EL CELOSO PRUDENTE

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

El texto presentado aquí se basa en el de los CIGARRALES DE TOLEDO COMPUESTOS POR EL MAESTRO TIRSO DE MOLINA... (Madrid: Viuda de Luis Sánchez, 1630). Aparentemente la comedia fue reeditada por el poeta y metida dentro del texto de su gran miscelánea. Así que este texto es el destinado a un público lector, no el texto original preparado para el teatro. Esta edición fue preparada por Vern G. Williamsen en el año 2001 para ser incluído aquí.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen LISENA y DIANA. LISENA tiene en la mano un librillo de cera blanca encendido, y en la otra un papel que DIANA quiere quitarle
LISENA: No has de verle. Sueltalé; que ya pecas de cansada. Mira que le rasgaré. DIANA: ¿Tú has de encubrirme a mi nada? Bien lo que me amas se ve. ¡Tú a tal hora en el jardín sola, con luz y papel, sin que yo sepa a qué fin! ¿Merece saber mas de él que yo esta murta y jazmín? Si de testigos te enojas, que hablar puedan en tu mengua cuando cuentes tus congojas, yo solo tengo una lengua, e infinitas estas hojas. Murmurar las siento aquí con cualquier aura liviana, y debe de ser de ti; porque siendo yo tu hermana, no te osas fïar de mí. Lisena, suelta el papel o dime lo que contiene y a quien estimas en él. LISENA: Ni que lo sepas conviene ni una letra has de ver de él. DIANA: ¿No soy tu hermana mayor? LISENA: ¿Qué importa aquí el parentesco donde el secreto es mejor? DIANA: Pues que verle no merezco, venta será del honor; que por ser de mí estimado en el extremo que entiendes, a encubrirle te ha obligado. LISENA: Bien sé, hermana, que pretendes que te diga mi cuidado; y por eso hablas ansí, aunque en diverso conceto estoy acerca de ti; y pues te guardo el respeto que tú me pierdes a mí, ni de esa suerte me trates ni por fuerza saber quieras lo que es. DIANA: Cuando te recates de que sepa tus quimeras y encubras tus disparates, como en cosas del honor no toquen, no soy curiosa; mas soy tu hermana mayor. Ésta es hora sospechosa; el papel, encubridor de algún liviano suceso; la luz, señal que procuras publicar tu poco seso; que el yerro que se hace a escuras alivia a la afrenta el peso; el sitio no conveniente para quien profesa honor y el riesgo que corre siente; caviloso tu temor, o al menos impertinente pues has dado en recelarte de mí con tan necio extremo. Soy tu sangre, tengo parte en tu mal o bien, y temo no haya venido a engañarte quien a tal hora provoca tus deseos inconstantes; que una travesura loca es mal de participantes que a todo un linaje toca. LISENA: En mejor reputación esté mi fama contigo. No sé yo por qué razón me das antes el castigo que mi culpa la ocasion. Mis pensamientos, si en ellos se han fundado los enojos con que intentas ofendellos, tan altos son, que tus ojos no han de alcanzar ni aun a vellos. Si eres mi mayor hermana, y temes que he de ofenderte, trátame mejor, Dïana; y si malicias, advierte que la malicia es villana y que, aunque en los nacimientos tu edad más respetos cobra, te aventajo en pensamientos, pues del valor que les sobra te puedo dar alimentos. Si aquí a tal hora me ves, advierte, aunque maliciosa, crédito a quimeras des, que no hay hora sospechosa, si la persona no lo es. Y que como no la esmalta el sol, de los cielos vida, por si algun temor me asalta, vengo con luz encendida, supliendo lo que le falta, señal que no ha de temerse cosa indigna de mi ser y que de mí ha de creerse, que aun de noche no sé hacer cosa que no pueda verse. Este papel que ha causado la inquietud que en ti se ve, aunque le hayas injuriado, basta que en mi mano esté, para estar calificado. Y el sitio, pues yo le piso, da nuevo ser a su ornato y a tus sospechas aviso y, aunque culpes mi recato porque llamarte no quiso, no importa; que él es discreto, y yo basto a dar valor contra tu rüin conceto, a sitio, noche, temor, la luz, papel y el secreto. DIANA: Pues ¿puédesme tú negar, que enamorados desvelos no te han hecho trasnochar? LISENA: Mas ¿si me pidieses celos? DIANA: Bien sabes que no sé amar, y que hasta agora no ha habido quien me haya puesto en cuidado. LISENA: Ya yo sé que te has querido alzar con el principado de la crueldad y el olvido y que cuantos quieren bien, una Anajarte alemana en tu severidad ven, siendo en el nombre Dïana como en belleza y desdén. Y así yo que con temor ando de ver el extremo de tu intratable rigor, huyo de ti porque temo a quien nunca tuvo amor. DIANA: ¡Gracias a Dios que he sacado en limpio esta confusión! En fin, ¿amor te ha quitado el sueño, y como ladrón de noche te ha salteado? Ya, pues los principios sé, saber puedo lo demás. ¿Quién el venturoso fue, en cuyo papel estás deletreando su fe? Dime, Hermana, la verdad. Ea... LISENA: Háceseme grave descubrir mi voluntad a quien, porque amar no sabe, es de ajena facultad. DIANA: No tanto, que aunque no adore, ni tus desvelos imite, favorezca, escriba y llore ni la práctica ejercite vuestra teórica ignore. De amor sé la pasión ciega quizá mejor que quien tira sus gajes y al centro llega de su esfera; que quien mira, más alcanza que el que juega. Conservo mi libertad; mas no porque no consiento tu amorosa ceguedad eches al entendimiento culpas de la voluntad. Acaba; declaraté. LISENA: ¿Haste de enojar conmigo? DIANA: ¿Tan baja tu elección fue que estás temiendo el castigo si la prenda que amas sé? LISENA: Antes es tan generosa que entiendo, en siendo sabida de ti mi elección honrosa, que me llames atrevida y me riñas envidiosa. DIANA: ¡Válgame Dios! ¿Quién será este hipérbole de amor? ¡Para aqueste monte ya! LISENA: Si el conde de Peñaflor fuese el que ocasión me da de estimarle, ¿qué dirías? DIANA: Que a tu sangre corresponde el amor que en ella crías. LISENA: ¿Y si fuese más que el conde? DIANA: ¿Más que el conde? Desvarías. LISENA: ¿Si Enrique de Oberisel, del rey privado y sobrino, me escribiese este papel...? ¿No es más galán? ¿No es más dino que el conde? DIANA: Es monstro con él. La alemana bizarría se avergüenza en su presencia. ¡Dichosa tú, hermana mía! LISENA: Si me amase una excelencia, en vez, de una señoría, con más razon te admiraras. DIANA: ¿Excelencia? LISENA: El duque Arnesto ¿no puede, si en él reparas, amarme con fin honesto? DIANA: Señales vas dando claras que estás loca. Un caballero es nuestro padre, leal, de noble sangre y acero que tuviera más caudal a querer ser lisonjero; y, por igualar su hacienda con la altiva inclinación que su valor me encomienda, doy desdeñosa ocasión a que amor de mí se ofenda; que a falta de fundamentos del oro, que no hace caso, ni admite merecimientos, por no casar mal, me caso con mis mismos pensamientos. Mira tú, siendo mi hermana, y no con mayor tesoro, si es la elección que haces vana cuando Amor con flechas de oro hiere, por lo que en él gana. Si el duque a amarte se mueve, tomará a censo tu honor; mas mira que si se atreve, no hay noble buen pagador ni es príncipe el que no debe. LISENA: ¿Basta a que de la grandeza de una excelencia admirar le dé ocasion la pobreza? Pues aun más te has de espantar cuando me llames alteza. DIANA: Anda, necia. LISENA: Ese retrato
Sácale
antes que leas el papel, diga si verdad te trato. DIANA: A Sigismundo veo en él. LISENA: Y antes que pase gran rato, verás el original de ese gallardo traslado. DIANA: En amor tan desigual donde el pincel ha firmado, recelo algún grande mal. Sigismundo es heredero de Carlos, rey de Bohemia; Tú, hija de un caballero, a quien la Fortuna premia, más en sangre que en dinero. El Rey espera a Leonora, de Hungría infanta, y tan bella, que hasta la envidia enamora, para que case con ella el príncipe que la adora. Por ella en Belgrado está su hermano el infante Alberto, y deben de llegar ya pues si el casamiento es cierto de quien retratos te da, ¿qué puedes tú pretender de tan desigual amor, ni qué alteza puede haber que no derribe tu honor, no siendo tú su mujer? LISENA: Satisfágate a esa duda ese papel, que ya puedes ver discreta y guardar muda para que segura quedes y Amor a mi dicha acuda. Y sin hacer más espantos, callando tu discreción, advierte en favores tantos que es carta de obligación pero no con "sepan cuantos"; que en saberlo pocos, creo que el fin que espero verás y de mi honra el empleo. DIANA: ¡Qué satisfecha que estás! LISENA: Veráslo si lees. DIANA: Pues, leo.
Lee
"Mi padre el rey, prenda mía, me da esposa y no sois vos, como si Amor, siendo dios, preciase estados de Hungría. Antes que llegue este día esta noche Amor concierta daros la posesión cierta que a Leonora os adelanta porque en viniendo la infanta, halle cerrada la puerta. La mano os tengo de dar sin poner mi amor por obra que no soy como el que cobra sin intención de pagar. Sólo os quiero asegurar que en honesto amor me fundo y que, desmintiendo al mundo, contra el gusto y el poder, sabe amar sin ofender a su esposa, --Sigismundo." A tan segura firmeza, tan nunca visto valor, tan no esperada grandeza, ¿qué mucho triunfe tu amor de la mudanza y pobreza? Sólo Sigismundo es quien nombre puede adquirir de amante firme y cortés que el hacer junta al decir y da afrenta al interés. Ya por él perfeto queda el amor, a quien obliga a que estimarse en más pueda, que estaba lleno de liga como la baja moneda y en el fuego del valor con que su fama acredito sabe apartar del amor la mezcla del apetito para acendrarle mejor. A amar tu pobreza vino, quilatando su decoro; que amor desnudo y divino cuanto está más limpio de oro, tanto es más perfeto y fino. Injuria, hermana, me has hecho el tiempo que no me has dado cuenta de tu honra y provecho. LISENA: Aunque amor comunicado dicen que dilata el pecho, temí la envidia, Dïana, que te pudiera causar. DIANA: No es mi inclinación villana. LISENA: No, mas es propio envidiar una hermana a la otra hermana. DIANA: Pues ¿puédeme estar mal, di, que en Bohemia el reino goces? LISENA: Ya lo ves. DIANA: Pues que de mí lo que te quiero conoces, deposita desde aquí secretos dentro la esfera de mi pecho que, constante, verte ya reinar quisiera. LISENA: Mal sabrás, no siendo amante, saber servir de tercera. DIANA: Todo el ingenio lo alcanza. Mas dime, ¿qué tanto ha que entre el temor y esperanza el príncipe por ti está dando guerra a la mudanza? LISENA: Que me quiere bien, ha un año me jura, y que yo lo sé un mes. DIANA: ¡Sufrimiento extraño! ¿Y quién el Mercurio fue de este provechoso engaño? LISENA: Harto humilde, te prometo. Gascón, lacayo de casa, a falta de otro sugeto, es arcaduz por quien pasa nuestro amoroso secreto. El príncipe le ha pegado parte de su discreción y de él el alma fïado. DIANA: Tiene buen humor Gascón. LISENA: Bien conmigo lo ha mostrado; pues entre burlas y veras, introducir ha sabido en mi pecho estas quimeras. DIANA: De ordinario, hermana, han sido las gracias lindas terceras. No desecha ripio Amor, que es dios muy aprovechado, pues al humilde favor de un hombre bajo, ha obligado de Sigismundo el valor. LISENA: Y tanto, que él solo tiene de su secreto la llave. Con él solo a verme viene de noche; que otro no sabe la pena que le entretiene. De manera que es de día de nuestro padre crïado de los de menor cuantía; pero de noche privado del que menosprecia a Hungría. DIANA: Milagros del amor son, que coronas atropella. ¿Y entra otro más que Gascón en la danza? LISENA: Una doncella, a quien han dado ocasión mis desvelos de acecharme, sabe algo de esto también. DIANA: No haces, pues, mucho en fïarme tu pecho, si otros le ven. LISENA: No ha bastado el recatarme. DIANA: ¿Fue Carola la curiosa? LISENA: Sí, hermana; mas solo sabe que de mi pena amorosa es el dueño un hombre grave que me sirve para esposa; sin que del príncipe tenga ni sospecha ni noticia ni conmigo al jardín venga. DIANA: Importa que a la malicia Amor discreto prevenga. Princesa has de ser, en fin. Y ¿por dónde te entra a hablar? LISENA: Llave tiene del jardín. DIANA: Seguro puede llegar, si eres tú su serafín. Y mi padre, estando ausente, no estorbará tu ventura, que el cielo, hermana, acreciente. LISENA: Mira qué alegre murmura este jardín, esta fuente; pues entre dientes me avisa que el príncipe viene ya. ¿No ves aumentar su risa? ¿No ves el olor que da el suelo en que flores pisa? Pues todas señales son de que Sigismundo ha entrado. DIANA: ¡Sabrosa exageración!
Salen SIGISMUNDO y GASCÓN, como de noche, hablando en el fondo
SIGISMUNDO: La noche se ha desojado en ver mis dichas, Gascón. Ojos son esas estrellas, con que hecha un Argos pretende ver mi amor por todas ellas. GASCÓN: Pues luminarias enciende, tus bodas anuncia en ellas. SIGISMUNDO: Agradécele el favor con que a ayudarme ha venido vestida de resplandor. Dila algo. GASCÓN: En mi vida he sido culto versificador; mas pues tú lo mandas, vaya. Zarca antípoda de Febo que hecho este jardín Pancaya para alumbrarle de nuevo bordas de estrellas tu saya; tú que al amante prometes favores como al ladrón y acompañando corchetes como si fueras jubón estrellas traes por ojetes; tú que sustentas con ellas ya el favor y ya el desdén y miéntras brillas centellas haciendo el cielo sartén sus yemas rubias estrellas; bien pudiera, pues que vuelas con tan estrellado bulto decirte --y aun lo recelas-- con cierto poeta culto que estás llena de viruelas o que como eres curiosa, entre el resplandor hechizo nos muestras la cara hermosa con tanto lunar postizo que ya pecas de pecosa; pero sólo digo, en fin, que más bella que otras noches vienes hoy a este jardín llena de dorados broches desde el copete al chapín y que de los cielos bellos donde es bien que te rotules, pudieras, a sufrirlo ellos por lo que tienen de azules, cortar cambray para cuellos. SIGISMUNDO: Anda, necio. GASCÓN: Al uso es esto. LISENA: ¡Ay Dïana! Vesle allí. DIANA: Despejarte quiero el puesto hasta que sepa de ti que soy de Amor tan honesto medianera. LISENA: La luz mato. DIANA: Haces bien. Aquí te espero; que siempre es cuerdo el recato. LISENA: ¿Y el papel? DIANA: Guardarle quiero, envuelto en él el retrato.
Échase DIANA en la manga el retrato y el papel, y apártase a un lado
LISENA: ¡Príncipe! SIGISMUNDO: Lisena mía, ya es medio día, ya en verte se ausentó la noche fria. GASCÓN: (Veremos de aquesa suerte Aparte estrellas al mediodía.) SIGISMUNDO: Recelos húngaros son los que el deseo apresuran, pues para satisfacción del amor que en ti aseguran, te entregan su posesión. Dicen que viene la infanta a injuriar merecimientos, mi bien, de hermosura tanta; y para que impedimentos con que Amor niño se espanta mi dicha no hagan dudosa, mi esperanza determina, Lisena del alma hermosa, que esta noche sea madrina, y tú mi adorada esposa. LISENA: El crédito has restaurado, príncipe, que en los señores por no pagar se ha quebrado; pues siendo todos deudores, tú pagas adelantado. No estados podré ofrecerte cual la infanta, Sigismundo, aunque mi amor es de suerte que tiene cual mar profundo infinitos en quererte. Rey serás desde este día de un alma humilde que adora tu amorosa cortesía, puesto que envidio en Leonora no el amarte sino a Hungría. Mas ya que en estados reales más ilustre la haga Dios, consolaránse mis males en que a lo menos las dos somos en almas iguales, y en esto mi dicha fundo, más que ella en su real blasón pues siendo de Sigismundo, estimo más tu elección que las coronas del mundo. SIGISMUNDO: Paguen esa fe, Lisena, mis brazos, de Amor tusón. Noche alegre, quinta amena, si porque mis bodas son sin testigos, os dan pena, padrino el silencio sea; estos cuadros, reales salas, que himeneo alegre vea; las flores, telas y galas, que teja y vista Amaltea; mis deseos, convidados; músicos, aquestas fuentes y arroyos de Amor templados, que den tono a sus corrientes y hagan fugas por los prados; vos, jazmín, murta, arrayán, aromas que al aura pura fragancia en sus flores dan... GASCÓN: Y yo vendré a ser el cura o al ménos el sacristán. Deja el arroyo templado, el arrayán, murta y flor, viento, fuente, jardín, prado --que has de darle cuenta a Amor de ese tiempo mal gastado-- y empieza tus aventuras; que si Amor anda con venda en fábulas y pinturas, es porque siempre encomienda al amante que obre a escuras. Estas violetas que ves, su tálamo os pueden dar, si agora alfombra a tus pies. Solos os quiero dejar; que al tronco de aquel ciprés me espera un sueño liviano, y darle dos filos quiero. Tahur es Amor tirano, este jardín tablajero; jugad los dos mano a mano, y tiraos como enemigos los restos; que yo os prometo que estáis picados, amigos.
Apártase GASCÓN
SIGISMUNDO: Al Amor llamó un discreto escritura sin testigos. No hace su honesta lucha de anfiteatros caso donde mira gente mucha. Dadme pues... LISENA: Príncipe, paso; que hay aquí quien os escucha. No solo os imaginéis; que mi ventura ha traído un testigo que estiméis y a serlo agora ha venido de la merced que me hacéis. Diana fue salteadora de los secretos de Amor y, aunque sus leyes ignora, ensalza vuestro valor y vuestra grandeza adora. Dadla licencia que os hable. SIGISMUNDO: Gracias le debe este gusto por ella comunicable. LISENA: A mi amor honesto y justo el cielo se muestra afable, pues todos le favorecen. Hermana, el príncipe os llama.
Llega DIANA
DIANA: Tantas mercedes me ofrecen con que ensalce vuestra fama las glorias que os engrandecen, gran señor, que puesta en duda, para no haceros agravio, cuando a alabaros acuda, podré decir con un sabio que la copia me hizo muda. Que como la admiración es del silencio señal, me ha causado confusión el ver que un sujeto real, digno de veneración, cual vuestra Alteza, se agrada de realzar nuestra bajeza. Aunque no ignoro espantada ser propio de la grandeza el dar ser a lo que es nada. SIGISMUNDO: Vos lo habéis dicho tan bien, que a pesar de la opinión que culpa vuestro desdén, la hermosura y discreción hermanarse en vos se ven. Estimad vuestra ventura; que porque os llevéis la palma, quiere que rindáis segura con la discreción el alma, los ojos con la hermosura. Y no reinos, ni riqueza creáis que son el tesoro, Dïana, de más grandeza. Los diamantes, plata y oro, se crían en la aspereza de una infrutífera sierra; las perlas que el mundo estima, una concha las encierra; la púrpura que sublima la vanidad de la tierra, es sangre de un vil pescado; las piedras que el sol congela, un monte las ha crïado; las sedas de tanta tela, que dan soberbia al brocado, un gusanillo pequeño las hila de sus entrañas. Sacad su valor del dueño. Las monarquías extrañas que la amblción funda en sueño, tal vez dan blasones reales a un bárbaro sin razón; mas no dotes naturales de hermosura y discreción porque esos son celestiales. Y pues esto os engrandece, dejad la admiración ya; que mi elección apetece en más lo que el cielo da, que lo que la tierra ofrece.
Sale CAROLA
CAROLA: (¡Válgame Dios por señora, Aparte por amor y por jardín! Desde que el sol el mar dora, hasta que con su carmín sale el alba a ser pintora, ¿desvelada y quimerista enjardinada has de estar? No hay quien al sueño resista, y ya de puro velar se me entorpece la vista. Divorcio hace con la cama Lisena, y da en jardinera; y con ser de un galán dama, y haberme hecho su tercera, sé que adora, y no a quién ama. Pues procúrese guardar de mí; que siendo mujer, bien pudiera adivinar que reviento por saber y, en sabiendo, por hablar. Escucharélos de aquí. GASCÓN: (Carola es ésta: tentarla quiero.) ¡Ah, mi reina! CAROLA: ¡Ay de mí! ¿Quién es? GASCÓN: Quien por adorarla, vive en ella y no esta en sí. Tierna comunicación a su señora entretiene aquí. ¿Habrá conversación? CAROLA: ¿Luego él con su amante viene! GASCÓN: Vengo por su motilón y por servidor leal de esa cara. CAROLA: Apartesé; que ese nombre huele mal. GASCÓN: Es de noche, y me vacié. CAROLA: Diga "agua va," pesia tal, y hable más limpio, si intenta que no me vaya. GASCÓN: Yo busco una trucha con pimienta, una viña con rebusco, y una huéspeda sin cuenta. CAROLA: Pues yo, hermano, no pretendo a quien busca gangas muchas, y que me pesque defiendo, porque no se cogen truchas... Ya lo entiende. GASCÓN: Ya lo entiendo. CAROLA: Si rebusco busca en viña, no hay en mí qué rebuscar; que estoy en cierne, y soy niña en agraz por madurar... GASCÓN: (Si lo jura su basquiña...) Aparte CAROLA: ...huéspeda soy; mas si intenta, cuando disgustos despueblo, comer, irse, y no hacer cuenta, pique; que cerca está el pueblo y no hay posada en la venta. GASCÓN: Discretaza eres. Ser quiero perdigón de tu reclamo. CAROLA: ¿Quiero, dijo? ¡Ay qué grosero! Sepamos quién es su amo y quién es él; que me muero de este antojo, y, podrá ser, que algún monipodio hagamos. GASCÓN: Vaya, pues has de saber... CAROLA: ¿Tan presto nos tuteamos? GASCÓN: Soy hombre y eres mujer. CAROLA: ¿Quién son los dos? Que recelo que nos quieren dar papilla. GASCÓN: Caballeros, vive el cielo sino que éste lo es de silla y yo caballero en pelo. A medias gano salario de dos amos por su turno a quien sirvo de ordinario: de adelantado al diurno y a esotro de secretario. Causaráte maravilla este modo de servir; pues advierte que en Castilla por mí se vino a decir lo de aquella seguidilla: "Dime qué señas tiene, niña, tu hombre" "Lacayito de día bufón de noche." CAROLA: Tan en ayuno me quedo de saber quién es, como antes. ¿Quién es su señor? GASCÓN: No puedo decirlo; que en los amantes el secreto quita el miedo; mas si me das un favor, todo lo desbucharé. CAROLA: ¿Qué quiere? GASCÓN: ¿No hay cinta o flor, guante de la mano o pie, y otros dijes de amor? CAROLA: Diérale yo este listón; mas pediráme el que trato cuenta de él, y con razón. GASCÓN: Lo contado come el gato. ¿Es el dichoso Gascón? CAROLA: ¿Gascón? ¡Gentil desatino! ¿Yo amores con un gabacho que a casa en puribus vino? GASCÓN: ¿En puribus? CAROLA: Es borracho y anda en cueros como el vino; mas cúmplame aqueste antojo y hele aquí. GASCÓN: Venga el listón; que ya de celos me enojo. ¿Ha de olvidar a Gascón, y escogerme á mi? CAROLA: Sí escojo. GASCÓN: ¿Olvidarále? CAROLA: ¡Jesú! Dale ya por olvidado. GASCÓN: ¿No es monazo? CAROLA: De Tolú. GASCÓN: ¿No es un puerco? CAROLA: Socarrado. ¿Qué falta? GASCÓN: Escupirle.
Escupe
CAROLA: ¡Pu! GASCÓN: (La mitad de tu apellido Aparte escupiste.) Digo pues, ya que obligarme has querido, que este caballero es... CAROLA: ¡Ay Dios! GASCÓN: ¿Qué sientes? CAROLA: Rüido. ¡Lisena, señora mía, tu padre en casa! LISENA: ¡Ay de mí! SIGISMUNDO: ¿El pesar tras la alegría? DIANA: Véte, gran señor, de aquí. GASCÓN: (La fiesta se queda fría.) Aparte SIGISMUNDO: Ya, mi bien, que sois mi esposa, no temo siniestro fin. Adiós, mi Dïana hermosa. LISENA: La puerta está del jardín abierta.
Vase SIGISMUNDO
GASCÓN: Pues es forzosa la amistad que hemos trabado, ¿cómo te llamas? CAROLA: Carola. GASCÓN: Dolor de tripas me has dado; mas por esa causa sola traeré el cuello escarolado.
Vase GASCÓN. Salen ORELIO, con una hacha encendida, hablando aparte con FISBERTO, viejo
FISBERTO: ¿Hombre dices que salió del jardín? ORELIO: ¿No ves abierta la puerta? FISBERTO: Y con ella abrió sospecha a mi agravio cierta quien en él de noche entró. Alumbra. ¿Quién está aquí? LISENA: ¡Oh, señor! Seas bien venido. FISBERTO: Vine y vi; mas no vencí, pues miro el honor perdido que industrioso conseguí. ¿Qué hacéis las dos a tal hora y en tal sitio? LISENA: Es el calor del sueño enemigo agora y huyendo de su rigor, pedimos alivio a Flora. FISBERTO: ¿Y abrístele, para echalle, la puerta? DIANA: Lugar seguro es el jardín, sin cerralle, pues sale el postigo al muro y no a la plaza y la calle. Deja agora, señor, eso y dinos si traes salud. FISBERTO: Que lo imaginé confieso; mas la falta de virtud quita la salud y el seso. La que yo tenía era cierta pero tan mal me ha tratado quien darme muerte concierta, que el honor me ha registrado el cierzo de aquella puerta. ¿Qué hombre fue el que salió por ella agora? DIANA: ¿Qué dices? LISENA: ¿Hombre aquí? FISBERTO: Diréis que no pero lo que tú desdices colíjo en la cara yo. DIANA: Si no volviera por mí la opinión que de intratable en el mundo conseguí, temiera algún mal notable qe ver que me hables ansí. ¿Sabes que Bohemia sabe en lo que mi honor se precia sin que de humanarse acabe y que en opinión de necia estoy por honesta y grave? Pues ¿qué sospechoso humor quitarme intenta este nombre, sin estima de mi honor? La sombra no más de un hombre suele causarme temor. Mi hermana, ya es cosa cierta lo que su fama procura. No culpes jardín ni puerta. FISBERTO: Sin puerta aun no está segura la honra en mujer y huerta, cuanto y más haciendo prueba, abriéndola, del rigor con que un viento se la lleva; que a Adán le quitó el honor estando en un jardín Eva. Estáis en jardín, y crece el deseo, y cuando vaya al natural que apetece, podréis decir que bien haya quien a los suyos parece. Carola, di la verdad. ¿Quién era el que estaba aquí? CAROLA: Yo, señor...
FISBERTO saca la daga
FISBERTO: De mi crueldad entenderás... CAROLA: ¡Ay de mí! Uno de la vecindad buscaba--aquesto es sin duda-- de parte de la comadre... deja la daga desnuda... para cierto mal de madre, unos cogollos de ruda. FISBERTO: ¡Vive el cielo, que ha de ser hoy sepulcro este jardín vuestro, o tengo de saber qué hombre, o para qué fin acabáis de hablar y ver! DIANA: Ya no se puede esperar tanta afrenta y vituperio. ¿Eso se ha de imaginar de mí? Iréme a un monasterio, y podráste asegurar. FISBERTO: ¡Ah mujer, al fin lijera! DIANA: Por no serte inobediente, me voy.
Hace que se va, y tiénela FISBERTO de la manga donde escondió el papel
FISBERTO: ¿Dirás que es quimera lo que yo he visto? Detente. ¿Qué papel es éste? Espera.
Sácale el papel y el retrato
DIANA: ¿Es nuevo traer papeles en la manga una mujer? FISBERTO ¿Cuándo tú traerlos sueles? ¡Bueno! ¿Estudios vengo a ver de plumas y de pinceles?
Lee
Regalado está el papel, y el príncipe en su retrato se muestra amoroso y fiel. ¿Eres tú la del recato, la desdeñosa y crüel? ¿Creyendo a un príncipe estás, que mañana ha de casarse? ¡Bien tu sangre honrando vas! ¿Papeles que han de rasgarse cobras, cuando tu honra das? ¿Es más aquesta pintura de un papel en que trabaja el engaño, pues procura la deshonra en su baraja darte un rey sólo en figura? Da crédito a firmas fieles, funda en ella tus cuidados; sabrás, cuando más reveles, que a mujeres y a soldados paga un príncipe en papeles. ¿Eres tú la recatada? LISENA: (Ya lloro de mi secreto Aparte la dicha desbaratáda.)
Aparte a LISENA
DIANA: Por sacarte de este aprieto, tengo de ser la culpada. FISBERTO: ¿Y tú, Lisena, a terciar en mi afrenta te enseñaste? ¡Bien te sabes estimar! LISENA: Al punto que aquí llegaste, acababa yo de entrar, el hombre que salir viste, de mí debió de irse huyendo, el tiempo que tú veniste; mas de aquí saco y entiendo que en un engaño consiste cualquier vana hipocresía. Ya sabemos a qué fin se echaba a dormir de día por velar en el jardín cada noche. DIANA: ¡Hermana mía...! LISENA: Creyó subir a lo sumo de la real autoridad y de aquí, a lo que presumo, crecen de su vanidad los humos, que al fin son humo. Di, necia, ¿locura tanta te hizo desvanecer por un papel que te encanta? ¡Por cierto, hermosa mujer para hacer punta a una infanta! Si mi padre ha de tomar venganza, y me cree a mí, a ti te había de quemar, y al retrato, porque así reinéis los dos a la par. Fuera un hecho sin segundo, si en pago de tu corona, os viese quemar el mundo: a ti por loca en persona y en retrato a Sigismundo. ¡En gentil reina había puesto Bohemia su monarquía! Castígala, señor, presto.
A DIANA aparte
Perdóname, hermana mía, que me va la vida en esto.
Vanse LISENA y CAROLA
FISBERTO: Quien loca imposibles prueba, y a subir se desvanece a donde el viento la lleva, cuando caiga, bien merece que cualquiera se le atreva. De ese retrato te asombra, si a cobrar tu seso vienes, pues si su esposa te nombra y, en sombra al príncipe tienes, princesa serás en sombra. Y mientras yo voy a hablar al rey y a poner cordura a quien te viene a burlar, descarta aquesa figura y tu honor podrás ganar.
Vanse FISBERTO y ORELIO
DIANA: ¡Gentil fraterna me han dado! Basta, que llevo la pena de lo que nunca he pecado; mas como reine Lisena, yo lo doy por bien empleado. Con este enredo codicio darle a Amor su posesión; pues de tercera es mi oficio, seré amante en opinión pues no puedo en ejercicio.
Vase DIANA. Sale el REY de Bohemia, viejo, y ALBERTO, infante
ALBERTO: Una jornada, gran señor, de Praga queda Leonora, infanta, donde espera el palio real, que en parte satisfaga la ausencia de su patria, en ella fiera. Si Amor servicios de este modo paga, y el príncipe la dicha considera que los cielos le ofrecen con Leonora, no a la infanta de Hungría, al sol adora. Disimula prudente la tristeza que, a pesar de su industria, por los ojos no agravia, antes aumenta su belleza; que suelen ser afeite los enojos. Causarálos mudar naturaleza, si ya no es que acierten los antojos de quien afirma, más que fuera justo, que se casa la infanta a su disgusto. Tibio también a Sigismundo advierto en estas bodas. Poco se disfraza. Al camino creímos que encubierto saliera a ver la infanta y que la caza su amor coloreara; mas lo cierto es que en otros empleos se embaraza voluntad que a tal tiempo es tan remisa si Amor a los principios todo es prisa. REY: Pues bien, ¿qué me querrás decir por eso? ALBERTO: ¡Ay Rey! ¡Ay padre! Si el principio mío tu sangre fue, y es cierto que intereso de ella el amor, por quien vivir confío; si aquesta mano que obediente beso, por afrentar larguezas de Darío, con que al monarca macedón excedes, se llama mano por manar mercedes. Ansí al bohemio reino jamás falte tu vista venerable; ansí preserve el tiempo tu vejez sin que le asalte decrépito rigor que en ti reserve; ansí la eternidad su trono esmalte en esa plata, donde se conserve una vida inmortal, sin que venganza des jamás al olvido y la mudanza; que el reino del Amor no tiranices, ni voluntades con violencia enlaces; que no la fuerza doma las cervices del tálamo himeneo que deshaces. Cuando campos de plata esterilices que entre los lazos de amorosas paces hijos producen con que eterno queda, no habrá quien en los reinos te suceda. Yo, padre caro, que a Leonora adoro y en sus ojos recíprocos colijo correspondiente gusto, en lazos de oro de sus cabellos mi prisión elijo. Sigismundo no la ama. Si el decoro de mi vida te mueve, el ser tu hijo y no me quieres presto llorar muerto, agrada a Sigismundo, obliga a Alberto. Acción tengo a Sajonia; en su conquista feliz, asiste el español don Sancho; ya dicen que ha rendido a escala vista las poblaciones de su término ancho y, como tu rigor no lo resista, si con Hungría su ducado ensancho, la fama vencerás de tus mayores y dejarás dos reyes sucesores. REY: No merece respuesta quien no estima palabras reales que respeta el mundo. Tu necio amor sus ímpetus reprima sin culpar el que tiene Sigismundo; que ni Leonora el suyo desestima ni tú, que en nacimiento eres segundo, cuando en Sajonia por su duque quedes, es justo que, como él, un reino heredes. ALBERTO: Pues, ¡vive el cielo...! REY: Loco, ¿qué es aquesto? ALBERTO: Que si a otro que a mí su esposo llama... REY: ¡Tú conmigo atrevido y descompuesto! ¡Hola! ¿No hay gente aquí? ALBERTO: ...que en viva llama a Roma ha de imitar tu corte presto, y yo a Nerón, que a la tarpeya fama pondré en olvido.
Vase ALBERTO
REY: ¿No hay quien lleve preso este desatinado, este sin seso?
Sale FISBERTO
FISBERTO: Vuestra majestad se sirva de oírme aparte un secreto, y esta prisa no le espante, porque la pide el remedio. REY: Si no es de tanta importancia, después me hablaréis, Fisberto. FISBERTO: Vaos en ello, gran señor, el gusto, y la paz del reino. REY: ¿La paz del reino y mi gusto? ¿Qué será? ¡Válgame el cielo! Llegáos aquí y excusad preámbulos y rodeos. FISBERTO: La noticia que de mí os dieron mozo mis hechos, gran señor, aunque olvidada, no del todo se habrá muerto. De ella habréis ya colegido la lealtad con que os sirvieron mis nobles progenitores, imitándolos yo en esto. Testigo el pobre caudal con que su opinión sustento; que privar y salir pobre limpio nombre da, aunque nuevo. Hanme quedado dos hijas con cuya vista consuelo servicios no bien pagados si no es en merecimientos. REY: ¿Querréis, Fisberto, pedirme sus dotes? Yo os los concedo. ¿Es éste el caso importante? FISBERTO: No dotes, señor, pretendo; que los de naturaleza tienen y los que las dieron sus nobles antepasados, que son los que estimo y precio. Bástales ser hijas mías; que si nobles casamientos mi vejez apeteciera, no viniera a lo que vengo ni algun príncipe faltara que, llamándose mi yerno, ensalzara prendas mías hasta su trono supremo. Dïana, que es la mayor, y en los altos pensamientos mi natural semejanza, tan sublimes los ha puesto que el príncipe Sigismundo es, gran señor, por lo menos, el blanco de su esperanza y de su amor el sujeto. REY: No será la primer loca que dando en esos extremos con príncipe bodas finja y pare su tema en reinos. ¿Qué quieres decirme más? FISBERTO: Por locura pasara esto, si el príncipe, gran señor, no hubiera sido el primero que, a pesar de inconvenientes, menospreciando conciertos que con la infanta Leonora por él en Hungría has hecho, persuadiera la entereza de Dïana al fin honesto con que la iglesia permite vivir un alma en dos cuerpos. REY: ¿Sigismundo con Dïana? FISBERTO: Ésta es verdad. REY: Anda, necio. Ya sé que se ha concertado contigo el infante Alberto para que me persüadas que el príncipe, aborreciendo a Leonora, pronostica infeliz su casamiento. FISBERTO: De mi hacienda vine anoche, hallé mi jardín abierto, vi salir un hombre de él y estar mis dos hijas dentro. Sospechas averigüé; que en este papel perdieron el nombre, pues ya no son sospechas indicios ciertos.
Dale al REY el papel y el retrato, y mírale
Léele, y mira este retrato y si tomas mi consejo, no con alborotos hagas agravio al sabio silencio; que yo casaré a Dïana, buscando algún caballero igual a su sangre y dote con la brevedad que veo que para este caso importa; y, puesto este impedimento, volverá el príncipe en sí. Será de la infanta dueño, y yo quedaré premiado con que sepan que he antepuesto la lealtad a una corona que me daba reyes nietos. REY: Fisberto, si yo supiera el valor que en ese pecho atesora tu lealtad, tú ocuparas otro puesto; mas yo enmendaré descuidos. Tomar quiero tu consejo sin que, cual dices, enojos publiquen lo que es secreto. Bien me parece que cases a Dïana, y que sea luego; que en el peligro presente es el más arduo remedio; pero ha de ser de mi mano el esposo; que ya quiero, aunque tarde, comenzar a pagar lo que te debo. Don Sancho de Urrea merece, por noble, pues descendieron de los reyes de Aragón los que a su casa ser dieron; por valeroso, cual muestra Sajonia, por cuyos hechos rendida me reconoce; por su noble entendimiento, y por su edad, no liviana, como en los años primeros, cuya mudable inquietud mil mal casados ha hecho, sino en madurez viril, que los gustos Himeneos, para que duren felices, tasa sabio, y goza cuerdo; y, en fin, porque yo le estimo y darle estados pretendo que el ambicioso murmure y no indignen al discreto, me parece que será merecido y justo empleo de tu lealtad y mi gusto. FISBERTO: Agradecido te beso, gran señor, tus pies reales; que a medida del deseo, dueño a mi casa has cortado.
Salen SIGISMUNDO, ALBERTO, y GASCÓN, hablando aparte los tres
SIGISMUNDO: Los brazos te diera, Alberto, a no estar mi padre aquí, por ver que en la infanta has puesto los ojos, y amando estorbas este odioso casamiento. De mi parte está seguro; porque al paso la aborrezco que en otra parte idolatro. GASCÓN: Príncipe, ¿no ves aquello? Retrato, viejo y papel te acusan. SIGISMUNDO: Ya sé el enredo, Gascón, que en ayuda mía anoche hicieron los cielos. La sospechosa es Dïana, de mi amor y, por lo menos, Lisena estará segura. GASCÓN: Amor todo es embelecos. REY: Príncipe. SIGISMUNDO: ¿Señor? REY: ¿Qué aguardas si está tu esposa en mis reinos y una jornada de aquí que a verla no vas? SIGISMUNDO: Sospecho... REY: No hay que sospechar. Al punto parte y quítala recelos; que tu descuido habrá dado materia a su llanto y celos.
Hablan aparte SEGISMUNDO y ALBERTO
SIGISMUNDO: ¿Qué responderé? ALBERTO: Que vas a verla, y juntos podremos, contra caducos enojos, entablar nuestros sucesos. REY: ¿No partes? SIGISMUNDO: Ya, Señor, parto. REY: Fisberto, venid; que tengo que deciros muchas cosas concernientes al bien vuestro.
Vanse el REY y FISBERTO
SIGISMUNDO: Quédate, Gascón. GASCÓN: De día soy vigilia de este viejo pues siempre le voy delante. SIGISMUNDO: ¿Y de noche? GASCÓN: Tu linterno.
Vase GASCÓN
SIGISMUNDO: Partamos, pues, que Leonora y Hungría serán de Alberto, o no seré Sigismundo. ALBERTO: Pon en mi cara dos hierros.

FIN DEL ACTO PRIMERO

El celoso prudente, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 20 Aug 2002