JORNADA TERCERA


 
Sacan en una silla de manos, cerrada la puerta, a doña ELISA. Salen don ALONSO, LEONOR y don ÁLVARO, y en saliendo doña ELISA en cuerpo, meten los mozos la silla
ALONSO: Abre a esa silla la puerta. Volveos con ella los dos. ¿No sales? ELISA: Gracias a Dios que respiro. ALONSO: Elisa, advierte tu temosa condición, que mientras no la mudares y más cuerda me obligares ha de durar tu prisión lo que durare mi vida. ¡Presto la consumirás! Todos sospechan que vas a Lerma. Traza es fingida para que no sepan donde te niego a sus diligencias. ¡Extraño tus resistencias! Ni de don Pedro ni el Conde te satisfaces. Don Juan no ha de ser tu esposo. En esto no hay que hablarme. Si has dispuesto darme disgustos, tendrán aquí los tuyos castigo. Si intentas que no me arroje a más extremos, escoje, consultándole contigo, o a don Pedro o a don Carlos; que aunque éste está receloso de lo que vio, es generoso. Medios hay, yo sabré hallarlos, que le aseguren verdades. Al instante he de volverme a Madrid. No esperes verme mientras tus temeridades no mejoren de consejo. De don Álvaro te fío. Ésta es su casa, él su tío. En su vigilancia dejo librada la ejecución que a tu inquietud tanto importa y en tu mano el que sea corta o prolija esta prisión.
A don ÁLVARO
Primo, nadie ha de saber de Illescas, quien vive aquí. En la corte os advertí lo que en esto se ha de hacer. Vos la traeréis la comida y Leonor la guisará ya que a vuestra instancia está en casa otra vez. La vida me va en esto si por vos surte mi esperanza efeto. Avisaréisme en secreto porque vengamos los dos y se concluya esta empresa; mas nadie espere de mí que Elisa salga de aquí si no es difunta o Condesa. Cerrad y venid, que es hora de partirme. ÁLVARO: Ejecutor he de ser de este rigor. Mirad lo que hacéis, señora.
Vanse los dos y cierran con llave por de dentro
ELISA: No sé si diga que siento el verte en mi compañía más que cuanta tiranía oprime mi pensamiento. LEONOR: Suerte es de los desdichados que yerran en cuanto emprendan, con los servicios ofendan e indignan con los agrados. Doña Ana con las malicias de don Carlos me engañó. Merezca, señora, yo perdón siquiera en albricias de que está aquí tu don Juan. ELISA: ¿Qué dices? LEONOR: Que a Illescas vino, tú el norte de su camino y él tras ti tu piedra imán. Disfrazado en labrador supo desmentir espías. ¿Quién duda que le verías? ELISA: ¿Cómo, si hasta el resplandor del cielo mi padre airado me limitaba? De noche no nos permitió que al coche corriesen un encerado. Yo a la popa, él junto a mí; de día en una posada tan oculta y retirada que aun los huéspedes no vi. Tan celoso impertinente que no te podré dar señas de si en el camino hay peñas, de prado, de arroyo o fuente. Y apenas llegué a esta villa cuando me sale a la puerta también para mí encubierta de esta posada una silla. Y entrando a escuras en ella, para que todo lo dude, aun la escalera no pude ver cuando salí por ella en la más crüel prisión. ¡Leonor, los presos no ven! LEONOR: ¡Y como que el querer bien no es caso de inquisición! Él, en efecto, está aquí y yo con él disculpada. El Conde, que interesada me juzga, volvió por mí y pidió que te asistiese con cargo de ponderarte que su vida es adorarte. Doña Ana, para que hiciese que de don Juan te olvidases, también por mí ha intercedido y los dos me han ofrecido, como con Carlos te cases, dote y ajuar; pero yo que contigo me crïé y por experiencia sé que el cielo te destinó a quien sólo te merece, resuelta en morir contigo al cielo doy por testigo de lo que mi fe te ofrece. ELISA: Leonor, el presente es tal que descubrirá quien eres. LEONOR: Tarde es. Si reposar quieres, durmiendo se templa el mal. Cama y alcoba hay curiosa que autorizan a su dueño. ELISA: Con pesadumbres no hay sueño. Poco siente quien reposa. Rezaré un rato primero y entrarásme a desnudar. LEONOR: ¿Enamorada y rezar? ELISA: ¿Qué dices? LEONOR: Que aquí te espero.
Vase ELISA
Disponiéndose van bien de Coral las invenciones.
Saca muchas llaves en un llavero
Fióme sus intenciones y quiérole un poco bien. Agora falta probar si entre tanta multitud de llaves tendrá virtud alguna para burlar la impertinente quimera del viejo en nuestra prisión; porque con llave al balcón, sin ver la calle siquiera es morir. No sé qué traza me contó Coral que hacía con que en el balcón podía sacar su tramoya a plaza. Él es medio carpintero y diversas cosas sabe; mas, ¡las ventanas con llave! Sus industrias desespero. Si Amor, que su imperio muestra en la mayor apretura, no alivia nuestra clausura... Ésta pienso que es maestra. Voyle a probar entre tanto que cumple sus devociones Elisa. Hermanos balcones, juntaos y sea por encanto.
Vase y salen don JUAN y CORAL
CORAL: Viento en popa navegamos por el paraje común de los que nacen de pies, la Fortuna te hace el buz. Ya tu Elisa está en su casa puesto que de mancomún. Su padre y su confidente la hacen creer, en virtud de que su esposo no seas, que está en Illescas según escuché trazarlo anoche a la avara senectud de su padre. Fuera duerme doña Ana, que la avestruz de la muerte le ha sisado a su tía la salud. No volverá según esto hasta que del ataúd del ocaso libre el sol dé al oriente nueva luz. Encajado el pasadizo que de mi solicitud e ingenio es prueba, al balcón que ha de ser nuestro arcaduz por más que encarcele el viejo a tu Elisa. Si tahur eres, a figura estás yendo a primera de flux. Llégate a ver la tramoya. JUAN: Si salieses, Coral, tú con esa traza, no tiene bastante plata el Perú para premiarte el ingenio. CORAL: Ya es paga la ingratitud. JUAN: Las ventanas están altas, la calle toda inquietud, los vecinos maliciosos, honra y peligro... CORAL: ¡Jesús! ¿De cuándo acá eres cobarde? Calóse el cielo el capuz con que se enluta la noche sin verse un jirón azul. Durmiendo la vecindad, la luna en el mar del sur, y ¡tú amor con tembladeras! ¡Qué animosa juventud! JUAN: ¿Si nos derriba en la calle tu estratagema? CORAL: ¿Pues tú dudas mis habilidades? Siendo Merlín andaluz todo yo soy sutileza si no me desmiente algún mentecato de la corte. Pues el sol no nace aún, ven y verás mis desvelos. JUAN: ¡Oh, Amor, si sacas a luz mi esperanza, deberánte mis sentidos su quietud!
Vanse don JUAN y CORAL. Sale LEONOR con una llave de loba
LEONOR: Hechicera es esta llave. No hay para ella prevención. Abrí al instante el balcón. Por la puerta también cabe de la sala que he ya abierto. Deberále a mi artificio don Juan todo este servicio, pues con él su amor despierto.
Sale CORAL
CORAL: Dóysela al mismo Arquimedes si es hombre de tres la una. LEONOR: ¡Ay, Jesús! No me has dejado gota de sangre. CORAL: Las brujas como tú, por tener poca, dicen que a los niños chupan. LEONOR: ¿Por dónde entraste? CORAL: A la chanza de un tablón se lo pregunta. Sacabuche balconero cuyo cuello como grulla ya se extiende, ya se encoge, y celebrando mi industria en el tuyo se incorpora con invención tan segura que pueden pasar por él los chapines de una viuda. Puentes sé inventar de encaje. LEONOR: Sí, pero Coral, ¿quién duda que en viéndolo los que pasan nuestra opinión no destruyan? CORAL: Anda, que estás hoy modorra. Ya te digo que se excusa todo registro mirón; pues cuando el sol y la luna quieran hacer de él alarde, retirándole se oculta del modo que la naveta del escritorio; que ocupa el espacio de su hueco.
Sale ELISA
ELISA: Si no hablas con las pinturas, Leonor, ¿con quién te entretienes? ¡Jesús! Coral, ¿tú aquí? CORAL: Triunfan sutilezas amorosas de impertinencias caducas y éntrase por cualquier parte Amor, que es deidad desnuda. ELISA: Bien; mas ¿con llave las puertas? CORAL: Para Amor no hay cerraduras; que como es su padre herrero le enseña a forjar ganzúas. ELISA: ¿Por dónde has entrado? Acaba. CORAL: Prestóle al Amor sus plumas a un balcón que por los vientos, sirviéndome de chalupa, tomó puerto en esta sala. ELISA: Habla veras, deja burlas. ¿Quién te dijo que en Illescas estaba yo? CORAL: Amor, lechuza, que escondiéndose del sol te supo seguir a escuras. En Illescas y en la corte estás a un tiempo y, sin culpa, presa en tu mismo aposento él de don Álvaro ocupas. Con caminar ocho leguas no has caminado ninguna y huéspeda de tu casa gozas lo mismo que buscas. Si quieres averiguar todas estas garatusas, abre al balcón las ventanas, repara el modo y figura de la sala en que te prenden, mira esa alcoba o estufa, las bovedillas del techo que en Illescas poco se usan, esas puertas y paredes que como los trajes mudan cual danzantes se disfrazan con ajenas colgaduras.
Sale don JUAN
ELISA: ¡Ay, cielo! ¿En la corte estoy? JUAN: En la corte y en mi pecho de quien por justo derecho todo el dominio te doy. ¡Ay, dueño de mi esperanza! ¿Tú, por mí, sin libertad? ELISA: Don Juan, la felicidad de veros con la templanza que mis firmezas merecen desazona el no saber misterios que llego a ver e imposibles me parecen. ¿Por dónde entrasteis aquí? ¿Cómo penetráis clausuras? JUAN: Sólo en Coral las locuras son provechosas. CORAL: Por ti mi ingenio se sutileza pues de tu amor instrumento te fabriqué sobre el viento una puente levadiza por donde el balcón vecino y el tuyo se dan las manos. JUAN: Los celos, tal vez villanos, y Amor todo desatino prenda mía, me obligó a que al Conde ingrato hiriese y, del favor se valiese que doña Ana me ofreció. Huésped de su casa he sido, tiernamente regalado. Supe cuanto ha maquinado tu padre y que el Conde herido, más dichoso que leal, aunque cirujano llama ni peligra ni hace cama por ser tan poco su mal; que sin encarnar la espada al soslayo le pasó un brazo. No la guió bien mi ofensa provocada. Ya tendré por ignorante a quien en la sangre afirma que Amor su imperio confirma, pues el Conde más amante después de vertida tanta, con más veras te pretende, con más afectos se enciende, con más recelos me espanta. Tu padre, porque te adoro, a su amor rendirte trata; que siempre canas de plata siguen los pasos del oro. Doña Ana lo solicita, tus deudos se lo aconsejan, mis esperanzas me dejan, sólo tu fe me acredita. Mas, ¿cómo podrá vencer contra tanto tu valor, un Conde competidor, yo infelice y tú, mujer? ELISA: ¡Medio con tiempo has hallado para el mal que te lastima! ¡Huésped, don Juan, de mi prima "tiernamente regalado!" Tú lo confiesas así, los riesgos experimentan finezas que el fuego alientan que casi apagado vi. ¿De su casa te valiste cuando en la corte tenías amigos de quien podías fïar? ¡Temores! Ya hiciste de tu fe más confïanza que de muchos que pudieras y, si tú la aborrecieras, no alentaras su esperanza. Tu amor, don Juan, satisfaga empeños de mi enemiga pues el noble que se obliga ya se dispone a la paga. Vete que, si te echa menos, ha de venir a buscarte y, si aquí llegase a hablarte, no excusas. CORAL: ¡Rayos y truenos! ¿Qué más decir! Fuera duerme la tal doña Ana; una tía se le muere. ¡Qué buen día! ¡Ojalá con ella enferme todo el tiazgo de España, con toda madrastra y suegra! LEONOR: Si el ver a don Juan te alegra ¿qué miedo tu gusto engaña o para qué es el enojo?
Dentro
ALONSO: Esperadme, Conde, aquí. ELISA: ¡Ay, cielo! ¿Es mi padre? LEONOR: Sí. CORAL: Al pasadizo me acojo. Sígueme, don Juan. JUAN: Mi bien, sin causa de mi fe dudas. ELISA: Si de alojamiento mudas creeré que me quieres bien. JUAN: Mudaréme al punto. CORAL: Acaba.
Vanse don JUAN y CORAL
ELISA: Cierra con llave, Leonor, la ventana.
Vase ELISA
LEONOR: Mi temor echó a la puerta la aldaba. ALONSO: ¡Hola, abrid aquí! LEONOR: ¿Quién es?
Abre y sale don ALONSO
ALONSO: Si yo por de fuera cierro ¿para qué es prevención tanta? LEONOR: Para que quien entre dentro no nos halle de improviso en civiles ministerios imposibles de excusarse. ALONSO: ¿Duerme Elisa? LEONOR: Está cumpliendo cristianas obligaciones. ALONSO: Di que salga. LEONOR: Pues, ¿tan presto dio vuelta vuestra Merced de Madrid? ALONSO: Déjate de eso y llámala.
Sale ELISA
ELISA: Pues, señor, ¿has hallado modos nuevos con que añadirme pesares? ¿Mudaste ya de consejo? ¿Quedósete algo olvidado? Que yo te estaba midiendo dos leguas de aquí el camino. ¿A qué vuelves? ALONSO: Ya no es tiempo de proseguir invenciones. Hija, sólo los recelos de que don Juan te inquietase determinarme pudieron a persuadirte que estabas en Illescas; mas supuesto que ya no nos hace estorbo, que estás en Madrid te advierto en tu casa y en tu cuarto. ELISA: ¿Dónde? ALONSO: En tu casa. Esto es cierto. ELISA: Pues toda esta ostentación ¿de dónde vino? ALONSO: Todo eso y más hallan en la corte diligencias y dineros. Acudamos a lo más y no gastemos el tiempo en lo que menos importa. Don Juan, perdido de celos, hirió ante noche a don Carlos y sospechándole muerto, se valió de doña Clara en cuya casa secreto, por ser de doña Ana tía, y heredarla en fe del deudo que hay entre ellas, envió por tu prima y convinieron en que don Juan se ausentase quedando los dos primero desposados. Ya te constan los amorosos extremos que don Juan debe a doña Ana. Supo estos tratos don Pedro y tuvo de ellos envidia porque en fe de tus desprecios, olvidándote mudó en tu prima pensamientos. Dióse aviso de todo al Conde, deseando a don Juan preso, y hallóle herido en un brazo; mas, gracias a Dios, sin riesgo. El Conde, pues, que te adora juzgó generoso y cuerdo que casándose doña Ana con don Juan, hallaba medios con que obligarte a su amor y anteponiendo deseos a venganzas, fue esta noche a ver a don Juan, saliendo con tantas veras su amigo que a instancia suya se dieron doña Ana y don Juan las manos, unos y otros tan contentos que enviándome a llamar testigo he sido y tercero en casa de doña Clara de finezas y de afectos. Mañana han de desposarse y el Conde, que por ti ha puesto la vida, viene conmigo. ¡Ya ves lo que le debemos! Si noble su amor admites, deberáste tu remedio, deberáste tu quietud, deberéte mi sosiego. No me des más pesadumbres. LEONOR: (¡Jesús Cristo! ¡Los enredos Aparte que ha tejido en un instante! ¡Válgate la trampa el viejo!) ELISA: Cosas, señor, me refieres que las presumiera sueños a no ser quien las afirma tan digno de fe y respeto. ¡En la breve duración de un día tantos sucesos! ¡Tanta mudanza en don Juan! ¡Tan poco amor en su pecho! ¡Yo mujer y por su causa amenazas resistiendo, menospreciando peligros, atropellando destierros, y el hombre ausente doce horas sombra leve, cera al fuego, pluma al aire, corcho al agua, flor de agosto, sol de febrero! ¡Alto, Amor desvanecido al uso del siglo andemos! Lo que arruinaron engaños reedifiquen escarmientos. Subordinada a tu gusto y obediente a tus preceptos al Conde Carlos admito.
Abrázala
ALONSO: ¡Agora sí que en tu cuello como la hiedra en el olmo mil años rejuvenezco! Aquí está, voy a llamarle. ¡Qué buenas nuevas le llevo! ELISA: ¿A estas horas? No señor. Mañana con más sosiego dispuesta el alma a servirte podrá venir. ALONSO: Bien, no quiero apresurarte; mas mira que, pues quedamos en esto, no me saques mentiroso.
Vase don ALONSO
LEONOR: Señora, ¿qué es lo que has hecho? ELISA: Leonor, ¿qué sé yo? ¿Qué quieres de un alma toda recelos que entre engaños que ha escuchado duda verdades? ¡Que tiemblo! Don Juan adoró a doña Ana. Apariencias le ofendieron del Conde en mi casa oculto, hirióle, ausentóse, y temo que escondiéndose en la suya siendo huésped, es ya dueño. LEONOR: ¿Hay discursos más perdidos? ¿No adviertes los embelecos que tu padre ha sancochado? ELISA: Sí, pero también entre ellos mezcló, Leonor, certidumbres. LEONOR: Si lo fueran ¿a qué efecto entrara a verte don Juan? ELISA: ¿Eso dices? Amor, nieto del mar, padre de mudanzas, como él hace a todos vientos. Si dio la mano a mi prima y supo que me había vuelto después mi padre a mi casa ¿es mucho que envidie ajeno lo que juzgaba por propio? ¿No afirmó Coral--¡ay, cielos!-- que estaba ausente doña Ana? ¿La enfermedad no fingieron de doña Clara su tía? ¿No dijo mi padre luego que en su casa ella y el Conde terciaron en los conciertos? ¡Que recelan mis agravios! LEONOR: Pues ¿qué sacas de todo eso? ELISA: Que en casa de doña Clara están todos, esto es cierto, trazando sus desposorios. Porque sepas que no miento, abre, Leonor, dame un manto. LEONOR: ¿Para qué? ELISA: Las dos iremos, o yo sola que es mejor, quedándote tú aquí dentro y, si a don Juan hallo en su casa, culparé los desaciertos de mis celosos temores; mas si no, cuanto sospecho es sin duda. LEONOR: ¿Y no reparas que han de conocerte luego las crïadas de tu prima? ELISA: Todos estarán durmiendo. La casa es de vecindad. Hallaré el portal abierto. Sólo en el cuarto de arriba vive don Juan casi preso. Fingiré que soy doña Ana, abriráme y trazaremos, si se engañan mis malicias, los dos el mejor acuerdo que asegure mis temores. LEONOR: Ciega estás. ELISA: Estoy sin seso. LEONOR: Pues ¿dónde habemos de hallar el manto si entraste en cuerpo desde el coche hasta la silla? ELISA: Mantos hay en mi aposento y baúles. Baja a abrirlos. LEONOR: Vamos; que apaciguar celos es pedir peras al olmo. ELISA: Leonor, avisa en sintiendo a mi padre. LEONOR: ¿Yo? ¿Por dónde? ELISA: Tendrá el pasadizo puesto Coral, y desde el balcón me llamarás. LEONOR: En efecto ¿das en creer disparates? ELISA: Dúdolos si no los creo.
Vanse las dos y salen don ALONSO, don PEDRO y el CONDE, con banda
CONDE: Escondido y atento escuché su amoroso sentimiento, y que ofreció discreta ser dueño mío si doña Ana aceta a don Pedro, y olvida a don Juan. Pues nos consta su partida a Valencia, no queda inconveniente que estorbarnos pueda. ALONSO: La elección que en su amor don Pedro ha hecho nos obliga a ayudarle. PEDRO: Satisfecho de su honesta hermosura desde que fui su huésped, mi ventura a adorarle me inclina. ALONSO: Seguirá mis consejos mi sobrina pues por padre me tiene. Además que avisarla me conviene de todo este suceso pues al fin que intereso estriba en que a su prima persüada que con don Juan su boda concertada, será muy venturosa si con ella don Carlos se desposa. PEDRO: Cuidad de exagerarla lo mucho que me esmero en adorarla, lo que pienso servirla. ALONSO: A mí me está tan bien el persuadirla la suerte que no espera; que cuando no por vos por mí lo hiciera. Hallaréla dormida; mas no importa. Despierte; que sabida la nueva que he de darla, lisonja pienso que es el despertarla. CONDE: Sí, porque esto de bodas hará en ella el efecto que hace en todas, pues por verse en el tálamo risueño querrá más a un marido que no a un sueño.
Vanse y salen doña ELISA con manto, don JUAN y CORAL
ELISA: Todo esto pueden sospechas si bien hallándoos aquí del alma las despedí. JUAN: Como están ya satisfechas; aunque tormentas deshechas fulmine en el mar de amor la Fortuna, que turbar mis esperanzas procura, Santelmo vuestra hermosura, no han de poderme anegar. Sentaos un rato. Tracemos ardides con que podamos vencer, aunque padezcamos inclemencias que tememos. ELISA: Don Juan, prevenir extremos de un padre todo violencia, a costa de la paciencia es forzoso. Yo me voy. JUAN: Mirad que en la gloria estoy estando en vuestra presencia. A estas horas, ¿qué teméis? ELISA: Temo, don Juan, el cuidado de un padre que desvelado Argos en mi ofensa veis. JUAN: ¿Por el balcón os iréis? CORAL: Yo le voy a prevenir entre tanto; que el zafir del cielo llama a la aurora.
Vase CORAL
JUAN: Merezca quien os adora sólo este rato vivir.
Siéntanse los dos
ELISA: Es la Fortuna inhumana de mi paz tan enemiga que cuanto más nos persiga se ha de juzgar más ufana. Mi padre, el Conde, doña Ana, don Pedro, todo el poder de los hados ¿qué han de hacer en tantos riesgos mis llantos si perseguido de tantos os dejáis, don Juan, vencer? JUAN: Yo vi en el mar descubierta una roca perseguida de un piélago, que homicida cerró al socorro la puerta; cuantas más olas despierta menos logra su furor porque sobre ella mi amor cantaba por divertirme, a más combates más firme, a más riesgos más valor. Yo vi que un cierzo quería apagar una centella porque sobre un roble estrella de los vientos se reía; cuanto más la perseguía aumentaba más su llama porque emprendida en la rama vino a abrasar todo el roble; que en los peligros el noble teme menos y más ama. Roca soy, Elisa hermosa, persiga, asalte, combata el mar que anegarme trata. Saldrá mi fe más airosa. Centella soy animosa. No hay tempestad que me espante; que Amor, atrevido infante, de la quietud incapaz, sin riesgos siempre es rapaz pero con ellos gigante.
Sale don ALONSO
ALONSO: ¡Con luz y abierta la sala! Madrugado ha mi sobrina. ELISA: Éste es mi padre. ¿Si en casa me echó menos? ¡Qué desdicha!
Échase el manto y levántase don JUAN
JUAN: Cubre la cara y no temas. ALONSO: ¡Don Juan! JUAN: ¿Mandáis en qué os sirva? ALONSO: ¿Qué hacéis vos en esta casa? JUAN: Experiencias de quien digna es de alabanza su dueño, pues noble a su amor me obliga. ALONSO: ¿No os íbades a Valencia? JUAN: Es poca causa una herida de mi agravio ocasionada para ausencia tan prolija. ALONSO: ¿Qué es de doña Ana? JUAN: Llevóla la enfermedad de su tía para que como heredera a su testamento asista. ALONSO: ¿Qué veo? ¡Válgame Dios! JUAN: ¿Qué os ha dado? ALONSO: ¡Pues, Elisa! ¿Tú a tal hora y en tal parte? ¿Así mi honor precipitas? ¿Así tu fama atropellas? ¿Así mi sangre lastimas? JUAN: ¿Qué decís? ¿Estáis en vos? ALONSO: ¿Cómo? ¿Qué queréis que diga? ¿Quién estar en sí pudiera? ¡En vuestra sangre, en su vida, satisfacer mis deshonras! ¿Así tu opinión estimas? ¿Así tu recato infamas? Con alguna llave hechiza falseaste mis cuidados, franqueaste tus malicias. JUAN: Volved, señor don Alonso, en vos. Que es grande desdicha que vejez tan venerable de su prudencia desdiga. Si sacasteis de esta corte, dos noches ha, a vuestra hija, si os ofendió nuestro amor, si agora a Lerma camina, ¿quién vuestros discursos ciega? ¿Quién os altera la vista? ¿Quién quimeras os retrata? ¿Quién apariencias os pinta? Advertid que esta señora como a preso me visita, como a sólo me acompaña, como a su amante me estima. Quiéreme bien tiempos ha, y aunque mal correspondida se lastimaba de ver que entre hipócritas caricias el abril se malograse de mi juventud cautiva en el Argel lisonjero de quien cuando engaña hechiza. Supo anoche que experiencias cuanto costosas propicias en brazos del escarmiento del golfo al puerto me libra. Visitó agora a doña Ana. Refirióla cuán precisas obligaciones me empeñan. Conjuróla como amiga que a su amor me redujese si ya según la decían no intentaba competencias que ocasionase su envidia. Halló en ella protectora recibiéndola benigna, alentándola discreta, hablándola compasiva. Entraron juntas a verme, intimáronme las dichas que con mi cuerda mudanza se me siguen de servirla. Fue a ver doña Ana a su enferma y, mi fe reconocida a un amor tan generoso, como halle en su hermosa vista contrahierba a mis desvelos, que se quede la suplica conmigo un rato, fiadora de su honor mi cortesía. A este tiempo entrasteis vos, y del modo con que mira por cristales de colores juzga de la especie misma todas las cosas que advierte, los cuidados que os lastiman os hacen creer que son cuantas damas veis Elisas. Doña Ana quiere a don Pedro, el Conde los patrocina. Los dos tratan desposarse. Sus esperanzas estriban en vuestro consentimiento. Ausente está de esta villa vuestra ingrata sucesora ¿qué ocasión, pues, os incita a desbaratar acciones de vos tan apetecidas? ALONSO: ¡Persuadirme que estoy loco para que mejor se finja vuestro engaño, que aunque viejo no está la sangre tan tibia en mis venas que no baste! JUAN: Sosegaos, señor. ALONSO: Malicias semejantes no merecen quietud si no se castigan. ¿A mí negarme evidencias? ¡Aquel manto, la basquiña, el talle, la misma voz que escuché cuando subía conozco! JUAN: ¡Qué extraño tema! ¿No habrá en Madrid quien se vista de la mima suerte que otras? ALONSO: Si puedo con descubrilla convencer vuestros enredos ¿qué aguardo?
Quiere destaparla y detiénele don JUAN
JUAN: No se averiguan en desdoro de las damas recelos con demasías. Suspended cortés la mano o no os guardarán las mías la noble veneración a que las canas obligan. ALONSO: ¡Negadme el que vea su cara! ¡Que esos colores confirman los indicios de mi agravio!
Alza los tapices y tienta las paredes
¿Esta pared no es vecina de mi casa? ¿Si han abierto puerta por ella osadías que se la den a mi ofensa? JUAN: Mirad que desautorizan vuestro seso esas acciones. ALONSO: ¡Ah, quién tuviera en la cinta el acero que los años para su agravio jubilan! Falseó el atrevimiento llaves que el vicio fabrica pero mientras la experiencia certidumbre examina, quedaos, aleves, que yo volveré a casa y, si Elisa no está en ella, aunque con riesgo de su opinión ya perdida, lo que no pueden mis canas será fuerza que remita al socorro de los viejos dando cuenta a la justicia. La llave que aquí olvidasteis, dejándoos presos, os quita de la mano la ocasión de que huyáis.
Quita la llave de la puerta y ciérralos por de fuera y vase
ELISA: Coral, aprisa, que es la dilación dañosa.
Sale CORAL
CORAL: Nuestra puente levadiza te asegura. ¡Alto, a pasarla! JUAN: Adiós dueño de mi vida, que yo velaré entre tanto, Argos el alma en mi vista para socorrer desaires si en ellos mi amor peligra.
Vanse todos y sale LEONOR sola
LEONOR: Picóse mi ama en el fuego. No tiene tanto temor como yo.
Sale ELISA quitándose el manto
ELISA: ¡Leonor, Leonor! Quítame este manto luego y escóndele. ¡Acaba, pues! LEONOR: ¿Viene señor? ELISA: ¡Ay de mí! LEONOR: ¿Y te vio con don Juan? ELISA: Sí. Referiréte después cosas que te den espanto. Descuidados nos cogió. LEONOR: ¡Jesús! ¿Y te conoció? ELISA: No y sí. Acaba, esconde el manto. Date prisa; que de hallarle me pierdo. Llévale. LEONOR: ¿Dónde? ELISA: En los colchones le esconde; pero no, que ha de buscarle. Échale por el balcón en la calle; mas verále mi padre que agora sale de esotra casa. LEONOR: ¡Dispón qué habemos de hacer! ELISA: Espera, bájale a nuestro aposento. LEONOR: Peor, que a tu padre siento subir ya por la escalera. ELISA: En la manga. LEONOR: Mal consejo que en una comedia vi que le escondieron así y todas las oye el viejo. ELISA: Mira, pues, que sube. LEONOR: Aguarda, verás un ardid bisoño. Metámosle en este moño.
Destócase y quítase una jaulilla. El manto ha de ser de los que llaman de humo. Métenle doblado en la jaulilla y vuélvase Leonor a ponerla. Dentro don ALONSO
ELISA: ¡Sutil industria! LEONOR: ¡Gallarda! Alíñame esos cabellos. ELISA: ¡Qué mal se reirá quien llora! LEONOR: Barzagas que le halle agora. Acaba de componerlos. ALONSO: Leonor, esa aldaba quita. ELISA: Señor, pues ¿aquí otra vez?
Sale don ALONSO
ALONSO: ¡Jesús, Jesús, mi vejez el seso me precipita! ¿Por dónde pudiste entrar en esta pieza?
Mira y tienta las paredes y la alcoba
ELISA: ¿Qué dices? ¿Qué buscas por los tapices? ¿Qué por la cama? ALONSO: Engañar mis advertencias pensabas? ¿Qué es del manto que traías? ELISA: ¿Manto? ¿Cuándo? ¡Desvarías! ALONSO: Cuando con don Juan estabas. LEONOR: ¡Ay desdichada de mí! Señor ha perdido el seso. ELISA: ¿Yo con don Juan? ALONSO: De tu exceso, liviana, evidencias vi. Despejad las dos las mangas. Manifestad faltriqueras.
Míralas
LEONOR: (O está sin seso de veras Aparte o viene a caza de gangas.) ELISA: Padre y señor ¿qué te han dado? ¡Ay, cielos, que me la han muerto! LEONOR: O caduca o ten por cierto que el conde nos le ha hechizado. ELISA: Padre mío de mis ojos, ¿qué tienes?
Hace que llora
ALONSO: Llora y derrama embustes. ¿Si está en la cama?
Vuelve a mirar en la alcoba
ELISA: ¡Nunca yo te diera enojos! ¿Que he de pagar tan aprisa, Fortuna, tantos rigores! ALONSO: Ya yo he vuelto en mí. No llores. Sosiega el pesar, Elisa. Entré a buscar a tu prima. Hallé a don Juan y a su lado a una dama que aunque echado el manto, juzgué de estima. Engañóme su vestido, su talle y disposición; pues, dando fe a mi ilusión, descortés los he ofendido. Cerrados, hija, los dejo y es fuerza el volver a abrirles. Templarélos con pedirles perdón. ¿Qué quieres? Soy viejo. Donde hay canas, hay malicias. ELISA: ¿Qué dices? LEONOR: ¡Donoso paso! ALONSO: Si con el conde te caso, yo te permito, en albricias del gusto que he de tener, que os burléis las dos de mí. Reposa, no estéis así que quiere ya amanecer. Razón será que repares enfados de mis extremos, casaráste y trocaremos en regocijos pesares. ¿No quieres al conde mucho? ELISA: Mucho no, pero querréle poco a poco. LEONOR: Amor no suele entrar de golpe. ALONSO: Ya escucho que le dices mil ternezas. Advierte que ha de venir conmigo a las diez. A abrir voy a don Juan. Mis simplezas perdona y acuéstate.
Vase don ALONSO y ciérralas
ELISA: Leonor, vuelve a darme el manto y di a Coral entre tanto que eche el puente.
Destócase y sácase el manto y cúbrese ELISA
LEONOR: ¿Para qué? ELISA: El para qué es de provecho. No hallándome con don Juan, dime, ¿de qué servirán los embustes que hemos hecho? LEONOR: No estaba en el caso, toma. Llamo al patrón de la nao.
Hacia el vestuario
Echa acá la barca, ¡aho! Ya el alba el copete asoma. Mientras el manto te pones aprovéchete este ardid porque celebre Madrid mi jaulilla y sus balcones.
Vanse las dos y sale don JUAN
JUAN: Niño dios, no te va menos que la honra si no sales airosa del laberinto donde ciego te enredaste. Llamas traes. Serena alegre las confusas tempestades de tanto amoroso golfo porque en tu trono idolatre.
Salen ELISA con manto y CORAL
CORAL: Entra e iré a alzar la puente. Serás Leandro en el aire pues nadas olas de vientos como el otro nadó sales.
Vase CORAL
JUAN: Pues, mi bien ¿qué ha sucedido? ELISA: No hay tiempo para contarte prodigios. Sentémonos
Siéntanse
de la misma forma que antes; que vuelve mi padre a abrirnos. Sabrás cosas que te espantes.
Salen don ALONSO y don ÁLVARO a la puerta del vestuario y vuélvense a entrar, y échase ELISA el manto quedándose asentada y levántase don JUAN
ALONSO: Don Álvaro, de este modo averiguaré verdades. Id agora a ver si Elisa está en su cuarto. La llave es ésta. Abrid con sosiego que como yo aquí dentro halle la encubierta y vos a mi hija, creeré que pude engañarme. JUAN: ¿Ya volveréis satisfecho? ALONSO: Y corrido. Perdonadme, señora, si malicioso di crédito a vuestro traje y vos, don Juan, admitid satisfacciones bastantes de un recelo que aparente no es mucho me deslumbrase. (¡Vive Dios, que es imposible Aparte no ser ésta Elisa!) JUAN: Paren en amistad sentimientos, señor don Alonso, y basten vuestras mismas experiencias a reduciros afable, que estimo yo el ser muy vuestro. ALONSO: En prueba de nuestras paces con el parabién os doy los brazos como se case con vos aquesa señora y aumentéis felicidades de Elisa, esposa de Carlos, y de don Pedro, su amante doña Ana, huéspeda vuestra. JUAN: Es deidad Amor y sabe, manifestando su imperio, hacer lo difícil fácil. Siglos dichosos se gocen. ALONSO: Mil, don Juan, el cielo os guarde en vida de vuestro empleo. Adiós, tomad vuestra llave.
Dásela y vase don JUAN
ELISA: Quédese este manto aquí;
Quítasele
que si vuelve a registrarme mi viejo allá, es peligroso porque no hay donde ocultarle. Don Juan, a las diez espero más para desesperarme que para vivir al Conde. Mientras los conciertos se hacen, disponed de mí y de vos.
Sale CORAL
Vamos, Coral. CORAL: Buen viaje.
Vanse doña ELISA y CORAL
JUAN: Ya el alba borda el oriente de aljófares y corales. ¡Ay, si le diesen mis dichas el parabién con las aves! Parece que siento voces en el balcón. ¡Si su padre a mi Elisa ha echado menos! Libraréla aunque me maten.
Vase y salen a un balcón LEONOR y don ALONSO y ha de haber dos balcones cubiertos y de uno a otro un pasadizo capaz de que en él quepan ocho personas y se puedan sacar las espadas, y están en el balcón el CONDE y don ÁLVARO
LEONOR: Si ella está por don Juan loca, si él hace extremos de amante, si entró esta noche por ella, si logró el amor alardes de lo que su ingenio puede habiendo comunicables por el viento los balcones ¿cómo pude yo estorbarle, sola y mujer, sus ardides? ALONSO: Tú, enredadera, trazaste estos embustes y hechizos para que agora los pagues. Acertaron mis sospechas, don Álvaro, pues no hallasteis aquí a Elisa. ¡Murió mi honra! CONDE: Para vengarla no es tarde. ÁLVARO: ¡Asomaos a este balcón! ¡Veréis por él pasaje que los embustes fabrican!
Salen los dos al pasadizo y por la otra parte salen del otro balcón doña ELISA, en cuerpo, y CORAL y detiénense en medio
ALONSO: Conde, a vos os toca el darme satisfacción de esta injuria. Allí está don Juan. ¡Vengadme! ELISA: ¡Ay, Coral! ¡En mi balcón están el Conde y mi padre! ¡Volvámonos! CORAL: ¡Pechelingües! ¡Otra qüi volta! En la calle me holgara yo estar agora.
De este mismo balcón sale don JUAN y se llega a doña ELISA
JUAN: Prenda mía, en este trance retirarnos es prudencia. Seguidme y no os acobarde el Conde ni cuantos vienen a ofendernos de su parte.
Quieren volverse y detiénelos doña ANA y don PEDRO que salen al otro balcón
ANA: ¿Dama en mi casa y oculta? Don Pedro, de agravios tales venganza os piden mis penas. PEDRO: Grande es mi amor si ellas grandes. ANA: ¿Así se premian socorros, don Juan? ¿Así es bien se paguen favores de vuestros riesgos? PEDRO: ¡Por ingrato y por mudable moriréis como Perilo en la invención que trazasteis! ¡Sólo hay paso por aquí! CONDE: Pues, por aquí sólo se abre salida a un alma rebelde franqueándole su sangre.
Saquen todos cuatro las espadas, a una parte el CONDE y don ÁLVARO y a otra don PEDRO y en medio don JUAN y CORAL
CORAL: Pasadizo ratonera es el nuestro. No se llame sino Puente de Mantible pues que la guardan gigantes. ELISA: Conde ilustre y Carlos noble, si las estrellas constantes en sus influjos me inclinan a que dueño a don Juan llame, si ha dos años que le quiero, si es justo que os desengañe en alma tan desconformes la aversión de voluntades, no apetezcáis compañía que se ha de dar muerte antes que otro que don Juan se atreva a que amor mi cuello enlace. Triunfad de vos mismo, conde. Sed cortés, pues sois amante. Obligadme generoso si os recele interesable. Ilustre favor os pido. Mi amor os invoca afable. O libradme caballero o si no lo sois, matadme. CONDE: Lágrimas tan elocuentes dignas son de venerarse. Tutela de vuestro amor seré desde aquí adelante como de don Juan amigo; y si estima vuestro padre serlo mío, como espero, logrará felicidades que tal yerno le prometen; porque yo, si hasta aquí fácil en no reprimir pasiones, seré enemigo constante de quien a don Juan ofenda. ALONSO: Vos lo mandáis. Dios lo hace. Trázalo Amor. ¡Contra todos un viejo y sólo! ¿Qué vale? JUAN: Dejad que os bese los pies. CONDE: Añudemos voluntades que rompieron competencias y eternizaremos paces si doña Ana da a don Pedro la mano. ANA: Sabré estimarle por feriármela la vuestra. CORAL: Pues que se queda incasable, señor, vuestra señoría, créame y métase fraile. CONDE: Fenecieron con la noche confusiones y pesares, y con el sol amanece la paz que a alegrarnos sale. JUAN: Estos los ardides son con que Amor prodigios hace. CORAL: Y ésta la primer comedia que tiene fin en el aire.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002