ACTO SECUNDO


Salen CONSTANCIO, viejo emperador, con luto, ANDRONIO y otros, un PAJE
ANDRONIO: En este desierto fue la tragedia, gran señor, que provocó su valor. Aquí muerto le dejé, y huyendo los foragidos cuando se certificaron ser César el que mataron temerosos si atrevidos, de tu enojo y su castigo. Llegué a esta pequeña aldea, que en llantos su amor emplea; llevé pastores conmigo torné el cadáver difunto, y habiéndole embalsamado le dejé depositado, partiéndome al mismo punto a darte la nueva triste que certifican tus ojos en sus funestos despojos. CONSTANCIO: Muerte con ella me diste. ¡Ay, parca fiera e ingrata! ¿por qué ofendes tu decoro? ¿Juventud despojas de oro? ¿Vejez reservas de plata? Vieran mis años prolijos tu rigor ejecutado en este padre cansado; conservárase en sus hijos mi memoria; y la grandeza, que ya mi esperanza pierde, floreciera en abril verde su joven naturaleza, y dieras final enero de la vejez que ya lloro. Cobraste el tributo en oro. Menospreciaste el acero. Traedme el cuerpo y veré, mientras llanto le apercibo, muerto el gusto, el dolor vivo. Segunda vez le daré el ser, si el dolor informa, como el alma al cuerpo frío. Alma llora. El llanto mío, ¿podrá darle vida y forma? ANDRONIO: Ya con fúnebre aparato le traen. CONSTANCIO: ¡Ay, cielo!, ¡ay rigor! cortaste un árbol en flor, de la belleza retrato; dejaste un tronco con vida. ¡Elección bárbara y ciega! huye a quien te llama, y ruega al que te huye apercibida. Muriera el César romano entre armados escuadrones, dando vida a sus blasones, ya conquistando al britano, o ya oponiéndose al persa, ganando con pompas reales, ya cívicas, ya murales, glorias de fama diversa. Ya cegando cavas hondas, ya muros altos midiendo, porque imitara muriendo la fama de Epaminondas; pero, ¡entre unos bandoleros, porque de una misma suerte den a tu fama la muerte como a tu vida! ¡Qué fieros te son los hados! ¡Qué esquiva la Fortuna, que envidió tu suerte, y no permitió dejar tu memoria viva! PAJE: El príncipe Constantino viene ya. CONSTANCIO: Ya sé que viene, por mi mal; ya sé que tiene determinado el camino, Su vista a mis años largos, infeliz, porque en mi espejo quebrado miré este viejo fines de un principio, amargos. ¿Por qué prolijo me adviertes pena que yo llego a ver? Mi alma no ha menester que a pedradas la despiertes.
Tocan cajas destempladas y trompetas roncas. Sacan enlutados un ataúd y banderas negras arrastrando
Con otro recibimiento, hijo, os aguardaba yo. En túmulo se trocó vuestra boda y mi contento. Con vos, el tiempo avariento pagó el curso acostumbrado a la muerte, juez airado que, ya grave, ya ligera, dando a otros pleitos de espera, de vos cobra adelantado. Descubríme el rostro triste, retrato de lo que fue; en él mi muerte veré, si en él mi vida consiste. Vaso que el licor tuviste de un alma que ya en su ocaso se puso y con leve paso voló a eterno señorío, bien parece que vacío no tiene valor el vaso. ¡Qué hermoso que te vi yo! Pero eres vaso de tierra. Bañó la vida que encierra el alma que te informó; como el baño se acabó, la tierra te desengaña, pues de su color te baña, y el alma de ti se aleja, como el pastor cuando deja despoblada la cabaña.
Suenan chirimias y atabales
Pero, ¿qué muestras son éstas de triunfos y glorias reales, mezclando vivas señales entre memorias funestas? ¿Yo lágrimas y ellos fiestas?
Salen CLORO, del mismo modo que CONSTANTINO, MAXIMINO, IRENE, ISACIO, MINGO, CLODIO, PELORO y MELIPO
CLODIO: Muestra, Cloro, tu valor aquí; no como pastor, como el César verdadero te trata, porque así espero verte presto emperador. CLORO: Clodio, vuestro desatino hasta agora os ha engañado; que soy Cloro habéis pensado, siendo el César Constantino. MELIPO: ¿Cómo? CLORO: Por Jove divino, si injurias el noble ser que me vino a engrandecer, que a costa de vuestras vidas experimente perdidas las fuerzas de mi poder. Si más Cloro me llamáis, lloraréis vuestro fin hoy. Constantino el César soy, y mi padre el que miráis PELORO: Melipo, Clodio, ¿escucháis la arrogancia del villano? Como le dimos la mano, por eso nos da del pie. MINGO: Con más miedo vengo, a fe, que vergüenza. MELIPO: ¿Hay tal tirano? CLORO: Vuestra sacra majestad me dé los pies. CONSTANCIO: ¡Cielo santo! ¿Qué es esto? CLORO: Y al bello encanto de esta divina beldad, los brazos. CONSTANCIO: ¡Alma, dejad sueños si es que estáis durmiendo! MAXIMINO: Mi fortuna engrandeciendo ampara el cielo divino, pues a Irene y Constantino ha enlazado. CONSTANCIO: ¿Qué estoy viendo? MAXIMINO: Dad a Maximino agora los brazos, que alegre viene a ofreceros con Irene el ave que Arabia adora CONSTANCIO: Si la desdicha que llora este trágico suceso, y tiene el sentido preso en la cárcel del pesar, no me ha venido a engañar, yo estoy soñando sin seso. Andronio, si estoy despierto, libra mi imaginación de esta extraña confusión. ¿Qué es esto? ANDRONIO: Señor, lo cierto es que Constantino muerto en este bosque quedó. CONSTANCIO: Pitágoras afirmó que las almas que dejaban un cuerpo, se trasladaban a otros, y no mintió. Sí, a creer me determino lo que alegra mi esperanza, que el amor, que es semejanza, apoya este desatino. El alma de Constantino buscó un cuerpo semejante al primero, en que, constante, sus espíritus reciba, dándome la imagen viva del muerto que está delante. El corazón dividido en dos mitades agora, cuando un hijo muerto llora, vivo un hijo ha recibido. Luto por el que ha perdido fuerza el dolor a traer; fiestas hacen suspender el pensar que en verle calma. Dos contrarios en un alma me obligan a suspender. Pésames tristes recibo del hijo que muerto veo, plácemes dan al deseo contento del mismo vivo. Lágrimas aquí apercibo, brazos aquí dar consiento, y en los extremos que siento, cuando la verdad ignoro, en un mismo tiempo lloro de pesar y de contento. Si al efecto natural hago juez en esta prueba y la sangre siempre lleva el alma a su original, con amor y gusto igual por entrambos dos suspira; este fuerza, estotro tira el corazón a sus brazos, y hecha entre los dos pedazos dividiéndose se admira. ¿Vióse jamás tal portento, juntos los bienes. y males, y por una causa iguales la tristeza y el contento, perplejo el entendimiento, la voluntad sin saber lo que en tal caso ha de hacer, y que en un mismo lugar den lágrimas de pesar las lágrimas de¡ placer? Ahora bien; la semejanza que tal vez Naturaleza en fe de su sutileza forma para su alabanza, de tan extraña mudanza pudo ser sutil autora. Averigüemos agora en mi provecho o mi daño si es ésta verdad o engaño, mientras el alma lo ignora. ¿Quién es aqueste pastor? MINGO: Yo, señor, soy un salvaje, testigo, persona y traje, que en fe de mi buen humor me trae el emperador Constantino en su servicio, y aunque servirle codicio, nunca de traje he mudado, que aunque tosco, siempre he dado en que es liviandad o vicio. CONSTANCIO: ¿Sabes tú quién es ese hombre? que afirma que mi hijo es? MINGO: No le he dejado después que le pusieron el nombre CONSTANCIO: Aunque este encanto me asombre, la simple rusticidad de éste dará claridad a esta extraña maravilla, que siempre en alma sencilla se aposenta la verdad. IRENE: ¿No sabremos, gran Señor, qué confusión te divierte, que en luto el gozo convierte de nuestra vista el dolor? MAXIMINO: Nuestro único sucesor es éste, César romano. Dejad el pesar tirano. CLORO: ¿Qué es esto? CONSTANCIO: Estoy sin acuerdo, llorando el hijo que pierdo, gozando el hijo que gano.
A MINGO
Ven acá, pastor. MINGO: Aquí el miedo el alma embaraza. CONSTANCIO: ¿Quién es el que se disfraza, sin serlo, en mi hijo así; MINGO: Yo, señor, ni lo comí, ni lo bebí. De un pastor viene todo mi valor. Verdad es que en la cocina di a la mula la gallina, y la cebada al doctor. CLODIO: (Éste nos ha de causar Aparte la muerte por descubrirnos.) MINGO: A no venir a decirnos que habíamos de reinar éstos....Yo de mi lugar alcalde he sido...no fui, sino porque rico...y así... diz que éste se pareció Diga, ¿parézcome yo a ningún hombre de aquí? CONSTANCIO: ¡Villano, viven los cielos! Si no dices la verdad, que han de ahorcarte. MINGO: ¿Hay crueldad como ésta? Descubrirélos. ¿Para mí han de ser los duelos y para otros la ventura? CONSTANCIO: ¿Quién es éste que procura usurpar ajena fama? MINGO: Aquéste Cloro se llama. MELIPO: ¿Qué dices? MINGO: La verdad pura. Dijeron aquestos tres que en el talle y el semblante parecía a un imperante, príncipe, o diablo, o lo que es; vistiéronle así después, llamáronle jamestad lleváronle a una ciudad, casóse con esta moza, como marido la goza, y esta es la pura verdad. MAXIMINO: ¿Qué es esto, traidor fingido? ¿tú a Irene has engañado? PELORO: Buen fin la Fortuna ha dado al ardid que hemos fingido. CONSTANCIO: ¡Matad aqueste atrevido! CLORO: No me dejo matar yo. Lo que la suerte me dio eso pienso defender. El César tengo de ser, que el cielo me lo llamó. IRENE: Y yo, que te llamo dueño y como esposo te adoro, ya seas príncipe, ya Cloro, ya hombre ilustre, ya pequeño, puesto que parezca sueño lo que miro y me divierte tu adversa y próspera suerte, seguiré siempre a tu lado. CONSTANCIO: ¿Qué es aquesto, cielo airado? ¡Matadle, dadle la muerte.
Empuñan las espadas unos contra otros. Sale ELENA
ELENA: Invicto César augusto, a quien todo el mundo llama Constancio, en fe de que el nombre conforma con tu constancia, suspende el justo rigor que da filos a tu espada, ocasiones a tu enojo y, a nuevos misterios causa. Yo soy Elena, que un tiempo llamaste dueño del alma, blanco de tu ciego amor y objeto de tu esperanza. No te acordarás de mí, que el olvido y la mudanza andan con la posesión, de la ingratitud hermana. Amásteme siendo César, y puesto que no te iguala mi valor en la nobleza, reyes tuvo mi prosapia. Persuasiones amorosas derribaron la muralla de mi noble resistencia; dísteme mano y palabra de esposo, y en pago de ella te di yo dentro del alma el absoluto dominio que funda su imperio en llamas. Un hijo, que es el que ves, hizo nudo las lazadas de mi amor y tu firmeza; mas como el tiempo desata obligaciones de bronce, milagros de su mudanza pervirtieron tu memoria, dieron principio a mis ansias. Tu padre, el emperador, te casó en Roma, quebrada la palabra que me diste, mas ¿qué príncipe la guarda? Temí el valor de mi padre, que, intentando la venganza de mi injuria y de su afrenta, quiso hacer de mis entrañas túmulo al hijo que de ellas salir a luz deseaba, para enseñar con tu olvido mi agravio y tu semejanza. Víneme huyendo a estos montes su rigor y mis desgracias depositando el secreto eñ en sus peñas intrincadas. En aquesta aldea, en fin, vuelta pastora de infanta, vio el sol el triunfo amoroso en quien tu valor retratas. Constantino le llamé el Magno, aumentando el agua mis lágrimas de sus fuentes, que murmuran tu mudanza. Supe después que tenías otro Constantino, causa de nuevas penas en mí y nuevas desconfïanzas. Jurarle hiciste por César, y con distinta crïanza los dos, de un principio efectos y de un mismo tronco ramas, él entre palacios ricos, éste entre humildes cabañas, púrpuras aquél vistiendo y éste humildes antiparas, juego del tiempo y Fortuna fueron, que montes abaja y valles, tal vez, sublima ciega, en fin, mudable y varia. Treinta veces pobló enero aquestos prados de escarcha, y de acanto y madreselva los vistió el mayo otras tantas, que crecieron igualmente tus hijos y mis desgracias; ése, César; pastor, éste; tú, mudable yo, olvidada, cuando, muriendo tu esposa --si puedo con razón darla este nombre siendo yo en tu amor legitimada-- a casarse con Irene, princesa hermosa del Asia, e hija de Maximino, a Constantino enviabas; y en fin, para dar lugar a mi perdida esperanza, recuerdos a tu memoria y castigo a tus mudanzas, quiso el cielo y la Fortuna que en estos montes quedara muerto el César, porque puedas, cumplir leyes y palabras. Constantino el Magno, que es el que tus brazos aguarda, y tu mayor heredero, puesto que le decía el alma quién era, y yo lo encubría, humillando acciones altas con memorias mentirosas, tan humildes, cuanto falsas, llamáronle Cloro entonces, y afrentado que montañas ocultasen su valor, que aspira a cosas más altas, dio crédito a persuasiones de aquestos que le acompañan, resucitando del muerto la dicha y la semejanza. Si lo que por ti he pasado, si el darte, invicto monarca vivo un hijo por un muerto, en quien tu dicha restauras; si el ser yo tu esposa, en fin, merece que satisfagas deudas que el tiempo atestigua y el cielo piadoso ampara cumple noble y, generoso; si no en oro, paga en plata, dando los brazos a Elena y a Constantino las plantas. CONSTANCIO: ¡Oh, restauración querida de mi fe y de mi contento! Fénix, de quien nacer siento a nuevas glorias mi vida, agraviada y perseguida, lloro tu olvido y mi pena, mas pues la Fortuna ordena la ventura que en ti fundo, hoy ha de adorar el mundo por su emperatriz a Elena. Dame esos brazos constantes y Constantino que en ellos poseerá con poseellos lauros de Roma triunfantes. Cesen lágrimas amantes de un hijo muerto, pues vino por caso tan peregrino otro vivo a ver mi amor. De un Constantino el dolor remedie otro Constantino. Dadme vos también, Irene, brazos de padre, y de hermano vuestra alteza. MAXIMINO: En ellos gano dichas que callar conviene. IRENE: Si tan buen suceso tiene tu desgracia, esposo mío, ya de tus venturas fío triunfos con que al mundo asombres y con inmortales nombres dilaten tu señorío. CLORO: Para coronar tu frente la esfera del Sol quisiera poseer, porque en su esfera te adore todo el Oriente. CONSTANCIO: Magencio intenta al presente arrogante y rebelado contra el imperio sagrado, gozar el lauro de Roma. César eres, monstruos doma que la ambición ha sacado. Y todas mis escuadrones; por su señor te obedezcan. Cerca a Roma, y permanezcan en sus muros tus pendones. Empieza a ganar blasones que te den nombre divino. CLORO: A eso, señor, me inclino. CONSTANCIO: Diga el aplauso feliz, viva Elena, Emperatriz. TODOS: ¡Viva Elena, Emperatriz! CONSTANCIO: ¡Viva el César Constantino! TODOS: ¡Viva el César Constantino!
Vanse todos con música. Sale LISINIO, de Capitán con jineta, y SOLDADOS
LISINIO: A Constantino, de la patria amigo, defiendo contra el bárbaro Magencio; el hijo de Constancio, su enemigo, por legítimo César reverencio. Siga al tirano Roma, que yo sigo a quien gobierna al mundo, y al silencio de la lengua remito en noble alarde las obras, no palabras de cobarde. SOLDADO 1: Valeroso Lisinio, tus hazañas te han dado justamente la jineta, que en la tirana sangre honras y bañas, digna que nuevas honras te prometa. Pastor fuiste, entre rústicas montañas crïado; si un laurel fue tu profeta y el imperio te ofrece, como dices, tiempo es de que te ilustres y eternices. Constancio, emperador, a Roma viene contra Magencio, y el amor divino, que acreditadas tus victorias tiene, al heroico renombre abre camino; casado con la griega y bella Irene le sigue el invencible Constantino. Si tu pecho y hazañas reconoces tu fama hará que su privanza goces. SOLDADO 2: Vámosle a dar, Lisinio valeroso, la obediencia debida que le ofreces; como sea de tu pecho belicoso el premio que en su ejército mereces. SOLDADO 1: Constancio, agradecida y generoso, si en las victorias como en dicha creces, de tu lealtad ofrecerá a tu fama coronas de laurel, de roble y grama. SOLDADO 2: ¡Muera Magencio, capitán romano! ¡Constantino y Constancio, eternos vivan¡ LISINIO: Vámosle a ver, y sellaré en su mano labios leales, que su amor reciban. Ampárese entre muros el tirano, que célebres hazañas los derriban. A Constantino mi valor inclino. TODOS: ¡Viva Constancio! ¡Viva Constantino!
Vanse todos. Salen ELENA, IRENE, CONSTANTINO, ISACIO y SOLDADOS. CONSTANTINO aparece sentado en medio de ELENA e IRENE
CLORO: Éste es el Babel del mundo, que encerrando siete riscos entre agujas y obeliscos, no reconoce segundo. Roma es ésta, en fin; extremo de la Real ostentación; lastimosa emulación de los dos, Rómulo y Remo. Y siendo imperial cabeza de cuanto mira el aurora, si os tiene a vos por señora, honrando en vuestra cabeza el laurel que ya os previene ¿quién duda que en más estime desde hoy su imperio sublime pues le honran los pies de Irene? IRENE: Veaos yo su emperador, vencido el loco Magencio, que yo sólo reverencio, Constantino, vuestro amor, sin que del laurel los lazos deseo a mí gusto den, mientras en mi cuello estén coronándole esos brazos. ELENA: Ocasión hay en que puedas mostrar que heredas, romano, las hazañas de tu hermano, como el imperio le heredas. Constantino el Magno, el Grande, todo el imperio te llama; grandes hazañas la fama te pide para que ande el valor con el blasón igual; la ocasión te obliga a que el nombre no desdiga de tus hechos y opinión. ¡Magencio, en Roma seguro se ampara, y triunfa ya de él, que no corona el laurel a quien no corona el muro de victoriosas banderas que planten manos gallardas. A su vista estás, ¿qué aguardas? Roma es aquésta, ¿qué esperas? Conquístela tu valor, que en Roma tu imperio fundo. No serás señor del mundo, si en Roma no eres señor. Mientras con triunfo solene en Roma tu nombre afames, ni de Elena hijo te llames, ni ilustre esposo de Irene. CLORO: Que eres mi madre negara y la sangre que te debo, si con ánimo tan nuevo tu valor no me obligara. Hoy, madre, verás que de él soy legítimo heredero. Morirá el tirano fiero, que si es cobarde, es crüel, que ensangrentando sus manos en inocentes se infama, la que Magencio derrama de los humildes cristianos anima mi corazón a que vengallos intente. No sé que tiene esta gente, que me roba el corazón Cosas en ellas he visto de más que humano poder. A Magencio he de vencer con la ayuda de su Cristo. IRENE: ¿Qué dices? ¿A un hombre alabas muerto en cruz, y en él esperas? ¿A los dioses vituperas cuando de imperar acabas? ¿A un ajusticiado estimas, que en un pesebre nació, a Egipto de un Rey huyó, y con su favor te animas cuando en un tosco madero no se pudo a sí librar? Dioses en quien esperar tiene tu imperial acero; Júpiter rayos fulmina, que cíclopes sicilianos forjados dan a sus manos llenos de furia divina; Marte, en sangre humana tinto, contra tu elección se enoja, y lanzas de fuego arroja reinando en el cielo quinto. ¿No hay una Palas que invoques, un Apolo, cuyas flechas, Pitones, sierpes deshechas, a darte favor provoques? ¿A un hombre muerto y desnudo pides que te ayude? CLORO: Espera. IRENE: Quien habla de esa manera mal tener esfuerzo pudo. Haz con él en Roma alarde del triunfo que darte intenta, y quien los dioses afrenta nunca ser mi esposo aguarde.
Vase IRENE
CLORO: ¿Hay caso más peregrino? Escucha, espera, mi bien, que me abrasa tu desdén, bella Irene. VOZ: ¡Constantino! Dentro CLORO: ¡Cielo! ¿Quién me llama ansí? VOZ: ¡Constantino! Dentro CLORO: Dulce voz, que con discurso veloz triunfas amorosa en mí; ¿qué me quieres? VOZ: ¡Constantino! Dentro CLORO: Ya te escucho y reverencio. VOZ: Hoy vencerás a Magencio, Dentro si el estandarte divino llevas, que al cielo da luz, y es símbolo de la fe. CLORO: ¿Con qué señal venceré?
Cantan dentro
VOCES: Con la señal de la Cruz. ELENA: ¿Hay música más süave? CLORO: ¿Hay cosa más celestial? Pues me das esta señal, el mismo cielo te alabe. A mis tinieblas des luz, pues en ti he de merecer triunfar en Roma y vencer.
Cantan dentro
VOCES: Por la señal de la Cruz.
Pasa por el aire una cruz; suena música y dice CLORO arrodillándose
Si por esa señal venzo, ¿qué es lo que temo cobarde? Haga aquí mi esfuerzo alarde; que hoy a adorarte comienzo. ELENA: Hijo, el ciclo es en tu ayuda. Por la señal vencerás de la Cruz. No esperes más. CLORO: Al arma confusa duda.
Entran algunos CRISTIANOS en escena
¿Qué es esto? CRISTIANO 1: Danos los pies. CLORO: ¿Quién sois? ¿Qué queréis de mí? CRISTIANO 1: Cristianos, que sólo en ti esperan, señor, después que Magencio, vil tirano de Roma, donde se encierra, conjurado nos destierra, porque con nombre cristiano ilustrados nos ha visto. CLORO: Basta ese divino nombre para que el mundo se asombre. Yo también adoro a Cristo. Seguid en su nombre santo mis banderas; suyo soy; por él he de vencer hoy y dar a Magencio espanto. CRISTIANO 1: Todos los que aquí venimos, en su nombre te ofrecemos que al tirano venceremos y en este papel pusimos nuestras firmas de ofrecerte diez cabezas cada uno de los contrarios. CRISTIANO 2: Ninguno teme, gran señor, la muerte. CLORO: ¡Oh, valor, sólo cristiano! De quien sois, dais testimonio. General eres, Andronio; mi estandarte, honre tu mano. Deja águilas imperiales, que idólatras prendas son, la cruz en su lugar pon pues vencen estas señales. ANDRONIO: Yo no puedo derogar la antigüedad del imperio, ni con ese vituperio a Júpiter provocar. Suyas las águilas son que Roma ilustre enarbola. Con esta bandera sola daré nombre a mi opinión volando hasta las estrellas; otro a honrar la cruz comience, y veremos hoy quien vence, ella, o mis águilas bellas.
Vase ANDRONIO
CRISTIANO 1: ¡Oh, bárbaro! Yo me encargo de alcanzar del mismo Marte victoria, si el estandarte de la cruz está a mi cargo. CLORO: Llévala, pues; saca a luz de Dios en ella el poder, que a Magencio he de vencer por la señal de la cruz.
Vanse los CRISTIANOS. Sale LISINIO
LISINIO: Gran señor...(¡Válgame el cielo! Aparte ¿no tengo a Cloro delante? CLORO: (¡Cielo! si no es que me espante Aparte lo que mirando recelo. ¿No es éste Lisinio?) LISINIO: (Él es; Aparte pero tan presto un pastor puede ser emperador?) CLORO: ¿Qué quieres? LISINIO: Dame esos pies, y en tus banderas recibe un capitán que se inclina a tu fama peregrina, y animoso te apercibe a Roma donde has de entrar, a pesar de su tirano, hoy con triunfo soberano. CLORO: (Lisinio es. ¿Qué hay que dudar?) Aparte LISINIO: (Cloro es éste, o estoy loco.) Aparte CLORO: (La verdad he de saber. Aparte No sabe Lisinio leer; así su esfuerzo provoco.)
A LISINIO
Yo estimo vuestro valor; por mi capitán os nombro... LISINIO: (¡Cielos! ¿Quién vio tal asombro?) Aparte CLORO: ...y porque podáis mejor con hechos extraordinarios vencer la envidia y olvido, agora me han prometido de los bárbaros contrarios darme cuarenta cabezas cuatro soldados valientes. Si a sus hechos excelentes comparáis vuestras grandezas, en este papel firmados sus nobles nombres están, Imitadlos, capitán, pues lo sois, y ellos soldados. Firmad aquí. LISINIO: (¡Vive el cielo! Aparte Que es Cloro, y me ha conocido. Nunca a leer he aprendido; mi afrenta noble recelo. Decir que leer no sé, es decir que no soy hombre pues ¿de qué suerte, mi nombre aquí, cielos, firmaré?) CLORO: ¿Qué dudáis? LISINIO: De firmar dudo, porque no es bien que presuma que firme hazañas la pluma, sino el acero desnudo. Cien cabezas de enemigos ofroceré a tu laurel; las piezas de este papel
Rómpele
sean de aquesto testigos, y la que tengo en la cinta. Cumplirán aquesa suma, siendo mi espada la pluma y siendo sangre la tinta. Por eso rompo las firmas de todos, porque yo sólo he de cumplir por Apolo su promesa.
Vase LISINIO
CLORO: Bien confirmas tu valor y atrevimiento digno de Lisinio fiel. Él es; no mintió el laurel. Yo cumpliré el juramento. César ha de ser conmigo que así cumple mi valor palabras de emperador y premia un heroico amigo. ¡Al arma nobles romanos! ¡Triunfad de Roma valientes! ¡Coronas ciñan las frentes, que os rindan estos tiranos! ¡Salga vuestro esfuerzo a luz! TODOS: ¡Arma! ¡Arma! Roma ha de ver que sabe la fe vencer por la señal de la cruz.
Vanse todos. Dase la batalla. Durante ella aparece MINGO con casco y rodela, a lo gracioso. Van saliendo sucesivamente SOLDADOS durante la escena
MINGO: He aquí a Mingo que es soldado sin haber tenido potra; ni estar quebrado quillotra el miedo con que vo armado. ¿Mas que tiene de llover esta fiesta sobre mí? Del escuadrón me escurrí. ¿Dónde me podré esconder? VOCES: ¡Al arma! ¡al arma! Dentro MINGO: La grita que anima a otros y alborota, me va helando cada gota de sangre. ¡Oh, mi paz bendita! ¿Cuánto mejor me estuviera yo agora junto al hogar, viendo la sartén chillar!
Salen los SOLDADOS con espadas desnudas
SOLDADO 1: ¡Viva Constantino! SOLDADO 2: ¡Muera! MINGO: Si estos encuentran conmigo, y preguntan de quien soy, ¿qué diré? ¡Al infierno doy la guerra! SOLDADO 1: ¿Quién va allá? MING0: Amigo. SOLDADO 1: ¿Quién vive? MINGO: Magencio viva por siempre jamás, amén. SOLDADO 1: ¡Ah, traidor!
Dale
MINGO: ¿No dije bien? Aquí me han de volver criba que no pueda acertar yo en cosa alguna! SOLDADO 1: Villano, viva el César soberano Constantino. MINGO: ¿Por qué no? Viva más que una madrastra. Siempre su campo seguí. SOLDADO 1: Pues dilo, cobarde, así.
Vanse los SOLDADOS
MINGO: Mi muerte el cordel arrastra. ¡Ay, cuál tengo las costillas!
Salen otros dos SOLDADOS
Otros vienen ¿de qué parte serán? SOLDADO 3: Hoy ayuda Marte con divinas maravillas a Magencio. SOLDADO 4: El cielo ordena darle el laurel que apercibe. SOLDADO 3: ¿Quién va? MINGO: Ya no voy. SOLDADO 3: ¿Quién vive MINGO: ¡Dios me la depare buena! (Éstos son de Constantino.) Aparte Constantino, emperador, viva más que un tundidor. SOLDADO 3: ¡Oh, perro!
Dándole
MINGO: ¡Nunca adivino! Téngase, seor soldado, la espada, que reverencio... SOLDADO 3: Pues ¿quién vive? MINGO: ¿Quién? Magencio, que es el hombre más honrado que el licor de Baco bebe. SOLDADO 3: ¿De Constantino sois vos? MINGO: ¿Yo? SOLDADO 3: Sí. MINGO: Mas que plegue a Dios, señor, que el diablo le lleve. SOLDADO 3: El combate anda encendido, a la batalla acudamos.
Vanse los SOLDADOS
MINGO: Buenos, costillas andamos. ¡Gentil adivino he sido!
Salen otros dos SOLDADOS
Otros salen: ¿qué diré? SOLDADO 1: Los caballos nos han muerto. SOLDADO 2: ¿Quién va? MINGO: Si esta vez no acierto, volaréis, alma, a la fe. SOLDADO 2: ¿Quién vive? MING0: Todo viviente. Vive un perro, un elefante; vive un cuñado, un amante; vive... SOLDADO 2: Mátale. MINGO: Detente. SOLDADO 2: ¿Quién vive de aquestos dos, o Magencio o Constantino? MING0: Viven ambos, si convino con la bendición de Dios. SOLDADO 1: Dale, que aquéste es neutral.
Danle
MINGO: ¡Ah, señores! SOLDADO 1: ¡Oh, villano!
Vanse los SOLDADOS
Malo soy para gitano. ¿Vio el mundo desdicha igual? Si vuelvo por Constantino, con los de Magencio doy; si digo que él viva, estoy con estotro; si me inclino a entrambos también me pegan. Amparadme, cueva, vos, que ya vienen otros dos, y han de acabarme si llegan. Si de aquí vengo a escapar con vida, y pasa la guerra, he de poner en mi tierra escuela de adivinar.
Éntrase en la cueva. Sale LISINIO con dos o tres cabezas, un estandarte y una espada
LISINIO: Con estas cabezas tengo cincuenta, y le prometí ciento a Constantino. Aquí, mientras a cumplirlas vengo, guardádmelas, cueva, vos. Por las demás volveré.
Échalas dentro de la cueva, y da con ellas a MINGO
MINGO: ¡Ay, que me ha muerto! LISINIO: ¿No fue voz humana aquesta? MINGO: ¡Ay, Dios, que aunque me esconda y encueve no ha de faltar quien me asombre! ¡Ay, de mí! LISINIO: ¿Quién eres, hombre? MINGO: Soy el demonio que os lleve. LISINIO: ¿Quién eres? MINGO: ¡Qué malas hadas hoy me persiguen! LISINIO: ¿Quién eres? MINGO: Un hombre o lo que quisieres que hoy has muerto a cabezadas. LISINIO: ¿Es Mingo? MINGO: ¿Quién diablo os dijo mi nombre? LISINIO: Lisinio soy. MINGO: Mas...no... nada... Tal estoy que no os conozco. Colijo que sois Lisinio el pastor. LISINIO: Y del César, capitán. MINGO: ¿Vestido de tafetán? Mas, si es Cloro, emperador, ¿de qué me admiro y espanto? LISINIO: ¡Ah, cobarde! MINGO: Estó confuso, y al fin soy valiente al uso. Todo aquesto es por encanto. LISINIO: No temas; vente conmigo, que Constantino venció. MINGO: Mas, ¡arre allá! LISINIO: Ya quedó muerto el tirano enemigo. MINGO: El parabién le vó a dar. LISINIO: ¡Buen valor en ti se emplea! MINGO: Pondré, si llego a mi aldea, escuela de adivinar.
Vanse los dos. Salen CONSTANCIO, CLORO, ELENA, IRENE, y SOLDADOS
CLORO: Yo, cruz divina, os prometo buscar en vos nuestro bien, y dentro en Jerusalén, aunque os encubra el secreto del idólatra y hebreo, no descansar hasta hallaros, y desde hoy entronizaros por el más noble trofeo que conserva la memoria. Sólo al soberano Dios, que fue el sacrificio en vos, atribuyo esta victoria. IRENE: ¡Ingrato a los dioses pagas la ventura que hoy te han dado! Un hombre crucificado, por más que le satisfagas, no pudo victoria darte; Júpiter sí, que es Dios sólo con sus rayos de oro, Apolo, y con sus rigores Marte. No busques prendas infames de un patibulo afrentoso, o deja de ser mi esposo, y tuya más no me llames. ELENA: Hijo, Cristo es el eterno; quien no le adora se ofusca. La cruz soberana busca, noble asombro del infierno. Vamos a Jerusalén. IRENE: Si niegas la adoración de los dioses, tu afición mintió. No me quieres bien. ELENA: Por Dios se ha de dejar todo. IRENE: No imagines que he de amarte, si a Apolo dejas y a Marte. ELENA: Paga con heroico modo aquesta victoria a Cristo. Busca su cruz soberana. IRENE: No sigas la ley cristiana que firme ves que resisto, ELENA: Ingrato eres si la dejas. IRENE: A mi amor eres ingrato si la sigues. Poblar trato el aire de justas quejas, si menosprecias mi amor por un madero insensible. CLORO: ¿Vióse aprieto más terrible? ¿Vióse confusión mayor? IRENE: Yo sé que me antepondrás a Cristo, si bien me quieres. ELENA: Augusto por la cruz eres; ¿por qué a buscarla no vas? CLORO: ¿Qué haré en duda tan esquiva, que tan perplejo me tiene? Amo a Cristo; estimo a Irene; mas ¿qué importa? ¡Cristo viva! Su cruz vamos a buscar. IRENE: Oprobio de Emperadores, que la ley de tus mayores quieres, bárbaro, dejar. No esperes que el vituperio de tu vil intención siga; ya es Irene tu enemiga; yo te quitaré el imperio; en odio mi amor trocado; que yo no he de ser mujer de un hombre que da poder de Dios a un crucificado.
Vase IRENE
CLORO: Espera, el paso reporta; muda el bárbaro consejo: mas, si por la cruz te dejo en que murió Dios, ¿qué importa?
Sale ANDRONIO, atravesado por una flecha, y empuñando la bandera de las águilas
ANDRONIO: Las águilas imperiales en que idólatra adoré los dioses con mala fe, postro a tus plantas reales. Herido de muerte estoy, que Júpiter, torpe y vano, no me defendió, tirano; que no es Dios diré desde hoy. Perezca su ley lasciva. Apelo a un Dios verdadero. En la ley de Cristo muero, Constantino, ¡Cristo viva!
Vase. Sale un CRISTIANO con la bandera de la cruz
CRISTIANO: El estandarte divino que al Dios humano enarbola y con su sangre acrisola, ha vencido, Constantino. A su victoriosa mano tus victorias atribuye, pues tus contrarios destruye. CLORO: ¡Oh, valeroso cristiano! Mi alférez eres mayor. Pisen águilas romanas, ciegas, bárbaras y vanas, los pies de un emperador; adórnese mi corona con la Cruz, que es nuestro amparo. Honre desde hoy mi labaro, y autorice mi persona, ley divina. Aunque lo estorbe el infierno a su pesar, os he de hacer adorar desde aquí por todo el orbe.
Salen LISINIO con el estandarte y cabezas y MINGO
LISINIO: Cien cabezas prometí de los enemigos darte. Cincuenta aqueste estandarte vale, que te ofrezco aquí; otras cincuenta te doy, con que cumplo mi promesa. MINGO: Y la mía en esta empresa te presento, que a fe que hoy, según son las cabezadas que la han dado, si las cuentas, que vale más de trecientas. No más guerra y cuchilladas. A mi aldea he de tornarme. CLORO: Lisinio, de tu valor has dado muestra mejor que imaginé. A presentarme vienes hazañas, que intento premiar. Pues que las trujiste, tu juramento cumpliste. Cumpliré mi juramento. La mitad juré de darte del imperio, si mi suerte me le daba. Hoy has de verte Augusto. Goza la parte que justamente te toca. Vasallos, Lisinio es César. LISINIO: Deja que en tus pies selle, gran señor, mi boca. CLORO: Pero has de jurar primero dos cosas. LISINIO: Si de ellas gustas, claro está que serán justas. Propónlas. CLORO: Que jures, quiero no perseguir los cristianos, sino honrarlos y querellos, pues tengo mi dicha en ellos. LISINIO: Yo lo prometo en tus manos. CLORO: Has de jurar, lo segundo, no levantarte jamás contra mí. LISINIO: No me verás, aunque se alborote el mundo, con falso y villano trato y torpe conjuración, hacerte jamás traición, que eso fuera serte ingrato. Yo lo juro, gran señor, en tus imperiales manos. CLORO: ¡Viva Lisinio, romanos! TODOS: ¡Viva por Emperador! CLORO: Alza; y vos, madre y señora, venid conmigo a buscar la Cruz que he de entronizar en cuanto cine el aurora. Prevenga Jerusalén triunfos a la Cruz divina. ELENA: Dios tu corazón inclina. Monarca cristiano, ven. MING0: Yo y todo tus pasos sigo. Cristiano, aunque aporreado, soy desde hoy, y no soldado. La guerra y golpes maldigo. CLORO: Bautizará a Constantino de Roma el sacro pastor. MINGO: Y a mí y todo, aunque mejor me bautizará con vino. CLORO: El madero soberano busquemos, que a amar me obliga su señal, y el campo diga, Lisinio, César romano. TODOS: ¡Lisinio, César romano!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El árbol del mejor fruto, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002