ACTO TERCERO


 
Salen LICOMEDES y LISANDRO
LICOMEDES: ¿Con tantas quejas y prisa ayer, viendo que no os doy, Lisandro, a Deidamia, y hoy, con voluntad tan remisa me proponéis dilaciones de tan flaco entendimiento para vuestro casamiento? LISANDRO: La princesa da ocasiones, gran señor, para pediros que esta boda se dilate; no quiera el cielo que trate a costa de sus suspiros cosa de que ella no gusta. Después que a esta corte vino Nereida, a lo que imagino, mi presencia le disgusta. Tibia me habla; no responde con el amor y deseo que antes; cuando la veo, por no encontrarme, se esconde. Todo su entretenimiento es estar sola con ella, y con la misma querella que yo, muestran sentimiento. Sus damas, pues, no hace caso, por Nereida, de ninguna; la más sabia es importuna; la más amiga, ni un paso con ella ha de dar que luego Nereida no se lo impida; llámala su bien, su vida; si no la ve no hay sosiego; ella la viste, la toca, la adorna, peina y regala en el estrado, en la sala; por manos, ojos y boca, muestra el corazón la llama en que Deidamia está presa, su lado ocupa en la mesa, su lado usurpa en la cama. Siempre abrazadas, por Dios, que me atormenta el recelo de verlas, sin ser del cielo, hechas Géminis las dos. LICOMEDES: Es la princesa su prima; la sangre y la discreción vínculos del amor son que más la amistad estima. Necia sospecha os abrasa. LISANDRO: Necia o loca debe ser; mas de mujer a mujer muchas veces amor pasa de parentesco a... LICOMEDES: Callad. LISANDRO: Yo sé algunas ha habido, gran señor, que se han querido a lo malicioso. LICOMEDES: Andad, que lo estáis vos; preveníos, que os tiene de dar la mano mañana. LISANDRO: (¡Ay Amor tirano! Aparte autor sois de desvaríos; por Nereida pierdo el seso y de la princesa estoy celoso; un sujeto soy de disparates.) LICOMEDES: ¿Qué es eso?
Salen ULISES y DIOMEDES de mercaderes
ULISES: Yo, poderoso señor, soy un griego mercader, que, sin mucho encarecer de mi caudal el valor, tengo dentro de mi casa cuanto apetece la gente, pues no hay tesoro en oriente que a mi poder no se pasa. No tiene púrpuras Tiro, ni exhala aromas Sabá, ni telas la Persia da que en mis riquezas no miro. Toda el Asia me tributa: las minas con sus diamantes, con marfil sus elefantes, y el ámbar, que se disputa si es sudor de la ballena o de alguna planta goma, con ser el mayor aroma, mi casa cada año llena. En fin, cuanta perla fina en sus pesquerías dan las riberas de Ceylán, y cuanta piedra examina la experiencia y el valor que sus quilates sublima, no se tiene por de estima no siendo yo su señor. Como el mundo se alborota con esta guerra que abrasa, a Grecia y Europa pasa contra el Asia, la paz rota que tantos años duró, huír su rigor procuro, que con Marte no hay seguro mercader, ni lo estoy yo. Supe que este rey, no sólo estaba libre y exento del general juramento que sobre altares de Apolo hizo Grecia, de vengar la injuria del frigio amante, la seguridad bastante que en vuestra alteza he de hallar, pues por el mundo la fama vuela del rey Licomedes, sus favores y mercedes que a los extranjeros llama; y así, embarcando mi hacienda, siendo vuestro amor mi norte, vengo a ser en vuestra corte vecino, a fin que pretenda otra ganancia mayor de la que en serviros muestro, pues siendo vasallo vuestro, lo soy todo, gran señor. LICOMEDES: A ocasión habéis venido en que fuera de estimar el que os vengáis a amparar de mí; seréis recibido con gusto, porque se casa la princesa, y le tendré, que vuestra riqueza dé nuevas joyas a mi casa; muchas os pienso comprar. ULISES: Serviráse vuestra alteza de las de mayor riqueza; y entre otras le quiero dar una cautiva que canta como un ángel, tan hermosa como diestra. LICOMEDES: Bella cosa. DIOMEDES: En cara y en voz encanta. LICOMEDES: Gustará Deidamia mucho con ella, que es inclinada a la música. ULISES: Elevada tengo el alma si la escucho, y entre tanto que a palacio las joyas de más valor y curiosidad, señor, me traen, quiero que despacio, oyéndola vuestra alteza, juzgue si es merecedora de que sirva a mi señora la princesa. LISANDRO: En esta pieza queda Deidamia. LICOMEDES: Primero que la vea gustaré que la oiga. ULISES: (Hoy, cielos, sabré Aparte industrioso lo que espero. Traednos vos la cautiva. DIOMEDES: (Si como dicen está Aparte aquí Aquiles, hoy saldrá de donde no es bien que viva tal valor afeminado.) LICOMEDES: Aquí viviréis seguro. ¿Cómo os llamáis? ULISES: Palinuro LICOMEDES: Entrad. ULISES: (Bien lo hemos trazado.) Aparte
Vanse. Salen AQUlLES, de mujer, y DEIDAMIA
DEIDAMIA: ¡Sosiégate, por tus ojos! AQUILES: Dame en ellos pesadumbre de que su luz bella alumbre a quien a mí me da enojos. ¿Por qué con vanos antojos tiene de mirarse en ellos Lisandro, si poseellos solo Aquiles mereció, y estando con vida yo se ha de llamar dueño de ellos? DEIDAMIA: Si Amor reciprocación de las almas nos ha unido y estás ya dueño querido en la quieta posesión, ¿qué importa que en pretensión te quiera hacer competencia quien provoca tu impaciencia? Pleitee perdidos bienes y goza tú, pues que tienes en tu favor la sentencia. ¡Ojalá yo no tuviera más ocasión de temer que te tengo de perder y más segura viviera! AQUILES: Pues ¿de qué temes? DEIDAMIA: Te espera Grecia contra Troya armada, y mientras es deseada la belleza, belleza es; mas no es belleza después que se goza, pues enfada. AQUILES: Eso, cuando el apetito satisfecho queda en calma; no amor, potencia del alma, que ese crece en infinito. Amarte más solicito cuanto más llego a gozar, pues si es amor desear sin que del término exceda, cuanto más gozo me queda en ti mucho más que amar. Ya yo, mi bien, te he jurado, mientras durare esta guerra, guardar la prisión que encierra la gloria que amor me ha dado; si de mujer disfrazado vengo esposa a poseer lo que de hombre he de perder, mujer mi dicha me nombre, pues nunca he sido más hombre que después que soy mujer. DEIDAMIA: Pues si intentas parecello y mi pena asegurar, siéntate aquí, que peinar quiero tu hermoso cabello.
Siéntanse y peina y toca DEIDAMIA a AQUILES
AQUILES: Tu amor oprime mi cuello; obedecerte es forzoso. DEIDAMIA: ¡Qué dilatado y hermoso! AQUILES: Los griegos siempre crïaron largos cabellos. DEIDAMIA: Causaron con tal uso mi reposo, pues si tú no los tuvieras así, nunca me engañaras, ni mujer ocasionaras tus amorosas quimeras. AQUILES: Pararon burlas en veras. DEIDAMIA: Porque sueltos no me den celos y a cuantos los ven en tales lazos no venzas, de ellos he de hacer dos trenzas, que yo sé que te están bien. Pon en mi falda el espejo y mira en él los despojos de tu cara. AQUILES: Si en tus ojos puedo verme, mal consejo me das, por sus soles dejo esa luna en que fingida mi imagen miro esculpida, pues en ti vive en su centro mi amor. DEIDAMIA: Cantando están dentro.
Canta dentro una MUJER
AQUILES: Oye, amores, por tu vida.
Cantan
VOZ: "En el regazo de Omfale el Tebano vencedor de aquellos doce trabajos que le intitularon Dios, afeminado infamaba la piel del Nemeo león, que por imperial trofeo corona y se viste el sol. La rueca en vez de la clava que a Mercurio consagró, poblada de infame lino que hilaba torpe amador, en traje vil de mujer dicen que le halló Jason, noble por su vellocino, y de esta suerte le habló." AQUILES: ¡Qué enfadoso y triste tono! DEIDAMIA: ¡Qué claro metal de voz! AQUILES: Para mi voz de metal es, pues me incita a furor. ¿No ves cómo reprehende mi amujerado valor, y en nombre ajeno me injuria su tácita reprensión? DEIDAMIA: Anda, amores, que no es eso. AQUILES: Pues ¿quién es la que cantó? DEIDAMIA: Alguna de mis doncellas que estará haciendo labor; sosiégate, no te alteres, que no en balde digo yo, mi bien, que para dejarme buscas cualquiera ocasión. ¿Negarásme esta verdad? AQUILES: Para dejarte, eso no; más para enojarme, sí. DEIDAMIA: Para tenerte en prisión he tejido yo estas trenzas. AQUILES: Si por un cabello estoy preso, esposa, en tu hermosura, los demás supérfluos son. DEIDAMIA: Ya he acabado de tocarte oigamos, mi bien, los dos, lo que cantando prosigue que me causa admiración.
Échase AQUILES en las faldas de DEIDAMIA y ella con el peine le pule los cabellos. Canta dentro
VOZ: "¿De qué sirvieron los triunfos del triforme Gerïón, del aborto de la tierra, del vaquero robador; si hazañas eternizando después de tanto blasón, en cobrando buena fama a dormir os echáis hoy? Júpiter es vuestro padre; pero no sois su hijo vos, pues degenera de serlo, vuelto hombre vil, tal varón. Peinad cabellos lascivos que encrespados miré yo asombrar la esfera eterna que vuestro hombro sustentó." AQUILES: Ya no se puede sufrir tanta afrenta, vive Dios, que por mí lo dice todo, viendo que sufriendo estoy el vil peine en mis cabellos. ¡Afuera torpe afición; vengad injurias cantadas y volved, honra, por vos! DEIDAMIA: Mi bien, ¿quieres sosegarte? ¿En eso estimas mi honor? ¿En eso tus juramentos? ¡Cielos, perjuro salió! Aquiles, cielos, Aquiles, de Deidamia violador, rompe la fe que me ha dado. ¡Mirad que satisfacción! AQUILES: No des voces, prenda mía. DEIDAMIA: Voces y querellas doy al cielo de ti ofendido a tu rota obligación; yo, ingrato, me daré muerte a tus mismos ojos, yo... AQUILES: Basta, no haya más, no llores; preso en tus brazos estoy cante o no cante en mi ofensa quien mi pecho alborotó. Hércules hiló vestido de mujer, mas no perdió por eso la eterna fama que le da nombre de dios, ni yo perderé la mía si, como su imagen soy en el ánima y esfuerzo, lo intento ser en su amor, pues los dioses autorizan mi amante transformación.
Canta
VOZ: "No se ganan los blasones que de eterna fama son, entre afrentosos afeites que la sangre es su color. Echado en la áspera falda de un monte, durmiendo os vio despedazar entre sueños los tigres vuestro valor, mas no en las de una mujer qué nunca se levantó de tan torpe y blanda cama, si no es enfermo el honor. Al arma toca Marte, al arma Amor; el uno es apetito, el otro dios. Al arma toca Marte, guerra, guerra, lo que el valor infama, el valor venza."
Tocan cajas y trompetas
DEIDAMIA: Mi bien, espera, aguarda, que sale el ley. AQUILES: ¿No ves que toca al arma? DEIDAMIA: Sosiega que es fingido. AQUILES: Torpe afrenta, lo que el amor infama, el valor venza. DEIDAMIA: ¿No te quieres sosegar? AQUILES: ¡Ay, cielos! ¿En dónde estoy? DEIDAMIA: Conmigo. Tu esposa soy. AQUILES: Déjame, amores, llevar del ímpetu belicoso de la música. DEIDAMIA: ¡Maldiga el cielo la voz que obliga a perturbar mi reposo! Asegura mis temores que viene el rey, ¡ay de mi! AQUILES: (¿Cuándo saldremos de aquí, Aparte traje vil, torpes temores?)
Salen LICOMEDES y LISANDRO
LICOMEDES: Notable voz. LISANDRO: Peregrina. LICOMEDES: Hija, de industria he querido que hayas la música oído sin verla. Hermosa sobrina, una esclava os he feriado, cuya süave destreza suspenda vuestra belleza. AQUILES: Las dos la hemos escuchado. y es digna de tal señor.
Sale DIOMEDES
DIOMEDES: Ya están las joyas aquí,
Sale ULISES
que mandas traer. ULISES: (Salí Aparte con astucias vencedor de engaños y de disfraces. La turbación de la cara de aquella mujer declara que, entre afeminadas paces, encubre lo que pretendo. El pecho le alborotó el bélico son que oyó; toda el alma le estoy viendo.) Gran señor, con tu licencia intenta ser liberal esta tarde mi caudal, pues estando en la presencia de estas bellezas, no es justo dejar de reconocer con tributos su poder. Elija paños el gusto de la princesa y sus damas, que esta tienda a saco doy.
Descorre una cortina y descúbrese una tienda de joyería con mucha riqueza, y a un lado un espejo grande, una rodela de acero y una lanza
LICOMEDES: Agradecido os estoy; plumas dais a muchas famas. Feriad joyas, hija mía; sobrina, joyas tomad, que el valor y cantidad pagaré yo. ULISES: No sería dar, señor, las ferias yo, sino avariento vendellas. Vuestras son el dueño y ellas; dadas, sí; vendidas, no. DEIDAMIA: Alto, pues, yo quiero hacer principio. Esta banda tomo, este anillo y este pomo. Prima, ¿dónde vas? AQUILES: A ver, para verme en este espejo.
Mirase en el espejo, y afréntase de verse mujer
DEIDAMIA: No te enamores de ti. AQUILES: (¡Ay, cielos, mi imagen vi Aparte afrentada a su reflejo! ¡Qué bien mi infamia declara! Aquiles torpe, ¿qué hará todo el mundo cuando os da un cristal con él la cara? ¡Oh, quién pudiera arrancaros, rizos infames, sin ser conocido! No oso ver en desengaños tan claros mi vileza; una rodela es aquélla y una lanza.) ULISES: (Salió cierta mi esperanza, Aparte venció mi sutil cautela.) Éste es Aquiles, Diomedes, de haberse visto en tal traje se afrenta. AQUILES: ¿Con tal ultraje, blando amor, vencerme puedes?
Embraza la rodela y vibra la lanza
Ésta sí que es digna joya del valor de que estoy falto. ¡Toca al asalto, al asalto!
Tocan a guerra dentro cajas y clarines. AQUILES detrás todos
UNOS: ¡Viva Grecia! OTROS: ¡Muera Troya! AQUILES: ¡Muera Troya y Grecia viva! Aquiles soy, ¿qué teméis? La victoria alcanzaréis. ¡Al asalto, arriba, arriba! LICOMEDES: ¿Qué es esto mujer? Detente, perdió el seso. LISANDRO: Muerto soy.
Vase
DEIDAMIA: Perdí todo mi bien hoy. ¿Qué has hecho esposo imprudente?
Huyen todos. Vuelven a salir LICOMEDES y ULISES
LICOMEDES: Mujer loca, vuelve en ti. ULISES: No es mujer, aunque merece del traje que le envilece, que le intitulen así. A Aquiles encubre aquí el disfraz de un torpe amor; mira el daño, gran señor, que a Grecia toda resulta, mientras con tocas oculta su victoria tu favor. LICOMEDES: ¿Qué dices? ULISES: Que el cielo saca de entre tímidas mujeres a Aquiles. LICOMEDES: Y tú, ¿quién eres? ULISES: Ulises soy, rey de Itaca. LICOMEDES: ¿Hay mayor traición? ULISES: Aplaca el justo enojo. LICOMEDES: Matad ese traidor. ULISES: La beldad de la princesa ha podido tener el héroe escondido más fuerte de nuestra edad.
Salen AQUILES vestido de hombre, la espada desnuda y la rodela, tendidos los cabellos; DEIDAMIA y DIOMEDES
AQUILES: ¿Quién ha de matarme a mí? Deidamia es esposa mía, el que estorbarlo porfía salga al campo si está en sí. Ya con el traje rompí prisiones del amor tierno; tu yerno soy, juzga eterno el blasón de tu valor, pues no puede ser mayor que tenerme a mí por yerno. ULISES: Ni más ilustre renombre que el que hoy mi industria ha adquirido pues hoy te ha restituído a tu primero ser de hombre. Ulises soy, no te asombre que a engaños venzan engaños; restaura pasados daños, mancebo ilustre, y no ocultes tus hazañas ni sepultes las primicias de tus años. ¿Será razón que consumas en regalos de Cupido de tu edad lo más florido y ganar fama presumas? Ya corta la infamia plumas con que escriba a tu memoria satírica y torpe historia, y en los brazos de Deidamia eternizando tu infamia ciegue el camino a tu gloria. Grecia te aguarda, mancebo, y en ti funda su esperanza; profética es la venganza que en ti nos promete Febo. Como el águila te pruebo a los rayos de la fama que contra Troya te llama. Afréntete aquí escondido, Héctor de acero vestido y tú de cobarde dama. El troyano robador desde los muros responde que el temor es quien te esconde en vil mujer, no el amor. Pues ¿será bien que el temor blasone que te ha encerrado cobarde y afeminado entre basquiñas y galas, por plazas de armas las salas, por el caballo el estrado, por los penachos las tocas, por los muros los tapices, que delicado matices seda que lascivo tocas? Todo el mundo se hace bocas contra ti. AQUILES: No digas más, que si así en cara me das con infamia ya tan clara, te ha de salir a la cara y no sé si vivirás. Ya con el infame traje los afectos desnudé del torpe amor. Ya olvidé de amor el blando lenguaje. Yo satisfaré mi ultraje de mi valor represado, cual río que violentado estrecha canal encierra: guárdese de mí la tierra, pues las presas han quebrado. Inundará mi furor a Troya, no en agua, en fuego, vengaré el agravio griego; Héctor sabrá mi valor. ¡Afuera liviano Amor; afuera prisión prolija, Belona trofeos me erija, y tú, rey, guarda el decoro a la princesa que adoro como a mi esposa y tu hija!
Vanse
LICOMEDES: Si Aquiles me ha de dar nietos de eterna fama, ya estoy satisfecho. DEIDAMIA: A llorar voy, mudanzas, vuestros efetos. Rompió disfraz y secretos el artificio y engaño: ¡Ay costoso desengaño, nunca el Asia a Troya viera, porque nunca padeciera ella el castigo y yo el daño!
Vanse. Salen NISIRO y PELORO, soldados, y GARBÓN, sin armas, graciosamente vestido
PELORO: En fin, para nuestra guerra, ¿te alistaste por soldado? GARBÓN: En mi vida fui quebrado, ciclán sí; nací en la tierra, que engendra, por ser tan fría de cuando en cuando capones. NISIRO: ¿Qué armas o municiones traes, pues? GARBÓN: ¡Gentil bobería! Armado de aqueste modo salga un gigante al encuentro. PELORO: ¿Pues qué armas llevas? GARBÓN: Van dentro y son contra el mundo todo. Contra enemigo casero, mujer que gruñendo abrasa son armas, en yendo a casa, entrar riñendo primero. Contra celos, si excusarlos no puede ser, por no oírlos, traigo armas de no pedirlos, que es dar licencia de darlos. Contra una suegra emperrada doy cuñada a mi mujer, porque tengan siempre que her la suegra con la cuñada. Contra el amor tengo ausencia; contra desvergüenza, un palo; contra flaqueza, regalo; contra la muerte, paciencia. Contra la pobreza, maña, que la industria siempre medra; a un testimonio, una piedra; a un "vos mentís," una caña; a la ambición, paja y heno; a la pretensión, espuelas; dos trampas a dos cautelas; a la prosperidad, freno; a amigo que pide, digo, "Daros quiero y no emprestar. por no perder al cobrar la deuda con el amigo." Y por ahorrar de contienda, sino el amigo el deudor, sobre prendas doy mejor cuando más vale la prenda. Guardar dineros ajenos es en mí cosa vedada, porque dinero y cebada a más contar se halla menos. Contra injurias tengo olvido, sólo no he podido hallar armas que puedan bastar contra un necio presumido. Aunque huír su menosprecio diz que es remedio gallardo, y así las espaldas guardo para la guerra y el necio. NISIRO: Bien armado está el modorro. GARBÓN: Con esto quito ocasiones; que entre espadas y picones cuando no corro, me corro.
Salen TEBANDRO, SOLDADOS y DEIDAMIA, de hombre
DEIDAMIA: Esto es hecho, ya yo estoy en el griego campo; excusa persuasiones. TEBANDRO: De ellas usa la fe con que te las doy; que no sé si ha de llevar bien tu esposo el verte aquí. DEIDAMIA: ¿Hame llevado tras sí el alma y no se ha de holgar que el cuerpo sus pasos siga? TEBANDRO: Primero que él has llegado. DEIDAMIA: Celos las alas me han dado, vuela Amor, la ausencia instiga. Todo deseo es ligero y toda ausencia pesada. TEBANDRO: Entre tanta gente armada, tanta lanza, tanto acero, ¿cómo has de hallarte? DEIDAMIA: Mejor que entre escuadras de desvelos, entre ejércitos de celos y entre muros de temor. No tendré yo gusto igual si a Aquiles mis ojos ven; que en presencia, el mal es bien, y en ausencia el bien es mal. ¡Bravos muros! TEBANDRO: Son de Troya, a quien el Asia obedece. DEIDAMIA: ¡Brava gente los guarnece! TEBANDRO: La honra es la mejor joya, todos compiten por ella en el campo y la muralla, los unos por restauralla, los otros por defendella. Treguas gozan por diez días los dos campos enemigos. DEIDAMIA: En ellas serán testigos de galas y bizarrías, que saca la ostentación para recibir mi esposo. TEBANDRO: Con su venida orgulloso está el griego. DEIDAMIA: Y con razón. TEBANDRO: Y el troyano, con mayor ánimo, a lo que parece, que en el noble pecho crece a más riesgo más valor. DEIDAMIA: Escucha, que llega ya al campo el esposo mío. TEBANDRO: Majestuoso señorío, miedo y gusto a un tiempo da. DEIDAMIA: Y las troyanas murallas están de hermosuras llenas. TEBANDRO: Si son damas sus almenas suba amor a conquistallas. DEIDAMIA: En fe de las treguas gozan la paz que el derecho encierra. TEBANDRO: ¿Treguas dices? Llama guerra bellezas que almas destrozan. DEIDAMIA: Lleguémonos a esta parte, verémosle entrar mejor. TEBANDRO: Con tal guarnición, Amor, no asaltará Troya a Marte.
Música de chirimías. Salen a los muros POLICENA y CASANDRA, y otras damas muy bizarras
POLICENA: ¡Qué gallarda ostentación, si no fuera de enemigos! CASANDRA: El valor no desmerece por esta causa, si es digno de alabanza. POLICENA: Ni yo quiero disminüirle, aunque envidio a los contrarios la gloria que con él se han prometido. CASANDRA: Si es cierto lo que encarecen oráculos y adivinos, a Troya ha de conquistar. POLICENA: ¡Qué soñados desatinos! A Hércules le comparan elogios ponderativos; mas no es tan fuerte el león como le pintan. CASANDRA: Vestido de mujer, dice la fama, que Ulises le halló, y colijo por la causa los efectos de este ensalzado prodigio. POLICENA: Si amor, absoluto en todo, y no el temor, como he oído, le disfrazó, no me espanto que es invencible, aunque niño.
Salen con cajas y trompetas marchando, ULISES, un PAJE de jineta y otro con una celada en una fuente, y AQUILES armado con sombrero y bastón, todo, muy bizarros y GARBÓN
CASANDRA: Él tiene bizarro talle, si al cuerpo conforma el brío que muestra, dichosa Troya a tenerle por caudillo. POLICENA: No nos hace Aquiles falta mientras Héctor esté vivo; puesto que tras sí me lleva el alma con el sentido. GARBÓN: ¡Oh, Arquillas de mis entrañas, no quepo de regocijo por ambos dos carcañales en somo de mis hocicos! Garbón soy, ¿no me conoces? AQUILES: ¡Oh, Garbón! GARBÓN: Fui vaquerizo; mas dejélo por la guerra; busquéte un mes, y aborrido de no hallarte, di en soldado. AQUILES: Huélgome de haberte visto. GARBÓN: Esquilón llora por ti, con ser viejo, como un niño. AQUILES: Téngole en lugar de padre. GARBÓN: Bravamente te han vestido. ¿Dónde compraste ese sayo, que tan al justo te vino? Ni tien costuras, ni pliegues, pardiez, que está bien tejido; de vidrio pensara que es, si hubiera sastres de vidrio. NICANDRO: Donoso está el ignorante. GARBÓN: Si, cual dicen, has venido a ser nuestro general, también yo tengo mi oficio. AQUILES: Y ¿cuál es? GARBÓN: Cabo de escuadra me ha de ser prometido el capitán que nos trujo por un hecho peregrino que me vio hacer en un pueblo, y merece estar escrito y aun guardarle en los archeros. PALAMEDES: Mentecato, en los archivos. GARBÓN: Eso de chivos es pulla. AQUILES: Es tan donoso y sencillo, que el oirle me entretiene. ULISES: Ya le conozco. GARBÓN: Es mi amigo. AQUILES: Hermosa coronación de muros; si guarnecidos de tales armas están, ¿quién no teme su presidio? ULISES: La princesa Policena, de la hermosura prodigio, es aquélla con sus damas que a verte entrar han salido. Treguas hay; si verla quieres, acércate más. AQUILES: ¡Divino, milagro; belleza rara! Si tal tesoro conquisto ¡qué hazañas más bien premiadas! De nuevo ánimo infundido siento, Ulises, mi valor con la hermosura que miro.
Hácele POLICENA señas con un lienzo
ULISES: Señal te hace con un lienzo para hablarte. DEIDAMIA: Celos míos, ¿qué escucháis? ¿Qué es lo que veis? ¿Ayer ausencia, hoy olvidos? CASANDRA: Escucha, que ya se acerca. AQUILES: Ardid debe de haber sido, puesto, señora, que nuevo el mostrar al enemigo, en fe de que no le temen, los despojos más lucidos; y no sé si es discreción, que yo, después que os he visto, por la dicha del ganarlos pienso atropellar peligros. POLICENA: Si en fe de ser tan galán, príncipe, lo que habéis dicho, es cortesía amorosa, a gozar hemos venido vuestra gallarda presencia; pero si habláis presumido, sabed que son cazadores nuestros troyanos invictos, y que os ponen el reclamo porque con él divertidos, os entendemos coger en las redes de Cupido. AQUILES: Poderoso estratagema; discreto y sutil arbitrio. Diera yo por verme preso en vuestros lazos divinos el alma, que ya no es mía; ya me parecen prolijos los términos de esta tregua, pues dilatar han podido conquista de estima tanta, y a poderla hacer suspiros, fueran de poco provecho máquinas, flechas y tiros. POLICENA: ¡Ay! Si vos fuérades nuestro, diéraos yo... CASANDRA: ¡Qué desvaríos, señora, el respeto ofenden a tu recato y jüicio! POLICENA: ¿Qué he de hacer? No puedo más; aunque la lengua reprimo, es móvil primero el alma de las palabras que digo. DEIDAMIA: ¿Que esto escucho y no me vengo? Celos, ¿a esto hemos venido? TEBANDRO: ¡Señora! DEIDAMIA: Estoy por dar voces. ¡Ay, esposo fementido! ULISES: Despídete, que se acerca nuestro campo, que ha sabido nuestra venida, y el rey sale a él a recibirnos. AQUILES: Despide tú, si es que puedes, la luz del sol; saca el Nilo de su madre; quita al fuego el calor, que es su principio, y será posible entonces despedirme del hechizo que he bebido por los ojos. Partiréme de mí mismo.
Cajas y trompetas, salen SOLDADOS marchando, PATROCLO, y detrás MENELAO, viejo, con bastón
AQUILES: Déme vuestra Majestad los pies. MENELAO: Brazos apercibo para coronar los hombros en que ha de tener alivio el peso de mi venganza. Vos seáis tan bien venido como en Grecia deseado, gloria y sol de nuestro siglo. PATROCLO: Abrazad vuestro Patroclo si os acordáis de él. AQUILES: ¡Oh, amigo! ¿Cómo pueden olvidarse amistades desde niños? Juntos nos hemos crïado; y agora el veros estimo en lo que ganará Troya. PATROCLO: Dándoos los brazos, confirmo de nuevo nuestra amistad.
Sobre los muros, HÉCTOR armado
HÉCTOR: Príncipe, que en vaticinios, profecías y esperanzas, si no mienten adivinos, conquistador os blasonan de nuestra ciudad, dominio del Asia, corte y cabeza del célebre reino frigio; después de daros alegre y cortés el bien venido, pues venciendo os esperamos fama que eternizan libros; para que no dilatéis los triunfos que prevenidos os tiene Grecia, fïada en vuestro valor invicto, con permisión de las treguas, cuerpo a cuerpo, os desafío para mañana. AQUILES: ¿Quién sois, confïado comedido, vos, que me desafiáis? HÉCTOR: Héctor, mayor de los hijos de Príamo, rey troyano. AQUILES: Mostráis, príncipe, cuán digno sois de la fama que os honra, y aceptando el desafío os retorno parabienes que, por ser vuestros, estimo.
Échale un guante HÉCTOR y otro POLICENA, coge éste DEIDAMIA y el otro PATROCLO, y entrambos AQUILES
HÉCTOR: Recibid, pues, ese guante. POLICENA: Y éste también, por ser mío, que si el de mi hermano os reta, ése os favorece. AQUILES: Admito el uno y el otro ufano. PATROCLO: Estando Patroclo vivo, desafïado primero, mi derecho es más antiguo, y así este guante me toca.
Con banda al rostro, DEIDAMIA
DEIDAMIA: Y éste a mí, pues, ofendido, si para vos de favor, de guerra para mí ha sido. AQUILES: Suelta Patroclo, si intentas no ser de hoy más mi enemigo, Suelta tú, si no pretendes dar á mis celos principio. PATROCLO: Yo he de pelear con Héctor primero, Aquiles, que he sido primero desafïado. DEIDAMIA: Yo he de matarme contigo antes que el guante te dé. AQUILES: ¿Quién eres, hombre atrevido? DEIDAMIA: Sabráslo si me buscares. AQUILES: ¿Dónde? DEIDAMIA: ¡Traidor, en ti mismo!
Vase
AQUILES: Tenedle. ¿Qué es esto, cielos? HÉCTOR: Si estás, Patroclo, ofendido, hagamos nuestra batalla luego los dos. PATROCLO: Eso pido. HÉCTOR: Pues espera que ya bajo. ULISES: Dar fin a esta parte quiso nuestro autor; con la segunda mañana os convida Tirso.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002