AMAZONAS EN LAS INDIAS

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de AMAZONAS EN LAS INDIAS fue preparada por Vern Williamsen en 1998 para incluirse en esta colección. AMAZONAS EN LAS INDIAS se publicó por primera vez en la CUARTA PARTE DE LAS COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Madrid, María de Quiñones, 1635), que es la edición que tomamos como base para fijar nuestro texto con el apoyo de varias ediciones modernas. La edición príncipe, cuyo texto está bien conservado, es la fuente última, directa o indirecta, de todas las ediciones posteriores. Nuestro texto regulariza las indicaciones de personajes que hablan y su disposición gráfica, resuelve las abreviaturas y moderniza la puntuación y las grafías siempre que no tengan relevancia fonética. Cualquier añadido o enmienda al texto de la príncipe va entre corchetes.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Tocan a guerra y salen peleando MENALIPE, MARTESIA y otras Amazonas; la primera con hacha de armas, la otra con un bastón y todas con arcos y aljabas de flechas a las espaldas, y contra ellas españoles bizarros, entre los cuales salen Francisco CARAVAJAL y GONZALO Pizarro; llena éste la rodela de flechas, y retirando a MENALIPE, sin sacar la espada, van peleando entrando y saliendo, hasta que quedan solos don GONZALO y MENALIPE
MENALIPE: Matadme estas arpías que con presencia humana, el privilegio a nuestra patria quiebran; no pierdan nuestros días la integridad antigua, aunque inhumana, que ilustran tantos siglos y celebran. No estas arenas pisen plantas lascivas de hombres, que, obscureciendo nuestros castos nombres, cobardes por el mundo nos avisen que no sabemos abatir coronas. ¡A ellos, invencibles amazonas! MARTESIA: ¿Qué importa el animarnos? ¿El dar voces, qué importa, si en ellos ni el hacha de armas corta, ni las flechas victoria pueden darnos? Pues con poblar esas regiones sumas --temblando el sol de verlas-- el ánimo perdernos con perderlas y adornando sus galas, en vez de darles muerte les dan alas. GONZALO: ¡Oh, región belicosa! ¡Oh, sol, que en el ocaso donde mueres, por guarda de tu pira luminosa influyes tal valor en las mujeres! ¿Qué prodigio, qué encanto en pechos femeniles puede tanto? Las fábulas que en Grecia Alejandro--por ser de Homero--precia, a Palas eternizan, a Tomiris pirámides levantan y a la madre de Nino solemnizan, mienten--por más que sus historias cantan-- si con éstas se atreven a competir--por mas valor que prueben--. ¡Que en los límites últimos del orbe, armada la hermosura nuestro valor estorbe, y en trance de tan bélica fortuna nos ponga una república, que, sola sin admitir varones, forma del sexo frágil escuadrones y se atreve a sacar sangre española! Aquí naturaleza el orden ha alterado, que por el orbe todo ha conservado, pues las hazañas junta a la belleza. ¡Vive, pues, mi valor el cielo vive, que, aunque a sus manos muera, no he de sacar la espada que apercibe a la infamia ocasión, si sale fuera y en sangre femenil su temple esmalta; supla el esfuerzo, si el acero falta! MENALIPE: Hombre, ¿por qué no miras mortales amenazas de mis iras? ¿Por qué si te defiendes, la espada ociosa, mi valor ofendes? A furia me provoco, o me tienes en poco o ya desesperado a mis manos morir quieres honrado. GONZALO: Armígera Belona, los que nacieron como yo al respeto que la fama corona obligados, y estiman el conceto en que el valor los pone, adoran las bellezas; y por más que ocasione el peligro su enojo, las noblezas en defender las damas se ejercitan y en fe de esto su amparo solicitan. Amarlas y servirlas es sólo mi blasón, pero no herirlas. MENALIPE: ¿Agora cortesías? ¡Qué mal conoces presunciones mías, si juzgas por favor estos rigores! Aguarda y llenaréte de favores.
Dale un golpe
GONZALO: Bizarro aliento, airosa valentía, feliz región que prodigiosa cría en tan remota parte a Venus tierna, transformada en Marte. La industria, esta vez sola, sin armas ofensivas acredite mi sangre, que, española, refrenando las manos vengativas sabe, sin ofender tales bellezas, vencer peligros y lograr destrezas.
Vanse, retirando don GONZALO de MENALIPE, sin sacar la espada. Salen CARAVAJAL y MARTESIA, peleando
MARTESIA: No tengo de matarte aunque pudiera; que si lo apeteciera, aunque su esfuerzo en ti depositara cuanto vigor, aliento, bizarría, tu heroica sangre cría; aunque Alcides en ti resucitara su espíritu gigante, aquél en cuyos hombros eternizando asombros pedestal de los cielos con Atlante fió su alivio en ellos, hay mas valor en mí, que en todos ellos. CARAVAJAL: ¿En qué anales, archivos o memorias has aprendido historias, si en tan remoto clima --¡oh, bárbara arrogante, toda enigma!-- no hay quien saber presuma los útiles desvelos de la pluma? ¿Cómo hablas el idioma que España, por sus ruinas, ferió a Roma? ¿Quién te enseñó el estilo de la elocuente lengua castellana? Que, puesto que hasta el Nilo haya llegado y a la zona indiana preceptos elegantes, aquí, no, que hasta agora el mundo todo este girón ignora. MARTESIA: Dudas discreto; pero no te espantes que tal divinidad mi pecho encierra que oráculo soy, pasmo de esta tierra. Los hombres y los brutos veneran mis preceptos absolutos; los tigres, los leones, sierpes y basiliscos, habitadores de esos arduos riscos, vendrán--si los convoco--en escuadrones; las islas animadas promontorios de escamas y de espinas, --ballenas digo--de mi voz forzadas cubrirán esas olas cristalinas, y desde ellas poblando estas arenas alistaré caimanes y ballenas. No están de mis conjuros, los astros, los planetas, tan seguros, que, si los doy un grito, no truequen por mis plantas su distrito. Escalas pongo al cielo; sobre los vientos vuelo y a imitación del sol--que al Indio admira- mi agilidad--como él--los orbes gira. ¿Espantaráte agora, si esto te certifica la experiencia, que quien registra cuanto su luz dora tenga noticia de cualquiera ciencia, y hablando en todas lenguas, tus vocablos pronuncie? CARAVAJAL: Calepino sois de diablos; mejor labráis en hablas que en la aguja. Mas ¿cómo no sois vieja siendo bruja? MARTESIA: Francisco, tu valor... CARAVAJAL: ¿También mi nombre? MARTESIA: Caravajal, tu patria te intitula tu valor, pues me hechiza, no te asombre si vieres que mi amor por él te adula. Sé las hazañas grandes que en Navarra, Milán, Sajonia y Flandes sirviendo al quinto Carlos te eternizan; cuando lo hechizo todo éstas me hechizan. Las paces sé de Europa, y por ser tu profesión la guerra el Mar del Norte favorable en popa, nuevos orbes te ofrece, nueva tierra, y los tales del Sur atropellando, fama, más que metales, vas buscando. Quédate aquí, serás mi esposo y dueño; haré por causa tuya, que la ley rigorosa se destruya de esta región, y su infecundo empeño. Gozarán, por mi amor, las amazonas el tálamo, hasta agora aborrecido; sepultará crueldades el olvido. El cuello rendirán las amazonas al apacible imperio, de Amor. que hasta aquí fué su vituperio. Todo esto cesará, si satisfaces los castos deseos míos; eterna paz tendrás, si estimas paces; si guerra anhelan tus bizarros bríos canoas y piraguas te cubrirán las fugitivas aguas de ese jayán monarca de los ríos; conquistaránte en ellas provincias comarcanas, ejércitos armados, de doncellas, tan exentas de amor cuanto inhumanas. La reina y yo, español, somos hermanas. Ella el título goza solamente, yo, el uso y el gobierno. Francisco, la ocasión logra, presente. CARAVAJAL: Señora comisaria del infierno, no acepto matrimonios en que entran a la parte los demonios. Vuesa merced predique esa secta en Marruecos, o en Mastrique y defiéndase agora, trayendo contra mí diablos de esgrima, veremos si con ellos me enamora. MARTESIA: Pues guárdate de dar la vuelta a Lima; que por crüel y a mis suspiros falso perderás la cabeza en un cadalso. CARAVAJAL: Desdorara su fama si no fuera su oficio bruja, fondo en agorera. Haga, para escaparse, algún conjuro; que ni presagios creo, ni me asombran peligros que no veo, ni los diablos alcanzan lo futuro. MARTESIA: ¡Oh, loco presumido! ¿Luego imaginas de la oferta mía que en lugar de afición es cobardía? Aguarda, pues, grosero, inadvertido. CARAVAJAL: Bruja tahur, con brindis de marido
Pelean
probad de estos requiebros si soy tierno que yo os daré despachos al infierno.
Vanse CARAVAJAL y MARTESIA. Salen don GONZALO, defendiéndose con una mano herida, y MENALIPE peleando con él
MENALIPE: Acaba ya de rendirte pues rehusas ofenderme. GONZALO: Ardides han de valerme cansado de resistirte.
La rodela al pecho cierra con MENALIPE y quítala las armas
MENALIPE: ¿Qué haces, hombre? GONZALO: Desarmarte de superfluos instrumentos. ¿De qué sirven los violentos si puedes aprovecharte de esos ojos soberanos, que, apacibles homicidas, abrasando, quitan vidas, victoriosos, quitan manos? Hacha de armas ¿para qué, si en vez de hachas, miro en ellos dos soles de incendios bellos en que, Fénix, me abrasé? Para que triunfes de España las flechas y el arco deja. ¿No es arco en ti cada ceja? ¿No es arpón cada pestaña? Ése de azabache bello monte, que mi asombro alaba, ¿de rayos no es una aljaba? ¿No es flecha cada cabello? ¿Pues qué mas armas pretendes, si en fuego y nieve deshecho, lo que hielas con el pecho con las mejillas enciendes? Enfrena severidades, pues que con armas prohibidas, cuando das al deseo vidas das muerte a las libertades. MENALIPE: Si supieras cuán de acero tengo el alma, que hasta agora mentiras de amor ignora, no engañaras lisonjero. Palabras desaprovechas, saca la macana oculta y con ella me consulta tu amor, que si anda con flechas el que vuestra España os pinta, para engañar simples damas sin que temamos sus llamas, nuestra profesión distinta por Dios adora al desdén. Pues si en contrarios extremos a los hombres nos comemos, ¿cómo los querremos bien? Carne humana es el manjar que alimenta nuestra vida. Pero--¿de sangre teñida la mano?--me haces dudar que estás herido. GONZALO: El amor que en las venas predomina por ésta el alma encamina para admirar tu valor. Y en fe de ser más que humano rindiéndote estos despojos, no contenta con los ojos, te sale a ver por la mano. MENALIPe: Ponte en ella este listón con que restañarlía puedas, que, a falta de vuestras sedas las teje acá el algodón.
Dásele
GONZALO: Mucho de mi tierra sabes. MENALIPE: Menos quisiera saber de ti, para no temer la pérdida de las llaves de un pecho, hasta aquí diamante. ¡Ay, Gonzalo! Meses ha que en él retratada está tu imagen, tan semejante en las llamas que encendí, que no añadió novedad tu vista en mi voluntad cuando amor te trujo aquí. Quise refrenar ardores de mis ciegos desatinos, tan nuevos y peregrinos como lo son los temores; por eso salí a ofenderte, si bien, cuando peleaba cada golpe que te daba era para mí de muerte. Defendístete sin armas; mas ¿para qué las querías si hechiceras cortesías tienes, con que me desarmas? Muda el nombre a mi rigor; llámale amantes extremos, pues que los dos padecemos tú la herida y yo el dolor; y escucha, porque te asombre la noticia que tu fama por estos orbes derrama. Sabrás como sé tu nombre, tu patria, tu nacimiento, tus aventuras extrañas, el triunfo de tus hazañas, y valor; estáme atento. Más ha de trescientos siglos que de las Scitias remotas, la Asiática y la Europea, salieron de la Europa a apoderarse de la Asia las naciones belicosas de cuyos troncos y líneas, si no ramas, somos hojas. Despoblaron por la guerra los varones, las montuosas provincias que baña el Tanais y el Termodonte corona. Sin hombres, pues, nuestra patria, quedaron en su custodia las mujeres, bien seguras de que ajenas plantas pongan en sus límites sus sellos, porque a la fama le consta que sólo distinguió el sexo sus hombres de sus matronas. Aquéllos, pues, divididos por el Asia en varias copias, sujetaron desde Armenia hasta la India y sus aromas cuantas naciones osaron resistirse a las heroicas violencias de su milicia, tiranizando coronas y despoblando ciudades, siendo contra sus victorias lo que a las llamas la cera, las Menfis y Babilonias. Señores ya del oriente pacíficos en su zona, y felices sus conquistas, quisieron que sus esposas presentes participasen delicias que no se gozan mientras, distintas las almas, la unidad no las conforma. Envïaron a traerlas un ejército--en la flota al Archipiélago hurtaron que llena de presas y joyas, y el mar con ellos humilde, que tal vez hacen lisonjas a la dicha y la fortuna como a los hombres las olas-- tomaron tierra en su patria, poblándose nuestras costas de arrogancias y laureles al son de cajas y trompas. Pero, como acostumbradas las mujeres, por sí solas al imperio de su gusto, exentas de las argollas que anudó naturaleza al cuello frágil que doman opresiones varoniles, --pues si alegran, aprisionan-- por no asegundar coyundas rebeldes las armas toman, soberbias al campo salen, valientes el parche tocan, horribles los arcos flechan, resueltas dardos arrojan, ingratas su sangre asaltan bárbaras sus dueños postran, crüeles escuadras turban, diestras desbaratan tropas, hambrientas cuerpos derriban, severas miembros destrozan; y en breve tiempo, verdugos de su carne y gente propia, viudas por sus manos mesmas, triunfando a su casa tornan. Erigen, después, un templo a la crueldad, y por diosa libando la sangre humana con sacrificios la adoran, estableciendo preceptos, --que hasta hoy ninguna deroga-- de no admitir en sus tierras hombre que sus leyes rompa y su libertad oprima. Sólo en los meses que adorna de flor Amaltea los campos y el sol al Géminis dora, de la nación más cercana tantos varones convocan cuantos basten a suplir las que la muerte nos roba, sucediéndolas fecundos individuos, que antepongan al gusto la libertad, siempre en los nobles preciosa. Los que mujeres no nacen desde el pecho a las congojas, desde la cuna a las aras, desde la luz a las sombras, siendo su madre el ministro, filos al acero embota, y al simulacro dedica blanca sangre en leche roja. Pero, la que sale a luz hembra feliz, alboroza con regocijos el pueblo, conduciéndola la pompa festiva, al templo y sus aras, donde la queman, o cortan el pecho izquierdo, que al arco el noble ejercicio estorba. Creció a número infinito la república matrona; que la templanza en la Venus mas fértiles frutos logra. Y conquistando provincias comarcanas, las remotas, siempre invencibles debelan, hasta que el solio colocan de su imperio formidable en la ciudad, que ambiciosa, al orbe leyes impuso y el cielo escalar blasona. Si antigüedades leíste --¡oh gran Pizarro!--no ignoras que ocuparon sus laureles tantos reinos como historias. Lampridia y Martesia, reinas hicieron temblar a Europa, Orisia y Pantasilea aseguraron a Troya, que no llorara cenizas viviendo ella, si patrona de Aquiles, que la dió muerte, no fuera la ciega diosa. Ésta, que de la hacha de armas y la rodela inventora fué, vinculó en Menalipe hazañas que a Grecia asombran; pues abrasando el milagro que Epheso a Cintia invoca en oprobio de los griegos dió llantos al Asia toda. Monarca del orbe, en fin, triunfaban las amazonas, cuando en Atenas Teseo les obscureció victorias, venciéndolas su fortuna --no sus fuerzas, que envidiosas hasta hoy tiemblan las esferas que en sus luces los pies pongan--. Armáronse a la venganza las que en Scitia belicosas quedaron, y al elemento de sal, una armada arrojan de innumerables preñeces; pero enojándose el Bóreas de que le surquen sus quillas, riscos de cristal abordan por todas partes los leños donde oprimidos zozobran, porque en túmulos de vidrio celebre el valor sus honras. Las reliquias derrotadas sin que aproveche la sonda, sin que el timón obedezca ni el arte velas recoja, siguen incógnitos rumbos, y sin saber su derrota, piélagos un mes naufragan, hasta que al fin los emboca por ese monstruo de ríos, ese hidrópico que agota pecheras inmensidades que pródigo al mar otorga. Cincuenta leguas de anchura le miden entrambas costas, cuando besa los umbrales de las océanas ondas. Venciendo, pues, con la industria las Argonautas heroicas horribles dificultades, guían las brumadas proas trescientas leguas arriba, hasta la ribera hermosa de esta provincia que, oculta, les feria el puerto que toman. Fundan pueblos, labran campos, república y reino forman y prosiguiendo sus leyes, ínclitas progenitoras fueron nuestras, conquistando sus descendientes famosas, cuantas naciones vecinas sus montes y valles moran. Ésta es mi antigua ascendencia; en mis sienes su corona veneraciones conserva. Quien a Menalipe nombra, que es mi fatal apellido, la rodilla al suelo postra, y como a casi deidad pone en la arena su boca. Martesia, sacerdotisa y mi hermana, prodigiosa en las armas y en las ciencias, la diadema de éstas goza, tan sabia, que si conjura esas aguas, esas rocas, esos frutos, esas plantas los fuerza a que la respondan y avisen de cuanto pasa, desde la adusta Etïopia, hasta la helada Noruega, que el sol seis meses ignora. Ésta, pues, diversas veces, de la nación española ponderándome noticias y refiriéndome historias, me avisó de tus hazañas, tu prosapia generosa; el valor de tus hermanos, las conquistas que los nombran, si en guerras de Italia Aquiles, Alejandros de la zona, que, dándoles otro mundo, su globo por medio corta. Sé del marqués don Francisco las hazañas peligrosas, la constancia en los trabajos el celo a la ley que adora, la lealtad para sus reyes y que a sus plantas les postra mil leguas, todas de plata y un océano de aljófar. Sé que en España la envidia bárbaramente aprisiona al ínclito don Fernando --¡que así se premian victorias!-- después de haber defendido seis meses de inmensas copias la imperial ciudad del Cuzco, a pesar de la ponzoña de la hidra desleal cuyas cabezas destronca. Sé, en fin, que buscando fama vienes, español, agora, en nuestro descubrimiento y de las plantas preciosas que la canela tributan, y por estas tierras toscas, a las que el Maluco esquilma imitan en flor y en hojas. Aquellos doce desvelos que las fábulas pregonan de Alcides, son, con los tuyos, lo que en el sol es la sombra; celebraránlos las plumas, serán al mundo notorias y a eternas posteridades darán materias gloriosas, si en esta región te quedas, si el paso atrás no revocas, como a mi amor satisfagas, como a mi fe correspondas; pues si al Perú das la vuelta riesgos mortales convocan la deslealtad y la envidia que a tus virtudes se opongan. Llevóte el falso pariente el bajel, tesoro y ropa, ¿sin él como vencerás, cuando por los montes rompas imposibles formidables, ya en la tierra, ya en las olas, de ese casi mar inmenso? Admíteme por tu esposa; derogaránse mis leyes, juzgaránse venturosas a tus pies, estas provincias; diamantes que al sol se opongan te rendirán esos cerros; perlas, almas de sus conchas, a montes la plata pura; el oro a cargas que brotan esos ríos, esas fuentes; esmeraldas, pluma, aromas, y un alma nunca rendida que dueño te reconozca. GONZALO: A la obligación que labras en mi agradecido pecho, para quedar satisfecho no he de pagarte en palabras. Querrá el cielo que algún día me desempeñen las obras; y, entretanto que no cobras, serás acreedora mía. De los quinientos soldados que leales me siguieron, más de doscientos murieron en guerras y en despoblados. De cuatro mil indios dejo cadáveres la mitad; llámame la mucha edad del marqués, que solo y viejo, entre envidiosos y extraños, necesita mi presencia, porque mal, sin mi asistencia, podrá reprimir engaños. De codicias y ambiciones, mi hermano en España preso, si sucede algún exceso, culparán mis dilaciones. El capitan Orellana con mi bergantín se alzó y desnudos nos dejó. ¡Deslealtad torpe y villana! No llevará bien mi gente, si tus finezas admito, el no dar la vuelta a Quito. Seis meses he estado ausente; dejaron sus prendas caras hijos y esposas en ella, juzga tú, amazona bella, cuando de mi te apartaras y mi amada esposa fueras para no volverme a ver, ¿qué extremos habías de hacer, qué pesares padecieras? Para casarme contigo eres de contraria ley; vengo en nombre de mi rey, leal sus órdenes sigo. Esta bélica región por dueño suyo te adora; si te doy la mano agora tendrá la envidia ocasión de afirmar que me levanto, contra mi rey, con la tierra. La lealtad que en mí se encierra es de suerte, obliga a tanto, que a tu afición contradice; porque la honra y su interés no estriba tanto en lo que es como en lo que el vulgo dice. Yo voy tan enamorado de ti, y tan reconocido que jamás podrá el olvido borrarte de mi cuidado. Volveré, mi Menalipe, a tus ojos brevemente con armada y con más gente; tendrán Carlos y Felipe noticia de tu valor. Licencia les pediré para que el alma te dé con la mano; y el Amor, uniéndonos en sus lazos, hará mi dicha inmortal. Admite agora, en señal de mi palabra, estos brazos. Adiós, que es fuerza el volverme. MENALIPE: Gonzalo, mira lo que haces; goza aquí seguras paces, que has de perderte y perderme. Ya el marqués, tu hermano--¡Ay cielo!-- no te quiero referir tragedias que has de sentir más que la muerte. El recelo de tus pesares refrena con el silencio mis labios; que hace a quien te adora agravios quien le antecede la pena; dígatelos la Fortuna sin que yo los anticipe. GONZALO: Bellísima Menalipe, no siento agora más de una, que es el partirme y dejarte. MENALIPE: Pues, si mi vida deseas, escucha avisos; no creas los que lleguen a adularte; por que hallarás infinitos que tus dádivas disfrutan y en el peligro te imputan sus traiciones a delitos. No todo lo que es brillante riqueza al avaro ofrece; oro la alquimia parece, vidrio hay que imita al diamante. La luz que una antorcha feria al sol competir procura, mas sólo su llama dura lo que dura su materia. Escarmientos te propone el sol, a quien salvas hace el ruiseñor, cuando nace, y huye de él cuando se pone. Tal vez dora la experiencia un bronce, una piedra, un leño, que engaña al que no es su dueño; oro sólo en la apariencia. Huye amigos afectados, cuando lisonjas te ofrezcan; que, aunque fieles te parezcan, en vez de oro son dorados; y mira que has de volver a mis ojos brevemente. GONZALO: ¡Discreta, hermosa, valiente, y todo en una mujer! Cuando sólo interesara esos divinos consejos, de las escuelas espejos, reinos por ellos dejara. Adiós, prodigioso extremo del orbe. MENALIPE: ¡Adiós, mi Español! ¡Ah cielos! ¡Ah, eterno sol desmiente males que temo!
Vanse MENALIPE y don GONZALO. Salen don DIEGO de Almagro y don GARCÍA de Alvarado
DIEGO: Quien el consejo y parecer que sigo contradijere, o envidioso o loco, busca mi mal con máscara de amigo, o el bien que se me ofrece tiene en poco. La Fortuna me llama, yo la sigo; derecho al Perú tengo; si provoco a España y a su rey, España intente quitarme la corona de la frente. Vengué a mi padre, con la justa muerte del ingrato marqués, que no hizo estima del noble estado, la dichosa suerte a que por él su nombre se sublima. Si en el Cuzco imperial su hermano vierte sangre que me dió el ser, yo vierto en Lima la que apoyó su bárbaro consejo. Fénix renazco de otro fénix viejo. Cuatro Pizarros pudo Extremadura hacer que en el Perú se atravesasen al paso del valor y la ventura de mi padre y al Cuzco le estorbasen. Consigo se llevó la sepultura la Pizarra mayor, porque apoyasen pronósticos del nombre sus sucesos; losas Pizarras son, sepulten huesos. Ya estamos libres de ésta. Juan Pizarro, el menor de los cuatro, en primavera cedió a la muerte el ánimo bizarro, que, a ser más cuerdo, dilatar pudiera. No siempre a las coyundas ata el carro de Marte la osadía, ni muriera si al combatir la máquina enriscada cubriera su cabeza la celada. España al homicida, oprime preso, de mi padre, en la Mota de Medina; litigará el rigor contra su exceso si el oro tribunales no arrüina; mientras Gonzalo, con fatal progreso, las márgenes remotas examina del Marañón, que al mar gigante vuela y por sus riscos busca la canela. Si de cuatro me mata la Fortuna los dos hermanos, y los dos me ausenta, ¿quién queda en el Perú, que a la oportuna ocasión que me llama pida cuenta? Destinóme el valor desde la cuna al solio occidental; si en él me asienta el cielo por monarca de los Andes, grandes hazañas piden, riesgos grandes. ¡Vive el cielo, que el que...! GARCÍA: Creo que soy a quien amenazas; mal mis consejos abrazas, peor pagas mi deseo. Nunca yo tuve por bien la torpe conjuración que contra el mayor varón que todos los hombres ven hiciste, pues si su hermano, tan experto en la milicia, le mató, fué por justicia, no a traición, no por su mano. Preso en España defiende su causa contra fiscales por la envidia criminales; el César Carlos pretende satisfacer agraviados, mas no oprimir inocentes; Consejos y Presidentes miran desapasionados culpas, que atentos castigan; servicios, que cuerdos premian; las armas, puesto que apremian, pocas veces sé que sigan sin ímpetu la templanza; pues cobra satisfacción, la vara con la razón, la espada con la venganza. Ya que ésta al Marqués mató, y el más poderoso quedas con los tesoros que heredas de cuantos España vió, templa, don Diego de Almagro, incendios que solicitas; mira que te precipitas. DIEGO. Tuviera yo por milagro que no fueras extremeño, como en la patria, en querer el crédito defender de un... GARCÍA: Paso, que mi dueño, gobernador y caudillo de estos reinos, es Marqués. DIEGO: Di que lo fué, no que lo es. GARCÍA: Pregúntaselo a Trujillo, y en ella a los nobles todos; pues los que valor profesan generalmente confiesan que desciende de los godos. Italia, Francia, Navarra, de su padre el Capitán don Gonzalo te dirán lo que es la sangre Pizarra. Don Fernando y don Francisco, primero que estos países conquistasen, Flor de Lises postraron; si el basilisco de la envidia, en su desdoro, veneno a verter empieza, advierte, que no nobleza buscaron aquí, sino oro; y que la que te dejó tu padre, el adelantado, en el Perú la ha medrado. DIEGO: ¿Luego no en España? GARCÍA: No; que España ignora quién es; pues a la puerta le echaron los padres que le engendraron, de la iglesia, y fué después hijo de la compasión de un sacerdote, llamado Hernando Luque, y crïado de limosna en Malagón. Ya yo sé que estas verdades la vida me han de costar; pero yo he de conservar, como noble, las lealtades que me han dejado en herencia mis padres, y he de imitarlos. No reina aquí sino Carlos; quien se atreve a su obediencia mancha su fidelidad. García soy de Alvarado que sabré en el campo, armado, defender esta verdad.
Vase don GARCÍA
DIEGO: ¡Matalde! ¡Cerrad las puertas! ¡Vive Dios, que he de agotar estos Pizarros, y dar a pasiones descubiertas castigo que al mundo espante! Con la hacienda que gastó mi padre ¿no se ganó todo el Perú? ¿Qué ignorante, esta verdad no confiesa? Pues, ¿por qué el emperador ha de ser usurpador de lo que sólo interesa quien su hacienda y sangre gasta? En vez de mi padre quedo, su acción y derecho heredo; éste me sobra y me basta para el imperio que busco y el valor ha de adquirir. Pues, pensamientos, morir o coronarme en el Cuzco.
Tocan de rebato
Pero ¿qué rebato es éste?
Sale Juan VALSA desnuda la espada
VALSA: ¡Ea, valiente mancebo! Al arma, que se avecina hoy o tu muerte o tu imperio. El presidente y su campo, que consta de setecientos y más hombres, entre infantes, jinetes y arcabuceros, pasa de Jauja a Guamanga, y haciendo alto en el ameno valle, que llaman de Chupas, viene animoso y resuelto a presentar la batalla. Los mejores caballeros del Perú siguen su campo; difícil sera romperlos. Garcilaso de la Vega, Pedro Anzures y otro Pedro de Vergara, Holguín, Tordoya, Francisco Castro, Barrientos; don Alonso de Alvarado, cuyo valeroso esfuerzo levantó en las Chachapoyas banderas, por Carlo excelso. General Vaca de Castro; Maese de Campo diestro, Francisco Caravajal, que del Marañón volviendo, con don Gonzalo Pizarro, ya que éste por el precepto del presidente en Trujillo se queda, viene a su ruego a gobernar todo el campo, y tengo de él más recelo que de todo lo restante. Pero si destina el cielo que salgamos vencedores, ni el número ni el acero se oponen a la ventura, no obstante que te aconsejo, si desfalleces agora, que te presentes con tiempo a la piedad que te ofrece Vaca de Castro. No demos ocasión a que te infame por traidor la voz del pueblo. DIEGO: Juan Valsa; sólo el vencido
Saca la espada
es el traidor; los excesos del vencedor canonizan lealtades. ¡Al arma! ¡A ellos! VALSA: ¡Oh, siempre merecedor del laurel! DIEGO: Ése pretendo, Juan Valsa. ¡0 César, o nada! ¡0 el cuchillo, o el imperio!
Tocan y vanse todos

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Amazonas en las Indias, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 22 Jun 2002