ACTO TERCERO


Salen don ÁLVARO, don ALONSO, LEONOR y ELISA, traída por mozos en una silla de manos. [Don ALONSO habla aparte a don ÁLVARO mientras que ELISA salga de la silla]
ALONSO: La industria ha sido extremada, pues en el coche cubierta, creyendo que a Illescas viene, la dejo en su cuarto presa. ÁLVARO: A Leonor topé en la calle, y luego la hice por fuerza que viniese conmigo. ALONSO: Don Juan la esperanza pierda. ÁLVARO: Está muy bien advertido [. . . . . . . . . e-a]
A ELISA
ALONSO: Enmienda tu condición, que mientras no la mudares y más cuerda me obligares ha de durar tu prisión lo que durare mi vida. ¡Presto la consumirás! Todos presumen que vas a Lerma. Traza es fingida para que no sepan donde te niego a sus diligencias. ¡Extrañas tus resistencias son! Ni don Pedro ni el Conde te satisfacen. Don Juan no ha de ser tu esposo. En esto no hay que hablarme. Si has dispuesto darme disgustos, tendrán aquí los tuyos castigo. Si intentas que no me arroje a más extremos, escoje, consultándolo contigo.
A don ÁLVARO
Cerrad y venid, que es hora de partirme. ÁLVARO: Ejecutor he de ser de este rigor. Mirad lo que hacéis, señora.
Vanse los dos y cierran con llave por de dentro
ELISA: No sé si diga que siento el verte en mi compañía más que cuanta tiranía oprime mi pensamiento. LEONOR: Suerte es de los desdichados que yerran en cuanto emprendan, con los servicios ofendan e indignen con los agrados. Doña Ana con las malicias de don Carlos me engañó. Merezca, señora, yo perdón siquiera en albricias de que está aquí tu don Juan. ELISA: ¿Qué dices? LEONOR: Que a Illescas vino, tú el norte de su camino y él tras ti tu piedra imán. Doña Ana tiene a don Juan en su casa. Y para darte aviso, vine a buscarte y cogióme en el zaguán... ELISA: No me digas más, Leonor. LEONOR: Responde a las ansias mías. ¿Has visto por dó venías? ELISA: ¿Cómo, si hasta el resplandor del cielo mi padre airado me limitaba? Aun de noche no nos permitió que al coche corriesen un encerado. Yo a la popa, él junto a mí; de día en una posada tan oculta y retirada que aun los huéspedes no vi. Apenas llegué a esta villa cuando me sale a la puerta también para mí encubierta de esta posada una silla. Y entrando a escuras en ella, para que todo lo dude, aun la escalera no pude ver cuando subí por ella. LEONOR: Tu tío me trujo aquí sin ver por dónde y culpada. El Conde, que interesada me juzga, volvió por mí y alcanzó que te asistiese con cargo de ponderarte que su vida es adorarte. Doña Ana, para que hiciese que de don Juan te olvidases, también por mí ha intercedido y los dos me han ofrecido, como con Carlos te cases, dote y ajuar; pero yo que contigo me crïé y por experiencia sé que el cielo te destinó a don Juan, que te merece, resuelta en morir contigo al cielo doy por testigo de lo que mi fe te ofrece. Cama y alcoba curiosa hay que autorizan su dueño. ELISA: Con pesadumbre no hay sueño. Poco quiere quien reposa. Rezaré un rato primero y entrarásme a desnudar. LEONOR: ¿Enamorada y rezar? ELISA: ¿Qué dices? LEONOR: Que aquí te espero.
Vase ELISA
Disponiéndose van bien de Corral las invenciones.
Saca muchas llaves en un llavero
Fióme sus intenciones y quiérole un poco bien. Agora falta probar si entre tanta multitud de lleves tendrá virtud alguna para burlar la impertinente quimera del viejo en nuestra prisión; porque con llave al balcón, sin ver la calle siquiera es morir. Aunque Amor muestra industrias en la apretura, y más de tanta clausura... Ésta pienso que es maestra. Voyle a probar entre tanto que cumple sus devociones Elisa. Hermanos balcones, dad luz, y sea por encanto.
Vase y salen don JUAN y CORRAL
CORRAL: Viento en popa navegamos por el pasaje común de los que nacen de pies. La Fortuna te hace el buz. Ya tu Elisa está en su casa puesto que de mancomún. Su padre y su confidente la hacen creer, en virtud de que a Carlos dé la mano, que está en Illescas según escuché trazarlo anoche a la avara senectud de su padre. Fuera duerme doña Ana, que la avestruz de la muerte le ha sisado a su tía la salud. No volverá según esto hasta que con nueva luz trueque el sol en cunas de oro el marítimo ataúd. Encajado el pasadizo que ha de ser nuestro arcaduz, y de balcón a balcón echó mi solicitud. Por más que encarcele el viejo a tu Elisa, si tahur eres, a figura estás yendo a primera de flux. JUAN: Las paredes están altas, la calle toda inquietud, los vecinos maliciosos. La honra peligra... CORRAL: ¡Jesús! ¿De cuándo acá eres cobarde? Calóse el cielo el capuz, monjil de la viuda noche, sin verse un jirón azul. Durmiendo la vecindad, la luna en el mar del sur, y ¡tú amor con tembladeras! ¡Miren qué asalto de Ormuz! Vete, y verás mis desvelos. JUAN: ¡Oh, Amor, si sacas a luz mi esperanza, deberánte mis sentidos su quietud!
Vanse don JUAN y CORRAL. Sale LEONOR con una llave de loba
LEONOR: Hechicera es esta llave. No hay para ella prevención. Abrí al instante el balcón. También por la puerta cabe de la sala que he ya abierto. Deberále a mi artificio don Juan todo este servicio, pues con él su amor despierto.
Sale CORRAL
CORRAL: Dóysela al mismo Arquimedes, si es hombre, de tres la una. LEONOR: ¡Ay, Jesús! No me has dejado gota de sangre. CORRAL: Las brujas como tú, por tener poca, dicen que a los niños chupan. LEONOR: ¿Por dónde entraste? CORRAL: A la chanza de un tablón se lo pregunta. Sacabuche balconero cuyo cuello como grulla ya se extiende, ya se encoge, y celebrando mi industria en el otro se incorpora con invención tan segura que pueden pasar por él los chapines de una viuda. Que yo subí por encaje. LEONOR: Sí, pero Corral, ¿quién duda que en viéndolo los que pasan nuestra opinión no destruyan? CORAL: Anda, que estás hoy modorra. Ya te digo que se excusa todo registro mirón; pues cuando el sol o la luna quieran hacer de él alarde, retirándole se oculta del modo que la naveta del escritorio; que ocupa el espacio de su hueco.
Sale ELISA
ELISA: Si no hablas con las pinturas, Leonor, ¿con quién te entretienes? ¡Jesús! Corral, ¿tú aquí? CORAL: Triunfan sutilezas amorosas de impertinencias caducas y éntrase por cualquier parte Amor, que es deidad desnuda. ELISA: Bien; mas ¿con llave las puertas? CORAL: Para Amor no hay cerraduras; que como es su padre herrero le enseñó a forjar ganzúas. ELISA: ¿Quién te dijo que en Illescas estaba yo? CORAL: Amor, lechuza, que escondiéndose del sol te supo seguir a escuras. En Illescas y en la corte estás a un tiempo y, sin culpa, presa en tu mismo aposento él de don Álvaro ocupas. Si quieres averiguar todas estas garatusas, abre [al] balcón las ventanas, repara el modo y figura de la sala en que te prenden. Mira esa alcoba o estufa, las bovedillas del techo que en Illescas poco se usan, esas puertas y paredes que como los trajes mudan cual danzantes se disfrazan con ajenas composturas. Yo pasé por el balcón. Pasar puedes tú si gustas, que la puente levadiza ningún pasajero excusa. Don Juan está en ese cuarto. De tu prima estás segura. No hay cosa que te dé enojo.
[Dice dentro don ALONSO]
ALONSO: Esperadme, conde, aquí. ELISA: ¡[Aquéste] es mi padre! LEONOR: Sí. CORRAL: Al pasadizo me acojo.
Vase [CORRAL]
ELISA: Yo me retiro a esta puerta. LEONOR: Engaños hay para todo. [. . . . . . . . . . -odo] [. . . . . . . . . . -erta]. ALONSO: ¡Hola! Abrid aquí. LEONOR: ¿Quién es?
Sale don ALONSO
ALONSO: Si yo por de fuera cierro, ¿para qué es prevención tanta? LEONOR: Para que quien entre dentro, no nos halle de improviso en civiles ministerios. ALONSO: (Yo quiero con esta industria Aparte estorbar sus pensamientos.) Llama a Elisa.
Sale ELISA
ELISA: Pues, señor, ¿has hallado modos nuevos con que añadirme pesares? ¿Mudaste ya de consejo? ¿Quedósete algo olvidado? Que yo te estaba midiendo dos leguas de aquí el camino. ¿A qué vuelves? ALONSO: Ya no es tiempo de proseguir invenciones. Hija, sólo los recelos de que don Juan te inquietase determinarme pudieron a persuadirte que estabas en Illescas; mas supuesto que ya no nos hace estorbo, que estás en Madrid te advierto en tu casa y en tu cuarto. ELISA: ¿Dónde? ALONSO: En tu casa. LEONOR: ¡Ay, qué enredo! ELISA: Pues aquesta ostentación ¿de dónde vino? ALONSO: Todo eso y más hallan en la corte diligencias y dineros. Vamos agora a lo más y no gastemos el tiempo en lo que menos importa. Don Juan, perdido de celos, hirió ayer noche a don Carlos y recelándole muerto, se valió de doña Clara en cuya casa y secreto, por ser de doña Ana tía, y heredera convinieron en que don Juan se ausentase quedando los dos primero desposados. Supo el conde los amorosos extremos que don Juan debe a doña Ana. Supo estos tratos don Pedro y tuvo de ellos envidia porque viendo tus desprecios, olvidado de tu amor, el suyo en tu prima ha puesto. Don Carlos, pues, que te adora juzgó generoso y cuerdo que casándose doña Ana con don Juan, hallaba medios con que obligarte a su amor y anteponiendo deseos a venganzas, fue esta noche a ver a don Juan, saliendo con tantas veras su amigo que a instancia suya se dieron doña Ana y don Juan las manos, unos y otros tan contentos que enviándome a llamar testigo he sido y tercero en casa de doña Clara de finezas y de afectos. Mañana, en fin, se desposan, y el Conde, que por ti ha expuesto la vida, viene conmigo. ¡Ya ves lo que le debemos! Págale grata su amor. LEONOR: (¡Jesucristo! ¡El embeleco Aparte que ha tejido en un instante! ¡Válgate la trampa el viejo!) ELISA: Cosas, señor, me refieres que las presumiera sueños a no ser quien las afirma tan digno de fe y respeto. ¡En la breve duración de un día tanto suceso! ¡Tanta mudanza en don Juan! ¡Tan poco amor en su pecho! ¡Alto, Amor desvanecido al uso del siglo andemos! Lo que arruinaron engaños reedifiquen escarmientos. al conde Carlos admito.
[Abrázala]
ALONSO: ¡Agora sí que en tu cuello como la hiedra en el olmo mis años rejuvenezco! Aquí está, voy a llamarle. ¡Qué buenas nuevas le llevo! ELISA: ¿A estas horas? No señor. Mañana con más sosiego dispuesta el alma a servirte podrá venir. ALONSO: Bien, no quiero apresurarte; mas mira que, pues quedamos en esto, no me saques mentiroso.
Vase don ALONSO, [cerrando con llave]
LEONOR: Señora, ¿qué es lo que has hecho? ELISA: Leonor, ¿qué sé yo? ¿Qué quieres de un alma toda recelos que entre engaños que ha escuchado duda verdades? ¡Que tiemblo! Don Juan adoró a doña Ana. Apariencias le ofendieron del conde en mi casa oculto, hirióle, ausentóse, y temo que escondiéndose en la suya siendo huésped, salga dueño. Abre, Leonor. Dame el manto. LEONOR: ¿Para qué? ELISA: Las dos iremos, o yo sola que es mejor, quedándote tú aquí dentro. Si a don Juan hallo en la casa de mi prima, desaciertos de mi temor me engañaron; mas si no, cuanto sospecho es sin duda. LEONOR: ¿Y no reparas que han de conocerte luego los crïados de tu prima? ELISA: Todos estarán durmiendo. La casa tiene vecinos. Hallaré el portal abierto. Arriba en el cuarto solo vive don Juan casi preso. Fingiré que soy doña Ana, abriráme y trazaremos, si se engañan mis malicias, los dos el mejor acuerdo que asegure mis temores. LEONOR: Loca estás. ELISA: Estoy sin seso. LEONOR: Pues ¿dónde habemos de hallar el manto si entraste en cuerpo desde el coche hasta la silla? ELISA: Mantos hay en mi aposento Mira ese cofre, Leonor. LEONOR: Vamos; que apaciguar celos es pedir peras al olmo. ELISA: Leonor, avisa en sintiendo a mi padre. LEONOR: ¿Yo? ¿Por dónde? ELISA: Tendrá el pasadizo puesto Corral, y desde el balcón me llamarás. LEONOR: En efecto ¿das en creer disparates? ELISA: Dúdolos si no los creo.
Vanse las dos y salen don ALONSO, don PEDRO y el conde CARLOS, con banda
CARLOS: Escondido y atento escuché su amoroso sentimiento, y que ofreció discreta ser dueño mío si doña Ana aceta a don Pedro y olvida a don Juan. Pues nos consta su partida a Valencia, no queda inconveniente que estorbarnos pueda. ALONSO: La elección que en su amor don Pedro ha hecho nos obliga a ayudarle. PEDRO: Satisfecho de su honesta hermosura desde que fui su huésped, mi ventura a adorarle me inclina. ALONSO: Seguirá mis consejos mi sobrina pues por padre me tiene. Fuera de que avisarla me conviene de todo este suceso pues el fin que intereso estriba en que a su prima persüada que con don Juan su boda concertada, será más venturosa si con ella don Carlos se desposa. PEDRO: Cuidad de exagerarla lo mucho que me esmero en adorarla, lo que pienso servirla. ALONSO: A mí me está tan bien el persuadirla la suerte que no espera; que cuando no por vos por mí lo hiciera. Hallaréla dormida; mas no importa. Despierte; que sabida la nueva que he de darla, lisonja pienso que es el despertarla.
Vanse y salen doña ELISA con manto, don JUAN y CORRAL
ELISA: Todo esto pueden sospechas si bien hallándoos aquí del alma las despedí. JUAN: Como estén ya satisfechas; aunque tormentas deshechas fulmine en el mar de amar la Fortuna, que turbar mis esperanzas procura, Santelmo vuestra hermosura, no han de poderme anegar. Sentaos un rato. Tracemos ardides con que podamos vencer, aunque padezcamos inclemencias que tememos. ELISA: Don Juan, prevenir extremos de un padre todo violencia, a costa de la paciencia es forzoso. Yo me voy. JUAN: Mirad que en la gloria estoy en fe de vuestra presencia. A estas horas, ¿qué teméis? ELISA: Temo, don Juan, el cuidado de un padre que desvelado Argos en mi ofensa veis. JUAN: ¿Por el balcón os iréis? CORRAL: Yo le voy a prevenir entre tanto; que el zafir del cielo platea la aurora.
Vase CORRAL
JUAN: Merezca quien os adora sólo este instante vivir. ELISA: Es la Fortuna inhumana de mi paz tan enemiga...
Siéntanse los dos de espaldas a la puerta por donde entra don ALONSO. [Sale don ALONSO] y se levanta don JUAN. Doña ELISA se queda sentada y cubierta con el manto
ALONSO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto? Parece que escuché a Elisa. ¿Con luz la sala y abierta? Madrugado ha mi sobrina.
Doña ELISA habla aparte con don JUAN
ELISA: Éste es mi padre. ¿Si en casa me echó menos? ¡Qué desdicha! JUAN: Cubre la cara y no temas. ALONSO: ¡Don Juan! JUAN: ¿Mandáis en qué os sirva? ALONSO: ¿Qué hacéis vos en esta casa? JUAN: Experiencias de cuán digna es de alabanza su dueño, pues ansí su amor me obliga. ALONSO: ¿No os íbades a Valencia? JUAN: Es poca causa una herida en mi agravio ocasionada para ausencia tan prolija. ALONSO: ¿Qué es de doña Ana? JUAN: Llevóla la enfermedad de su tía para que como heredera a su testamento asista. ALONSO: ¿Qué veo? ¡Válgame Dios! JUAN: ¿Qué os ha dado? ALONSO: ¡Pues, Elisa! ¿Tú a tal hora y en tal parte? ¿Así mi honor precipitas? ¿Así tu fama atropellas? ¿Así mi sangre lastimas? JUAN: ¿Qué decís? ¿Estáis en vos? ALONSO: ¿Cómo? ¿Qué queréis que diga? ¿Quién estar en sí pudiera? ¡En vuestra sangre, en su vida, satisfacer mis deshonras! Con alguna llave hechiza falseaste mis cuidados, franqueaste tus malicias. JUAN: Volved, señor don Alonso, en vos. Que es grande desdicha que vejez tan venerable de su prudencia desdiga. Si sacasteis de esta corte, dos noches ha, a vuestra hija, si nuestro amor os ofende, si agora a Lerma camina, ¿quién vuestros discursos ciega? ¿Quién os altera la vista? ¿Quién quimeras os retrata? ¿Quién apariencias os pinta? Advertid que esta señora como a preso me visita. Fue doña Ana a ver su enferma y, mi fe reconocida a un amor tan generoso, como halló en su hermosa vista contrahierba a mis desvelos, que se quede la suplica conmigo un rato, fiadora de su honor la cortesía. A este tiempo entrasteis vos, y del modo del que mira por cristales de colores juzga de la especie misma todas las cosas que advierte. Los cuidados que os lastiman os hacen creer que son cuantas damas veis Elisas. Doña Ana quiere a don Pedro, el Conde los patrocina. Los dos tratan desposarse. Sus esperanzas estriban en vuestro consentimiento. Ausente está de esta villa vuestra ingrata sucesora ¿qué ocasión, pues, os incita a desbaratar acciones de vos tan apetecidas? ALONSO: ¡Persuadirme que estoy loco para que mejor se finja vuestro engaño! ¡Que, aunque viejo, no está la sangre tan tibia en mis venas que no baste! JUAN: Sosegaos, señor. ALONSO: Malicias semejantes no merecen quietud si no se castigan. ¿A mí negarme evidencias? ¡Aquel manto, la basquiña, el talle, la misma voz que escuché cuando subía conozco! JUAN: ¡Qué extraño tema! ¿No habrá en Madrid quien se vista de la mesma suerte que otras? ALONSO: Si puedo con descubrilla convencer vuestros enredos ¿qué aguardo?
Quiere destaparla y detiénele don JUAN
JUAN: No se averiguan en desdoro de las damas recelos con demasías. Suspended cortés la mano o no os guardarán las mías la noble veneración a que las canas obligan. ALONSO: ¡Negáisme que vea su cara!
Alza todos los tapices muy colérico y tienta todas las paredes
¡Ah, quién tuviera en la cinta el acero que los años para su agravio jubilan! Falseó el atrevimiento llaves que el vicio fabrica; pero mientras la experiencia certidumbre examina, quedaos, aleves, que yo volveré a casa y, si Elisa no está en ella, aunque con riesgo de su opinión ya perdida, lo que no pueden mis años será fuerza que remita al socorro de las canas, dando cuenta a la justicia. La llave que aquí olvidasteis, dejándoos presos, os quita de la mano la ocasión de que huyáis.
Quita la llave de la puerta y vase cerrando por fuera
ELISA: Corral, aprisa, que es la dilación dañosa.
Sale CORRAL
CORRAL: Nuestra puente levadiza te asegura. ¡Alto, a pasarla! JUAN: Adiós dueño de mi vida, que yo velaré entre tanto, Argos el alma en mi vista para socorrer desaires si en ellos mi amor peligra.
Vanse. Sale LEONOR
LEONOR: Picóse mi ama en el juego. No tiene tanto temor como yo.
Sale ELISA quitándose el manto apresurada
ELISA: ¡Leonor, Leonor! Quítame este manto luego y escóndele. ¡Acaba, pues! LEONOR: ¿Viene señor? ELISA: ¡Ay de mí! LEONOR: ¿Y te vio con don Juan? ELISA: Sí. Referiréte después cosas que te den espanto. Descuidados nos cogió. LEONOR: ¡Jesús! ¿Y te conoció? ELISA: No y sí. Acaba, esconde el manto. Date prisa; que de hallarle me pierdo. Llévale. LEONOR: ¿Adónde? ELISA: En los colchones le esconde; pero no, que ha de buscarle. Échale por el balcón en la calle... Mas verále mi padre que agora sale de esotra casa. LEONOR: ¡Dispón qué habemos de hacer! ELISA: Espera, bájale a nuestro aposento. LEONOR: Peor, que a tu padre siento subir ya por la escalera. ELISA: En la manga. LEONOR: Mal consejo que en una comedia vi que le escondieron así y todas las oye el viejo. ELISA: Mira, pues, que sube. LEONOR: Aguarda, verás un ardid bisoño. Metámosle en este moño.
Destócase LEONOR y quítase una jaulilla. El manto ha de ser de los que llaman de humo. Métenle doblado en la jaulilla y vuélvase Leonor a ponerla. Dentro don ALONSO
ELISA: ¡Sutil industria! LEONOR: ¡Gallarda! Alíñame esos cabellos. ELISA: ¡Qué mal se reirá quien llora! LEONOR: Barzagas que le halle agora. Acaba de componellos. ALONSO: Leonor, esa aldaba quita. ELISA: Señor, pues ¿a qué otra vez?
Sale don ALONSO
ALONSO: ¡Jesús, Jesús, mi vejez el seso me precipita! ¿Por dónde pudiste entrar en esta pieza?
Mira y tienta las paredes y la alcoba
ELISA: ¿Qué dices? ¿Qué buscas en los tapices? ¿Qué por la cama? ALONSO: Engañar mis advertencias pensabas? ¿Qué es del manto que traías? ELISA: ¿Manto? ¿Cuándo? ¡Desvarías! ALONSO: Cuando con don Juan estabas. LEONOR: ¡Ay desdichada de mí! Señor ha perdido el seso. ELISA: ¿Yo con don Juan? ALONSO: De tu exceso, liviana, evidencias vi. Despejad las dos las mangas. Manifestad faltriqueras.
Míralas
LEONOR: (O está sin seso de veras Aparte o viene a caza de gangas.) ELISA: Padre y señor ¿qué te han dado? ¡Ay, cielos, que me la han muerto! LEONOR: O caduca o ten por cierto que el Conde nos le ha hechizado. ELISA: Padre mío de mis ojos, ¿qué tienes?
Hace que llora
ALONSO: Llora y derrama embustes. ¿Si está en la cama?
Vuelve a mirar en la alcoba
ELISA: ¡Nunca yo te diera enojos! ¡Que he de pagar tan aprisa, Fortuna, tantos rigores! ¡Ay, padre mío! LEONOR: (¡Ay, amores!) Aparte ALONSO: Sosiega el pesar, Elisa. Entré a buscar a tu prima. Hallé a don Juan y a su lado a una dama que aunque echado el manto, juzgué de estima. Engañóme su vestido, su talle y disposición; pues, dando fe a mi ilusión, descortés los he ofendido. Cerrados, hija, los dejo y es fuerza el volver a abrillos. Templarélos con pedillos perdón. ¿Qué quieres? Soy viejo. Donde hay canas, hay malicias. ELISA: ¿Qué dices? LEONOR: ¡Donoso paso! ALONSO: Si con el Conde te caso, yo te permito, en albricias del gusto que he de tener, que os burléis las dos de mí. Reposa, no estéis así que quiere ya amanecer. Razón será que repares enfados de mis extremos, casaráste y trocaremos en regocijos pesares. ¿No quieres al Conde mucho? ELISA: Mucho no, pero querréle poco a poco. LEONOR: Amor no suele entrar de golpe. ALONSO: Ya escucho que le dices mil ternezas. Advierte que ha de venir conmigo a las diez. A abrir voy a don Juan. Mis simplezas perdona y acuéstate.
Vase don ALONSO y ciérralas
ELISA: Leonor, vuelve a darme el manto y di a Corral entre tanto que eche el puente. LEONOR: ¿Para qué? ELISA: El para qué es de provecho. No hallándome con don Juan, ¿de qué, Leonor, servirán los embustes que hemos hecho? LEONOR: ¿Pues no es mejor que ahora vaya yo en tu nombre, y que encubierta le deslumbre? ELISA: ¿Y si te acierta a conocer? ¡Que esta saya vino a ser causa y materia de la tragedia que oíste! LEONOR: Tu saya y tu manto me viste.
Quitándose ELISA la saya
ELISA: Dices bien.
Poniéndose la saya de su ama
LEONOR: ¡Cuál va la feria de enredos! ELISA: El manto toma.
Pónese LEONOR el manto
LEONOR: Llamo al patrón de la nao.
Hacia dentro
Echa acá la barca, ¡aho! Ya el alba el copete asoma. ELISA: No hay amor sin invenciones. LEONOR: Yo lograré nuestro ardid porque celebre Madrid manto, jaulilla y balcones.
Vanse las dos y sale don JUAN
JUAN: Niño dios, no te va menos que la honra si no sales airoso del laberinto en que ciego te enredaste. Llamas traes. Serena alegre las confusas tempestades de tanto amoroso golfo porque a la playa nos saque.
Salen LEONOR con manto y CORRAL
CORRAL: Entra e iré a alzar la puente. Serás Leandro en el aire pues nadas olas de vientos como el otro nadó sales.
Vase CORRAL
JUAN: Pues, mi bien ¿qué ha sucedido? ELISA: Don Juan, ya ni industrias ni arte nos pueden ser de provecho. El conde obligó a mi padre, los dos siguieron mis pasos, y en fin habré de casarme. JUAN: ¡Oh, la más crüel...! LEONOR: ¡Ay, triste! ¿Decir quisiste Anajarte? Sosiega, ¿no me conoces?
Descúbrese
JUAN: ¡Mil vidas me restauraste! Pero, ¿qué embeleco es éste? LEONOR: No hay tiempo para contarte prodigios. Sentémonos de la misma suerte que antes; que volviera el viejo a abrirnos. Sabrás cosas admirables.
Siéntanse, y salen don ALONSO y don &áacute;LVARO por la puerta del vestuario y quédase LEONOR, tapada, sentada al lado de don JUAN
ALONSO: Don &áacute;lvaro, de este modo averiguaré verdades. Id agora a ver si Elisa está en su cuarto. La llave es ésta. Abrid con sosiego que como yo aquí dentro halle la encubierta y vos a mi hija, creeré que pude engañarme. JUAN: ¿Ya volveréis satisfecho? ALONSO: Y corrido. Perdonadme, señora, si malicioso di crédito a vuestro traje. (¡Vive Dios, que es imposible Aparte no ser ésta Elisa! El talle, la basquiña, ¡vive Dios! Yo vuelvo a desengañarme.)
[Hablan aparte don ÁLVARO y don ALONSO]
ÁLVARO: Voy a verlo. ALONSO: Id con secreto.
Vase don ÁLVARO
ALONSO: (De duda el cielo me saque. Aparte ¡El manto, la saya, cielos! Acreditan mis pesares pero cerrada quedó.) JUAN: No os suspendáis tanto, paren en amistad sentimientos, señor don Alonso, y basten vuestras mismas experiencias a reduciros afable, que estimo yo el ser muy vuestro. ALONSO: En pruebas de nuestras paces os doy con los parabienes los brazos, como se case con vos la dama presente, y aumentéis felicidades de Elisa, del conde esposa, y de don Pedro, su amante doña Ana, hospedera vuestra. JUAN: Es deidad Amor y sabe, manifestando su imperio, hacer lo difícil fácil. Siglos los cuatro se gocen. ALONSO: Mil, don Juan, el cielo os guarde en vida de esa hermosura. Adiós, tomad vuestra llave.
Dásela y vase don ALONSO
LEONOR: Quédese este manto aquí;
Quítasele
que si vuelve a registrarme el viejo allá, es peligroso porque no hay donde ocultarle.
Sale CORRAL
CORRAL: Esto hasta agora va bien. LEONOR: Vamos, Corral. CORRAL: Buen viaje.
Vanse
JUAN: Ya el alba borda el oriente de aljófares y granates. ¡Ay, si les diese a mis dichas el parabién con las aves! Parece que siento voces en el balcón. ¿Si su padre a mi Elisa agravio hiciese? Libraréla aunque me maten.
Vase. Salen don ALONSO y el conde CARLOS
ALONSO: Huelgo de haberos hallado, tan de mañana [en la calle. Vengo de ver a doña Ana que hoy con don Pedro se case.] CARLOS: Duermen tan poco los celos que han hecho que me levante antes que el alba, temiendo perder mis dichas por tarde. ALONSO: Finezas con como vuestras. Ya, conde, de vuestra parte tenéis el amor de Elisa.
Salen doña ELISA y LEONOR, al paño, don ÁLVARO y después don JUAN
LEONOR: Verédeslo, dijo Agrajes. ALONSO: Don Álvaro, ¿estaba aquí? ÁLVARO: Con sentimiento bastante de que de ella desconfíes. ALONSO: Alto. Debí de engañarme. JUAN: Don Alonso, si es prudencia que primero que me case esperanzas asegure y venza dificultades; ya que he sido tan dichoso que hallé al conde sin buscarle con vos agora, quisiera quitar estorbos delante. Porque anoche le alabé, poco cuerdo en esta parte, las prendas de vuestra Elisa, atropellando amistades me la usurpa y se desposa. Recelo, pues, que si sabe que en otra dama me empleo, con Elisa sea mudable, y también me la pretenda. Vengo, pues, a asegurarme de él y de vos. ALONSO: ¿Pues de mí qué hay que temáis? JUAN: Escuchadme. Si la prenda a quien adoro, teniéndoos a vos por padre, por su esposo me eligiese, ¿permitiréiselo afable? ALONSO: ¿Por padre a mí? JUAN: Así lo afirma. ALONSO: ¿Pues no es esa...? JUAN: Es la que hallasteis conmigo, poco ha, encubierta. ALONSO: ¿Hay suceso semejante? ¿Y esa dama es deuda mía? JUAN: Su nobleza es vuestra sangre. ALONSO: Será doña Ana. JUAN: Ella u otra. Vuestro gusto se declare. ALONSO: Digo, si es la que con vos dio motivo a los pesares que ya en gozos se convierten, que siglos el cielo os guarde a los dos, con sucesores que vuestros gustos dilaten. JUAN: Bésoos la mano mil veces. Vos, conde, habéis de jurarme de pasar también por esto. CARLOS: Gustoso, como no pase adelante nuestro enojo. JUAN: Juradlo pues. CARLOS: Don Juan, baste la palabra que os empeño. JUAN: Pues, adiós. ALONSO: Sepamos antes quién es la dama en enigma. JUAN: Por agora es importante encubríroslo. Señores, cuento con lo que jurasteis, y luego al punto... LEONOR: (Ya entiendo.) Aparte
Retíranse ELISA y LEONOR
JUAN: ...veréis que traigo a mi amante.
Vase y sale don PEDRO
PEDRO: Ya llegó la sutileza a los últimos remates de su ingenioso artificio. ALONSO: ¿Qué es esto, don Pedro? PEDRO: Lances del amor y del ingenio que parecen disparates, y son en vuestro desdoro bien lastimosas verdades. ALONSO: ¿Qué dices? PEDRO: Que hay ya balcones que para comunicarse sin que teman precipicios labran puentes por los aires. Venid, certificaréisos de la invención más notable que pudo fraguar la industria. CARLOS: Declaraos. PEDRO: El declararme ha de ser por vista de ojos. Venid, veréis el pasaje que por los golfos del viento hallan nuevos navegantes. ALONSO: ¿Qué es esto, confusa noche?
Vanse. Salen don JUAN, CORRAL, ELISA y LEONOR, y van pasando [de una casa a otra]
JUAN: Resoluciones amantes son dichosas las más veces. No temáis, mi bien. ELISA: Ya es tarde para temor y escarmientos.
Dentro en los balcones
CORRAL: Señores, no tiemble nadie, no seamos volatines que, dando a entender que caen, suelen burlando en el suelo como huevos estrellarse. LEONOR: Tenme, Corral.
Va pasando LEONOR
CORRAL: Arlequín, tente tú; que a esotra parte suena el viejo. LEONOR: ¡Ay, desdichada!
Llegan al balcón el conde [CARLOS], don ALONSO, y don [ÁLVARO] y bajan los de arriba
ALONSO: Ya no es posible escaparse.
Salen al tablado don JUAN, ELISA, LEONOR y CORRAL
ELISA: ¡Ay, don Juan! ¡En el balcón don Pedro, el conde y mi padre! ¡Volvámonos! ALONSO: ¡No es posible! JUAN: Yo he de morir o librarte.
Al querer entrar don JUAN, CORRAL y los demás, sale doña ANA por la misma puerta acompañada por don PEDRO
ANA: ¿Dama en mi casa y oculta? Don Pedro, de agravios tales venganza os piden mis penas. PEDRO: Grande es mi amor, si ellas grandes. ANA: ¿Así se premian socorros, don Juan? ¿Así es bien se paguen favores de vuestros riesgos? PEDRO: Por ingrato y por mudable moriréis como Perilo en la invención que trazasteis. Sólo hay paso por aquí.
Saca la espada
CARLOS: Y por aquí sólo se abre salida a un alma rebelde, franqueándola mi ultraje.
Sacan las espadas el conde CARLOS y don ALONSO
CORRAL: Pasadizo ratonera es el nuestro. No se llama sino el puente de Mantible, pues que le guardan jayanes. JUAN: Ésta es la dama encubierta que a solas conmigo hallasteis, y después me permitisteis pues que os llame su padre, que mi esposa la eligiese. Lo mismo, conde, jurasteis. Cumplid como caballeros. ELISA: No violentéis voluntades. Triunfad de vos mismo, conde; sed cortés si sois amante. CARLOS: Razones tan elocuentes, dignas son de venerarse. Amparo de vuestro amor seré de aquí en adelante domo de don Juan amigo. Y si estima vuestro padre serlo mío, como creo, logrará felicidades que tal yerno le asegura, porque yo, si hasta aquí fácil en no reprimir pasiones, seré enemigo constante de quien a don Juan no estime. ALONSO: ¿Hay bellaquería más grande? ELISA: ¡Padre mío! LEONOR: ¡Viejo mío! ALONSO: Vos lo mandáis, Dios lo hace. Trázalo Amor contra tantos. Un viejo solo, ¿qué vale? DON JUAN: Dejad que los pies os bese. CARLOS: Anudemos voluntades que rompieron competencias, porque eternicemos paces, dando doña Ana a don Pedro la mano. ANA: Sabré estimarle porque viene de la vuestra. CORRAL: Pues que se queda incasable, vuestra virgen señoría, metámonos los dos frailes. LEONOR: Eso no, que soy tu esposa. CORRAL: ¿Que aún no he podido escaparme? CARLOS: Fenecieron con la noche confusiones y pesares, y con el sol amanece la paz que a alegrarnos sale. JUAN: Éstos los ardides son con que Amor prodigios hace. LEONOR: Y estos mis embustes son. No fíe en mujeres nadie. CORRAL: Los balcones de Madrid aquí da fin, perdonadme que si no os digo el poeta, me han mandado que lo calle.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002