ACTO SEGUNDO


 
Salen doña MARÍA, de hombre, y MANUEL de Sosa
MANUEL: Son con tanto fundamento tus quejas, doña María; tan justo tu sentimiento, tan grande la culpa mía, tanto mi arrepentimiento, que el silencio sólo puede responderte, pues en él, porque más confuso quede de mi descuido crüel, la pena el agravio excede. ¡Seis años de amor perdidos, tus méritos ofendidos, tus favores mal pagados, sin premio tantos cuidados y yo con tantos olvidos! Si disculpas les buscara, mayor mi delito hiciera, más tu enojo provocara y mayores causas diera A que el mundo me afrentara. ¿De qué servirá alegar olvidos de tanto amor con la ausencia y con el mar, si hago mi culpa mayor, pudiéndome despertar un hijo en cuyo retrato contemplando cada rato su hermoso original veía? ¡Ay, cara doña María, dame muerte por ingrato! MARÍA: No digas más, que en quien ama, Manuel, disculpa menor basta a despertar su llama, agravios perdona Amor, que por eso dios se llama. Siendo hombre tú, no me espanto que ausente no correspondas, a tus deudas y a mi llanto. Tantos mares cuyas ondas sepultaron bajel tanto, ¿qué mucho que puedan más que yo? Disculpado estás, que ya de la ley salieras de amante ausente si fueras más firme que los demás. Yo perdono lo pasado como enmiendes lo presente. MANUEL: No hay más amor bien logrado que el que en belleza prudente hace fácil su cuidado. ¡Qué discreta es tu hermosura, generosa en perdonar agravios de mi locura! MARÍA: No hay ciencia para tornar atrás el tiempo, ni hay cura que remedie lo pasado sino sólo el escarmiento. Manuel, ya estás perdonado; culpas venideras siento; sospechas me dan cuidado. Hermosa es doña Leonor, su padre gobernador, hombre tú, yo tu mujer; la riqueza y el poder se oponen contra mi honor. En el papel que te escribe delitos de amor confiesa, y a peligros te apercibe; la venganza portuguesa no en cera, en diamante vive; cosa que no es para escrita y que riesgos amenaza, mal su opinión acredita, si del secreto hace plaza, que amor mostrar solicita. No es mujer doña Leonor que hiciera ofensa a su honor, menos que estando segura de la fe con que procura burlar bellezas amor. Si ésta que cumplas espera y en ser tu esposa se funda, cristiano eres, considera lo qué será la segunda viva la mujer primera; que tengo a Dios de mi parte y un hijo hermoso en que estriba mi acción para condenarte; que es Diego, cédula viva de que no podrás librarte. Y si pagando mi amor dejas a doña Leonor, ¿qué remedio han de tener deshonras de una mujer, iras de un gobernador? MANUEL: No he de negarte verdades que entre tantas confusiones acusan mis libertades. Despeñáronme ocasiones, cegáronme mocedades; distancias de tu hermosura peligros atropellaron, que a plaza sacar procura mi suerte. ¿Cuándo acertaron el amor y la locura? En Dío fue huésped mío el gobernador, y en Dío, con haber, mi bien, tan poco de Dío a Dios, mi amor loco al tirano señorío de la belleza rendido, sin resistencia al valor, sin prevención al sentido, la conciencia sin temor y la mernoria en olvido, al inviolable respeto con que el huésped se asegura, me atreví; fïé al secreto delitos que mi locura saca en público. En efeto, persuasiones amorosas, frecuencias siempre dañosas, promesas, seguridades, y entre ellas, conformidades de estrellas ya rigorosas, en dos meses alcanzaron conyugales permisiones que palabras engañaron, que dispusieron traiciones y derechos profanaron. Partiéronse, y yo ignorante llegué ayer, porque hoy castigos padezca mi fe inconstante, con dos hijos por testigos y dos esposas delante. Pero, en fin, doña María, escoja la suerte mía de dos daños el menor, viviendo tú, no es Leonor mi esposa, ni mi osadía es bien que al cielo se atreva. Si te das a conocer harás en mi muerte prueba del rigor de una mujer deshonrada con tal nueva. Sólo un medio se me ofrece con que este daño excusemos. Si difícil te parece muera yo y acabaremos la pena que me enloquece. MARÍA: Como perderte no sea, propón peligros, y vea el mundo en mi amor constante sufrimientos de diamante que admire, aunque no los crea. MANUEL: Dentro de una hora, don Juan se ha de partir a Tanor, de una armada capitán, cuya amistad y valor aliento a mis penas dan. De su nobleza fïado, haciéndole compañía, saliéramos de cuidado; pero daré, esposa mía, sospechas, de ayer llegado, si hoy me ausento y me despido, regalado y persuadido de don García,que ignora agravios de honor, y ahora que le asista me ha pedido. Doña Leonor, si la dejo, contará desesperada lo que ha ocultado el consejo e impedirá mi jornada con mi vida airado el viejo. Vete con don Juan, amores, sin que descubras quién eres, que en pasando estos rigores, cuando algún tiempo me esperes podrás con gustos mayores premios debidos gozar de mi amor, y yo mostrar, si mudable te ofendí, que sé volver sobre mí como te supe olvidar. MARÍA: ¿Pues qué inconveniente tiene que yo me quede contigo? MANUEL: Muchos, si a saberse viene mi insulto, cuyo castigo será mortal; no conviene que tú participes de él. Don García es riguroso, la vejez es siempre cruel, si sabe que soy tu esposo y a su noble sangre infiel, alcanzaráte el rigor de su enojo. Al darme el hijo, triste fruto de mi amor, un hombre oculto me dijo, "Guárdaos del gobernador." Quien me avisa que me guarde de él, amores, ya hace alarde de que su agravio recela; siempre es vieja la cautela como el delito cobarde. Muera yo si ya está dada la sentencia contra mí, y no muerte duplicada con la tuya: quede en ti la imagen bella amparada de un hijo en quien resucito; luz hermosa que adoramos. Mi bien, ¿no será delito riguroso, si dejamos los dos huérfano a Diaguito? Claro está; mejor podré ausentarme cuando esté libre de ti, del rigor que temo. Vete a Tanor, que al punto te seguiré. MARÍA: ¡Ay, Manuel, que estoy dudosa de que quieres engañarme! En Goa Leonor hermosa; tú mudable y yo ausentarme cuando se llama tu esposa con un hijo? Si el postrero estiman los padres más, de tu olvido sólo espero que ingrato añadir querrás segundo agravio al primero. MANUEL: Plegue a Dios, prenda querida, si llorases ofendida mi lealtad y fe constante que vengativo levante peligros contra mi vida cuanto esta máquina encierra. Si navegase, la guerra del mar llevándome a pique naufragios no notifique inauditos; si en la tierra, entre caribes adustos, abrasados arenales, tigres del monte robustos, rayos de nubes mortales, rigores del cielo justos, todos juntos homicidas, verdugos de mis enojos, en las prendas más queridas ceben su furia a mis ojos, porque me quiten más vidas. MARÍA: Basta, mi bien, que me pones pasmo con las maldiciones que trueque en dichas el cielo. Amoroso es mi recelo, grandes tus obligaciones. Haz de mí lo que gustares, que amante en todo te sigo; mas consuela mis pesares con permitir que conmigo lleve a Diaguito. MANUEL: Que ampares gusto yo en su compañía soledades de mi amor que peligran en la mía si intenta el gobernador mi muerte. Hermosa María, a don Juan vamos a hablar. MARÍA: En fin, ¿me vuelvo a ausentar de ti? MANUEL: Seguiréte luego. A despedirme de Diego voy. MARÍA: ¡Qué de ello he de llorar! MANUEL: ¿Y cuál, sin él y sin ti he de quedar? En los dos toda el alma dividí. MARÍA: Bien mío, líbrete Dios de este peligro. MANUEL: ¡Ay de mí!
Vanse. Salen GARCÍA de Sá, CARBALLO y dos CRIADOS
GARCÍA: Cerrad con llave las puertas de todas aquestas salas. CARBALLO: (¿Cerrar las puertas? ¡Qué malas Aparte nuevas!) GARCÍA: No dejéis abiertas las ventanas. CARBALLO: (¿Eso más?) Aparte GARCÍA: A los dos nos dejad solos. CARBALLO: (Mal se ponen estos bolos; Aparte Carballo, en peligro estás.) GARCÍA: En viniendo quien os dije traedle también aquí.
Vanse los dos CRIADOS
CARBALLO: (Verdugo será, ¡ay de mí!) Aparte GARCÍA: Sosiégate ¿qué te aflige? CARBALLO: ¿Yo afligirme? Los culpados se aflijan. GARCÍA: Temblando estás. CARBALLO: Algunos gatos verás que maúllan encerrados. Tengo condición gatuna; abran, porque yo, señor, cerrado soy maullador y alíviame el ver la luna. GARCÍA: Sosiégate. CARBALLO: Ya sosiego. GARCÍA: ¿Eres bien nacido? CARBALLO: Sí; dicen que cuando nací mama y taita dije luego, y que a las voces primeras desocupé la posada de una madre agallegada anchísima de caderas. GARCÍA: ¿Gallego eres? CARBALLO: De a caballo; porque un rocín, aunque en pelo, me jubilaba del suelo. GARCÍA: ¿Cómo te llamas? CARBALLO: Carballo, porque no sé en qué fayancas mi madre, ausente el marido, jugando pidió el partido --Son las gallegas muy francas-- y un lencero algo molesto que el matrimonio terció perdiendo se levantó y yo me quedé por resto. Volvió el propietario a casa, y como ausente de un año vio que el devantal de paño se ahovaba, dijo, "¿Esto pasa? Mujer, ¿cómo habéis podido, en doce meses de ausencia sufrir tanta corpulencia? "Porque hogaño no ha llovido," respondió, y según lo prueba, el pronóstico del cura, no ha de parirse criatura hogaño mientras no llueva." Él, viendo que averiguallo era ofender a su honor, dijo, "Escarballo es peor." Por eso el hijo es Carballo. GARCÍA: Si sois gallego no dudo publiquéis cualquier secreto en viéndoos en aprieto. CARBALLO: Ninguno allá nace mudo. GARCÍA: Pues escuchad advertido aquellos golpes que dan allí fuera. CARBALLO: Oigo que están desahuciándome el oído. Sudando estoy por mil cabos. ¿Majan granzas ganapanes? ¿Por dicha en casa hay batanes? ¿Muelen maíz? ¿Plantan nabos? GARCÍA: Más riguroso es su oficio; allí os tienen de enterrar, si rehusáis el confesar, hasta el día del jüicio. CARBALLO: No le ha de haber para mí. Pues diga ¿qué me faltara si yo jüicio esperara? Moriré como nací; porque en lo que toca al seso tengo el celebro algo angosto. ¿Confesar? Sí; por agosto y cuaresma me confieso, que son cristianos respetos; y cuando no lo mandara la iglesia, me confesara sólo por decir secretos. Mas yo ¿por qué he de pagar, pecador de mí, señor, si mi sá doña Leonor tan bien supo aprovechar cosechas de su hermosura, que lo que en Dío tomó con renta en Goa pagó colmado en una criatura? Si yo no fui la comadre, si yo no hice el cohombro, ¿es bien que me le eche al hombro? ¿Que muera yo sin ser padre? ¿Que me azadonen en vida? ¿Que me maten sin testar? ¿Y que haya yo de pasar dolores de la parida? GARCÍA: No digas más; basta, sobra; éntrate, villano, allí. CARBALLO: ¡Plegue a Dios si te ofendí por palabra, ni por obra...! GARCÍA: Entra, infame, CARBALLO: Aunque me entierren, los santos están mirando mi testamento. "Item: mando que en Cacabelos me entierren, y no como a los caballos, sin clérigos y en corral, al cuero colateral, entierro de los Carballos."
Vase
GARCÍA: Sentenciad la información, honra, de vuestros agravios; si a hijos matan padres sabios, ponedla en ejecución. En grado de apelación. es superior tribunal la clemencia natural; declarad si la admitís. ¡Ay, honra! ¿Que no, decís? Pero sois de Portugal. Huésped que el honor profana de quien en su casa vive, que infama a los que recibe sin ley divina ni humana; hija noble que liviana hace su afrenta mortal, ¿no es bien que con muerte igual hallen el castigo en mí? ¿Qué decís, venganza? Sí; pero sois de Portugal. ¿Qué proponéis vos, Amor, porque lo segundo elija? ¿Que soy padre y que es mi hija única doña Leonor? ¿Que ha de acabarme el dolor de este irreparable mal? ¿Que no hay juez tan pedernal que a sí se mate? Está bien; no me espanto, que también sois amor de Portugal. Diga la prudencia ahora. Si doy muerte a quien me infama, ¿no queda viva la fama de afrentas publicadora? Si se casan, ¿no mejora mi discurso de consejo? Si está manchado el espejo, ¿no es más cordura limpiarle que perderle por quebrarle? Si a mi nieto infame dejo, ¿a mí mismo no me infamo? ¿Así no le legitimo? Triste en él, ¿no me lastimo si bastardo vil le llamo? Dudoso aborrezco y amo; perdono a un tiempo y castigo; soy padre y soy enemigo; soy el juez y soy el reo. Rehuso lo que deseo y huyo lo mismo que sigo. Venganza, sólo sois vos ley del mundo sin prudencia; ley de Dios sois vos, clemencia, y yo el juez entre las dos. Seguir al mundo y no a Dios es necia temeridad; rigor, filos embotad y adquirid con mi mudanza, no la honra en la venganza, sino la honra en la piedad.
Sale MANUEL de Sosa y échase a sus pies
MANUEL: Señor, mi mudo silencio trae en mi temor escrito procesos en mi delito. Contra mí mismo sentencio. Como juez te reverencio y como padre los labios humildes, pero no sabios, te piden en culpa tanta. GARCÍA: Levanta, Manuel, levanta, no despiertes mis agravios. Mejor sabes defender castillos que inclinaciones. Vences bárbaras naciones y no te sabes vencer. Triunfa de ti una mujer, ¿y haces de triunfos alarde? Ya llega el consejo tarde, tu misma culpa te afrente. Para los demás valiente, ¿para ti mismo cobarde? Espérame aquí encerrado, no salga la fama fuera; aquí mi deshonra muera, yo piadoso y tú casado. Diversamente hospedado serás de mi cortesía que yo de ti el triste día que me fue la suerte escasa: yo, sin honor en tu casa; tú, sucesor en la mía.
Vase
MANUEL: Cerca conclusión incierta del puerto le hallo más lejos, donde ni sondan consejos ni ve el discurso la puerta. No es en el golfo tan cierta la muerte como a la vista de tierra, si el cielo alista vientos que entre obscuridades a escollos llevan crueldades en nave que los embista. Muerte merecida aguardo si mi mal no determino, en mil se parte un camino y en cualquiera me acobardo. De dos a un hijo bastardo mi elección ha de ofender; de dos dejo una mujer deshonrada, y en las dos a un padre ofendo o a Dios. Elección: ¿qué hemos de hacer? Si elijo a doña María y a doña Leonor ofendo, el sepulcro están abriendo que encubra la ofensa mía; dicho me han que don García pretende--¡terrible aprieto!-- que en mí, en Leonor y en su nieto un castigo corresponda, una tierra nos esconda y nos encubra un secreto. Poco importara en mi vida satisfacer su rigor; pero en la de mi Leonor inocente y persuadida, a mis engaños rendida, en mis palabras fïada y en un hijo retratada, y que borre un daño igual la copia y original, no, Amor; no, Fortuna airada. Perdone mi hermosa ausente; hijo natural es Diego; no es bien que en la elección ciego bastardo a su hermano afrente; si su madre olvidos siente, sabia, peligros consulte, monasterios en que oculte la pena que la acongoja tiene Portugal; escoja uno que agravios sepulte.
Sale CARBALLO
CARBALLO: ¿Somos cristianos o moros? Cuerpo de Dios con la puerta. MANUEL: ¿Qué es esto? CARBALLO: La puerta abierta, yo en encierro, y no de toros. MANUEL: ¿Carballo? CARBALLO: ¿Qué carballeas cuando lo que no comí me cuentan? MANUEL: ¿Qué haces aquí? CARBALLO: Cera hilada; tú te empleas en gustos, y a mí, inocente, un azadón me da prisa, y sin responsos ni misa vivo habrá cuerpo presente. ¿Han de enterrarte a ti y todo? MANUEL: ¡Pluguiera, Carballo, a Dios! CARBALLO: Caminaremos los dos mejor; que ahora no hay lodo al otro mundo a la sombra, sin riesgo de calenturas, en hilando sepulturas --sólo el pensarlo me asombra-- por ventas cuando las haya, en carnes y a la ligera, tú en tu muerte caballera y yo en mi muerte lacaya. Comiendo, en vez de perdices, sapos avaros y feos, culebras, y por fideos gusanicos y lombrices. Mas las puertas abren ya; trocara yo esta ocasión en moneda de vellón: nuestro verdugo será.
Salen el gobernador, don GARCÍA de Sá y doña LEONOR
GARCÍA: La vergüenza es provechosa antes de hacerse el pecado; tarde te has avergonzado. Llega, y da a Manuel de Sosa la mano. LEONOR: De aquesa suerte moriré, aunque desdichada, contenta a un tiempo y honrada. CARBALLO: ¿Bodas hay, y luego muerte? Pues cásenme a mí también, no me entierren virginal. GARCÍA: Daros quiero bien por mal, aunque indignos de este bien. A don Juan de Mascareñas escogía mi elección. Ir contra la inclinación ocasiona no pequeñas dificultades después; que el matrimonio desdoran y necios los padres lloran llevados de su interés. Mi jurisdicción no llega al alma, que el señorío tiene en él libre albedrío. Mientras que don Juan navega honestad atrevimientos dándoos las manos los dos, y hallen los padres en vos, Leonor, sabios escarmientos. Hoy habéis de desposaros y hoy también salir de Goa; un galeón a Lisboa despacho donde embarcaros podréis. Lo más de mi hacienda va en él, cuya estimación llega a cerca de un millón; dote es vuestro, no me ofenda presencia que me ha quitado el honor así adquirido, hasta que encierre el olvido enojos que me habéis dado y llegue mi sucesor. Cumpla así este medio sabio, desterrándoos, con mi agravio; desposándoos, con mi amor. CARBALLO: Eso si despido al cura y pago en seco la cera; señores; ¿habrá quién quiera comprarme la sepultura? MANUEL: La justicia y la clemencia en ti eternizan memorias; perpetúe el tiempo historias; dé estatuas a tu prudencia, y tú a nosotros los pies. GARCÍA: Más vale que os deis las manos. MANUEL: ¡Jesús! Tropecé; inhumanos pronósticos; si al través dais con mi dicha, ¿qué intento? Desnudóseme la espada. GARCÍA: ¡Manuel!, ¿qué es eso? MANUEL: No es nada. Turbación de mi contento. ¡Ay cielos, dadme, Leonor, ese cristal! LEONOR: Ya os rendí con ella el alma. ¡Ay de mí! ¿Qué es esto? Mirad señor, que os debéis de haber herido; la mano me ensangrentaste cuando a dármela llegaste. MANUEL: ¡Ay, cielo, por mi ofendido! ¡Ay esposa despreciada! Ya empiezan presagios tristes a vengaros. GARCÍA: ¿Os heristes? MANUEL: Un dedo al volver la espada. LEONOR: Ataos en él este lienzo. MANUEL: Esto es señal, mi Leonor, que mezcla sangres amor, y en la que a daros comienzo veréis cuán unos los dos, al yugo de amor atados, la unidad de los casados logramos, que dijo Dios. GARCÍA: No hay que mirar agüeros ni miedos supersticiosos; el cielo os haga dichosos; poco tiempo hay, disponeros para el viaje es razón; ved lo que hay que apercibir, que esta noche ha de salir de la barra el galeón. Venid, que no es bien me venza de llanto que afrentas da. LEONOR: ¡Ay Dios! ¿qué fin tendrá boda que en sangre comienza? CARBALLO: ¿Vivo y sano y enterrar? ¡Oh trágicos azadones! MANUEL: María: mis maldiciones ya me empiezan a alcanzar.
Vanse. Salen doña MARÍA, de mujer, don JUAN y DIAGUITO
JUAN: Aguardaréle en Tanor, aunque dilate esperanzas que martirizan tardanzas. Ha de ser doña Leonor mi esposa, y es cada día siglo eterno mi deseo. Manuel de Sosa hizo empleo, hermosa doña María, digno en vos de su nobleza. Encubrióme vuestro ser, mas no se puede esconder disfrazada la belleza. Más decente es ese traje, hálleos en él quien os ama; respétoos como a su dama, si primero cono a paje de mi Leonor os tenía voluntad. MARÍA: Ya me prometo dichas de feliz efeto en la noble compañía de amigo tan generoso. Quiéreos mucho Manuel. JUAN: Paga mi fe; pero de él vengo no poco quejoso, pues no se fïó de mí ni quien érades me dijo. Tal esposa y con tal hijo; yo tan su amigo, ¿y así encubrirme sus amores? MARÍA: La brevedad del viaje; el andar yo en ese traje y el riesgo de sus temores disculpa le pueden dar. JUAN: ¿Qué riesgo pudo temer esposo de tal mujer en Goa para ocultar seguridades de amor; y encubriéndolas así querer que esperéis aquí? MARÍA: Hay quien le fía el honor en Goa, en fe de promesas imposibles de cumplir, que rotas han de surtir en venganzas portuguesas. Tiene padre poderoso; y en belleza, sangre y fama es igual a vuestra dama. Ved, con esto, si es forzoso excusar tan ciertos daños. DIAGUITO: ¿Dama y padre y que a Leonor se iguala y fía su honor? No hay voluntad sin engaños. Logre la vuestra y con bien le traiga a Tanor el cielo. JUAN: Señor Diaguito, recelo que, según os halláis bien, con vuestra ya conocida madre, os habéis de olvidar de vuestro padre y dejar de llorar por él. MARÍA: Mi vida, ¿á quién queréis de los dos más? DIAGUITO: Bueno es todo. A mi padre como a cabeza; a mi madre como alma suya. MARÍA: Y que en vos logra toda su ventura. Mucho os quiere Safidín. JUAN: La reina, su esposa, en fin, es vuestra dama. DIAGUITO: Es figura. MARÍA: ¿No os regala? DIAGUITO: Sí; mas besa demasiado señora, y tiene el olor de mora. ¡Si ella fuese portuguesa, aún, vaya! JUAN: ¿Vaya? Temprano; de tal árbol fruto tal; no os negará Portugal por lo tierno y cortesano.
Ruido de tiros
¡Salva en la playa! ¿Qué es esto?
Sale CARBALLO
MARÍA: ¿Naves nuevas? CARBALLO: Linda tierra; valle fértil, fresca sierra. JUAN: ¿Carballo? CARBALLO: ¿Señor? JUAN: ¿Tan presto vos aquí? CARBALLO: Y con mi señor. MARÍA: ¿Qué dices? CARBALLO: La verdad pura: altarimar cingladura, tomando puerto en Tanor, viento en popa y mar bonanza sesenta embocamos leguas. MARÍA: Pesares, ya os daré treguas. Amor, ya os daré esperanza. CARBALLO: ¿Qué renunciación es ésa de traje, señora mía? ¿De Acuña en doña María? ¿De soldado en portuguesa? MARÍA: Volver a mi natural, pues en mis dichas he vuelto. CARBALLO: Mi señor viene resuelto de vivir en Portugal. Capitán de un galeón el gobernador le ha hecho; que no le ha visto, sospecho, tan grande nuestra nación. Desembarcará mañana con un presente que envía a Safidín don García y a la reina, si es cristiana; que hoy ya es tarde, y así salgo a daros cuenta a los dos de esta venida, y a vos, señora, a deciros algo que os regocije al oído. MARÍA: Señal que albricias esperas.
Al oído
CARBALLO: ¿Viste todas las quimeras que los dos habéis temido en Goa, la muerte al ojo al creer que don García el nieto parto sabía y que fulminara enojo? Pues, no sólo no lo sabe, pero juzgando a favor que el capitán, mi señor, lleve a Portugal su nave, el cargo le ha dado de ella, y está esperando a don Juan para que esposo y galán de la Leonor, doncella al uso, alegre su padre, y aunque parió de esta traza correrá como otras plaza la tal, de virgen y madre. MARÍA: Todo lo dispone el cielo, a mis suspiros clemente. Mas doña Leonor, ¿qué siente de eso? CARBALLO: Darála consuelo el ver que secreto queda su atrevimiento amoroso, y que remudando esposo sirve a su padre y le hereda. MARÍA: Buenas nuevas te dé Dios; toma esta cadena. CARBALLO: Buenas son nuevas que dan cadenas.
A todos
Mientras que no os veis los dos, que será en amaneciendo, llevémosle allá a Diaguito en vez de papel escrito, pues en él está leyendo el amor que le tenéis. MARÍA: Mañana ¿no le verá? CARBALLO: Triste con su ausencia está. Si este regalo le hacéis daréisle la mejor cena que se puede imaginar. DIAGUITO: Madre, llévenme a embarcar con mi padre. MARÍA: En hora buena. JUAN: Yo le voy a prevenir refrescos, e iré con él a cenar. CARBALLO: Amigo fiel, en fin. JUAN: Débole servir. MARÍA: Diego: ¿en efecto, queréis dejarme por vuestro padre? DIAGUITO: Mañana vendremos, madre, a verla los dos. MARÍA: ¿No veis cuán mal dormiré sin vos? DIAGUITO: Madre, a fe que llore. MARÍA: Andad, y estos abrazos le dad de mi parte. CARBALLO: Adiós. DIAGUITO: Adiós.
Vanse don JUAN, CARBALLO y DIAGUITO
MARÍA: Ésta es la primer ventura, cielos, que mi amor os debe. Ya que es sola, no sea breve, pues no lo es la que no dura. ¡Oh mar, tu golfo asegura, siquiera en fe de mostrar cuánto va de amor a mar, color de cielos y celos; deja éstos, sé de los cielos retrato en no te mudar!
Salen don JUAN y CRIADOS
JUAN: Una falúa prevén que me lleve al galeón, y en ella el refresco pon que te apercibo. CRIADO 1: Está bien. JUAN: Cúbrela de banderolas que el aire alegren inquietas; chirimías y trompetas hagan aplauso a sus olas. ¿Queréis que vamos los dos a verle esta noche? MARÍA: Sí. CRIADO 2: Esta carta es para ti, y ésta también para vos. Al embarcarse, el crïado que ahora en tierra saltó que os las diese me rogó. JUAN: ¿Cartas? ¿Cúyas? MARÍA: ¡Ay cuidado! Ésta es de Manuel de Sosa. JUAN: Su letra es ésta y su firma. MARÍA: Nuevos recelos confirma mi desdicha rigurosa. Quien a la lengua del agua, pudiéndome ver, me escribe, nuevas penas apercibe, nuevas desventuras fragua. JUAN: Aguardar quien las traía a embarcarse para darlas, y en tierra disimularlas viniendo a vernos, no fía mucho su dueño de mí. MARÍA: Toda soy desasosiego. ¿Cartas y llevarme a Diego? Leed, don Juan, ¡ay de mi!
Lee
JUAN: "En Dio logró el secreto, don Juan, una coyuntura que dió en Goa a la hermosura fruto, de su causa efeto; don García tiene un nieto con que remoza sus años, esposa yo, amor engaños, Leonor gusto, vos prudencia; cura el tiempo, olvido ausencia, y acuerdo los desengaños." ¡Oh aleve! ¡Oh Leonor ingrata! ¡Oh falso gobernador! ¡Oh celos, que es lo peor, pues vuestro infierno me mata! No quede nave en el puerto que amarras no haga pedazos, remos que a fuerza de brazos no sigan a quien me ha muerto. Velas que lleven venganza, pues mas que los vientos corren; balas, que esperanza borren de quien me quita esperanza. Quejas que cielos obliguen, flechas que tiranos pasen, y celos que los abrasen, penas que ingratos castiguen.
Vase
MARÍA: Mudos son mis sentimientos; que las ansias que aliviarse pueden, cielos, con quejarse no son ansias, no tormentos. Quítenme los instrumentos con que el dolor se mitiga; no suspire, no prosiga lágrimas que salgan fuera, quien porque en sí misma muera, en sí misma se castiga. Alma que su pena apoca en el cuerpo que la hospeda, sin darse muerte se queda o viviendo no está loca. Ciérrela el pesar la boca; halle la salida escasa, en los ojos ponga tasa la pena, el llanto ya tarde, y abrásese por cobarde quien no osa salir de casa. Veneno es este papel como el traidor que le escribe. Quien con tantas penas vive podrá ser vivo con él, a su fe y palabra infiel e ingrato a Dios. ¿Qué esperáis, alma, que no le miráis? Si os es el vivir molesto, vedle, mas con presupuesto que muerte me deis y os vais.
Lee
"Aprietos de don García, inocencias de Leonor y un sepulcro que el rigor para tres cuerpos abría, prenda mía, ya no mía, a mi pesar injuriada, mi fe castigan quebrada, mas para cortas venturas fundó el cielo en las clausuras presidios de gente honrada." No lo serán para mí pues que sin honra me dejas, ni el cielo, a mis llantos sordo, pondrá en olvido su ofensa. Ya está la adúltera nave, menospreciando firmezas, favoreciendo mudanzas que imita al traidor que lleva, sin recelo que les calme el viento, hinchadas las velas las ayudan mis suspiros, que dan por la popa en ellas; para atormentarme más, las voces infames llegan de los ministros villanos a mis confusas orejas.
Dentro
VOZ: ¡Iza, que el viento se alarga!
Dentro DIAGUITO
DIAGUITO: ¡Madre, señora! Sin ella, ¿dónde me lleva mi padre? MARÍA: ¡Ay, cielo! ¡Ay, ansias! ¡Ay, penasl ¡Dejadme arrojar al agua, mi bien, mis ojos1 ¿Qué intentan los que sin vos lastimosa mis desdichas acrecientan? ¿Que el rigor no me permita este consuelo siquiera? Diego mío, espejo hermoso, ¿que aun no gusta que me vea en vos vuestro padre ingrato? Mas si en vos se representa, en vos veré ingratitudes, amores, querida prenda. DIAGUITO: Madrecita de mis ojos yo me echara al mar tras ella si estos hombres me dejaran. MARÍA: ¡Cielos santosl ¿No hay tormentas, no hay calmas, no hay huracanes, que ingratos al puerto vuelvan? ¿Todo ha de ser mar bonanza? ¿Todo viento en popa? Vengan borrascas que el leño embistan, piratas que le acometan, rayos que le despedacen, rémoras que le detengan, ballenas que le trastornen, bajíos que le hagan piezas. ¡Diego mío!
Muy lejos
DIAGUITO: Adiós, adiós. MARÍA: ¡Plegue al cielo que no tengas, crüel, próspero viaje! El mar, enriscando sierras, tus pilotos desatine; desmenuce tus entenas, tus velas al agua arroje, tus jarcias todas revuelva, no te quede mástil sano, no te deje tabla entera; diluvios sobre ti caigan porque zozobres en ellos; en su piélago agonices, y si llegares a tierra, estériles playas llore; encuentres Libias desiertas, caribes tu esposa agravien, indios roben tus riquezas, la sed mate a tus amigos, de hambre tus ministros mueran. Las prendas que más estimes, ésas en pedazos veas pasto de hambrientos leones, de tigres mortales presas. No sepan de ti las gentes, ni otra sepultura tengas que las silvestres entrañas de las más bárbaras fieras. Mas, ¡ay, crüel!, tus maldiciones mesmas éstas, no te alcancen, que me llevas la prenda más querida; por ella ampare Dios tu ingrata vida.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Escarmientos para el cuerdo, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002