ACTO TERCERO


 
Salen NARCISA y SIRENA
SIRENA: A esta casa de placer te he querido convidar, si en negocios de pesar puede este nombre tener. Atropelláronse ayer tantas quimeras, Narcisa, que aunque ambicioso me avisa tu amor, que triunfa en palacio, quise averiguar despacio lo que te engaña deprisa. Hallé a César en tu casa tan tu amante en la apariencia que al parecer tu presencia le desatina y abrasa. Si supieras lo que pasa y que de puro celoso busca en engaños reposo y en tu hermosura venganzas, marchitaras esperanzas que malograr es forzoso. Para aliviar accidentes, de su sed mortal indicios, busca el enfermo artificios, flores siembra, finge fuentes; y aunque algún rato presentes le suelen causar sosiego enfádase dellas luego; que fuentes artificiales no aplacan sedes mortales cuando está en el alma el fuego. ¿Nunca viste, si las llamas aumentan la calentura, que el enfermo lo que dura congojado muda camas? Todo es andar por las ramas, pues al fin cuando aligera el mal su efímera fiera, aunque en él fiada estás, despreciando las demás se reduce a la primera. Narcisa, la hidropesía celosa le tiene ansí; abrasado busca en ti lo que en mi amor desconfía. Mudando damas porfía aliviar su ardiente pena y a más rigor se condena mientras su mal no le avisa cuán mal curará Narcisa calenturas de Sirena. NARCISA: Si no fueras más hermosa que eres sabia en la doctrina desa nueva medicina, que alegas por milagrosa, no estuviera yo celosa de que haya sido tu amante quien dices que es inconstante porque de gustos mejora. Basta, que das en dotora no siendo ni aun platicante. ¿Agora, marquesa, sabes que, si el duque --que lo dudo-- amarte primero pudo, por más que en esto te alabes, en enfermedades graves tal vez el mal se destierra mudando de aires y tierra; y que César por sanar de tu amor quiso mudar desdenes que le hacen guerra? Si nunca bien le has querido y su amor te daba enfado, libre ya de su cuidado ¿qué buscas? ¿A qué has venido? Su olvido paga tu olvido; da a tu dicha parabienes, prosigue con tus desdenes, si no es que formando quejas suspiras por lo que dejas y no sueltas lo que tienes. SIRENA: ¡Bueno es que ya confïada me aconsejes presumida, desde ayer acá querida y desde hoy asegurada! Ni yo me juzgo olvidada ni tu estás en posesión; con menos satisfación, Narcisa, y sin dar consejos, que el sembrar está muy lejos de la cosecha y sazón. Ayer sembraste esperanzas, deja arraigarlas primero, que trae el tiempo ligero temporales de mudanzas. Pretensiones por venganzas de amor no pueden durar. ¡Pobre de ti, si a mirar vuelven risueños mis ojos a quien doy severa enojos! ¡Qué fría te has de quedar! Mira; si César te dio la sortija que le di no fue por amarte a ti mas porque la viese yo. Cuando tan grave me habló fingiendo severidades entonces, oye verdades, fulminando disfavores, si salían dél rigores paraban en mí humildades. ¿No advertiste que al volver las espaldas se moría, condesa, porque no vía lo que despreciaba ver? Nunca procures querer amante que está celoso, que a costa de tu reposo probarás, si le admitiste, que quien de ajeno se viste el desnudarle es forzoso. NARCISA: ¿No sabré, Sirena, yo a qué propósito quieres desperdiciar pareceres en quien no te los pidió? O quieres al duque o no. Si no, ¿qué se te da a ti que yo me despeñe ansí? Si por él pierdes el seso, marquesa, solo por eso el alma toda le di. De una y otra suerte creces llamas a mi amor primero; porque le quieres le quiero, también porque le aborreces. En vano te desvaneces, pues cuando yo no le amara viendo que en esto repara tu sospechosa impaciencia, porque me haces competencia el corazón le entregara. SIRENA: Sí harás, porque el amor necio muestra quién es en sus obras; hónrate tú con mis sobras; ama a quien yo menosprecio; para ti serán de precio los desechos que yo arrojo; viste lo que yo despojo, mas mira que ha de costarte la vida el determinarte, Narcisa, a darme este enojo. NARCISA: ¿Me amenazas? SIRENA: Apercibe armas contra mi cuidado. No es cortés quien el crïado que uno desechó recibe. NARCISA: César en mi pecho vive. SIRENA: Pues ¿cuando en él le retrates, merécesle tú aunque trates secar mi esperanza verde? NARCISA: Perdida estás, y a quien pierde se le sufren disparates.
Salen GASCÓN y el ALCALDE [con dos CRIADOS]
GASCÓN: Yo puedo entrar donde quiera, que soy para lo vedado ministro privilegiado, y mandarme salir fuera es muy gran descompostura. [ALCAIDE]: Mayor libertad es esa; que estando aquí la marquesa del Final, cuando procura que no entre nadie, es razón ser cortés. SIRENA: Hola, ¿qué es eso? GASCÓN: ¡Oh mi señora! Este exceso perdonad. SIRENA: ¿Quién sois? GASCÓN: Gascón; archilacayo ducal. SIRENA: ¿Pues qué pretendéis aquí? GASCÓN: Síguese detrás de mí el duque. No sé qué mal le trae con melancolía; amores deben de ser. Preténdese entretener en la de vueseñoría casa de placer --ansí jerigonzan critizantes-- enfádanle negociantes y por si los hay aquí vine a despejar el puesto, sin saber yo los favores que en república de flores libraba ese hermoso gesto... ¿Gesto? No es vocablo culto. Ese aromático globo... ¿Globo dije? Soy un bobo. Ese brillático vulto... Peor. Esa hermosa cara... ¡Cuerpo de Dios! Deste modo se llama en el mundo todo. Lleve el diablo a quien compara al padre de Faetón los ojos y los cabellos, rayos ensartando en ellos las veces que rubios son. Golfo de ébano sutil los cabos negros hacía y al peine que los barría llamó escoba de marfil; nieto al amor de la espuma, y a un sacre que daba caza en el aire a una picaza, llamó corchete de pluma. Miren vuesirías dos cuál anda ya nuestro idioma; todo es brilla, émula, aroma, fatal... ¡Oh, maldiga Dios al primer dogmatizante que se vistió de candor! SIRENA: No deis en reformador vos, que sois muy ignorante. Pero decid, ¿César viene a esta quinta? GASCÓN: Una carroza, señora, a solas le goza con Carlos, que le entretiene sin más acompañamiento, y las cortinas corridas. SIRENA: (Hoy sospechas mal nacidas, Aparte averiguaros intento.) ¡Hola crïados!
Han salido con el ALCALDE otros dos
ALCAIDE: ¿Señora? SIRENA: Ponedme este hombre a recado. GASCÓN: ¿A mí? SIRENA: Tenelde encerrado lejos de aquí. GASCÓN: Escuche agora; ¿pues porque entré sin licencia? NARCISA: ¿Qué es lo que intentas hacer? SIRENA: Llevalde.
A NARCISA aparte
Quiero saber cuál en nuestra competencia de las dos es preferida. NARCISA: Yo en eso no dificulto. GASCÓN: Si es esto porque hablé culto ¡oh cándida luz bruñida! a la de tu apelo amor clemencia, que es, construído, a tu clemencia rendido apelo deste rigor. SIRENA: ¡Hola, llevalde! GASCÓN: ¿Ha de haber tras esto --déjenme hablar-- palmeamiento orbicular? Quisiera darme a entender hablando en estilo humano; ¿habrá azotaina? ALCAIDE: No sé. SIRENA: Llevalde. GASCÓN: Anoche soñé azotes en canto llano y por esto lo pregunto; porque son, la vez que sale sermón tras el dale, dale, azotes en contrapunto.
Llévanle
NARCISA: Pues dime, ¿qué dependencia tiene tu averiguación, marquesa, desta prisión? SIRENA: Quiero ver por experiencia si César finge quererte por darme celos a mí o si viene agora aquí por hablarte y pretenderte. Si ignora, pues, que aquí estoy y tu, estando yo escondida, le disuades mi venida, verás desengaños hoy que te den nuevo cuidado conque yo segura esté. Por esta causa mandé retirar ese crïado; que así por él no sabrá que estaba agora contigo. NARCISA: En fin, ¿dices que en castigo del que tu desdén le da finge, por amartelarte, que me quiere bien? SIRENA: ¿Pues no? Estaba presente yo anoche y fingió adorarte para que yo lo sintiese. Verás ahora cuán mudado, cuán tibio, cuán desganado, te habla. NARCISA: ¡Qué engaño es ése tan donoso! ¿Pues tan poco puede mi presencia, di, que no le olvide de ti? SIRENA: Tiénenle mis celos loco. No sepa el que yo aquí estoy; verás qué al punto te deja. NARCISA: Escóndete y apareja paciencias; que yo te doy mi palabra que has de estar rematada antes de mucho. SIRENA: Desde esta murta os escucho. ¡Qué necia te has de quedar!
Escóndese SIRENA
NARCISA: ¿No es bueno que comencé de burlas estas quimeras y que me pesa de veras, que tan confïada esté Sirena de que es querida, que adivine lo que pasa? No es amor el que me abrasa; mas de envidia estoy perdida, porque será caso recio que en competencias de amor salga el suyo vencedor y el mío con menosprecio. ¡Oh celos! ¡Oh envidias fieras, venenoso frenesí! Si quitáis el seso ansí de burlas ¿qué haréis de veras?
Salen CÉSAR y CARLOS
CÉSAR: Divirtamos majestades, que atormentan si autorizan pensamientos amorosos, en la quietud desta quinta. ¡Qué de novedades quiere, Carlos, amor que te diga! Oye sus milagros. CARLOS: Paso, señor, que está aquí Narcisa. CÉSAR: ¿Quién? CARLOS: La condesa; tu dama intrusa. CÉSAR: Su hermosa vista puede tanto, amigo Carlos... CARLOS: ¿Cómo? CÉSAR: No sé qué te diga. Déjame a solas con ella. CARLOS: ¿Pues quiéresla bien? CÉSAR: Se alivian mis pesares con mirarla y mis celos se amortiguan. Retírate. CARLOS: Que me place; pero, ¿tan presto se olvidan amores y más celosos? CÉSAR: Es muy bella y tengo envidia de lo que a Alejandro quiere. Mira qué bien que se libran los que me causa Sirena si ya a pares me lastiman. CARLOS: No dejarás de medrar con esa mercaduría; si al primer lance la doblas, déte amor con ellas dicha.
Vase
NARCISA: ¿Gran señor? CÉSAR: Con ese nombre diera a mi ventura estimas si lo fuera vuestro yo. ¿Estáis sola? NARCISA: En compañía de enemigos pensamientos, contraria yo de mí misma, aguardo desafïada a Sirena, en cuya quinta han de batallar sospechas. CÉSAR: Si mi amor os apadrina, segura está la vitoria de vuestra parte. NARCISA: No finja vuestra alteza hasta que venga favores que aunque mentiras pueden engendrar verdades en quien dellas necesita. Presto Sirena vendrá. CÉSAR: Plegue a Dios, condesa mía, que tantos estorbos tenga que con ellos divertida jamás agravie estas flores. NARCISA: ¿Jamás? ¿Cuando en ella estriban, desesperado en su ausencia, apoyos de vuestra vida? ¿No es Sirena ídolo vuestro? ¿No la amáis? CÉSAR: Paso, solía. Mucho pudieron ofensas y mucho más vuestra vista. Lo que yo podré afirmaros es que habéis hecho en un día más que en un año Sirena.
Desde donde está escondida [SIRENA]
SIRENA: ¿Qué estáis oyendo desdichas? ¿En un día la condesa más que yo en un año? Altivas presunciones amorosas, por soberbias abatidas, ¿esto escucháis sin vengaros? NARCISA: (¿Qué es esto, estrellas benignas? Aparte ¿Conmigo tan amoroso César? ¿Si tiene noticia de que la marquesa está oyéndonos escondida y finge por abrasarla que me quiere y que la olvida? Sin duda; que desde anoche, cuando celos tiranizan alma que está tan prendada, mal sabrá olvidar antiguas prendas de amor.)
A él
Bien podéis señor, sin hablar enigmas pues no ha llegado Sirena, decirme vuestras fatigas. ¿Cómo desde anoche os va? ¿Fue eficaz la medicina de nuestro ingenioso amor? Vuestra prenda está perdida de celos; no negaréis que, aunque dama sostituida, no hice mi papel anoche con linda gracia. CÉSAR: Y tan linda que por serlo tanto vos conoce la mejoría mi amor de vuestra belleza y a que os adore me obliga. SIRENA: ¿Cómo es esto? ¿Luego fueron ardides de sus malicias las finezas con que anoche dieron causa a mis envidias? ¿Luego fingieron amarse? ¡Ay sospechas mal nacidas; si ya se quieren de veras, muerto me han mis armas mismas! NARCISA: Que no está aquí vuestra dama. CÉSAR: Estáislo vos. ¡Ay si mía os pudiera llamar yo! NARCISA: ¿Vos pensáis, señor, que os mira Sirena o ensayáis celos con que podáis reducirla a la voluntad primera? CÉSAR: No sé en eso lo que os diga; pero sea lo que fuere, mostraos vos agradecida, favorecedme agradable, correspondedme propicia. NARCISA: ¿Y han de ser burlas o veras? CÉSAR: Veras o burlas, prosigan favores que por ser vuestros como quiera son de estima. NARCISA: Va de burlas. Yo os prometo duque y señor... CÉSAR: No vendría mal ahí un "dueño amado." NARCISA: Vaya, porque en todo os sirva. Yo os prometo, amado dueño, que vuestra presencia, digna de augustas estimaciones, y en competencia la envidia que Sirena me ha causado han dado tal batería desde anoche a mi sosiego que si fui dama fingida ya, celosa y agraviada de que lo que solicitan mis favores gocen otras, es llanto lo que fue risa. ¿Para tan poco soy yo que, habiéndome hallado digna para que entre tantas damas con la marquesa compita, no podré comunicada sacar del alma reliquias, que si celos las conservan desengaños las marchitan? ¿Sirena haciéndoos agravios, yo sirviéndoos y que digan que ella salió vitoriosa y que yo quedé vencida? Si tal ofensa llegara a ejecución, si su dicha volviera a gozar las paces que los celos reconcilian, del modo que el alma agora sale a los ojos por cifras de lágrimas, no dudéis de que mi muerte las siga.
Llora
CÉSAR: Pues ¿lloráis? NARCISA: ¿No he de llorar injurias no merecidas, diligencias mal pagadas y mudanzas no admitidas? CÉSAR: ¿Luego aquesto va de veras? NARCISA: No señor, mas si lastiman tanto de burlas ¿qué harán celos de veras? SIRENA: (Perdida Aparte estoy. Salgamos agravios a manifestar desdichas que, si inventaron sospechas para acechar celosías, Perilo de sus tormentos serán pues se martirizan a sí mesmas y en su daño padecen lo que averiguan. Pero no; sepamos antes, supuesto que fue fingida la fábrica deste amor que ya verdades confirman, en qué estado estoy con César y si lágrimas hechizan voluntad que tan constante blasonaba de ser mía.) CÉSAR: No lloréis soles hermosos, que quien perlas desperdicia no sabe lo que le cuestan a quien os ama sus Indias. Ya sean veras, burlas ya, vuelva a serenar la risa nublados tristes que esconden la belleza de sus niñas; que yo os juro, a fe de amante, si vuestros ojos porfían, puesto que en mí sea bajeza, que afeminado los siga. Ya Sirena está olvidada. Amor, todo maravillas, vuestra hermosura imperiosa y agravios que desobligan hicieron este milagro. Por su igual amante elija la marquesa a Marco Antonio que su presunción castiga. Mejórese en vos mi amor; mude señora a quien sirva, despídase de Sirena y sea esclavo de Narcisa. NARCISA: ¿Y eso es ficción o es verdad? CÉSAR: ¿Qué sé yo? Como os imitan, burlas serán si os burláis y veras si ansí se estiman. NARCISA: ¿Amaréisme si yo os amo ya de veras reducida a despedir fingimientos? CÉSAR: Daré a mi ventura albricias. NARCISA: ¿Y Sirena? CÉSAR: No os iguala. NARCISA: ¿Si la veis? CÉSAR: Huiré su vista. NARCISA: ¿Si os ruega? CÉSAR: Vengaré agravios. NARCISA: ¿Si os llora? CÉSAR: Serán malicias. NARCISA: Estáis celoso. CÉSAR: De vos. NARCISA: ¿De mí? CÉSAR: Vuestro amor lo diga. NARCISA: ¿De Alejandro? CÉSAR: Ése me abrasa. NARCISA: ¿De Marco Antonio? CÉSAR: Me entibia. NARCISA: En fin, ¿me amáis? CÉSAR: Os adoro. NARCISA: Sois duque. CÉSAR: Vos sois más digna. NARCISA: No os merezco. CÉSAR: Asentareisos... NARCISA: ¿Dónde, César? CÉSAR: En mi silla. NARCISA: ¿Por duquesa? CÉSAR: Y por mi esposa. NARCISA: ¡Grande amor! CÉSAR: Voluntad limpia. NARCISA: Dadme esa mano. CÉSAR: Y el alma.
Dánselas
NARCISA: Ya sois mío. CÉSAR: Ya sois mía. NARCISA: ¿Quién será mi dueño? CÉSAR: César. NARCISA: ¿Quién lo asegura? CÉSAR: Mi vida. NARCISA: ¿A quién dejáis? CÉSAR: A Sirena. NARCISA: ¿Y a quién amáis? CÉSAR: A Narcisa.
Sale SIRENA
SIRENA: Ya no pueden mis ojos mirando agravios reportar enojos. Desenlazad livianos nudos de amor en fementidas manos, que si este es nudo ciego celos abrasan nudos, que son fuego. ¡Ah ingrato, ah leve amante, a méritos de pruebas inconstante! No en balde en ti temía descréditos de amor el alma mía. Probé tu fortaleza por estimarte más; ¡qué rustiqueza hacer en hombres prueba, liviano pino al mar que el viento lleva! ¡De Narcisa vasallo! Diamante te compré, vidrio te hallo. ¿Tu es bien que duque seas? ¿Tu blasonas valor? ¿Tu, que te empleas en inconstancias leves, no siendo hombre a regir hombres te atreves? Desmentiste quilates. CÉSAR: Multiplica a tus celos disparates, que en vano se llamaran frenéticos sino desatinaran. Sirena, ¿qué pretendes? ¿Logras mudanzas y firmezas vendes? De ti dé testimonio, pues eres su Cleopatra, Marco Antonio; crece en él esperanzas y deja que te imiten mis mudanzas, pues tan agradecido estoy a tu desdén, si no a tu olvido, que me pesa deberte la dicha apetecida de perderte por el hermoso empleo que con mejoras de mi bien poseo. SIRENA: Gózale muchos años si merecen tal premio tus engaños; pero advierte primero, no que satisfacerte humilde quiero, sino apoyar mi fama que ofendida por ti leve se llama. Yo deseosa, necia, de ver en ti lo que el amor más precia, fingí que te olvidaba y en tu competidor tu fe probaba, escogiendo un sujeto soberbio, desigual, pobre, indiscreto, porque más fácilmente pudieras conocer, a ser prudente, en sus desigualdades por viriles de engaños mis verdades; que no estoy yo contigo en tan necia opinión que por castigo de mi elección ligera a hombre tan indigno amor tuviera. Tus prendas añadieron desméritos en él que a luz salieron, porque como en la fea más con las joyas la fealdad campea; quise dar testimonio con ellas de lo que era Marco Antonio. Extraño fue este suceso, mucho apurar tu amor, yo lo confieso; pero como crecías en majestad y las sospechas mías sembraban desconfianzas creí que despachándote libranzas de celos aumentaras caudales a tu amor y más me amaras; que en la amorosa cuenta ceros los celos son que la acrecientan y cuantosmás añada más crece, aunque por sí no valen nada, sacando mis desvelos cuán parecidos son ceros y celos. Yo, pues, que esto creía a la unidad de amor celos ponía; mas tú, porque presuma tu poco amor, errástete en la suma. Ya estoy escarmentada; vuelve César, no valga cuenta errada y acábense desvelos; si en ellos te adeudé ya cobro en celos. CÉSAR: Marquesa, llegado ha tarde vuestra excusa, aunque admitida; que la vitoria perdida quien se disculpa es cobarde. A tanto celoso alarde y tropel de sinrazones ¿qué valen satisfaciones en agravios mal seguros? Asaltos combaten muros y ofensas inclinaciones. En la mesa del amor los celos son el salero, que para ser verdadero éstos le han de dar sabor; pero advertid que es error echar mucha al que es sencillo. Con la punta del cuchillo toma sal el cortesano, porque con toda la mano no es templallo, es desabrillo. Si sabe vuestra querella que es fuego la sal que abrasa y sembráis de sal la casa ¿cómo viviréis en ella? Los celos, Sirena bella, por ser de la sal trasunto en pasando de su punto no sazonan, mas maltratan. ¿Qué queréis, si celos matan, de un amor que ya es difunto? NARCISA: A menosprecios tan claros ¿qué intentas aborrecida?
A CÉSAR
SIRENA: Permitid por despedida que aparte merezca hablaros.
A NARCISA
CÉSAR: Confirmad con retiraros, Narcisa, mi firme amor. NARCISA: Harélo, mas con temor de que os he de hallar mudado. CÉSAR: No se muda amor rogado si llega tarde el favor.
Retírase NARCISA
SIRENA: En fin, César, ¿por querer probaros he de perderos? CÉSAR: Añadistes tantos ceros que ya es imposible hacer la cuenta. SIRENA: Solía yo ser dueño vuestro. CÉSAR: Pasó ya ese tiempo. SIRENA: ¿Pena os da perderme? CÉSAR: Todo se olvida. SIRENA: ¿Y si me costáis la vida? CÉSAR: Marco Antonio os llorará.
Sale ALEJANDRO de jardinero y llégase a Narcisa
ALEJANDRO: Disfrazado y escondido, mudable, escuché contratos de tus términos ingratos contra mi amor ofendido. ¿Para qué finges quimeras cuando de mi fe te burlas? Comenzaste a amar de burlas, ya me das muerte de veras. Vencerte el interés pudo de un duque; que eres mujer y tu amor ya mercader aunque se pinta desnudo; que de vuestra compañía ¿qué otra cosa ha de sacar si no es vender y comprar? Mas ¡quién de palabras fía de mujeres! NARCISA: Loco vienes; mira el peligro en que estás. ALEJANDRO: No quiero ya vivir más; máteme el duque, pues tienes gusto desto. NARCISA: Vuelve en ti. CÉSAR: ¿Qué es eso? NARCISA: Es el jardinero. ALEJANDRO: Fuilo de amores primero, sembré lo que no cogí. Alejandro soy; ¿qué esperas? La muerte me manda dar; morir quiero y no aguardar burlas que abrasan de veras. CÉSAR: (¡Oh celosa competencia! Aparte Ya Sirena restauraba el alma que la olvidaba, --mas ¿qué no hará su presencia?,--
Apártase de SIRENA
y cuando en llama remisa iban creciendo desvelos tocaron alarma celos y abrásome por Narcisa.
A ALEJANDRO
Atrevimientos de amor dignos son de perdonar; del jardinero es sembrar y de otro gozar la flor. Y si vuestra queja estriba en serlo vos, mal lo hacéis; que el jardinero, ya veis, que para sí no cultiva. Narcisa ha de ser duquesa de Milán.
Sale MARCO ANTONIO y llégase a SIRENA
MARCO ANTONIO: Sirena mía; como sin vos no vivía, amor, que solo profesa adoraros... CÉSAR: ¡Marco Antonio! ¿también estáis acá vos? (Celoso yo entre los dos Aparte dará mi amor testimonio de la confusión extraña en que me pone mi pena. Dándome celos Sirena la adoro cuando me engaña; dándome Narcisa celos por ella a Sirena olvido, y yo en las dos dividido bandos formo de recelos. Neutral a entrambas deseo sin determinar ninguna; celos me abrasan en una, celos en la otra empleo, y de una y otra celoso muere amor donde comienza. Indiferente estoy; venza, celos, el más poderoso.)
Sale CARLOS
CARLOS: El embajador de Francia viene en tu busca, señor. CÉSAR: (Divierta el embajador Aparte las penas de mi ignorancia.) Marco Antonio, acompañadme; venga Alejandro conmigo. (Yo soy mi mismo enemigo. Aparte Celos, morid o matadme; no eslabonéis la cadena de mi muerte tan aprisa.)
A CARLOS
Muero, Carlos, por Narcisa y enloquéceme Sirena.
Vanse los cuatro
NARCISA: Ya confesarás que estás vencida, si opositora. SIRENA: Yo sé que César me adora; presto mis dichas verás. NARCISA: Sé yo que te menosprecia. SIRENA: Quien bien ama tarde olvida. NARCISA: ¡Qué necia por presumida!
Vase NARCISA
SIRENA: ¡Qué presumida por necia!
Sale DIANA
DIANA: Pues, prima mía, ¿en qué estado quedamos? SIRENA: En el peor. Costosas pruebas de amor mi paciencia han apurado. Ya se acabó mi esperanza, ya se remató mi seso. DIANA: ¿Qué dices? SIRENA: Sólo intereso morir y tomar venganza. DIANA: ¿De qué suerte? SIRENA: A costa mía a Marco Antonio he de dar la mano y ansí vengar mi agravio, pues desvaría el duque celoso dél. DIANA: Eso es castigarte a ti. SIRENA: Necia en hacer pruebas fui; el remedio fue crüel, pero pues vencida salgo y erré en la sustancia y modo atorménteme a mí todo y siéntalo César algo. DIANA: Tendrá la dicha del necio Marco Antonio desa suerte. SIRENA: Celos me darán la muerte: si a manos de un menosprecio he de morir ofendiendo y ofensas de amor vengando, moriré, prima, matando y no viviré muriendo. Ya no hay consejo ninguno; no te canses con cansarme; dos ojos he de sacarme por sacarle a César uno. Vamos.
Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: Marquesa, escuchad, y los dos menospreciados comuniquemos cuidados de una misma actividad. Celos del duque sentís, celos de Narcisa siento; uno mismo es el tormento que disimulo y sufrís. Juntemos los dos caudales y aunque hay tanto estorbo en medio seamos en el remedio como en la desdicha iguales. César, celoso, intentó vengarse de vos con celos y a costa de mis desvelos lo que de burlas trazó de veras salió en mi daño. Que bien me queréis fingid; venza un ardid a otro ardid, salga un engaño a otro engaño. Narcisa es vuestra enemiga y quedando vencedora por cobarde opositora mereceréis que os persiga. Yo sé que si os ve mi amante y que los dos nos queremos los celos que padecemos nos den venganza bastante. Mueran del mal que morimos; desvelos causen desvelos, cúrense celos con celos y sientan lo que sentimos. SIRENA: Eso, Alejandro, trazaba y ya buen fin me prometo; solo mudaré sujeto. Con Marco Antonio intentaba casándome, ¡qué locura!, comprar tormentos por darlos; mejor podré ejecutarlos con vos. ¡Ay si hallasen cura nuestros males desta suerte! ALEJANDRO: Todo es vida hasta morir. Narcisa lo ha de sentir infinito y no es tan fuerte César que encubra rigores que desatinan los sabios, ni disimulan agravios deste porte los señores. Pues los nuestros se conjuran probaremos si es verdad que en aquesta enfermedad celos con celos se curan.
Vanse. Salen MARCO ANTONIO y NARCISA
MARCO ANTONIO: El duque me prometió ser en mis bodas padrino y no sé por qué camino mi suerte desbarató ese principio dichoso. La marquesa favorece mi amor, puesto que parece que trata menos gustoso este casamiento. En vos, Narcisa hermosa, consiste mi dicha; César asiste a vuestro amor y en los dos correspondiente su llama. La corona milanesa os venera su duquesa; ¿qué le pediréis, si os ama, que os niegue el duque? Pedilde que pues con vos se desposa su palabra generosa me cumpla, porque yo humilde si a mi favor os obligo en la intercesión presente os deba a vos solamente la dicha y bien que consigo. NARCISA: Si el duque palabra os dio de apadrinaros y ordena daros la mano Sirena no haré, Marco Antonio, yo mucho en disponerle en eso. Suplicaréle que acorte plazos y honre nuestra corte con bodas de que intereso más de lo que vos pensáis. Ya es de noche, yo os prometo poner mañana en efeto todo lo que me mandáis. MARCO ANTONIO: Siendo vos mi protectora ya cesó el recelo en mí. NARCISA: Pienso que el duque está aquí. MARCO ANTONIO: A buena ocasión, señora, viene; aprovechad en ella el bien que espero por vos. NARCISA: Harélo ansí; andad con Dios. MARCO ANTONIO: Sed piadosa, pues sois bella.
Vase. Sale el duque [CÉSAR]
CÉSAR: Cosas de tanta importancia como son las del sosiego si no se ejecutan luego entíbialas la distancia del tiempo, Narcisa mía; que no es perfeto el amor que tiene competidor y negocia a sangre fría. Lo que se quiso primero o tarde o nunca se olvida; está Alejandro sin vida de celos y considero, si oís una vez su pena, que os reconciliéis los dos haciendo Alejandro en vos lo que casi en mí Sirena. Atajar inconvenientes es el consejo más sano. Hoy me habéis de dar la mano, nuestros contrarios ausentes, para desterrar ansí las reliquias que han dejado. NARCISA: Ya yo las he desterrado; haced, gran señor, de mí como de quien os confiesa por su dueño y su señor; y asegurando mi amor advertid que la marquesa y Marco Antonio me han hecho su intercesora con vos. Quieren casarse los dos, estando vos satisfecho y apadrinando su boda. Permitildo. CÉSAR: En hora buena; mas ¿sabéis vos que Sirena gusta de eso? NARCISA: Milán toda sabe el amor que le tiene; buen testigo habéis vos sido. Sirena esto me ha pedido.
Sale un PAJE
PAJE: Sirena, señora, viene a veros.
Vase el PAJE
CÉSAR: No me halle aquí. (Escondido quiero ver Aparte si celosa una mujer y despreciada de mí se puede determinar a tan loco arrojamiento. ¡Oh celos, vuestro tormento la vida me ha de quitar!)
Escóndese CÉSAR y salen SIRENA y ALEJANDRO. [Habla SIRENA a ALEJANDRO aparte]
SIRENA: Yo sé que el duque entró aquí. ALEJANDRO: Disimula, si procuran los celos que celos curan curar nuestro frenesí. NARCISA: ¡Pues, Marquesa, a tales horas no se admiten desafíos! SIRENA: No, mas hácense amistades que turbaron desatinos. Tan avergonzada vengo, Narcisa, de haber desdicho mi estimación de enterezas, nobles en mí a los principios, que de mí misma agraviada he tomado por castigo el venirte a dar gozosa plácemes que por ser míos harán tus dichas mayores. Goces a César mil siglos de amantes y honestos lazos que amor dilate con hijos. NARCISA: Guárdete, marquesa, el cielo otros tantos, que ya estimo en más mi suerte pues llega a gratularse contigo. SIRENA: ¡Ay amiga, que ya vuelvo a darte este nombre antiguo, qué necias hemos estado y yo qué bárbara he sido! Sirvióme antes que heredase el duque y su amor remiso quise aquilatar con celos; salióme mal este arbitrio. Amóte y menosprecióme y a ser yo cuerda, en su olvido fundara felicidades que, aunque tarde, solicito. Envidiéte; soy mujer, ¿qué mucho?; puse a peligro mi salud y mi sosiego; quiso rendirse a partido mi presunción. No admitió César desengaños dignos de estimación en los nobles; pagó en desprecios suspiros; abrieron sus desengaños los ojos a mis sentidos, castigué mis liviandades y restauréme el jüicio. No es de mi inclinación César; somos los dos tan distintos en condiciones que fueran sus regalos mi martirio a desposarme con él. Obligáronme servicios a torcer mi inclinación; yo presumida, él altivo, si amante no pude hacer que despidiese un amigo, a mi voluntad opuesto, de sus secretos archivo, mal mi gusto procurara teniéndome en su dominio, pues de un amante rebelde se hace un tirano marido. Quise volverme a mi estado, cuando a consolarme vino Alejandro, y consolarse, quejoso de tus desvíos. No sé qué deudo se engendra entre los que de un mal mismo están enfermos; mas sé que al instante que nos vimos los dos lo que compasión recíproca fue al principio convirtió la semejanza del mal en amor benigno. Yo despreciada de César, él por ti puesto en olvido y los dos vuestros estorbos, paréceme que os servimos él y yo si os despejamos respetos de haber querido y agraviar pasadas prendas que dan pena a agradecidos. NARCISA: ¿Luego Alejandro pretende ser tu esposo? ALEJANDRO: Determino aun hasta en esto imitar las dichas que en vos envidio. Sirena --dadme licencia para alabarla-- es prodigio de amor, pues cura mis celos contra la opinión de Ovidio. NARCISA: Cure muy en hora buena; mas ¿para qué habéis venido a darme a mí cuenta deso? ¿Podréis los dos persuadiros que vengándoos de mudanzas he de llegar yo a sentirlo de suerte que forme quejas? ¡Qué estratagema tan tibio! Quiéreme a mí el duque bien; para ocupar tal vacío sois vos muy poco sujeto. ALEJANDRO: Yo con César no compito; antes vengo a suplicaros que siendo nuestros padrinos facilitéis con su alteza permisiones; que he temido que gusta estorbar mi suerte. NARCISA: Otro tanto me ha pedido Marco Antonio, confïado en que siempre fue bien visto, cuerda elección de Sirena. SIRENA: Por eso solo le privo de tan desigual intento. NARCISA: ¿Pues no le has favorecido? SIRENA: Por causar celos a César amante le hice de anillo. Salióme mal esta traza; tenga, condesa, contigo mejor lugar mi elección y haz esto que te suplico. NARCISA: Yo vengo muy bien en ello; mas temo que ha de impedirlo el duque, formando agravios de que en prenda que bien quiso ponga un vasallo los ojos... Excusad este peligro y daos las manos los dos sirviéndoos yo de testigo; que hecho una vez no tendrá remedio cualquier disignio que pretenda deshacerlo; y después si le apaciguo --que sí haré según me adora-- podréis más ostentativos celebrar conformidades. ALEJANDRO: ¡Qué bien, señora, habéis dicho! Dadme, marquesa, esa mano. SIRENA: El alma con ella os rindo.
Dánselas
NARCISA: (¡Cielos, que esto va de veras!) Aparte CÉSAR: (¡Tormentos, ¿qué es lo que miro? Aparte ¡Vive Dios que pierdo el seso!)
Apártalos
NARCISA: Esperaos; que es desvarío en lo que ha de durar tanto arrojaros sin medirlo. Mirad, que los dos celosos determináis ofendidos sospechando que os vengáis peligrosos laberintos. Yo sé que no os queréis bien; acabad de persuadiros, que os entiendo. ALEJANDRO: Acabad vos, Narcisa, ya el impedirnos lo que os importa tan poco; que por el cielo os afirmo, ya que llegáis a apurarme, y por su eterno artificio que de veros empleada en César, de quien no envidio mudanzas que en vos adora, estoy tan agradecido cuanto os soy deudor de haberme el alma restituido, que tiranizada un tiempo se malogró en vuestro hechizo. Sirena --que pues a esto llegamos fuerza es decirlo-- os hace tantas ventajas en la belleza que admiro, la discreción, la firmeza, que el duque puso en olvido, cuanta la luz a la sombra, cuanta el diamante a los vidrios. Mátenme vuestros desprecios y vuelva yo a los martirios de amaros --que es maldición que tiemblo-- si no os olvido, si a la marquesa no adoro más que al sol el opuesto indio, más que el imán a su estrella, más que la flor al rocío. SIRENA: Y yo, que lealtades pago si menosprecios castigo, tanto a César aborrezco cuanto en vos, amante mío, de dueño y gustos mejoro; que el imperio no hace digno a quien por sí desmerece, ni yo sus lisonjas sigo. Vos firme, César mudable; vos afable, él presumido; vos amoroso, él severo; vos leal, él fementido; ¿qué más dicha que olvidarle? ¿qué más suerte si os elijo y que más bien que llamaros descanso de mis suspiros?
Sale CÉSAR
CÉSAR: Primero, mudable ingrata... NARCISA: Primero, desconocido... CÉSAR: Que tal veas... NARCISA: Que tal goces... CÉSAR: Mi venganza... NARCISA: Tu castigo... CÉSAR: Narcisa, ya yo no os amo. NARCISA: Señor, lo que os quiero finjo. CÉSAR: Celos se curan con celos. NARCISA: En mi daño lo averiguo. CÉSAR: Dad la mano a vuestro amante. NARCISA: Resistirálo ofendido. ALEJANDRO: Mal podré si satisfecho adoro lo que resisto.
Dánselas
CÉSAR: Vos marquesa sois mi esposa. SIRENA: Bien os tengo merecido.
Dánselas
CÉSAR: Basta, que amor funda estados y da en admitir arbitrios.
Sale CARLOS
CARLOS: En busca de vuestra alteza... CÉSAR: Carlos, dad reconocido los plácemes a mi esposa y vos, mi bien, a mi amigo favoreced. SIRENA: Con tal nombre en estimarle os imito. CARLOS: Gocéisos los dos mil años.
Sale GASCÓN
GASCÓN: ¡Dos horas, cuerpo de Cristo, con la prisión jardinera! ¡Si supieras los mosquitos que me daban garrochón! Pero ¿qué es esto que miro? ¿Dos a dos y mano a mano? ¿Juegan cañas Valdovinos y Belermas? Si os casáis el cura soy; yo os bendigo. Marco Antonio está a la puerta, pues no es de los escogidos; a la puerta por lo bobo le arroje amor como niño y escarmienten en él necios. CARLOS: El senado sea testigo de que en materia de amores según los ejemplos vistos celos con celos se curan. GASCÓN Si contentan, digan vítor.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002