JORNADA TERCERA


Una NIÑA que ha de hacer a Nuestra Señora, dice desde arriba sin descubrirse, y responde DOÑA BEATRIZ encerrada en el armario
NIÑA: ¿Beatriz? BEATRIZ: ¿Quién es? ¿Quién me llama? que con regalada voz mortales ansias olvido libertad es mi prisión. NIÑA: Sígueme. BEATRIZ: ¿Seguirte? ¿Cómo, si tres días ha que estoy oprimida en la clausura de esta obscuridad atroz? Aquí me maltratan celos de una reina, que al rigor de su enojo libra llantos, venganzas a su pasión. Muda muero, ofensas callo, en fe de que noble soy, porque ignore el rey crueldades que ha ocasionado su amor. NIÑA: No temas; fía en mi amparo. Libre estás; al resplandor de los rayos que me visten te saca mi protección.
Ábrense las puertas y sale doña BEATRIZ y sobre ellas en una nube se aparece una NIÑA con los rayos, corona y hábito con que pintan a la imagen de la Concepción
BEATRIZ: ¡Gracias al cielo que os veo claros orbes; pero a vos es más justo que os las de, Alba, Estrella, Luna, Sol! NIÑA: ¿Conócesme? BEATRIZ: Hermosa niña; que de los ojos de Dios, niña cara os considero, no sé si durmiendo estoy; pero, ¿qué conocimiento, qué humana imaginación, qué ave real no cegara a tal luz, tanto candor? NIÑA: ¿No me conoces, en fin? BEATRIZ: Regalada niña, no; pero sí, para serviros vuestra eterna esclava soy. NIÑA: ¿Conoces estas colores? BEATRIZ: Conozco, niña, que son lo azul celeste y lo blanco las que mi gusto eligió, en vanas ostentaciones y que dieron ocasión a no pocos disparates, mas ya son cuerdas por vos. NIÑA: Sí, que son colores mías. BEATRIZ: Mejoraron su valor; calificaron su estima; honrólas vuestra elección; ojo de Dios sois amores; pues, con el blanco color y lo azul, sois niña zarca que me roba el corazón. No hay en vos, mis ojos, nube; que por eso os cerca el sol, siendo sus rayos pestañas de su esfera guarnición. NIÑA: Ya, Beatriz, por conjeturas, me conoce tu atención. Ojo de Dios me llamaste; tu advertencia lo acertó; siéndolo, pues, de su cara, hay en el mundo opinión que sustenta su porfía, afirmando que cegó el primer instante este ojo del rostro de mi Criador, la nube que al primer padre la destemplanza causó siendo la gracia el colirio que de ella me preservó. Yo soy la privilegiada, cuya cándida creación hecha por Dios ab initio, para su madre eligió; que habiéndose de vestir la tela que amor tejió, quiso preservar sin mancha en mí, limpio este girón, al poner el pie en el mundo donde el hombre tropezó. Dios amante cortesano, la mano de su favor me dió, anteviendo el peligro sin que de su maldición, se atreviese a mi pureza el lodo que Adán pisó. Por eso el vestido escojo con que he venido a verte hoy, cándido, limpio, sin nota, sin pelo de imperfección; porque si la levadura del pecado, corrompió toda la masa de Adán general su contagión, la providencia del cielo, antes del primer error, lo acendrado de esta masa sin levadura apartó. También es lo azul mi adorno porque si Pablo llamó a mi hijo segundo Adán, siendo el primero en rigor, hombre de tierra terreno y hombre juntamente y Dios, celeste el Adán segundo, yo por la misma razón, si Eva fue mujer del suelo la celeste mujer soy, que estoy del cielo vestida y en Patmos mi águila vio. ¿No confiesas tú todo esto? BEATRIZ: Bien sabe la devoción, vuestra alteza, niña pura, que esa verdad me enseñó. Con el alma la confieso; téngola en el corazón, y perderé en su defensa mil vidas que humilde os doy. Sois reina. ¿Qué razón hay, y que se precie de razón os dé nombre de pechera si es vuestro hijo emperador? NIÑA: Si soy reina como afirmas ¿ser mi dama no es mejor que de la reina Isabel? BEATRIZ: ¡Ojalá me admitáis vos! NIÑA: Las damas de mi palacio, Beatriz, siguen el olor de mi pureza virgínea y angélica incorrupción; no, como tú, el tiempo pierden, que tanto el cuerdo estimó en galas y vanidades; incendios del torpe amor. BEATRIZ: Yo os prometo Aurora pura, como me ensalce el blasón de dama de vuestra casa que es templo de Salomón. Yo os hago solemne voto de ser una, desde hoy, de las que al Cordero siguen, porque sus vírgenes son. NIÑA: En la corte corres riesgo. BEATRIZ: Huiré de la corte yo. NIÑA: Así tu hermano lo hizo; ya cortesano de Dios, gentilhombre es de mi casa, no de la augusta Leonor; que le despertó del vicio la afrenta de un bofetón. Ya no se llama don Juan: su nombre es Fray Amador; confirmóle el desengaño; la vida y nombre mudó.
Aparécese don JUAN de ermitaño, dándole San Jerónimo la mano para que suba por unos riscos. Estén colgados de un árbol, espada, daga, sombrero con plumas; toquen música
Amador quiso llamarse, porque en fe de que me amó, de mi Concepción intacta promete ser defensor. Mírale haciendo trofeos de las galas que ostentó la soberbia cortesana, la lisonja y la ambición. Colgándolas, como adviertes, las trata como al ladrón, que hurtando la castidad al vicio la puerta abrió. A Jerónimo le ofrece el pulso, porque es doctor de la iglesia, y sana enfermos su alada contemplación. Los éxtasis de María, Antonio, Pablo, Hilarión le suspenden; pero Marta, discípulo le eligió que activo a la iglesia sirva, siendo ilustre imitador del alférez de mi hijo, que sus llamas le imprimió, ¿Quieres tú seguir sus pasos?
Encúbrase la apariencia
BEATRIZ: Quiero lo que queráis vos. NIÑA: ¿Serás hija de Francisco? BEATRIZ: Su esclava, mi niña, soy. NIÑA: En Toledo has de fundarme una nueva religión que el nombre y hábito tenga de mi Pura Concepción. BEATRIZ: ¡Venturosa yo, mil veces! NIÑA: Pues vuélvete a tu prisión, que presto, Beatriz querida, saldrá de Sodoma, Lot. Toledo te está esperando, que, si en su iglesia mayor, bajé a vestir a Ildefonso, de mi honra defensión, en ella quiero que fundes una orden de tal valor, que mi Concepción defienda e ilustre su devoción.
Encúbrese
BEATRIZ: ¡Mil veces alegre cárcel, volvamos a ella, mi Dios; pues os halla en los trabajos quien en gustos os perdió!
Éntrase y ciérranse las puertas. Salen la reina doña ISABEL y don ÁLVARO de Luna
ÁLVARO: Vuestra alteza, señora, no se enoje, porque, en lo que manda el rey, insista. ISABEL: A nadie para darme pena escoje sino a vos, que es la causa que resista cualquiera de palacio el disgustarme, sino sois vos que andáis siempre a su vista; vos consultando siempre en qué agraviarme. ÁLVARO: Mándame el rey que sepa qué se ha hecho doña Beatriz de Silva. El excusarme no ha sido, gran senora, de provecho. Tres días ha que no se sabe de ella, y el rey de vos no está muy satisfecho. A vuestras damas pregunté por ella y llorando responden que gustaran saber, si muere o vive para vella; mil sospechas y dichos se excusaran con decir donde está; que en vuestra ofensa los grandes que la sirven se declaran; el rey, que la tenéis en prisión piensa; y don Alonso Vélez, que es su hermano, anda a esta causa con tristeza inmensa. No hay título, ni ilustre cortesano que no trueque en pesar el alegría que verla daba al suelo castellano. El portugués don Pedro desafía a don Pedro Girón, y no hay sacarle de que, favoreciendo su porfía, la escondéis de la corte por casarle con ella. Entiende don Diego Sarmiento que a don Luis de Velasco, por premiarle el rey con tan honroso casamiento, se la promete, y esconderla manda, favoreciendo vos el mismo intento. Ved, pues, señora, cuando la corte anda de esta manera en bandos dividida, si es justo vuestro enojo y mi demanda. ISABEL: Decid que esa mujer no está perdida, (pero sí el rey por ella) Aparte que es mi dama y mi parienta; que ninguno pida cuenta de cosas mías, y esa fama que han echado, no importa el vulgo diga, que no ofenden quimeras que él derrama. Cada cual su opinión defienda o siga, que yo no pienso responder más que esto. Idos con Dios, andad. ÁLVARO: El rey me obliga a que peque, señora, dé molesto. Yo tengo de mirar todo este cuarto, obedeciendo a lo que me han impuesto. ISABEL: Ya, condestable, os he sufrido harto; no me deis ocasión a que interprete que por ser su tercero, veis mi cuarto; pues si sois causa vos de que se inquiete el rey, ya podrá ser que haya castigo contra quien gustos torpes le promete. ÁLVARO: ¿Qué dice vuestra alteza? ISABEL: Aquesto digo. ÁLVARO: ¿Y yo soy digno de ese premio justo por lo que España puede ser testigo? Caséla a vuestra alteza contra el gusto de estos reinos, y siendo sólo infanta en el trono la puse casi augusto. ¡Bien por estos servicios me adelanta! ISABEL: Nunca a la obligación dejó memoria el deservicio que a su rey encanta. Andad con Dios, y no seáis historia en Castilla, del mundo; que al fin rueda, y no estáis confirmado en esa gloria. No provoquéis mi enojo, que aunque pueda la privanza encumbrar vuestra fortuna y en haceros favor el rey exceda, soy vengativa yo, y si me importuna vuestro enfado, tal vez por no sufrillo puesta al espejo, rompa yo su luna. Guárdaos el rey, y no me maravillo que no temáis; mas la ciudad más fuerte se ha visto perder por un portillo. En un cadalso suele hacer la muerte tragedias de los grandes de este mundo, que el tiempo es dado, y múdase la suerte. Bien sé, pues esto os digo, en qué me fundo; procurad conservaros en el puesto donde os sustenta el rey don Juan segundo, que es hombre... Mas, él viene; andad. ÁLVARO: ¿Qué es ésto? ¿Qué luna, qué portillo, qué cadalso, nuevo temor a mi privanza ha puesto? ¡Ay arrimos del mundo sobre falso! ¡Quiera Dios que la reina, que así paga, por haberla hecho yo, no me deshaga!
Salen el REY, don PEDRO Girón, don Pedro PEREIRA, don DIEGO y don LUIS
REY: Caballeros, la prudencia de la Reina, que ha sabido vuestro intento, habrá querido quitaros, de la presencia con doña Beatriz, disgustos y ocasiones de encontraros. Yo no puedo concertaros ni acudir a tantos gustos. Beneméritos sois todos de su adorada belleza; edad, estados, nobleza, os igualan por mil modos. Sepamos a dónde está, y podráse dar un corte con que sosiegue la corte, que la reina lo dirá. Pero, pues está presente, vuestras dudas satisfaga. ISABEL: Basta, que no hay quien deshaga, aunque la causa está ausente, este laberinto extraño, tenido por maravilla en Portugal y Castilla, que de ello puede un engaño. REY: Quitad ya la confusión de nuestra corte, señora. ISABEL: Si es doña Beatriz la autora y tantos de su afición pretendientes, nadie pida donde está, que es cosa cuerda que para que no se pierda esté esa mujer perdida.
Al REY
Negárosla solicito aunque alguno la hallará, que por saber donde está la dé reinos por escrito. Si de lesa majestad es crimen digno de muerte, dar al enemigo el fuerte contra su fidelidad; y es el alcaide traidor, ¿qué castigo da la ley a quien a su mismo rey entrega un liviano amor? Yo he heredado el ser crüel de mi nación, por exceso; de este crinen son proceso letras de cierto papel. Como reina he sentenciado a perdimiento de vida a esa mujer atrevida que al rey, mi señor, ha dado hechizos con su hermosura. Celos son mal tan crüel que mata en ese cancel, vengándome su clausura. Ha tres días que encerrada, sin darle alivio al sustento, falta de vital aliento y viva en él sepultada; porque este incendio se apague que tantá gente ha perdido, darla la muerte he querido. ¡Quien tal hace que tal pague! REY: ¡Oh, bárbara! ¡Vive el cielo! si es muerta, que tu castigo, siendo esta corte testigo, tiene de asombrar al suelo. ÁLVARO: ¿Hay hazaña más impía? PEDRO: Mudo me tiene el dolor.
Abre y sale doñá BEATRIZ
BEATRIZ: ¿Qué es ésto, rey y señor? ¿Qué es ésto, señora mía? ISABEL: Beatriz ¿estás viva? BEATRIZ: Estoy de mi inocencia amparada; del cielo patrocinada; a cuya alba gracias doy, que, contra reales enojos, tan seguro amparo envía REY: Apenas el alegría permite el uso a mis ojos para novedad tan rara. PEREIRA: No sale el alba tan bella, cuando enamorado de ella, el sol la afeita la cara, como de la prisión sale el prodigio de mi amor. LUIS: Es ángel, dióla favor el cielo de quien se vale. REY: Yo, Beatriz, tendré más cuenta desde este punto de vos, que quien, sin temor de Dios, os confiesa por parienta y os hace obras de enemiga. BEATRIZ: A la reina, mi señora, soy de la vida deudora, y cuanto valgo; castiga justamente y es razón escarmentar y temer, y en el dechado aprender de su heroica discreción. REY: Caballeros, la hermosura premio del valor se llama; quien a doña Beatriz ama, y ser su esposo procura, a la tala de Granada mañana me he de partir; méritos puede pedir a su ventura y espada. Que el que con fuerzas bizarras la vega mora corriere y más cabezas trujere, a doña Beatriz en arras, en el tálamo de amor, ése será el preferido; porque siempre el premio ha sido de Marte, el honesto amor. LUIS: Yo acepto esa noble empresa. DIEGO. Ya sabe cortar mi espada los granos de esa Granada. PEREIRA: La experiencia portuguesa, que en África se ejercita, triunfará de esa nación. PEDRO: Soy amante y soy Girón, amor y sangre me incita. REY: (¡Ay, doña Beatriz hermosa, Aparte sol eres, Ícaro soy!) ISABEL: (¡Amor, socorro, que voy Aparte más corrida y más celosa!
Vanse y al entrar doña BEATRIZ, sale por otra puerta MELGAR, y llámale
MELGAR: ¿A mí sa doña Beatriz? Suplico a visiñoría. BEATRIZ: ¡Melgar! MELGAR: Señoraza mía, pon la pata, la raíz de ese árbol, que a amor provoca y le ofrece frutos ricos, encima este par de hocicos, pasearáste por mi boca. BEATRIZ: Pues, Melgar ¿a dónde queda vuestro señor y mi hermano? MELGAR: Asentáronle la mano, y aunque en lo blando era seda, hasta el mandamiento quinto le imprimieron en dos credos, letras de un lustro de dedos dejándole blanco y tinto, sin ser vino, en un carrillo. Diósele doña Leonor, en réditos de su amor, que no pudiera sufrillo, a ser otro, la ceñida. Viendo, pues, su mal despacho don Juan, ha dado en capacho y muda de traje y vida. De San Jerónimo es ermitaño, por lo menos. BEATRIZ: Intentos, Melgar, tan buenos dignos son de portugueses. MELGAR: Como sin dueño he quedado, y la ermitaña aspereza no la abraza mi flaqueza, porque estov desvencijado, y si no me desayuno, en amaneciendo Dios, con media azumbre o con dos y un zoquete cuando ayuno, luego me da la jaqueca, háse venido a amparar de visiñiría, Melgar, ya que don Juan vida trueca. BEATRIZ: No está para gente honrada el mundo. Melgar amigo, paga mal. MELGAR: También lo digo. BEATRIZ: Ya yo estoy escarmentada, como mi hermano. MELGAR: Alto, pues, no hay sino ser ermitaña. Vámonos a una montaña; que como tú en eso des, yo seré en Sierra Morena ventero, que cuenta pida para enmienda de mi vida, que allí hay culpas y no hay pena. BEATRIZ: Melgar, yo os he menester. La lealtad que habéis tenido a mi hermano, he conocido y no la queráis perder conmigo. Doña Leonor pagó, cual veis, a don Juan. Los señores nunca dan premio a servicios mejor. La reina doña Isabel, que hasta en eso la ha imitado, muy mal también me ha pagado. Está celosa y es crüel. La vida me va en salir de la corte, que en Toledo y en un monasterio puedo medrar mejor con servir a quien paga de otra suerte. Yendo en vuestra compañía y en otro traje, podría escaparme de la muerte, con que la reina amenaza mi inocencia, sin razón. La noche nos da ocasión como vos sepáis dar traza, para buscarme un vestido de labradora, que aquí no hay pocas. MELGAR: Harélo asi; y de puro agradecido, pues hace de mi confianza, visiñiría, no quiero con hablar ser lisonjero; agrádame la mudanza. Yo también, de labrador, acompañando os iré; que aunque guardaros sabré, bodegas fuera mejor. BEATRIZ: Vamos, pues; daréos dineros para comprar los vestidos. (¡Deseos desvanecidos! Aparte á servir quiero poneros con quien dé buen galardón que aquí no os saben premiar. Vamos, que hemos de fundar Orden a la Concepción, donde segura sirvamos a la que preservó Dios. MELGAR: Andarlo; de dos en dos se me convierten los amos.
Vanse. Sa1en doña ISABEL y doña INÉS
ISABEL: Doña Inés, no sé que diga. Mis celos averiguados hacen mayor mi fatiga, y el tenerlos no vengados a nuevo pesar me obliga. Por otra parte, a clemencia me mueve, al ver que los cielos manifiestan su inocencia. INÉS: Son, gran señora, los celos contagiosa pestilencia. Desterrará quien la pega y guardar ciudad o villa es medio que la sosiega. Echa a Beatriz de Castilla, pues a darte celos llega. Envíala a Portugal que asi viviréis segura. ISABEL: Querer bien, se llama mal, con que una loca hermosura ha hechizado un pecho real. Seguir tu consejo quiero; saldrá esta noche de aquí esta arpía por quien muero.
Salen el REY y don ÁLVARO de Luna
REY: En la Reina descubrí entrañas de duro acero. Porque no la precipite segunda vez su pasión, es bien que se deposite doña Beatriz. ÁLVARO: La razón lo aconseja y lo permite. REY: En un monasterio esté, hasta que tornando estado, paz a nuestra corte dé. (Amor, por razón de estado, Aparte desde agora os dejaré.) ISABEL: Rey y señor. REY: No creyera que tan crüel en extremo. señora, el cielo os hiciera. Amábaos antes, ya os temo. Cuanto hermosa sois severa. ISABEL: Quiéroos mucho, estoy celosa. REY: Por quitaros la ocasión, que ya en vos es sospechosa, en un convento es razón que esté vuestra prima hermosa. Váyanla luego a llamar. INÉS: Yo, gran señor, voy por ella.
Vase doña INÉS
ISABEL: Si la corte ha de inquietar ¿no será mejor tenella donde se pueda excusar lo que temo? Yo quería a Portugal envïarla. REY: Agravio nuevo sería, por hermosa desterrarla, y con ella el alegría de mi corte. Brevemente, dándola esposo feliz, cesará ese inconveniente. INÉS: No se halla doña Beatriz. REY: ¿Cómo es eso? INÉS: Diligente he preguntado por ella; todo el cuarto he registrado de las damas, y no hay vella. ISABEL: Mi recelo confirmado me avisa quien sabe de ella. REY: Si del pasado suceso es justo conjeturar, vos, señora, la habéis preso. ¡Que aun no advertís el pesar que recibo! ISABEL: ¡Bueno es eso! REY: Ya es bien que vuestra crueldad, Isabel, modere enojos. No hay que hablar, esto es verdad. Por quitársela a mis ojos la quitáis la libertad. Si sois cuerda no incitéis mi enojo otra vez, señora.
Vuelve a entrarse doña INÉS
ISABEL: Disimulad; bien hacéis; si bien mi pesar no ignora que escondida la tenéis. Déme nombre de crüel vuestra alteza, pues le cobra de esposa leal y fiel, y ponga luego por obra las promesas del papel. Déla su mano y su silla, que en mí se logra tan mal; finezas haga en servilla que, yéndome a Portugal, podrá reinar en Castilla. REY: Quejas tan sin ocasión, desmientan vuestros desvelos; y aunque diga la opinión que no hay discreción con celos, pues os sobra discreción, usad de ella, con la estima que mi persona merece; y si la pena os lastima de los celos que os ofrece doña Beatriz, vuestra prima, hacedla traer aquí, ponedla luego en estado, iráse al suyo, y así, seguro vuestro cuidado, no se agraviará de mí. ISABEL: Vuestra alteza no me dé ocasión de que le pierda el respeto. Yo no sé de esa mujer, ni fui cuerda cuando viva la dejé. Don Álvaro la tendrá, por vuestra orden, escondida, y por ella intentará encumbrar más la subida de la privanza en que está. Pero a lunas semejantes suele tal vez la ambición precipitar las menguantes. ÁLVARO: Basta, que estas quejas son, señor, de participantes. No sé yo en qué haya ofendido a la reina, mi señora, si ya el haberla servido con el reino, que la adora, en mí delito haya sido. REY: Mal sabéis aprovecharos, Isabel, de mi paciencia. ISABEL: A desengaños tan claros... REY: Basta; sirva la prudencia, señora, de sosegaros; que cuando las ocasiones del reino, que Dios me dió, para el gusto hallen razones, soy don Juan segundo yo y sé refrenar pasiones. Por la vuestra y por mi vida que doña Beatriz, no está por mi mandado escondida. Cese vuestro enojo ya; y a la verdad reducida, sin ser crüel portuguesa, pues sois reina castellana, templad rigores, pues cesa la ocasión, y, más humana, libremos a Beatriz presa; que, yo os juro desde aquí porque fenezcan enojos, que viendo su copia os di, de no ocasionar mis ojos. ¿Estáis satisfecha así? ISABEL: Estadlo vos, gran señor, de que de Beatriz no sé; que en fe de mi firme amor a esos reales pies pondré todo mi enojo y rigor.
Sale doña INÉS
INÉS: Sobre un bufete dejó doña Beatriz, gran señora, este papel que escribió para vuestra alteza. ISABEL: Agora mi sospecha sosegó. REY: Y agora si estoy culpado o no sabréis. ISABEL: Yo he tenido causa de haber malicïado, pesar de que os he ofendido y premio de que os he amado.
Lee la reina doña ISABEL este papel
"Sospechas de vuestra alteza, y desengaños míos, en tres días que estuve sepultada, me enseñaron los peligros de palacio, pues al cabo de ellos, podré afirmar que resucité al tercero día. Ya, pues, que lo estoy determino huír segundos riesgos en la quietud de un monasterio; para mi propósito ninguno mejor que el de Santo Domingo el Real de Toledo, donde tengo parientas y noticia de la santidad con que se vive. Retírome a él sin licencia de vuestra alteza, por dificultad de alcanzarla; pero con la obligación perpetua de pedir al cielo toda mi vida prospere la de vuestra alteza y la del rey, mi señor, en cuya compañía goce años felices esta corona y después eterna, etc. --doña Beatriz, de Silva" ÁLVARO: ¡Devota resolución! ISABEL: ¡Religioso atrevimiento! REY: ¡Tuvo bastante ocasión! Vayan en su seguimiento que, aunque alabo su intención, cuando a ejecutarla intente, es bien que llegue a Toledo como a su estado es decente. ISABEL: Perderéis celos el miedo, pues está la causa ausente. REY: Hoy me había de partir a la tala de Granada; y pues no hay qué prevenir y el rodeo es poco, o nada, por Toledo habemos de ir, que quiero ser su padrino. ISABEL: Favor del rey tan cristiano; mas queréis ser, imagino, si aquí galán a lo humano, devoto allá a lo divino. REY: No hay estar libre de vos. ISABEL: Mi nación es muy celosa; y hay que temer de los dos. REY: Beatriz, mujer tan hermosa solo la merece Dios.
Vanse. De dentro san ANTONIO de Padua, dice lo que se sigue, y siguiendo su voz salen doña BEATRIZ y MELGAR de pastores
ANTONIO: No huyas, Beatriz, espera; que, aunque disfrazada finjas lo que no eres, ya estás por nosotros conocida. BEATRIZ: ¡Ay, Melgar, perdidos somos! La reina, severa, envía ministros que me den muerte. MELGAR: Pues a mí, ¿daránme guindas? BEATRIZ: ¿Quién serán los que nos llaman? ¿Quién dió a la reina noticia de nuestro disfraz grosero y mal concertada huída? MELGAR: ¿Quién puede ser sino el diablo, que anda conmigo estos días de mala, porque no juego, ni quiero decir mentiras? BEATRIZ: Dos frailes de San Francisco parecen. MELGAR: En las capillas y cordones, los conozco; hace el diablo tropelías, suele vestirse de fraile, representarse a la vista, como a Cristo, de ermitaño, cuando a piedras le convida. Atisbémosle las patas; que a mí me dijo mi tía, algo bruja, que el demonio por más formas que ejercita, no puede mudar los bajos, porque quiere su desdicha con pies de gallo calzarle infernales zapatillas. ANTONIO: Beatriz, aquieta tu suerte, Dentro no temas, nuestra venida más es para consolarte que para que te persigan. MELGAR: En la venta se colaron. BEATRIZ: Melgar, pues con tanta prisa me están llamando, la reina darme muerte solicita; a confesarme vendrán para que esté prevenida a la muerte, cuando lleguen los ministros de sus iras. MELGAR: ¿Y quién duda que también el compañero me diga, por ser yo tu motilón, motilonas teologías? Andábame yo en Italia, de hostería en hostería, embutiendo macarrones, retocando fantecillas, y trújome a ser, el diablo, guardadamas de Castilla, para que me bamboleen de un almendro, junto a Olías. BEATRIZ: Melgar, si Dios gusta de esto, su voluntad es la mía; la vida le doy gozosa como con ella se sirva. MELGAR: ¡Por Dios! ¡Yo contento, no! ¿De qué sirve hablar mentiras? Yo muero de mala gana, porque soy una gallina. Si es que Dios quiere llevarte y alegre no le replicas, yo sólo juré de hacerte a Toledo compañía; pero al otro mundo no, que para él no se camina, como en España, a caballo, ni allá hay lacayos que sirvan; fuera de que yo no anduve esas partes en mi vida, y si hemos de andar a pata tengo una tacha maldita; porque, si de legua a legua no hay lugar, venta, o ermita donde la palabra moje, me seco como una espiga. Pues decir, hay taberneros por esas esferas limpias, no que allá van puras almas y ellos aguando bautizan, y como son agua todos apenas suben arriba cuando las nubes los llueven y a cántaros se deslizan. A vista estás de Toledo, esta venta se apellida de las Pavas; voy a echar de comer a mi borrica, y a acogerme antes que vengan sayones de Tordesillas, que por la reina cohechados la nuez moscada me aflijan. Si preguntare por mí esa frailada bendita, para que me confiese disponen que me aperciba, di que voy por una bula a Toledo, o a las Indias, porque por ella me absuelvan; y, adiós, que estoy muy de prisa.
Vase
BEATRIZ: Si se ha llegado la hora, Virgen, protectora mía, de mi muerte, y las sospechas celosas la reina indignan, disponedlo vos de modo, sol del cielo, luz del día, que, quedando en pie mi fama, goce yo vuestras delicias.
MÚSICA, y en lo alto en medio del tablado san ANTONIO de Padua
ANTONIO: Beatriz, no temas, sosiega; Francisco de Asís, que imita a Dios en vida y en armas, pues se honra con sus insignias, y yo que soy de Lisboa hijo y Padre, cuya estima dándome Padua su nombre, a honrar entrambas me obliga, somos los que te llamamos no a que la muerte te aflija sino a alentar los intentos con que al cielo te dedicas. Está tan lejos la reina de ser, Beatriz, tu homicida que, viviendo largos tiempos, has de tener muchas hijas. BEATRIZ: Soberano portugués, ¿hijas? ¿Cómo? ¿Si, aunque indigna, la pureza he profesado; que el virgen, Dios tanto estima? En fe de esto he de encerrarme, con sus esposas divinas, en Santo Domingo el Real, si puedo, este mismo día. ANTONIO: Virgen has de ser, y madre que así, de algun modo, imitas a quien siendo madre y virgen a Dios que se humane obliga. Y, porque el cómo no ignores, escucha, Beatriz querida, la propagación dichosa que a la iglesia ha de hacer mía. La aurora madre del sol, la nave que de las Indias trujo al mundo el pan celeste por el mar de amar María; en fe de que en el instante feliz, que fué concebida sin mácula de pecado, por la prevención divina, al eterno preservada más que las estrellas limpias, fundadora quiere hacerte de una religión, que vista lo blanco de su pureza, lo azul del cielo a que aspiras. Hay en el mundo y habrá quien de su majestad diga que probó el mortal veneno que causó su golosina. No quiere Dios hasta agora que este misterio defina su iglesia, que el cuándo sabe reservado a su noticia. Pero, como es hijo suyo y parece cosa indigna nacer de madre villana, rey, a quien las jerarquías sirven de escabel y trono, volviendo por su honra misma, por la de su madre vuelve y su devoción te fía. De Santo Domingo el Real saldrás a empresa tan digna de la honra de su madre, que, no en vano determina que en Santo Domingo empiece religión que Dios fabrica a la pura Concepción, porque la honre su familia. Tendrás mil contradicciones; pero siendo defendida por Fernando e Isabel luz de Aragón y Castilla.
MÚSICA, y en una silla carmesí, sentado a una parte, SIXTO IV, papa
Sixto, cuarto de nuestro orden, éste que ves en la silla de la popa de la iglesia, cuya nave sacra rija, con apostólico celo, orden te dará en que vivas, y en el oficio y octava de su inmaculado día. Escribirá de su mano las lecciones y homilías, concediendo a sus devotos indulgencias infinitas. Volverán las opiniones, contrarias a tu porfía, desde aquí a doscientos años, y la competencia antigua. Mas, crecerá de manera la devoción, ahora niña, en nuestra dichosa España de la Concepción Virgínea que en Castilla y en Toledo, Valencia, el Andalucía y, en fin, en los pueblos todos de estas bélicas provincias. Los doctos, los ignorantes, la vejez y la puericia, con palabras y con obras, con fiestas, con alegrías; en cátedras, en sermones, en prosas y en poesías confesará toda España que fue el alba concebida sin pecado original, para que en bronces se imprima. Será patrón de esta causa, por lo que medre en seguirla, en fe de su mucho celo, un Felipe; que la silla gozará de los dos orbes rigiendo en paz y en justicia, un siglo por él dorado, dos Españas y dos Indias. Éste trayendo en su pecho, con toda tu real familia la Concepción en medallas de diamantes guarnecidas, del sucesor de San Pedro, Paulo quinto, esencia quinta en santidad y prudencia, piedad y sabiduría, alcanzará un proprio motu que las disputas impida.
Al otro lado frontero de SIXTO, se des- cubrirá a PAULO V, del mismo modo; MÚSICA
Plumas, pláticas, sermones de los que a la virgen quitan la gracia al primero instante, su apacible rostro mira, su devoción engrandece, que éste erigirá capilla augusta, para su encierro que en prueba de su porfía, de la Concepción se nombre, siendo octava maravilla. Rejuvenecerá España, y en sus ciudades y villas harán asombrosas fiestas. Pero Toledo y Sevilla se han de aventajar a todas; aquélla por tener dicha de ser casa de solar de esta religión benigna, y estotra por el Colón que su Iglesia patrocina, del Monte Santo en Granada que en vez de oro, da reliquias.
Más abajo a los dos lados, Toledo y Sevilla con sus armas. MÚSICA
Toledo y Sevilla son las dos que la fama pinta, para que encumbres su nombre y su bendición bendigas.
Al lado derecho, más abajo, el rey don JAIME armado con capa de la Merced y una tarjeta de sus armas
Aragón, también devota, con dos reyes autoriza la verdad de este misterio, en servicio de María. Don Jaime el primero es éste que a su Concepción dedica la orden de la Merced, porque cautivos redima, en fe de que su patrona jamás estuvo cautiva, en la original prisión que a cuantos nacen obliga; por razón de la pureza, de su célebre milicia se viste el manto que ves del candor que al alba envidia.
Al lado Izquierdo el rey don JUAN, armado con otra tarjeta de las mismas armas
El otro rey es don Juan el primero, la caricia de sus vasallos, que esperan dichosa paz con su vista. Éste en públicos edictos a los rebeldes castiga con destierros y rigores, que esta devoción no sigan.
En lo alto de todo, entre unas penas, estará don JUAN DE MENESES de Fraile Francisco, con una pluma en la mano, contemplando arriba en una imagen de la Concepción y un libro abierto y blanco en la otra, en que parece que escribe, y una águila que con el pico le tiene el tintero
Tu hermano fray Amadeo de la Religión francisca, cuyo hábito le consagra, sol que la gracia ilumina, en San Pedro de Montorio penitente se retira, donde, como a Juan en Patmos, el cielo le comunica visiones, de asombro llenas, porque por ellas escriba la limpieza de la aurora que vió el tierno evangelista, y un segundo Apocalipsis, cuyas sacras profecías siendo freno a pecadores, den a España maravillas. No ha de haber orden sagrada sino una, en cuantas militan en el gremio de la Iglesia, que esta devoción no admita. ¡Ea, fundadora noble! A Toledo el paso guía, para que esta orden comience por doña Beatriz de Silva.
MÚsica y desaparece todo
BEATRIZ: Milagroso lusitano, ¿por qué con tu ausencia eclipsas luces que mi fe alentaron? Oye, Antonio, espera, mira. ¿Es esto verdad o sueño? ¡Pero no, virgen benigna! ¡Viva vuestra Concepción y quien la defienda, viva!
Sale MELGAR
MELGAR: Albricias pido, eche mano, señora doña Beatriza, el rey y la reina vienen tras nosotros, deme albricias. Íbame yo en mi jumenta; encontrélos que venían a Toledo; conocióme en la tal fisonomía don Pedro Pereira, y luego, prendiéndome la justicia me preguntaron a dónde por mi causa te retiras. Negábalo, desmintióme hasta la jumenta misma, porque rebuznó al instante. Yo, hincado el par de rodillas, con más miedo que vergüenza, desbuché cuanto sabía, porque secretos guardados dicen que dan mal de tripas. Apeáronse en la venta, y la reina, no con ira, sino toda gozo, a verte manda que todos me sigan. Pero hételos unos y otros, rey y reina.
Llegan el REY y la reina doña ISABEL y todos los caballeros en traje de camino
REY: ¡Beatriz! ISABEL: ¡Prima! ¿Así olvidáis nuestra corte? BEATRIZ: Temí el veros ofendida. Dadme esos augustos pies. REY: Alabanzas os doy dignas de vuestra elección heroica. ISABEL: Yo gusto que se prosiga. REY: Vamos, Beatriz, a Toledo, que no hay quien no tenga envidia al estado que escogéis. PEDRO: (Ya mis celos se mitigan.) Aparte PEREIRA: Nadie a Beatriz me quitara sin quitarle yo la vida. Mas con Dios no hay competencias; sólo es Beatriz de Dios digna. REY: A Santo Domingo el Real avisen nuestra venida. ISABEL: Hermosa rústica hacéis. BEATRIZ: En mí lucen groserías. ISABEL: Volved, prima, a vuestro traje, y en mi coche y compañía; venid, seremos las dos, desde agora, muy amigas. BEATRIZ: Escláva de vuestra alteza tengo yo por mayor dicha. MELGAR: Avecíndome en Toledo; que hay en él bellas vecinas. Tejer terciopelos sé, en el arrabal alquilan telares, tornos y casas; trabajar es cosa rica. Será Melgar tejedor, irá y vendrá cada día al Real Monasterio a ver la nuestra doña novicia; serviréla de andadero y pasaráse la vida, tejiendo en telares sedas, y en el convento mentiras. PEDRO: Para la segunda parte, senado ilustre, os convida el autor con lo que falta de esta historia peregrina. La fundación, los milagros, regocijos, alegrías de la Concepción, y muerte de doña Beatriz de Silva.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002