ACTO TERCERO


Sale IRENE vestida de pastor
IRENE: Monte soberbio, que entre pardas nubes de estrellas coronado imitas a Nembrot y al sol asaltas, pues hasta el cielo subes; si a la verdad que allá se fue has mirado, vivir de asiento en sus moradas altas, declárale las faltas que en la tierra introdujo la malicia; dile que no hay justicia, que el mundo y su gobierno está de modo que, andando al revés todo, del hijo la madre huye, porque su vida, bárbaro destruye, hallando aunque te asombres, en tus fieras piedad, mas no en los hombres.
Sale TARSO, de pastor. Dentro CAROLA y un MARINERO
TARSO: En tus fieras piedad, mas no en los hombres, pienso hallar monte espeso, que ya en los hambres tu aspereza fundo. Trocad, brutos, los nombres por ellos, que por más brutos confieso los que hombres llama el engañado mundo; un príncipe iracundo que a su madre ha querido dar la muerte, hace que de esta suerte huya, porque de su tirana furia estorbe aquesta injuria. Mi habitación seréis áspero monte, sepa vuestro horizonte que hoy a habitar vuestra esperanza viene, Tarso, el pastor que dio la vida a Irene. IRENE: Aquí, cielos, ¿qué escucho? Fortuna ciega, no te temo ahora. Libertador solemne de aquesta vida con quien peno y lucho, mi dicha con tu vista se mejora. TARSO: Bellísima señora, ¿es posible que aquí te trajo el cielo? Que lo sueño recelo; vida, en verte recibo. IRENE: Tarso, ¿qué, vienes libre? TARSO: Libre y vivo; porque vengué tu ultraje con el valor que me vestí en tu traje. IRENE: Pues la Fortuna en paz, su guerra muda, cese el rigor; piadoso cielo, ayuda.
Gritan de dentro CAROLA y un MARINERO
CAROLA: ¡Cese el rigor, piadoso cielo, ayuda! MARINERO: No temas, que la tierra está cerca, señora. CAROLA: ¡Ay mar airada! ¡Vuestro favor acuda; sed, Virgen, paz en tan confusa guerra, por ser mujer, cual vos más desdichada! MARINERO: Ya no hay que temer nada, tira de aquesta cuerda. IRENE: Tarso, espera; una voz lastimera sale del mar.
Sale un MARINERO mojado y tirando de un cordel, a quien va asida CAROLA sobre una tabla
CAROLA: ¡Ay cielos, que me muero! IRENE: ¿No ves un marinero y una mujer asida a aquella tabla que ni se mueve ni habla? MARINERO: Libre estás ya del mar, mujer; levanta. CAROLA: ¡Ay, perseguida y desgraciada infanta! IRENE: ¿Ay, perseguida y desdichada infanta? ¿Qué desdicha te ha puesto en tal aprieto? Mas ¿qué pregunto, si el que de esta suerte me hace andar, con desatinos vive? ¡Ah, infanta! ¡Ah mi Carola! CAROLA: ¿Quién me llama? IRENE: Irene soy. CAROLA: ¿Irene? IRENE: La infelice. CAROLA: ¿La madre de mi esposo? IRENE: La que diera por no serlo la vida que él persigue. CAROLA: Ya muero con contento en tu presencia; dame esos brazos. IRENE: No permita el cielo que a ver mis ojos tal desgracia lleguen. MARINERO: (¡Cielos! ¿Ésta es Irene? ¿Ésta es Carola, Aparte madre y esposa del monarca griego? Sin duda que el temor de verse presas les hizo que, rompiendo las prisiones, huyesen de este modo. Mas ¿qué aguardo, que no voy a avisar a Constantino? Pues sabiendo por mí que aquí se esconden saldré de pescador con las mercedes que de su mano espero. Adiós, señores, que, pues la infanta, a quien sin conocerla, la vida he dado, en vuestra compañía está segura y libre, yo me parto en busca de los otros compañeros que conmigo saltaron de la barca, cuando la abrieron las mojadas rocas.) CAROLA: Aún no tengo con qué poder pagarte el favor que me has dado. El cielo quiera darme con que te premie este socorro. MARINERO: Adiós. (A dar aviso al César corro.) Aparte
Vase
IRENE: Infelice señora, ¿qué fortuna nos persigue a las dos? CAROLA: Aquese monstruo, que por hijo te dio nuestra desdicha, a mi padre y hermano ha persuadido que en adúlteros brazos le deshonro, y huyendo de su furia... Mas--¡ay cielos!-- ¡qué terible dolor! ¡Jesús, que muero! TARSO: Pues ten, señora, esfuerzo y no le pierdas, y vamos, que en lo espeso de este monte haremos chozas de sus verdes ramas, y aunque groseras, camas de sus hojas. Mi pedernal y yesca dará lumbre con que enjugar las ropas y abrigarte; y aunque en peligro ponga aquesta vida, iré al lugar y pueblo más cercano a traer de comer, aunque el vestido en trueco deje. IRENE: Vamos, poco a poco. CAROLA: ¡Ay, Jesús, qué dolor! IRENE: ¡Ay, hijo loco!
Vanse. Salen CONSTANTINO, MACRINO y LIDORA
CONSTANTINO: Ya Carola será muerta; que aunque del padre y hermano al mar huyó por la huerta, fueron tras ella, y es llano que harán su venganza cierta. Huyó mi madre también, y aunque el darla muerte fuera más seguro, me está bien que por otras manos muera, que no me faltará quien me asegure el reino y tierra con su muerte; y pues destierra su ambición y así se va de mi imperio, no podrá con su ayuda hacerme guerra. En fin, que el morir Liberio, aunque con tal vituperio, fue causa, bella Lidora, de que gocemos ahora los dos seguro el imperio. LIDORA: No puedo negar, señor, la pena que siento en vano por mi hermano; que su amor pasaba de amor de hermano a otro más estrecho amor. Mas aunque con ella lucho, por ser vuestro gusto escucho; doy por bien su muerte presta, porque si mucho me cuesta, entendáis que os amo mucho. CONSTANTINO: Mucho amáis, porque os amé mucho; ya, gracias al cielo, mi imperio regir podré, sin que temor ni recelo madre y esposa me dé. Desde hoy hacer determino leyes que, de Constantino, Constantinas llame el mundo, siendo Licurgo segundo de Grecia. Llama, Macrino, a audiencia todos los presos; que, pues deshice el senado que juzgaba sus procesos, es bien que tenga cuidado de castigar sus excesos. MACRINO: Yo voy.
Vase
LIDORA: Esos ejercicios dan, mi bien, de vos indicios, reconociendo en vos Grecia juez que las virtudes precia y que castiga los vicios.
Siéntanse
CONSTANTINO: Sentaos, pues, que vuestro amor ha de ser mi guía.
Salen MACRINO y un RELATOR
MACRINO: Señor, ya tienes en tu presencia presos a quien dar audiencia.
Salen los PRESOS, y van llegando como los van nombrando
CONSTANTINO: Diga, pues, el Relator, ¿por qué está aqueste hombre preso? RELATOR: Es un ladrón afamado que, como reza el proceso, ha estado ya sentenciado otra vez a ahorcar. CONSTANTINO: ¿Por eso? RELATOR: Sí, que son de precio extraño los hurtos que en solo un año en Constantinopla ha hecho. CONSTANTINO: Hágale muy buen provecho; soltarle, no le hagáis daño. Licurgo Lacedemón, cuyas sabias leyes sigo, estableció, y con razón, que no le diesen castigo por ningún hurto al ladrón. Pues sus leyes os enseño, soltarle, que no es pequeño el peligro a que se arroja de que en las manos le coja el hurto al ladrón su dueño. MACRINO: ¡Buenos jueces! RELATOR: ¡Extremados! MACRINO: Serán, con tal libertad, ladrones los más honrados. CONSTANTINO: Quiero que haya en mi ciudad castigo de descuidados; hurta sin que te corrija el temor. LADRÓN: Tu imperio rija desde el Indo Batro al Tibre.
Vase
CONSTANTINO: Anda con Dios, vete libre. MACRINO: (No sé de esto qué colija.) Aparte CONSTANTINO: Venga otro preso. RELATOR: Este mozo ha que está en el calabozo un mes. LIDORA: ¿Y por qué desastre? RELATOR: Porque hurta, siendo sastre, sin máscara ni rebozo la mitad de todo cuanto corta. LIDORA: Ya es inclinación muy antigua; no me espanto, si han de vestir un pendón que crece y que dura tanto. CONSTANTINO: Yo remediaré este daño sin que haya más engaño, ni los prendan más por eso; tomen por medida y peso de hoy más, los sastres el paño, y después que esté cosido, cuando lo vuelvan a dar, sea pesando el vestido, y así no podrán hurtar.
Vase el SASTRE
LIDORA: Traza de tu ingenio ha sido. CONSTANTINO: Otro. RELATOR: Éste es un casado que ha un año que no hace vida con su mujer, y hanle hallado con otra mujer perdida dos noches. CONSTANTINO: No es gran pecado. Ven acá, ¿cuánto ha que estás casado o cansado, y das sustento a mujer y casa? HOMBRE: Señor, de diez años pasa. CONSTANTINO: Pobre de ti, ¿diez? HOMBRE: Y aún más. CONSTANTINO: Suficientes eran dos para hacerte padecer un infierno; anda con Dios, mártir eres de mujer, no hagáis más vida los dos.
Vase el HOMBRE
Y pregónese en mi nombre, aunque mi imperio se asombre, de mandatos tan extraños, que de cuatro en cuatro años remude mujer el hombre. RELATOR: ¿Vos contra la ley cristiana? CONSTANTINO: No importa, otra ley me avisa que fuera cosa bien sana el mudar como camisa la mujer cada semana. MACRINO: (¡Ay Grecia, que vas perdida!) Aparte CONSTANTINO: La experiencia me convida hacerlo de aquesta forma; que no hay más pesada corma que una mujer de por vida. ¿Por qué estáis preso? RELATOR: Señor, en un horno echar le han visto con herético furor, cuando ardiendo estaba, un Cristo, y aún afirma en el error del emperador León, autor de blasfemiás tantas, que cuantos adoración a las imágenes santas diesen, idólatras son. CONSTANTINO: Dice la verdad más cierta de cuantas mi ley concierta; sólo a Dios se ha de adorar del cielo, y no idolatrar un palo o estatua muerta. Y publique Grecia luego que honrar simulacros tantos es error de herejes ciego; las imágenes de santos se quemen, haciendo un fuego público, pena de muerte. RELATOR: Vuelve, gran señor, en ti. CONSTANTINO: A Dios honro de esta suerte. ¿Contradíceslo tú? RELATOR: Sí. Oye, Emperador, advierte. La adoración que se aplica a la imagen, prenda rica de nuestra humana miseria, no es por ella o su materia, más por lo que significa. Es la imagen como historia que nos trae a la memoria en los católicos templos los portentosos ejemplos de los que están en la Gloria. Si porque de palo son o plata, los adorara la cristiana religión y adelante no pasara nuestra justa devoción, fuera idólatra sin duda quien una imagen desnuda reverenciara, y tuviera por Dios y favor pidiera a un palo, a una tabla ayuda. Mas, como tu sello real se estima en tu propia cuenta, no porque es de oro o metal, sino porque representa tu dignidad imperial, y de quien le depreciara y en las llamas le arrojara se agraviara tu corona, cual en tu misma persona su locura ejecutara, de esa suerte, pues, la gente que de la inmortal presencia de los santos vive ausente, su memoria reverencia en sus tablas solamente. Y si con error tan ciego mandas que tu imperio griego queme sus santas figuras, los mismos santos procuras echar también en el fuego.
Levántanse
CONSTANTINO: Prended a aqueste hablador; veamos si hay algún santo que venga a darle favor; y esté sin comer en tanto que defendiese este error, que debajo de los pies los he de poner, pues es idólatra quien los precia. Bien parece que eres, Grecia, la república al revés.
Vanse. Salen el REY de Chipre y ROSELIO
ROSELIO: Según dijo el marinero, las olas del mar amargo tomaron, padre, A su cargo vengar nuestro agravio fiero; que escondiendo en su profundo su lascivo cuerpo, intenta que sepultando tu afrenta no venga a saberla el mundo. A Chipre puedes volverte; que si Carola ha manchado su honor, el mar ha lavado la mancha, con darla muerte. REY: ¿Cómo ha de poder lavar el mar mi justo dolor, si para manchas de honor es poca el agua del mar? ¡Ay, Roselio, que no puedo persuadirme a que la infanta fue autora de culpa tanta, y temo que ha sido enredo del infame emperador! ROSELIO: A mí, la propia sospecha me tiene el alma deshecha. REY: Oye, que viene un pastor, y en este desierto quiero saber en qué parte estoy.
Sale LEONCIO, de pastor
LEONCIO: Cielo airado, ¿dónde voy? ¿Qué pretendo? ¿En quién espero? Mi suerte vil, ¿qué procura? ¿De quién huyo, si conmigo traigo el mayor enemigo, que es la falta de ventura? ¡Ah Fortuna vil! ¿Así das a Leoncio sosiego? ¿Es éste el imperio griego y mundo que abierto vi? Mas, cómo juegas y burlas, burláronme tus quimeras, tú me afrentarás de veras, pues que me honraste de burlas. REY: ¡Leoncio! ¡Oh, dichoso el día en que el cielo soberano quiere, que vengue mi mano vuestra deshonra y la mía!
Cógenle los dos y sacan las dagas
¡Ah, traidor! Aquí tu insulto me pagarás sin huír; que Dios sabe descubrir lo más secreto y oculto. LEONCIO: ¿Roselio? Rey, gran señor detente, escucha primero. ROSELIO: ¡Ah, lobo vil, que el cordero despedazas de mi honor! ¿Qué injuria te hice jamás que así mi sangre deshonras? REY: Ladrón crüel de las honras, yo haré que no robes más. LEONCIO: Si con mi muerte te pagas de tu agravio, morir quiero; mas óyeme rey, primero, para que te satisfagas; que ese furor ya imagino y sé que debe de ser por haberte hecho creer que te afrenté, Constantino. Mas la noche que a Carola de esposa la mano dió en su lugar pretendió, gozar a su dama sola, y dándome de ello cuenta, me mandó que procurase cómo la infanta quedase ignorante de esta afrenta. Yo, que en la amorosa llama de Lidora me encendí, al revés la traza di, y trocando cuadra y cama, su esposa el césar gozó, que era Lidora creyendo, y al mismo tiempo fingiendo que era Constantino yo, en nombre suyo gocé la hermosura de Lidora, y a la infanta, mi señora, de aquesta suerte vengué. Y en este fingido traje, temiendo fuese sabida mi traza, libré la vida. Si esto ha sido hacerte ultraje, mátame, rey, mas no creo que lo juzgarás portal. REY: Antes muestras de leal, Leoncio, en tu rostro veo; yo estoy cierto que has contado la verdad, porque acá dentro el corazón en su centro así lo había adivinado. Roselio, ¿qué te parece si fue cierto mi temor? ROSELIO: Estoy confuso. REY: ¡Ah traidor Constantino! Bien parece que eres griego, descendiente de Ulises y sus engaños. No corte el hilo a mis años la Parca, que venir siente mi vejez larga y prolija, hasta que asuele tu imperio; .................. [-erio] vengue mi difunta hija. LEONCIO: ¡Válgame Dios!, pues ¿es muerta? REY: ¡Ay, Leoncio amigo, sí, ya murió! Mas vive en mí su venganza. LEONCIO: Será cierta, si a tu reino luego partes y embarcando armas y gente sobre Grecia de repente pusieres tus estandartes en las famosas almenas de Constantinopla, adonde nuestro enemigo se esconde; que mientras tu campo ordenas, yo en persona partiré a las legiones que están sin caudillo y capitán en Armenia, y las haré amotinarse y venir contra este desatinado que a todos nos ha afrentado. Fácil será persuadir al ejército que haga esto, y más que los soldados se ven de él menospreciados y ha un año que no les paga. REY: Pues con aquesa esperanza yo me parto. LEONCIO: Y yo también. REY: Muerte, tu curso detén hasta que me des venganza.
Vanse. Sale LIDORA, con CAMILA a tocarse al espejo, y siéntase
CAMILA: ¿Qué vestido has de ponerte? LIDORA: Cualquiera; saca el morado sobre tela acuchillado. CAMILA: Triste estás de aquesta suerte. LIDORA: ¿Triste? ni por pensamiento; lo morado, ¿no es amor? CAMILA: Sí; pero aquese color es de cuaresma o adviento. LIDORA: Salga el turquesado, pues. CAMILA: Deja lo azul a los cielos, no te pronostiques celos; el de rosa seca es buen color y grave. LIDORA: Quita allá tanta terquedad; que la rosa de mi edad ni está seca ni marchita. CAMILA: Ponte el de flor de romero. LIDORA: La color es extremada, pero el nombre no me agrada. CAMILA: ¿No le quieres? LIDORA: No le quiero. CAMILA: ¿Qué es la causa porque cobres odio al romero? LIDORA: ¿No ves que huele a pobreza y es la pastilla de los pobres? CAMILA: Pues traeréte el verde obscuro. LIDORA: Verde obscuro, ¿qué mudanza entristece mi esperanza? ¿No vive mi amor seguro? CAMILA: Ponte el blanco. LIDORA: Es de novel que se arma caballero. CAMILA: ¿Pajizo? LIDORA: No desespero. CAMILA: ¿Encarnado? LIDORA: Es muy crüel. CAMILA: ¿Verdemar? LIDORA: No me contenta, que esperanza puesta en mar o se tiene de anegar o ha de padecer tormenta. CAMILA: El leonado es a mi gusto. LIDORA: No me llamo yo Leonora ni estoy congojada ahora. CAMILA: Ponte el negro. LIDORA: De ese gusto ningún color se le iguala, por eso con él me alegro, que sale sobre lo negro por extremo cualquier gala. Ponle los botones de oro porque no digan que es luto.
Sale CONSTANTINO
CONSTANTINO: A darte viene tributo el amor con que te adoro. La sala de mi consejo, llena de mil negociantes y embajadas importantes sólo por tu causa dejo, que tiene que negociar mil cosas contigo el alma y vive sin verte en calma. LIDORA: Déjame, mi bien, tocar. Por fuerza has, señor, de ver mis faltas. ¡No me dejaras tocar primero! CONSTANTINO: Dos caras suelen dar a la mujer, una hermosa y otra fea; la hermosa es cuando compuesta hace al gusto plato y fiesta y los sentidos recrea. Pero cuando se levanta dicen que pone temor, que una cara en borrador no enamora, sino espanta. De ti otro tanto juzgara a no venirte así a ver, mas ya sé que, aunque mujer, no tienes más de una cara. LIDORA: Reír me has hecho; alza más aquese espejo. CONSTANTINO: ¿Está bien? LIDORA: Sí; aquesos cabellos ten. CONSTANTINO: Los rayos del sol dirás. LIDORA: ¿Estoy a tu gusto? CONSTANTINO: Sí. LIDORA: Pues no sé cómo, que dejo de mirarme en el espejo, mi bien, por mirarme en ti. CONSTANTINO: Suelta estos pocos cabellos al descuido, que es donaire verte el rostro cuando el aire está jugando con ellos. Ahora que te has tocado, mírate bien, cara esposa, verás si es mi dama hermosa y si estoy bien empleado. LIDORA: No por cierto; más mereces, que es fea y de necio trato, mírate tú en tu retrato y verás cuán bien pareces.
Mírase CONSTANTINO en el espejo y espántase
CONSTANTINO: ¡Ay! LIDORA: ¿Qué has visto? CONSTANTINO: Un hombre armado del propio rostro y figura de Leoncio, que procura matarme. LIDORA: ¡Lindo has estado! ¿pensabas burlarme así? CONSTANTINO: ¿Turbárame a no ser cierto lo que he visto? LIDORA: ¿A Leoncio muerto no le trajeron aquí? Calla, que ése es devaneo. CONSTANTINO: ¡Ay cielos! Quítale allá. ¿No le has visto cual está?
Vuelve a mirarse
LIDORA: Sola aquí mi imagen veo. CONSTANTINO: Alguna hechicera vil me pretende dar la muerte con hechizos de esa suerte; y si es encanto sutil no hago de hechizos caso que soy otro Ulises yo. Leoncio ya se murió, ¿qué mal puede hacerme?
Salen un MARINERO y MACRINO
MARINERO: Paso. MACRINO: Aguárdate allá, grosero. MARINERO: Si está aquí el emperador téngole de hablar. Señor, yo, que un pobre marinero soy, he sabido que das premio a quien noticia tiene de la emperatriz Irene. CONSTANTINO: ¿Tiénesla tú? MARINERO: Sí; sabrás que en los montes más cercanos de Constantinopla está, y fácilmente vendrá, ella y Carola a tus manos, porque si no es un pastor no tienen otra defensa. CONSTANTINO: Digno eres de paga inmensa; premiaráte mi favor. Y a fe que ha de ser de traza que en vida y trato mejores. Llamadme mis cazadores, que quiero salir a caza. LIDORA: Pues yo os he de acompañar, que una caza como aquésa promete famosa presa. CONSTANTINO: A mi madre he de cazar; que pues su vida me mata, matarla por vivir quiero. LIDORA: Camila, dame el baquero de verde y hojas de plata.
Vanse. Salen LEONCIO de pastor, y SOLDADOS
LEONCIO: Soldados del griego imperio; capitanes valerosos de vuestra patria defensa, de los contrarios asombro; vosotros que tantas veces las banderas habéis roto de la multitud morisca, y a quien tiembla el mundo todo; vosotros que habéis vencido tantos bárbaros remotos, como son: tártaros, persas, húngaros, polacos, godos; vosotros, griegos, en fin, ¿consentís que os rija un mozo, un emperador hereje, un disparatado, un loco? ¿Qué es de vuestro valor, griegos? ¿Qué es del renombre glorioso con que el magno Constantino pasó aquí su imperial trono? ¿Sabéis a qué Augusto César honran las hojas de Apolo? ¿Queréis ver que hazañas hace? Escuchadme, pues, un poco. A la emperatriz Irene, que acaudillándoos a todos, con ser mujer, dejó atrás los hechos del Macedonio, prendió, y queriendo matarla, huyó a los desiertos solos, donde desterrada habita entre tigres pardos y osos. La hija del rey Chipre, a quien dió mano de esposo, fue por él menospreciada la noche del desposorio, y con una dama suya casada otra vez, ha roto la ley de Dios retirando el primero matrimonio. Los senadores ha muerto, desterrado vive Andronio, y premiando a quien me mate huyo en este traje tosco. Pero todo aquesto es nada, que de lo que más me asombro, es que a Dios pierde el respeto. Los simulacros devotos de Cristo y su madre y santos echa en el fuego furioso y la adoración les niega; prisiones y calabozos de mil católicos llenos, para el martirio están prontos, por no seguir las blasfemias de este bárbaro furioso. ¿Este emperador tenéis, capitanes belicosos? ¿Éste consentís que viva? ¿Acaso es por los tesoros que con vosotros reparte? Yo sé que no; porque sólo los gozan los lisonjeros, truhanes, rameras y otros semejantes en sus vicios, pues ha un año que estáis todos sin pagas y despreciados. ¡Alto, soldados famosos! Sacudid este vil peso de vuestros honrados hombros, y muera aqueste tirano de Grecia y del mundo oprobio. UNO: ¡Leoncio, semper augusto, viva y reine! TODOS: ¡Viva Leoncio! LEONCIO: No, soldados, otro habrá más digno del cargo honroso que me dais. TODOS: ¡Leoncio viva! LEONCIO: Legiones de Armenia, hoy pongo en vuestras manos mi vida, TODOS: ¡Viva Leoncio! ¡Viva Leoncio! LEONCIO: Pues emperador me hacéis, desde hoy a mi cargo tomo vuestra defensa; marchad a Constantinopla todos, que allí el de Chipre me aguarda con armas, gente y socorro en venganza de su injuria. ¡Cielo benigno y piadoso, ya miro cierto y cumplido el pronóstico dichoso de mi imperio; no permitas que tenga fin lastimoso! ¡Alto, a Grecia, capitanes, que os aguardan sus tesoros! UNO: ¡Muera el loco Constantino! TODOS: ¡Viva Leoncio! ¡Viva Leoncio!
Vanse, llevándole en brazos; suena dentro ruido de caja y gritan. Salen CONSTANTINO, MACRINO y otros
CONSTANTINO: No vengo a cazar fieras ni es mi intento que tras el oso o tigre el lebrel ladre; cesen las voces que atronáis el viento, que aquesta caza no es razón que os cuadre. Si en ella pretendéis darme contento, en vez de jabalí cazad mi madre, que ella es la presa que pretendo sola.
Sale LIDORA de caza
LIDORA: Cazadores, ¿qué hacéis? Dadme a Carola. CONSTANTINO: ¡Oh, mi nueva Dïana! A veros Febo en ese traje, que érades creyera su antigua Dafne, y con curso nuevo segunda vez gozaros pretendiera. LIDORA: Como sólo con vos el gusto cebo, Dafne esquiva para Febo fuera vueltos laurel mis desdeñosos brazos, que sólo son de vuestro cuello lazos. CONSTANTINO: El sol, que aquese disfavor escucha, intenta, por vengarse, que os ofenda de su luz el calor que ahora es mucha; haced, mi bien, que os armen una tienda al pie de aquella encina, mientras lucha mi amor con vuestra ausencia, porque emprenda el fin que intento, y vuestro gusto trace cuando a mi madre con Carola cace. LIDORA: Pedidme albricias cuando halléis la infanta, que a fe que he de intentar nuevos favores, y porque Apolo su cenit levanta, adiós, querido esposo. CONSTANTINO: Adiós, amores. ¡Alto, amigos! No quede peña o planta que no busquéis, pues de los cazadores el que hoy lo fuese de mi madre Irene ser cazador mayor por premio tiene. CAZADOR 1: Dichoso quien tuviere tal ventura; señores, cada cual tome el camino distinto y busque sólo la espesura. CAZADOR 2: Bien dices; irme sólo determino. CONSTANTINO: Gana de dormir tengo. MACRINO: Pues procura al margen de este arroyo cristalino recostarte, o al pie de aquellas hayas, que yo te guardaré. CONSTANTINO: Pues no te vayas.
Échase a dormir
MACRINO: El apacible sitio me convida de aquella zarza con taray funesto y parras enlazada y retejida. Adiós, durmióse; el sueño tiene presto; a mi zarza me voy que en ella anida un ruiseñor y es agradable el puesto. ¡Que el sueño ponga á un hombre de esta suerte! Bien dicen que es imagen de la muerte.
Échase a dormir. Descúbrese una rueda grande, a cuyos pies estará CONSTANTINO durmiendo, y en la cumbre estará asentada IRENE, armada, con espada, mundo y corona, y a un lado CAROLA, que va subiendo, y a otro LEONCIO, cabeza abajo, como que se precipita; y a una parte la FORTUNA, vendados los ojos, la cual dice primero de dentro
FORTUNA: Ah, Constantino! CONSTANTINO: ¿Quién mi sueño asalta? FORTUNA: La que es más variable que la luna; la que al tiempo mejor se muda y salta. CONSTANTINO: ¿Qué quieres, diosa ciega e importuna? FORTUNA: Tu silla derribar, que está muy alta.
Descúbrese la rueda
CONSTANTINO: ¿Qué rueda es ésa? FORTUNA: La de la Fortuna. CONSTANTINO: ¿No estaba encima yo, mudable rueda? Pues ¿cómo estoy abajo? FORTUNA: Como rueda. CONSTANTINO: ¿Quién es aquella, pues, que en lo alto tiene el trono que he heredado de mi padre? FORTUNA: Ésta es, crüel, la emperatriz Irene, que ya se menosprecia en ser tu madre; presto verás que a castigarte viene, pues porque al cielo tu castigo cuadre, a cuyos santos das tantos enojos, te ha de sacar aquesos viles ojos. CONSTANTINO: Temerosa visión, Fortuna loca, ¿portan pequeña culpa, pena tanta? FORTUNA: Según la que mereces, ésta es poca. CONSTANTINO: ¿Quién es ésa que sube y se levanta en tu rueda, que a envidia me provoca? FORTUNA: Carola es ésta, la inocente infanta a quien risueña, su fortuna esquiva, la mano ha dado porque suba arriba. CONSTANTINO: Su virtud lo merece; y ¿qué soldado es aquél, diosa fácil, a quien quitas la corona imperial que le habías dado y al suelo de tan alto precipitas? FORTUNA: Leoncio es, que el imperio te ha quitado, a quien prenderá Irene. CONSTANTINO: Al fin limitas en el caer, si en el subir; ¿y es cierto que es emperador? FORTUNA: Sí. CONSTANTINO: Pues ¿no era muerto? FORTUNA: Vida tirana por tu daño tiene, y ya llega a prenderte. CONSTANTINO: ¡Ah, de mi guarda!
Ciérrase la apariencia
¡Filipo! ¡Lesbio! ¡Alesio! ¿nadie viene? ¡Ah, Macrino!
Sale MACRINO
MACRINO: Señor, ¿quién te acobarda? CONSTANTINO: Prende a Leoncio, da la muerte a Irene, saca la espada. MACRINO: Ya la saco, aguarda. CONSTANTINO: Mata a Carola. MACRINO: Ten, señor, sosiego. CONSTANTINO: ¿A Leoncio no ves monarca griego? MACRINO: Soñando estás, que no hay persona alguna en todo aquesto que inquietarte pueda. CONSTANTINO: Luego ¿no ves la rueda de Fortuna? MACRINO: ¿Qué rueda o qué Fortuna? CONSTANTINO: Vi su rueda, y en ella, hasta la esfera de la luna, está mi madre, que en su cumbre queda. Sube Carola, cae Leoncio al suelo, y yo, abatido, mi prisión recelo. MACRINO: Déjate de eso, gran señor, sosiega, pues, es creer en sueños, desatino. CONSTANTINO: ¿Leoncio, cielos, en mi silla griega?
Salen dos CRIADOS, uno tras otro
CRIADO 1: Huye la muerte, invicto Constantino, que ya Leoncio en busca tuya llega con la gente de Armenia. CONSTANTINO: ¿Ves, Macrino, cómo soñé verdad? CRIADO 1: Toda tu gente le llama augusto césar del oriente. Entró en Constantinopla, y en la plaza la corona le dió su patriarca, y sabiendo que aquí viniste a caza, te viene a dar la muerte. CRIADO 2: Gran monarca, el de Chipre las olas embaraza al pie de aqueste monte, echando a tierra gran multitud de gente en son de guerra. CONSTANTINO: ¡Todos son contra mí! Mas no me espanto, que he sido contra todos, ¿No hay do pueda huir la muerte, pues el cielo santo es mi enemigo y su favor me veda? Seguí mis torpes vicios hasta tanto que me han puesto debajo de tu rueda, Fortuna vil. ¿Por qué razón me infamas? ¡Mas, ay, que eché los santos en las llamas!
Vanse. Sale CAROLA vestida de pieles
CAROLA: Ya creí, Fortuna airada, que viviendo entre las fieras me dejaras y estuvieras con mis desdichas vengada. Mas, pues hasta aquí me sigues, mi muerte te es de importancia, dime, pues, ¿por qué ganancia, Fortuna vil, me persigues? ¿Cuándo entiendes de poner fin a tu venganza fiera? Tenme lástima, siquiera por ser, como tú, mujer. Mas--¡ay cielos!--que imagino que ya mi fin se llegó.
Tocan de dentro cajas. Salen marchando LEONCIO y SOLDADOS
LEONCIO: No seré emperador yo mientras viva Constantino. Buscadle, que mi rigor en su oprobio y vituperio, me trae por cazar su imperio, a caza del cazador. Pero ¿qúé mujer es ésta que aquí llora, triste y sola? Cielos, ¿no es ésta Carola, infanta? Haga Chipre fiesta, si sois vos; albricias pida la Fama por tantos bienes. CAROLA: ¿Qué es esto Leoncio? ¿Vienes para dar fin a mi vida? ¿Envía por mí el augusto Constantino? LEONCIO: Yo, señora, soy solo el augusto ahora, que de vuestro gusto gusto. El lauro imperial me ha dado Grecia de todo el oriente, y de que estáis inocente el rey de Chipre informado. Justas venganzas concierta y con ejército viene en mi favor, aunque os tiene él y Roselio por muerta. Yo le dejé satisfecho de vuestro mucho valor. CAROLA: Si resucita mi honor, cielo, poco mal me has hecho. LEONCIO: ¿Quién os pudo sustentar sola en aquesta espesura? CAROLA: Quiso mi suerte y ventura que, habiéndome echado al mar casi muerta, a tierra vino a darme el vital favor Irene, con un pastor que, huyendo de Constantino, en este desierto tiene más amparo que en su hijo. LEONCIO: (Ya mi perdición colijo, Aparte si halla mi campo a Irene. Importaráme quitarla, si quiero imperar, la vida antes que sea conocida.) ¿Dónde, infanta, podré hallarla? CAROLA: ¿Qué es lo que quieres hacer? LEONCIO: ¿Que? Respetarla y tenella por señora, pues es ella quien me ha dado vida y ser. (Otro intenta el corazón.) Aparte CAROLA: Si eso es así, vamos donde de su propio hijo se esconde. LEONCIO: (Ya temo mi perdición.) Aparte
Gritan adentro
TODOS: ¡Viva Irene, viva Irene! LEONCIO: (¿Qué es esto, Fortuna esquiva?) Aparte TODOS: ¡Viva Irene, Irene viva! OTRO: A Irene el imperio viene.
Sale un SOLDADO
SOLDADO: Todo tu campo, señor, se amotina; en salvo ponte, que hallando a Irene en el monte huyendo con un pastor, el ejército la aclama por emperatriz augusta y ya de tu muerte gusta y a voces tu nombre infama. LEONCIO: ¡Ah! ¡Varïable Fortuna, qué poco estuviste queda! ¡Subírteme en tu vil rueda hasta el cerco de la luna, y ya me vences y ultrajas! TODOS: ¡Viva Irene, Irene viva! LEONCIO: ¿Por qué me subiste arriba pues que tan presto me abajas? UNO: Emperatriz es Irene, ella viva, Leoncio muera. CAROLA: ¡Cielos! Pues Irene impera, ¿qué aguardo? Pero ya viene.
Salen IRENE y SOLDADOS
IRENE: A lo menos en prisión, soldados, es bien que esté quien a su emperador fue traidor; que, si por razón me da que sus desvaríos le obligaron a negarle la obediencia y a quitarle su imperio y sus señoríos, responderé que no hay ley ni razón ninguna hallo con que despoje un vasallo, por malo que sea, a su rey. No quiero la muerte darte, aunque la pida tu error, que un hereje emperador a aqueso pudo obligarte. Pero con tenerte preso castigaré tu traición. LEONCIO: Tus pies en mi boca pon, pues mi locura confieso, goces señora mil años del mundo la redondez, que te conoce otra vez por su augusta. IRENE: Ya los daños de nuestra persecución, infanta, se han acabado; ya el cielo aclaró el nublado de su obscura confusión. Vos imperaréis conmigo, dadme los brazos. CAROLA: Ya he dado por feliz mi mal pasado. IRENE: Buscad a aquese enemigo. Castigaré la malicia con que a tantos ofendió, que, aunque soy su madre yo, es mi madre la justicia. Pero ¿qué es esto?
Suenan cajas. Salen marchando el REY de Chipre, ROSELIO y SOLDADOS, y sacan a LIDORA y a CONSTANTINO. Sin espada sale también ANDRONIO
REY: ¡Tirano! De los hombres destrucción, para tu imperio Nerón, para tu Dios Diocleciano. El cielo, que tu mal traza, me forzó a desembarcar donde pudiese vengar mi injuria. CONSTANTINO: ¡Ah infelice caza! CAROLA: ¿Mi padre no es el que aquí, cielos, con mi hermano veo? ¡Padre mío! REY: ¡Si el deseo no me hace salir de mí! ¿Carola es ésta?, Mas no, que es muerta. ¡Fortuna esquiva! ROSELIO: Bella hermana, ¿que estás viva? CAROLA: Sola mi pena murió. Dejóme la vida el mar que vosotros perseguistes. REY: Años largos, canas tristes, bien os podéis alegrar. Aquesos brazos enlaza a aquesta vejez prolija, y muera yo luego, hija. TARSO: ¡Dichosa y alegre caza! CAROLA: Habla a la emperatriz griega. REY: ¿A quién? CAROLA: A Irene, por quien hoy nos vino tanto bien, y a quien Grecia alegre entrega el imperio que otra vez gozó. REY: Qué, ¿aquí estáis señora? A la cumbre llegó ahora de sus dichas mi vejez. Y pues el cielo ha querido que otra vez por tal misterio subáis al famoso imperio que este tirano ha perdido, juzgadle, señora, vos, que aunque escondido le hallé y en él vengar intenté mis injurias, pues que Dios os hizo juez superior, su castigo ejecutad como madre con piedad, y como juez con rigor. También esta mujer,loca por vos juzgada ha de ser, aunque el ser como es mujer a lástima me provoca. IRENE: Yo recibo, sabio rey, los presos de vuestra mano, y si en Roma hubo un Trajano tan observante en su ley, dejar en Grecia colijo memoria que al mundo cuadre, sacando, aunque soy su madre, los ojos de un traidor hijo. CAROLA: Eso no, si es justa cosa que en aquesta ocasión llegue a vuestras plantas y ruegue por Constantino su esposa. Perdonadle, si merezco su vida; llegad los dos. IRENE: Juez de la causa de Dios he de ser. No me enternezco con ruegos. Llevadle preso a una torre y denme cargos todos de sus vicios largos, que sustanciado el proceso, sin que me ablanden los llantos de su esposa, haré de modo que quede vengado todo el mundo, Dios y los santos. Esa mujer que os sirvió, por vos sea castigada, que, pues fue vuestra crïada y siéndolo os injurió, infanta, el mayor castigo que al presente puedo darla me parece es entregarla a su mayor enemigo. CAROLA: Pues no lo tengo de ser con ella en esta ocasión; antes, sí mi intercesión con vos algo ha de poder, os suplico perdonéis a Leoncio desde ahora, como reciba a Lidora, por mujer. si os parecéis. IRENE: Que se casen es razón. Emperadores han sido y a un mismo tiempo han caído del imperio y su ambición. Sea su esposa, y si lo niega dadle muerte. LEONCIO: Yo, señora, digo que quiero a Lidora. LIDORA: ¡Yo y todo! ¡Ay, Fortuna ciega! IRENE: De secretario mayor, Tarso, el oficio tendrás, y con el cargo darás indicios de tu valor digno, que le envidió el mundo. TARSO: Tus pies imperiales beso. IRENE: No estoy contenta con eso, en premiarte más me fundo. TARSO: Das señora testimonio de quien eres. Ya estoy rico. REY: Pues yo también os suplico que, dando perdón a Andronio, le volváis a su privanza, que huyendo de Constantino a valerse de mí vino. TARSO: Baste la burla en venganza que le hice disfrazado de mujer. IRENE: Yo, Rey, concedo cuanto pidáis. REY: Y yo quedo por mil partes obligado. IRENE: ¿Dónde al príncipe mi nieto dejaste, Tarso? TARSO: Escondido en un roble le he tenido, temiendo el mortal aprieto en que la persecución nos puso de Constantino. IRENE: En su nombre determino gozar de la posesión del imperio; ve por él, y a Constantinopla vamos donde bautizar le hagamos. CAROLA: Yo con mi padre y con él irme a Chipre determino, porque no podré sufrir en toda Grecia vivir viendo preso a Constantino. IRENE: Quédese, pues, el infante por general de la guerra en todo mi imperio y tierra, que de este cargo importante es digno. ROSELIO: Tus plantas beso. IRENE: ¡Alto! ¡A mi corte, soldados, que en ella seréis premiados como merecéis. TODOS: Con eso danos, señora, esos pies. UNO: ¡Viva Irene! TODOS: ¡Viva Irene! TARSO: Este fin, senado, tiene la república al revés.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002