JORNADA SEGUNDA


 
Salen don CRISTÓBAL de Mora, del hábito de Cristo, el CABALLERO de Gracia y otros
CRISTÓBAL: Las cartas que de favor la princesa ha recibido del cardenal monseñor; las ha su alteza leído con muchas muestras de amor; y las reliquias que aplica para el monasterio real que a las Descalzas fabrica agradece al cardenal, y por ellas significa el favor que desea hacer a vuesa merced. CABALLERO: En eso muestra la princesa ser hija de quien tuvo en peso la Iglesia, que iba a caer por la impiedad luterana que enfrenó en tiempo sucinto contra la furia alemana. CRISTÓBAL: Heredó de Carlos quinto la princesa doña Juana su cristiandad y valor, y de Felipe segundo, su hermano y nuestro señor, el celo con que en el mundo es de la fe defensor. Hame mandado su alteza que por extenso me informe de su persona y nobleza, porque con ella conforme cuerdamente la largueza con que merced le ha de hacer mientras en Madrid asista. CABALLERO: Aunque es arrogancia el ser de si mismo coronista, fuerza es el obedecer. Módena, ciudad ilustre estimada en Lombardia por una de las mejores que honran aquella provincia, desde inmemorables tiempos dio solar y casa antigua al apellido de Gracia, blasón de nuestra familia. Cuento noblezas del mundo por dar a vueseñoría verdadera relación, puesto que de más estima es la virtud que la sangre. CRISTÓBAL: Una y otra califican, y cuando las dos se hermanan el valor inmortalizan. CABALLERO: Diome a Jacobo de Gracia por padre el cielo y mi dicha, de aquella ciudad espejo, y por madre a Margarita, noble y célebre matrona, apacible, recogida, ni en el gobierno severa, ni en el castigo remisa. En fin, casi con las partes que en la mujer fuerte pinta Salomón en sus Proverbios, si es de esta hipérbole digna. Diome también una hermana a su virtud parecida, de su valor heredera y, en fin, de tal madre hija. Casáronla con Lamberto, en quien su ascendencia cifra el valor que dio a su casa sangre generosa y limpia. Quisieron hacer lo propio conmigo, mas no se inclina mi natural a este estado; otro más noble me obliga, y después de mil trabajos que ocasionaron mis dichas y ampararon mi inocencia, el ánimo noble inclina y piedad de Monseñor Julio Cataño que iba a Roma a instancia del Papa, que en su casa me reciba. Hízome su secretario, y al cabo de algunos días en que mereció alcanzar un capelo y una mitra, dio el cargo de mayordomo de su casa y su familia a Lamberto, mi cuñado; pienso que a intercesión mía. Crecí en crédito y amor, y al mismo paso la envidia creció en los interesados; pero sin ella ¿quién priva? Verdad es que ocasionó mi condición enemiga de callar faltas ajenas, siendo tan grandes las mías, su enojo, porque, avisando al cardenal lo que veía digno en casa de remedio, fui causa de algunas riñas. En fin, por esto o por todo, con mi cuñado conspiran mis domésticos contrarios; mas no me desautorizan con monseñor, pues, discreto, testimonios averigua, que a la verdad hermosean afeites de la mentira. Afrentados, pues, de ver que sus intenciones sirvan de escala, por donde suba mi privanza más arriba, una noche se conciertan de esconder tras las cortinas de mi cama una mujer de las que en Roma hay perdidas. Hizo esta hazaña el dinero; meten la engañosa espía, acuéstome descuidado y al cardenal luego avisan, que, incrédulo de tal cosa, entra en mi aposento, y mira aquel caballo troyano, vil preñez de su malicia. Llueven luego acusaciones sobre mí, mofas y risas, el torpe honesto me llaman, de hipócrita me bautizan; pero, sin precipitarse el cardenal, examina en mi rostro la inocencia, donde es la vergüenza firma. Llama a la mujer aparte, amenázala que diga la verdad, y sobre el potro del temor, en fin, publica los cómplices de mi agravio, los ardides de la envidia, la fuerza de la verdad y el poder de la justicia. Los demás, avergonzados, su insulto, mudos, confirman, que la turbación es juez que se condena a sí misma. lndignóse monseñor, y a que dé cuentas obliga a Lamberto de su hacienda y que a los demás despida. Mas salió de ellas tan mal, que en solas cuatro partidas en cuarenta mil ducados le alcanza y le necesita a vender toda su hacienda, y no alcanzando estas ditas, preso, y tarde arrepentido, favores vanos mendiga. Yo, que de aquel testimonio libré, gracias infinitas di al cielo, busco terceros que por mí al cardenal pidan dé licencia a mi quietud, en el palacio oprimida, para que, libre con ella, seguro de enredos viva. Tanto pudieron los ruegos, mis lágrimas y porfía, que, su voluntad forzando, me vino a decir un día, "No quiero, Jacobo, creer que ingratitud os obliga a que por vos mi afición no sea bien correspondida. Sé vuestro natural quieto, lo que en palacio peligra la virtud siendo envidiada, y aunque por mí conocida contra todos os defiendo, soy hombre, y tal vez podrían verisímiles engaños acreditar sus mentiras. Muchos contrarios tenéis, y para que no os persigan, es bien que salgáis de Roma. A la Infanta de Castilla, princesa de Portugal, el cardenal mi tío envía para el monasterio ilustre y el hospital que edifica en Madrid, entre otras cosas, una caja de reliquias, que son, de su devoción, las prendas de más estima. Partid con este presente, veréis la mejor provincia de Europa, donde la Iglesia da a la fe segura silla; donde las ciencias florecen, donde la nobleza habita, donde el valor tiene escuela y donde el mundo se cifra. Si os queréis quedar en ella --que a todos su corte hechiza-- llevando en vuestro favor cartas de mi tío y mías, su alteza os hará merced, y si en su reino os prohija, yo os impetraré del Papa alguna prebenda rica." Vi el cielo abierto con esto, dile las gracias debidas; deseaba ver a España, dispuse, en fin, mi partida. Llegué a esta corte famosa, di las cartas y reliquias a la señora princesa, recibiólas de rodillas, y a don Cristóbal de Mora me manda acudir, que es dicha no pequeña el enviarme, señor, a vueseñoría, cuya fama y cristiandad hasta nuestra Italia admira, y en cuyo favor espero el buen fin de mi venida. CRISTÓBAL: Yo, señor Jacobo, estoy contento con la noticia que de sus cosas me ha dado, y hago de ellas justa estima. Informaré a la princesa, haciendo de parte mía lo que pudiese en su aumento; mas espere, que ella misma sale de palacio. CABALLERO: Irá a las Descalzas a misa. CRISTÓBAL: Y a ver a la emperatriz, su hermana, doña María.
Sale la PRINCESA de viuda, don DIEGO y acompañamiento
PRINCESA: Al rey, mi señor hermano, he enviado a convidar para que me venga a honrar y con su celo cristiano la fiesta nuestra autorice y aumente su devoción. DIEGO: Será la consagración con su presencia felice. PRINCESA: Ya mis Descalzas desean que se pase el Sacramento a su iglesia, y así intento que este mes cumplido vean su esperanza religiosa, porque con su esposo estén, y a las reliquias también que con mano generosa me ha enviado el cardenal de San Marcelo, deseo hacer un rico trofeo luego que del Escorial venga mi señor el Rey; con ellas le haré un convite, que sé el gusto con que admite las joyas de nuestra ley. CRISTÓBAL: Aquí, gran señora, está quien las trujo desde Roma, y quien a su cargo toma su aumento, la servirá con satisfación debida, que su virtud y nobleza merecen que vuestra alteza le haga merced tan cumplida. PRINCESA: Yo tengo deso cuidado, pues sois hombre de valor. El rey, mi hermano y señor, ocho encomiendas me ha dado de Cristus en Portugal, por que a mi disposición las de a sujetos que son de sangre noble y leal. Como aquí vivir queráis y a vuestra patria olvidéis, una de ellas gozaréis si en Portugal os prohijáis. ¿Qué decís? CABALLERO: Que el interés de servir a vuestra alteza tengo por naturaleza. PRINCESA: Procurad prohijaros, pues, y a don Cristóbal de Mora por la encomienda acudid cuando volváis a Madrid. CABALLERO: Inmortaliza, señora, la fama tal cristiandad. CRISTÓBAL: Ya somos de una nación; yo haré que la prohijación le den con facilidad. Acuda a verme después.
Vanse si no es el CABALLERO de Gracia
CABALLERO: Beso a vuesa señoría las manos. (¡Qué cortesía! Aparte Mas basta ser portugués.)
Sale RICOTE
RICOTE: ¡Oh madre de gente extraña, madre, punto y excelencia de la real circunferencia con que te corona España! Goce tu apacible puesto mi amo toda su vida, sin que de ti se despida jamás. CABALLERO: Ricote: ¿qué es esto? RICOTE: ¡Oh, señor! Enamorado de Madrid, de gastos mar, gracias la empezaba a dar por los amigos que he hallado. CABALLERO: ¡Amigos tan presto! RICOTE: Es villa que a todos hace merced; los amigos que mi sed ha hallado son la membrilla, la siempre enlutada y llana que salta sin dar enojos desde la taza a los ojos. Esquivias la toledana que con ósculos de paz se entra al alma por la boca, Burguillos que brinda a toca y los Molodros de Orgaz que se oponen a Ajofrín, y contra injurias del cierzo felpas que aforran el Vierzo y martas de San Martín. CABALLERO: ¡Buenos amigos! RICOTE: Sí son más leales los más viejos, todos éstos, siendo añejos, me roban el corazón. Pero unos curas seglares, que aquí llaman taberneros y andan bautizando cueros, muestran, por darnos pesares, que aquesta corte encantada al vino imitar procura pues ni en ella hay verdad pura ni amistad que no esté aguada. Pero, dejando esto, un pliego tienes de Roma. CABALLERO: Pues ¿vino el correo? RICOTE: De camino no ha media hora que a ver llego apearse en un mesón cuatro padres carmelitas. Yo, que nuevas exquisitas busco siempre, veo que son romanos y conocidos, y que el cardenal con ellos te escribe. Si quieres vellos sabrás casos sucedidos en Roma, y el desconcierto y mala cuenta que dio de sí Lamberto, que huyó de la cárcel. CABALLERO: ¿Quién? RICOTE: Lamberto, tu cuñado, con Sabina, su hermana. CABALLERO: ¡Válgame Dios! RICOTE: No se sabe de los dos. CABALLERO: Donde viven me encamina esos padres; hablarélos. RICOTE: Junto a la Puerta del Sol están. (Babel español, Aparte tus vinos son mis anzuelos.)
Vanse. Salen PAULO Adorno, ginovés, y SABINA
SABINA: Paulo Adorno, sed cortés y advertid que estoy casada. PAULO: No repara Amor en nada. SABINA: Mirad que sois ginovés y os corre la obligación con que aquella señoría estima la cortesía que ennoblece a su nación. PAULO: Mirad vos que tengo preso a Lamberto, vuestro hermano, y que está sólo en mi mano acriminarle el proceso que a instancia del cardenal monseñor Julio Cataño le puede hacer mucho daño, pues, siendo poco leal a su casa, su servicio, provocando su venganza, en mil ducados le alcanza de sus cuentas y su oficio. Pues que librarlos prometo y pajar esta cuantía por él, si a la pena mía acudís con el secreto que merece vuestro honor, estimad la libertad de vuestro hermano, y librad con su peligro mi amor. SABINA: Quedó mi esposo Conrado preso en Roma, y por no dar a atrevimientos lugar, que con el mismo cuidado que vuestra locura engaña intentó algún atrevido, tuve por mejor partido venir con mi hermano a España, y ya que perdió su hacienda mi hermano, no será bien que su honra pierda también y en mil ducados la venda. Pues, poniéndola en mi mano, quiso dejarla a mi cuenta, por deudas no será afrenta el estar preso mi hermano. Mas, decid, si me deshonra de vuestro amor el exceso, ¿no es mejor honrado y preso que salir libre y sin honra? PAULO: Mirad que declararé los insultos de Lamberto, porque de su desconcierto todos los excesos sé. Forzarásme a deshonrarle, y no es bien, siendo mi amigo. SABINA: ¿Puede darle más castigo la justicia que afrentarle? Pues si eso vuestra malicia intenta y le ejecutáis, ¿en qué os diferenciáis de la más cruel justicia? Idos, amigo inconstante, y esto os baste por castigo, que quien es tan ruin amigo mal puede ser buen amante. PAULO: Básteme para venganza de aquese desdén tirano que esté preso vuestro hermano; quíteseos la esperanza de verle suelto jamás; poco su peligro os mueve y poco Lamberto os debe. Yo procuraré de hoy más, ingrata, desconocida, de que vuestro poco seso agrave más el proceso. SABINA: ¡Ay hermano de mi vida, que pudiéndote soltar tenerte preso consienta! Pero, ¡ay honor! vuestra afrenta, ¿no es más de considerar? ¿Qué haré en confusión tan grave, donde el amor y la honra concurren? Mas la deshonra no afrenta si no se sabe. Espera, Adorno. (¡Ay de mí!) Aparte PAULO: La dicha de vuestro hermano depende de vuestra mano. SABINA: ¿Guardaréis secreto? PAULO: Sí. SABINA: Luego os alabáis los hombres en gozando a una mujer. PAULO: Noble soy. SABINA: Temo perder, por más que hidalgo te nombres, la fama, que sólo estriba en la vulgar opinión, y así, muera en la prisión mi hermano, como ella viva. ¡Vete ocasión de mi afrenta! PAULO: ¿Voyme? SABINA: Aguarda. (¡Ay vil temor! Aparte no pensé yo, amado honor, poneros jamás en venta.) En fin, ¿guardaréis secreto? PAULO: Sí, que quien de veras ama guarda el honor de su dama. SABINA: Cuando es amante perfeto: juradlo. PAULO: Por esos ojos que hacen cielo aquesa cara. SABINA: Pluguiera a Dios que cegara honor, y no os diera enojos: soltad mi hermano primero. PAULO: Haré que le den mi casa por cárcel. SABINA: La fama abrasa más que él honor el dinero. PAULO: Esta noche le tendré en ella, por que no impida la ocasión, prenda querida, que intenta gozar mi fe, si mi ardiente amor pagáis y a la mañana en la vuestra le tendréis. SABINA: (Honor, en muestra Aparte de lo que a Lamberto amáis, disimulad este insulto. PAULO: ¿Vendré esta noche? SABINA: No sé. PAULO: Cuando en sus faldas esté durmiendo el silencio oculto vendré, sin que pueda Apolo ver lo que por mí arriesgáis; ¿qué decís? SABINA: Que no vengáis; mas, si venís, que sea solo.
Vase
PAULO: ¡Victoria, ciego interés! Sujeta a tus pies está la honra; ¿mas qué no hará en la corte un ginovés? Pues aunque se suba al cielo Amor, porque todo es alas, cuando son de oro las alas cualquiera le álcanza el vuelo.
Vanse. Salen el CABALLERO de Gracia, FISBERTO y RICOTE
CABALLERO: El cardenal, mi señor, en esta carta me manda que ponga todo calor en la piadosa demanda del Carmen, y que el favor de la princesa procure para que sitio le den de un convento que asegure la religión, y es muy bien, aunque la vida aventure en tan cristiano cuidado, que honre la corte española el instituto sagrado del Carmen, que estaba sola sin este orden celebrado. Luego hablaré a la princesa, Fisberto, con la eficacia que pide tan justa empresa. FISBERTO: Sois Caballero de Gracia, por vos el cielo interesa la virtud que reconoce en vuestro cristiano celo. CABALLERO: Razón es que Madrid goce las gracias que da el Carmelo. ¿Cuántos padres vienen? FISBERTO. Doce. CABALLERO: Al sacro colegio imita de Cristo. Yo haré que aquí tenga la Orden Carmelita un monasterio. RICOTE: Eso sí devociones ejercita, que tú engordarás con eso. CABALLERO: Ya que me he vuelto español su celo y virtud profeso; ésta es la Puerta del Sol, bien estuviera, os confieso; aquí el sitio de esta casa, que el concurso de la gente que por aquí al Prado pasa es notable. FISBERTO. Y excelente vuestra elección, si es que pasa por aquesto el Hospital de la Corte. CABALLERO: Dudáis bien, que es pobre, aunque en nombre real demás que está aquí también la Victoria y se hacen mal, cuando las comunidades, por estar cerca. se quitan provechos y utilidades de devotos que visitan sus conventos y hermandades. Pero, decidme, ¿qué casa es aquella donde tantas salen y entran? FISBERTO, Donde pasa un trato no para santas. RICOTE: Donde Venus da a la tasa Zupia que el seso derriba; feria donde abre sus tiendas el vicio a gente lasciva, y es, en fin, porque lo entiendas, rastro de la carne viva. CABALLERO: ¿Qué dices, loco? RICOTE: ¿Esto ignoras? A fe que lo saben hartos; .................... [ -oras] .................... [ -artos] .................... [ -oras] lonja de gente ruín, de la basura rincón, y por no hablar en latín, es, hablando con perdón, la casa pública, en fin. CABALLERO: ¡Jesúsl ¿La casa es aquésta donde la gente perdida vive o muere deshonesta? ¿Donde la vergüenza olvida la honra que tanto cuesta? ¡Válgame Dios, ya que admite la costumbre y los engaños que el vicio en la corte habite, y porque mayores daños excuse, aquéstos permite. ¿Es posible que consienta que en esta publicidad tenga su casa el afrenta? ¿Que la deshonestidad pague aquí al infierno renta? Junto a la Calle Mayor, por donde la gente pasa de más caudal y valor, ¿la torpeza tiene casa y a todos no causa horror? ¿Qué doncella recogida, qué mujer noble y de suerte verá esta gente perdida al pasar, que no despierte la pasión más reprimida? ¿A quién no ha de dar enojos, siempre que por aquí venga, el ver que en viles despojos, esta nube Madrid tenga en las niñas de sus ojos? ¿Donde el honor español vive, la deshonra puebla, siendo de virtud crisol, la obscuridad y tiniebla junto a la Puerta del Sol? Eso no, ¡Madre de Dios! ya tengo casa que os dar; Del mundo salió por Vos el demonio, que habitar juntos, mal podréis los dos. Salga de aquí, pues abrasa la corte su vil noticia, verá la gente que pasa, si fue casa a la malicia, que es ya de la virtud casa. En el corazón me ha puesto Dios que aqueste sitio escoja para el convento propuesto, porque el alma me congoja que aquí el trato deshonesto a toda la corte ofenda. FISBERTO: Si lo alcanzarais, no hay duda que es gran cosa. RICOTE: ¿Y con qué hacienda? CABALLERO: Virgen, dadme vos ayuda, que yo lo haré aunque me venda. Pero aguardad, ¿qué príncipe es aquéste que tanto coche y gente le acompaña? FISBERTO: El cardenal don Diego de Espinosa invicto presidente de Castilla que a la Victoria va. CABALLERO: Dios me le ofrece para que le suplique que al demonio quite el colegio vil de gente infame, que en mitad de la corte a cada hora con torpe amor la honestidad desdora. Vámosle [a] hablar. ¡Mi Dios, Virgen del Carmen, dadme palabras que moverle puedan a que destruya aquéstos que dan muerte al alma, y son la gente más perdida. RICOTE: ¿Qué muerte si le llaman "de la vida"?
Salen el cardenal ESPINOSA, don DIEGO y otros
CARDENAL: Consagra el Arzobispo de Toledo don Gaspar de Quiroga el templo santo que a las Descalzas hizo la princesa, y va su majestad a honrar mañana la devoción y fiesta de su hermana, y así es razón que todos los Consejos solícitos acudan a servilla. DIEGO: Y más un presidente de Castilla. CABALLERO: No es, señor ilustrísimo, a propósito este lugar, para que en él reciba memoriales y lea peticiones; mas nunca pierde tiempo un pretendiente, ni tiene el juez perfecto reservado lugar adonde no entre la justicia; porque los jueces y ministros reales consigo han de llevar los tribunales. Supuesta esta verdad y mi justicia, no debe mi osadía de admiralle si hace sala de audiencia aquesta calle. CARDENAL: Diga lo que pretende. CABALLERO: Digo en suma, pues a vuestra ilustrísima compete de aquesta corte el régimen político, que en su riñón y centro y a los ojos de lo más principal que habita en ella, hay una casa donde cada día se ofende a Dios con juegos prohibidos pudiendo estar en partes más remotas. RICOTE: Y jugando al pasar, todas son pocas. CARDENAL: ¿Casa en Madrid de juego prohibido, y que públicamente se ejércite? CABALLERO: Y se sabe, señor, y se permite. CARDENAL: ¿Yo lo permito? CABALLERO: El rey y los consejos. DIEGO: Éste es loco. CABALLERO: No está su sitio lejos. CARDENAL: ¿Cómo se llama el dueño de esa casa? CABALLERO: Torpeza vil que la virtud abrasa. Ilustrísimo príncipe, ¿es posible que en mitad de esta corte se consienta tienda al demonio que le pague renta? Las públicas mujeres deshonestas, ¿es bien que vivan en el mejor sitio de la corte que rige los tormentos el pecado mayor junto a la Calle Mayor de este lugar, y esto se calle? Las leyes allá fuera de la corte, mujeres despeñadas de sus vicios entre barrancos y despeñaderos, que cuando está apestada alguna casa cerrarla suelen cuando no se abrasa. Los padres religiosos del Carmelo buscan un sitio en que labrar palacio a la Virgen divina, su Patrona. Cuando viene a la corte una princesa, el rey la hace dar casa de aposento; conviértase esta casa en su convento. No es bien que las tinieblas, señor, vivan junto a la Puerta que del Sol se llama; siendo luna sin mácula María, habitación tendrá más oportuna si a la Puerta del Sol viene la Luna; haga a su majestad vuestra ilustrísima, pues es su capellán, ese servicio, y a Madrid tan honesto beneficio. CARDENAL: El celo alabo; pero no conviene mudar el orden que la corte tiene; gobiérnese a sí mismo, y no se meta en ajenos oficios y cuidados, que Madrid tiene jueces y ministros que dispongan las cosas que les tocan, y quien juntó esa casa en este puesto consideró primero lo que hacía, y yo no pienso variar el uso con que a Madrid la antigüedad dispuso. CABALLERO: Señor, señor, perdóneme, y advierta que Dios interiormente me está dando impulsos para que esto se concluya; la casa del demonio ha de ser suya. Y si vuestra ilustrísima rehusare hacer al Carmen santo este servicio, harélo yo, y echando esas mujeres de esta publicidad una mañana con teclas y campanas verá el cielo la casa vil que es casa del Carmelo. CARDENAL: Pues cuando llegue vuestro atrevimiento con indiscreto celo a hacer tal cosa, quitándoos la cabeza de los hombros sabré yo dar el pago que merece quien al juez superior desobedece.
Vase
CABALLERO: ¡Virgen! ¿Con la cabeza me amenazan porque posada os busco? ¡Carmen mío! ¿Casa dan al demonio en esta corte y os la niegan a vos? No lo permita la devoción que vive en sus vecinos. Con la cabeza me han amenazado, si a su costa no más quito al demonio aquesta lonja de sus vicios trato y casa os doy, comprado habré barato. Yo haré de suerte que mañana vea aquesta infame casa convertida la corte a mi buen celo agradecida. A hablar voy la princesa, que yo espero de su real cristiandad, cuando edifica monasterios a Dios y a sus Descalzas, que no permitirá que el suyo tenga aqui el demonio; yo daré dineros para que busquen esas desdichadas otro puerto a sus vicios conveniente que no ofenda los ojos de la gente. RICOTE: Cualquier partido, si las das moneda, te harán cuando las saques de su nido, que por eso se llaman "del partido." ¡Qué notable virtud! CABALLERO: ¡Virgen divina! Como vos tengáis casa en esta corte, y de ella se destierre la torpeza, ¿qué importa que me corten la cabeza?
Vanse. Sale LAMBERTO, de noche
LAMBERTO: A las puertas de mi casa me han traído los recelos del honor, que anda por mí animando atrevimientos. Dióme la suya por cárcel la justicia a pedimiento de Paulo Adorno, por quien he estado hasta agora preso. Mil ducados por mi paga, y aunque, obligado, confieso la libertad que me ha dado y el interés que le debo, si para discursos tristes ofrece la noche tiempo, de tal noche que mi honor los haga en vuestro silencio. Llegué huyendo de mis vicios a Madrid, piadoso cielo, sin hacienda y sin ventura, y apenas en él me apeo cuando las persecuciones, de las desdichas correos, me aposentan en la cárcel; que poco importa ir huyendo de su daño el que ignorante le lleva consigo mesmo, porque es alguacil el vicio que prende a su mismo dueño. Pues honor, si Paulo Adorno de mi prisión fue primero autor, y a instancia de Roma causas me intima y procesos, si es su rigor mi fiscal, el interés avariento que me pide desterrado mil ducados por lo menos, sospechosa la codicia, Paulo, ni amigo, ni deudo, ¿qué ocasión puede obligarle a que me suelte tan presto? Podrá ser que el cardenal le escribiese que, no habiendo de dónde cobre su alcance, me suelte; fue al fin mi dueño; es generoso y ilustre prometerme esto y más puedo de su cristiandad hidalga. Bien, honor, estoy con eso; mas a ser así, decidme, ¿a qué propósito ha hecho darme su casa por cárcel, y apacible y lisonjero esta noche solamente, en su mesa y aposento le mira mi libertad, si por él mañana puedo gozar seguro la mía? ¿Qué interesa en este tiempo? ¿Por qué me encierra esta noche? ¿Veis si aprieta el argumento? ¿Sabina sola y mujer; yo ausente, afligido y preso, y él liberal y agradable? No, honor, no puede ser bueno. Armado salió de casa, y yo, ya que no discreto, por lo menos sospechoso, la palabra y cárcel quiebro porque esté entero mi honor. Desatinado y travieso he sido, mas siempre honrado; no ha de ser mi hermana el precio, por más que el oro conquiste de mil ducados, si puedo. Sed en estas puertas escoltas, no más que esta noche, celos. Gente viene: aquí me encubro.
Sale el CABALLERO de Gracia
CABALLERO: En el encantado enredo de palacio no han podido hallar puerta hoy mis deseos para hablar a la princesa y dar con su favor medio para el convento del Carmen. En balde he gastado el tiempo, no me dejaron entrar interesables porteros; mas hablaréla mañana, aunque ponga impedimentos la vil deshonestidad pesarosa de que intento ganar para la virtud el presidio del infierno. Ni hallé a Ricote, ni sé las calles por donde vengo, y pienso que me he perdido. Llevadme a mi casa, cielos.
Sale PAULO Adorno
PAULO: La obscuridad de la noche ampara con su silencio mi pretensión amorosa. En mi casa está Lamberto, Sabina determinada y yo abrasado, ¿qué espero? Pero gente hay en la calle, el ofrecido secreto que Sabina me encargó es bien guardar aquí, quiero esperará que se vayan.
Sale SABINA
SABINA: ¿Si estará mi hermano suelto? ¡Ay honor, a lo que obliga la sangre, pues a ofenderos me fuerza! Noche confusa, encubrid al vulgo necio los peligros de mi fama. Si es Paulo Adorno el que veo abridle, honra, que en la calle el recato corre riesgo. ¡Ay infelice Sabina! ¡Ay desdichado Lamberto! ¡Ay ofendido Conrado! CABALLERO: ¿Qué escucho? ¡válgame el cielo! ¿Lamberto y Sabina aquí, y Conrado entre lamentos piadosos a tales horas, si son los tres que sospecho? SABINA: ¿Sois Paulo Adorno, señor? CABALLERO: (Por saber este suceso Aparte tengo que decir que sí.) Yo soy, señora, ese mesmo. (Ésta es la voz de Sabina.) Aparte LAMBERTO: (¡Ay, qué a mi costa habéis hecho Aparte verdad, honor, mi sospecha!) PAULO: (¿Otro Paulo Adorno? Bueno. Aparte ¿Descubriréme? Mas no, que así la palabra quiebro del secreto prometido. Mejor es que el sufrimiento aguarde a ver en qué para este disfraz, que mis celos, si prosiguiese en su engaño, no dejarán que entre dentro. SABINA: Si Lamberto está ya libre, que lo supongo por cierto, en fe de vuestra palabra, pues sois, en fin, caballero, mostradlo en esta ocasión, y vuestra pasión venciendo, obligad prendas del alma sin injuriar las del cuerpo. Vuestra nobleza agraviáis si, cual tratante avariento, vendéis la necesidad, que mil ducados no es premio equivalente al honor que necesitada os vendo. No afrentéis a una casada ni a un marido ausente. CABALLERO: (¡Cielos! Aparte No en balde aquí me trujiste! el perderme os agradezco. Sabina es ésta; y si saco consecuencias de aquí, a precio de su honor la libertad ha comprado de Lamberto; razón será, cuando quito a la desvergüenza el templo de la deshonestidad y su casa librar quiero, que libre la de mi hermano. ¡Miren si he sido yo cuerdo en no casarme! ¡Oh cruel yugo, de ti libre Dios mi cuello! ¿Diré quién soy? Mas mejor es, por que me admita dentro, fingirme el interesado de este afrentoso concierto, que, apretando los cordeles del honor, sabré por ellos si hay firmeza, cuando él da a la necesidad tormento.) LAMBERTO: (¿Que mis torpes desatinos. Aparte en este trance hayan puesto a mi hermana? ¿Y que su honor haga la torpeza empeño? ¡Vive Dios, villano amante, si a sus honrados deseos no correspondes cortés, que he de travesarte el pecho!) CABALLERO: Sabina: si no me abrís y a mi amor buscáis rodeos, haré volver a la cárcel al punto al hermano vuestro. SABINA: En fin, ¿no pueden con vos lágrimas, conjuros, ruegos ni el valor de vuestra sangre? Entrad, pues, aunque primero que ofendáis mi honestidad podrá ser, libre el acero, la fama que tiranizan vuestros gustos deshonestos. CABALLERO: Abrid la puerta. PAULO: Eso no, ladrón de honras encubierto; que asiste aquí de Sabina el amante verdadero. LAMBERTO: ¡Villano! Antes que mi hermana agravies, tendrán ejemplo en tu muerte los que la honra piensan comprar con dineros. CABALLERO: Paulo Adorno: sosegaos; Lamberto, hermano: teneos, que estáis los dos engañados. SABINA: (Aquí está mi hermano, ¡ay cielos!) Aparte PAULO: (Lamberto supo, sin duda, Aparte la fuerza de mi amor ciego y a vengar su injuria vino.) LAMBERTO: ¿Quién eres? CABALLERO: Hermano vuestro: el Caballero de Gracia. LAMBERTO: ¿Cómo? PAULO: ¿Qué escucho? ¿Otro enredo? LAMBERTO: ¿Jacobo de Gracia vos? ¡Hola! sacad luces presto.
Sale RICOTE con un hacha
RICOTE: Por una hacha fui a mi casa, y cuando a palacio vuelvo por mi señor, no le hallo; suspensión del vino temo. CABALLERO: Ricote: llega esa luz. RICOTE: (¡Al Niño perdido un credo Aparte desde hoy! Topé con él) LAMBERTO: ¿Que he sido digno de veros, Jacobo, en esta ocasión? CABALLERO: Dad gracias a Dios por ello que a los peligros acude. LAMBERTO: ¡Qué de ofensas que os he hecho! CABALLERO: La que hoy hemos restaurado es razón que ponderemos, y para qué otras se excusen quiero en mi casa teneros con Sabina vuestra hermana. LAMBERTO: No nos lo debéis. CABALLERO: Si, debo, pues de perseguirme vos mi buena suerte intereso. Yo haré que venga Conrado libre de Roma, que espero del cardenal esto y más.
A PAULO
Y vos, pues os hizo el cielo rico, aprovechad mejor vuestra hacienda, que el empleo de los vicios es caudal que se pierde con su dueño. Venid por los mil ducados a mi casa. PAULO: Yo los suelto, dándolos por bien empleados, pues os conozco por ellos. CABALLERO: La vergüenza de Sabina impedirá los deseos que de verme habrá tenido. Andad con Dios, caballero, y con vuestro oro fundad un mayorazgo en el cielo, que no es hazaña de noble echar sobre el honor censos. PAULO: (Este hombre parece santo.) Aparte
Vase
CABALLERO: Entrad, hermano. RICOTE: ¿Qué es esto? Esta noche está borracha, o yo lo estoy, que es más cierto.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

El caballero de Gracia, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002