JORNADA TERCERA


Salen PEDRISCO y ENRICO en la cárcel, presos
PEDRISCO: ¡Buenos estamos los dos! [. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . vos] ENRICO: ¿Qué diablos estás llorando? PEDRISCO: ¿Qué diablos he de llorar? ¿No puedo yo lamentar pecados que estoy pagando sin culpa? ENRICO: ¿Hay vida como ésta? PEDRISCO: ¡Cuerpo de Dios con la vida! ENRICO: ¿Fáltate aquí la comida? ¿No tienes la mesa puesta a todas horas? PEDRISCO: ¿Qué importa que la mesa llegue a ver, si no hay nada que comer? ENRICO: De necedades acorta. PEDRISCO: Alarga tú de comida. ENRICO: ¿No sufrirás como yo? PEDRISCO: Que pague aquél que pecó, es sentencia conocida; pero yo que no pequé. ¿por que tengo de pagar? ENRICO: Pedrisco, ¿quieres callar? PEDRISCO: Enrico, yo callaré; pero la hambre hará que hable el que muerto se vio, o que calle aquél que habló más que un correo. ENRICO: ¿Que ya piensas que no has de salir de la cárcel? PEDRISCO: Error fue. Desde el día que aquí entré, he llegado a presumir que hemos de salir los dos... ENRICO: Pues, ¿de qué estamos turbados? PEDRISCO: ...para ser ajusticiados, si no le remedia Dios. ENRICO: No hayas miedo. PEDRISCO: Bueno está; pero teme el corazón que hemos de danzar sin son. ENRICO: Mejor la suerte lo hará.
Salen CELIA y LIDORA
CELIA: No quisiera que las dos, aunque a nadie tengo miedo, fuéramos juntas. LIDORA: Bien puedo, pues soy crïada, ir con vos. ENRICO: Quedo, que Celia es aquesta. PEDRISCO: ¿Quién? ENRICO: Quien más que a sí me adora, mi remedio llega ahora. PEDRISCO: Brevemente me molesta la hambre. ENRICO: ¿Tienes acaso en qué echar todo el dinero que ahora de Celia espero? PEDRISCO: Con toda la hambre que paso, me he acordado, vive Dios, de un talego que aquí tengo.
Saca un talego
ENRICO: Pequeño es. PEDRISCO: A pensar vengo que estamos locos los dos: tú en pedirle, en darle yo. ENRICO: ¡Celia hermosa de mi vida! CELIA: (¡Ay de mí! Yo soy perdida. Aparte Enrico es el que llamó.) Señor Enrico. PEDRISCO: ¿Señor? No es buena tanta crïanza. ENRICO: Ya no tenía esperanza, Celia, de tan gran favor... CELIA: [. . . . . . . . . . -iros] ¿Cómo estás? ENRICO: [Bien], y ahora mejor, pues ven a costa de mil suspiros mis ojos los tuyos graves. CELIA: Yo os quiero dar... PEDRISCO: ¡Linda cosa! ¡Oh! ¡Qué mujer tan hermosa! ¡Qué palabras tan süaves! Alto, prevengo el talego. Pienso que no han de caber. ENRICO: Celia, quisiera saber qué me das. . . . . . . [ . . . . . . . . . .-án] PEDRISCO: . . . . . . . Tu dicha es llana. CELIA: ...las nuevas de que mañana a ajusticiaros saldrán. PEDRISCO: El talego está ya lleno; otro he menester buscar. ENRICO: ¿Que aquesto llegue a escuchar? Celia, escucha. PEDRISCO: Aquesto es bueno. CELIA: Ya estoy casada. ENRICO: ¿Casada? ¡Vive Dios! PEDRISCO: Tente. ENRICO: ¿Qué aguardo? ¿Con quién, Celia? CELIA: Con Lisardo, ¡y estoy muy bien empleada! ENRICO: Mataréle. CELIA: Dejaos de eso, y poneos bien con Dios. [. . . . . . . . . . -ós] LIDORA: Vamos, Celia. ENRICO: Pierdo el seso. Celia, mira. CELIA: Estoy de prisa. PEDRISCO: Por Dios, que estoy por reírme. CELIA: Ya sé que queréis decirme que se os diga alguna misa. Yo lo haré; quedad con Dios. ENRICO: ¡Quién rompiera aquestas rejas! LIDORA: No escuches, Celia, más quejas; vámonos de aquí las dos. ENRICO: ¡Que esto sufro! PEDRISCO: ¿Hay tal crueldad? ¡Lo que pesa este talego! CELIA: ¡Qué braveza!
Vanse
ENRICO: Yo estoy ciego. ¿Hay tan grande libertad? PEDRISCO: Yo no entiendo la moneda que hay en aqueste talego, que, vive Dios, que no pesa una paja. ENRICO: ¡Santos cielos! ¡Que aquestas afrentas sufra! ¿Cómo no rompo estos hierros? ¿Cómo estas rejas no arranco? PEDRISCO: Detente. ENRICO: Déjame, necio. ¡Vive Dios, que he de rompellas y he de castigar mis celos! PEDRISCO: Los porteros vienen. ENRICO: Vengan.
Sale un PORTERO
PORTERO: ¿Ha perdido acaso el seso el homicida ladrón? ENRICO: Moriré si no me vengo. De mi cadena haré espada. PEDRISCO: Que te detengas te ruego. PORTERO: ¡Asilde, matalde, muera! ENRICO: Hoy veréis, infames presos, de los celos el poder en desesperados pechos. PORTERO: Un eslabón me alcanzó y dio conmigo en el suelo. ENRICO: ¿Por qué, cobardes, huís? PEDRISCO: Un portero deja muerto.
Dentro
VOZ: ¡Matalde! ENRICO: ¿Qué es matar? A falta de noble acero no es mala aquesta cadena con que mis agravios vengo. ¿Para qué de mí huís? PEDRISCO: Al alboroto y estruendo se ha levantado el alcalde.
Salen el ALCALDE y gente, y asen a ENRICO
ALCALDE: ¡Hola! Teneos. ¿Qué es esto? UNO: Ha muerto aquese ladrón a Fidelio. ALCALDE: Vive el cielo, que a no saber que mañana dando público escarmiento has de morir ahorcado, que hiciera en tu aleve pecho mil bocas con esta daga. ENRICO: ¡Que esto sufro, Dios eterno! ¿Que mal me traten ansí? Fuego por los ojos vierto. No pienses, alcalde infame, que te tengo algún respeto por el oficio que tienes, sino porque más no puedo. Que a poder, ¡ah cielo airado!, entre mis brazos soberbios te hiciera dos mil pedazos, y despedazado el cuerpo, me le comiera a bocados, y que no quedara pienso satisfecho de mi agravio. ALCALDE: Mañana a las diez veremos si es más valiente un verdugo que todos vuestros aceros. Otra cadena le echad. ENRICO: Eso sí, vengan más hierros, que de hierros no se escapa hombre que tantos ha hecho. ALCALDE: Metelde en un calabozo. ENRICO: Aquése sí es justo premio, que hombre de Dios enemigo no es justo que mire al cielo. PEDRISCO: ¡Pobre y desdichado Enrico! UNO: Más desdichado es el muerto que el cadenazo crüel le echó en la tierra los sesos.
Llévanle
PEDRISCO: ¿Ya quieren dar la comida?
Dentro
VOZ: Vayan llegando,mancebos, por la comida. PEDRISCO: En buen hora, porque mañana sospecho que han de añudarme el tragar, y será acertado medio que lleve la alforja hecha para que allá convidemos a los demonios magnates a la entrada del infierno.
Vase y sale ENRICO
ENRICO: En lóbrega confusión, ya, valiente Enrico, os veis; pero nunca desmayéis; tened fuerte corazón, porque aquesta es la ocasión en que tenéis de mostrar el valor que os he de dar nombre altivo, ilustre fama. Mirad.
Dentro
DEMONIO: ¡Enrico! ENRICO: ¿Quién llama? Esta voz me hace temblar. Los cabellos erizados pronostican mi temor; mas, ¿dónde está mi valor? ¿Dónde mis hechos pasados?
Dentro
DEMONIO: ¡Enrico! ENRICO: Muchos cuidados siente el alma. ¡Cielo santo! ¿Cúya es voz que tal espanto infunde en el alma mía?
Dentro
DEMONIO: ¡Enrico! ENRICO: A llamar porfía. De mi flaqueza me espanto. A esta parte la voz suena que tanto temor me da; ¿si es algún preso que está amarrado ala cadena? Vive Dios, que me da pena.
Sale el DEMONIO, y no le ve
DEMONIO: Tu desgracia lastimosa siento. [. . . . . .-osa . . .] ENRICO: ¡Qué confuso abismo! No me conozco a mí mismo y el corazón no reposa. Las alas está batiendo con impulso de temor; Enrico, ¿éste es el valor...? Otra vez se oye el estruendo. DEMONIO: Librarte, Enrico, pretendo. ENRICO: ¿Cómo te puedo creer, voz, si no llego a saber quién eres y adónde estás? DEMONIO: Pues agora me verás. ENRICO: Ya no te quisiera ver. DEMONIO: No temas. ENRICO: Un sudor frío por mis venas se derrama. DEMONIO: Hoy cobrarás nueva fama. ENRICO: Poco de mis fuerzas fío. No te acerques. DEMONIO: Desvarío es el temer la ocasión. ENRICO: Sosiégate, corazón. DEMONIO: ¿Ves aquel postigo? ENRICO: Sí. DEMONIO: Pues salte por él, y ansí no estarás en la prisión. ENRICO: ¿Quién eres? DEMONIO: Salte al momento y no preguntes quién soy, que yo también preso estoy, y que te libres intento. ENRICO: ¿Qué me dices, pensamiento? ¿Libraréme? Claro está. Aliento el temor me da de la muerte que me aguarda. Voyme. Mas, ¿quién me acobarda? Mas otra voz suena ya.
Cantan dentro
MUSICO: "Detén el paso violento: mira que te está mejor que de la prisión librarte el estarte en la prisión." ENRICO: Al revés me ha aconsejado la voz que en el aire he oído, pues mi paso ha detenido, si tú le has acelerado. Que me está bien he escuchado el estar en la prisión. DEMONIO: Esa, Enrico, es ilusión que te representa el miedo. ENRICO: Yo he de morir si quedo; quiérome ir; tienes razón. MUSICO: "Detente, engañado Enrico; no huyas de la prisión, pues morirás si salieres, y si te estuvieres, no." ENRICO: Que si salgo he de morir, y si quedo viviré, dice la voz que escuché. DEMONIO: ¿Que al fin no te quieres ir? [. . . . . . . . .-ir] ENRICO: Quedarme es mucho mejor. DEMONIO: Atribúyelo a temor; pero, pues tan ciego estás, quédate preso y verás cómo te ha estado peor.
Vase
ENRICO: Desapareció la sombra, y confuso me dejó. ¿No es éste el portillo? No. Este prodigio me asombra. ¿Estaba ciego yo, o vi en la pared un portillo? Pero yo me maravillo del gran temor que hay en mí. ¿No puedo salirme yo? Sí; bien me puedo salir. Pues, ¿cómo? ¿Qué he de morir? La voz me atemorizó. Algún gran daño se infiere de lo turbado que estoy. No importa. Ya estoy aquí para el mal que me viniere.
Sale el ALCALDE con la sentencia
ALCALDE: Yo solo tengo de entrar; los demás pueden quedarse. Enrico. ENRICO: ¿Qué mandáis? ALCALDE En los rigurosos trances se echa de ver el valor. Ahora podréis mostrarle. Estad atento. ENRICO: Decid. ALCALDE: (¡Aun no ha mudado el semblante!) Aparte
Lee
"En el pleito que es entre partes, de la una el promotor fiscal de su Majestad, ausente, y de la otra, reo acusado, Enrico, por los delitos que tiene en el proceso, por ser matador, fascineroso, incorregible y otras cosas. Vista, etc., fallamos, que le debemos de condenar, y condenamos, a que sea sacado de la cárcel donde está, con soga a la garganta y pregoneros delante que digan su delito, y sea llevado a la plaza pública, donde estará una horca de tres palos alta del suelo, en la cual sea ahorcado naturalmente; y ninguna persona sea osada a quitalle de ella sin nuestra licencia y mandado. Y por esta sentencia definitiva juzgando, ansí lo pronunciamos y mandamos, etc." ENRICO: ¿Que aquesto escuchando estoy? ALCALDE: ¿Qué dices? ENRICO: Mira, ignorante, que eres opuesto muy flaco a mis brazos arrogantes; que si no, yo te hiciera... ALCALDE: Nada puede remediarse con arrogancias, Enrico; lo que aquí es más importante es poneros bien con Dios. ENRICO: ¿Y vienes a predicarme, con leerme la sentencia? Vive Dios, canalla infame, que he de dar fin con vosotros. ALCALDE: El demonio que te aguarde.
Vase [el ALCALDE]
ENRICO: Ya estoy sentenciado a muerte; ya mi vida miserable tiene de plazo dos horas. Voz que mi daño causaste, ¿no dijiste que mi vida si me quedaba en la cárcel, sería cierta? ¡Triste suerte! Corazón debo culparte, pues en esta cárcel muero cuando pudiera librarme.
Sale un PORTERO
PORTERO: Dos padres de San Francisco están para confesarte aguardando afuera. ENRICO: ¡Bueno! ¡Por Dios, que es gentil donaire! Digan que se vuelvan luego a su convento los frailes, si no es que quieran saber a lo que estos hierros saben. PORTERO: Advierte que has de morir. ENRICO: Moriré sin confesarme, que no ha de pagar ninguno las penas que yo pasare. PORTERO: ¿Qué más hiciera un gentil? ENRICO: Esto que he dicho baste; que, por Dios, si me amohino, que ha de levar las señales de la cadena en el cuerpo. PORTERO: No aguardo más.
Vase [el PORTERO]
ENRICO: Muy bien hace. ¿Qué cuenta daré yo a Dios de mi vida, ya que el trance último llega de mí? ¿Yo tengo de confesarme? Parece que es necedad. ¿Quién podrá ahora acordarse de tantos pecados viejos? ¿Qué memoria habrá que baste a recorrer las ofensas que a Dio he hecho? Más vale no tratar de aquestas cosas. Dios es piadoso y es grande; su misericordia alabo; con ella podré salvarme.
Sale PEDRISCO
PEDRISCO: Advierte que has de morir y que ya aquestos dos padres están de aguardar cansados. ENRICO: ¿Pues he dicho yo que aguarden? PEDRISCO: ¿No crees en Dios? ENRICO: Juro a Cristo que pienso que he de enojarme, y que en los padres y en ti he de vengar mis pesares. Demonios, ¿qué me queréis? PEDRISCO: Antes pienso que son ángeles lo que esto a decirte vienen. ENRICO: No acabes de amohinarme, que por Dios, que de una coz te eche fuera de la cárcel. PEDRISCO: Yo te agradezco el cuidado. ENRICO: Vete fuera y no me canses. PEDRISCO: Tú te vas, Enrico mío, al infierno como un padre.
Vase [PEDRISCO]
ENRICO: Voz, que por mi mal te oí en esa región del aire, ¿fuiste de algún enemigo que así pretendió vengarse? ¿No dijiste que a mi vida la importaba de la cárcel no hacer ausencia? Pues di, ¡cómo quieren ya sacarme a ajusticiar? Falsa fuiste; pero yo también cobarde, pues que me pude salir y no dar venganza a nadie. Sombra triste, que piadosa la verdad me aconsejaste, vuelve otra vez, y verás cómo con pecho arrogante salgo a tu tremenda voz de tantas oscuridades. Gente suena; ya sin duda se acerca mi fin.
Salen [ANARETO,] el padre de ENRICO y un PORTERO
PORTERO: Hablalde. Podrá ser que vuestras canas muevan tan duro diamante. ANARETO: Enrico, querido hijo, puesto que en verte me aflijo de tantos hierros cargado, ver que pagues tu pecado me da sumo regocijo. ¡Venturoso del que acá pagando sus culpas va con firme arrepentimiento; que es pintado este tormento si se compara al de allá! La cama, Enrico, dejé y arrimado a este bordón por quien me sustento en pie, vengo en aquesta ocasión. ENRICO: ¡Ay, padre [mío]! ANARETO: No sé, Enrico, si aquese nombre será razón que me cuadre aunque mi rigor te asombre. ENRICO: Eso, ¿es palabra de padre? ANARETO: No es bien que padre me nombre un hijo que no cree en Dios. ENRICO: Padre mío, ¿eso decís? ANARETO: No sois ya mi hijo vos, pues que mi ley no seguís; solos estamos los dos. ENRICO: No os entiendo. ANARETO: Enrico, Enrico, a reprehenderos me aplico vuestro loco pensamiento, siendo la muerte instrumento que tan cierto os pronostico. Hoy os han de ajusticiar, y no os queréis confesar. ¡Buena cristiandad, por Dios! Pues el mal es para vos, y para vos el pesar. Aqueso es tomar venganza de Dios; el poder alcanza del empíreo cielo eterno. Enrico, ved que hay infierno para tan larga esperanza. Es el quererte vengar de esa suerte, pelear con un monte o una roca, pues cuando el brazo le toca es para el brazo el pesar. Es con dañoso desvelo, presumiendo darle enojos, escupir el hombre al cielo, pues que le cae en los ojos lo mismo que arroja al cielo. Hoy has de morir. Advierte que ya está echada la suerte. Confiesa a Dios tus pecados, y ansí, siendo perdonados, será vida lo que es muerte. Si quieres mi hijo ser, lo que te digo has de hacer; si no--de pesar me aflijo--, ni te has de llamar mi hijo ni yo te he de conocer. ENRICO: Bueno está, padre querido, que más el alma ha sentido --buen testigo de ello es Dios--, el pesar que tenéis vos que el mal que espero afligido. Confieso, padre, que erré; pero yo confesaré mis pecados, y después besaré a todos los pies para mostraros mi fe. Basta que vos lo mandéis, padre mío de mis ojos. ANARETO: Pues ya mi hijo seréis. ENRICO: No os quisiera dar enojos. ANARETO: Vamos porque os confeséis. ENRICO: ¡Oh, cuánto siento el dejaros! ANARETO: ¡Oh, cuánto siento el perderos! ENRICO: ¡Ay, ojos! Espejos claros, antes hermosos luceros, pero ya de luz avaros. ANARETO: Vamos, hijo. ENRICO: A morir voy; todo el valor he perdido. ANARETO: Sin juicio y sin alma estoy, ENRICO: Aguardad, padre querido. ANARETO: ¡Qué desdichado que soy! ENRICO: Señor piadoso y eterno, que en vuestro alcázar pisáis cándidos montes de estrellas, mi petición escuchad. Yo he sido el hombre más malo que la luz llegó a alcanzar de este mundo, el que os ha hecho más que arenas tiene el mar ofensas, mas, Señor mío, mayor es vuestra piedad. Vos, por redimir el mundo por el pecado de Adán, en una cruz os pusisteis; pues merezca yo alcanzar una gota solamente de aquella sangre real. Vos, Aurora de los cielos, vos, Virgen bella, que estáis de paraninfos cercada, y siempre amparo os llamáis de todos los pecadores, yo lo soy, por mí rogad. Decilde que se acuerde a su Sacra Majestad de cuando en aqueste mundo empezó a peregrinar. Acordalde los trabajos que pasó en él por salvar los que inocentes pagaron por ajena voluntad. Decilde que yo quisiera, cuando comencé a gozar entendimiento y razón, pasar mil muertes y más antes que haberle ofendido. ANARETO: Adentro priesa me dan. ENRICO: Gran Señor, ¡misericordia! No puedo deciros más. ANARETO: ¡Que esto llegue a ver un padre! ENRICO: (La enigma he entendido ya Aparte de la voz y de la sombra; la voz era angelical, y la sombra era el demonio.) ANARETO: Vamos, hijo. ENRICO: ¿Quién oirá ese nombre que no haga de sus dos ojos un mar? No os apartéis, padre mío, hasta que hayan de expirar mis ojos. ANARETO: No hayas miedo. Dios te dé favor. ENRICO: Sí hará, que es mar de misericordia, aunque yo voy muerto ya. ANARETO: Ten valor. ENRICO: En Dios confío. Vamos, padre, donde están los que han de quitarme el ser que vos me pudisteis dar.
Vanse y sale PAULO
PAULO: Cansado de correr vengo por este monte intrincado; atrás la gente he dejado que a ajena costa mantengo. Al pie de este sauce verde quiero un poco descansar, por ver si acaso el pesar de mi memoria se pierde. Tú, fuente, que murmurando vas entre guijas corriendo, en tu fugitivo estruendo plantas y aves alegrando, dame algún contento ahora, infunde al alma alegría con esa corriente fría y con esa voz sonora. Lisonjeros pajarillos, que no entendidos cantáis, y holgazanes gorjeáis entre juncos y tomillos, dad con picos sonorosos y con acentos süaves gloria a mis pesares graves y sucesos lastimosos. En este verde tapete jironado de cristal, quiero divertir mi mal que mi triste fin promete.
Échase a dormir y sale el PASTOR con la corona, deshaciéndola
PASTOR: Selvas intricadas, verdes alamedas, a quien de esperanzas adorna Amaltea, fuentes que corréis murmurando apriesa por menudas guijas, por blandas arenas, ya vuelvo otra vez a mirar la selva, a pisar los valles que tanto me cuestan. Yo soy el Pastor que en vuestras riberas guardé un tiempo alegre cándidas ovejas. Sus blancos vellones entre verdes felpas jirones de plata a los ojos eran. Era yo envidiado, por ser guarda buena, de muchos zagales que ocupan la selva, y mi Mayoral, que en ajena tierra vive, me tenía voluntad inmensa, porque le llevaba, cuando quería verlas, las ovejas blancas como nieve en pellas. Pero desde el día que una, la más buena, huyó del rebaño, lágrimas me anegan. Mis contentos todos convertí en tristezas, mis placeres vivos en memorias muertas. Cantaba en los valles canciones y letras, mas ya en triste llanto funestas endechas. Por tenerla amor, en esta floresta aquesta guirnalda comencé a tejerla. Mas no la gozó, que engañada y necia dejó quien la amaba con mayor firmeza. Y pues no la quiso, fuerza es que ya vuelva, por venganza justa, hoy a deshacerla. PAULO: Pastor, que otra vez te vi en esta sierra, si no muy alegre, no con tal tristeza, el verte me admira. PASTOR: ¡Ay, perdida oveja! ¿De qué gloria huyas, y a qué mal te allegas? PAULO: ¿No es esa guirnalda la que en las florestas entonces tejías con gran diligencia? PASTOR: Esta misma es; mas la oveja necia no quiere volver al bien que le espera, y ansí la deshago. PAULO: Si acaso volviera, zagalejo amigo, ¿no la recibieras? PASTOR: Enojado estoy, mas la gran clemencia de mi Mayoral dice que aunque vuelvan, si antes fueron blancas, al rebaño negras, que las dé mis brazos y, sin extrañeza, requiebros las diga y palabras tiernas. PAULO: Pues es superior fuerza es que obedezcas. PASTOR: Yo obedeceré; pero no quiere ella volver a mis voces, en sus vicios ciega. Ya de aquestos montes en las altas peñas la llamé con silbos y avisé con señas. Ya por los jarales por incultas selvas, la anduve a buscar. ¡Qué de ello me cuesta! Ya traigo las plantas de jaras diversas y agudos espinos rotas y sangrientas. No puedo hacer más. PAULO: En lágrimas tiernas baña el Pastorcillo las mejillas bellas. Pues te desconoce, olvídate de ella y no llores más. PASTOR: Que lo haga es fuerza. Volved bellas flores, a cubrir la tierra, pues que no fue digna de vuestra belleza. Veamos si allí con la tierra nueva la pondrán guirnalda tan rica y tan bella. Quedaos, montes míos, desiertos y selvas, a Dios, porque voy con la triste nueva a mi Mayoral, y cuando lo sepa --aunque ya lo sabe-- sentirá su mengua, no la ofensa suya, aunque es tanta ofensa. Lleno voy a verle de miedo y vergüenza; lo que ha de decirme fuerza es que lo sienta. Diráme: "Zagal, ¿ansí las ovejas que yo os encomiendo guardáis?" ¡Triste pena! Yo responderé... No hallaré respuesta, si no es que mi llanto la respuesta sea.
Vase [el PASTOR]
PAULO: La historia parece de mi vida aquesta. De este pastorcillo no sé lo que sienta; que tales palabras fuerza es que prometan oscuras enigmas. Mas, ¿qué luz es ésta que a la luz del sol sus rayos se afrentan? Música celeste en los aires suena, y, a lo que diviso, dos ángeles llevan un alma gloriosa a la excelsa esfera. ¡Dichosa mil veces, alma, pues hoy llegas donde tus trabajos fin alegre tengan!
Con la música suben dos Ángeles al alma de ENRICO por una apariencia y prosigue PAULO
Grutas y plantas agrestes, a quien el hielo corrompe, ¿no veis como el cielo rompe ya sus cortinas celestes? Ya rompiendo densas nubes y esos transparentes velos, alma, a gozar de los cielos feliz y gloriosa subes. Ya vas a gozar la palma que la ventura te ofrece. ¡Triste del que no merece lo que tú mereces, alma!
Sale GALVÁN
GALVÁN: Advierte, Paulo famoso, que por el monte ha bajado un escuadrón concertado de gente y armas copioso, que viene sólo a prendernos. Si no pretendes morir, solamente, Paulo, huir es lo que puede valernos. PAULO: ¿Escuadrón viene? GALVÁN: Esto es cierto. Ya se divisa la hilera con su caja y su bandera. No escapes de preso de muerto si aguardas. PAULO: ¿Quién la ha traído? GALVÁN: Villanos, si no me engaño, como hacemos tanto daño en este monte escondido. De aldeas circunvencinas se han juntado. PAULO: Pues matallos. GALVÁN: ¿Que te animas a esperallos? PAULO: Mal quién es Paulo imaginas. GALVÁN: Nuestros peligros son llanos. PAULO: Sí, pero advierte también que basta un hombre de bien para cuatro mil villanos. GALVÁN: Ya tocan. ¿No los oyes? PAULO: Cierra, y no receles el daño, que antes que fuese ermitaño supe también qué era guerra.
Vanse. Salen los labradores que pudieren, con armas [peleando con PAULO], y un JUEZ
JUEZ: Hoy pagaréis las maldades que en este monte habéis hecho. PAULO: En ira se abrasa el pecho. Soy Enrico en la crueldades.
Éntralos acuchillando y sale GALVÁN por otra puerta huyendo, y tras él muchos villanos
VILLANO 1: ¡Ea, ladrones, rendíos! GALVÁN: Mejor nos está el morir; mas yo presumo hüír, que para eso tengo bríos.
Vanse y dice dentro PAULO
PAULO: Con las flechas me acosáis, y con ventaja reñís. Más de doscientos venís para veinte que buscáis. JUEZ: Por el monte va corriendo.
Baje PAULO por el monte rodando, lleno de sangre
PAULO: Ya no bastan pies ni manos. Muerte me han dado villanos. De mi cobardía me ofendo. Volveré a darles la muerte pero no puedo. ¡Ay de mí! El cielo a quien ofendí se venga de aquesta suerte.
Sale PEDRISCO
PEDRISCO: Como en las culpas de Enrico no me hallaron culpado, luego que públicamente los jueces le ajusticiaron, me echaron la puerta afuera y vengo al monte. ¿Qué aguardo? ¿Qué miro? La selva y monte anda todo alborotado. Allí dos villanos corren, las espadas en las manos. Allí va herido Fineo, y allí huye Celio, y Fabio, y aquí, que es grande ventura, tendido está el fuerte Paulo. PAULO: ¿Volvéis, villanos, volvéis? La espada tengo en la mano; no estoy muerto, vivo estoy, aunque ya de aliento falto. PEDRISCO: Pedrisco soy, Paulo mío. PAULO: Pedrisco, llega a mis brazos. PEDRISCO: ¿Cómo estás ansí? PAULO: ¡Ay de mí Muerte me han dado villanos, pero ya que estoy muriendo, saber de ti, amigo, aguardo. ¿Qué hay del suceso de Enrico? PEDRISCO: En la plaza le ahorcaron de Nápoles. PAULO: Pues ansí ¿Quién duda que condenado estará al infierno ya? PEDRISCO: Mira lo que dices, Paulo; que murió cristianamente, confesado y comulgado, y abrazado con un Cristo, en cuya vista enclavados los ojos, pidió perdón y misericordia, dando tierno llanto a sus mejillas y a los presentes espanto. Fuera de aqueso, en muriendo, resonó en los aires claros una música divina, y para mayor milagro y evidencia más notoria dos paraninfos al lado se vieron patentemente, que llevaban entre ambos el alma de Enrico al cielo. PAULO: ¿A Enrico, el hombre más malo que crïó naturaleza? PEDRISCO: ¿De aquesto te espantas, Paulo, cuando es tan piadoso Dios? PEDRISCO: Pedrisco, eso ha sido engaño. Otra alma fue la que vieron, no la de Enrico. PEDRISCO: ¡Dios santo, reducilde vos! PAULO: Yo muero. PEDRISCO: Mira que Enrico gozando está de Dios. Pide a Dios perdón. PAULO: ¿Cómo ha de darlo a un hombre que le ha ofendido como yo? PEDRISCO: ¿Qué estás dudando? ¿No perdonó a Enrico? PAULO: Dios es piadoso... PEDRISCO: Es muy claro. PAULO: Pero no con tales hombres. Ya muero; llega tus brazos. PEDRISCO: Procura tener su fin. PAULO: Esa palabra me ha dado Dios: Si Enrico se salvó también yo salvarme aguardo.
Muere [PAULO]
PEDRISCO: Lleno el cuerpo de lazadas, quedó muerto el desdichado. Las suertes fueron trocadas: Enrico, con ser tan malo, se salvó, y éste al infierno se fue por desconfïado. Cubriré el cuerpo infeliz, cortando a estos sauces ramos. Mas, ¡qué gente es la que viene?
Salen los VILLANOS
JUEZ: Si el capitán se ha escapado, poca diligencia ha sido. VILLANO 1: Yo lo vi caer rodando, pasado de mil saetas, de los altivos peñascos. JUEZ: Un hombre está aquí. PEDRISCO: ¡Ay, Pedrisco desdichado! Esta vez te dan carena. VILLANO 2: Éste es crïado de Paulo y cómplice en sus delitos. GALVÁN: Tú mientes como villano, que sólo lo fui de Enrico, PEDRISCO: ¡Y yo!
Aparte a GALVÁN
(Galvanito, hermano, no me descubras aquí, por amor de Dios.) JUEZ: Si acaso me dices dónde se esconde el capitán que buscamos, yo te daré libertad. Habla. PEDRISCO: Buscarle es en vano cuando es muerto. JUEZ: ¿Cómo muerto? PEDRISCO: De varias flechas y dardos pasado le hallé, señor, con la muerte agonizando en aqueste mismo sitio. JUEZ: Y, ¿dónde está? PEDRISCO: Entre estos ramos le metí.
Descúbrese fuego y PAULO lleno de llamas
Mas, ¿qué visión es causa de tanto espanto? PAULO: Si a Paulo buscando vais, bien podéis ya ver a Paulo, ceñido el cuerpo de fuego y de culebras cercado. No doy la culpa a ninguno de los tormentos que paso. Sólo a mí me doy la culpa, pues fui causa de mi daño. Pedí a Dios que me dijese el fin que tendría en llegando de mi vida el postrer día; ofendíle, caso es llano; y como la ofensa vi de las almas el contrario, incitóme con querer perseguirme con engaños. Forma de un ángel tomó y engañóme; que a ser sabio, con su engaño me salvara; pero fui desconfïado de la gran piedad de Dios, que hoy a su juicio llegando, me dijo, "Baja, maldito de mi Padre, al centro airado de los oscuros abismos, adonde has de estar penando." ¡Malditos mis padres sean mil veces, pues me engendraron! ¡Y yo también sea maldito pues que fui desconfïado!
Húndese por el tablado y sale fuego
JUEZ: Misterios son del Señor. GALVÁN: ¡Pobre y desdichado Paulo! PEDRISCO: ¡Y venturoso de Enrico, que de Dios está gozando! JUEZ: Porque toméis escarmiento, no pretendo castigaros. Libertad doy a los dos. PEDRISCO: Vivas infinitos años, hermano Galván, pues ya de ésta nos hemos librado, ¿qué piensas hacer desde hoy? GALVÁN: Desde hoy pienso ser un santo. PEDRISCO: Mirando estoy con los ojos que no haréis muchos milagros. GALVÁN: Esperanza en Dios. PEDRISCO: Amigo, quien fuere desconfïado, mire el ejemplo presente, no más. JUEZ: A Nápoles vamos a contar este suceso. PEDRISCO: Y porque éste es tan arduo y difícil de creer, siendo verdadero el caso, vaya el que fuere curioso --porque sin ser escribano dé fe de ello--a Belarmino; y si no, más dilatado en la Vida de los Padres podrá fácilmente hallarlo, Y con aquesto da fin a el mayor desconfïado, y pena y gloria trocadas. El cielo os guarde mil años.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002