ACTO TERCERO


 
Sale ROGERIO
ROGERIO: Estaba melancólico yo, cielos, por ver que un imposible apetecía, ¿qué haréis agora, pues, desdicha mía, si sobre un imposible os cargan celos? Corales dan al corazón consuelos, y en mí corales son melancolía. Vuélvase a un desdichado en noche el día; lo que a otros da quietud, a mí desvelos. Sabio dicen que soy, mas si lo fuera, tuviera en mis pasiones sufrimiento; pero ¿quién le tendrá con tanto agravio? Siempre el entendimiento fue su esfera, y contra injurias del entendimiento jamás supo tener prudencia el sabio.
Sale FILIPO
FILIPO: En cumplimiento, señor, del secreto que me encarga en estas informaciones vuestra alteza, esta mañana hice esta breve minuta. ROGERIO: Pretendo saber las faltas que tienen los pretendientes de mi corte y de mi casa; que aunque es bien premiar servicios, no será razón se haga menos que con suficiencia de las partes. FILIPO: La ignorancia, señor, y poca noticia de algunos príncipes causa que sin méritos se den injustamente las plazas. Yo me he informado de todas con el secreto que basta para que nadie las sepa. ROGERIO: Decid. (¡Ay, celosas ansias!) Aparte FILIPO: Federico, hijo de Alberto, que a los duques de Bretaña sirvió en la paz y en la guerra con consejos y con armas, quedó rico, mas gastando su hacienda en juegos y en damas, dicen que es en la pobreza del pródigo semejanza. Mas no enmendado con esto, fuerzas de flaqueza saca. Sirve y ronda. ROGERIO: ¿Es gentilhombre? FILIPO: Tiene las piernas delgadas. ROGERIO: Si lo están como su hacienda, lástima es. FILIPO: Suple esta falta con la industria. ROGERIO: ¿Cómo así? FILIPO: Trae pantorrillas de plata. ROGERIO: ¿Pues qué mucho que haga piernas? No era bueno para estatua de Nabucodonosor si en tan ricas piernas anda. Proseguid. FILIPO: Vino Conrado, cubierto anteayer de canas, a darme este memorial, y hoy por ver si se despacha, como un mozo de veinte años, teñida cabeza y barba. ROGERIO: ¿Y que pide? FILIPO: La tenencia de un castillo. ROGERIO: Quien no guarda lealtad a sus años mismos, mal la guardará a su patria. Decid más.
Sale RICARDO
RICARDO: Licencia piden muchos, gran señor, que aguardan remedio de vuestra alteza, que como vuela la fama de su mansedumbre y letras, y da a todos puerta franca para que le comuniquen pasiones del cuerpo y alma, no hay quien no venga a gozar tal dicha. ROGERIO: Dadlos entrada. Divertiréme con ellos, y aliviaré sus desgracias.
Vase RICARDO. Salen varios PRETENDIENTES con memoriales
PRET. 1: A vuestra alteza suplico mire mi necesidad, servicios y calidad. ROGERIO: ¿Estáis pobre, Federico? PRET. 1: Si es vuestra alteza mi dueño, los ricos me envidiarán. ROGERIO: Pobre estáis, pero galán; galán, pero pedigüeño. PRET. 1: Si no tengo que comer, no haga de esto maravillas. ROGERIO: Coméos hoy las pantorrillas, y después volvedme a ver. PRET. 1: (¡Vive el cielo que ha sabido Aparte que me las pongo de plata! Sabio que de todo trata, temerle. Yo voy corrido.)
Vase el PRETENDIENTE primero
ROGERIO: ¿Qué pedís vos? PRET. 2: Consultado estoy en una alcaidía. La nobleza y sangre mía me tienen acreditado. Mis hazañas ya son llanas. ROGERIO: Conrado, mozo venís; no os daré lo que pedís hasta que peinéis más canas. PRET. 2: (¿Si sabe que me las tiño? Aparte Voime, que no es buen consejo pretender cargos de viejo quien quiere parecer niño.
Vase el PRETENDIENTE segundo
ROGERIO: ¿Qué pedís vos? PRET. 3: A firmar, señor, vengo este decreto. ROGERIO: ¿De qué? PRET. 3: El consejo discreto los coches manda quitar. ROGERIO: ¿Por qué? PRET. 3: No se vio jamás tal desorden días ni noches. Menos casas hay que coches. ROGERIO: No los quiten, que habrá más.
Vase el PRETENDIENTE tercero
PRET. 4: Aconsejarme, señor, con vuestra alteza querría por ser su sabiduría al paso de su valor. Yo tengo una mujer moza y tan señora de si, que no hace caso de mí; toda mi hacienda destroza. Mas lo peor que hay en esto es que de celos me abrasa; no quepo con ella en casa, y en tal extremo me ha puesto, que el amor que había en los dos es ya un infierno abreviado. ROGERIO: Lastímame vuestro estado; mas ¿pedísla celos vos? PRET. 4: No puedo disimularlos. ROGERIO: Pues mudo habéis de advertirlos, porque lo mismo es pedirlos, que dar licencia de darlos. PRET. 4: Celos son que me atormentan. ROGERIO: Hay dos, y entrambos tan fieros, que afligen si son solteros, y si casados afrentan. PRET. 4: No hay gala que no quisiera. ROGERIO: Pues dádsela si podéis, y con esto excusaréis el admitir las de fuera.
Vase el el PRETENDIENTE cuarto
PRET. 5: Señor, yo me vuelvo loco adorando una doncella para casarme con ella, mas correspóndeme poco. ROGERIO: ¿Regaláisla? PRET. 5: Doyla versos infinitos en quintillas, décimas y redondillas y otros géneros diversos que no digo, por ser tantos. Seis cantos de octava rima la di ayer. ROGERIO: Pondránla grima, que descalaban los cantos. ¿Son vuestros? PRET. 5: No, gran señor, que tengo un poeta amigo. ROGERIO: Y será justo castigo que ése usurpe vuestro amor. Cualquier género de penas es razón hacer pasar a quien piensa enamorar mujer con gracias ajenas. ¿Queréisla mucho? PRET. 5: La adoro. ROGERIO: Pues dejad los madrigales, y dadle canciones reales y redondillas en oro.
Váse el PRETENDIENTE quinto
PRET. 6: Un amigo pierde el seso por casar con cierta dama, que ella excusa, por la fama que le han dado de confeso. ROGERIO: ¿Gasta? PRET. 6: Hale dado en sacar el alma. ROGERIO: Pues bien se emplea, que él del tribu de Dan sea, cuando ella es del de Isacar. PRET. 6: Hale quitado infinito, y déjale porque está ya tan rica. ROGERIO: Sí estará, si es suyo el reino de Quito.
Vase el PRETENDIENTE sexto. Salen FILIPO y el DUQUE
FILIPO: A ver entra a vuestra alteza el gran duque. ROGERIO: Dejad, pues, consultas para después DUQUE: Hijo, de vuestra tristeza participa vuestra prima; enferma por vos está; visitadla, y sanará, pues veis en lo que os estima. ROGERIO: ¿Clemencia está enferma DUQUE: Y siente vuestro amor tibio y remiso. Desde el punto que os vio, os quiso; si sois sabio y obediente, agradeced como sabio; como obediente dejad la vuestra en mi voluntad, que os hacéis a vos agravio. La dispensación espero de hoy a mañana. ROGERIO: (¡Ay, Amor! Aparte Dispensad vos, que es mayor vuestro dominío.) DUQUE: Yo espero que restaure su alegría y salud vuestra presencia. Sangrarse quiere Clemencia. Envïadla la sangría.
Vase el DUQUE
ROGERIO: Filipo, la juventud también es enfermedad. Disposiciones curad, sangraréisos en salud. Corales que adornan cuellos, no generosos, villanos, afrentan los cortesanos. Sangre muestran, sangráos de ellos. FILIPO: Señor, la que los perdió gusta. ROGERIO: Yo soy vuestro amigo; que os sangréis de ellos os digo; no aguardéis que os sangre yo. FILIPO: (Mucho encierra este misterio.) Aparte ROGERIO: Escribir quiero a Clemencia; traedme con qué. FILIPO: (La ciencia Aparte astróloga de Rogerio todo lo alcanza. ¿Si sabe que quiero a Leonisa bien? ¿si la tiene amor también?) ROGERIO: ¿No vais? FILIPO: (¿Si del cargo grave Aparte que ejercito, desiguales juzga serranos amores?) ROGERIO: Acabad. FILIPO: (¿Quién vio, temores, Aparte sangrar de mal de corales?
Va FILIPO por recado de escribir
ROGERIO: Por mas que callar procuro, habla mi desasosiego; que en fin, donde amor es fuego, brotan celos, que son humo.
Sale FILIPO con el recado de escribir
FILIPO: Aquí está la escribanía. ROGERIO: Escribiré este papel, y llevaréisle con él a mi prima la sangría.
Pónese a escribir
FILIPO: (¡Que de este hombre tiemble yo! Aparte Pero es duque y es discreto; sangrarme manda, en efeto, porque los corales vio, Yo estoy por Leonisa ciego, y si me sangra, verá que en vez de sangre, saldrá de todas mis venas fuego.) ROGERIO: Echad polvos.
FILIPO echa el tintero por polvos
FILIPO: ¿Qué hice, cielos? Turbéme; la tinta eché por los polvos. ROGERIO: Eso fue como echar sobre amor celos. Dadme el papel blanco acá.
Vuelve a escribir otra carta
FILIPO: (Otra vez vuelve a escribir. Aparte Tal prudencia, tal sufrir, ¿qué mármol no obligará? ¡Que echase la tinta yo por los polvos! Pero, ¿a quién no turba un sabio? ¡Ay, mi bien, tu memoria lo causó! Mi turbación manifiesta, Leonisa, lo que te quiero.) ROGERIO: Filipo, éste es el tintero y la salvadera es ésta.
Vase ROGERIO con la carta escrita
FILIPO: ¡Compendiosa reprensión y discreto advertimiento! Tan sutil entendimiento bien merece admiración; pero mayor me la ha dado lo que por cifras me avisa. ¿Qué le importa que en Leonisa ocupe amor mi cuidado, que con tan claras señales muestra el pesar que le doy? ¿Qué le va si suyo soy, en que traiga sus corales? Bien la debe de querer; juntos vivieron los dos; si él es duque, Amor es Dios; ¿quién tendrá mayor poder? Pues sea su amante o no, que si disgusto le dan los corales en que están cifras que Amor declaró, yo que no oso cara a cara mis deseos descubrirle, por escrito he de decirle el favor que los ampara.
Escribe y habla
Lo que por sabio penetra, en este papel resuma. Sirva de lengua la pluma y de palabra la letra. Firméla; bien está así.
Cierra el papel y sobrescríbele
"Al duque nuestro señor." Declaradle vos mi amor, papel, cuando vuelva aquí.
Deja el papel sobre la mesa y vase. Sale ROGERIO
ROGERIO: Prometió venir a verme Leonisa, y fue en prometer, como en el amar, mujer. La ausencia es sueño; ella duerme; mas ya que a favorecerme no venga, sea a atormentarme, que si por Filipo a darme viene penas que sufrir, más vale verla y morir, que no verla y abrasarme. Aquí está un papel cerrado,
Tómale y ábrele
sobrescrito para mi. ¿Quién le dejaría aquí? De Filipo está firmado. Hele reñido, no ha osado de vergüenza y de temor darme cuenta de su amor, y darámele en papel, que en fe de que hay poca en él, no tiene el papel color.
Lee
"Leonisa, señor, perdió los corales que os dan pena. Hallélos, y una cadena le envié, que recibió; que la besaba vi yo, con que satisfecho quedo, si de vuestro gusto excedo por intentarme casar, vos lo podéis remediar, que yo la adoro, y no puedo." Aquí si que es menester estudiar, ciego rigor. Comenzó amor por amor; viniéronle a suceder celos; mas ya, ¿qué he de hacer si para fin de mis años se van aumentando daños, pues quieren mis penas, cielos, que a mi amor sucedan celos, y a mis celos desengaños? ¡Que Leonisa me olvidó tan presto! Escribí en arena.
Lee
"Hallélos, y una cadena le envié, que recibió." ¿Por oro Filipo entró? Pero el oro--¡que no acaba! ¡Ay, cielos!
Lee
"Que la besaba vi yo." Basta, que si agora Amor ya sus flechas dora, no habrá menester aljaba. Confiesa el suyo sin miedo, y no le puedo culpar.
Lee
"Vos lo podéis remediar, que yo la adoro, y no puedo." Conclüido, por Dios, quedo. ¿Qué hay que replicar aquí?
Rompe el papel
Ganó lo que yo perdí. Pierde el que a jugar se asienta, y paga aunque más lo sienta. Lo mismo será de mí. Casarlos mañana intento, y mostrar cuán sabio soy, pues venciéndome a mí, doy corona a mi sufrimiento. Esto dice el pensamiento, mas no el amor en que excedo a la ley que admito y vedo. Si hacéis, ausencia, olvidar, "vos lo podéis remediar, que yo la adoro, y no puedo."
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Ya la dispensación, duque, ha venido, ya le dan parabienes a Clemencia, y ya yo, castigado, presumido, de mis desdichas lloro la experiencia. Interpreté, de vos favorecido, en mi favor la equívoca sentencia que pronunciaste, misterioso, un día, juzgando que Clemencia fuera mía. Engañéme de puro confïado. Gozadla, primo, vos, que si algún gusto admite mi dolor desesperado, es ver lograrse en vos amor tan justo. Yo, duque, moriré menospreciado, abriles agostando este disgusto de una florida edad, de un firme amante, de un desdichado, en fin. ROGERIO: Dadme ese guante.
Vase ROGERIO
ENRIQUE: ¿Sin responderme se va y de la mano me lleva el guante? Confusión nueva, ¿quién declararos podrá? ¡Válgate el cielo por sabio! ¿Guante mío para qué? ¿Si de desafío fue contra su primer agravio? Mas no, que en el desafío quien los hace y solicita, guantes da, que no los quita, y el duque se lleva el mío. ¿Yo dándole parabienes, y él mis penas escuchando? ¿Yo muriendo, y él callando sus dichas y mis desdenes; y cuando esperando está respuesta mi amor constante, sale con "dadme ese guante," y sin hablarme se va? ¡Oh enigmático Rogerio! Hablad y daos a entender, que Enrique no puede ser Edipo de este misterio.
Vase ENRIQUE. Sale CLEMENCIA, con banda, y dos CRIADOS
CLEMENCIA: Cuanta hacienda tengo es poca para albricias de este bien. El seso he dado también, que estoy de contento loca. Ya se ha acabado mi mal. ¡Oh, alegre dispensación CRIADO 1: Cerca de la posesión, todo amor es liberal. CLEMENCIA: ¿Rogerio, qué dice a esto? CRIADO 2: Celebrara su alegría, si de su melancolía no fuera el mal tan molesto. CLEMENCIA: La causa de su pesar me atreviera a decir yo, pero mi amor me enseñó a sentirlo y a callar. Él es sabio y obediente. No sabrá salir del gusto de su padre. CRIADO 1: Y eso es justo. CLEMENCIA: Yo sé de mi amor ardiente si una vez su esposa soy, que sabré hacerle olvidar memorias de su pesar.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Mil parabienes os doy, aunque a mi costa, señora, del tálamo que esperáis, puesto que ingrata pagáis un alma fiel que os adora. Gozad de amor fértil fruto con que a Francia reyes deis, que si vos galas traéis, las de Enrique serán luto. ¡Pobre de quien con perderos tiene de perder la vida! CLEMENCIA: No agriéis con vuestra venida, Enrique, el gusto de veros. Ya os dije la voluntad que de obedecer mi tío ha tenido el gusto mío. Mi contento acompañad; que si me queréis, es justo que mis dichas os le den. ENRIQUE: Mézclase el mal con el bien, y el placer con el disgusto. De mezcla el alma se viste, porque estáis vos, prima mía, alegre, tengo alegría, y porque os pierdo, estoy triste.
Sale FILIPO con una caja curiosa cerrada, con un papel
FILIPO: El duque, nuestro señor, dilata, señora, el veros, porque teme entristeceros su melancólico humor, y este presente os envía. CLEMENCIA: Su mal agua mi placer. ENRIQUE: Regalos deben de ser y joyas de la sangría. CRIADO 1: ¡Qué de perla y de diamante el nuevo esposo enviará! CRIADO 2: Es sabio y largo. Sí hará. CLEMENCIA: Aquí solo viene un guante. CRIADO 1: ¿Guante? Debe de pedir limosna. CRIADO 2: ¿Hay mejor sangría? ¡Costosas joyas envía! CLEMENCIA: ¿Qué es lo que querrá decir mi esposo en este presente? CRIADO 1: ¿Guante? ¡Donoso regalo! Para parches no era malo, si tuviera llaga o fuente. su esposa. CLEMENCIA: No sin misterio viene. CRIADO 1: ¿Si es desafío? ENRIQUE: Señora, ese guante es mío. CLEMENCIA: ¿Vuestro guante a mí, Rogerio? ENRIQUE: El compañero está aquí. Averiguadlo por él. CLEMENCIA: Quiero mirar el papel. ENRIQUE: Siempre este sabio habla así. CLEMENCIA: Desaciertos suyos son sentencias dignas de estima. ENRIQUE: Veamos el papel, prima. CLEMENCIA: Sólo contiene un renglón. CRIADO 2: Hasta en las letras también es avariento. CLEMENCIA: ¡Ay, de mí! ENRIQUE: Leed. CLEMENCIA: Dice el duque aquí, "esto sólo os viene bien." ¡Que este guante solamente me viene a mi bien! ¿Por qué? Si no es que sin seso esté. ¿qué es lo que por esto siente? ¿No habéis dicho que era vuestro? ENRIQUE: Él mismo me le quitó. CLEMENCIA: Que os quiero bien sospechó; pues siendo tan sabio y diestro, ¿quién duda que habrá alcanzado lo que me habéis pretendido, y de celos combatido este guante me ha envïado para que se signifique la mano en él de su dueño? ENRIQUE: No fuera ese bien pequeño si lo consiguiera Enrique. CLEMENCIA: Sospechas todo lo ven, y de vos celoso en vano, dice que en vez de la mano, me viene este guante bien. Bien puede de vos formar quejas su melancolía. ENRIQUE: Claro estaba, prima mía, que yo lo había de pagar.
Sale un CRIADO
CRIADO 3: Un accidente le ha dado a vuestro esposo, señora, mortal. CLEMENCIA: Negad, conde, agora que vos se lo habéis causado. ENRIQUE: Decís bien; culpadme a mí. CLEMENCIA: Conde, mi sospecha es clara, que el duque no me dejara por otra, a no ser así. Quitáosme, Enrique, delante.
Vase CLEMENCIA
ENRIQUE: ¿Qué es esto, cielo crüel? CRIADO 2: Sacaos la sangre por él, regalaraos con un guante.
Vanse todos. Sale ROGERIO
ROGERIO: No estoy bien acompañado. Dejadme. Cerrá esa puerta; pues mi esperanza es ya muerta, viva eterno mi cuidado. ¡Que por la posta han llegado las penas de mis sentidos! No basta, gustos perdidos, el grado en que Roma piensa dispensar, pues no dispensa Amor en casos prohibidos. Diga el médico verdad, pues siendo sangre, es amor, será su grado mayor por la consaguinidad. Leonisa en mi voluntad como más propincua vive; es pastora, y no recibe mi estado. Su suerte corta dispense Amor; mas ¿qué importa, si la razón lo prohibe? ¿Los celos también no son en amor prohibidos grados? Pues si están averiguados, ¿qué importa dispensación? ¿No es mayor jurisdicción la de Amor y más precisa que esotras? Sí. Pues, ¿qué prisa Roma ha dado a mi paciencia? Mi amor no quiere a Clemencia, ni mi nobleza a Leonisa.
Salen LEONISA, pugnando por entrar, CARLÍN, y un GUARDA
LEONISA: He de entrar, aunque les pese. GUARDA: ¡Tente, villana! ROGERIO: ¿Qué es esto? LEONISA: Quien vive con tantas guardas, o es cobarde, o anda preso. ROGERIO: ¡Leonisa es! Dejadla entrar. ¡Vos aquí! ¿A qué bueno? LEONISA: A procurar que lo estéis, que allá ya os juzgan por muerto. ROGERIO: ¿Muerto? LEONISA: Sí. ROGERIO: En vuestra memoria lo estaré. LEONISA: ¡Pluguiera al cielo, y no usurpara mi llanto, duque, los ojos al sueño! ROGERIO: Vendrás a ver a Filipo. LEONISA: Eso, sí, buscad, Rogerio, excusas a vuestras bodas, y grados a mis tormentos.
Siéntase ROGERIO
ROGERIO: Diréis que le aborrecéis. Corales vi yo por trueco de eslabones, que, dorados, yugo son de vuestro cuello. LEONISA: También yo vi que os llamaba Bretaña sabio y discreto, sin merecer este nombre, quien preciándose de serlo, es tan fácil en creer. ROGERIO: ¿Los ojos cuándo mintieron? LEONISA: Cuando no los rige el alma, ni alumbra el entendimiento. ROGERIO: ¿Pues engañáronse? LEONISA: Sí. ROGERIO: ¡Pluguiera a Dios! pero tengo testigos, yo en vuestro daño, fidedignos, fuera de ellos.
Sale el DUQUE
DUQUE: Hijo ¿qué nuevo accidente es éste, que en tanto extremo os tiene, que solo estáis? Más ¿qué villanos son éstos? LEONISA: Yo, gran señor, soy Leonisa, hija de Lauso, el rentero de Pinardo, que me manda que venga a ver a Rogerio. CARLÍN: Y yo soy saludador, que cuando rabian los perros, a dos soplos.... DUQUE: ¿Qué? CARLÍN: A dos soplos mato un candil y lo enciendo. DUQUE: Si de estas simplicidades gustáis, hijo, entreteneos y aliviad melancolías. ROGERIO: Criéme, señor, con ellos. LEONISA: No hemos venido de balde. DUQUE: ¿Cómo? LEONISA: Curo en nueso pueblo de mal de hechizos y de ojo, y a la fe, que si no miento, que está Rogerio hechizado. DUQUE: ¿Qué dices? LEONISA: Allá sabemos mucho de esto las mujeres. CARLÍN: Y los hombres mucho menos. LEONISA: Hechizos son, no hay que hablar. DUQUE: Bien puede ser. LEONISA: ¡Y qué cierto! ¿Ello va a decir verdades? DUQUE: Sí. LEONISA: Pues guarde secreto. Quiso allá Rogerio mucho, siendo sólo caballero, a una serrana algo bruja. CARLÍN: Que chupa niños y viejos. LEONISA: Como ahora le ve duque, y ha mudado con el tiempo la voluntad, pues se casa, hechizóle. DUQUE: Yo lo creo; que tristeza semejante no es natural, ni yo puedo creer que quien sabe tanto, si hechizos no me le han puesto como está, viéndose duque, se entristezca; ¿es verdad esto? ROGERIO: Verdad es que a una serrana quise, más ya no la quiero. LEONISA: ¿Velo si doy en el punto? (¡Ah, mudable!) Aparte Pues yo vengo a curarle. CARLÍN: Y yo también. LEONISA: Calla, bestia. CARLÍN: Dime bestio, que soy macho y hembra no. DUQUE: ¿Sabréis vos?... LEONISA: Comisión tengo de la bruja para todo. Déjeme hablarle en secreto. DUQUE: (Hay en todas las montañas Aparte de estos extendidos reinos mil gentes de estas perdidas, tributarias del infierno. Pues lo afirma esta mujer, su hechizo debe ser cierto, y no es mucho colegir de tal causa tal efecto.) ROGERIO: Yo lo vi, no hay que excusarte. LEONISA: Firela hizo aquese enredo por casarme con Filipo, y Carlín fué el instrumento. ROGERIO: Filipo mismo te culpa. LEONISA: ¿Pues qué amante, si no es necio, siendo parte apasionada, no mentirá en su provecho? ROGERIO: ¿Su cadena recibiste? LEONISA: Por tuya, que este grosero en tu nombre me la dió. ROGERIO: ¿Carlín? ¿Pues qué le iba en eso? LEONISA: Engañarme. ROGERIO: No, Leonisa; tus liviandades me han muerto. LEONISA: Yo he sido en firmeza bronce; por testigo pongo al cielo. ROGERIO: Con Filipo has de casarte. LEONISA: Daréme muerte primero. ROGERIO: Tú le adoras. LEONISA: Mentís, duque. CARLÍN: ¡Quedo, cuerpo de Dios, quedo! DUQUE: Apartaos, pastor, acá. CARLÍN: ¿Que me aparte? ¡Por Dios bueno! Traeme por saludador Leonisa y por sopladero. DUQUE: ¿Saludador? CARLÍN: ¿No lo ve? de soplón vivo; aunque creo que hay muchos ya de este oficio que acá llaman lisonjeros. ROGERIO: Yo te he querido, Leonisa, con el amor más perfecto de cuantos su deidad honran. Vi tu mudable sujeto; déjame, y ama a Filipo. LEONISA: Nómbrale y dame tormento. ROGERIO: Clemencia es ya esposa mía. LEONISA: Si no la abrasan mis celos. La palabra has de cumplirme. ROGERIO: Soy ya duque. LEONISA: Y aun por eso. ROGERIO: Llámanme sabio. LEONISA: No lo es quien se muda a todos vientos. ¿Amas a Clemencia? ROGERIO: No. LEONISA: ¿Y quien se casa, es discreto, con quien aborrece? ROGERIO: Es fuerza LEONISA: ¿Por qué? ROGERIO: Mi padre obedezco. LEONISA: ¿Dios no es más que el padre? ROGERIO: Sí. LEONISA: ¿Amor no es dios? ROGERIO: Es dios ciego. LEONISA: ¿Tiénesme amor? ROGERIO: ¡Ay, ingrata! LEONISA: Di verdad. ROGERIO: Mucho te quiero. LEONISA: ¿Y no me obedeces? ROGERIO: No. LEONISA: ¿Por qué? ROGERIO: Mil estorbos veo. LEONISA: ¿Y son? ROGERIO: La dispensación. LEONISA: No la aceptes. ROGERIO: ¿Cómo puedo? LEONISA: Dame a mí la mano. ROGERIO: ¿Cómo? LEONISA: Siendo mi esposo. ROGERIO: Eso temo. LEONISA: No teme Amor. ROGERIO: Antes sí. LEONISA: ¿Cuándo? ROGERIO: Cuando tiene celos. LEONISA: No los creas. ROGERIO: Vilos yo. LEONISA: ¿A eso vuelves? ROGERIO: A eso vuelvo que eres fácil. LEONISA: Mentís, duque. CARLÍN: ¡Quedo, cuerpo de Dios, quedo! DUQUE: ¿Qué es lo que habéis colegido, serrana, de nuestro enfermo? LEONISA: Que está hechizado, señor. CARLÍN: El alma a soplos le he vuelto.
Sale FILIPO
DUQUE: ¿Qué os parece, secretario? Hechizado está Rogerio. FILIPO: ¡Válgame Dios, qué desgracia! (¿No es esta Leonisa, cielos?) Aparte LEONISA: Señor, todo nuestro hechizo consiste--verá si acierto-- en ponerle unos corales que Filipo trae al cuello. DUQUE: ¿En corales de Filipo? LEONISA: Sí, porque vienen en ellos, según nos dijo la bruja, estos hechizos envueltos. DUQUE: ¿Tenéislos vos? FILIPO: Sí, señor. DUQUE: ¿Quién os lo ha dado? FILIPO: Hallélos. LEONISA: Y consintió todo el mal del duque sólo en perderlos. DUQUE: Dadlos acá. FILIPO: ¡Ay, prenda mía! perdiéndoos, perderé el seso. LEONISA: Si yo le amara, crüel, no tuviera atrevimiento para pedirle mi sarta. ROGERIO: Por engañarme lo has hecho. LEONISA: Póntelos. ROGERIO: ¿Yo? ¡Cómo! Aparta, que estos corales me han muerto.
Al DUQUE
LEONISA: ¿No ve como se resiste? Mire su merced si es vero lo que dice. Téngale. DUQUE: Por mi bien te trujo el cielo. Hijo, en esto está tu vida. ROGERIO: ¡Que os engañan! DUQUE: Ten sosiego. ROGERIO: ¿Corales que has dado, ingrata, a otro, me pones? LEONISA: Fueron hallados, que dados no. Mi bien, mi esposo, mi dueño, crédito, o muerte me da. ROGERIO: En fin, ¿mis ojos mintieron LEONISA: Los ojos, mi duque, no. ROGERIO: ¿Pues quién? LEONISA: El entendimiento. ROGERIO: ¿Qué no me ofendiste? LEONISA: Nunca. ROGERIO: ¿Que me quieres? LEONISA: Sin ti muero. ROGERIO: ¿Y a Filipo? LEONISA: Si le nombras... ROGERIO: ¿Qué harás? LEONISA: Rasgaréme el pecho. ROGERIO: Tu esposo soy. LEONISA: Yo tu esclava. DUQUE: ¿Cómo estáis? ROGERIO: Mejor me siento.
Sale CLEMENCIA
CLEMENCIA: (¿Es posible que hechizado Aparte esté el duque? Mas--¡ay cielos! ¿No es ésta la labradora, nublado de mis contentos?) Prendan a estos dos villanos. DUQUE: Sobrina, ¿qué hacéis? CLEMENCIA: Prendedlos. DUQUE: ¿Por qué, si a curarle vienen? CLEMENCIA: La hechicera que me ha muerto y a mi esposo tiene así, es ésta. Préndela presto FILIPO: Amor, ayudad mi causa, y victoriosos saldremos, Gran señor, esto es verdad. Yo sé que quiso a Rogerio esta pastora infinito, e intenta ahora de nuevo hechizarle. DUQUE: ¿Qué decís? FILIPO: Este pastor, si a tormento le ponen, dirá lo que es. CARLÍN: ¡Helo aquí todo en el suelo! DUQUE: Di lo que sabes. CARLÍN: Señor, la verdad es que yo vengo por saludador de anillo, que ni tal oficio tengo, ni en viernes santo nací. DUQUE: ¿Y quién es ésta? CARLÍN: Yo pienso que es bruja que a chupar viene ducos desde nuestro pueblo. CLEMENCIA: ¿Qué os parece, gran señor? DUQUE: ¡Hay tal cosa! Quitad luego a Rogerio esos corales, que el hechizo vendrá en ellos, y prendan aquestos dos. ROGERIO: ¡Traidores! ¿estáis sin seso? ¿A mi Leonisa? ¿A mi esposa? Eso no. CLEMENCIA: Gran señor, ¿veislo? CARLÍN: Luego que soplón me vi, adiviné el paradero. ¿Mas que me queman por brujo? ¡Ay, Dios! A chamusco huelo.
Echan mano a LEONISA y CARLÍN
ROGERIO: ¡Viven los cielos! villanos, que si, la esposa que quiero más que a mí, no dejáis libre que pierda al duque el respeto. Dadme una espada. DUQUE: ¿Hay tal cosa? Dejalde, que está sin seso. Curarále la villana, o mataréla a tormentos.
Vanse todos menos ROGERIO. Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Señor, ¿qué alboroto es éste? ROGERIO: ¡Ay, Enrique, que me han preso el alma, el gusto, la vida! ENRIQUE: No hagáis, primo, esos extremos. ROGERIO: No haré, si vos me ayudáis. ENRIQUE: Yo moriré al lado vuestro. ROGERIO: Pues venid, diréos el cómo, que no interesáis vos menos.
Vanse los dos. Salen el DUQUE y PINARDO
DUQUE: Sí, Pinardo, hale hechizado una pastora a quien quiso. PINARDO: Quien os ha dado ese aviso, os ha, señor, engañado; porque esa pastora es ocasión de mi venida, y tan noble y bien nacida como Clemencia. Después que no os veo, se murió el pastor a quien tenía por padre y obedecía Leonisa, el cual me dejó aqueste papel cerrado, mandando que se me diese el día mismo que muriese. Leíle, y de él he sacado que era un noble caballero, que del gran duque ofendido de Borgoña, y persuadido de vengarse, el medio fiero que tomó, fue de dar muerte a Leonisa en una quinta, recién nacida, en quien pinta el cielo su ilustre suerte. Hallóla sola y tan bella, que juzgando por crueldad el marchitar su beldad, huyó a estos montes con ella; que por vivir desterrado de Borgoña y sin hacienda, le pareció con tal prenda quedar más rico y honrado. Vino en traje de pastor, nombréle por mi rentero, hasta que al trance postrero esto me escribió, señor. Ved como será hechicera quien de Clemencia es hermana. DUQUE: Novela fuera esa vana, Pinardo, si no supiera la pérdida de una hija que el duque mi hermano tuvo, por cuya ocasión estuvo para morir. Regocija mi tristeza aquesa nueva. A sacaría de prisión vamos, que si el afición que melancólica prueba de Rogerio la firmeza, siendo su esposo este día, tendrá su melancolía fin, y premio su belleza. PINARDO: Los pies, gran señor, os beso. DUQUE: Clemencia perdonará, que más Pinardo, me va el ver al duque con seso.
Sale ROGERIO
ROGERIO: Ya yo, señor, estoy bueno, y mi tristeza pasada, en contento convertida, le debe a aquella serrana esta cura milagrosa. Que la suelten, señor, manda, si no es que pagues servicios con prisiones y amenazas. DUQUE: (¡Extraña fuerza de amor Aparte tiene la voluntad! Tanta, que disimula contento, solamente por librarla). Hijo, de veros ya bueno doy a los cielos mil gracias, y haré mercedes también a la pastora que os ama; mas habéis de ser esposo de Clemencia. ROGERIO: Como el alma de la enfermedad del cuerpo defectos participaba no conocía la dicha que con la duquesa gana; pero ya que la conoce, en su hermosura idolatra.
A PINARDO
DUQUE: Todo esto, Pinardo, finge porque la pastora salga libre y segura. (¡Oh, Amor! Aparte Asombros son tus hazañas.) Llevad aquesta sortija a la prisión, y sacadla; pero haced que venga aquí. PINARDO: Cosas he visto hoy extrañas.
Vase PINARDO. Salen ENRIQUE y FILIPO
ENRIQUE: La duquesa de Clarencia, que de Ingalaterra pasa a París, está en la corte. DUQUE: ¿Qué decís? ENRIQUE: Esta mañana en el puerto más cercano tomó tierra; que es Bretaña, la provincia más propincua a Ingalaterra, de Francia. Viene huyendo de su rey, en el favor confïada del nuestro, que es su pariente, y aunque poco acompañada, no quiere pasar sin veros. DUQUE: Avisen luego a madama Clemencia, y a recibirla vamos todos. ENRIQUE: Ya está en casa.
Sale LEONISA, a lo inglés, bizarra, y CARLÍN, a lo gracioso, también inglés
LEONISA: No nos eches a perder. CARLÍN: Bona guis toixton. Palabras inglesas hablaré solas, y en lo demás chite y calla. LEONISA: Deme los pies vuestra Alteza. DUQUE: Gran duquesa, no esperaba nuestra corte tanta dicha. (¡Cielos! ¿Ésta no es la cara Aparte de Leonisa, la pastora? Mas no; que en brevedad tanta, ¿cómo engañarme pudiera? Su rostro y talle retrata.) FILIPO: (¿No es mi Leonisa ésta, cielos? Aparte Mas--¡ay, ojos!--que os engañan mentirosas apariencias.) ROGERIO: Primero que a París parta vuestra excelencia honre esta corte, que ya siente que se vaya. LEONISA: Por serviros, gran señor, dilataré mi jornada.
A CARLÍN
FILIPO: Diga, señor caballero, ¿cómo se llama madama la duquesa? CARLÍN: Bona guis toixton. FILIPO: No entiendo palabra. ¿Tiene su asistencia en Londres? ¿Es doncella o es casada? CARLÍN: Bona guis toixton. FILIPO: ¿Qué es esto? ¿Hay figura de más gracia? ¿Es caballero? CARLÍN: Monsiuro. FILIPO: Gracias a Dios que ya habla palabras inteligibles.
Sale CLEMENCIA
CLEMENCIA: Si el duque está sano y paga mi voluntad en albricias, excede mis esperanzas, señor. DUQUE: Advertid, sobrina, que tenéis en vuestra casa la duquesa de Clarencia, para honrar nuestra Bretaña. CLEMENCIA: Vueselencia. (¡Ay, Dios! ¿qué miro? Aparte ¿no es iquesta la serrana hechicera de mi esposo?) CARLÍN: ¿Mas que aquí mos desacatan? Aparte
Sale PINARDO
PINARDO: No está en la prisión Leonisa. DUQUE: ¿Cómo es eso? PINARDO: También falta el rústico que traía. CARLÍN: (Temblando están mis lunadas.) Aparte CLEMENCIA: Ésta es, Leonisa, señor, y éste el villano, que engañan tu corte, si no la hechizan. DUQUE: ¡Bárbaro! ¿Quién eres? Habla. CARLÍN: Bona guis toixton. CLEMENCIA: ¡Matadle! DUQUE: Sosegad, Clemencia; basta. CLEMENCIA: ¡Matadle! CARLÍN: Bercebú lleve el bona guis y las bragas. Yo soy Carlín, señor duco, y ésta Leonisa, empanada inglesa, que sacó el conde, porque Rogerio lo manda. DUQUE: Conde Enrique ¿cómo es esto? ENRIQUE: Rogerio ha sido la causa de que estén estos dos libres. CLEMENCIA: Ésta es Leonisa; matadla. ROGERIO: Clemencia, sedlo en las obras. DUQUE: No será vuestra ira tanta, que gustéis de dar la muerte aquí a quien es vuestra hermana. CLEMENCIA: ¿Quién es mi hermana? DUQUE: Leonisa, la que ha sido tan llorada de vuestros padres, perdióse, y hoy el cielo os la restaura. CLEMENCIA: ¡Ay, hermana de mis ojos! No hay para qué hacer probanzas. La sangre sin fuego hierve; reconocido te ha el alma. Dame esos brazos. LEONISA: ¿Qué es esto? PINARDO: No eres, Leonisa, villana; hija, sí, del de Borgoña. ROGERIO: ¡Ay, gloria de mi esperanza! LEONISA: ¿Yo soy duquesa, señores? DUQUE: De Borgoña sois infanta. LEONISA: ¿Y esposa del duque, quién? DUQUE: Clemencia. LEONISA: Pues no soy nada. ROGERIO: Melancólico estaré toda mi vida, si pasan adelante los efectos por no remediar la causa. Leonisa ha de ser mi dueño. CLEMENCIA: Siendo Leonisa mi hermana, en albricias de su hallazgo, mi amor en ella traspasa su acción. LEONISA: Las manos te beso. ROGERIO: Sed, pues, hoy en todo franca. Dad la vuestra al conde Enrique. CLEMENCIA: Cuando dispensare el Papa. DUQUE: También será menester para los dos. CARLÍN: ¡Alto! vayan por otra para Carlín, que esta comedia se acaba sin bodas. Tirso la ha escrito; a quien la juzgase mala, malos años le dé Dios, y a quien buena, buenas pascuas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002