LA LEALTAD CONTRA LA ENVIDIA

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de LA LEALTAD CONTRA LA ENVIDIA fue preparada por Vern Williamsen en 1998 para incluirse en esta colección. LA LEALTAD CONTRA LA ENVIDIA se publicó por primera vez en la CUARTA PARTE DE LAS COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Madrid, María de Quiñones, 1635), que es la edición que tomamos como base para fijar nuestro texto con el apoyo de varias ediciones modernas. La edición príncipe, cuyo texto está bien conservado, es la fuente última, directa o indirecta, de todas las ediciones posteriores. Nuestro texto regulariza las indicaciones de personajes que hablan y su disposición gráfica, resuelve las abreviaturas y moderniza la puntuación y las grafías siempre que no tengan relevancia fonética. Cualquier añadido o enmienda al texto de la príncipe va entre corchetes.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Tocan dentro chirimías y trompetas como en la plaza cuando hay toros, silvos y grita, y salen OBREGÓN y CAÑIZARES
OBREGÓN: Acogerse, que el toril está abierto, y las trompetas hacen señal. CAÑIZARES: A recetas tan vïudas, lo civil de la fuga es más seuro que una muerte criminal. OBREGÓN: Otra vez hacen señal. CAÑIZARES: Aquel andamio es mi muro. OBREGÓN: ¿Hay bota? CAÑIZARES: Con munición de Alaejos. OBREGÓN: Esa afrenta tome Medina a su cuenta, pues solos sus vinos son los monarcas de Castilla. CAÑIZARES: Y a fe que en fe de su vino dicen que Baco es vecino de esta populosa villa; más todo lo forastero suele ser más estimado. OBREGÓN: ¿Qué hay más? CAÑIZARES: Conejo empanado y una pierna de carnero, tan tachonada de clavos, y para que en mas se precie, ojalada con la especie villana por todos cabos que se juntan las Molucas en ella con Alcalá di Henares. OBREGÓN: Cógense allá robustos ajos. CAÑIZARES: Caducas suspensiones de la taza que tiemblan de puro añejas, con un jamón, que en guedejas se deshile, harán la plaza que se te ande alrededor.
Grita como que sueltan al toro
UNO: Bravo toro. Dentro OTROS: Guárdate, hombre. Dentro OBREGÓN: Pedidle a la oreja el nombre si os preciáis de toreador; dos rayos lleva en los huesos y cuatro alas en los pies. CAÑIZARES: Barrendero valiente es. ¡Por Dios, que los más traviesos le van despejando el coso! OBREGÓN: A todos tiembla la barba. CAÑIZARES: ¡Fuego de Dios, cómo escarba y cómo bufa el barroso! UNO: ¡Jesús, Jesús, que le mata! Dentro OBREGÓN: ¿Cogióle? UNO: ¡Válgate Dios! Dentro CAÑIZARES: ¿Otra vez? De dos en dos cita, ejecuta y remata a pares las cabezadas. ¡Oh Minotauro español! OBREGÓN: ¿Hirióle? CAÑIZARES: No; pero el sol le alumbra las dos lunadas. OBREGÓN: Descortesmente se paga toro que hace tal castigo. CAÑIZARES: Debe de ser enemigo del Arzobispo de Braga. OBREGÓN: No experimento sus tretas. CAÑIZARES: Alto al tablado, Obregón, que éste, sin ser postillón, condena en las agujetas. UNO: ¡Corre, corre, que te alcanza! Dentro OBREGÓN: ¡Qué bien la capa le echó el que se le atravesó! CAÑIZARES: En ella toma venganza; ¡Oh! Cómo ojala y pespunta. ¡Dalle, dalle! ¿Hay tal porfía? OBREGÓN: ¡Fïadle una ropería! CAÑIZARES: No tiene de punta a punta palmo y medio su armazón. OBREGÓN: Más de algún culto dijera que se pone bigotera. CAÑIZARES: Aguardemos, que hay rejón.
Dentro suenan pasos de caballo con pretal
OBREGÓN: Alentado, caballero, ¡qué buen aire, qué bizarro¡ CAÑIZARES: Éste es Fernando Pizarro. OBREGÓN: ¿Quién? CAÑIZARES: El Marte perulero. El que ha dado a Carlos Quinto un nuevo orbe, que dilata, y de mil leguas de plata le trae al César su quinto. El más airoso soldado que Italia y que Flandes vió. OBREGÓN: ¿Éste es a quien hospedó don Alonso de Mercado? ¿El que en la justa y torneo hizo tan festivo estrago? CAÑIZARES: El lagarto de Santiago, en fe de tan noble empleo tiene en su pecho el lugar que es su centro y propia esfera. OBREGÓN: Extremadura te espera en estatuas venerar. Éste dicen que prendió al monarca Atabaliba, y de una suma excesiva de indios triunfante salió. CAÑIZARES: Cuatro hermanos son, que igualo a los nueve héroes que dan renombre a la fama; Juan, Francisco, Hernando y Gonzalo; pero el que ves sobre todos. OBREGÓN: Su presencia, lo asegura, venturosa Extremadura.
Suena el pretal como que se pasea
CAÑIZARES: Es sangre, en fin, de los godos, OBREGÓN: Ya ha dado a la plaza vuelta y hacia el toro se encamina. CAÑIZARES: ¡Qué bien al bruto examina! ¡Qué airoso que el brazo suelta caído con el rejón! OBREGÓN: El caballo es extremado. CAÑIZARES: ¡Hermoso rucio rodado! OBREGÓN: Su piel en oposición mezcla la nieve y la tinta; bellas manchas la hermosean. CAÑIZARES: Más las colores campean si la enemistad las pinta, en éste solo se enseña si quieres examinallo la perfección de un caballo: cabeza airosa y pequeña, viva, alegre y descarnada, los ojos grandes, abiertas las narices, por ser puertas del aliento; bien poblada la crin que el talle hace bello, de plata, espesa y prolija, que se escarcha y ensortija; ancho el pecho, corto el cuello, las dos caderas partidas, al pisar firmes y llanos los pies, echando las manos afuera, y tan presumidas, que a los estribos se atreven, tan sujeto al freno y fiel, que parece que con él le habla el dueño. OBREGÓN: Lición lleven los más diestros de lo airoso con que el gallardo extremeño quiere salir de este empeño. CAÑIZARES: ¡Qué atento le mira el coso! OBREGÓN: Aguardernos esta acción, que no es bien mientras subamos al tablado que perdamos tan vistosa ostentación.
Suena el pretal como que se pasea
CAÑIZARES: Repara con el aseo que paso a paso se va al toro. OBREGÓN: ¡Qué atenta está la plaza! CAÑIZARES: El común deseo le favorece. OBREGÓN: Ya el bruto le encara, escarbando el suelo, y hacia atrás tomado el vuelo, airado, diestro y astuto reviene la ejecución del golpe. CAÑIZARES: Y el don Fernando la nuca le va buscando con el hierro del rejón.
Ruido del caballo y pretil, como que acomete
OBREGÓN: ¡Oh, quiera Dios que le acierte! CAÑIZARES: Ya le embiste. OBREGÓN: Con él cierra. UNO: ¡Válgate Dios! Dentro CAÑIZARES: Cayó en tierra el toro. UNO: ¡Extremada suerte! Dentro
Chirimías
OBREGÓN: Tan dichosa como cuerda. CAÑIZARES: Pienso que al caballo hirió. OBREGÓN: No pudo, que le sacó veloz por la mano izquierda y la presa hizo en vacío la bestia. CAÑIZARES: Patas arriba aplaude a quien le derriba. OBREGÓN: Todos celebran su brío. CAÑIZARES: Dejóle dentro una braza desde la nuca hasta el cuello. OBREGÓN: ¡Lance airoso, golpe bello! CAÑIZARES: Vítores le da la plaza. OBREGÓN: Y con razón, que su gala mayor aplauso merece. CAÑIZARES: ¿En qué el toro se parece a la comedia que es mala? OBREGÓN: Buen enigma; alto al tablado. CAÑIZARES: ¿En qué se parecen, digo, el toro y comedia? OBREGÓN: Amigom parecense en lo silbado.
Vanse OBREGÓN y CAÑIZARES. Salen don Alonso de QUINTANILLA y don FERNANDO, como que se apea de dar el rejón, y con hábito de Santiago, y CASTILLO, su criado
QUINTANILLA: Don Fernando, estos abrazos os doy por dos parabienes, y entrambos son tan solemnes, que a transformarse sus lazos en laureles, consiguieran la dicha de coronaros; dedícooslos por hallaros en España. No pudieran darme nuevas de igual gusto. Los míos también os doy por la acción con que honráis hoy estas fiestas, pues fue justo, cuando Medina del Campo, católica, las ordena a la Cruz, que fue de Elena tesoro que halló en el campo, como el Evangelio dice, oculto y del orbe luz que honrando vos con la cruz el pecho noble y felice, hallase en vos igual pago, pues una y otra divina festeja a la de Medina hoy en vos la de Santiago. Bizarra demostración, tan dichosa como diestra, acaba de darnos muestra de que vuestros hechos son dignos de infinitas famas. Con razón podrán teneros, sí, envidia los caballeros, en su protección las damas. ¡Sazonada y feliz suerte! FERNANDO: La de hallaros lo será, dejad de encarecer ya el dar a un bruto la muerte, que los de toros y dados consisten en la ventura. QUINTANILLA: Juzgábala yo segura mientras que fuimos soldados y camaradas los dos en Italia. FERNANDO: ¡Oh, capitán, qué vida aquella! QUINTANILLA: Ya están, desde que faltasteis vos las cosas tan diferentes que no las conoceréis. FERNANDO: Múdanse, como sabéis, los sucesos con las gentes, pero el César--Dios le guarde-- en Nápoles y en Milán reina; huyóle Solimán, sólo con Carlos cobarde. Túnez le paga tributo, a pesar de Barbarroja, al ciego sajón despoja, cubrió el Lansgrave de luto presunciones que Lutero llenó de torpe arrogancia; preso en Madrid, lloró Francia a su Francisco primero. Roma le dió la obediencia, bien que a costa de Borbón; Duques los Médicis son con su favor en Florencia. Capitanes y soldados tiene de inmensos valores. ¿Qué le falta? QUINTANILLA: El ser mejores siempre los tiempos pasados. ¿Acordaisos de aquel día, que nos hallamos los dos, alférez entonces vos, Fernando, en la de Pavía; cuando el marqués de Pescara al rey Francisco prendió, que porque la honra nego al marqués, de acción tan rara, un capitán italiano, le desafïasteis? FERNANDO: Fué en las hazañas y fe prodigio algo más que humano el marqués. ¿Qué maravilla, si se llamó don Fernando de Ávalos, ilustrando sangre que le dio Castilla, que un don Fernando volviese por otro? Él lo mereció;, mas también me acuerdo yo, porque el crédito, os confiese en que el César siempre os tuvo, que cuando su majestad, después que dió libertad al dicho rey, y él no estuvo firme en la correspondencia a tanta piedad debida, su ingratitud conocida, e irritada su paciencia, que de persona a persona le envió a desafïar, y a vos os hizo avisar, que partiendo a Barcelona, le hiciésedes compañía, por si fuese dos a dos el combate, que de vos valor tanto el César fía. QUINTANILLA: Excusóse el Francés de eso y quedóse mi alabanza no más, que en esa esperanza, pesóme, yo os lo confieso. Dichoso vos, don Fernando, que no cabiendo en el mundo, buscasteis otro segundo nuevos polos conquistando, que el Non plus ultra dilata, y al César su globo humilla. FERNANDO: Don Alonso Quintanilla, fama pretendo, no plata. QUINTANILLA: Con una y otra se adquieren blasones y estados grandes; ricos de fama hay en Flandes, que pobres de plata mueren. Yo vengo ahora de allá tan cargado de papeles, como el honor de laureles, pero juzgaréme ya por dichoso y bien premiado, pues veros he merecido. FERNANDO: Todo lo que he adquirido es vuestro. QUINTANILLA: No interesado, amigo sí, me estimad, que son más firmes tesoros. Gocemos ahora los toros, y aquella ventana honrad, oíreis aplausos desde ella, que la plaza os apercibe.
Gritos y ruído, dentro, de fuego
FERNANDO: Quien de adulaciones vive poco le debe a su estrella. Pero escuchad, ¿qué rüido es éste? UNO: ¡Agua, que esta casa Dentro se quema! OTRO: ¡Agua, que se abrasa Dentro esta acera! OTRO: Ya ha cogido las puertas el fuego. OTRO: Ayuda, que me abraso. OTRO: ¡Que me quemo! OTRO: ¡Que me ahogan! QUINTANILLA: ¡Triste extremo! FERNANDO: ¡Qué brevemente se muda el regocijo en cuidados! QUINTANILLA: Confusa con la congoja toda la gente se arroja sin sentido a los tablados desde los balcones. FERNANDO: ¡Llamas terribles; incendio extraño! QUINTANILLA: El sobresalto hace el daño mayor. ¡Qué de hermosas damas sin reparar en recatos se arrojan y precipitan! FERNANDO: ¡Y qué poco solicitan su remedio los ingratos pretendientes de su amor! QUINTANILLA: ¿Pues qué ayuda pueden darlas, si aunque intenten ampararlas contra el fuego no hay valor? FERNANDO: No desamparar su lado en peligro tan urgente.
Gritos de dentro y ruido como que se ha hundido un tablado
QUINTANILLA: La multitud de la gente con todos hundió el tablado. UNOS: ¡Jesús, Jesús! Dentro OTRO: ¡Que me matan! Dentro OTRO: ¡Que me ahogan, confesión! FFRNANDO: ¿Hay más triste confusión? OTRO: ¡Agua! Dentro OTRO: ¡Favor! Dentro FERNANDO: Se retratan sus congojas en mi pecho. ¡Ah, cielos, que no haya traza de socorrerlos! QUINTANILLA: La plaza va toda allá sin provecho, porque antes la multitud estorba que favorece. FERNANDO: Voraz el incendio, crece el espanto y la inquietud. QUINTANILLA: En una silla han sacado del riesgo una dama bella. FERNANDO: ¡Válgame Dios! ¿No es aquélla doña Isabel de Mercado? ¿Qué espero aquí, si la adoro? UNO: Hüir, que el toril se ha abierto. Dentro UNOS: ¡Agua! Dentro OTROS: ¡Favor! OTRO: ¡Qué me han muerto! OTROS: ¡Confesión! QUINTANILLA: ¡Soltóse un toro! FERNANDO: Y hacia el tablado caído se encara contra la gente. QUINTANILLA: ¡Extraña ocasión! FERNANDO: Presente mi dama, desaire ha sido, cuando tanto la he querido, el no irla yo asegurar. ¿Yo tengo fe? ¿Yo sé amar? QUINTANILLA: A la silla ha acometido el bruto fiero, y los mozos huyen, dejándola en ella.
Embraza la capa y saca la espada
FERNANDO: Aquí valor, aquí estrella! No ha de malograr mis gozos la Fortuna, no la suerte; amor, ésta e mi ocasión.
Vase don FERNANDO
QUINTANILLA: ¡Gallarda resolución! Téngale envidia la muerte; contra el bruto cara a cara se arroja, y puesto delante de la silla, acción de amante, airoso a su prenda ampara. ¡Qué valientes cuchilladas; qué diestro que sale y entra, que animoso que le encuentra qué atentas y qué aseadas acciones! Ni descompuesto, ni con el riesgo turbado. UNO: ¡Bravo golpe! Dentro QUINTANILLA: Cercenado le ha la cabeza. Echó el resto su valor; aprenda de él el ánimo y la destreza. Dejádole ha la cabeza al cuello, como joyel, y dividido en pedazos el cuerpo, la arena tiñe, el acero heroico ciñe y a su dama saca en brazos.
Saca don FERNANDO desmayada en brazos a doña ISABEL
FERNANDO: ¡Tal desgracia y en tal día! Su mejor flor secó el mayo; dos almas cortó un desmayo, la de Isabel y la mia.
Sale CASTILLO
Esta casa es principal. Castillo, a esas puertas llama, prevén en ella una cama.
Vase CASTILLO
Si fuese, amigo, mortal este trágico accidente, las suertes se malograron, que envidiosos ahogaron los aplausos de la gente. QUINTANILLA: No hay que temer este extremo, que un desmayo ocasionado de riesgo tan apretado, es común. FERNANDO: Su muerte temo. QUINTANILLA: Las delicadas bellezas son flores que se marchitan, pero luego resucitan; porque sustos y tristezas desmayan, mas nunca matan.
Salen CASTILLO y CHACÓN
CASTILLO: Sube, señor, que ya abrieron. FERNANDO: Nueva esperanza me dieron las perlas que se desatan bordando cada mejilla. QUINTANILLA: Pues que llora, viva está. FERNANDO: ¡Oh, amanezca este sol ya! Don Alonso Quintanilla, esperadme aquí; Chacón, a don Alonso Mercado corre a avisar del estado en que tanta confusión nos ha puesto; di que asisto a su hermana mientras viene.
Éntrase don FERNANDO con la dama y también CHACÓN
QUINTANILLA: ¿Pues de fiesta tan solemne ha faltado? CASTILLO: No la ha visto. Poco a estas cosas se inclina, después que alcaide le ha hecho el César, de él satisfecho, de la Mota de Medina. QUINTANILLA: Es notable fortaleza, y en Castilla de importancia. CASTILLO: Los hijos del rey de Francia humillaron su grandeza teniéndola por prisión. QUINTANILLA: ¿Y es don Alonso casado? CASTILLO: Hasta poner en estado dos hermanas, perfección de la hermosura y nobleza, la desmayada Isabel y Francisca, pienso de él, que juzga a poca fineza darlas cuñada, que son casi suegras. QUINTANILLA: Vuestro dueño de la mitad deste empeño le sacara. CASTILLO: Inclinación muestra don Fernando extraña a doña Isabel. QUINTANILLA: Merece todo el amor que la ofrece su beldad. CASTILLO: Puede en España ser espejo de doncellas en virtud, honestidad, recato, afabilidad y discreción. QUINTANILLA: Partes bellas para hacer que don Fernando olvide al Perú. CASTILLO: Sería a lo menos feliz día para aquel orbe, si entrando en él con tan bella esposa don Fernando, mi señor, diese a las Indias valor su prosapia generosa. Huésped suyo agasajado ocho días ha en la Mota, amor, que esperanzas brota, bien puede de este Mercado feriar dulce compañía. QUINTANILLA: ¿Correspóndele la dama? CASTILLO: No sé que pase su llama extremos de cortesía; pues para que en más se estime el valor, que en ella adora, si afable y bella enamora, grave y honesta reprime.
Salen don ALONSO de Mercado, don FERNANDO Y CHACÓN
MERCADO: Ya mi Isabel, recobrada, volvió en sí, gracias a Dios, porque os debamos a vos fineza tan sazonada. Pagáis, en fin, la posada, que en mi casa honrado habéis de suerte, que igual hacéis mientras que de ella os sirváis al placer, que la asistáis, al pesar, que os ausentéis: Medina os queda deudora; porque sin vos, ¿que valieran fiestas, qué tragedias fueran si sólo el temor las llora? Con vos en gozos mejora pesares, que amenazaron desgracias; pero no osaron competiros cuando os vieron, pues dado que acometieron cobardes, no ejecutaron. El fuego os tuvo temor, pues vengando nuestra injuria, sólo hizo alarde su furia de vuestro invicto valor. Para que fuese mayor creció peligros la llama y cuando más se derrama, más la suerte os engrandece, que al paso que el riesgo crece, crece en el noble la fama. Ésta, en una y otra acción, parece que duplicada tuvo envidia vuestra espada a vuestro airoso rejón. Un toro a su ejecución rindió la rebelde vida, logrando en otra lucida vuestra espada su destreza, que a dejarle la cabeza pudiera quedar corrida. Muerto, en fin, a vuestros pies confesó, añadiéndoos famas, que aun un bruto con las damas es razón que sea cortés. Débeos mi hermana después nueva vida y ser segundo, y así en vuestro valor fundo que sólo, ensalzando a España, pudiera hacer tanta hazaña un hombre del otro mundo. FERNANDO: Soy yo, don Alonso, amigo, todo vuestro, y no es razón, que prendas que vuestras son alabéis, parte y testigo. Mas si con ello os obligo, creedme, a fe de soldado, que del Perú conquistado no estimo en tanto el laurel como ver vuestra Isabel libre del riesgo pasado. La desgracia repentina estas fiestas lastimara, si la beldad malograra que vale más que Medina. Cesó su fatal rüina, pasó el rigor como el rayo, que ocasionando al desmayo sobresaltos y temores, si congojó nuestras flores, volvio a alentarlas el mayo. Doña Isabel, mi señora, vuelve a casa, y asegura, cómo tras la noche oscura, con más belleza el aurora. Venid y démosla agora parabienes, pues no debe sufrirse que el premio lleve de una suerte bien lograda, el brazo solo y la espada, sino el alma que los mueve. MERCADO: Airosa es la bizarría que sabe para obligar, del modo que en vos, juntar al valor, la cortesía. Si fuera la hermana mía alma que el brazo os rigiera, dichas mi casa tuviera, que en vos estoy envidiando, vamos.
Vase don Alonso MERCADO. Sale don Gonzalo de VIVERO
VIVERO: Señor don Fernando, aparte hablaros quisiera. FERNANDO: Don Alonso, al punto os sigo; Quintanilla valeroso, vernos después es forzoso. QUINTANILLA: Adiós, don Fernando, amigo.
Vanse don Gonzalo de VIVERO y QUINTANILLA
CASTILLO: ¿He de quedarme contigo? FERNANDO: No, Castillo; con Chacón en casa espera. CASTILLO: A cuestión me huele tanto recato. CHACÓN: Horma topó su zapato que le apretará el talón.
Vanse CASTILLO y CHACÓN
FERNANDO: Ved en qué serviros puedo, pues solos nos han dejado. VIVERO: De vuestro cortés agrado con nuevas envidias quedo, pero no habéis de enojaros si apasionado y celoso me advirtiéredes curioso en lo que he de preguntaros. FERNANDO: Excusad esa advertencia; por que yo ya ha muchos años, que entre peligros y daños aprendí a tener paciencia; mas, celoso, sentiría haberos yo ocasionado a mal tan desesperado. VIVERO: Vos causáis la pena mía. ¿A cuál de las dos hermanas que os hospedan, queréis bien? FERNANDO: A entrambas, porque no estén quejosas, que en cortesanas obligaciones no hay tasa que reprima al liberal, ni fuera bien querer mal a quien me admite en su casa. VIVERO: No os déis por desentendido si sabéis la diferencia, que hace la benevolencia al amor correspondido. ¿De cuál de estas sois amante? ¿Quien vuestro cuidado obliga? FERNANDO: No sé, por Dios, lo que os diga a pregunta semejante. Pero podréos afirmar, que cuando hiciera el deseo en una o en otra empleo, oso tan poco fïar a ninguno mis afectos, que aunque dentro el alma moran mis pensamientos, ignoran unos de otros los secretos. Ved si será desvarío, no siendo amigos los dos que os fíe el secreto a vos, que al pensamiento no fío. VIVERO: Comunicando cuidados Amor su alivio procura. FERNANDO: Si más los de Extremadura somos en todo extremados, y en semejantes desvelos hay quien afirma, y no mal, que Amor nació en Portugal, y en nuestra patria los celos. Éstos, huyendo ocasiones, que con sospechas maltratan, son tales que se recatan de sus imaginaciones. VIVERO: Los que traigo ejecutivos, puesto que no tan avaros, me obligan a provocaros, entre otros, por dos motivos. La envidia de vuestra fama es el uno, porque temo que siendo con tanto extremo, me olvide por vos mi dama; el otro, la enemistad que causa la competencia. Hablan de vuestra experiencia, esfuerzo y capacidad, con tanta ponderación, cuentan de vuestras hazañas tan inauditas y extrañas cosas, que fábulas son. Dicen que en el occidente vuestro ánimo varonil mataba de mil en mil los indios, y que su gente, temblando el nombre español, por deidad os adoraban, y que en fe de esto os llamaban primogénito del sol; que un ejército vencisteis vos solo, sería de estopa, pero sin armas, ni aun ropa, a poco riesgo os pusisteis; que en la hazañosa prisión del bastardo Atabaliba, sobre las andas en que iba hallasteis de oro un tablón que pesaba dos quintales, y que el rey por redimir su prisión, hizo venir cargados de los metales, que han hecho tantos delitos, sumas de indios, que llenaron el salón, que señalaron, de tesoros infinitos, y puesto que sin provecho, obligaros pretendió, desde el suelo se atrevió el oro y plata hasta el techo. Que en el Cuzco despojasteis un templo al sol, cuyo muro de tablones de oro puro guarnecido, aún no apagasteis la sed, que avarienta hechiza, y que en otro de la luna os concedió la Fortuna vigas de plata maciza, tan grande, que las menores de cuarenta pies pasaban, que unos huertos le adornaban, cuyas plantas, yerbas, flores, con propiedad prodigiosa, troncos, ramos, hojas, frutos, peces, pájaros y brutos, imitando en cada cosa la misma naturaleza era todo de oro y plata. Sume el que en números trata si puede, tanta riqueza, o vos, que fuisteis testigo, con los demás castellanos, que hasta las trojes y granos del maíz, que es vuestro trigo, de ciento en ciento arrimadas, oro afirma, quien las sueña, hacinas había de leña al natural imitadas; que siendo de este metal, sólo para ostentación de su vana religión, agotaron el caudal al sol que produce el oro, esmeraldas se quebraron, que doce libras pesaron; atrévense a tal tesoro las novelas de estos días, con que la verdad se infama. ¿Leyó la crédula dama libros de caballerías, que osasen contar quimeras tan indignas de creer? Pues como cada mujer juzga estas burlas por veras, y agrada todo lo nuevo y a cada dama en Medina, que tiene en vos imagina un caballero del Febo, un Artús, un Amadís, y que si os llega a obligar, en dote le habéis de dar tres o cuatro Potosís; aumentáis este deseo con las suertes que lograsteis en los toros que matasteis, y en lo airado del torneo. La dama que socorristeis os confiesa obligación, su hermana os muestra afición; de toda la plaza oísteis aplausos, que hasta los cielos vuestra alabanza subliman, y sólo a mí me lastiman penas, envidias y celos. Yo adoro a una de las dos, que me obligó a preguntaros cuál de ellas bastó a prendaros; y pues no alcanzo de vos noticias, que me encubrís, tampoco quiero deciros su nombre, que intento heriros por los filos que me herís; mas aseguraros puedo que, puesto que no admitido, no me quejo aborrecido. Entre Medina y Olmedo, mi patria, la vecindad y frecuencia de sus nobles suele hacer con lazos dobles parentesco la amistad. Ésta, y amor que me abrasa, me ha obligado a que recele el riesgo que causar suele un competidor, y en casa, a esperanzas que de fuera; marchitándolas en flor, como es frecuencia el amor distante se desespera. Sólo un reparo procura mi resolución honrada, que es por medio de la espada, probar con vos mi ventura; pues muriendo a vuestras manos gano en lugar de perder, con quien supo merecer tantos laueles indianos; y si os doy, por dicha, muerte, que estos lances son acaso, toda vuestra fama paso a mi venturosa suerte; pues dando nuevo valor al esfuerzo, siempre han sido las hazañas del vencido despojos del vencedor. FERNANDO: Desacertados desvelos mi cólera han provocado. puesto que quedo vengado con haberos dado celos; mas porque advirtáis cuán lejos me tenéis de castigaros, quiero en lugar de enojaros, serviros con dos consejos. El uno es, que en ocasiones semejantes, procuréis ser, antes que os empeñéis, señor de vuestras acciones, pues si contra el ofendido os arrojáis destemplado, el reñir desbaratado es lo mismo que vencido. El segundo, que primero que toméis resolución, averigüéis la ocasión con que sacáis el acero; porque arriesgar vida y fama sin certeza del agravio, ni es acción de pecho sabio ni medrará vuestra dama, sino es la publicidad que con desdoro indiscreto en ofensa del secreto eclipse su honestidad. Respetos de la hermosura piden atento el cuidado, que honor y vidrio quebrado nunca admiten soldadura, y las de quien huesped fui, que de hoy más no lo seré, conservan el suyo en pie de suerte, que es frenesí imaginar, que conmigo den átomos de ocasión a vuestra imaginación; porque es el cielo testigo, que puesto que he examinado por lo exterior los afectos, que dentro el alma secretos no siempre encierra el cuidado, jamás en la que es mi dueño pudo un descuido o mudanza dar alas a mi esperanza; porque el agrado risueño que una mujer principal muestra al huésped de valor, si es el regalo mayor, no por eso da señal con que, pasando de raya, su amor intimarle pueda; que quien sin agrado hospeda dice al huésped que se vaya. Ya os constará, según esto, cuán poco seguro estoy de que preferido soy a vuestro amor; mas supuesto, que con empeños mayores se agravian vuestros recelos, que el cuerdo no pide celos si antes no adquirió favores, porque yo éstos no os impida, os doy mi fe de buscar color con que despejar la casa, si agradecida no profanada por mí, o ausentándome mañana a vuestra sospecha vana satisfacer. Mas si así aun no basto a aseguraros, ya veis que el puesto y la hora, de vuestra dama desdora la opinión que ha de obligaros. Volved cuando enmudeciendo la noche lenguas al día, honeste vuestra porfía con valor y sin estruendo, que a las doce, sin dar nota la gente que nos ve, en el terrero estaré del Castillo de la Mota.
Vase don FERNANDO
VIVERO: Este hombre juntó al valor la prudencia y el respeto; obligando en lo discreto da en lo valiente temor; mas yo con celos y amor, ¿cómo podré en su alabanza desbaratar mi venganza mientras no supiere de él que no es mi doña Isabel el blanco de su esperanza? Colijo por conjeturas, que quiere bien donde vive, pero ignoro a quien recibe por dueño de sus venturas, si de las dos hermosuras me encubre la qué me toca, lo que me niega su boca, mi industria averiguará, que con celos mal podrá ser muda la deidad loca. Esta noche ha de aguardarme como ofrece en el terrero; buscar un amigo quiero, que en esto pueda ayudarme. ¿Qué mucho, que atormentarme llegue el dudar y el temer? mi opuesto rico, mujer la causa de mi cuidado, él todo oro, ella Mercado, y Amor comprar y vender.
Vase VIVERO. Salen doña ISABEL y doña FRANCISCA
ISABEL: Aquí entre la amenidad de estos álamos, que son del castillo guarnición, que vivimos, si es verdad que Amor gobierna tu seso, y yo merezco saber quien te llega a merecer, me vuelve a referir eso; que estuve poco advertida en casa a tu relación, en fe de la turbación que puso a riesgo mi vida. Parece que el huésped nuestro te ha dado en que desvelar; vuélveme, hermana, a contar estas novedades. FRANCISCA: Muestro en declararte, Isabel, mi pecho, el último afeto que te tengo. ISABEL: Amor secreto, aunque seguro, es crüel. FRANCISCA: Digo, pues, que desde el día, que este hechicero Pizarro me deleitó en lo bizarro y obligó en la cortesía, di lugar a pensamientos que hasta entonces sosegados ya quieren amotinados ser causa de mis tormentos. Consideré su valor, y que, Alejandro segundo, conquistando un nuevo mundo se le dió a su emperador. Bastaba esto para hacerle señor de mi voluntad. ¿Qué hará pues mi libertad si esta tarde llego a verle aplaudido de las damas, envidiado de los nobles, añadir con suertes dobles dicha a dichas, fama a famas? De todo el pueblo querido, de la Fortuna amparado, de la plaza celebrado, de los cobardes temido, y, en fin, de tu vida dueño, pues sola amparada de él, nos hizo, doña Isabel, deudoras de tanto empeño. ¿Qué más quieres que te diga? Saca tú por consecuencias, si discurres, evidencias, que no quiere que prosiga la lengua, corta en hablar, si larga el alma en querer. ISABEL: Mucho te llego a deber, pues quieres por mí pagar deudas que yo sola debo; pues si bien nuestros cuidados, si obligan mancomunados, yo que el mayor logro llevo de esta usura, era razón, que este empeño asegurase, y liberal te sacase de tan nueva obligación. FRANCISCA: ¿Pues amas a don Fernando? ISABEL: No; pero si es acreedor, y tú le tienes amor por eso, ya estoy culpando mi remiso natural, y que en deudas semejantes a la paga te adelantes siendo yo la principal, FRANCISCA: ¡Ay!, hermana, esos desvelos si no envidia, celos son. ISABEL: Primero entra la afición y ésta abre puerta a los celos. Don Fernando ocupa agora, más que en nuestros galanteos, en la guerra sus deseos, que Marte no se enamora mientras que no se desnuda el arnés todo rigor; mándale el emperador que otra vez al Perú acuda, y si se ha de partir luego y aquí de prestado está, ¿quién duda que apagará tanto mar tan poco fuego? FRANCISCA: No sé que el mar le consuma; que si en Chipre se crió Amor, su madre nació, perla en nácar, de su espuma. Pero, ¿qué te importa a ti que yo me exponga a su olvido? ISABEL: Ver, Francisca, que has querido pagar finezas por mí; y desearte empleada en seguras profesiones, sin que llores dilaciones, antes viuda, que casada. Que gozos que no aseguran no se deben pretender y hay rosas que al parecer, deleitan pero no duran; luz de relámpago breve, sol y flores por febrero, amistad de pasajero, bebida en julio, de nieve, y presunción de belleza que al espejo se ha mirado, son como amor de soldado que se acaba cuando empieza. FRANCISCA: Nunca tan moral te vi; mas celos, Isabel mía, son todos filosofía y leen cátedra por ti. Pero mi hermano y el dueño de nuestra conversación, están aquí.
Salen don Alonso MERCADO y don FERNANDO
FERNANDO: La ocasión insta, y el plazo es pequeño; mándame el César que al punto me parta, amigo, a embarcar, mañana pienso marchar. MERCADO: Daisnos don Fernando junto el gozo y los sentimientos; menos mal hubiera sido el no haberos merecido nuestro huésped. FERNANDO: Son violentos los preceptos de la corte. MERCADO: ¿Pues por qué dan tantas prisas? FERNANDO: Reinan agora las brisas en los piélagos del norte; y, si esperamos las calmas de julio, es flema penosa. MERCADO: Con prisa tan rigurosa nos lleváis tras vos las almas. Góceos, Medina, siquiera esta semana. FERNANDO: Han llegado camaradas, que he obligado a este viaje, y quisiera que con cuatro compañías que llevo a esta embarcación no hiciese la dilación, como suele, demasías. Ya sabéis cuán fácilmente la gente se desbarata, y cuán mal los pueblos trata en que se alojan. MERCADO: Urgente causa dais. ¿Qué hemos de hacer? Hablad a mis dos hermanas. FERNANDO: Las perfecciones humanas que en ellas merecí ver, han de hacerme mal pasaje con su memoria. MERCADO: Ojalá la prisa que el César da, amigo, a vuestro viaje, fuera menos que mi intento imaginaba obligaros, si alguna pudo inclinaros, a que fuésedes de asiento dueño, y no huésped de casa. FERNANDO: ¿Qué más dicha, a haber en mí méritos que no adquirí y la fortuna me tasa? Empleos más generosos, don Alonso, las buscad, que merece su beldad dos Césares por esposos. FRANCISCA: ¿No nos daréis permisión, hermano, para llegar a agradecer y pagar tan precisa obligación como al señor don Fernando Isabel y yo tenemos? ISABEL: Avaro de suerte os vemos en esta parte, ocupando el tiempo todo con él, que estoy por pediros celos. MERCADO: Pedídselos a los cielos, que envidiosos, mi Isabel, nos le ausentan. ISABEL: ¿Cómo? ¿Cuándo? MERCADO: Mañana si a resistillo no bastáis. ISABEL: Este castillo, si fue, señor don Fernando, limitada habitación que os regaló cortamente, ya, desde hoy, por delincuente, os servirá de prisión; porque obligar dando vida y sin que se satisfaga rehusar admitir la paga, si no igual agradecida, ni dar término al aprecio que pide tanta importancia, o es género de arrogancia, o especie de menosprecio. FRANCISCA: No es posible que queráis deslucir tan razonado favor, como ha interesado mi hermana, si os ausentáis. FERNANDO: Antes, señoras, pretendo no añadir obligaciones que os confieso en ocasiones que os estoy tantas debiendo; porque el servicio pequeño que esta tarde os satisfaga favor fue, que se me haga, y yo el deudor de su empeño, que, a no animarme el temeros en el peligro en que os vi, ¿qué dicha o suerte hubo en mí que no confiese deberos? Vos guiasteis el acierto de mi espada agradecida, porque a quedar vos sin vida el perderla yo era cierto; y pues con aquel favor mi dicha aplausos mejora y siendo vos mi acreedora me empeñéis vuestro deudor, no me culpéis si adelanto mi ausencia por no aumentar deudas, sin poder pagar. ISABEL: Quedándoos por el tanto nos contentará la prenda. FRANCISCA: Preso estáis y ejecutado. FERNANDO: Soltádme, pues, en fïado, que donde falta la hacienda es bien que se le permita irla a buscar al deudor. ISABEL: Conforme fuere el fiador que nos deis. FERNANDO: Si se acredita mi palabra, yo os la empeño de volver de aquí a dos años. ISABEL: Largo plazo, pero extraños los intereses del dueño. MERCADO: La paciencia hará por él lo que en Jacob por su dama. ISABEL: Por que no ilustra la fama lo que padeció Raquel. ¿Por ventura era menor el tormento que sufría? Jacob engañó con Lía dilaciones de su amor; Raquel sola con más fieles finezas dilató engaños. MERCADO: No son catorce dos años, puesto que sí dos Raqueles mis hermanas, que fïadas en vuestra palabra y fe, os aguardarán. FERNANDO: Tendré hasta entonces represadas esperanzas, que después cumpláis, don Alonso, vos. MERCADO: Sí, ¿más en cuál de las dos fundáis las vuestras? FERNANDO: Cortés, la modestia siempre cuerda, teme mi feliz fortuna que por señalar la una la gracia de la otra pierda; y así, guardando el decoro que debo, afectos mitigo pues--¡oh don Alonso amigo!-- que al paso que la una adoro tengo a la otra respeto. Mis camaradas están aguardándome y tendrán quejas justas, que, en efecto dejan su patria por mí, si a visitarlos no voy, permitidme que por hoy los acompañe, que así cumplir finezas podré con que el noble amigos gana. Volveré por la mañana, y en prendas os dejaré, de la palabra que he dado, un alma que en compañía del favor y cortesía que en vos he experimentado estará en su natural, pues dando, señoras, muestra, que empeñada es prenda vuestra no habréis de tratarla mal.
Vase don FERNANDO
ISABEL: ¡Qué apacible! FRANCISCA: ¡Qué discreto! MERCADO: Soledad nos ha de hacer; pero, en fin, si ha de volver, dichoso dueño os prometo a la una de las dos.
Vase MERCADO
ISABEL: Tráigale el cielo con bien. FRANCISCA: Si los efectos se ven del alma, y Amor que es Dios penetra los corazones, perdido se va por mí. ISABEL: Nunca yo crédito di, Francisca, a equivocaciones; y si bien no me ha debido finezas de bien querer, no por eso he de perder la parte que me ha cabido en el amor que confiesa; que de ingrata me notara si su amor menospreciara. FRANCISCA: Será por lo que te pesa de ver que de mí se agrada. ISABEI Antes quedo persuadida. que al paso que presumida has de correrte burlada.
Vanse las dos. Salen don Gonzalo de VIVERO y PADILLA
VIVERO: ¿Ya vienes enterado en lo que has de decirle? PADILLA: Ya he estudiado tu pensamiento todo. Yo he de llegar a hablarle, mas de modo, que crea que imagino, que te hablo a ti. VIVERO: Sacarle determino, Padilla, de esta suerte, si a mi Isabel adora, o con su muerte asegurar desvelos. PADILLA: Valiente es, pero más lo son los celos; daréle de tu dama el fingido recado, pues si la ama fuerza es que sentimientos manifiesten ocultos pensamientos, que gatos y celosos desatinos despiertan con sus quejas los vecinos.
Sale don FERNANDO
VIVERO: Éste es sin duda. PADILLA: Sea. VIVERO: Aquí me aparto, porque no me vea. Padilla, sé discreto y averigua, ingenioso, este secreto; que si sirve a la dama de mi prenda, señor puedes llamarte de mi hacienda.
Retírase VIVERO
FERNANDO: Las once el reloj ha dado; ya vendrá mi opositor; qué poco duerme el Amor con sospechas desvelado.
Llégase PADILLA embozado y habla a don FERNANDO
PADILLA: Don Gonzalo de Vivero, doña Isabel, mi señora, como los celos no ignora que os ha dado el forastero, me previno a que saliese a este sitio a aseguraros. ¡Harto se holgára de hablaros! Mas si su huésped viniese, que aguardan para cenar, ocasionará malicias; mándame que os pida albricias, y bien me las podéis dar, porque se parte mañana el estorbo que teméis. Si de su boca queréis informaros, la ventana frecuentada os dará audiencia, volviendo antes que se ría la Aurora, madre del día. Añadid a la paciencia que hasta agora habéis tenido la que os pide hasta este plazo, que harto siente el embarado que estas noches ha impedido el hablaros, pues sin vos no hay cosa que la consuele. Ya sabéis por donde suele hablaros; volved y adiós.
Vase PADILLA
FERNANDO: De inadvertido tercero se fió esta vez el Amor; basta, que mi opositor es don Gonzalo Vivero. ¡Ah, cielos! No tan severo quisiera yo el desengaño; pues aunque cure este engaño mi perdida libertad, tal vez en la enfermedad hace el remedio más daño. ¡Amor! ¿Celos al partirme? ¿Desengaños por la posta? ¡Qué mala ayuda de costa para poder divertirme! ¡Qué bien hice en resistirme! ¡Qué mejor en recelarme! ¡Qué cuerdo en no declararme! ¡Qué sin prudencia en perderme! ¡Qué ignorante en detenerme! ¡Qué infeliz en ausentarme! Privilegiada creía de Amor la honesta beldad que amé, pero en esta edad con ellas nace y se cría. Creer que hay plaza vacía en bellezas con sazón, es ignorante opinión. Pretendan amantes tiernos en damas, como en gobiernos, la futura sucesión. Yo dejaré malograda mi memoria inadvertida como prenda que se olvida al salir de la posada. Doña Isabel obligada a don Gonzalo, ha deshecho maquinas que, sin provecho ni locura edificó, que amándola antes que yo, no he de usurparle el derecho.
Sale VIVERO
VIVERO: Con mis intentos salí, mis dudas certifiqué, sus querellas escuché, su discreción advertí. Sntenciado ha contra sí la razón me favorezca sola esta vez.
Llégase a don FERNANDO
No os parezca que descuidado o cobarde os vengo a buscar tan tarde. FERNANDO: No lo es mentras no amanezca, si bien primero que vos cierto desengaño vino, que siendo nuestro padrino en paz nos puso a los dos. Don Gonzalo de Vivero, de cierto aviso he sabido que quereis y sois querido; y en esta parte prefiero la justa acción que tenéis, porque yo, puesto que amante de vuestra dama, ignorante del favor que poseéis, aunque os fui competidor hasta este punto, no he dado indicios de mi cuidado, ni he merecido favor de que poderme alabar que me haya a vos antepuesto. Pero tengo, fuera de esto, algunas quejas que os dar; que el noble favorecido de su prenda, tan sin tasa, que a las rejas de su casa cada noche es admitido, con damas de jerarquía como la que vos servís, mientras que ni veis ni oís desdoros, no es cortesía ni fineza de discreto arrojaros a creer de ella lo que pudo ser, ni aún lo que es, si está secreto; pues mientras tuvisteis de ella imaginación tan vana la sospechasteis liviana que sobró para ofendella; y la mujer principal que recatada y honesta su voluntad manifiesta a quien se la muestra igual, es, la vez que se declara, tan a fuerza de rigores, como afirman los colores que amanecen en su cara. Esta ofensa es suya y mía porque contra la elección que hizo en ella mi afición, sospechasteis que podía inconsiderado amar, llevado de su hermosura, dama tan poco segura que se pudiese mudar. Ofenderla y ofenderme son dos delitos en uno, pero no es tiempo oportuno este de satisfacerme; que quiere ya amanecer y os espera vuestra dama donde otras veces mi llama, que no llegó a merecer lo mucho que envidio en vos, quiere servirla hasta en esto, habladla, que en este puesto, en vez de reñir los dos, he de alcanzar con su hermano, puesto que hoy he de partirme, que vuestras dichas con irme y os dé de esposa la mano. VIVERO: Puesto que en todo bizarro, don Fernando generoso, intentéis salir airoso, celos del valor, Pizarro, mas que de doña Isabel mudaron los de mi amor, ya yo os soy competidor, no en la dama sino en él. Ni doña Isabel me espera, ni el recado, que en mi nombre os dieron suyo, os asombre; que todo esto fue quimera de mi sospecha inventada para averiguar la prenda que adoráis, ni esto os ofenda, ni la victoriosa espada enmiende temeridades ya reformadas en mí, los hidalgos brazos sí que eternicen amistades. Restauraos a la esperanza que mi envidia os malogró; que no he de competir yo con quien en todo me alcanza; vos siipisteis merecerla, en las fiestas obligarla, en los peligros librarla, en la opinión defenderla; vos reprimís mis pasiones, yo me doy por convencido, que más fama han adquirido que las armas, las razones. Al Perú he de acompañaros, ésto habéis de concederme. FERNANDO: Si cortés queréis vencerme, amigo, intento imitaros. ¡Hoy habéis de ser esposo de doña Isabel, por Dios! VIVERO: ¡Vive el cielo, que si en vos, con los demás generoso, falta esta virtud conmigo; que aquí me habéis de quitar la vida. Ya no sé amar; ya en vuestra milicia sigo las armas; que el ocio infama. ¡O darme muerte o seguiros! FERNANDO: Con la vida he de serviros, y... VIVERO: No digáis con la dama, que esa os toca de derecho. FERNANDO: Ya mi camarada os nombro. VIVERO: Con tal blasón seré asombro del nuevo mundo. Esto es hecho. Amaneció con el día la dicha que apetecí. ¿Qué es esto?
Tocan a marchar
FERNANDO: Vendrán por mí marchando la compañía, que, con otras, por mandado del César, mandé alistar. VIVERO: ¿Luego, hoy habéis de marchar? FERNANDO: Tengo el tiempo tan tsado, que es fuerza que de esta villa salga al punto. Preveniros podéis despacio, y partiros a la posta, que en Sevilla os aguardaré, si acaso no mudáis de parecer. VIVERO: Ni a Olmedo tengo de ver, ni apartarme un solo paso de vos. Joyas y dineros traigo, que es la prevención de más provecho y sazón. FERNANDO: Siendo los dos compañeros, todo cuanto yo poseo por dueño propio os tendrá.
Tocan, y sale CASTILLO
CASTILLO: Deseosa la gente está de marchar. FERNANDO: Pues su deseo cumplamos; mas despedirme de don Alonso, es precisa obligación.
Sale don Alonso de MERCADO
MERCADO: ¿Tan de prisa, don Fernando, sin decirme el cuándo? Este disfavor las leyes de agravio excede. FERNANDO: Deudor que pagar no puede, la cara huye al acreedor. Ansí, excuso sentimientos de partirme y de dejaros.
Salen a una ventana doña ISABEL y doña FRANCISCA
MERCADO: Mis hermanas han de daros quejas justas, y escarmientos al amor que os han tenido. A la ventana os están culpando.
Don FERNANDO les hace cortesías
FERNANDO: Disminuirán querellas, si han advertido que volviéndolas a ver, la jornada han de estorbarme; porque hablarlas y ausentarme ¿cómo, amigo, podrá ser? MERCADO: Para todo halláis salida; no sé qué regalo os hacen, si los cortos satisfacen, de ropa blanca, en partida tan breve, nunca se labra lo que la obligación pide, pero como no se olvide su amor y vuestra palabra, desvelaránse las dos por gozar vuestra venida. FERNANDO: Quien bien quiere tarde olvida; adiós, caro amigo. MERCADO: Adiós.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

La lealtad contra la envidia, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002