ACTO TERCERO


 
Salen ROBERTO, LUCIO y FILIPO, estudiantes
ROBERTO: ¡Notable ingenio! LUCIO: ¡Espantoso monstruo es Bruno en todas ciencias! ROBERTO: Con exceso se llevara la cátedra, aunque con ella se llevara la tïara. FILIPO: No hay quien le haga competencia. LUCIO: A su maestro Dïón, con ser águila en las ciencias, se aventaja aqueste monstruo. ROBERTO: Así él mismo lo confiesa, y como ha caído malo, y la muerte se le acerca, que a su cátedra se oponga me han dicho que le aconseja. LUCIO: Es Dïon un grande santo; a Dios goza acá en la tierra; llórale todo París, que de él maravillas cuentan. ROBERTO: En fin, ¿a la oposición se hallan el rey y la reina de Francia? LUCIO: Quieren honrar a Bruno, y por experiencia ver lo que la fama a voces de su mucho estudio cuenta. FILIPO: Si lee cátedra de prima y es canónigo en la iglesia de París, no será mucho que lleve una mitra. ROBERTO: Y sea la de arzobispo de Remes, o un capelo le engrandezca. LUCIO: Los reyes y los doctores salen al acto. ROBERTO: A mi cuenta está un argumento. FILIPO: Todos delante la real presencia argüiremos, aunque Bruno nos concluya y nos convenza.
Salen BRUNO, de clérigo, MARCIÓN, de gorrón, MARCELA y LAURA, damas, de estudiantes, el REY, la REINA, doctores y estudiantes de la universidad. Tocan música. Los reyes se colocan en un sitial. BRUNO en una silla, y delante un bufete con unas conclusiones. Los doctores y estudiantes siéntanse en un banco, y en otro MARCELA, LAURA y MARCIÓN. Levántase BRUNO, y siéntase luego al empezar
BRUNO: Cuestión antigua y reñida, con no pocas competencias, es, cristianísimos reyes, amparo de la ley nuestra, entre sabios y soldados sobre cuál profesión sea mayor en nombre y en fama, o las armas o las letras. No me atreveré a mostrar cuál de los dos lo merezca, por no ofender a la una, aunque en cátedras y guerras seguí entrambas profesiones, que respeto en la grandeza del cristianísimo rey la espada, noble defensa de la fe por tantos siglos; mas diré por cosa cierta que letras y armas se hermanan, y sólo se diferencian en que las armas se ayudan de las corporales fuerzas, como las letras del alma, pues unas y otras pelean. Las armas son instrumentos belicosos, que sujetan, mediante el valor invicto, materiales resistencias; las letras, con argumentos, silogismos y entimemas, que convencen el discurso y la más noble potencia. Éste al presente me toca, puesto que temblar pudiera delante la majestad y soberana grandeza de los católicos reyes; mas si el argüir es fuerza donde el ánimo acredita y donde el temor alienta, en la oposición que he hecho a la cátedra suprema de la sacra teología, que está vaca en las escuelas, por no volver las espaldas, el mantener será fuerza los puntos que me han cabido, aunque pobre en suficiencia.
Levántase y descúbrese
Y así, sacras majestades, luz de la sangre francesa; rector, maestro decano, digno de memoria eterna; insigne universidad, donde viven en su esfera las musas y las virtudes, el saber y la elocuencia, proponiendo mi cuestión en nuestra lengua materna, porque mejor la perciba la reina, señora nuestra, digo en el punto asignado y escogida controversia, que es, si puede la criatura ver de Dios la eterna esencia, con su virtud propia sola, y si hay naturales fuerzas que a ver en Dios sean bastantes la beatífica presencia. Ciertos filósofos hubo en la platónica escuela que ser posible afirmaron ver de Dios la esencia eterna una criatura finita en esta vida; que tenga virtud un hombre mortal en si para comprenderla. De este error blásfemo y loco dan a Eudomio por cabeza, de quien eudomios se llaman los que siguen esta secta. Así lo refieren muchos, como son Pselo y Nicetas, San Gregorio Nazianceno, Crisóstomo, Homilia tertia, de incomprensibilidad de Dios, y otros mil que en Grecia se opusieron valerosos contra sus plumas perversas. Siguieron estos errores después con bárbaras lenguas, Beguardo, Beguino y otros, con que en Alemania siembran ponzoñosas herejías, que ya condenadas quedan, conforme una clementina del concilio de Viena. Y entre otras autoridades que puedo traer con ella, basta alegar a San Pablo, sol claro de nuestra iglesia, que escribiendo a Timoteo, en la epístola primera y en el capitulo sexto, dice de aquesta manera, "Dios habita eternamente luz inaccesible, eterna, la cual ningún hombre vió, ni es posible pueda verla." Dejando, pues, este error como herético y sin fuerzas, pues ya no hay tan loco ingenio que le apadrine y defienda, digo, que afirmaron otros, puesto que con agudeza, Distinción cuarenta y nueve del cuarto de las sentencias, al número veinticuatro cuestión segunda y tercera, que aunque Dios no puede verse, por ser sol de luz inmensa, conforme a la orden común de nuestra naturaleza; porque según este orden nadie es posible le entienda, si con sentidos corpóreos primero al alma no entra, y siendo espíritu puro de Dios la divina esencia, no hay sentido que le alcance, por no tocar a su esfera. Con todo eso, realzando nuestra natural flaqueza, según el orden de gracia, la Divina Omnipotencia, puede una pura criatura alcanzar la inteligencia de Dios, y en mortales lazos ver la soberana esencia. Esta opinión es de Scoto, sobre la parte tercera de la distinción catorce, quaestione prima; y se prueba, porque toda facultad y cognitiva potencia que de algún modo termina al objeto su agudeza, quitado el impedimento extrínseco, que estorbo era para producir el acto y efecto que nace de ella, luego al momento obra fácil; sed sic est, que a la potencia del entendimiento humano, por más finito que sea, toca el conocer a Dios, pues es su naturaleza un objeto inteligible que en su latitud se encierra. Luego si el impedimento de la corpórea materia se quita, según la gracia, ¿no habrá quien a Dios no entienda? Pruebo la mayor asimili. La vista, que en las tinieblas no puede ver la color, que es su circa quam materia, luego que sale la luz, echando el estorbo fuera que impedía sus efectos, produce visión perfecta; igitur, si Dios quitase las imperfecciones nuestras y el conocer sin especies que los sentidos presentan su Divinidad, ¿quién duda que si immediate se viera, del entendimiento humano ser conocido pudiera? Pero todo esto, no obstante, mi conclusión verdadera es, que no hay pura criatura que con naturales fuerzas vea la esencia divina, la pueda gozar, ni entienda, si con la lumbre de gloria Dios no realza y eleva el crïado entendimiento, y animando su flaqueza, le da celestial valor con que hasta su objeto vuelva. Esta clara conclusión es de fe, según lo prueba en el lugar ya citado, el Concilio de Vïena, y como tal, adrmitida de la católica iglesia, me excusa de autoridades que puedo excusar por ella. Pero ratione probatur; entre el objeto y potencia tiene de haber proporción natural, medida y cierta. Dios es objeto infinito de virtud pura y inmensa; finito el entendimiento humano. Luego está fuera de la latitud debida. Luego confesar es fuerza que entre nuestra mente y Dios no hay proporción verdadera. Luego para conocerle es necesario que tenga una calidad sublime que de suerte le engrandezca mediante su actividad que pueda subir por ella a la divina visión, que lumbre de gloria sea. Otros muchos argumentos alegara en mi defensa; pero los propuestos bastan, pues para que resplandezca la verdad de mi doctrina, las impugnaciones vuestras, doctores sabios, ilustres, la harán más constante y bella. MARCIÓN: ¡Vitor, Bruno, vive Dios! ¿Qué papagayo pudiera hablar con más elegancia? ¡Vitor, Bruno! MARCELA: ¡Ay, prima bella! que me hechiza aqueste hombre con los ojos, con la lengua, con el talle, con la cara, con su gracia, con su ciencia. LAURA: Todo lo merece Bruno, que es Fénix de la edad nuestra. Calla agora y escuchemos los doctores que argumentan.
ROBERTO, en pie y descubierto
ROBERTO: Contra vuestra conclusion habita, primo, licentia a serenissimus regibus de la cristiandad defensa, et a domino rectore et decano, en quien se muestra en iguales paralelos la virtud y la nobleza, et a tota schola in qua en hermosa competencia, resplandent sciencioe et virtutes quae adquirunt famam aeternam acutissime Magister, águila de nuestra escuela, este argumento propongo, que parece me hace fuerza. Decís que no puede ver de Dios la naturaleza un entendimiento humano mientras que lumbre no tenga de gloria; pues sic insurgo, inútil es la potencia que no se reduce al acto, como Aristóteles prueba. Luego si a Dios, que es objeto inteligible, no llega la potencia intelectiva, por más finita que sea, en vano Dios la crió, y Dios saldrá de la esfera de inteligible, que es cosa absurda. Probo sequelam, Dios no se puede entender de quien con lumbre no venga de gloria; luego es forzoso que inteligible no sea. BRUNO: Arguit sic dominus rector, inútil es la potencia que no se reduce al acto, como el filósofo enseña. Concedo este antecedente ROBERTO: Ergo, como a Dios no vea el humano entendimiento, inútiles son sus fuerzas y en balde Dios le crió. BRUNO: Niego aquesa consecuencia. ROBERTO: Pruébola. Es inteligible Dios; luego es fuerza se entienda. No puede el entendimiento humano entenderle. Queda, según esto, defraudado de su virtud, o conceda que no es Dios inteligible. BRUNO: Respondo de esta manera. Nuestro entendimiento humano entiende lo que sus fuerzas alcanzan, no más, que es propio de todo agente y potencia. No puede alcanzar a Dios, cuya latitud inmensa excede infinito y puro nuestra natural flaqueza. Luego ¿por eso no es inteligible? Es quimera, afirmar tan grande absurdo. El Padre Eterno, que engendra al Verbo de su substancia, entiende su misma esencia, siendo el Hijo sacrosanto el acto y la especie expresa de su intelección divina. Luego ya probado queda que es inteligible Dios. Si no tiene el hombre fuerzas para entendeRle ¿estará, decid, aquesa impotencia en Dios? De ninguna suerte, que es primera inteligencia, sino en nuestro entendimiento, eso sí, cuya flaqueza no alcanza, por ser finito, a la infinita excelencia. Luego, es más inteligible de cuantas cosas encierra la máquina que crió. Y porque el hombre le vea, pues por sí sólo no basta, cría una luz pura y bella, que llaman lumbre, de gloria, para que a nuestra potencia de antojos de larga vista sirva, con que alegre llega al sol Dios, de quien depende nuestra beatitud eterna.
Levántase
TODOS: ¡Vitor! ¡Vitor! REY: Eso basta, No se arguya más, pues muestra, Bruno, cuán bien empleada es la cátedra que lleva. De mi parlamento os hago. BRUNO: Déle el cielo a vuestra alteza las dos coronas del mundo, pues tan magnífico premia mis merecimientos cortos. REINA: También corre por mi cuenta el honraros, Bruno sabio. BRUNO: ¿Qué honra de más grandeza que la de haberos tenido, gran señora, aquí? REINA Quisiera que hubiera vaca una mitra que honrara vuestra cabeza. Yo me acordáré de vos. BRUNO: Pisen las lunas turquescas vuestras flores de lis de oro imperando ambos en Grecia:
Vanse los reyes
ROBERTO: Conmutéis, señor doctor, la cátedra que se aumenta por regirla vos, en mitra de la más sublime iglesia. LUCIO: Darme puedo el parabién a mí, por lo que interesa con tal maestro mi dicha. FILIPO: París de hoy más se renueva, pues por oráculo os tiene. BRUNO: Ya yo sé mi suficiencia y cuan corteses honráis, señores, mis pocas prendas. Aquí estoy para serviros. LUCIO: La universidad espera veros honrando un capelo. BRUNO: ¿Qué más honra qué con ella?
Vanse los estudiantes
MARCELA: Si pueden dar amores parabienes en vez de dar favores, el mucho que os enseño os los da, que aunque en cuerpo tan pequeño, vive un amor gigante que os desea, cual sabio, ver amante. BRUNO: No entiendo vuestro enigma. LAURA: ¿Cuando lleváis la cátedra de prima, que vuestro ingenio exalta, decís, señor, que entendimiento os falta? BRUNO: Es facultad diversa la que en amor, no en cátedra, conversa. MARCELA: ¡Ay, Bruno! yo os adoro. MARCIÓN: ¡Oxte, puto! Muchachos, guardá el toro. ¡Fuego de Dios! Resina, oliéndome vais hoy a chamusquina. MARCELA: Bruno, vuestra presencia, discreción, elegancia y suficiencia, desde el dichoso día que os vio para perderse el alma mía en Aviñón de Francia, aunque el amor en mi fue una ignorancia hasta allí no entendida, luego os rendí la libertad y vida, siguiéndoos en el traje que estoy hasta París, de mi linaje y nobleza olvidada, sólo en vos, Bruno, transformada. Quiso mi poca suerte, para darme tormento si no muerte, que al sacerdocio santo subisteis dando fuentes a mi llanto, y bastara, a ser cuerda, para olvidaros esto, mas recuerda amor con imposibles, en fe de que son llamas invencibles, pues si os amaba antes, ya os adoro con fuerzas tan constantes, que si me sois ingrato, seré de Dido un mísero retrato. Laura, pues compañera de mis desdichas eres, sé tercera de mis remedios; díle lo que le quiero, y el cuchillo afile de su crueldad si intenta despreciar el amor que en mí aumenta. LAURA: Por vos las dos andamos tierras extrañas que hoy peregrinamos con el disfraz violento que veis. Pues Fénix sois de entendimiento, de voluntad agora lo sed, agradeciendo a quien adora vuestro talle gallardo, que si correspondiente no os aguardo, juzgaré a grosería la ciencia que os ilustra aqueste día, BRUNO: ¡Oh, invencible hermosura! No hay resistencia para vos segura. ¡Oh, ciegas pretensiones! ¿Qué pretendéis con tantas invenciones? Ni en mi patria bellezas, ya seguras rendidas fortalezas, que a costa de seis años pararon en dañosos desengaños; ni en la guerra, soldado, de Amor desnudo escapa Marte airado, pues aun padezco agora persecuciones largas de Visora, sino que hasta en las letras, libros derribas, cátedras penetras. Deidad ciega y desnuda, pues de estado mudé, de intento muda. Ya me acogí a sagrado; del sacerdocio gozo el sacro grado. Mas--¡ay, pasión tirana-- ¿qué inmunidad, qué asilo no profana tu fuego, si hay ejemplos de que violentas, como chozas, templos? Pobre de mí, que al paso que intento resistirme, más me abraso! MARCIÓN: Si son las dos mujeres, aun no tan malo, pues que gallo eres. Juzgábalos varones, y recelaba en ellos chicharrones. Apretemos con ellas, ¡cuerpo de Dios! Si te parecen bellas, si leer determinas, que también el Amor paga propinas; y mientras que las cobras, reduciendo palabras a las obras, si dormit ista tecum, ista me servirá de vademécum. MARCELA: Responde agradecido, o mátame, si intentas con olvido pagar, Bruno, amor tanto. VOZ: ¡Cuerpo santo! Dentro BRUNO: ¿Qué es esto? VOZ: ¡Cuerpo santo! Dentro
Sale ROBERTO
ROBERTO: Murió Dïón, si es cordura decir que murió quien vive la vida que le apercibe el cielo, y eterna dura. BRUNO: ¡Válgame el cielo! ROBERTO: París a voces santo le llama, y divulgando la fama que por las calles oís, desde el plebeyo hasta el noble a su túmulo se allega, y como a santo le ruega. No hay campana que se doble; antes repicando todas con nunca vistas señales, en vez de honrar funerales, fiestas le aprestan de bodas. Sus ropas cuantos le ven van a cortar a pedazos, y el cuerpo, huesos y brazos quisieran llevar también, a no hacerles resistencia la catedral clerecía, que con su cuerpo este día aumenten la reverencia de su templo, pues que vienen a añadir la devoción con este santo varón de las reliquias que tienen. BRUNO: Toda es deuda merecida de la mucha santidad de Dïón, su cristiandad, limosnas, virtud y vida. Tiene nuestra corte llena de fama que le bendiga; no hay lengua que de él no diga mil bienes. ROBERTO: París ordena, con un entierro pomposo, que le traigan a palacio, donde los reyes despacio, de su cuerpo milagroso las santas reliquias vean y le admitan por patrón. MARCELA: Era un gran santo Dïón. Justamente en él se emplean honras de concurso tanto. ROBERTO: Ya llegan con él aquí. MARCELA: Quiérame bien Bruno a mi, y sea o no Dïón santo. ROBERTO: En la capilla real le depositan, y en ella quieren por favorecella, que con pompa funeral los oficios se le hagan; y que han llegado recelo. BRUNO: Servicios hechos al cielo de aqueste modo se pagan. ROBERTO: El rey y reina son estos. MARCIÓN: ¿Cuando dos ninfas amamos, de requiem, señor, estamos? Sucesos temo funestos.
Salen LUCIO, FILIPO, el REY y la REINA con acompañamiento y estudiantes, Traen unas andas y en ellas a DIÓN, difunto, de clérigo, con bonete y borla. Los reyes llegan a besar la maito del muerto, y al mismo tieinpo arrodillanse LUCIO, FILIPO y otros
REY: llegad a reverenciar, esposa y señora mía, al santo que en este día nos ha de patrocinar con Dios. REINA: A quien Él levanta toda majestad se humilla. ROBERTO: Escuchad, que la capilla el fúnebre oficio canta.
Cantan dentro
VOCES: In memoria aeterna erit justus; ab auditione mala non timebit.
Levantándose de medio cuerpo, y echándose luego que habla
DIÓN: Por justo y recto jüicio de Dios, Juez Soberano, a jüicio voy. REINA: ¡Ay, cielo! REY: ¡Qué portento tan extraño! REINA: Sacad de aquí ese difunto, que no es posible sea santo quien pone en duda espantosa su salvación. ROBERTO: ¡Gran milagro! REY: ¡Válgame el cielo! ¿Es posible que un hombre tan estimado en boca de todo el vulgo, y por santo respetado, ejemplo de la virtud, en la doctrina un San Pablo, un San Hilario en la vida, un Gregorio en el recato un Antonio en penitencia, cuando los nobles, los bajos, desde la cama hasta el cielo subir dichosos pensaron, su salvación ponga en duda, y que él mismo haya afirmado que Dios le llama a su juicio ante su tribunal santo? MARCELA: ¡No sé si vivo o si muero! LAURA: ¡Las carnes me están temblando. MARCIÓN: De miedo mortal estoy medio desabotonado. ROBERTO: ¡Hay asombro semejante! FILIPO: El corazón se me ha helado en medio el pecho. LUCIO: Mejor es, Filipo que nos vamos. REINA: Sacadme de aquí este cuerpo. BRUNO: Reina y señora, rey sabio, doctores siempre discretos, escuchadme y sosegaos. No es digno de tanto asombro la que veis, puesto que espanto os cause que os hable un muerto, que siempre asombra lo raro. Dïón fue en París y en Francia por santo reverenciado, y hasta agora no tenemos certeza de lo contrario. Que va a juicio confiesa. ¿Qué indicios da de pecados? Ni, ¿quién dirá por aquesto que Dios le haya condenado? Con su divina justicia ¿quien hay recto, quién hay santo, si con ella David dice que nemo justificatur? ¿Pierde el tesorero fiel su crédito y fama en algo porque el rey le llame a cuentas y al recibo ajuste el cargo? Antes, si sale bien de ellas, por prudente y recatado, queda con nombre mayor y con su crédito en salvo. ¿Qué justo puede alabarse que le haya perdonado en el jüicio severo un pensamiento liviano? Podrá ser que este difunto tan bien haya administrado los talentos de su vida, que con Dios cuenta ajustando salga con nombre de fiel, y premiándole su mano, llame testigos el cielo de la gloria que ha ganado. Por santo le tienen todos. ¿Quién será tan temerario, porque Dios le llame a cuentas, que ose afirmar que no es santo? No le ha sentenciado el juez, pues cuentas le está tomando. Sepamos cuál sale de ellas, si libre, si condenado. No sin causa quiere el cielo que los que viéndole estamos, para mayor honra suya, que va a juicio sepamos. Prosigan, si vuestra alteza gusta, los oficios sacros, que ya podrá ser que quede del cielo canonizado. REY: Dices, maestro, muy bien. Hasta agora sólo ha dado noticia que va a juicio; ¿qué hombre hay que alcance tanto, que del Tribunal eterno libre quede, si el más santo teme el dar cuentas a Dios? Jerónimo está temblando con la trompeta al oído y la voz de "levantáos, muertos, a dar a Dios cuenta." Pues si él tiembla ¿qué me espanto, que, imitándole Dïón, nuestro olvido despertando, freno ponga a nuestros vicios, y así quiera escarmentarnos? Prosiga el fúnebre oficio. MARCELA: ¡Ay, amor torpe y liviano! Si a un santo pide Dios cuenta, ¿qué será de mí? ROBERTO: ¡Caso raro!
Cantan dentro
VOCES: Responde mihi quantas habeo iniquitates et peccata, scelera mea atque delicta ostende mihi.
DIÓN, alzándose de nuevo
DIÓN: Por justo y recto jüicio de Dios, Juez Soberano, en jüicio estoy. REY: Volvió segunda vez a avisarnos el aprieto en que se ve. REINA: Y en mí acrecientan desmayos que me asombran. ¡Santo Dios! ¡Qué espantoso y triste caso! MARCIÓN: Marción, desde hoy libro nuevo. No más sisas en el rastro, en la plaza, ni taberna, si con bien de aquesta salgo. MARCELA: ¡Jesús! Laura, aqueste aviso reprehende mis pecados. Yo haré enmienda en mi vida. LAURA: Vida nueva desde hoy hago. REY: Muestre aquí mi real valor el esfuerzo necesario. El fin tengo de saber de aqueste suceso extraño. Pues dice que está en jüicio, el fin que tiene sepamos tan severa y justa cuenta. Prosiga el oficio sacro.
Cantan
Responde mihi, quantas habeo iniquitates et peccata, scelera mea atque delicta ostende mihi. DIÓN: Por justo y recto jüicio de Dios, salgo condenado. REINA: ¡Jesús sea con nosotros! TODOS: ¡Jesús mil veces! REINA: Huyamos.
Vase la REINA
REY: ¡Oh, ciega opinión del mundo! ¡Oh, jüicios temerarios! ¡Qué de ello hay que saber en un corazón humano! ¿Dión se condenó, cielos? ¿El caritativo, el santo, el recogido, el virtuoso, el humilde, el cuerdo, el casto? ¡Qué diferentes que son, Dios eterno y soberano, vuestros divinos secretos de los nuestros, siempre falsos! ROBERTO: Yo pienso que la soberbia que al querub ha derribado y engaña a la hipocresía, a Dión ha condenado; porque cuando morir quiso dijo, loco y temerario, más que humilde, justo y cuerdo, "No quiero que en este paso, según su misericordia me juzgue Dios, porque aguardo que por rigor de justicia me dé el cielo que han ganado mis virtudes y paciencia." Y quien fía de si tanto, que por santo se averigua, condenarse no es milagro. REY: Si eso dijo, justamente, por loco y desatinado la justicia le condena quien da a la gracia de mano. Yo voy tan lleno de asombros como bien desengañado de que mientras uno vive, hasta en el último paso, no puede fïar de sí, pues como avisa San Pablo, quien está en pie, tenga cuenta no caiga, que es todo engaños.
Vase el REY
MARCELA: Al fin se canta la gloria. No hay hombre cuerdo a caballo; camino es aquesta vida llena de enredos y lazos. En un monasterio quiero, si hasta aquí me he despeñado, buscar por sendas estrechas otro más seguro y llano. LAURA: En todo quiero imitarte. MARCIÓN: Desde hoy me vuelvo ermitaño o motilón de un convento. Adiós, mundo inmundo y falso.
Vanse MARCELA, LAURA y MARCIÓN
BRUNO: ¿Qué hacemos aquí suspensos, señores? ¿Qué dilatamos nuestra salvación? ¿Qué hechizos nos desvanecen? ¿Qué encantos? ¿Qué importan letras y estudios, dignidades, honras, grados, libros, cátedras, oficios, si se condenan los sabios? Dichoso el pobre pastor que entre el grosero ganado, ignorante para el mundo, para los discretos zafio, es para Dios elocuente. Decid, ¿qué le aprovecharon fama y opinión de bueno a quien para Dios fue malo? Abrid los míseros ojos; no os predican desengaños los vivos ya solamente; los muertos nos están dando voces y ejemplos seguros. Púlpitos son ya de humanos los túmulos, desde donde un muerto está predicando. Si desengaños buscáis donde con torpes halagos no os divirtáis, el que veis es el mayor desengano. Dión, tenido en París por un vivo simulacro de santidad y virtud, sin bastarle los trabajos de estudios y de desvelos, el verse reverenciado de los príncipes y reyes, de los plebeyos y bajos; sin dalle ayuda sus letras, magisterios, honras, cargos, se condena, y por su boca pronuncia su horrendo fallo. ¿Y esperaremos nosotros en las cortes y palacios, entre ocasiones lascivas, entre tanto enredo y lazo salir libres? ¿No es locura? Amigos, desengañáos, pues el que presente vemos, es el mayor desengaño. A vida tan breve y corta, a tan inefable plazo, a juez tan recto y severo, a tan apretados cargos, ¿no despertamos, señores? ¿Nos dormimos descuidados? ¿Nos entretenemos locos? ¿Nos divertimos ingratos? Si un predicador difunto no es suficiente a quitarnos vendas de los ojos ciegos, prisiones de pies y manos, ¿qué desengaño lo hará? ¿Tan contumaces estamos que ya para convertirnos son necesarios milagros? ¡Oh, mil veces venturosos desengaños! Ya me aparto de ocasiones, pues he visto hoy el mayor desengaño. ROBERTO: A persuasiones tan ciertas, ¿qué bronce, Bruno, qué mármol podrá resistir rebelde? Un muerto vivo está dando liciones al ambicioso, y un vivo muerto miramos en ti, pues al mundo mueres y predicas desengaños. Pues de los despeñaderos nos apartas, ve guïando al camino, que nosotros queremos seguir tus pasos. LUCIO: Por mi capitán te elijo. FILIPO: A tu sombra asegurado procuraré desde hoy más escarmentar mis pecados. BRUNO: Eso sí, amigos discretos; en los desiertos y campos aún no está un hombre seguro, ¿cómo lo estará en patacio? En ellos Pedro a Dios niega, y para llorar agravios hechos contra el cielo, busca cuevas que ocultan peñascos. Lloremos con él nosotros, y también con él huyamos ocasiones engañosas, pues lo son de vuestro daño. Una orden de vivir muriendo, quiero enseñaros, donde aprisionéis sentidos, enemigos no excusados; freno a la lengua el silencio ha de poner, y candados a los oídos y ojos, si nos despeñan regalos. Penitencias nos den vida; perpetuo ayuno le mando a mi cuerpo, sin que guste otro manjar que pescado. Prisión y cárcel perpetua tendrán a los pies livianos a raya, y en su clausura darán al alma descanso. No ha de entrar mujer jamás en parte donde vivamos, ni en la iglesia que labremos, que así el peligro excusamos. Si este modo de vivir admitís, y como hermanos debajo de la conducta de Dios, os llamáis soldados, respondedme brevemente. ROBERTO: Todos humildes te damos la obediencia desde aquí, poniendo a tus pies los labios. BRUNO: Pues supliquemos a Dios ponga su divina mano y ayude nuestros principios, porque firmes prosigamos. Pero, atended; ¿qué es aquesto?
Se pondrán de rodillas. Suena música, y aparece sentado en un sitial el Papa HUGO, y un ÁNGEL va bajándo por invención, con siete estrellas en la mano
LUCIO: Un ministro soberano, abriendo Dios nuestros ojos y su potencia llevando, al sucesor de San Pedro llega, y con celestes rayos consuela nuestro temor. ¡Qué favor tan soberano! ÁNGEL: Piloto, que este gobierno de la nave que surcando almas para Dios flectúa, tienes dichoso en la mano; Dios quiere que prevalezca a tu sombra y con tu amparo una nueva religión, que Bruno desengañado comienza a fundar agora. A tus pies con seis letrados que con él el mundo dejan, vendrá; procura animarlos, que todos siete han de ser fundamentos soberanos de esta fábrica divina, significada en los rayos de estas siete estrellas puras. Ya les da sitio y espacio el valle de la Cartuja, de quien el renombre santo tomará su religión.
Cúbrese con música el ÁNGEL
HUGO: Si alista tales soldados nuestra militante iglesia, postrará viles contrarios. Yo les doy mi bendición.
Cúbrese el Papa
BRUNO: Dadme todos esos brazos en albricias de mi gozo, y en ejecución pongamos nuestros propósitos justos. ROBERTO: Si escarmienta el cuerdo y sabio en desengaños, aquéste es el mayor desengaño.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002