ACTO TERCERO


 
Salen don DIEGO, don LUIS y LILLO
DIEGO: Seguro estás, hijo ingrato, de que no culpe y condene tu injusto y vicioso trato. Porque mi lengua no tiene palabras, no te maltrato. Será tu culpa mayor no hallarse castigo igual en palabras ni en rigor, que aun no sé decir el mal que sabes tú hacer mejor. Tus vicios me han retirado de Madrid, y la prisión fingida, el amor pasado; no estoy como Cipión con más honra desterrado, sino por vicios ajenos, por necesidad, jamás honrosa para los buenos; no sabré decirte más ni tú sabes hacer menos. LUIS: ¡Con sermones cada día, sin por qué ni para qué! ¡Oh, qué enfadosa porfía! ¿Estoy yo falto de fe, o he venido de Turquía? ¿Qué he hecho yo que no sea lo que un caballero mozo si no es cartujo desea? ¿Qué quieres? Mis años gozo como mi edad los emplea. ¿He sido yo, cual Nerón, que quiso mudar el ser por variar el afición? Querer bien a una mujer es marca de discreción. LILLO: Y a dos y a tres y a tres mil, y a cuantas el mundo abarca; sea hermosa, noble, vil, no es culpa mayor de marca y no es marca de gentil. LUIS: ¿Tú predicas? LILLO: ¿Y te pesa? ¿Qué motilón no aprendió a echar también su traviesa, y si en el púlpito no, predica sobre una mesa? DIEGO: Como todos en mi casa de tus daños participan, y toda por ti se abrasa, los que pueden se anticipan a llorar el mal que pasa; como has jugado y perdido la hacienda, que es sangre y vida, cualquiera será atrevido a culparte de homicida, pues tu flaqueza ha sentido. LUIS: Ya jugué, ya se perdió; también se pudo quemar la hacienda. LILLO: ¿Y no se quemó? LUIS: La hacienda es para gastar, que para guardarla no. Ninguna moneda es buena no más que para dar peso a un arca pesada y llena; si no ha de servir más de eso bien puede henchirse de arena. LILLO: Eres leído; ese ardid usó con agüelos míos o tuyos mi agüelo el Cid, mas no consiente judíos guardosos nuestro Madrid, que el señor Lercio, el pobre, gasta más de, lo que tiene y el tercio antes que le cobre; y al guardoso le conviene prestar de lo que le sobre. DIEGO: No alabo yo de prudente a quien detuviese un río y guardase la corriente: ese fuera desvarío, pues corre continuamente. Coger la que es menester y la demás agua pase, pues hoy vendrá como ayer. Quien tiene renta no tase, guarde ni estreche el poder, que los ríos y los juros corren siempre, están sus dueños de la agua y renta seguros, y no han de ser más pequeños sus gastos, ni ellos más duros; pero es necio el que a la fuente del río y de la hacienda, deshace y rompe y no siente que, cuando después pretenda agua y río, no hay corriente. Mis posesiones vendí; ya no tengo posesión ni buena esperanza en mí; retiréme a Torrejón, mi sepulcro tendré aquí; éste has querido dejarme que no le vendes jamás, y no ha sido por honrarme, mas porque no viva más ni falte donde enterrarme. LUIS: Déjame ir. ¿Qué galera es ésta? ¿No basta el remo, sino atado al banco? DIEGO: Espera. LUIS: ¿Cómo he de esperar, si temo? Déjame esconder siquiera; son mis costumbres feroces, mi vida áspera e inculta; si por fiera me conoces, la fiera luego se oculta que siente pasos y voces. ¿No hay Indias? Italia y Flandes, ¿no pagan sueldo al soldado? Que vuelva, pues, no me mandes, que en mis males he juzgado verte y oírte por grandes. DIEGO: Escucha, que ya el temor de padre que te castiga quiere aplacar el rigor, aunque se murmure y diga que soy vasallo de amor; que de mi pasión arguyo que alma y vida perderé; pues gusto, aunque es malo el tuyo, no sólo que digan que esclavo soy, pero cúyo. Si con honrosas ventajas siguieras en una impresa el ronco son de las cajas, que el honor que se interesa ilustra personas bajas, eso, Luis, ¿por qué no pudiera ser? Que soldado honraras a quien te honró; mas irte desesperado eso no lo diré yo. Espera y pretenderé en Madrid alguna plaza honrosa que el rey te dé, porque con industria y traza se alcanza lo que hoy se ve. El rey me la prometió. cuando le anduve sirviendo, y para ti diré yo que la plaza, Luis, pretendo, que cuyo soy me mandó. Cuando, después, victorioso volvieses y acrecentado con algún oficio honroso, no pagues lo que te he dado; gózalo tú y sé dichoso, que aunque es de tu padre y tuyo el bien, ni aun correspondencia de tu ingrato pecho arguyo, y así yo le doy licencia que no diga que soy suyo. LUIS: Suéltame el brazo, que entiendo que es del mar y que me anega.
Derríbale
DIEGO: Con nueva razón me ofendo, y ya mi pasión es ciega si vengarme no pretendo. Apartas con tanta ira de tus brazos mi flaqueza que he caído; ¿no te admira que está a tus pies tu cabeza, y que Dios te escucha y mira? LUIS: El viejo es fruta madura, cáese ella misma y se pierde. DIEGO: Es verdad, y más segura y más dulce que la verde y más tan amarga y dura. La misma comparación puso alabando a los viejos, aquel prudente Catón, que en sus maduros consejos hay salud, gusto y sazón. LUIS: Pues cuando la fruta verde está en almíbar süave, amargura y daño pierde, y así hay mancebo que sabe más de que algún viejo acuerde. Más discreto soy que vos.
Dale con el pie y vase don LUIS
Levantaos y pasaré, que no cabemos los dos en el mundo. DIEGO: Llega el pie que abrasen rayos de Dios. Por el pie aleve y escala este ya violado templo donde tu pie se señala. Dios le corte para ejemplo de quien en culpas te iguala. Bien haces, traidor; levanta contra mí, pues yo la he hecho, esa mal trazada planta, cuyo edificio deshecho deje la venganza santa.
Salen los pastores, CRESPO, BERRUECO, y MINGO
CRESPO: ¿Voces, clamores, rüido y salir echando chispas don Lüis? Desgracia ha habido. BERRUECO: ¡O que le piquen avispas; que es un bárbaro atrevido! Pero ¿no ves cómo está levantándole del suelo Lillo al viejo? MINGO: Entremos ya. CRESPO: ¡Oh, malos truenos del cielo, que quemen al que se va! ¿Qué es esto, señor? DIEGO: No fue, no tiene ser el pecado. BERRUECO: ¿Quién os derribó y por qué? Que él se verá derribado de Dios si le asienta el pie. DIEGO: No quiero que se alborote Torrejón. CRESPO: Pues ¿de eso dudas? Es un Judas Iscariote don Lüis, y mató Judas al padre con un garrote. LILLO: No hay quien a contar acierte lo que hoy ha sufrido el cielo. DIEGO: Ya fragua un rayo más fuerte. Voy a quien me dé consuelo, que es Juana en mi adversa suerte.
Vanse don DIEGO y LILLO
CRESPO: No viniera un ciego aquí, y otras veces son prolijos, y rezaran, Mingo, ansí, "Padres, los que tenéis hijos, crïadlos bien, porque sí." Mas volvámonos, compadre, porque mi niña quedó muriéndose, y ya sin madre quedará, y quedaré yo sin un perro que me ladre.
Sale CÉSAR
CÉSAR: ¿Por qué, si sabéis, amigos, le lleva ansí a los hombros Lillo a su amo? CRESPO: Hay testigos que vieron con mil asombros de venideros castigos que don Luis le derribó y dio con el pie al volver a su padre, y le dejó; que es víbora y quita el ser al dueño que se le dió. CÉSAR: No creo yo de don Luis esa nueva mentirosa. CRESPO: Muy en su favor venís. CÉSAR: Don Lüis no hiciera cosa tan buena como decís. MINGO: ¿Esto es bueno? CÉSAR: En la ocasión, porque maltratar al padre de tan mal hijo es razón, y en dar la muerte a su madre fue justísimo Nerón; que quien tal monstruo parió merecido premio fue morir por él cual murió, y es justo poner el pie en quien tal monstruo crïó. CRESPO: ¡Andaos a plomosías! Vamos, mi niña veremos, que son al fin cosas mías.
Vanse los tres PASTORES
CÉSAR: Siguiendo al fin tus extremos, honor, al campo me envía. Aquí dicen que ha venido mi enemigo don Lüis; si os tiene tanto ofendido, César, A tiempo venís que todo lo halláis vencido. A don Lüis no conviene temer, que eso mesmo le ata las manos; vencido viene, que quien su padre maltrata cierta la desdicha tiene. Y si pensaba Caín, muerto ya su hermano Abel, con ser menos culpa, en fin, que la tierra iría tras él hasta darle un triste fin, en don Lüis que dice o piensa que está mi espada envainada, mejor vengaré mi ofensa estando contra él la espada de Dios alzada y suspensa.
Sale la SANTA sola
SANTA: Albricias, alma mía, que ya de vuestro bien se acerca el día, y el destierro cumplido que ausente de la patria os ha tenido, el soberano Esposo llamándoos a su tálamo amoroso, con música os convida a eterna paz, a enamorada vida, al néctar de su vista deleitoso, al real palacio, a la tranquila casa donde no llega el mal ni el bien se pasa. Con el salmista hebreo cante, cual cisne, amor, vuestro trofeo; decí a vuestro querido, "Alegre estoy, mi Dios, de lo que he oído, dichosa habitadora seré de la ciudad donde el bien mora; ya se pasó el invierno ya se acerca el abril y el mayo tierno que el cierzo no marchita ni desflora. Jerusalén, tus calles infinitas veré empedrar de jaspe y margaritas."
Sale el ÁNGEL
ÁNGEL: Juana: ¿qué nuevo canto te iguala al cisne? SANTA: ¡Ay, mi custodio santo! ¡Ay mi laurel divino, mi guarda compañero y mi padrino! Del contento que encierro pedí albricias. Alzáronme el destierro. Mañana, ángel, mañana, veré con vos la patria soberana rotos los grillos del pesado hierro que Adán echó a los hombres, de tal suerte, que no hay romperlos otro que la muerte. ÁNGEL: La invención sacrosanta, mañana, de la Cruz celebra y canta todo el mundo, y en ella te quiere Dios llevar a su Sión bella. En semejante día naciste al mundo para su alegría, el hábito tomaste y en este santo día profesaste. Juana eres de la Cruz, pupila mía, la Cruz adoras y en su día subes pasando estrellas y pisando nubes. SANTA: Para tan grande fiesta como me ofrece amor y Dios me empresta, cuando mi bien señalas, laurel divino, vuélveme mis galas; mi guardajoyas fuiste, la púrpura que el mismo Dios se viste de la cruz y los clavos que dieron libertad a sus esclavos, y la corona que guardar quisiste me puedes, Ángel, dar, porque con todas pueda subir a celebrar sus bodas. ÁNGEL: La cruz de Cristo, dama, está a la cabecera de tu cama; los clavos y corona que el reino de tu Esposo y bien pregona por único monarca, guardadas tengo, Juana mía, en el arca de tus joyas divinas, donde tienes cilicio y disciplinas, y otra prenda de amor que en cuanto abarca el sol no la hay más rica ni más bella, en el arca te espera; corre a vella. SANTA: ¿Qué prenda es, Ángel santo, la que me da mi Esposo y vale tanto? ÁNGEL: No vale Dios más que ella. SANTA: ¡Ay prenda soberana! ¡Ay joya bella! ¿Y en el arca encerrada la tiene Dios? ÁNGEL: En ella está guardada. SANTA: ¿Qué joya es, Ángel bello? Decidlo, que me muero por sabello. ÁNGEL: Para que tu alegría sea doblada no lo sabrás por más que lo deseas hasta que abriendo el arca tu bien veas.
Vase el ÁNGEL
SANTA: Albricias, madres mías, tocad a fiesta; haced mil alegrías, venid cantando todas veréis la joya de mi amor y bodas. ¡Ah, arca soberana! ¿Por qué no vas a verla, indigna Juana? Alegraos, cielo, tierra, por la joya que Dios en mi arca encierra, por lo que en ella mi ventura gana. Madres, vengan, verán mi prenda rica, pues sólo es bien el que se comunica.
Salen MARÍA, monja, y otra MONJA
MARÍA: Madre: ¿qué voces son éstas? SANTA: Si vieran lo que me ha dado mi divino enamorado, hicieran conmigo fiestas. ¡Oh, qué prendas manifiestas tengo, madres, del amor de mi divino Señor! ¡Oh, qué joya tengo entre ellas que aventaja a las estrellas en belleza y resplandor! MARÍA: ¿Dónde está? Vámosla a ver, sí nuestro amor lo merece, que, pues tanto la encarece, notable debe de ser. MONJA 1: Pues ¿no podremos saber qué joya es? SANTA: No lo sé yo, madres, que quien me la dió decírmelo no ha querido, porque el bien no prevenido en mucho más se estimó.
Descúbrese una arquilla curiosa sobre una mesa
Pero, pues el arca es ésta o, por mejor decir, zona de los clavos y corona que son galas de mi fiesta, hoy he de hacer manifiesta a todos la dicha mía, y la joya que me envía mi Dios les he de mostrar por que puedan celebrar justamente ml alegría. Hinquen las rodillas todas.
Híncanse
MONJA 1: ¿Qué será? MARÍA: Nuevos favores de Dios, cada vez mayores. SANTA: Centro feliz que acomodas las ventas de nuestras bodas; velo hermoso, aunque pequeño; depósito de el empeño que el amor ha puesto en ti; nave, que del Potosí trae riquezas de mi dueño, haz manifiesto el tesoro que apetece mi deseo; fe tengo, con ella creo lo que sin ver en ti adoro; salga de su mina el oro que a mi ventura prevengo, que, pues a gozarle vengo sin saber lo que es diré, "Tan rica estoy que no sé, gran Señor, lo que me tengo."
Ábrese el arca y sale entre nubes doradas el Santísimo Sacramento
Pero ¡ay cielos! ¿Qué ventura es ésta? MARÍA: ¡Milagro extraño! SANTA: Pan que fertiliza el año
Toquen poco
de la celestial hartura; maná de eterna dulzura, blanco que señala Juan, medalla de amor galán, pues a mi arca habéis venido, diré que habéis proveído, mi Dios, el arca del pan. Mas, decidme, Esposo amado, ¿a qué a mi arca venís? ¿De qué enemigos huís, que os acogéis a sagrado? ¿Si porque os he celos dado os escondéis para prueba de mi amor? Ya sé que os lleva a que acechéis almas fieles por ventanas y canceles, mas por arca cosa es nueva; mas como parto mañana a la patria de la vida prevenísme la comida, providencia soberana.
Aparécese el ÁNGEL junto al arca detrás de ella
ÁNGEL: Esta forma, amada Juana, comulgó un hombre en pecado que está muerto y condenado, y saliendo de él se vino a tu poder. SANTA: ¡Qué divino favor! ¡Qué tierno bocado! Con tan divinos despojos, ¿quién me iguala, laurel santo? MONJA 1: Llena de amoroso llanto estoy. SANTA: Fin de mis enojos, pan de leche, pan con ojos vos cumplisteis la esperanza de mi bienaventuranza; mañana os comulgaré y la gloria alcanzaré, pues llevo en vos la libranza.
Toquen poco. Encúbrese el Ángel y el arca
MONJA 1: Llena de confusión santa voy. MARÍA: ¡Que tanto Dios regale un alma! La luz que sale de su hermoso rostro es tanta que nos deslumbra y espanta. MONJA 1: Con tal reverencia quedo, que no oso hablarla, aunque puedo MARÍA: ¿Quién su dicha no pregona, dándote Dios tal patrona, reino ilustre de Toledo?
Vanse las MONJAS
Salen los pastores, CRESPO, BERRUECO y MINGO
CRESPO: Si no me la resocita yo me ahorco, madre Juana SANTA: ¡Oh hermanos! CRESPO: Firmeza hermana; y mos ama, no permita tal desgracia. SANTA: Pues ¿qué ha sido? CRESPO: Mis pecados deben ser. Cenó mi Elvirilla ayer unos berros, que han urdido mis penas, que tiene tacha de comerlos. Socedió --¡ay Dios!--que la dije yo, "No comas berros, mochacha." SANTA: ¿Y pues? CRESPO: Comió un amapelo entre los berros, y luego tomó las de Villadiego y afufólas para el cielo, que acá mos solos tenía; era sola y viudo yo, que Mari Crespa murió dicen que de hipocresía. BERRUECO: De hidropesía diréis. CRESPO: Sea lo que huere, en fin; ella heredaba un mastín, seis gallinas y otros seis pollos, un majuelo, un banco, un barbecho y un rastrojo; un buey, aunque tuerto y cojo; un asno sin cola y manco, una cama, un arambel con la historia de Tobías cuando al gigante Golías mató junto a Peñafiel, y otras cosas, que só rico. ¡Mirad vos qué hemos de her sin hijos y sin mujer el buey y yo y el borrico! Dadle vida, que es afrenta que de comer ensalada muera una mujer honrada sin estar calenturienta. Si la matara el dotor entre los más que ha matado que, aunque necio, es licenciado, diérame menos dolor; que, en fin, el puebro y alcalde le pagamos y hace bien, en matarmos, que no es bien que le paguemos de balde; mas un amapelo crüel no es bien. Sanad mi dolor, que se correrá el dotor de no haberla muerto él. SANTA: No seáis tan malicioso. CRESPO: No es malicia hablar verdad.
Sale don DIEGO
DIEGO: Madre, estos labios honrad con esos pies; vergonzoso vengo y con razón a vos por no tomar los consejos que, en ser vuestros, son espejos de la claridad de Dios. SANTA: Señor don Diego: no es aquese vuestro lugar. DIEGO: No os oso al rostro mirar, y así me postro a los pies. Un hijo que a intercesión vuestra, madre, Dios me ha dado y por haberse crïado con la santa educación vuestra en su tierna niñez, imaginé que aprendiera virtudes, con que me diera después alegre vejez; con las alas que mi amor le ha dado, la libertad de su loca y moza edad, el poco freno y temor que rompe y desprecia ya, tan en mi daño ha salido que, si la culpa he tenido, la pena él mismo me da, por darle yo larga rienda. A tal extremo ha llegado, que habiendo desperdiciado la honra con el hacienda que le di como indiscreto y él no supo disponer, por no tener que perder viene a perderme el respeto; aconsejástesme vos con tiempo que no le diese tanta licencia y temiese la estrecha cuenta de Dios. Pudo más su amor conmigo; por su causa a Dios dejé, y así quiere que me dé él mismo, madre, el castigo. SANTA: Y es razón, que a quien el yugo de Dios por sus gustos trueca sea el mismo por quien peca, señor don Diego, el verdugo; que no por ser don Lüis vuestra sangre era razón no enfrenar su inclinación; que la sangre, si advertís, con ser la vida y substancia del cuerpo y más excelente humor, la saca el prudente cuando daña su abundancia. Cuando los límites pasa un hijo y la ley de Dios, sacad esa sangre vos y echadla, señor, de casa, que, si no es por este medio y no os permitís sangrar, mal os podremos curar agora que no hay remedio. A mi Esposo he suplicado que de don Lüis y vos se duela. Es todo amor Dios; su real palabra me ha dado de enfrenar su juventud. Vos le pudierais sanar, que no siempre se ha de dar por milagro la salud; pero, como escarmentéis, explicaréselo agora. DIEGO: Si vos sois mi intercesora, madre, ¿qué no alcanzaréis? CRESPO: ¿Y mi hija, madre Juana? SANTA: A mi Esposo celestial rogaré. CRESPO: Ya olerá mal; ruégueselo presto, hermana.
Sacan la NIÑA muerta
SANTA: Dos padres piden, mi Dios, a vuestro amor excesivo por dos hijos: uno vivo y otro muerto. Pues sois Vos camino, verdad y vida, dádsela a los dos, que en calma están, al uno en el alma, que en vicios muerta y perdida pide por ella su padre, y a la otra en el cuerpo. En esto haréis, Señor, manifiesto que me amáis. NIÑA: ¡Ah Juana madre! ¿Por qué del sosiego eterno me sacas, si en él me ves, para que crezca después y me condene al infierno? ¿Por qué del sacro sosiego y del lugar celestial quieres que al mundo mortal vuelva a tu instancia y tu ruego? Posando estoy; adiós, madre; ¿a qué he de volver al suelo pudiendo siempre en el cielo encomendarle a mi padre? TODOS: ¡Gran milagro! SANTA: Escarmentar en aqueste ejemplo pueden todos los padres que exceden la justa ley en amar a sus hijos demasiado. DIEGO: Admirado, madre, voy. SANTA: Señor don Diego, desde hoy veréis vuestro hijo enmendado. DIEGO: ¡Gran santa!
Vanse la SANTA y don DIEGO
BERRUECO: Desde este día mis hijos castigaré; a azotarlos voy a fe que si el padre que los cría con libertad se condena, que no ha de haber quien me note en eso. MINGO: Yo haré un azote que de docena en docena los sacuda. CRESPO: Voy a dar tierra a Elvira. BERRUECO: ¡Oh, quién pudiera, porque mujeres no hubiera, cuantas viven enterrar!
Vanse. Salen LILLO y don LUIS
LILLO: Tamañito estoy, que un niño me meterá en un zapato. Yo, señor, ya no te riño, que quien tiene tan mal trato no ha menester más aliño; pero no quiero que venga, sobre ti un rayo de Dios, y estando yo cerca tenga en que entender con los dos. Voyme, por fin de mi arenga; dos amos de malos tratos bastan, que el temor me amansa; no quiero terciar contratos de amor, que el diablo se cansa, dicen, de romper zapatos. LUIS: Ya te habías de haber ido. LILLO: No pagas; porque me pagues lo que debes me despido. LUIS: Mira, Lillo, no me estragues la paciencia. LILLO: ¿Hete servido? LUIS: Sí. LILLO: ¿Hasme pagado? LUIS: Sí y no. LILLO: Dime tú esa adivinanza, porque no la entiendo yo. LUIS: Ya te pagué en esperanza, que alguno en ellas pagó. LILLO: ¿Dísteme otra cosa? LUIS: Sí; más de dos bellaquerías que has aprendido de mí, y valen en estos días las indias de un Potosí. Pregúntale a la riqueza por qué comunica menos con los hombres de nobleza o ingenio al fin, con los buenos, que ellos tienen más probeza, y responderá al momento, porque de mentira, engaño y maldades me sustento, y nunca sabe hacer daño el de noble entendimiento. Luego, si yo te he enseñado enredos, mentiras mías, traza de rico te he dado, y en moneda que estos días vale y corre té he pagado. LILLO: Pues no pasa esa moneda en Torrejón. LUIS: ¿Por qué no? Bien hay quien trocarla pueda, que siempre el engaño halló quien sus mentiras hereda. LILLO: Mis miembros que están desnudos no admiten estas razones, que engaños no son escudos. LUIS: Son con dos caras doblones. LILLO: Pues págame tú en menudos, o haré a la justicia alarde del tiempo que te he servido. LUIS: Vete, villano cobarde, que desde aquí te despido. LILLO: Ya llegó el despido tarde; que yo [ya] me despedí. ¡Que éste es el blasón que saco! LUIS: ¡Por Dios si paras aquí! LILLO: Más vale servirme a mí para servir a un bellaco.
Vase. Habla la voz de un ALMA dentro
ALMA: Hombre. LUIS: El paso, la persona, el movimiento, la voz, todo pienso que pregona temor que lengua feroz el aire denso inficiona.
Sale un ALMA, de galán
ALMA: ¡Hombre! LUIS: Aunque dices mi nombre, y tú pareces lo mismo, me das causa que me asombre y esté en un confuso abismo, viendo que me llamas hombre, y bien me puedo ofender porque hombre sólo es afrenta, pues no dice más del ser y otro cualquier nombre aumenta valor, hacienda y poder. ALMA: Como vos no tenéis más de ser hombre el ser desnudo sin el bien que los demás, hombre os llamé y temo y dudo que no lo fuistes jamás. Cuando deshecha se ve y borrada una pintura, para dar noticia y fe de ella, escribirse procura su nombre y quién ella fue; y así, hombre, no os asombre que siendo imagen de Dios borrada, que aun no sois hombre, porque os conozcáis en vos de hombre os dé sólo el nombre. LUIS: Como crecen los agravios va creciendo en mí el temor. Decid, pensamientos sabios, ¿cómo no siento valor en el pecho ni en los labios? ¿Yo, cuanto más ofendido, más temeroso y turbado? ¿Qué nueva mudanza ha sido? ¿Quién eres? No te he llamado hombre, ni lo has parecido; porque un hombre igual a mí solo y con armas iguales no le temiera yo ansí. ALMA: Aunque mienten las señales, no soy cuerpo, un alma sí; un amigo y el más cierto vuestro fui. LUIS: ¿Qué fugitivo temor mi rostro ha cubierto? ¿Quién eres, que entierra el vivo su memoria con el muerto? ALMA: Soy don Juan, el que en la corte en tierna edad y con vos, hice de mi gusto el norte. LUIS: Amigo caro,--¡por Dios!-- que tu rigor se reporte. Y dime: ¿en qué parte estás? ¿entre almas gloriosas? ALMA: Menos. LUIS: ¿Entre condenados? ALMA: Más. LUIS: ¿En el purgatorio? Buenos indicios de fe tendrás. ALMA: Allí estoy por atrevido, por libre, por descortés a mi padre. LUIS: ¿Y ha tenido muchas penas quien lo es, alma, porque yo lo he sido? ALMA: Tantas tengo, que al momento me acordé de vos y quise daros algún sentimiento, y aunque no dejan que avise su gente el rico avariento, yo, que en más noble lugar estoy, por la Santa Juana os he venido a avisar, que experiencia soberana y memoria os pienso dar. LUIS: ¿Es tan grande e inhumano, como el fuego del infierno el del purgatorio? ALMA: Hermano, aunque regalado y tierno, llegad la vuestra a mi mano.
Danse las manos y sale de ellas una llama de fuego
LUIS: ¡Ay, que me abraso y me quemo, no sólo la mano y palma, sino el alma! Morir temo. ALMA: ¡Hombre, que os avisa un alma! Mudad el vicioso extremo.
Vase
LUIS: Mano de fuego, esperad, no os apaguéis; mas por Dios, que con la luz que dais vos descubro yo una verdad, pero no tanta crueldad, aunque es venganza forzosa, haced dos luces piadosa; sed justa viendo propicia, misericordia y justicia, que una sin otra es dañosa. Dios mío, este fuego labra nueva vida; desde luego pondré la mano en un fuego que he de cumplir mi palabra. Vuestro tesoro se abra de gracia, a quien llevó aquellos pecados por los cabellos, que yo no puedo, mi Dios, ir con ellos yendo a Vos, ni sin Vos librarme de ellos. Vayan arrastrando, lleguen, pues llevo en la mano luz, al Rojo mar de la cruz donde se limpien y aneguen. Ningunos respectos nieguen el bien que el alma ganó; no hay inconvenientes, no, que me estorben mi deseo, pues siendo cambio Mateo con cielo y tierra se alzó. Padre de mi alma, espera, que sí a mirarte me atrevo, Dios me dará un libro nuevo y el del cordero quisiera; ya entiendo su verdadera música y puedo enseñar en esta mano a cantar, que en esta mano si vive se ve lo que no se escribe sino es al Rey Baltasar.
Vase. Salen tres PASTORES, don DIEGO, CÉSAR, doña INÉS y los más que pudieren
PASTOR 1: Nuestra madre se nos muere, nuestro amparo, nuestra Santa. Cielos, ¿qué habemos de hacer? PASTOR 2: No castiguéis nuestra patria con tal azote, mi Dios. PASTOR 3: Dadnos, nuestra madre amada, nuestra salud, nuestra vida, y el amparo de la Sagra. INÉS: ¡Ay de mí, triste sin ella! DIEGO: Si muere la Santa Juana, ¿qué aguarda más mi vejez? CÉSAR: Mostradnos, madres amadas, el cuerpo de nuestra madre, para dejar consolada nuestra tristeza y pesar. INÉS: Madres: las puertas se abran para ver este tesoro. TODOS: Mostradnos, madres, la Santa.
Sale una MONJA
MONJA: Por cumplir vuestros deseos, antes que del cuerpo salga de este ángel el alma bella, que ya apresta su jornada, es justo que la veáis.
Descubren una cortina y aparecerá la SANTA de rodillas con un Cristo en la mano y coronada la cabeza como la pin- tan y las MONJAS a sus lados, y estén sobre una tarima a forma de cama
DIEGO: Madre nuestra, madre Juana, ¿por qué nos dejáis tan tristes? SANTA: Sosegad, hijos, las ansias. PASTOR 2: ¿Quién ha de poder, si vemos perdida nuestra esperanza?
Sale don LUIS
LUIS: Juntos están. Pediré de mis culpas la venganza. Humilde estoy a esos pies, veis aquí, César, mi espada para vengar los delitos que la justa muerte aguardan, y ansí digo que gocé a doña Inés, y palabra doy, si gustáis, de su esposo. Dejad ofensas pasadas si acaso el perdón merece una culpa confesada. Padre mío, yo os suplico que, no mirando a mis faltas, me perdonéis como a hijo. Perdón pido, madre Juana, rogad a los dos por mí, y a Dios que sane la llama de este fuego riguroso; rogádselo, madre santa; humilde el favor os pido; por vos el perdón aguardan mis pecados. SANTA: Levantad, hijo; que mejor alcanzan esas lágrimas con Dios el perdón que mis palabras. Yo rogaré de mi parte que Él os conserve en su gracia, y a don Diego y César pido que perdonen vuestras faltas. DIEGO: Basta que vos lo pidáis para quedar perdonadas. CÉSAR: Perdón y brazos os doy. LUIS: Vuestra nobleza se ensalza con este nuevo favor, y merced tan señalada, que perdón tan liberal de vos sólo se esperaba. DIEGO: Dad a doña Inés la mano, LUIS: Mas--¡ay de mi, virgen Juana, ya estoy sano de aquel fuego que tanto me atormentaba! INÉS: Yo me tengo por dichosa, después de tantas desgracias, pues he venido alcanzar mis perdidas esperanzas. Yo soy, señor, vuestra esposa.
Descúbrese de rodillas sobre una tarima, puestas las manos La SANTA elevada, y a sus lados las MONJAS hincadas de rodillas
SANTA: Hijos, adiós, que me llama mi Esposo. Allá, en su presencia, tendrá eternamente España, y en ella este reino ilustre, una propicia abogada. Esposo, venid por mí.
Dentro
JESÚS: Sube a gozar, prenda santa, los premios de tus trabajos.
Toquen poco
DIEGO: ¡Gran suerte! TODOS: ¡Visión extraña! ALDONZA: Madre, ¿que os vais de esa suerte? SANTA: Quedaos a Dios, prendas caras. ¡Mi bien!
Aparece el niño JESÚS
JESÚS: ¡Mi esposa! SANTA. ¡Mi Dios! JESÚS: Con las joyas soberanas de mi cruz, corona y clavos, te recibo. SANTA: Joyas santas. Cruz mía, con vos nací, Juana de la Cruz me llama el mundo, y es justa cosa, Cruz, pues sois mi joya amada, que vos me llevéis al cielo, y por que segura vaya, en vuestras manos, Señor, os encorniendo mi alma. JESÚS: Ven a mi palacio eterno. DIEGO: El corazón se me arranca.
Suben la tramoya
ÁNGEL: Aquesta corona y silla es para la Santa Juana.
Tocan
LUIS: ¡Oh, venturosa mujer! Si tus divinas hazañas se hubieran de reducir a poemas, no bastaran cuantos ingenios celebra con tanta razón España. Quédese a la devoción, pues que las lenguas no bastan.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 25 Jun 2002