ACTO TERCERO


Sale la SANTA, presa, a una reja
SANTA: Presa estoy por mi abadesa, y en esta celda reclusa, que, a quien tan mal del bien usa, justo es que la tengan presa. Castigado el loco asesa; el contento me provoca de esta pena que, aunque es poca, los que me reverenciaban y "la santa" me llamaban ya me llamarán la loca. ¡Qué buen nombre me darán y qué contenta estuviera si llamarme loca oyera a los que en mí hablando están! Leve castigo me dan para hallarme tan culpada; pero tengo una prelada tan apacible conmigo que juzgará a gran castigo el tenerme aquí encerrada. Suele el preso entretener la pena y melancolía que el temor y el ocio cría, ya en jugar y ya en leer; lo segundo quiero hacer sin dar lugar a querellas. Libros sois, máquinas bellas, de milagrosa dotrina, con signos de estampa fina, cuyas letras son estrellas. Once cuadernos encierran vuestras hojas soberanas, en cuyas escritas planas tantos filósofos yerran. Los polos fijos que cierran este libro y su tesoro, son las manecillas de oro, y el sol y la luna son la hermosa iluminación que hizo el libro que adoro. En esta hermosa cartilla que, cual pergamino extiende el Maestro eterno, aprende toda criatura sencilla. El sabio se maravilla como el ignorante en vella, y sin poder comprehendella sino su Autor soberano, desde el hombre hasta el gusano están deletreado en ella. Aves, que con varias plumas, dándoos el viento papel estáis escribiendo en él de Dios las grandezas sumas. Peces, que cortando espumas formáis círculos mejores; hierbas, que en tantos colores cartas al cielo escribís; fuentes claras que imprimís vuestros lazos en sus flores, pues andamos a esta escuela y de este libro la fe nos enseña el abecé que el más letrado desvela, daros lición me consuela. Aquí os podéis allegar, pues que nos sobra lugar, y ya la abadesa mía a las gentes, cual solía, no me deja predicar.
Descúbrese un campo con aves y un río con peces, oyendo predicar a la SANTA
Mi seráfico llagado predicaba muchas veces a las aves y a los peces cuando no estaba en poblado. Pues solos nos han dejado, ea, hermanos pajaricos, de plumas y voces ricos, llegaos de dos en dos. Animalejos de Dios, plateados pececicos, venid todos y escuchad con atención y respeto. Ninguno me esté inquieto, que le azotaré en verdad. La Divina Majestad repartiendo su tesoro en este esférico coro su providencia dilata crïando peces de plata y aves de esmeralda y oro. Junto al líquido marfil pasa la fresca ribera, con cortes que primavera trujo al apacible abril. Luego dio al mayo sutil tornasolados plumajes de ramas y flores, trajes con que sus pajes compuso, que, pues casa al hombre puso, bien es que la vista pajes. Después el pródigo agosto cubrió de manojos rubios las eras desde los ubios del carro largo y angosto; y luego, en sabroso mosto, pasado el estío enjuto, dio generoso tributo septiembre a los labradores, porque después de las flores quiere Dios que demos fruto. Reinó luego el cierzo frío, de enero la barba cana dando de nieve la lana al monte, el cristal al río; el escarchado rocío sobre el campo siembra y vierte; que como año, si se advierte, llega la edad más cumplida desde el abril de la vida al invierno de la muerte. En otros tiempos diversos Dios, con manos liberales, sustenta a los animales, peces y aves universos, para que, en compuestos versos, alaben perpetuamente entre sus guijas la fuente, y con agudos y graves entre los ojos las aves y entre los pueblos la gente. Cada cual al cielo avisa, que esta obligación forzosa cumple el campo con su rosa y el arroyo con su risa. Sólo es del hombre divisa la ingratitud, que procura, como no ve la hermosura de su eterno bienhechor, por olvidar el Criador perderse por la criatura. Pero, aunque pueda aprender de vuestra obediencia el hombre, hermanicos, no os asombre que tenga que reprehender. La hormiga no ha de querer que el avaro, siempre pobre, alas con su ejemplo cobre para que adquiera y no gaste, bueno es llevar lo que baste, malo es llevar lo que sobre. ¿Por qué vos, hermana hormiga, lisonjera del montón, a la gula dais ficción porque su apetito siga? Siempre del comer amiga, pues, en trabajos y fiestas por los llanos y las cuestas, como el avariento humano, sois ganapán del verano llevando tercios a cuestas. No es esto bien hecho, hermana, ya es supérfluo ese cuidado; quien hoy os ha sustentado os sustentará mañana. Y el avecilla liviana que con las alas y pies acude al sembrado, que es la vida y sustento humano, que para comer un grano deja descubiertos tres. ¿Qué merece? ¿Esto es bien hecho? ¿No es como el pródigo loco que, habiendo menester poco para quedar satisfecho, desperdicia sin provecho la hacienda suya y la ajena? Coma el ave, enhorabuena, si le basta un grano o dos, que para todos da Dios; mas el perderlo condena. Y la hermana golondrina que en los santos edificios quiere estorbar los oficios de la Majestad divina cantando, ¿es buena vecina? Por muy mala la contemplo, pues con sus voces da ejemplo a los que en conversación la casa, que es de oración, hacen sarao y no templo. Cuando el sacerdote canta, callad, hermana picuda, que a veces la lengua muda merece nombre de santa. El perro leal me espanta de ver que tanto amor cobre al rico, que ladre al pobre. Ésa es poca caridad, que el pobre en la calidad es oro, y el rico es cobre. También en reñir me fundo los peces, que, cual los ricos, los grandes tragan los chicos, pegando esta peste al mundo. Aunque el siglo es mar profundo, no es bien despreciar los buenos, que, si agora valen menos, son norias los señoríos donde bajan los vacíos y vuelven a subir llenos. Ea, acábese el sermón, con que cuantos aquí estamos ensalcemos y sirvamos al Divino Salomón; él os dé su bendición. ¡Hermanos animalejos, de los hombres sois espejos! Adiós; tomen este pan y mañana volverán; daréles nuevos consejos.
Encúbrese el campo
De completas es ya hora; quiero, mi Jesús, rezarlas. ¡Ay, quién oyera cantarlas vuestra capilla sonora! Aunque soy mala cantora, yo sé, Amor, que no os pesara si algún motete entonara, haciendo a mis dichas fiesta. Pero ¿qué música es ésta?
Aparécese con música San ANTONIO de Padua con el niño JESÚS y el ÁNGEL con una corona de flores
SANTA: ¡Oh luz apacible y clara! JESUS: ¡Esposa mía! ANTONIO: ¡Mi hermana! SANTA: ¡Mi Jesús, mi San Antonio! El Niño dé testimonio de lo que vuestro amor gana. ANTONIO: ¿Quieres tenerle tú, Juana? SANTA: No soy digna como vos de ese bien; gozaos los dos, que, como en dichosos lazos siempre le traéis en los brazos, parecéis madre de Dios. JESUS: De esposo te vengo a dar esta sortija.
Dale una sortija
SANTA: ¡Qué bella! Vos seréis diamante en ella, que sois la piedra angular. Bien hacéis en visitar los presos, dueño querido. JESUS: Juana, quien te ha perseguido está a la muerte. SANTA: ¡Ay, mi bien! ¿Quién me ha perseguido? JESUS: ¿Quién? Tu vicaria. SANTA: Aquesa ha sido mi madre y es mi abadesa. JESUS: Siempre te ha querido mal, y con castigo inmortal lo ha de pagar. SANTA: No es paga esa digna del bien que confiesa mi alma haber recebido por su causa, que si he sido, mi Dios, presa y castigada, soy mala, y es mi prelada, bien lo tengo merecido. Habéisla de dar perdón por mi ruego, Esposo santo, Dadla doloroso llanto y muera con contrición; ablandadla el corazón, o no os soltaré tan presto. Mi Jesús, yo quiero esto. ¿Habéislo de hacer por mí? Decid sí. JESÚS: Digo que sí. SANTA: ¡Echó mi ventura el resto! JESÚS: ¿Qué me pedirás, esposa, que no haga? SANTA: ¡Ay, dueño amado! JESÚS: Estoy muy enamorado de ti. SANTA: Y yo muy venturosa.
Pónela el ÁNGEL la corona
JESÚS: Con esta corona hermosa que Laurel, tu ángel, te pone, tu constancia te corone. SANTA: ¿Dejáisme? JESÚS: Quédate a Dios.
Encúbrese
SANTA: Eso es quedarme con Vos. Mi dicha el mundo pregone.
Sale sor María EVANGELISTA y MARI: Pascuala de monja
EVANGELISTA: Madre: la madre abadesa se nos muere. SANTA: Ya lo sé. EVANGELISTA: No quiere que esté más presa, sino que perdón la dé de las culpas que confiesa. MARI: Muestras de extraño dolor tiene. SANTA: Gracias al Señor, que su pecho ha vuelto tierno. EVANGELISTA: Teme que ha de ir al infierno. SANTA: De eso no tenga temor, que ni se ha de condenar ni ha de ir al purgatorio. EVANGELISTA: ¡Qué favor tan singular! SANTA: Al eterno desposorio mi Jesús la ha de llevar. A vos, ¿cómo os va, María? MARI: Como en vuestra compañía, madre santa, que es del cielo. Mas de Don Jorge recelo; porque de nuevo porfía a perseguirme después que sabe que monja soy; temo mi flaqueza, que es, al fin, de mujer. SANTA: Yo os doy palabra que el interés de su torpe amor, María, ha de volverse este día en devota pena y llanto. Don Jorge ha de ser un santo. MARI: Pedidlo a Dios, madre mía. SANTA: Confiésoos este favor de mi amoroso Señor, que es muy largo y liberal; yo he de dar bien por mal si fue mi perseguidor.
Sale una MONJA
MONJA: Madre, la abadesa os llama; porque dice que sin vos todo es pena. SANTA: Mucho me ama; vamos, que a gozar de Dios volará desde la cama.
Vanse las tres. Queda MARI Pascuala y sale otra MONJA con un cestillo de fruta
MONJA: Su padre, hermana, le envía esta fruta; la andadera se la trajo a la tornera. MARI: Yo la estimo, madre mía. ¿Quiere de ella? MONJA: Haráme daño y soy mala comedora. Adiós.
Vase
MARI: ¿Fruta mi padre ahora? Regalo es si no es engaño. El cestillo quiero ver. Manzanas son y un billete. Todo engaños me promete; aquí he aprendido a leer un poco. ¿Cúyo será, que mi padre nunca escribe? ¿Si es de don Jorge en quien vive el fuego que apagué ya? ¡Oh, qué mala fruta nueva será y qué triste presente, si es don Jorge la serpiente que engaña con fruta a Eva! ¿Otra vez el corazón rendís, mudanzas livianas? ¡Ay, hechizadas manzanas, y ay, hechicera afición! Imposible es no mirarle, pues ha de ser, sin creerle, abrirle para leerle, leerle para rasgarle. ¡Las mentiras que habrá en él! Una manzana ligera engañó a Eva. ¿Qué hiciera con manzanas y papel?
Lee la carta
"Para castigo de mi ingratitud basta ausencia de un mes; y para premio de mi amor que, como fénix, renace de las cenizas del pasado, determínate esta noche a aguardarme, a las doce, junto alas paredes más bajas de la huerta de esa casa, que, pues no eres profesa en ella y yo sí en quererte, a esa hora las asaltaré, para que con secreto, si tú quisieres, satisfaga quejas pasadas, o con el alboroto, si te resistes, dé que decir a todos. No aguardo respuesta, porque, de una manera o de otra, tú sola lo has de ser, a quien el cielo guarde. Don Jorge." Resuelto el mudable está. Cielos, ¿qué responderé? ¿Persuadiréme y creeré que don Jorge pagará segundas prendas de amor con promesas lisonjeras, si despreció las primeras, de más estima y valor? No; mejor es excusar el rigor de la justicia de Dios. Mas ¿no soy novicia? Segura puedo dejar el hábito; ¡qué crüel pensamiento! ¿Pagará mi amor quien en arras da de mi honor un vil cordel? ¿Dirélo a mi madre Juana? No, que viéndome dudosa podrá ser que rigurosa me castigue por liviana. Ya es de noche; ¿qué he de hacer? Amparadme, Juana, vos, pues, os suele decir Dios lo que ha de suceder.
Vase. Sale solo LILLO, de noche
LILLO: ¡Par Dios, que me trae don Jorge en buenos pasos! Mas son, los pasos de la pasión. El diablo temo que forje alguna trampa en que demos. Su mudable natural, gozada Mari Pasqual y empalagado, hizo extremos. Dejóla, metióse monja, y agora la privación como si fuera eslabón y el alma yesca de esponja, tal fuego ha venido a dar que, loco, hace juramento que ha de entrar en el convento y otra vez la ha de gozar. Y a mi que toda la tarde jugando he estado y bebiendo, y quisiera estar durmiendo, me manda que aquí le aguarde. He cargado delantero, que soy devoto de Baco, y por mi devoción saco soplando el ánima a un cuero. Dos mil candiles y luces me representan en vano, y como soy buen cristiano con los pies hago mil cruces. Pienso que doy al través tropezando, y por más mengua pronunciando erres la lengua, escriben equis los pies. Sentado podré aguardalle. ¿Bostecitos? Brindis son, al sueño; haré la razón aunque me duerma en la calle; que quien de Baco es amigo y a tragos sus pechos mama, jamás dormirá sin cama, que siempre la trae consigo.
Sale don JORGE como de noche. LILLO se duerme
JORGE: Lo que desprecié deseo, que es niño Amor, y apetece hoy lo que ayer aborrece. Ya tendrá Pascuala, creo, el papel que la escribí; su amor puede asegurarme que debe ya de esperarme. A Lillo mandé que aquí me aguardase. ¡Buena guarda tendrá en él mi pretensión! Pero si mujeres son tímidas, ¿qué me acobarda? No esta la pared muy alta para las alas de Amor; pero no, que si es traidor quien del rey la casa asalta, ¿qué será quien la de Dios quiere escalar? Mas dejemos, alma, temores y extremos, porque no digan de vos que amáis poco. Alto, cuidados, subid, que no hay que esperar.
Entre sueños
LILLO: Digo que tengo de echar, pues que soy mano, los dados. Juega y calla. JORGE: Si está dentro quien adoro, ¿en qué repara mi recelo? Subo. LILLO: Pára. JORGE: ¡Que pare! Pues ¿qué hay? LILLO: Encuentro. JORGE: ¿Encuentro? Luego ¿otro amante la goza dentro? ¡Ay de mi! Mataréle si es así. Pasemos, alma, adelante que éstos son todos encantos; ¿qué me puede resultar de entrar y sacarla? LILLO: Azar. JORGE: ¿Qué será esto, cielos santos? ¿Quién mi daño pronostica? ¿Azar me ha de suceder? Hechizos deben de ser que aquella Juana fabrica por que mi amor vuelva atrás; pues en vano será. LILLO: Espera. JORGE: ¿Qué quieres, voz? LILLO: Salte afuera. JORGE: No quiero. LILLO: Pues perderás. JORGE: ¿Qué hay que temer? LILLO: Mala suerte. JORGE: Hechizos son, pero en vano; subo. LILLO: Espera, echa otra mano. JORGE: Que eche a otra mano me advierte; luego ¿no voy bien por ésta? LILLO: No, vuelve otra vez a echar el dado. JORGE: Que vuelva a amar otra mujer me amonesta. No sé, por el cielo eterno, lo que haga. LILLO: Ya has perdido. JORGE: ¿Qué? LILLO: El alma paso. JORGE: Sentido, ¿adónde vais? LILLO: Al infierno. Paso. JORGE: Déjame gozar a Pascuala, y venga luego los que en el eterno fuego se abrasan. LILLO: Siete y llevar. JORGE: Lillo es, por Dios, que, dormido, mi amor ha puesto en cuidado, pues todo lo que ha soñado de mi mal presagio ha sido. Aumentado ha mi temor por lo que durmiendo acierta. ¡Borracho, loco, despierta!
Dale de coces
LILLO: Barato fuera, señor.
Levántase
Como has venido tan tarde, que par Dios, que me dormí. JORGE: ¡Buena ayuda tengo en ti! Vuélvete a casa, cobarde, y haz que venga alguna gente por si fuere menester. LILLO: ¿Quieres subir? JORGE: ¿Qué he de hacer? LILLO: Ya yo sé que eres valiente; mas [ya] no es nada una escala a estos tiempos. JORGE: Vuelve aquí con la escala. LILLO: Harélo así.
Vase
JORGE: Las monjas que con Pascuala están no pondrán en duda mis violentos pareceres, que huirán como mujeres viendo una espada desnuda. Mal hago; pero al fin sigo mi inclinación; de ella espero mi contento; subir quiero. Amor, venid en mi ayuda.
Al querer subir, se aparece la SANTA arriba de rodi- llas, y a su voz se retira y estremécese, temeroso de lo que dice
SANTA: Don Jorge, ¿dónde vas? ¿qué es lo que intenta tu juventud liviana? Ten cuenta que mañana has de dar cuenta a Dios, severo juez, y que mañana te espera, cuando todos te hacen cargo, larga cuenta que dar de tiempo largo.
Desaparece. Sale don JORGE, solo
JORGE: ¿Larga cuenta que dar de tiempo largo? ¿Y hasta mañana vivo? ¿Tan corto el plazo, tan probado el cargo? ¿Tan poco el gasto de tan gran recibo, y que me aguarde, cuando más vicioso, término breve, tránsito forzoso? Alma, ¿sois de diamante?, ¿sois de piedra? Si es la muerte el gusano de Jonás, que la vida como hiedra derribas, ¿qué esperáis, intento vano, si mañana he de ver a lo más largo terrible tribunal, juicio amargo? Perdiendo la ocasión, perdí la vida en la torpeza y vicio. ¿Qué espera, pues, un alma tan perdida? Sin juicio viví, pues el juicio no temí, que es por ser tan riguroso aun a los mismos santos espantoso. Todos son contra mí, todo me culpa; no tengo cosa buena que poder alegar en mi disculpa, ni vale aquí el favor contra la pena, porque es en tribunal tan espantoso recto el Juez, y entonces riguroso. Pues, alma, demos vuelta; si hasta agora de vicios sois trasumpto, que Dios perdona al pecador que llora; no perdáis punto, porque en solo un punto ganaréis si lloráis contrito y tierno, punto en que va a gozar de Dios eterno. Por un "pequé" perdona de improviso Dios al salmista hebreo; a Dimas da un momento el Paraíso; por cambio, el cielo, en cambio da a Mateo. Alma, en tu mano está, o el premio eterno, o el penar para siempre en el infierno.
Sale LILLO
LILLO: Señor, ¿subiste ya? ¿Salió Pascuala? Seis criados de casa prevenidos traigo, que es cada uno un Rodamonte. JORGE: ¡Ay, Lillo! Pues ¿podrán esos seis hombres defenderme del trance riguroso de un Dios que es Juez severo y poderoso? LILLO: ¿Cómo es esto? ¿Ya hablas capuchino? ¿Qué has visto? JORGE: La sentencia de ¡ni muerte; mi mala vida, el libro de las cuentas que ha de ajustar mañana Dios conmigo. ¡Ay del que espere dar cuenta tan mala! LILLO: Que, en fin, ¿Ya no te acuerdas de Pascuala? JORGE: Mortal estoy, yo siento que me muero. Juana, si quien os ha cual yo ofendido merece que por vos perdón alcance, imitad vuestro eterno y santo Esposo, que por sus enemigos a su padre rogó en la cruz; pedilde que no muera sin el dolor perfecto de mis culpas; no permitáis que para siempre pene, no permitáis que mi alma se condene. LILLO: Salud tienes agora, mozo eres. ¿Quién te metió en los cascos que te mueres? JORGE: Mañana pagaré el común tributo. LILLO: Aún no tan malo si me cabe un luto. Di, ¿qué tienes, señor? JORGE: Culpas sin suma; la justicia de Dios es libro y pluma. LILLO: ¿Tú eres don Jorge? JORGE: Soy mortal que basta. LILLO: ¿Qué temes? JORGE: Del alcance el mal descargo, larga cuenta que dar de tiempo largo.
Vanse. Salen la SANTA y las MONJAS
EVANGELISTA: Madre: ¿que os vemos ya libre? ¿Que se alegra vuestra casa otra vez con vuestra vista? MONJA 1: ¡Que por vuestra oración santa murió la que os perseguía como un ángel! MONJA 2: ¿Quién no alaba vuestra virtud, madre nuestra? SANTA: Hijas, demos muchas gracias a mi soberano Esposo, pues goza nuestra prelada de su presencia divina en su celestial alcázar, y dadme los brazos todas. MONJA 3: Corridas y avergonzadas, las que antes la persiguieron, la piden perdón.
De rodillas todas
SANTA: Hermanas, alzad del suelo, abrazadme.
Sale MARI Pascuala
MARI: Madre mía: pues alcanza todo lo que a Dios le pide, duélase agora de un alma que en el trance de la muerte, invoca su ayuda santa. Don Jorge se está muriendo. Quísele bien, madre amada, sentiré que se condene por mí, que he sido la causa de los desatinos suyos. SANTA: Esas lágrimas me agradan; lástima tengo a don Jorge. No permita Dios que vaya al infierno. Hermanas mías, lloremos todas, que alcanzan las lágrimas cuanto pueden. Todas al coro se vayan a rogar a Dios por él, mientras que yo, arrodillada, suplico a quien derramó por él su sangre en el ara de la cruz, que no permita tanto mal, desgracia tanta. MARI: Vamos, madres, que ya voy con cierta fe y confïanza que don Jorge ha de salvarse, aunque son sus culpas tantas.
Vanse
SANTA: Hoy es Viernes de la Cruz y de la Semana Santa el día más misterioso, de más dolor, de más gracia. La cruz tiene a Dios clavado, que es su tálamo, su cama, su cátedra, su palenque, su esposa, su enamorada. En otra cruz quiero yo ponerme, que, si le agrada tanto la cruz á mi Esposo, ¿quién duda que por su causa me dará cuanto le pida?
Crucifícase
¡Ay mi Dios, y quién pasara en este madero santo los tormentos, penas y ansias que pasastes Vos por mí! ¿Yo el pecado, Vos la gracia; yo en regalos, Vos en cruz; Vos con tormentos, yo sana? ¡Ay Jesús del alma mía! Vuestros dolores traspasan mi abrasado corazón, mis encendidas entrañas. ¡Ay Seráfico Francisco, quién con las insignias santas os viera que el Serafín os dió por joyas preciadas! Vos que imitación de Cristo sois vos en quien se retrata, vos en quien su pasión pinta, vos en quien puso sus llagas, venidme a ver y lloremos los dos el ver cuál maltratan los lobos nuestro Cordero.
Aparécese San FRANCISCO en cruz con el serafín, como se pinta
S. FRANCISCO: Contigo estoy, hija cara. SANTA: ¡Oh, Alférez de Dios humano, dosel donde están sus armas, imitación de su vida, depósito de sus llagas! Desde aquí las reverencio; Mayordomo de su casa, vos sois sus pies y sus manos, su magnate, su privanza. Bien os están los rubíes; buen provecho, santo, os hagan. ¡Qué envidia tengo de veros, si envidia puede haber santa!
Aparécese CRISTO crucificado
CRISTO: Hija: porque no la tengas y porque no es razón haya cosa que no comunique con su prenda quien bien ama, ven para que imprima en ti las señales soberanas de mi pasión y dolores. SANTA: Yo, Majestad sacrosanta, no merezco tal merced, ni los que os ven cara a cara en vuestra divina corte son dignos de merced tanta, cuanto más un vil gusano como yo, aún menos que nada. CRISTO: Esposa: yo gusto de esto. SANTA: Si Vos gustáis, vuestra esclava soy, amantísimo Esposo; vuestra voluntad se haga.
Va subiendo la SANTA y CRISTO bajando hasta el medio del tablado, y allí se juntan y abrazan en cruz los dos
SANTA: ¡Ay qué dolor, Jesús mío! ¡Que me muero! Basta, basta, que las llagas que me dais, el corazón me traspasan!
Apártanse y queda la SANTA en cruz en el aire con las llagas
CRISTO: Hasta mi Ascensión gloriosa has de estar así. SANTA: ¡Hay tal paga de amor y de voluntad! No oso mirarme adornada con joyas de tanta estima. S. FRANCISCO: Hija: ya mi dicha igualas. SANTA: No hay con vos igual ninguno, Seráfico Patriarca. Pero, Esposo de mi vida, no es día hoy de negar nada; don Jorge se está acabando, no permitáis que su alma se condene. CRISTO: Ya murió, y por amor de ti, Juana, padece en el purgatorio. SANTA: Yo os doy infinitas gracias, Señor, por tantas mercedes. CRISTO: Abrázame, prenda amada. SANTA: ¿Dejáisme? CRISTO: Contigo quedo. SANTA: Sí, que siempre mi alma os aguarda.
Vuelve CRISTO a bajar, abraza a la SANTA, desaparécense y queda la SANTA en el aire sola
¡Qué rica estoy de rubíes! Si el avaro el oro guarda, joyas, guardaros pretendo, porque nadie os vea en casa. Las cinco quinas me ha dado, sin ser yo reina, por armas mi Esposo; mas como es Rey, razón es que yo las traiga. Voyme a contemplar en Vos, mi manirroto Monarca, que si a mí me ven mis monjas, querrán decir que soy santa.
Encúbrese, salen algunas MONJAS y sor EVANGELISTA
EVANGELISTA: El Emperador está otra vez, madres, en casa, que con venir de camino quiere ver la madre Juana, y luego a Madrid partirse. MONJA 1: Vamos, pues, madre, a avisalla y abrid las puertas, que al César no ha de haber puerta cerrada.
Vanse. Salen el Emperador CARLOS, ACOMPAÑAMIENTO y los LABRADORES
CARLOS: A no atajarle la muerte, vuestras injurias vengara. MINGO: Pues es muerto, gran señor, no queremos más venganza ni en premio de la lealtad que siempre este pueblo guarda, sino ser vuestros. CARLOS: Yo aceto tan fiel y justa demanda. No tendréis otro señor. CRESPO: Vivas más años que sarna y que ha que en Castilla viven las coplas del perro de Alba.
Salen las MONJAS
MONJA 1: Dadnos, señor, esos pies. CARLOS: Alzad; religiosas santas. del suelo, alzad de la tierra. ¿Dónde está la Madre Juana?
Descúbrese como estaba antes
MONJA 2: Hala concedido Dios la maravilla más alta que, despues de San Francisco, gozó crïatura humana. En manos, pies y costado impresas tiene las llagas de su soberano Esposo, en quien está transformada. Véisla, gran señor, aquí. CARLOS: ¡Oh, gloria de nuestra España! ¡Oh, pies y manos dichosos! Mil veces quiero besarlas. ¡Que haya mujer en el mundo en Toledo y en su Sagra que tanto de Dios alcance! De ternura se me abrasa el corazón, madres mías; estimad tan grande santa, guardad tan preciosa joya. UNOS: ¡Gran milagro! TODOS: ¡Cosa extraña! CARLOS: Vamos, que no somos dignos de vista tan soberana. ¡Oh, portentosa mujer, no cesen tus alabanzas! UNO: Si esta segunda comedia, Senado ilustre, os agrada, con la tercera os prometo fin de maravillas tantas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002