QUIEN DA LUEGO DA DOS VECES

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de QUIEN DA LUEGO DA DOS VECES fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la del COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, II (Madrid, 1907), NBAE, tomo 9.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen don LUIS, estudiante, y MARGARITA, dama
LUIS: Por vida vuestra... MARGARITA: Es en vano. LUIS: Sólo un rato. MARGARITA: Ni un instante. LUIS: Trato tengo cortesano. MARGARITA: Sois español y estudiante, iréisos del pie a la mano; idos, o haré que os vais. ¡Hola!
Da voces
La quinta ha quedado sola. LUIS: Noble soy, perded el miedo. MARGARITA: Siendo mujer ¿cómo puedo, si la licencia española conozco y su inclinación? LUIS: Pues ¿qué tiene? MARGARITA: Es tan extraña, que, según nuestra opinión, nunca echó de ver España si era calva la Ocasión. LUIS: Cortedad es el perdella cuando nunca usaron de ella manchando vuestro valor. MARGARITA: Luego echáis la culpa a Amor y decís que os atropella; basta lo que habéis hablado y que con miedo os he oído. LUIS: ¿Palabras miedo os han dado? MARGARITA: Siempre las de España han sido obras, según me han contado, y no son recelos vanos, porque acá los italiános dicen, aunque no de miedo, que tenéis los de Toledo hasta en las palabras manos. LUIS: Allá el decir es hacer; pero aunque este nombre cobran, nunca saben ofender. MARGARITA: Con palabras que tanto obran mal parece una mujer, y por esto no os consiento que me habléis. LUIS: ¿Qué detrimento corréis si palabras son viento vano? MARGARITA: Hay opinión que en España engendra el viento. LUIS: Es verdad. Andalucía, de Marte y Minerva madre, caballos veloces cría que al viento tienen por padre. MARGARITA: Luego la sospecha mía no es mucho llegue a temer que aquí me habléis, pues con ser palabras viento en el mundo, si el de España es tan fecundo riesgo corre una mujer. LUIS: Yeguas paren en España del viento, mujeres no. MARGARITA: Esa opinion os engaña, porque si el viento adquirió virtud tan nueva y extraña con los brutos sin razón, y para su perfección basta el aire que no calma, ¿qué harán palabras con alma, y más si españolas son? LUIS: No corre ese riesgo en vos, que os hizo de bronce Dios. MARGARITA: Idos, o iréme... LUIS: Un oído sólo de limosna os pido. MARGARITA: Si no tengo más de dos, ¿por qué me pedís el uno? LUIS: Porque mis quejas entienda. MARGARITA: No he visto yo pobre alguno que la mitad de la hacienda pida. LUIS: Soy pobre importuno. MARGARITA: De limosna os lo concedo; abreviad, que atenta quedo. LUIS: Un año ha, señora mía, que dejé la patria mía, ya vos sabéis que es Toledo. La mocedad, que violenta consejos de un padre dados, que con su nobleza intenta dejarme diez mil ducados, entre otra hacienda, de renta, me obligó a ver novedades de Italia, cuyas ciudades, letras, armas, bizarría, autoridad, policía, nobleza y antigüedades hacen venir a ofrecerla y rendirle la ventaja a cuantos vienen a verla, pues dicen que Europa es caja y en ella Italia es la perla. Gustó de venir conmigo, por ver tierras, un amigo, mi igual en valor y edad; que en la patria es calidad el ser un hombre testigo de vista en otras naciones varias en leyes, y gente con que en las conversaciones convoca auditorio y miente sin peligro de objeciones. Llegamos a Lombardía después de ver la abundancia, armas, valor, pulicía y hermosura con que Francia a Venus y a Marte cría. Y embarcados en Marsella hasta Génova la bella advertimos lo que puede la industria sabia que excede la naturaleza en ella. Vimos al mundo en Milán abreviado, su riqueza, las armas que se la dan, su apacible fortaleza, tanto español capitán, tanto príncipe de fama, tanto caballero y dama, tanto mercader copioso, tanto edificio suntuoso, que, no obstante que se llama Milán por ser de la tierra el epílogo, me fundo en decir que en paz y en guerra es escritorio del mundo donde sus joyas encierra. Vimos a Bresa, Verona, Mantua, Ferrara, Cremona, Pavía, Parma, Plasencia, Módena, Lodi, Vicencia y todo lo que corona el Tesín y el Po lombardos, sin que la inmensa beldad de sus ángeles gallardos pudiese a la libertad enflaquecer los resguardos. Hasta que, entrando en Bolonia, aquí, donde su colonia tiene Apolo y donde, en suma, Atenas rindió su pluma y sus armas Babilonia, mirando los privilegios que le dio naturaleza, sus conventos, sus colegios, su gobierno y la grandeza de sus edificios regios. Mientras que los ojos veían fábricas que entretenían el gusto, entonces en calma, asomóse a ellos el alma. Cerráranse, pues podían, pero fuera su crueldad, y menos daño es, señora, que pierda su libertad el alma que os ve y adora que el no gozar tal beldad. Vi en vos el mal que contemplo por bien, al salir de un templo y entrar en una carroza, cuarta esfera que el sol goza, y alumbra el mundo a su ejemplo. Y ciego el claro arrebol que aquesta hermosura muestra, sospeché, a fe de español, que era la eclíptica vuestra como me vi junto al sol; informéme del estado, nombre y valor que os ha dado la fama que os acredita; sé que os llamáis Margarita; que sin padre habéis quedado debajo de la cautela de Marco Antonio Gonzaga, hermano vuestro, que os cela como padre, y es bien lo haga, que el cuerdo siempre recela. Supe que vuestra riqueza no iguala a vuestra nobleza, que es milagro cuando aúna con los dotes de Fortuna los suyos Naturaleza. Y supe, en fin, que en beldad, en virtudes, en valor; nobleza y honestidad, sois el ejemplo mayor con que se honra esta ciudad. Viendo, pues, daros la palma de todo a todos, en calma mi esperanza mal segura, adoré vuestra hermosura, y vuestra virtud, el alma. Quedéme aquí con color de estudiar, con que gané de mis padres el amor, y hasta a mi amigo obligué que escogiese por mejor la escolástica apariencia a quien, amor reverencia, más que galas arrogantes, que Amor es dios de estudiantes y su facultad ya es ciencia. Seis meses ha que os molesta con los medios que ha podido el alma que os manifiesta su amor, y no ha merecido aun para morir respuesta. A esta causa vine aquí a informaros yo de mí, que para pleitos de amor no hay mejor procurador que el procurar para sí. Diez mil ducados heredo, nobleza los acompaña con que pretenderos puedo. El nombre que me dio España es don Luis de Toledo; sólo para que me sobre todo el bien, falta que cobre mi dicha la mejor dita, que es por dueño a Margarita del alma; sin ella, pobre. MARGARITA: Dejáisme tan obligada, señor don Luis de Toledo, cuanto imposibilitada de pagaros, porque quedo de otra obligación prendada. Porque nunca he confesado deudas, que es trabajo inmenso; pero vos estáis culpado, pues echasteis ese censo antes de estar informado si hay hipotecas en mí con que pagaros, y así perderá vuestro caudal réditos y principal. LUIS: Pues la libertad perdí, que era la joya mejor, ninguna me satisface. Pero ¿a quién tenéis amor? MARGARITA: Notable ventaja os hace. LUIS: En dicha, si no en valor. MARGARITA: En todo, y porque cobréis sosiego y os consoléis, sabed, señor don Lüís, que es Dios con quien competís. LUIS: Luego ¿ser monja queréis? MARGARITA: Aquéste ha de ser mi estado. LUIS: ¿Habéis hecho voto? MARGARITA: Sí. LUIS: Pues ¿cómo no lo ha estorbado vuestro hermano? MARGARITA: Antes así aseguró su cuidado, que como falta el caudal pará darme esposo igual, y la nobléza no es prenda que se estima sin la hacienda, lleva Marco Antonio mal el verme mal empleada, y así a mi gusto se aplica. LUIS; Pues ¿es justo, prenda amada, que margarita tan rica. en hierro viva engastada? ¿No es mejor engaste el oro, pues por mi dueño os adoro, de diez mil ducados? MARGARITA: Ya es imposible. LUIS: ¿Será de tanta estima el tesoro con que Arabia se enriquece, como el que vuestra hermosura con vuestra virtud me ofrece? ¡Mal haya, amén, quien procura, cuando casarse apetece, dotes de hacienda y riqueza, si la virtud y belleza dan sus dotes al Amor, pues sólo tienen valor dotes de naturaleza! MARGARITA: Mirad que dais que notar aquí. LUIS: ¡Volveos a secar, esperanzas mal logradas! MARGARITA: Palabras al cielo dadas, ¿quién las osará quebrar? LUIS: ¿Quién? Una dispensación. MARGARITA: ¿De religión? Será en vano. LUIS: Pues, Amor, ¿no es religión? MARGARITA: Visto nos ha el hortelano. Tarde es; que os vais es razón.
Sale CARLOS, de hortelano
LUIS: Daros gusto determino, si de una mano el divino cristal me dejáis besar.
Tómale la mano y apártalos CARLOS
MARGARITA: Daré voces. CARLOS: ¡Ah, escolar! ¡Que pisáis el lechuguino! Par Dios que nos dais la vida. Quitaos, que echáis a perder la hortaliza. LUIS: Si perdida mi esperanza vengo a ver y seca antes que nacida, ¿qué importa? CARLOS: ¡Buenas razones! Tomad con tiempo la puerta, porque en, tales ocasiones está temblando la huerta de escolares y gorriones. ¿Mas que si la quinta cierro y voy a soltar el perro que ese quillotro se os quita? MARGARITA: Adiós. LUIS: ¡Que tal margarita guste de engastarse en hierro!
Vase don LUIS
CARLOS: ¿Qué es esto, esposa querida? MARGARITA: Locas diligencias son, dueño amado de mi vida, de una vana pretensión, como tal aborrecida. CARLOS: ¡Gallardo español! MARGARITA: Y extraña locura la que le engaña si cree que como ciudades ha de rendir voluntades la dicha y valor de España, y más llamándoos la mía, dueño suyo un año ha. CARLOS: ¿Qué amante no desvaría, y más si mirando está la luz que ese sol le envía? MARGARITA: ¿Cuándo, duque de Ferrara, querrá la Fortuna avara, sin que el peligro os asombre, que en público os dé este nombre? ¿Cuándo saldrá la luz clara de vuestra dicha, a pesar de tantos negros nublados que la intentan eclipsar? ¿Y hasta cuándo mis cuidados han de temer y dudar el poder gozar y veros rotos los trajes groseros con que anda otra vez sujeto el desterrado de Admeto entre toscos jardineros? Por vuestro hermano menor os veis, duque, desterrado de Ferrara, que señor os llamaba, y vuestro estado da la obediencia a un traidor. Cargos promete y hacienda a quien os dé muerte o prenda, y el vil interés, que ofusca la razón, dicen que os busca aunque la lealtad se ofenda. Sola yo, que disfrazado ante ese sayal os vi, porque no andéis desterrado, en vez de Ferrara os di toda el alma en un estado. Reináis sin pena o temor de que os quite algún traidor la posesión de mis bienes, pues os ha dado en rehenes mis pensamientos, Amor. CARLOS: Margarita, muchas cosas traigo de que daros cuenta, tan nuevas como espantosas para vos; estadme atenta, que os han de ser provechosas. ¿No fue Filipo Gonzaga vuestro padre, el que siguió en bandos de Lombardía la voz del emperador Ludóvico de Baviera, que siendo competidor contra Federico de Austria sobre el imperio bajó a Italia, sin estorbarlo el papa Juan veintidós, que ayudaba a Federico? MARGARITA: Mi padre le dio favor contra el papa y contra el rey Ludovico de Valois, siguiendo los gibellinos; pero caro nos costó, pues muerto en una batalla que en las riberas del Po le dio el príncipe de Parma, a quien entregó el bastón de la iglesia el papa Juan. Quedamos por su ocasión sin patrimonio y hacienda; y mi hermano, que señor fue antes de tres ciudades, despojado recogió a Bolonia las reliquias de su nobleza y valor, conservándole cual veis, de tal suerte, que hasta hoy no ha podido hallar materia contra él la murmuración. CARLOS: Dejó; pues, a vuestro hermano su noble progenitor la enemistad que al de Parma tuvo como en sucesión; y consérvala de suerte, que el más ilustre blasón con que se honra es de enemigo de cuantos le dan favor. MARGARITA: No es mucho que la venganza precipite la razón, pues perdimos por su causa hacienda y reputación y lo que es más, a mi padre, pues dándosele a prisión no quiso sino manchar con su sangre su valor. Pero bien nos ha vengado el cielo, pues permitió que el marques de Monferrato, primo del Emperador Federico, le quitase a Parma, y que de temor de su poder, él y un hijo huyesen donde hasta hoy no se sabe, habiendo un año que, disfrazados los dos, prueban la distancia que hay de ser pobre a ser señor. Mas, decidme, duque mío, ¿a qué propósito son tantos trágicos sucesos, que estoy puesta en confusión? CARLOS: Todos estos, Margarita, importan a nuestro amor, medianero entre enemigos, aunque de guerras autor. Pero, decidme, si agora el príncipe que mató a vuestro padre se diese a vuestro hermano a prisión, olvidados sus agravios, ¿no le daría perdón, a pesar de la venganza, que es de tiranas blasón? MARGARITA: Con ser mi hermano tan noble sospecho, duque, que no, que es ya en la naturaleza la enemistad que heredó contra el príncipe de Parma; antes, de su inclinación colijo que imitaría con él mi hermano a Nerón; por darle la muerte muere. CARLOS: Margarita hermosa, y vos, ¿siguiérades su crueldad? MARGARITA: No lo sé; dudosa estoy. La venganza en las mujeres es natural condición. Perdí con mi padre mucho; pero, viendo al matador pedirme perdón humilde, soy de tierno corazón y sospecho que venciera la piedad a la pasión; mas ¿sabéis vos dónde está? CARLOS: Sí. MARGARITA: ¿Dónde? CARLOS: Donde yo estoy legítimo sucesor. MARGARITA: ¿No sois duque de Ferrara? CARLOS: Príncipe de Parma soy, y vuestro esposo, en quien vive vuestra injuria y mi afición.
De rodillas
Tomad venganza en el hijo del padre que os ofendió; pero advertid que antepone el esposo al padre Dios y que soy esposo vuestro. MARGARITA: ¡Cielos! ¿Hay tal confusión? ¿Quién vio mezcla tan distinta como agravios con amor? Alzaos, príncipe, del suelo; aunque sois el agresor de mi injuria, corre ya el peligro por los dos. Un año ha que sois mi esposo, cauteloso engañador, como a príncipe os la doy; que si el padre me quitaste, para su satisfacción prenda tengo en las entrañas que os llamará padre a vos. Pero ¿cómo me engañaste? CARLOS: Huíamos mi padre y yo del Marqués de Monferrato y del popular furor que aclamando el gran poder del injusto poseedor al legítimo buscaba para darle muerte atroz. Fuése mi padre a Saboya, su duque le dio favor, y yo que en Venecia quise pasar la persecución de la Fortuna mudable, disfrazado de pastor entré en Bolonia una noche, a tan dichosa ocasión, que al salir de una carroza que a vuestras puertas paró, y a la luz de algunas hachas vi la luz de aqueste sol. Asomáronse a los ojos el alma y el corazón, para tener un buen día entre tantos de rigor. Pero apenas los vio en ellos el travieso enredador, alguacil de vagamundos, cuando luego los prendió. Quiso resistirse el alma; mas ¿de qué defensa son las fuerzas de un hombre solo contra las fuerzas de un dios? Enamorado y confuso mandó juntar la razón las potencias a consejo; llevó al peligro el temor, discurrió el entendimiento, la memoria presentó papeles en pro y en contra, la desconfianza halló una sierra de imposibles, que para mi pretensión sirvieron de espuelas y alas; y por más que demostró mi pobreza vuestro agravio, el peligro y la ocasión que daba a vuestra venganza no huyendo, mi perdición, al fin que no me ausentase la voluntad sentenció, que no tiene qué perder, como anda desnudo, Amor. Conocióme un jardinero viejo, de quien fui señor en Parma y cultiva ahora esta quinta, en que cifró la Fortuna vuestra hacienda; su lealtad me dio favor; el deseo, atrevimiento; mi diligencia, ocasión para contaros mis penas, que fue, bien lo sabéis vos, al borde de aquesta fuente, junto de este cenador. Fingí ser el de Ferrara, a quien su hermano menor, como a mí el de Monferrato, de su estado despojó. Pues si verdad os dijera nunca llegara a sazón mi esperanza, que no crece sobre agravios el amor. Hallé la correspondencia en vos, que me prometió vuestra apacible hermosura, y como amor es unión de las almas, de tal suerte su yugo nos enlazó, que una sola está en dos cuerpos, si aun en esto hay división. De esta suerte nos gozamos hecho jardinero yo del pensil de esa hermosura, de cuya primera flor la astuta naturaleza, como divino pintor, quiso en una sola imagen retratarnos a los dos. Un hijo me prometéis, y ya aguardándole estoy, que son prendas que amor labra para su conservación; al secreto y la ventura convidando estaba hoy para el parto que se acerca, Dios mitigue su dolor, cuando el viejo jardinero diciendo a voces llegó, "Albricias, Carlos ilustre, vuestra desdicha cesó. El príncipe, vuestro padre, siendo el duque intercesor de Saboya, goza ya de Parma la posesión. Julio viene en vuestra busca y es alegre embajador de estas venturosas nuevas; él os lo dirá mejor." Fue Julio mi camarero, y en lealtad y valor otro Zópiro con Dario y otro Pitias con Damón. Loco, pues, de haberme visto, me dijo, "Deja, señor, el tosco metamorfosis que disfraza tu valor. El marqués de Monferrato y tu ilustre padre son amigos, y en parentesco sus bandos traban los dos; su hacienda toda y estado le ha vuelto, con condición que con Claudia, su heredera, te cases." MARGARITA: ¿Con quién? ¡Ay Dios! CARLOS: Sosegad, mi Margarita, que siendo mi esposa vos, yo cristiano y caballero, en balde es vuestro temor. Vuestro hermano Marco Antonio ha sentido nuestro amor, y pienso que ha sospechado a lo que vine y quién soy. Ausentarme es de importancia, y tomar la posesión de Parma condescendiendo con la puesta condición. Que una vez fortalecido y en mi estado, verá amor, a pesar de toda Italia, cuál cumplí mi obligación.. MARGARITA: ¿Cómo, príncipe? ¿Y es justo que en la boca del león dejéis a vuestra cordera cuando os hago mi pastor? Decís que mi hermano tiene sospechas de que el ladrón de su honra y de mi gusto es su enemigo mayor, ¿y en sus manos me dejáis? Mirad, cuando por mí no, por el fruto de quien fuisteis a mi costa labrador. ¿Quién duda que en mí y en él ejecutará el rigor de su cólera mi hermano, teniendo la culpa vos? Libranzas dais a la ausencia que jamás deudas pagó de amor si no con olvido, moneda vil de vellón. Puerta abrís al interés de la libertad, señor; a otra dama dais audiencia, cabellos a la Ocasión. No, Carlos, con vos he de ir, o morir aquí con vos; seré sepulcro yo misma de quien madre infeliz soy. Dénos mi hermano la muerte, vengue su injuria en los dos, pues los dos habemos sido los pródigos de su honor. ¡Hola, gente; hola, criados! ¡Ah, Marco Antonio; ah, séñor! Aquí está vuestro enemigo; vengaos, que os hace traición. CARLOS: Basta, esposa de mis ojos; parad la enojada voz; nunca mi padfe me vea; nunca vuelva a Parma yo; no soy su príncipe ya, sólo vuestro esposo soy; más quiero ser jardinero, gozándoos, que emperador. Pero ¿cómo evitaremos, de vuestro hermano el furor que nos está amenazando? MARGARITA: Ausentándonos los dos. CARLOS: ¿Adónde? MARGARITA: Carlos, a Parma. CARLOS: Tengo del marqués temor, pues, despreciando a su hija y conociendo quién sois hará alguna crueldad. MARGARITA: Jardinero y labrador dentro en mi casa habéis sido; jardinero seré yo, Carlos, en vuestro palacio, que no es de menos valor mi amor que el vuestro. CARLOS: Alto, pues, a buscar a Julio voy para que el rústico traje os traiga; vendré por vos a media noche. MARGARITA: ¿Habrá falta? CARLOS: Antes la hará al cielo el sol. MARGARITA: ¿No me olvidaréis? CARLOS: Jamás. MARGARITA: ¿Sois mi esposo? CARLOS: Vuestro soy. MARGARITA: ¿Iréisos sin mí? CARLOS: No puedo.. MARGARITA: ¿Lleváisme? CARLOS: En el corazón. MARGARITA: Dudando quedo. CARLOS: ¿De qué? MARGARITA: Sois hombre. CARLOS: Tengo valor. MARGARITA: ¡Ay, mi Carlos! CARLOS: ¡Ay, mi bien! MARGARITA: Adiós, [esposo mío]. CARLOS: Adiós.
Vanse. Sale MARCO Antonio con una daga desnuda Y PEYNADO, jardinero viejo
MARCO: .................. [ -ame] ..................... [ -onda] ¿Quieres que esconda en aquese pecho infame hasta la cruz esta daga? PEYNADO: No, señor, por el lechón que está junto a San Antón y así buena pro le haga, tras el torrezno y la polla la olla del mediodía, pues dice la mujer mía que después de Dios la olla, que envaine y no me pescude más de lo que he confesado. Al príncipe disfrazado encobrí aquí cuanto pude, porque, en fin, comí su pan; no imaginé yo que hacía en esto bellaquería. Si quillotrados están los dos, ¿en qué yo he pecado? MARCO: ¿Tú sabes si fue liviana con el príncipe mi hermana? PEYNADO: ¿Liviana? ¿Hela yo tomado a cuestas? Bien gorda está. Yo comprara de su espeso un lechón. MARCO: Que no digo eso, villano, ni excusará tu muerte el disimular. Si lo niegas--¡vive Dios!-- que has de pagar por los dos. PEYNADO: ¿Por qué lo he yo de pagar si no lo sé? ¿Só adivino? MARCO: ¡Oh, infame! ¿Mentirme tratas? PEYNADO: ¡Válganme las cuatro patas del caballo de Longino! ¿Diz que tengo de decir lo que no he visto, ni sé, sin por qué ni para qué? MARCO: ¡Vive Dios que has de morir, disimulado traidor, si no dices la verdad!
Cógele de los cabezones
PEYNADO: Yo hablaré con claridad; suelta el pescuezo, señor. MARCO: ¿Gozó el príncipe a mi hermana? PEYNADO: ¿Pues puédolo yo saber? ¿No se habían de esconder los dos de mí? Cosa es llana. Si habran o son amigos ni lo he visto ni lo pienso, que no es testamento o censo para herlo ante testigos. Mijor de aquesas congojas te sacará el cobertor de este verde cenador, pues hechos ojos sus hojas quizá ves el cuándo y cómo saben en qué remedaban la tórtola y se arrullaban, hecho Carlos el palomo y ella la paloma boba ..................... ..................... ..................... [ -oba] Que a pesar del verdugado ..................[ -ones]; que es en estas ocasiones de amor, el monte ha colmado, ¿qué buscas si lo ves? MARCO: Basta, que mi enemigo mayor ha triunfado de mi honor y que no es mi hermana casta. Basta, que estando privado por él de padre y de hacienda una sola joya y prenda que el cielo me había dejado, que es la honra de Margarita, ésa me vino a robar. Pues ¿qué remedio? quitar la vida a quien honras quita. Su padre ha cobrado a Parma; si mano a mi hermana ha dado de esposo, y con tal cuñado Amor a Marte desarma, no es justo mi enojo y furia; mas, sí, que la sangre clama de mi muerto padre y llama a la venganza la injuria. No le trajo aquí el amor a Carlos; ni es su trofeo el disfraz, sino el deseo de dejarme sin honor. Ya le han picado sus pies; pues ¿quién me persuadirá que a mi hermana antepondrá a la hija del marqués que a Parma le restituye, si casándose con ella goza estado y mujer bella y a mí me afrenta y destruye? Pues a la venganza cuadre su muerte, que es medio sabio; satisfágase mi agravio, vénguense mi honra y padre, muera mi hermana con él antes que saque contenta a luz su hijo y mi afrenta, que no han de mezclarse en él mi sangre y del homicida, pues mal las sangres podrán, que tan contrarias están dar juntas a un cuerpo vida. De noche es; Carlos está ignorante de que sé quién es; vengarme podré, pues, como suele, vendrá a verle mi loca hermana, y de un golpe hará el castigo venganza en un enemigo y en una mujer liviana. Éste es bien que vivo esté para el secreto y recato por hoy, porque si le mato, la quinta alborotaré y Carlos huirá seguro; pero ha de estar encerrado, no le diga que me ha dado cuenta de todo. PEYNADO: Yo juro ser desde hoy hombre de bien si de esta trampa me escurro. MARCO: Ven conmigo. PEYNADO: Tengo al burro andando la noria. MARCO: Ven. PEYNADO: Quiero ir a regar los nabos. MARCO: Sígueme, no tengas miedo. PEYNADO: (Ya empiezo a decir el credo; Aparte mal huelo por todos cabos. ¡San Panuncio, San Benito!) MARCO: ¡Ea! PEYNADO: (Él me despachurra. Aparte Así le ayude la burra en que la Virgen fue a Egipto, que me deje her testamento y luego me matará.) MARCO: ¡Villano, acabemos ya! PEYNADO: Señor, por el monumento, por la tumpa y el guisopo, por la lámpara y su luz, por la manga de la cruz y por todo cuanto topo cuando ando a escuras, que tenga mancilla de este cuitado, que no hallará otro Peynado si una vez enviuda Menga. MARCO: Yo te aseguro la vida porque fuiste a tu señor leal. Ven, no hayas temor. PEYNADO: El alma tengo escorrida de miedo; aquesto es verdad. MARCO: ¿No vienes? PEYNADO: ¿Hay mayor susto? MARCO: ¡Ea! PEYNADO: Ya vamos, que es justo que hagamos su voluntad.
Vanse. Salen don DIEGO, de estudiante, y doña ELENA, también de estudiante
DIEGO: ¡Jesús, Jesús! ELENA: En Dios creo, aunque traigo el alma en pena. ¿Que os santiguáis? DIEGO: Doña Elena, ¿vos con sotana y manteo? ¿Vos desde Toledo aquí, en Bolonia y en escuelas? ELENA: Calzóme Amor las espuelas, ¿qué mucho que vuele ansí? DIEGO: ¿Una mujer como vós, de tal valor y linaje, en Italia y en tal traje? ELENA: Hazañas son de Amor dios; ¿qué os espanta? DIEGO: Lo que escucho y lo que veo. ELENA: O sois loco, o no sabéis que ama poco quien amando no hace mucho. Don Diego, un mes hace curso las escuelss de los celos, dando penas y desvelos liciones a mi discurso. Y en un mes que he estado aquí, haciendo en vez de liciones locas averiguaciones que han salido contra mí, no os he hablado ni he querido darme a conocer. Ya sé, si amor en don Luis sembré; que vengo a coger olvido. Quísole el alma ofrecer la libertad que negó que, como avaro, dejó de tomar por no volver. Vinose huyendo de mí, a Italia; mas, como amor crece en brazos de un rigor, disfrazada le seguí, atropellando mi fama hasta aquí; donde he sabido que pretende, aborrecido, aborreciendo a quien le ama. Y como juntos vivís y sois un alma los dos, esperando que por vos ha de pagar don Lüís mi amor constante, he querido darme, en fin, a conocer sólo a vos; yo vengo a ser vuestro paje, y lo que os pido, por la nobleza española con que vuestro nombre honráis, es que a nadie descubráis quién soy; que esta traza sola, si me ayuda la Fortuna, hará, con vuestro favor, que don Lüís tenga amor a doña Elena de Luna. DIEGO: ¡Alto! No hay aconsejaros; que sois amante y mujer, que habéis sabido querer y sabéis detérminaros. Vuestro amor es tan constante que cualquier favor merece. A don Luis no pertenece una mujer de diamante; y aunque bella y principal, pobre; y cuando se ablandase, no es bien que don Luis se case fuera de su natural. Un año ha que estoy por él envuelto en aqueste luto, oyendo textos sin fruto.
Sale don LUIS
LUIS: Prevénme casco y broquel. DIEGO: Éste es. ELENA: Di que de Toledo soy y que a servirte vine. DIEGO: ¿No será mucho que atine quién eres? ELENA: No tengas miedo, que me ha visto pocas veces, y siempre lo aborrecido engendra en el alma olvido. DIEGO: Divinamente pareces de estudiante. ELENA: No es mal trueco el que he hecho. DIEGO: ¡Bello traje! ¿Quién diré que eres? ELENA: Tu paje. DIEGO: ¿Y llamaréte? ELENA: Pacheco. LUIS: ¡Oh, don Diego de Mendoza! DIEGO: Salir querrás ya a rondar. LUIS: A lo menos adorar la casa que a mi sol goza. ¡Ay, don Diego, sentenciado vengo a muerte! DIEGO: ¿Qué delito has hecho? LUIS: Amar infinito a Margarita. DIEGO: ¿Hasla hablado? ¿Mostrósete desdeñosa? ¿Reprendió tu libertad? ¿No hizo su honestidad la empresa dificultosa? ¿Mas que te dijo con talle severo, hecha otro Narciso, "Mira, Zaide, que te aviso que no pases por mi calle?" Por lindo modo te encanta, para cogerte después, donde no te irás por pies. LUIS: ¿Qué dices, que es una santa? DIEGO: ¿Santa? Bueno, hazla un altar. LUIS: ¡Plugiera a Dios que quisiera ser mi esposa! ELENA: (¡Ay, rabia fiera! Aparte ¿esto venir a escuchar?) LUIS: Mas tan desdichado he sido que quiere encerrar mis quejas entre paredes y rejas. DIEGO: ¿De qué modo? LUIS: Ha prometido ser monja. ELENA: (¡Albricias, Amor, Aparte que ésta nueva os resucita!) DIEGO: Restituyo a Margarita la opinión de su valor; estado ha escogido al doble honroso, que un monasterio es ilustre cautiverio y cárcel de gente noble. Mudad gusto. LUIS: ¿Cómo puedo? DIEGO: No es bien competir con Dios. LUIS: ¿Quién es el que está con vos? DIEGO: Un muchacho de Toledo que el deseo de estudiar y verme le traen aquí. LUIS: ¿Es de vuestra casa? DIEGO: Sí. LUIS: ¿Cúyo hijo? DIEGO: De Aguilar, de mi padre gentilhombre. LUIS: ¡Buen talle! DIEGO: ¡Maravilloso! LUIS: ¿Y el ingenio? DIEGO: Milagroso. Pacheco tiene por nombre. ELENA: ¿Qué manda vuesa merced? DIEGO: Pacheco, que conozcáis a don Luis y le sirváis como a mí. ELENA: Mucha merced recibiré que en su gusto me emplee. LUIS: ¿Habéis estudiado? ELENA: Gramática he comenzado, aunque con algún disgusto. LUIS: ¿En qué andáis? ELENA: "Amo, Amas." LUIS: ¡Buen verbo! ¿Y ha mucho? ELENA: Sí. no puedo salir de aquí. LUIS: Son laberintos sin llamas. ¿Pues sabéis ya declinar? ELENA: ¡Plugiera a Dios lo ignorara, porque si no declinara, ya supiera conjugar! LUIS: Decid, pues, esta oración, "Yo amo a Dios." ELENA: Es mentirosa, porque amándole a su esposa, no le amáis y hacéis traición. LUIS: Bachiller me parecéis. ELENA: Y aun licenciado. LUIS: Decid, "yo amo." ELENA: Aqueso sí; oíd, y que la acierto veréis sin temor de solecismo. LUIS: Donaire tiene por Dios. ELENA: Va, ego amo. LUIS: ¿A quién? ELENA: A vos. LUIS: ¿A mí amáis? ELENA: A vos mismo, que sois mi dueño y señor. DIEGO: Su lealtad os ha obligado, que como es vuestro crïado, es razón que os tenga amor. LUIS: ¿Mi crïado? DIEGO: Si lo es mío, vuestro lo ha de ser también. LUIS: Desde aquí lo quiero bien. ELENA: En esa palabra fío.
Sale CALVETE, gorrón, con espada y broquel
CALVETE: Accipe et tiniebunt gentes. Con el broquel sufridor no traigo el casco, señor. Los tuyos son suficientes. LUIS: Pues ¿por qué? CALVETE: La ley lo veda, que estando el tuyo vacío ponerte otro, señor mío, será seda sobre seda. LUIS: Ven, conmigo, impertinente. CALVETE: ¿Salimos ya a bobear? DIEGO: ¿Aguardámoste a cenar? LUIS: Sí. DIEGO: ¿A las cuántas? CALVETE: A las veinte. LUIS: Luego vendré. CALVETE: Cuando el día, el alba enrubia el copete. DIEGO: ¿No iré en lugar de Calvete mejor yo en tu compañía? LUIS: Ya sabes mi condición. DIEGO: No te quiero replicar. CALVETE: Estrellado he de cenar. LUIS: ¿Qué hora es? CALVETE: Las once son.
Vanse LUIS y CALVETE
ELENA: A idolatrar las paredes de su Margarita va. DIEGO: Si determinada está de entrarse monja, bien puedes asegurar tus recelos. ELENA: Ven, sabremos cómo llora desdenes de la que adora y ayudaránle mis celos. DIEGO: Si es tu gusto, enhorabuena. ELENA: Amor loco, yo por vos y vos por otro. DIEGO: Y--¡por Dios!-- que lo estás tú, doña Elena.
Vanse. Salen don LUIS y CALVETE
CALVETE: ¿Qué diablos has de sacar de andar cargado de hierro, dando en que entender a un perro que nos comienza a ladrar; hecho cedulón de esquina, pisando bastardo barro, puesta la vista en el Carro, las Cabras y la Bocina, mientras se acuesta despacio quien esa pena te da, y más sabiendo que está tomada para palacio? Si ha de ser monja, ¿de qué te ha de servir el rondarla, suspirar y enamorarla? LUIS: ¿Comienzas ya? Déjame. CALVETE: Si a un torno y reja ha hecho voto, ¿qué provecho sacas de esto? Pero vendrás ya dispuesto a ser su negro devoto. Y escogiendo el bobo estado, que caro te ha de costar, querrás desde hoy comenzar el año del noviciador. Un amigo tuve yo que estuvo malo en España de esta contagión extraña. LUIS: ¿Cómo? CALVETE: A una monja sirvió hecho mula de retorno, pechero de una andadera, paciente de una portera y majadero de un torno; que al cabo de deseallo, más que verse libre un preso, sin ser la monja de queso, se la daban por un rallo. LUIS: Déjate de disparates, y ¿qué hará mi ingrata, di? CALVETE: Una albarda para ti con estribos y acicates. LUIS: ¡Ah, necio! CALVETE: A lo moscatel amas; quizá es su ejercicio, como andas en su servicio, el estar ahora en él despachando piovisiones para quien sus puertas pasa.
Sale a la puerta FABIA, criada, con una criatura envuelta
LUIS: ¡Vive Dios! CALVETE: La de su casa abrieron; si te dispones a saber quién entra o sale, llega; mas mira por ti. LUIS: ¿La puerta han abierto? CALVETE: Sí. LUIS: ¡Válgame Dios! CALVETE: Ya te vale. LUIS: A tal hora es novedad en tan recogida casa abrir puertas. FABIA: Ce, ¿quién pasa? ¿Sois el príncipe? Llegad. LUIS: Calvete, príncipe dijo. CALVETE: Es verdad, principe oí. LUIS: ¡Ay, cielos! CALVETE: Dile que sí. LUIS: El príncipe soy. FABIA: Un hijo os ha dado Margarita que a Narciso se adelanta. LUIS: ¡Hijo! ¿Cómo? CALVETE: ¡Oh es una santa! LUIS: ¡Jesús! CALVETE: ¿Ésta es la bendita, la monja, la recogida? Pero bien se recogió. FABIA: No ha un instante que parió con peligro de la vida. Pero el cielo soberano tan própicio nos ha sido, que en el jardín ha parido sin saber nada su hermano. Ha fingido un accidente, y ahora en la cama está. Lo propuesto estorbará por hoy este inconveniente; mas presto os veréis los dos en vuestro estado y sin pena. CALVETE: ¡Linda monja! FABIA: Gente suena; tomad, príncipe, y adiós.
Vase
CALVETE: ¿Qué te ha dado? LUIS: La criatura. CALVETE: Bueno; a quien hizo el cohombro di que se le eche en el hombro. LUIS: ¡Jesús! ¿Duerme por ventura? CALVETE: No se durmió la señora. LUIS: Loco estoy de pena y celos; ¡Jesús, Margarita, cielos! CALVETE: ¿Qué habremos de hacer ahora? LUIS: Dar finiquito a mi amor. CALVETE: ¿No la has de amar? LUIS: ¿Cómo puedo si desengañado quedo? Miremos por el honor de Margarita, Calvete, que al fin la he querido bien. A buscar una ama ven. CALVETE: De amante te hizo alcahuete. LUIS: Mañana quién es sabré este príncipe encantado que en costas me ha condenado, y el hurto le volveré. CALVETE: El ama le criará que nos sirve. LUIS: ¿Está parida? CALVETE: ¿Eso ignoras, por tu vida? Parida y preñada está. LUIS: Pues bien viene. CALVETE: ¡Qué bonito parece el chico! LUIS: Cesó mi amor. CALVETE: ¡Ajó, niño, ajó! Llamaráse Margarito.
Vanse

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

Quien da luego da dos veces, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002