ACTO SEGUNDO


Sale doña ANA, de estudiante bizarro, y doña PETRONILA
ANA: Todo cuanto he referido es infalible verdad. PETRONILA: ¿Hombre de tal falsedad pretende ser mi marido? No lo permitan los cielos. ANA: Ansí engaña la presencia de una agradable apariencia. PETRONILA: Y vos, que excusáis recelos de que os prenda la justicia, vengador de vuestra hermana, cubriendo con la sotana la cruz de vuestra milicia, ¿por qué el nombre no mudáis de la suerte que el vestido? ANA: Basta mudar de apellido. PETRONILA: Pues ¿de qué suerte os llamáis? ANA: Don Gómez Portocarrero. PETRONILA: ¿Y si el don Gómez hiciese que alguno aquí os conociese? ANA: Nunca del nombre primero, que de pila el vulgo llama, se suele hacer mucha cuenta; no pudo verme en la venta quien para su esposa os ama; pues de noche y fuera de ella, como la luna que hacía, por entre nubes nos vía, ya era luna, ya era estrella; y ansí entre claro y obscuro lo que advirtió en mi semblante con el hábito estudiante, mi señora, lo aseguró; estimo vuestros temores --¡ojalá fueran desvelos!-- pero tratemos de celos, que son sal de los amores. Diez días ha que mi enemigo en Madrid, convaleciente, por veros a vos presente, ved lo poco a que os obligo, juzgándole por difunto, sin peligro y en pie está; porque, a vos, ¿quién os verá que no resucite al punto? Visitáisle cada día, regaláisle de hora en hora; tantas finezas, señora, y todas a costa mía, ¿cómo pueden ser en vano si, mientras a verle vais, y a un enfermo salud dais, le quitáis la vida a un sano? PETRONILA: Don Gómez, las cortesías precisas no son amores. ANA: Vos mal lograréis las flores de mis ya abreviados días. PETRONILA: Vino a casarse conmigo no menos que de Milán; es mi deudo, ¿qué dirán si de mi sangre desdigo? ¡Ay, don Gómez! Nunca Dios esta casa os enseñara; o, ya que en ella os librara, nunca yo pusiera en vos los ojos que lastimarse supieron, para encenderse, pues les dio el compadecerse motivos de desvelarse; de mi piedad os valistes, nunca el cielo permitiera que yo tan piadosa fuera, pues cuando dama os fingistes, tan hermosa os llegué a ver, mudado el hábito y nombre, que diera yo por ser hombre, para haceros mi mujer, lo mismo que después diera cuando el traje os desnudastes de mujer y os restaurastes a vuestra forma primera. Pero esto para después. Vino a esta corte el herido por vos. Si con él he sido, visitándole, cortés, y regalándole, noble también os puedo afirmar que si llegara a ignorar lo civil del trato doble, que con vuesrra muerta hermana usó, y vos me referís el amor que me atribuís y la sangre que cercana tengo suya, concluyera conmigo dificultades y, enlazando voluntades, al tálamo nos uniera; porque no me negaréis lo que en él es tan notorio, y que tiene don Gregorio, aunque mal con él estéis, excelentes perfecciones.
A lo triste
ANA: La mayor es celebrarlas vuestro abono. PETRONILA: El alabarlas se quede en ponderaciones; no por esto os demudéis, que ya él acabó conmigo; esto supuesto, prosigo para que me aconsejéis. Volvistes a verme el día siguiente de aquel fracaso que os abrió en mi casa el paso, y añadióos la hipocresía del científico disfraz del trajedizo estudiante tanto hechizo en lo galante, tanta guerra entre la paz con que ese hábito asegura, que ignorando el mal que encierra tocó en mis ojos a guerra, en que abrasarme procura; que hace la superstición de estos siglos ignorantes, en las viudas y estudiantes gala la recolección. Si en mujer, pues, transformada, mis varoniles deseos me hicieron en sus recreos celosa y enamorada, si después que os desnudastes, ya Adonis, Venus primero, ¡cuánto, galán lisonjero, mis potencias despeñastes! Y si, estudiante después, sois tres veces mi homicida, tres veces por vos perdida, y mi alma obligada a tres: a don Francisco, que alega mi primera voluntad; al que vuestra enemistad hirió, y a casarse llega, y con más afecto a vos, pues en tan arduo interés valéis vos solo por tres, y ellos no más que por dos. ¿Cómo saldré de este abismo, si no es que en vuestro consejo libradas mis dudas dejo juez y parte de vos mismo? ANA: Esta mano he de besaros
Bésala
antes que esa plaza admita, y aunque mi bien solicita, primero he de preguntaros, ¿Qué imposibles pena os dan cuando mi esposa os espero? PETRONILA: Dos terribles considero: una la Cruz de San Juan en el pecho, que deshace, casta toda y toda nieve, el yugo amoroso y leve que nuestras almas enlace. ANA: Ése está tan en mi mano como veréis algún día; el segundo, prenda mía, os falta decir. PETRONILA: Que en vano piensa encubrir vuestra edad naturales desengaños que han de pregonar los años en vuestra cara. ANA: Aclarad más ese enigma. PETRONILA: Sí, haré; pero excusad los colores de la mía entre temores que os han de enojar. ANA: ¿Por qué? PETRONILA: ¿Qué sé yo? Sabéislo vos, y dudo manifestarlos. Si vos queréis declararlos solos estamos los dos; que no por ese defeto menos os he de querer. ANA: ¿Imagináisme mujer? PETRONILA: Peor. ANA: ¿Qué bajo conceto habéis formado de mí? PETRONILA: ¿De vos yo? De dos renglones culpad manifestaciones trabajosas. ANA: ¿Cómo así? PETRONILA: Esperaos, y mostraréos dos líneas solas; y en ellas la causa de mis querellas y estorbo de mis deseos.
Saca un papel; rómpele y enséñale dos solos renglones
Hacen mención de la herida pasada. Ved vuestra falta.
Lee
ANA: "Diósela un capón de Malta, que sobra para homicida." En mi sobresalto poco conoceréis qué verdad tenga aquesta falsedad. Sazonado anduvo el loco que intentó, necio y cobarde, valerse de estos engaños. Yo tengo diez y nueve años, los Ávalos barban tarde. Veréis cuán presto desmiento malicias del delator; volvamos a vuestro amor; diréos en él lo que siento, pues pedís que os aconseje. Don Gregorio no ha de ser quien os llegue a poseer. Éste, señora, se deje, que vos no habéis de casaros con quien me ha ofendido a mí. Con don Francisco, eso sí; que supo, firme, obligaros; que supo, ausente, quereros; olvidándole, serviros; ofendiéndole, sufriros, y constante, mereceros. Es mi amigo; el otro no, y ansí, por mí, habéis de amarle, y al otro ni aun escucharle. Basta gustar de esto yo. Y pues juez me señaláis de esta causa, y prometéis que de mí no apelaréis, fallamos que así lo hagáis. PETRONILA: ¿Cómo don Gómez, pues vos que, como juez, definís, siendo parte os excluís sentenciando por los dos? ¡Qué tibio amor! ¡Qué severo! ¡Qué presto quién sois dijistesl! ANA: Asesor vuestro me hicistes, la justicia es lo primero. PETRONILA: ¿Es ésa la voluntad, tantas veces ponderada, que me tenéis? ANA: Comparada con la razón y amistad, cuando a la justicia toca, ésta se ha de anteponer, PETRONILA: ¡Qué poca debe de ser! ANA: Esperad. Veréis si es poca. Boceguillas entra acá.
Salen BOCEGUILLAS y MELCHORA
BOCEGUILLAS: Señor me llama, Melchora. MELCHORA: También llamará señora: salgamos los dos allá. BOCEGUILLAS: ¿Qué manda el dómine mío? MELCHORA: Acá vengo yo también. ANA: Di tú, que lo sabes bien, pues siempre de ti me fío, qué finezas, qué desvelos me hace esta ingrata pasar. Dilo. BOCEGUILLAS: Eso es nunca acabar: ansias, llantos, quejas, celos; si fueran maravedises, llenáramos de vellón desde Madrid al Japón, los bajos y altos países. Ayudaba el otro día a misa, que lo hace bien, y por responder "Amén," dijo, "Petronila mía." Las noches tan desveladas de claro en claro pasamos, que, aunque por dormir, tomamos almidones y almendradas, una de éstas, entre sueños, se levantó y dio tras mí, diciendo, "¡Ah, traidor!, aquí te tengo; de los empeños de mi honor será notorio el desquite." Desperté, y díjele, "¿A mí? ¿Por qué, no siendo yo don Gregorio?" "Sí eres," dijo, "que causar a mi hermana te atreviste la muerte, y pues la ofendiste, no te has de petronilar." "Mira que soy," le respondo, don Francisco." "Ése es mi amigo," replica, "mas no me obligo con celos a nadie." Escondo la cabeza tras un poste; mas tiró tal cuchillada, como quien no dice nada, que me obligó a decir, "¡Oste!" Pero olvidóseme el "puto." Súbome, huyendo, al desván y él dijo, "A los de San Juan, ni Bajá ni Marabuto se les escapa." Me aturdo de miedo. Estaba allí un gato, si de Roma por lo chato, del infierno por lo zurdo; que una jácara maullaba a una gata pelivisca. Preciábase ésta de arisca, y el miz que la requebraba, encrespándose se atufa creyéndonos pretendientes y, mostrándonos los dientes, gruñe el uno, el otro fufa, y cada cual desenvaina dos cajas de a diez cuchillos; sirvióme a mí de zarcillos la gaticia, que era zaina, y colgóseme a una oreja, que, pensándola orejón, la sirvió de colación a vueltas de una guedeja. El romo a la cara vuela de mi amo, agraz de su boda, y, pautándosela toda, como muchacho de escuela, dijo entonces, medio en sí, "¡Oh, infame! ¿Tú me acuchillas? ¿Estamos en Boceguillas?" "En él no, mas con él sí," dije, y ambos lloraduelos repetíamos a ratos, "Petronila, hasta los gatos nos aruñan por tus celos." Salió el planeta membrillo, y en la cura del tal cuento se gastó un bote de ungüento almartaga y amarillo. Tanto te ama--¡vive Dios!-- que con Píramo se iguala. ANA: ¡Anda, vete enhoramala! BOCEGUILLAS: Y esto, aquí para los dos. PETRONILA: En efeto. ¿En qué quedamos vos y yo? ANA: En que si esta vez pronuncié, en virtud de juez, contra mí mismo el fallamos, ya, como don Gómez, sólo os pido, muerto por vos, que a ninguno de los dos améis; ni aun al mismo Apolo, que hasta éste celos me da. PETRONILA: La mano de amigos ¡ea!¡
Dásela
ANA: ¡Ojalá de esposo sea! PETRONILA: (¡Ay, Dios, qué tierno! ¡Ojalá!) Aparte
Salen don FRANCISCO y velos de la mano, y con él MONTILLA
FRANCISCO: Falta de padrinos tiene este feliz desposorio, pues... MONTILLA: Mi señor don Gregorio a veros, señora, viene; siendo ésta la vez primera que los pies pone en la calle. FRANCISCO: Presto podréis despachalle si ser vuestro esposo espera, pues le ocupa la posada, tan discreta prevención. PETRONILA: Cumplir esta obligación, cuanto precisa cansada, es fuerza. Esperad los dos, y con menos sentimiento, don Francisco, en un intento donde habéis tenido vos más parte que imagináis, pues es vuestro, protector quien juzgáis competidor. ANA: Si presto no despacháis la visita juzgaré que la recebís con gusto. PETRONILA: Menos tiempo de lo justo, don Gómez, la ocuparé.
Vanse doña PETRONILA y MELCHORA
ANA: ¡Qué poca satisfacción los celos, amigo, dan! Pues, por la cruz de San Juan, que los fundáis sin razón; porque en las manos ceñidas que maliciáis en los dos, fuistes la visagra vos a vuestro amor reducidas: quien bodas ausente ordena, para asegurar su amor, nombrando un procurador, se casa por mano ajena. Esto mismo a hacer me atrevo por cumplir con mi amistad: lograr vuestra voluntad y pagaros lo que os debo. Celos son desconfiados y de pasión tan avara, que nunca yo los osara pedir dineros prestados. Dama tengo yo en Madrid, que habéis de ver esta tarde, y hacer de mi dicha alarde. No me respondáis. Venid, que os he de dejar corrido por lo que habéis maliciado. FRANCISCO: Dar excusas no acusado sospechoso siempre ha sido, y más con la calidad de ese traje; que el engaño se matricula cada año en cualquiera facultad: embelecos y estudiantes todo es uno. ANA: En conclusión, no hay regla sin excepción: vos y yo somos amantes, mas en distintos sujetos; lo que dure esta visita vuestra amistad me permita que os comunique secretos conque hagáis, después, de mí, confianza más segura. FRANCISCO: Vamos; que amor es locura, y celos su frenesí. ANA: Verá otros nuevos secretos. Don Gregorio, por cuidado, todas las tardes al Prado sale de los Recoletos; yo he de ir allá, y un engaño me ha de lograr dos intentos: proseguir mis pensamientos y vengarme con lo extraño; su desvelo ha de aumentar mi industria; que pues aquí me tiene sin alma a mí, también él ha de penar.
Vanse don FRANCISCO y doña ANA
MONTILLA: ¡Ah, caballero! BOCEGUILLAS: (Recelo Aparte que me conoció el Montilla.) MONTILLA: Caballero, no de silla, sino de manta o en pelo, una palabra. BOCEGUILLAS: Abreviar con ella, y hablar sin fieros. MONTILLA: En la venta de Viveros, ¿no le vi yo ministrar al criminal por civil desbarbado? BOCEGUILLAS: Sí, vería, puesto que no era de día, a la luz de algún candil. MONTILLA: Pues, cómplice en el delito, ¿cómo se anda por aquí? BOCEGUILLAS: Yo, Montilia, os asistí en todo lo requisito de la tal cena fiambre, y cuando mi amo le hirió al punto las afufó dejándome con el hambre. Pasó entonces por la Puente un caballero estudiante; seguíle, aunque de portante volaba, y fue tan clemente que, informado del suceso, plaza en su casa me ha dado; habémonos combinado, yo mequetrefe, él travieso; sírvole de gentilhombre, porque lo soy, como ve, y, aunque las manos mudé, no han mudado ellos el nombre: don Gómez, como el primero, el segundo; pero aquél Ávalos y Pimentel, y estotro Portocarrero. ¿Queda más por preguntar? MONTILLA: Mucho más. BOCEGUILLAS: Estoy de prisa. MONTILLA: ¿Qué causa tiene él precisa en esta casa? BOCEGUILLAS: El estar con don Gómez, de esta dama primo. MONTILLA: ¿Quién los emprimó? BOCEGUILLAS: Sus padres, o ¿qué sé yo?; ansí lo afirma la fama. MONTILLA: Luego ¿él también será primo de la fámula Melchora? BOCEGUILLAS: Si ella imita a su señora y yo al amo, que es mi arrimo, un mismo deudo tendremos; porque los sirvientes y amos por un estilo emprimamos con las hembras que queremos. MONTILLA: Eso es lo que yo aguardaba. Saque la espada. BOCEGUILLAS: No puedo. MONTILLA: ¿Cómo no? ¿Será de miedo?
Desde dentro
ANA: ¡Ah, Boceguillas! Acaba. BOCEGUILLAS: ¿Velo? Por hoy se desarmen pendencias. MONTILLA: ¿Pues por qué hoy? BOCEGUILLAS: Es miércoles; y yo soy devotísimo del Carmen, y en él carne... ¡ni aun la toco! MONTILLA: ¡Ah, cobarde! No te atreves. BOCEGUILLAS: Hoy, no; mas mañana es jueves, y mañana... MONTILLA: ¿Qué? BOCEGUILLAS: Tampoco.
Vase. Salen doña PETRONILA y don GREGORIO, por báculo la espada
PETRONILA: Convaleciente, señor, importará recogeros temprano. GREGORIO: Quien vive en veros, no viéndoos se halla peor. PETRONILA: Estímoos ese favor; pero es muy a costa vuestra. GREGORIO: Si he de sacar por la muestra, ....................... ....................... ....................... [ -estra]. Juzgando por lo exterior, hermosa señora mía, en vos la mercaduría no me enseña mucho amor .................... [ -or] .................... .................... .................... .................... .................... lo tibio con que me habláis.
Sale MELCHORA
PETRONILA: No siempre está el corazón con una disposición, si afectos examináis. GREGORIO: Más con eso me enfermáis que la peligrosa herida. PETRONILA: Deseo yo vuestra vida todo lo posible. GREGORIO: Creo lo que decís; pero veo lo contrario en mi venida. Juzgábame yo, en virtud de tanto favor pasado, más bien visto en vuestro agrado. PETRONILA: Tratad de vuestra salud y lógrese juventud que tan bien en vos se emplea, que, aunque por vos no se crea; es mi mayor interés; que ocasión habrá después en que más gustosa os vea. GREGORIO: Daros fe será forzoso, aunque a mí mismo me engañe. PETRONILA: Temo que el sereno os dañe, que en Madrid es peligroso. GREGORIO: Juzgárame yo dichoso y acabara de estar bueno si ese cielo, por quien peno, se serenara al mirarme; que a mí lo que ha de matarme es faltarle lo sereno. Pero no os quiero cansar. Guárdeos Dios felices años, que, si curan desengaños, poco tardaré en sanar. PETRONILA: Quiéroos, señor, perdonar, a trueco que estéis mejor, en materias de rigor, aunque en ello os engañéis todo cuanto imaginéis. GREGORIO: Adiós.
Vanse don GREGORIO y MONTILLA
PETRONILA: Adiós, mi señor. Melchora, ¿no quedó aquí don Gómez con don Francisco? MELCHORA: Llévanlo todo abarrisco los celosos. PETRONILA: ¿Cómo ansí? MELCHORA: Descompadrados los vi irse. PETRONILA: El coche haz, pues, sacar. MELCHORA: ¿Dónde los piensas hallar? PETRONILA: ¿Qué sé yo? Amor nunca acierta sino errando. MELCHORA: Es cosa cierta. PETRONILA: Pues, errando, he de acertar.
Vanse. Sale doña ANA de mujer, con manto, y BOCEGUILLAS
ANA: ¿La capa, espada y sombrero? BOCEGUILLAS: Todo viene donde has dicho. ANA: Será el coche mi vestuario. BOCEGUILLAS: Y el arquilla, entre el aliño del cojín, que está a la popa, hará las veces de Ovidio en nuestro metamorfosis. ANA: No hay amor sin artificio; hoy admirarás mi ingenio. BOCEGUILLAS: Bien; pero ¿no seré digno de darte un almud de quejas? ANA: ¿Tantas? BOCEGUILLAS: Oye, te suplico. En Milán serví soldado dos años; mas, fugitivo, deslumbrando Barracheles, a Génova me deslizo; halléte medio embarcado para España, y, compasivo de la falta de mi flete, me admitiste en tu servicio. Desde entonces hasta agora, tu confidente y valido, no he alcanzado ni un secreto de tu pecho; no he sabido, sino por mayor, que en Malta profesaste desde niño la Cruz; del turco espantajo, coco común del morisco, y que don Gómez te llamas juntándole al apellido del Ávalos generoso el Pimentel más antiguo; tomaste el Portocarrero por solapar los peligros que en la venta ocasionaste, por ti don Gregorio herido. Ha que te sirvo diez meses, y en los diez que ha que te sirvo, ni sé a qué veniste a España, ni penetro tus designios, ni si estás enamorado, ni quién te feria suspiros. Tal vez te hallo hablando a solas; tal, generoso conmigo, sin tener necesidad, me vistes como un palmito; tal me envías noramala, y si entonces te replico, o va tras mí el candelero, o me ensordeces a gritos. Ya Adonis, rindes beldades; ya Venus, postras Narcisos; ya soldado, todo hazañas; ya escolar, todo aforismos. Estoy en duda si acaso lo atiplado en lo lampiño te mutiló sin saberlo los que junta el que es latino a los pretéritos siempre. Otras veces imagino que en esto del masque genus sólo tienes el vestido. ¡Por amor de Dios, señor, señora o término ambiguo, que sepa yo con quién ando! Conozca yo a quién ministro; pues has hecho en mi lealtad cuantas pruebas has querido, sé cuenta de Santa Juana, sácame el alma del limbo. ANA: Para todos los crïados discretos el uso ha escrito tres preceptos provechosos, que son, si entre éstos te admito, oír, y ver y callar; que guardes éstos te pido; porque, en dando en flos sanctorum, medrarás poco conmigo. BOCEGUILLAS: Echo a la boca unas trabas, pongo a la lengua unos grillos, sórbome todo deseo; desde hoy moriré de ahito. ANA: Por lo ameno y por lo solo hice elección de este sitio. BOCEGUILLAS: ¿Y por qué no por lo santo, si consagran este hospicio para ejemplo de la corte Recoletos Augustinos? ANA: ¿Y el coche? BOCEGUILLAS: Allí nos espera, para el disfraz que me has dicho.
Salen don GREGORIO y MONTILLA
GREGORIO: No quiero ir tan presto a casa. Desahogue este retiro enamoradas congojas, si es la soledad, su alivio. Gocen dichosos amantes el frecuentado bullicio de tanto coche que al Prado trasladaron los Elisios. Déjame, Montilla, a solas. MONTILLA: Soy fámulo: no replico; mas mira que han de dañarte serenos. GREGORIO: No seas prolijo. MONTILLA: A estos álamos me asiento; si el sueño dijere, "envido," diré, "topo," y tú, entretanto, bucoliza a lo de Anfriso.
Apártase. Habla doña ANA a BOCEGUILLAS
ANA: Boceguillas, ven acá. ¿No es este hombre? BOCEGUILLAS: Será el mismo que dices. ANA: ¿Cuál? BOCEGUILLAS: ¿Qué se yo? Un hombre como Dios le hizo. ANA: ¡Necio! ¿Éste no es don Gregorio? BOCEGUILLAS: Yo agora no gregorizo, que en crepúsculo la tarde llora del sol paraxismos y tengo la vista corta. ANA: Pues yo sí, que los delirios de mis celos me hacen Argos. BOCEGUILLAS: Según el aire y los visos, él parece. ANA: Pues, aparta. BOCEGUILLAS: Aparto; vaya de tiro.
Apártase éste, y doña ANA echa a la cara el manto
ANA: Retírate; no nos oigas. BOCEGUILLAS: Si hay segundos desafíos acójome a este convento.
Vase llegando ella a don GREGORIO, tapada, y los lacayos, cada uno por su parte, se les acercan
MONTILLA: (Hacia mi dueño enfermizo Aparte se apropincua una buscona, y yo a los dos me apropincuo por ver este perro muerto.) BOCEGUILLAS: (Mi humor es antojadizo, Aparte no he de sufrir que malpara; detrás de este olmo me arrimo.)
Paseándose
GREGORIO: Hoy ceños, ayer agrados. Algo contra mí la han dicho; pero, si son las mujeres pluma al viento, ¿qué me admiro?
Tapada a él
ANA: Debemos de padecer, caballero pensativo, pues buscamos soledades, unos accidentes mismos, y en fe de que de algún modo se consuelan afligidos, juntando penas con penas, juzgo que os hago servicio en interrumpir silencios; pues, si no de divertirlos, gustaré de acompañarlos mezclándolos con los míos. GREGORIO: Déboos, oculta piadosa, los socorros compasivos que no me atrevo a pagaros; y os confieso agradecido que, a ser menos riguroso mi mal, sobraba el oíros para arrancarle del alma; pero son, os certifico; mis penas tan... tan crueles que las connaturalizo como a la sangre las venas; pues si no peno, no vivo. ANA: ¡Qué poco conocimiento debe tener el hechizo que con desdenes os trata! GREGORIO: Por ser tanto he colegido lo poco que yo merezca. ANA: ¿Qué sería si, en castigo de malas correspondencias, os pagasen sus olvidos ingratitudes de Italia?
Admirado
GREGORIO: ¿Qué decís? ANA: Que os pronostico venganzas de alguna ausente, que vos, sin haberla visto, elegistes por esposa, y ella, sin veros, os quiso. Deudor le sois de la fama, cuyo delicado vidrio se mancha con los engaños, se quiebra con los indicios de la opinión mentirosa, sin reparar que, ofendido, fija contra vos carteles algún poderoso Ursino. Deudor de la vida y todo le sois, pues los descaminos del amor interesable que os previene precipicios malograron su inocencia, amortajada en suspiros. Sepultada en sus congojas y llorada de infinitos, no os enmiendan las desgracias, no os enfrenan los avisos; pues recelad, don Gregorio, al cielo, que el patrocinio de doña Ana tiene a cargo y es tal vez ejecutivo.
Admirado
GREGORIO: Enigmática agorera, ¿quién tantas cosas os dijo de mí, si no consultastes infernales vaticinios? ¿Murió doña Ana? Si es muerta, y yo de cuanto he fingido me confieso avergonzado, ¿qué puedo hacer? ANA: Desdeciros de ofensas que la habéis hecho por palabra y por escrito. GREGORIO: No sufren eso las armas; antes he de descubriros y saber quién sois.
Quiere destaparla y ella se aparta
ANA: Tenéos, que quedaréis consumido en las llamas que padezco. GREGORIO: ¿Qué llamas? ANA: Tenéos os digo; que ignoráis quién soy. GREGORIO: ¿Quién sois? ANA: Espíritu, no precito, pero sí preso por deudas que no pagué en este siglo, y entre incendios inmortales, en el otro las desquito. El alma soy de doña Ana. GREGORIO: ¿De doña Ana? MONTILLA: (¡Jesucristo! Aparte ¿Almas aquí de medio ojo?)
Espantados los tres
BOCEGUILLAS: (¡Santa Juana! ¡San Patricio! Aparte ¿Lacayo yo de entresuelos? Desde luego me despido.) MONTILLA: (¿Yo con amo espiritado? Aparte Desde hoy hago finiquito.) ANA: Impaciencias del desprecio, nunca con vos merecido, me llevaron, aunque en gracia, con los afectos tan tibios, que, para perfeccionarlos, en llamas los fervorizo; y, porque no dudéis de esto, sabed que Pompeyo Ursino en vuestra busca navega, y que los franceses lirios, por vuestro ejército rotos, a Turín han puesto sitio; que supo vuestros engaños en Milán el noble tío de la dama que os desdeña, y que en este instante mismo la está escribiendo una carta y en ella cuerdos avisos para que la mano os niegue; si queréis más requisitos de futuros contingentes que abonen lo que os afirmo y os abran los ciegos ojos, yo os los ofrezco; pedidlos. GREGORIO: Los dichos bastan y sobran; pero yo, que fui motivo, bella alma, de vuestras penas, ¿cómo podré redimiros de su incendio? ANA: Con sufragios, con misas, con sacrificios, con satisfacer mi fama. GREGORIO: Eso postrero no admito, aunque todo se atropelle, si, como me habéis pedido, en que me desdiga yo ha de estribar vuestro alivio perjudicando mi sangre. ANA: Pues desgracias os intimo que serán irremediables en vuestro mayor castigo, y andaré por vos en pena si no hacéis lo que os he dicho.
Vase. Todos hablan aparte
GREGORIO: Esposa, mujer o engaño... BOCEGUILLAS: Acogióse al escondrijo de Requiem. MONTILLA: Fuése a Fidelium. BOCEGUILLAS: Será un sepulcro su hospicio. MONTILLA: No más amos. BOCEGUILLAS: No más almas. GREGORIO: ¿Qué es lo que me ha sucedido? ¿Burlaréme de ilusiones? ¿Creeré, cielos, lo que he visto?
A MONTILLA
¡Montilla, alto, al coche! MONTILLA: ¡Tiemblo! BOCEGUILLAS: Con ser Agosto, tirito. GREGORIO: ¡Lo presente! ¡Lo distante¡ ¡Lo futuro! ¿Y no me inclino a daros fe, confusiones? ¿No soy cristiano? MONTILLA: Y lo afirmo. GREGORIO: Divirtamos por el Prado los presagios a delirios que me están desvaneciendo. MONTILLA: Mucho huelo, y no es tomillo.
Vanse MONTILLA y don GREGORIO. Sale doña ANA, de mujer, mas no cubierta
ANA: Boceguillas, ¿qué te has hecho? BOCEGUILLAS: ¡Jesús! No me boceguillo; abrenuncio, alma cagona. ¿Qué me quieres? ¿No te sirvo? ANA: ¡Ah, traidor! ¿Tú me escuchaste? BOCEGUILLAS: Que te apartes te suplico; que entre mi miedo y tus llamas me van dando calofríos. ANA: ¡Anda, borracho, que es todo patarata cuanto has visto! Don Gómez soy; ¿de qué tiemblas? En cuerpo y en alma vivo. Tócame, dame esa mano. BOCEGUILLAS: Eso no. ¡Por Jesucristo! ANA: Pues ¿qué temes? BOCEGUILLAS: Que al instante me la conviertas en cisco.
Tómasela por la fuera
ANA: ¿Aseguraráste agora? BOCEGUILLAS: ¡Ay, que me quemas! Quedito. ANA: ¿Estás ya desengañado? BOCEGUILLAS: Tanti quanti. ANA: A don Francisco ofrecí que se viniese a estas horas y a este sitio, vería en él a mi dama; porque con este artificio desmienta celos que tiene, creyendo que le compito. BOCEGUILLAS: Buena traza; mas ¿qué es de ella? ANA: Yo soy dama de mí mismo. BOCEGUILLAS: Puedes, porque ya sospecho ANA: ¿Qué? BOCEGUILLAS: Que eres hermafrodito; mas hétele al ruin de Roma.
Sale don FRANCISCO. Doña ANA se cubre
ANA: Llámale acá: BOCEGUILLAS: ¡Qué tardío es vusted! Aquí aguardamos mi señora y yo habrá un siglo. FRANCISCO: ¡Oh, señora! ¿Tal favor? ANA: ¿Sois el señor don Francisco? Boceguillas, di si es él. BOCEGUILLAS: Como diez y tres son cinco. FRANCISCO: Débole tanto a don Gómez, que, como entre los amigos no hay venturas reservadas, darme parte de ésta quiso para que se la envidiase.
Salen doña PETRONILA y MELCHORA, con mantos
PETRONILA: No hay, Melchora, descubrirlos; plegue a Dios que no suceda la desgracia que adivino. MELCHORA: Mejor irás en el coche. PETRONILA: No iré tal; que ansí registro, sin nota, lo que no veo. ANA: Quiéreos mi dueño infinito, y yo, por el mismo caso que sé que en esto le sirvo, es fuerza que mucho os quiera. FRANCISCO: Dichoso yo si a serviros ese favor acertase.
Quedan los dos hablando entre sí
PETRONILA: Oye. ¿Aquél no es don Francisco? MELCHORA: Y la hermana compañera. Una de estas buscaruidos. PETRONILA: ¿En el Prado y a tal hora dama tapada? MELCHORA: ¿Hay cilicios? Que ansi llamo yo a tos celos por lo áspero y pungitivo. PETRONILA: ¿Celos? No; mas sentimientos, algunos, aunque remisos; que el desprecio las mujeres, sin que amemos, le sentimos. Retírate entre estas matas.
Acechándolos. Doña Ana, don FRANCISCO, y BOCEGUILLAS a un lado y doña PETRONILA y MELCHORA a la otra
ANA: Tiene don Gómez hechizos que salen con cuanto quieren; afírmame que es novicio en la cruz blanca, y lo creo, que es muy mozo; con que, fío en su amor y noble sangre; que brevemente ha de unirnos el tálamo deseado, viviendo en paz y en servicio de Dios y vuestro. PETRONILA: Melchora, peor es esto. ¡Ay, celos míos! MELCHORA: Quien escucha su mal oye. BOCEGUILLAS: (¡Lo que ensarta el barbilimpio!) Aside FRANCISCO: Aunque no merezco veros, ni es bien me atreva a pediros sin orden suya favores de estima tanta, os afirmo que de su elección discreta, sútil ingenio y juicio, no es posible deje ser vuestro amor del suyo digno; y que esposos os deseo. ANA: No querrá tan bien nacido sujeto dejar bastardo a tan hermoso angelito, pudiendo ligitimarle. FRANCISCO: ¿Don Gómez tiene en vos hijo? ANA: Tiene en uno un cielo todo, su rostro, sus ojos mismos, hasta un lunar, Dios le guarde, que ha de ser Cristobalico el Adonis de la corte, la envidia de los Narcisos. MELCHORA: Adobándose va el ojo. ¿No oyes esto? PETRONILA: (¡Ah, fementido Aparte Faltas que en ti sospechaba, ¡qué caras las averiguo!) ANA: Sígole desde Florencia, puesta mi patria en olvido, atropellando respetos, si arrojados, bien nacidos; concebí en Génova, y luego, en Madrid, clima benigno, sacaron a luz dolores un serafín en un niño. FRANCISCO: ¿Y llamáisos vos, señora? ANA: Doña Greida. BOCEGUILLAS: (Ya le aplico Aparte para estameñas y manchas. ¡Válgate el diablo por tiplo!) ANA: Lo que me ordenó mi dueño, como acostumbro, he cumplido. Tiempo es de dar vuelta a casa. FRANCISCO: Iré sirviéndoos. ANA: No admito esa merced. Dios os guarde. FRANCISCO: Y a vos, siendo yo el padrino, os canten epitalamios, aplausos y regocijos.
Doña ANA se aparte de él y dice a BOCEGUILLAS
ANA: Boceguillas, llega el coche y saca de él el vestido varonil; cortinas echa. BOCEGUILLAS: ¡Jesús! De ti me santiguo.
Vanse
PETRONILA: Melchora, ¿que esto A mis ojos haya pasado y respiro? ¿Esto yo misma he escuchado? ¿Y estoy viva? MELCHORA: ¿Qué hay perdido? Dos nos ruegan en que escojas don Gregorio y don Francisco; te pretenden y idolatran a pares como zarcillos. PETRONILA: ¿Cuándo escogieron los celos? Abrásome, desatino.
Salen don GREGORIO y MONTILLA
GREGORIO: He de saber, ¡vive Dios! si soñando quimerizo, o son fantásticas sombras las que hospeda este distrito. ¿Yo sin verla? ¿Yo cobarde? MONTILLA: Porque me fuerzas te sigo con más miedo que vergüenza. GREGORIO: ¿No es ésta?
Temblando
MONTILLA: Sí, señor mío con otra para el lacayo. Sobre calaveras piso. GREGORIO: ¡Alma! ¡Fantasma! ¡Embeleco, o lo que sois! Yo imagino que burlas vuestras... PETRONILA: ¿Qué es esto? Hombre, ¿estáis en vos?
Sale doña ANA, de caballero, con la cruz, y BOCEGUILLAS
ANA: Amigo, ¿hallastes aquí a mi Greida? FRANCISCO: Y en ella todo el prodigio de la discreción y gracia; ¡qué de almíbar que os envidio! De padre os doy parabienes.
Estos don [doña ANA y don FRANCISCO] a un lado
GREGORIO: Yo tengo de descubriros. PETRONILA: Yo notaros de grosero.
Estos tres [don GREGORIO, doña PETRONILA, y MELCHORA] aparte
ANA: ¿Y la cara? FRANCISCO: Nunca quiso, mosteármela. ANA: Era ya noche. PETRONILA: Don Gregorio, si el jüicio, como la salud, no os falta, advertid que habrá castigos a desenvolturas vuestras.
Porfiando descubrirlas
MELCHORA: Aquí de los comedidos.
A voces
¡Caballeros! ¡Ah, señores!
Descúbrelas. Júntanse todos
ANA: ¿Qué es esto?
A doña ANA
GREGORIO: Ya yo adivino la causa de estas quimeras: puerta me abrió el laberinto. Vos, don Gómez, más que diestro, venturoso o atrevido, que el acero en una venta osastes medir conmigo, del otro mundo buscáis embelecos y artificios que; mi amor desazonando, os excusen de peligros; pero no os valdrán agora.
Saca la espada
ANA: Aquí soy lo que allá he sido.
Desnuda la suya
FRANCISCO: Doña Petronila, ¿vos aquí?
A MELCHORA
BOCEGUILLAS: Y tú, ¿sales del Limbo? MONTILLA: ¿Quién te vistió de alma en pena, Melchora? BOCEGUILLAS: De eso poquito; que yo solo me enmelchoro, MONTILLA: Pues, mandilón, ¿tú conmigo? PETRONILA: Mataos todos y vengadme los tres de vosotros mismos, que a todos os aborrezco; todos me babéis ofendido. FRANCISCO: Yo a vos, ¿en qué? PETRONILA: En ser mudable. ANA: ¿Y yo? PETRONILA: Vos, por fementido,
A don GREGORIO
como vos en ser grosero.
A los lacayos [BOCEGUILLAS y MONTILLA]
MELCHORA: Y los dos por gomecillos. GREGORIO: Don Gómez, seguid mis pasos. ANA: A atajároslos os sigo. FRANCISCO: Yo tras vos. PETRONILA: Y yo tras todos, que adoro lo que persigo.
Vanse doña ANA, doña PETRONILA, don GREGORIO, y don FRANCISCO
MONTILLA: ¿Y nosotros tres en raya?. BOCEGUILLAS: Dígalo Melchora.
Al uno y al otro
MELCHORA: Digo que de él no se me da un clavo, y de él no se me da un pito.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Bellaco sois, Gómez, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 22 Jun 2002