace sobre ellas; que si acaso Dios no es, a pesar de la Fortuna, si una vez sé donde está túmulo suyo será en vez de trono su cuna.
Vanse. Salen TIRSO, BATO, PACHÓN y FENISA
TIRSO: ¡Válgate Dios por chicote, por pesebre y por portal! Bato, ¿vistes tal zagal? BATO: Lindo es, ¡voto a mi capote! PACHÓN: No nace el blanco cordero mientras que la oveja bala que vista el vellón por gala, más nevado que un enero. No regocija el cabrito recién nacido al pastor por las peñas trepador de rojas pintas escrito; ni el corzo, o simple ternera, mientras que los pechos goza cuando a la madre retoza en el soto o la ribera, dan tanto gusto, pardiez, como el chicotillo bello. FENISA: No hago sino ir a vello y apenas, Pachón, hay vez que me aparte de él, que luego me aquillotro por volver a verle. TIRSO: Debe de ser el dios de amor. PACHÓN: Ése es ciego. Mas estotro sus dos ojos como dos candelas tien, par Dios, dichosa es Belén en gozar tales despojos. TIRSO: ¡Y que un pesebre sea cuna de quien lleva al sol ventaja! Cuando le vi entre la paja, Pachón, voto a mi fortuna, que quitándome el pellico en somo de él se le eché, sólo entonces envidié del rey el toldo más rico. BATO: ¿En el heno estaba echado? TIRSO: ¿No has visto cuando conservas entre la paja las servas o el níspero coronado, la camuesa con su flor, que trae en ambas mejillas cual dama las salserillas a pares de la color? Pues la competencia es baja, porque no hay camuesa o serba entre la atocha o la hierba como el chico entre la paja. PACHÓN: Yo cuando vi su hermosura le dije, "¡Pardiez, garzón, que quien en la paja os pon para comer vos madura, y pues en Belén os dan a cuantos os quieren bien, si es casa de pan Belén creo que sois el Dios pan que para que mos hartéis de la troj del cielo abaja, pues como pan en la paja hermoso grano nacéis!" Debió entender mi simpleza el tamaño. FENISA: ¿Cómo así? PACHÓN: Porque se rió de mí, meneando la cabeza que los rayos del sol dora. BATO: Qué, ¿se rió? PACHÓN: Y juntamente llorara creo agua ardiente, pues me abrasa y enamora. FENISA: ¿Y la madre? PACHÓN: Ésa es la luna, el sol, el alba, el ciprés, la flor, la palma en Cadés, la Fénix que sola es una. TIRSO: ¿Y el padre? PACHÓN: El Jusepe es esposo de niña tal, padre del bello zagal. TIRSO: Para en uno son los tres. PACHÓN: ¡Y el buey, Bato, y el borrico! FENISA: En eso habías de parar. PACHÓN: ¡Par Dios! que le quise dar mil besos en el hocico. ¿Pues el mancebete hermoso que de alas y plumas lleno el cielo volvió sereno y más que el sol relumbroso que en aquella noche o día, alegró nuesa majada con la divina embajada? BATO: ¡Pardiobre, que parecía un ángel! FENISA: Si era ángel, ¿qué mucho lo pareciese? PACHÓN: ¡Ahao! ¿Mas que no se cayese volando? TIRSO: ¿No era Luzbel, el otro que por roín le echoren? BATO: ¡Desdicha brava! FENISA: Garridamente volaba. PACHÓN: Era de Dios volatín; mas ¿qué hué lo que cantó? Porque yo, por San Mingollo, que tengo fraco el meollo y no me acuerdo. BATO: Ni yo. TIRSO: "Gloria a Dios en las alturas," nos cantó el bello rapaz; y luego, "en la tierra paz a las humanas criaturas." PACHÓN: Gloria a Dios, paz a la tierra nos cantó; decís verdad. TIRSO: Y de huena voluntad. BATO: ¿Luego ya no ha de haber guerra? TIRSO: Si es el Mesías el chico, según Josef le da el nombre, her cuenta entre Dios y el hombre paz perpetua. PACHÓN: Del borrico, Bato, yo estó enamorado. ¡Oh, quién en él se volviera y en el pesebre estuviera junto del zagal atado! Pardiez, porque no llorara, que le había de arrullar, y en vez, Bato, de cantar, sospecho que rebuznara. De parto estaba Fenisa, que el día que me casé como huevo la dejé de dos yemas, dando prisa por las torrijas, y yo que goloso me comía, Bato, más que la freía; luego que el ángel cantó la gloria y paz de aquel modo, enamorado del son, sin alzar el cucharón salí con sartén y todo, y alegróme de manera en la voz, plumas y cara, que cro, si entonces bajara, que las torrijas le diera.
Sale LISENO
LISENO: Pastores: si queréis ver lo que no sé encareceros, ni es bien por no deteneros, volvé al portal que ha de ser más que el templo celebrado que a Dios labró Salomón. Venid, veréis el garzón de tres reyes adorado, que piden que los despache para sus reinos con gozo: prata el buen viejo, oro el mozo, y el tercero es azabache. Perdióseles una estrella que les mostrara el camino, cuando a ver la corte vino, y ellos, a escuras sin ella, a Herodes hueron a hablar, preguntando por un reye que ha nacido y nuesa leye diz que viene a mejorar. Lleno el crüel de alboroto, pidió que a adorarle fuesen y por allí se volviesen, porque él humilde y devoto quería adorarle también; pero lo que de esto saco... --¡Que Herodes es un bellaco!-- Salió de Jerusalén de los tres la trinca bella, y apenas el campo pisan, cuando contentos divisan otra vez la hermosa estrella. Y guïados al portal venturoso de Belén, aquel brinco de Dios ven de oro, nácar y cristal, en los brazos del aurora que tal bello sol encierra. Cada cual postrado en tierra, los pies le besa y adora, y de oro, mirra y encienso, tributo le van a dar. Mas ¿cómo oso yo contar ni medir lo que es inmenso? El portal que reverencio es éste del Dios de amor, vedle y callad, que es mejor que la lengua aquí el silencio.
Descúbrese un portal de heno, romero y paja, lleno de copos de nieve, y en él la adoración de los REYES como se pinta
FENISA: ¡Hermosa apariencia a fe y de fe a lo que imagino, que este aparador divino por misterio le tendré! TIRSO: Postrado el rey viejo está a los pies del Dios de amor. BATO: Es del cielo emperador, por eso los pies le da. PACHÓN: ¡Dichoso el que en tales leyes emplea alma y corazón! FENISA: No vi en mi vida, Pachón, igual cuatrinca de reyes. PACHÓN: Como es de amor la baraja, gana el cielo el que aquí envida el corazón y la vida. TIRSO: ¿Cuatro reyes sobre paja? ¿Ay tal cuatrinca? ¿Ay tal juego? BATO: Y son los reyes presentes de manjares diferentes. PACHÓN: Es verdad, porque a ver llego que el uno, que en negros pastos y toscos reina, será el rey de bastos. TIRSO: ¡Verá qué gallardo rey de bastos! PACHÓN: El viejo de reales ropas que en la copa al niño ofrece el incienso, me parece que se llame el rey de copas, y el mozo que sus tesoros rinde al chico y oro abate, de eterna ley y quilate, llamarse puede rey de oros. TIRSO: Pues el niño, si a vencer viene al mundo y el pecado de nuesa flaqueza armado, rey de espadas vendrá a ser. PACHÓN: Antes lo viene a ser todo, que Dios que el alma me abranda, hoy profetizar nos manda, y así digo de este modo, que si la divinidad que encubre es el oro rico que disfraza en el pellico de nuesa mortalidad, y es infinita la ley del oro de su riqueza, según su naturaleza, de oros el niño es rey. FENISA: Después, cuando se desangre en el huerto, y el temor de la muerte y su rigor le obligue a que se dé en sangre, bañando flores y ropas y el cáliz de mi ventura beba en copa de amargura, será entonces rey de copas. TIRSO: Otro manjar le señalo cuando se eclipse la luz del sol y sobre la cruz el triunfo le entre del palo. Que si allá su reino muda, y con tal basto deshace las culpas, contra quien nace rey de bastos es, sin duda. BATO: Mísero quien le provoca y en desgracia suya caiga, cuando de dos filos traiga la espada puesta en la boca, que las almas condenadas eternamente al volcán, por su desdicha sabrán que este niño es rey de espadas.
Sale NISO
NISO: Pastores: el que tuviere hijo al pecho de su madre, para que el vivir le cuadre escóndale, si no quiere que el furor de un rey tirano, lobo de tiernos corderos, bañe en leche los aceros de su cuchillo inhumano. Degollar los niños manda que de dos años abajo paguen en risa el trabajo de sus madres, y en demanda de la inocencia pueril, andan verdugos crüeles cortando tiernos claveles que apenas sacó el abril. Sin que con él aproveche el llanto que los socorre; por las calles sangre corre, y entre ellas cándida leche. Poco los ruegos importan de las madres, que en sus brazos los lloran hechos pedazos, porque los pechos los cortan para quitárselos de ellos, y sus gargantas segando la leche que están mamando vuelve a salir por sus cuellos. De este milano crüel esconded vuestros polluelos, que sin admitir consuelos sus hijos llora Raquel. FENISA: ¡Ay desdichada de mi! Un niño de trece días tengo, y de las penas mías consuelo. Amigos vení y en las peñas le escondamos que en estos montes están, que, en fin, más blandas serán que aqueste tirano. PACHÓN: Vamos. TIRSO: No es bien que en pámpanos podes el majuelo de Israel, tirano rey. FENISA: ¡Huego en él! PACHÓN: Es un tigre. FENISA: Es un Herodes.
Vanse. Salen HERODES, HERBEL, JABEL y OTROS
JABEL: Sosiégate, gran señor. HERODES: ¿Cómo queréis que sosiegue quien la vida, el reino y honra a un tiempo y a un punto pierde? ¡La vida un traidor me quita, la honra una mujer leve; el reino, que aún no he gozado, un niño que me atormente! Hidrópico estoy de sangre, más sed tiene quien más bebe. Dejad que me harte en ellas y aplaque este fuego ardiente. Mueran todos, pues que muero, y traspase en mí la muerte toda la jurisdicción que sobre los hombres tiene. No ha de quedar de David hombre o niño en quien conserve la esperanza que ha fundado el reino sobre su especie. La parca soy de las vidas, cortaré en pámpanos verdes los sarmientos que en Judá para atormentarme crecen. Prometiéronme volver en hallando los tres reyes a este niño portentoso que han adorado sin verle; mas, pues que me han engañado, y mi propósito aleve conocen, pues temerosos a avisarme de él no vuelven, paguen en él mis agravios todos cuantos inocentes a los pechos de sus madres su amor alimenta en leche. Podrá ser que muera entre ellos el triunfador del oriente que, naciendo coronado, cetros pisa y reyes vence. Bañe en su sangre el cuchillo el que mi vasallo fuere, porque el fuego en que me abraso puedan mitigar sus fuentes. De dos años tengo un hijo que, engendrado en Mitilene, de la sangre de Judá derecho a este reino tiene, mas degolladle también para que ninguno quede exento de mi furor, pues él pasa por sus leyes. JABEL: Catorce mil y más niños degollados enternecen las piedras, que con su sangre, no piedras, cera parecen. ¿Un niño te hace temblar? Monarcas rindes, ¿y temes la inocencia de un infante? HERODES: Niño no, gigante fuerte es quien gigantes conquista; si recién nacido puede postrar reyes a sus plantas, ¿qué hará, vasallos, si crece? Dejadme morir matando, nadie me hable ni aconseje; rey soy, púrpura de sangre es la que mi rabia quiere.
Sale MITILENE con un niño en los brazos vestida a lo bizarro, de judía
MITILENE: ¿Cómo es posible, señor, que a tu mismo hijo sentencies al riguroso cuchillo de los verdugos crüeles? ¿Tu misma imagen deshaces? Llega en este espejo a verte, que de tu misma sustancia con mis brazos se guarnece. La amada vida le diste, ¿qué dirá de ti el que viere que lo que una vez has dado avariento a quitar vuelves? Tu misma sangre derramas, sangra, médico imprudente, la vena del corazón que en fuego de mi amor hierve.
Sale otra JUDÍA con otra criatura en los brazos
JUDÍA: Cielos, ¿cómo permitís, si es que os preciáis de clementes, tan bárbara crueldad? ¿Qué Falaris, qué Diomedes hizo tal? Tirano rey, ¿qué hazañas a honrarte vienen? ¿Qué triunfos te inmortalizan? ¿Qué injurias te hacen que vengues? ¿Posible es que los balidos de este cordero inocente no enternecen tus entrañas y tus ojos humedecen? Mátame a mí, deja un niño que apenas en el oriente de su vida ve la luz cuando se pone en la muerte.
Quitalas los niños de los brazos
HERODES: Soltad, enfadosas madres, los amorosos joyeles que vuestros pechos adornan y a más venganza me mueven; retratos de aquel infante que a usurpar mi reino viene. Lobo soy, corderos busco, vuestra sangre me sustente. Espigas sois de David, en berza es razón que os siegue. Racimos sois de Judá, vendimia ros quiero en ciernes. ¿Lloráis? Pero ¿qué me espanta? También los sarmientos verdes lloran antes de dar fruto. Flores sois de almendro fértil, yo cierzo que por tempranos me manda el rigor que os seque, mi rabia que os despedace, mi pena que os atormente. ¡Ojalá que entre vosotros aquel infante estuviese, de mi frenesí la furia causa y principio inclemente! Satisficiera mi hambre con las manos, con los dientes, porque con su corazón mi enojo hiciera un banquete. Pero supliréis por él, y serviréis en mi muerte de ofrenda, como corderos; morid, pues Herodes muere.
Vase
MITILENE: Pedid venganza, hijo mío, al cielo. JABEL: Tiernos claveles, a Dios vuestra sangre clama. Hijos, pedidle que os vengue.
Sale EFRAÍM y descúbrese muerto HERODBS con dos niños desnudos y ensangrentados en las manos
EFRAÍM: Murió el bárbaro rabiando y ahogando los dos Abeles. Se libró Jerusalén de sus tiránicas leyes. Sirva su vista de espanto, y demos fin con su muerte a su inaudita crueldad y lástima a los presentes.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 25 Jun 2002