ACTO SEGUNDO


 
Salen FLORENCIO, en hábito de guarda de monte, y ARIADENO. FLORENCIO trae un arcabuz
FLORENCIO: De aquí puedes volver. No llegues, por vida mía; que a verte en mi compañía, lo echamos todos a perder. La casa del bosque es ésta. ARIADENO: ¿Dónde quieres que te espere por si bien no sucediere la traza que traes dispuesta? FLORENCIO: Da la vuelta a la ciudad y espérame en la posada; que si no negocio nada soy allá con brevedad. Y si me quedo, podrás volver por acá mañana. ARIADENO: Mira que no es traza sana quedar solo. FLORENCIO: Mucho más a riesgo ninguno quedo. ARIADENO: Quizá te conocerán pues todos visto te han seis días ha. FLORENCIO: No tengo miedo. ¿No ves que estuve encubierto el rostro cuando aquí estuve, y otra cara y color tuve y ya me tienen por muerto? ARIADENO: ¿Tan convalecido estás agora, a tu parecer, pues te levantaste ayer para este yerro en que das? Tras las recientes sangrías y tras medicinas tantas, sospecho que te levantas tan necio como venías. FLORENCIO: Pues, ¿tan poco es el disfraz que traigo que no podría en la misma casa mía encubrirme? ARIADENO: Tu gusto haz. No te aconsejaré ya; que me es mal agradecido. FLORENCIO: Cuando el consejo es perdido, no es prudente quien le da. Perdona si respondí mal a tu buena intención; que es igual mi obstinación al buen celo que hay en ti. ARIADENO: ¿Agoa cumples conmigo? Despacio, señor, estás. FLORENCIO: Pues, amigo, advertirás todo aquesto que te digo. Si esta noche no me hallo en la posada, mañana podrás, algo de mañana pasar por aquí a caballo; que yo andaré ansí el camino esperando con cuidado, y del intento trazado sabrás allí lo que ha habido. Con diligencia me busca. No hagas que mucho aguarde, y vete, que se hace tarde. ARIADENO: Temprano andaré en tu busca si esta noche, como dices, no te veo en la posada o, si de la traza dada, antes de eso no desdices; que, según mudas acuerdos, todo se puede temer. FLORENCIO: Al tiempo que es menester no todos saben ser cuerdos. Como ningún medio ayude ni sale a mi intento bueno, no te espantes, Ariadeno, de que a menudo los mude. ARIADENO: Mas, ¿qué tienes de mudar, puesto de disfraz, de suerte que no pueda concocerte cuando te venga a buscar? FLORENCIO: ¿Conoceráme Nisea? ARIADENO: Dúdolo, según estás. FLORENCIO: Según ella está, dirás. ARIADENO: ¿Qué dirá cuando te vea que por muerto te ha llorado? FLORENCIO: Que pocas lágrimas son. ARIADENO: No tienes, señor, razón. Mucho dolor la has costado. Pero súpolo fingir el crïado de manera que ser yo el muerto creyera, a querérmelo decir. FLORENCIO: Ha sido ventura extraña que, cual si lo previnieses ese crïado tuvieses conocido desde España. ARIADENO: Pues advierte que es el todo en la casa de Leucato. FLORENCIO: Como continúes su trato, nos dará cuenta de todo. ¿En efecto concertase con él este intento mío? ARIADENO: Sí, si tanto desvarío hay quien concertarlo baste. FLORENCIO: Y, ¿dice si posa allí el príncipe todavía? ARIADENO: No estuvo allá más de un día. Volvióse, mas viene ya. FLORENCIO: ¿Sabes en qué errado habemos? ARIADENO: De yerros no hay que te espantes. FLORENCIO: El no ver yo a Nisea antes. ARIADENO: ¡Que en estas locuras demos! Que pues me envió a llamar siquiera por cortesía, ya que no por más, debía irla luego a visitar. FLORENCIO: No es lo primero que yerro. Gente viene o va, volverte. ARIADENO: Si es forzoso obedecerte no se puede llamar yerro. FLORENCIO: El nombre de este crïado que busco, que no le acierto, vuelve a decirme. ARIADENO: Roberto, nunca a su libro pasado; pero vesle aquí. FLORENCIO: ¿Que éste es?
Sale ROBERTO
ARIADENO: Roberto, dicha he tenido en hallarte. ROBERTO: Bien venido. ARIADENO: Muy enhorabuena estés. ROBERTO: Al monte iba a caza agora con intento de tomar con qué te fuese a buscar. ARIADENO: Luego, ¿llego a buena hora? ROBERTO: Ahorrarásme este camino. ¿Es éste la guarda? ARIADENO: Sí. FLORENCIO: A servirte vengo aquí. ROBERTO: ¿Cuánto ha que de España vino? ARIADENO: Poco. ¿Cuánto ha que veniste? FLORENCIO: Que llegué aquí habrá tres días. ROBERTO: ¿A qué o adónde venías o, por qué de allá partiste? FLORENCIO: Partí en una compañía para Flandes. Enfermé. Dejáronme aquí y quedé rendido a la muerte mía. ROBERTO: ¿De soldado, agora das a guardar un monte, y tanta flaqueza? FLORENCIO: No se levanta el ánimo para más. Antes de entrar en la guerra he conocido lo que es. ARIADENO: Si bien lo supieses, pues. ROBERTO: Y, ¿no vuelves a tu tierra? FLORENCIO: No, porque no dejo allá hacienda ni buen partido. Adonde no es conocido el pobre mejor está. ROBERTO: Paréceme hombre de bien. ARIADENO: Que lo es fí de mí. Quizá por serlo está ansí. ROBERTO: Y, ¿cuántos de estos se ven? ¿Quieres que concertemos lo que te tengo de dar? FLORENCIO: Poco hay que concertar ni en qué nos desconcertemos. Yo no tengo de añadir a la ración que me deis; luego de darme tenéis lo con que pueda vivir. Como pueda pasar yo ventaja no la querré; que en este oficio ya sé que ninguno enriqueció. ROBERTO: Póneste tan en lo justo que en eso no hay más que hacer. Amigos hemos de ser. FLORENCIO: Deseo servir a gusto.
[ARIADENO habla] aparte a FLORENCIO
ARIADENO: (¡Cuerpo de quién me parió! Hablémonos comedido; que lo hablas tan polido que casi te conoció. O si no, la boca enjuaga para que hables más modesto. Tú no vales para esto, tus orejas llenas de agua. Habla más alto, y más gordo y jura de en cuando en cuando antes de andar enseñando las palabras como a sordo.) Dígole lo que ha de hacer para acertar a servir. ROBERTO: Bien se lo sabrás decir. FLORENCIO: Y yo sabré obedecer. ARIADENO: Cuanto te predico ansí en la cabeza te queda. FLORENCIO: Hará el pobre lo que pueda; venía clavado aquí. ARIADENO: Por fuerza has de responder razón concupulativa. Ansí yo en España viva como has de echarla a perder. ROBERTO: Agora que estás acá, querrás hablar a Nisea que mucho verte desea. ARIADENO: ¿Cómo, si en la cama está? ROBERTO: Hoy se ha levantado un poco de su padre importunada. ARIADENO: ¿Qué ha sido su mal? ROBERTO: No nada. Trae al pobre padre loco. No es más de melancolía. ARIADENO: Y, ¿ese llamas poco mal? En mil gentes es mortal, y aun yo jurarlo podría; que después que el mal logrado de mi señor me faltó, ando tal que no se vio hombre tan desconsolado. Poco a poco voy tras él según me tiene el dolor; que esto debe a tal señor un crïado antiguo y fiel. Que sobre sobre aquésta que ciño me quise arrojar, confieso. ROBERTO: ¿Un hombre como tú hace eso? ARIADENO: El dolor me ha vuelto niño; con esto sólo descanso. ROBERTO: ¿Adónde está tu cordura? ARIADENO: ¡Qué gala, qué compostura, qué dadivoso, qué manso! ¡Ay, que perdí mucho, amigo! ROBERTO: Para eso es el corazón. FLORENCIO: (¡Qué bien finge el bellacón!) Aparte ROBERTO: ¿Hacíalo bien contigo? ARIADENO: ¡Cómo si lo hacía bien! Seis años fui su crïado, y en aquestos he medrado cual él tenga el siglo, amén. Esto va entre burlas veras; no tuvo cosa partida comigo en toda su vida; que se las guardaba enteras.
Hacia FLORENCIO
No había para mí de haber llave en arca, en carta nema; mas si daba en una tema el juicio hacía perder. Éstas me traen de esta suerte llorando agora con vos; no se lo perdone Dios. ROBERTO: Más vale que sí, ya muerte. FLORENCIO: (Temo no me haga reír Aparte según anda bueno el loco, y a él costárale poco.) ARIADENO: ¿No lo podrías decir? FLORENCIO: No traigas a la memoria cosas de tanto pesar, pues no se han de remediar. ARIADENO: Téngale Dios en su gloria. ROBERTO: ¿Qué día murió? ARIADENO: El quinto. ROBERTO: ¿Tenía herida? ARIADENO: Mil tenía. ROBERTO: ¿Volvía sangre? ARIADENO: Parecía un cuero de vino tinto. ROBERTO: ¿Rompíasele la vena? ARIADENO: ¿Cómo se podía romper? Que la debía tener más recia que una cadena. ROBERTO: Pues eso, ¿cómo se vio? ARIADENO: Pudieran verlo los ciegos; pues por consejos ni ruegos eternamente quebró. ROBERTO: No es ésa de la que hablamos. ARIADENO: Sé poco de esto de venas. FLORENCIO: (Las tuyas, a fe, andan buenas.) Aparte ROBERTO: ¿Quieres que a la torre vamos para que hables a Nisea? ARIADENO: Puedes decirla primero que aquí estoy y que aquí espero. ROBERTO: Muy bien me parece. Sea. ARIADENO: Aunque si habemos de hablarla de aqueste pobre difunto, como me enternezco al punto, temo mucho de cansarla. ROBERTO: Harto está ella lastimada; que dice que en no curarle ella debió de matarle. ARIADENO: No va en eso muy errada. ROBERTO: Procúrala consolar diciendo que venía malo y que ni cura o regalo le pudieron remediar; que esto debe de querer saber de ti, según creo, y según muestra el deseo, algún bien te quiere hacer. Y si acomodarte quieres con el príncipe, sospecho que tenemos lo más hecho. FLORENCIO: Bueno es, mientras no te fueres. Este cómodo procura. ARIADENO: Tendríalo a dicha extraña; que no quiero ver a España sino con buena ventura. ROBERTO: Di a Nisea que lo pida y si mi abono vale algo, harélo con pecho hidalgo. ARIADENO: Prospere el cielo tu vida. ROBERTO: Quiérola entrar a avisar. Vete llegando a la torre. Tú, amigo, un pedazo corre del monte que has de guardar y en casa me buscarás cuando ya se ponga el sol. ¿Cómo es tu nombre? FLORENCIO: Español. ROBERTO: Con solo él guardar podrás.
Vase [ROBERTO]
ARIADENO: ¿Tengo en efecto de hablarla? FLORENCIO: No le podemos ya huir. ARIADENO: ¿Qué la tengo de decir? ¿Podré ya desengañarla? Que disparate sería decir ya que estás difunto si ha de verte luego al punto, y pesada grosería. Pues en fin, ¿qué le diré? ¿Diré que eres vivo? FLORENCIO: Sí. Díselo. ARIADENO: ¿Y que estás aquí? FLORENCIO: Di que aún no me levanté. Informaréme primero de cómo las cosas van. ARIADENO: Mira que quizá saldrán a llamarme. Mirar quiero. FLORENCIO: Aquí detrás de la torre aguardo a que me refieras lo que pasare. ARIADENO: ¿Aquí esperas? FLORENCIO: Junto a este río. ARIADENO: Voy. FLORENCIO: Corre.
Vase ARIADENO
Fáciles aguas de este manso río que por su margen desigual, torcida, lleváis vuestra corriente recogida al valle melancólico y soberbio, olas cobardes, que os detiene el brío, arena, a nuestra costa humedecida, y de la opuesta peña endurecida, blandas mojáis el pie, de algas vestido. ¿Por qué estáis murmurándome si digo que he de elegir sin orden mi discurso al dueño ingrato de mi vida triste? Torcida o no, su condición la digo como seguís vosotras vuestro curso; que fuerza natural mal se resiste.
Salen NISEA y ROBERTO
ROBERTO: Haces bien, por vida mía, en salirte por aquí; que ya templarás ansí algo la melancolía. NISEA: ¿Adónde está ese crïado que me dices? ROBERTO: No le veas si de ver triste deseas; que está tan desesperado que es gran lástima escucharle y te ha de entristecer. NISEA: Si el mal no puede crecer de todo podemos darle, no importa, mirado está. ROBERTO: A la puerta principal debe de guardarme, mal podremos hallarle acá. Como por la falsa puerta que sale al río saliste. No es mucho que no le viste. FLORENCIO: (¿Yerra mi dicha o acierta? Aparte No sé qué sienta de haber encontrado aquí a Nisea; que aunque el gusto lo desea sospechas le hacen temer.) ROBERTO: Llamarále aquesta guarda. Español, llama al amigo. .....................[-igo] FLORENCIO: ¿Dónde está? ROBERTO: A la puerta aguarda. NISEA: Espera. FLORENCIO: ¿Qué es lo que mandas? NISEA: Roberto, ¿quién es aquéste? ROBERTO: Guarda de este monte. NISEA: ¿De éste? ROBERTO: De éste. NISEA: (Fortuna, ¿en qué andas?) Aparte ¿Cuándo le trujiste? ROBERTO: Agora. NISEA: Pues si ha tan poco que vino, no la mandes ir camino en que nos detenga un hora. Ve tú, y que te espero advierto. ROBERTO: Voy. No te quites de aquí, Español.
Vase [ROBERTO]
FLORENCIO: Harélo ansí. (Echada es ya la suerte.) Aparte NISEA: ¿Florencio? FLORENCIO: ¿Señora? NISEA: Espera. Llégate. ¿Eres tú? FLORENCIO: Yo soy. NISEA: ¿Que estás vivo? FLORENCIO: Vivo estoy. NISEA: ¿Das en tu tema primera o burlaste de ella. Llega. ¿Quién se ha trocado? ¿Tú o yo? FLORENCIO: ¿No me ves, señora? NISEA: No; que estoy de llorarte ciega. FLORENCIO: ¿No me conoces, a fe? ¿Tanto el traje te divierte? NISEA: Pudiera no conocerte si fuera menor mi fe. ¿Quién habrá que no se ataje, mirando no prevenida, a un hombre muerto con vida y a un caballero este traje? Crüel, ¿qué quisiste hacer con publicar que eras muerto? FLORENCIO: Poder estar encubierto y poder venirte a ver. NISEA: Aquí, ¿quién te conocía que verme a mí no pudieras sin que muerto te fingieras? ¿Quién andaba ya en tu espía? Y, si es que te conocían, para disimulación, ¿qué importaba esa acción si vivo después te veían? Ya que [fuera] traza buena --que creerte no lo quiero-- ¿no me avisaras primero para excusarme la pena? FLORENCIO: Si confesar tu razón y pesarme de la culpa basta ya para mi disculpa, ya yo merezco perdón. Y por alcanzarla quiero hacer confesión entera y la ocasión verdadera de huir de mi error grosero. Sospechas, señora, dieron a mi locura aparejo y, como de su consejo, los disparates salieron. Ver tu pecho descubierto quise, y tus entrañas claras, sin que de mí te guardaras, creyendo que ya era muerto. Y, pues llego a descubrirlo, sin duda que me arrepiento, básteme para escarmiento la vergünza de decirlo. NISEA: ¿Con alma tan temerosa miras a mi voluntad que buscas de mi verdad experiencia tan costosa? Y, ¿de dónde ocasión das a tus sospechas? FLORENCIO: No sé; mas he dicho que pensé; no me preguntes ya más. NISEA: Fácilmente lo adivino; que te quiero confesar. No en todo es de disculpar aquése tu desatino; que, según lo que pasó aquel día que viniste, ocasión de temor diste a no saber quién soy yo. FLORENCIO: Sé quién eres, mas también de tu casa me vi echar y, alegre en ella quedar, un rey que te quiere bien. No es mucho que yo me ablande y dé lugar al temor; que, si es mucho tu valor, también la conquista es grande. NISEA: Pues, ¿qué pude más hacer para que tú te quedaras? FLORENCIO: Vi tus entrañas bien claras; mas vi también qué temer. NISEA: ¿Quién aseguró, me di, que mudas ya de sentencia y dejas esa experiencia que hacer quieres de mí? ¿Por podérteme esconder, te disfrabas ansí? FLORENCIO: Y para vivir aquí adonde te pueda ver. NISEA: ¿Quién te recibió? FLORENCIO: Roberto. NISEA: ¿Ya sabe quién eres? FLORENCIO: No; que al hombre que aquí cayó ya él le tiene por muerto. NISEA: ¿Qué has de hacer aquí? FLORENCIO: Guardar para el príncipe esta caza, y cuando viniere a caza por lo menos ojear. NISEA: Como en vida tan incierta la tuya no aventuraras, quisiera que aquí miraras los pocos tiros que acierta. Busca otra traza cualquiera para ti menos costosa; que aunque más dificultosa para mí será ligera. FLORENCIO: Ésta para mí es muy buena, pero si no es de tu gusto dejaréla; que no es justo en tu casa darte pena. NISEA: Yendo por este camino, te ruego ya que te quedes. FLORENCIO: ¿Decir mal de traza puedes que tan a cuento nos vino? NISEA: Quédate, y pues lo que pasa lo tienes de ver y oír, no te lo quiero decir. FLORENCIO: En fin, estoy en tu casa. ¿No te espantes de esto? NISEA: Tanto llego cada hora a mirar de que poderme espantar que ya de nada me espanto. FLORENCIO: Tener puede en eso abono mi yerro. NISEA: Yo le recibo. ¿Tú no me traes a ti vivo? Pues, todo te lo perdono. FLORENCIO: Dime cómo guardar. NISEA: ¿Qué? FLORENCIO: Tu voluntad. NISEA: No harás mucho. Venir tu crïado escucho. FLORENCIO: ¿Qué le has de decir? NISEA: No sé.
Salen ROBERTO y ARIADENO
ROBERTO: Aquí está este hombre de bien. NISEA: Tardado ha. ROBERTO: Cogióme el viejo. NISEA: ¿Adónde está? ROBERTO: Allá lo dejo.
Habla ARIADENO con FLORENCIO
ARIADENO: ¿Cómo le ha tomado? FLORENCIO: Bien. NISEA: Ven acá conmigo. Estoy lastimada del suceso de tu amo. ARIADENO: Gracias de eso a tu buen jüicio doy; mas suceso semejante en un caballero noble sólo no lo siente un roble de los que tienes delante. Mira a lo que le han traído sus locuras. ROBERTO: ¿Que loco era? ARIADENO: Pues si jüicio tuviera, ¿no lo mostrara el vestido? ROBERTO: No mal vestido venía. ARIADENO: Después acá le mudó. ¿No se lo estorbaras? NISEA: ¿Yo? ARIADENO: Si le hablaba me comía. ROBERTO: ¿Que tan sin jüicio estaba y pudo antes confesarse? ARIADENO: Ansí pudiera enmendarse como su error confesaba. ROBERTO: ¿Curáronle bien? ARIADENO: No; que otro enfermo principal que diz que tenía su mal el médico le ocupó. Y a haber en la tierra ramo de agradecimiento y ley, debiera faltar al rey primero que no a mi amo. NISEA: No debía de entender que el mal de peligro era. ARIADENO: Quien hasta el peligro espera no le debe de temer. NISEA: Si aquí se hubiera quedado sucediera de otra suerte. ARIADENO: Acogiérale la muerte en hábito de hombre honrado. ROBERTO: ¿En qué hábito murió? ARIADENO: En un grosero del yermo; que, viéndose tan enfermo, por devoción recibió. ROBERTO: Si se murió, ¿qué mucho? ARIADENO: Eso mismo digo yo. FLORENCIO: (No sé dónde aquél halló Aparte las locuras que le escucho.) NISEA: Al fin, que le mataría falta de cura y regalo. ROBERTO: ¿Dice que ya estaba malo cuando camino venía? ARIADENO: Pudiera ser que su mal curado se entretuviera, pero de cualquier manera ya él venía mortal. NISEA: De gran consuelo me ha sido tu venida; que creía que de su muerte tenía culpa no haberle acogido. Para esto quise hablarle y por si, ya que esto es hecho, puedo ser de algún provecho agora en acomodarte. ROBERTO: Con el príncipe desea acomodarse, pues puedes ................ [-edes]. ARIADENO: Mi remedio está en que sea. NISEA: ¿Tu amo allá donde está gustaría de ello? ARIADENO: Sí; en extremo, pues por mí sabrá lo que pasa acá. NISEA: ¿Cómo lo puede saber muerto? Vaya el diablo arredro. ARIADENO: En los bienes que, si medro, podré por su alma hacer. ROBERTO: En eso tienes razón. FLORENCIO: Ese socorro le da. NISEA: En eso a ti, ¿qué te va? FLORENCIO: Que somos de una nación. NISEA: Por dificultoso tengo pedir yo al príncipe nada. ARIADENO: El por qué está declarada. Ya la ocasión con que vengo. En malicias te pareces mucho al de tu tierra bien ....................... FLORENCIO: ¿Míraslo tanto otras veces? NISEA: No he tenido qué mirar; que jamás le pedí nada. Vete agora a la posada y podrás volverme a hablar; que cuanto posible sea por acomodarte haré. Aquello es cielo te de que más tu alma desea. ROBERTO: Éste luego de volver a casa; que me mandó ir luego tu padre. NISEA: No; que me quiero entertener. Por aquí un rato andaré, y vete tú; que conmigo queda el español. ROBERTO: Amigo, cuidado.
Vase [ROBERTO]
FLORENCIO: Tenerle sé. ARIADENO: Quien tiene que guardar, cele.
Vase [ARIADENO]
NISEA: Hacia aqueste valle salgo. Aquese arcabuz, ¿vale algo? FLORENCIO: Razonable es. NISEA: Probaréle. Florencio, ¿que al fin te veo? ¿Que aún te tiene el alma mía? Al principio lo creía, agora ya o lo creo. Llega al pecho su mitad para que me informe de él; que en aquese toque fiel descubriré la verdad. FLORENCIO: Si esas experiencias haces, tarda un siglo en conocerme, o procuraré esconderme en otros diez mil disfraces. NISEA: Ven adonde nos sentemos. Contarásme tu venida. FLORENCIO: Escucharás de una vida mil diferentes extremos.
[Vanse FLORENCIO y NISEA]. Salen ARSINDA y ROBERTO
ARSINDA: ¿Dónde queda Nisea? ROBERTO: Allá en el monte. ARSINDA: ¿Sola? ROBERTO: Con una guarda. ARSINDA: ¿Y tú le dejas? ROBERTO: Y ella quiso quedarse; que parece que ya quiere gustar de divertirse. ARSINDA: ¿Lleváronla arcabuz? ROBERTO: El de la guarda. ARSINDA: Pues esa guarda; ¿no se te había ido? ROBERTO: Otra recibí hoy, en la apariencia hombre de bien. ARSINDA: Y, ¿de hoy venido a casa queda con él Nisea de esa suerte? ROBERTO: ¿Qué quieres? Son humores que la vienen cuando revienta de melancolía y cuando podía ya vender contento, hoy está divertida extrañamente con buen semblante y con buen gusto en todo. ARSINDA: ¿Vióla el crïado del español muerto? ROBERTO: Vióla y hablóla allí cuatro palabras con tal tibieza que entender no pud[e] para qué deseaba tanto hablarle. ARSINDA: Y, ¿hablóle siempre en tu presencia? ROBERTO: Siempre, palabra no perdí que se dijera. ARSINDA: Y, ¿no se enterneció de la desgracia? ROBERTO: No hizo sentimiento. ARSINDA: ¡Extraña cosa! Y, ¿dó está ese crïado? ROBERTO: Acá le traje para acogerle aquí por esta noche, aunque mandó Nisea que se fuese a la ciudad; que a excusa suya viene. ARSINDA: ¿Cómo es posible sequedad tan grande? ROBERTO: Mira que tanto que pedir no quiere; al príncipe reciba aquese pobre hombre mientras haya ocasión para volverse a su tierra. ARSINDA: Y, ¿pidióle él que lo hiciese? ROBERTO: Con muchas veras. ARSINDA: No sé qué me diga.
Salen el PRÍNCIPE y TREBACIO
PRÍNCIPE: ¿Hay, por ventura, alguno en esta casa? Que no encuentro persona en toda ella. ARSINDA: Aquí me hallarás a mi presente. ROBERTO: Está fuera Leucato con los pocos crïados que en aqueste monte tiene. PRÍNCIPE: ¿Adónde está? ROBERTO: Llegóse a un lugar suyo. PRÍNCIPE: ¿Ha mucho que partió? ROBERTO: Habrá media hora. PRÍNCIPE: ¿Cuándo vendrá? ROBERTO: Mañana, que es muy cerca.
[TREBACIO habla aparte con el PRÍNCIPE]
TREBACIO: (No es mala la ocasión.) PRÍNCIPE: (A estar en eso mi dicha; pero más azares tiene.) TREBACIO: (Con todo eso, es cordura no perderla.) PRÍNCIPE: ¿Adónde está Nisea? ARSINDA: Allále dejas en el monte. PRÍNCIPE: ¿Con quién? ROBERTO: Sola quedaba con un hombre que es guarda de esa monte; mas ya vuelvo en su busca. PRÍNCIPE: Y yo contigo; que no es razón dejarla de esa suerte. ROBERTO: Agora acabo de apartarme de ella por señas que de ti hablamos buen rato, suplicándola yo que te pidiese que recibieses un crïado pobre. PRÍNCIPE: Y, ¿encargóse de ello? ROBERTO: No del todo; que dice que no es buen cortesía tratar eso contigo. PRÍNCIPE: ¿Qué hombre es ése? ROBERTO: Un hombre que vino en compañía de un caballero que los días pasadas hallaste aquí volviendo de la caza que cayó de un caballo. PRÍNCIPE: Ya me acuerdo. ROBERTO: Y ha quedado Nisea lastimada de la desgracia. PRÍNCIPE: Y con razón por cierto. ROBERTO: Y desea amparar este crïado, y yo, que le conozco, lo deseo.
[TREBACIO habla aparte con el PRÍNCIPE]
TREBACIO: (Débese hacer merced por el servicio de haber disimulado tu venida cuando fingiste que venía a buscarte y que por él del monte te volviste.) PRÍNCIPE: (Tienes razón; paguémoselo en esto.) Ese hombre, ¿dónde está? ROBERTO: Aquí está afuera. PRÍNCIPE: Llámale. ROBERTO: Al punto viene.
Vase [ROBERTO]
PRÍNCIPE: Pues, Arsinda, ¿cómo me va con esta ingrata mía? ARSINDA: Tan mejor que podrías darme albricias. PRÍNCIPE: ¿En qué manera? ARSINDA: Yo no lo conozco, según en condició se ha mejorado.
Salen ROBERTO y ARIADENO
ROBERTO: Éste es el hombre por quien te suplico. PRÍNCIPE: De su desgracia me ha pesado, amigo. ARIADENO: Si a ti te pesa, su remedio es cierto. PRÍNCIPE: Quedéle aficionado a aquel tu amo, casi sin conocerle, que aun el rostro no pude verle, mas su trato y término parecía de hombre principal. ARIADENO: Sí, era. PRÍNCIPE: Roberto dice que deseas servirme y así por él, porque le quiero mucho, como por ser crïado de quien fuiste, deseo acomodarte. ARIADENO: Largos años y con sucesos vitoriosos vivas. PRÍNCIPE: Y, ¿en qué acertarás a ejercitarte? ARIADENO: Del campo y de la aza he sabido algo. PRÍNCIPE: Pues ése he menester; que gusto de ello. Habla a Trebacio, y daréte el orden que has menester. ARIADENO: Tus pies mil veces beso. ROBERTO: Favor particular de ti recibo. ARSINDA: ¿Piensas volverte allá? PRÍNCIPE: Arsinda, ¿podré quedar mejor acá esta noche? ARSINDA: En casa ya tú ves que sería yerro no estando aquí Leucato; mas espera... Un labrador, crïado suyo, vive junto a esta casa; que es el que granjea esta hacienda. Si quieres humillarte a ser su huésped esta noche, puedes llegarte a las ventanas de la torre; que yo procuraré tener en ellas a Nisea. PRÍNCIPE: No quiero mejor cama. Díselo al labrador. ARSINDA: Tendrálo a dicha. PRÍNCIPE: Roberto, ven, y vamos por Nisea. ROBERTO: No estará lejos. TREBACIO: ¿Quédeste en efecto? ARIADENO: ¿Qué me mandas hacer? TREBACIO: Aquí me espera.
Vanse [el PRÍNCIPE, TREBACIO y ROBERTO]. Sale NISEA
NISEA: ¿Ha venido el príncipe? ARSINDA: Acá estuvo, y en tu busca volvió. NISEA: ¿Fuése mi padre? ARSINDA: Ya se fue. NISEA: ¿Cuándo vuelve: ARSINDA: Mañana. NISEA: ¿Dijo si iba a la ciudad el príncipe? ARSINDA: Salió a buscarte, y no se irá sin verte, a lo que imagino. NISEA: Pues no diga nadie que soy venidal que no quiero que me vea no estando aquí mi padre. ARIADENO: (Dios sabe la verdad, y si es aquesto Aparte cumplir conmigo porque yo lo escucho.) ARSINDA: Mal podrás esconderte de quien ama y mal diremos que no eres venida si viene ya la noche. NISEA: Esto se haga. ¿Aquí estás, Ariadeno? ARIADENO: A tu servicio. ARSINDA: Ya crïado del príncipe. NISEA: Yo me huelgo. Arsinda, avisa que ninguno diga que estoy en casa. ARSINDA: Advertirélo a todos.
Vase [ARSINDA]
NISEA: Y, ¿has de servir al príncipe de veras? ARIADENO: ¿De qué suerte podré yo entretenerme más cerca de Florencia que de aquésta? NISEA: ¿Gusta de ello tu amo? ARIADENO: Él lo propuso. NISEA: A mucho nos ponemos; pero vaya. Seamos todos locos con un loco. ¿Dijiste a Arsinda que Florencio es vivo y dónde está? ARIADENO: No me atreví a decírselo. Muerto es para con ella todavía. NISEA: No se lo digas hasta que lo vea; veamos lo que hará. ARIADENO: Callarélo. NISEA: Ve en busca de Florencio, que está solo, y trato con Roberto lo acomode; que es lástima cuál está. ¡Ah, triste! ARIADENO: Por la ocasión que lo hace todo es poco.
Vase todos. Sale FLORELA
FLORELA: Encinas de aqueste monte entre cuya compañía en paz segura ha pasado sus pocos años mi vida; fresnos, tan amigos míos ya por la costumbre antigua, que no me pierde en vosotros la multitud infinita; yerba, de cuyo regazo la fiesta de tantos días hice cama por mi gusto, que me diste franca y limpia; hoy, que por necesidad humilde vengo a pedirla y ser quiero vuestro huésped toda aquesta noche fría, no me la neguéis, piadoso, ansí os sean siempre amigas las influencias de los cielos y sus estrellas benignas; que aquí me traen perdida peligros de mi casa y mis desdichas. Acoged seguramente una medrosa que fía de vuestra muda esperanza más que de su casa misma. Acogió en ella mi padre, o por fuerza o por codicia, al príncipe de esta tierra --que cuál es tenga la vida--. Quedó en ella, no forzado de tempestades prolijas; que estas hay vez que a los reyes a tal humildad obligan. Detiénenle vanidades y mal miradas porfías, en afrenta del vasallo mejor que tiene en sus villas. Si a un padre, como a Leucato, le solicitan la hija, el mío, que los hospeda, temiéndola, ¿en qué se fía? Que, aunque no soy tan linda, cuanto al peligro todas son las mismas. Anda tan entretenido de esperanzas y mentiras, que llevan tras sí los hombres adonde quien que vivan; que, de su honor olvidado, no me guarda perseguida de los cortesanos libres que al amo que traen imitan. No tengo dónde acogerme porque la posada es chica, y he de temer tanto fuego en una casa pajiza. Al monte me vengo huyendo donde al tronco de una encina arrimaré la cabeza segura, aunque no dormida. Parece que estas retamas con su seno me convidan; que hallaré seguro al menos de traición y de desdichas. Aquí estaré escondida hasta que venga a defenderme el día.
Sale FLORENCIO
FLORENCIO: Mote, solo en mis males compañero, como en rudeza somos una traza en quien guardan los celos, no la caza, sino la fiera a cuyas manos muero; tu hierba fría para cama quiero en que el sereno menos embaraza, pues el suceso de Argos amenaza [el] fin incierto que en mi vida espero. Guardo mujer; su voz que me asegura es el Mercurio engañador que duerme los ojos mil con que la mira y velo. [Es] Jupiter el rey que la procura, pues, ¿contra un Dios, qué puede defenderme? Que dioses con los reyes el en suelo.
Salen a la ventana NISEA y ARSINDA
NISEA: ¿Qué priesa es ésta que tienes de traerme a la ventana? ARSINDA: Pues no de muy mala gana esta noche a ella vienes. Mejorada estás de humor. NISEA: Algo mejor me he sentido. FLORENCIO: Por aquí siento rüido. Yo me muerto de temor. NISEA: Mas por la ocasión no sé que la haya de venir; tú me la puedes decir si la sabes. ARSINDA: No sé a la fe. Pluguiera a Dios que la hubiera y que en este despoblado se hallara al desesperado que aquí nos entretuviera. Que tengo el deseo puesto en procurarte curar de aqueste largo pesar. NISEA: ¿Largo le llamas tan presto? ARSINDA: Pues en cuanto ha de servirte, con que te has de reír aunque estés para morir. NISEA: ¿Yo reírme? ARSINDA: Tú, reírte; que para eso le he traído aquí a la ventana aparte. NISEA: Casi deseo escucharte. FLORENCIO: Hablar al balcón he oído. ARSINDA: Sabe, para que concluya... FLORENCIO: No sé si huya o aguarde. ARSINDA: ...que cuando volvió esta tarde el príncipe en busca tuya, como decirle mandaste que a casa no habías venido, quedóse el pobre perdido de ver que te le negaste. Y culpándote de ingrata, dijo con ansia crüel, "¿Merece este trato aquél que de hacerla reina trata?" Y hablando en aquesto más, me dio muy claro a entender que te quiere por mujer. Mira la dicha en que estás. Bien puede. NISEA: Déjalo, Arsinda; que bien hiciste en decir que era cuento de reír. Tu flema es, a fe, muy linda. ARSINDA: ¿Esa respuesta me das a la nueva que te doy? NISEA: Tan poco avarienta soy que engañarme no podrás. Los reyes, como el poder les hizo en todo señores, nunca buscan por amores la que ha de ser su mujer. Cuando traen intención buena, de otra manera la tratan y a no poder más, rescatan con casamiento la pena. ARSINDA: Un hombre loco de amores, ¿en qué reparó jamás? NISEA: No hables en eso más, ni ansí mis agravios dores. ¿Volvióse a la ciudad luego? ARSINDA: Pues, ¿qué había de hacer, no queriéndole acoger? NISEA: Con esto tendré sosiego; aunque, como no está aquí mi padre, y tan sola quedo, casi estoy por tener miedo. Corre, por amor de mí, y de Roberto me sabe su está la casa cerrada. ARSINDA: Fía que estáa bien guardada. NISEA: Anda, y tráeme a mí la llave. ARSINDA: Si eso sólo te asegura, yo voy. NISEA: Sí, por vida mía.
Vase [ARSINDA]
FLORELA: ¡Oh, si ya llegase el día! FLORENCIO: No me llegar es locura. NISEA: Un hombre en el monte veo. ¡Oh si me echase de ver! Florencio debe de ser. FLORENCIO: ¿Es Nisea la que veo? NISEA: ¿Es el español? FLORENCIO: Pues, ¿quién sino él ha de velar? Ya que se puso a guardar, no guardar o guardar bien. NISEA: ¿Que a guardar vienes agora? FLORENCIO: Y con muchas ocasiones; porque siempre los ladrones suelen andar a deshora. NISEA: Sí, pero por aquí no. FLORENCIO: Como no me han de decir la hora que han de venir, velo y guardo a todas yo. NISEA: Luego vienes, según eso, a guardarme más que a verme. Claro puedes responderme; que sola estoy. FLORENCIO: Yo confieso que no espero dicha tanta como la que en verte tengo; y que sólo a guardar vengo; que mucho un ladrón me espanta. NISEA: ¡Qué poca guerra te hace ese ladrón que recelas! FLORENCIO: Quien trae poder y cautelas, cualquiera seguro deshace, y más si está dentro en casa. NISEA: ¿En casa había de estar? FLORENCIO: ¿No suele en ella posar? NISEA: Ya en eso se pondrá tasa. FLORENCIO: Hoy, como sin padre estás, ¿ser tu huésped no querría? NISEA: No sé su intención. La mía, sé que lo asegura más; que no quise que me viese. FLORENCIO: ¿No cuando volvió? NISEA: No. FLORENCIO: ¡A fe, buena la resistencia fue! NISEA: Siempre en mi gusto estuviese que no me vieran sus ojos en toda la vida más. FLORENCIO: Quisieses, que no podrás, que son fuertes sus antojos; mas, en fin, ¿él se volvió hoy a la ciudad sin verte? NISEA: Aunque su antojo sea tan fuerte, esta vez no se cumplió. FLORENCIO: ¿Que se fue? NISEA: Digo que es ido; seguro puedes dormir. FLORENCIO: Agora quiero decir que a sólo verte he venido. Yo seguro aquí en el monte y tú sin tu padre allá, aquí el sol nos hallará cuando alumbre este horizonte. Contaréte de mi historia mil cosas. NISEA: ¿Que aún tienes más tras las que contando vas? FLORENCIO: No caben en la memoria. Y si hoy a tanto te atreves, te contaré de mi pecho milagro que en él ha hecho la voluntad que me debes; que ya me quiero atrever a hablar contigo de ella y a creer que gustas de ella. FLORELA: No es muy malo de creer. ¿Hay tal cosa? Éste será un señor hombre de cuenta que por ver a esta exenta en aqueste hábito está. FLORENCIO: Con todo esto, seún lucho con un pensamiento loco, no hace mi esperanza poco en creer el bien que escucho. NISEA: Espera, que voces dan adentro; veré lo que es. FLORENCIO: Aquí estoy. NISEA: Mucho no estés; que quizá me detendrán; Que no quiero que esta gente me vea hoy a la ventana. No piense que soy liviana porque está mi padre ausente; que no ven que estoy contigo. FLORENCIO: Pues, ¿con quién puedes estar? NISEA: ¿Fáltale que murmurar nunca al casero enemigo? No andes solo por ahí. Vete luego a recoger, pues todo el año ha de haber puerta franca para ti. FLORENCIO: Ya que te vas, déjame contemplar estas paredes. NISEA: Más en el campo no quedes. Mira que me enojaré. Adiós. FLORENCIO: Guárdete mil años. Iré con tal brevedad. Sospechas, o me dejad o dadme ya desengaños.
[Vase FLORENCIO, quedándose al paño]. Sale ARSINDA
ARSINDA: Pide a Roberto, señora, la llave, que no la fía de mí. NISEA: ¿Sobre eso sería toda la grita de agora? ARSINDA: Pues, ¿no me había de enojar de verme tratar ansí? NISEA: ¿Por eso, pobre de mí, la casa has de alborotar? ¿Dónde está Roberto? ARSINDA: Fuése a acostar y dijo, grave, que ni a ti dará la llave. NISEA: Honrado respeto es ése. No formemos de él querella; que si mi padre la fía la casa, muy mal haría en dejar la llave de ella. ¿Está todo sosegado? ARSINDA: Todo sosegado queda. No hay qué inquietarte pueda. NISEA: (Necia en despedirle he andado. Aparte ¡Qué necia mi temor fue! ¡Oh, si no se hubiera ido!) ¡Hola, ce! FLORENCIO: Llamar he oído. ¿Si habrá vuelto? llegaré; mas no, ¿qué sé yo a quien llama? ARSINDA: ¿A quién llamas? ¿Que mirar es ése? NISEA: Allí vi menear. No sé qué fue. ARSINDA: Alguna rama. Hombres se te antojan. NISEA: (Fuése, Aparte y enojado, ¿quién lo duda? ¿Yo le di muy buena ayuda para que su temor cese? ¡Oh, quién le buscara luego! Mas veréle antes que el día.) ARSINDA: Vuelve tu melancolía; que te veo, si só ciego. NISEA: ¿Sabes de lo que gustara? De salir al monte agora. ARSINDA: ¡Por cierto muy buena hora! Y, ¿quién osara? NISEA: Yo osara con mi arcabuz. ¿Por qué no? ARSINDA: Y en él, ¿qué habías de hacer? NISEA: Hallarme al amanecer donde me pusiera yo; que más de un tiro tirara a las liebres, que es la cosa en la caza más gustosa. ARSINDA: Sí, mas la caza más cara, ¿no bastará madrugar? NISEA: Sí, bastará. Madruguemos; antes del día saldremos. ARSINDA: Y, ¿quién te ha de acompañar? NISEA: A Roberto avisaré. ARSINDA: (¡Oh, cómo el príncipe tarda!) Aparte NISEA: Pues, voyme a acostar. ARSINDA: Aguarda. Un consejo te daré. Pues has de madrugar tanto, no te acuestes; que después se hace de mal. NISEA: Bueno es dormir un poco entre tanto; pero no me acostaré. Estemos aquí otro poco. ARSINDA: (¡Cómo se tarda este loco!) Aparte FLORENCIO: Aquella seña, ¿a quién fue? ¿Cómo se está a la ventana pues me dijo que temía que allí la viesen? NISEA: Querría ver ya salir la mañana. FLORENCIO: Arsinda debe de ser con quien está. ¡Quién pudiera oírlas! NISEA: Tarde es. ARSINDA: Espera. NISEA: ¿Qué tienes aquí que hacer?
Vase [NISEA]
ARSINDA: Quéjese de sí después el príncipe, pues no vino.
Salen el PRÍNCIPE, TREBACIO y ARIADENO
PRÍNCIPE: Que hemos tardado imagino. ARIADENO: Digo que buena hora es; y que hasta que se recoja la casa no ha de salir. ARSINDA: Aquí debe de venir. Volverse por paga escoja de su tardanza. PRÍNCIPE: Allí llega. ARIADENO: (¿Qué guardas, Florencio, di, Aparte o qué guardamos aquí?) FLORENCIO: ¿Qué mira mi vista ciega? TREBACIO: ¿Habrá aquí quien me responda? ARSINDA: Quien responda hay, pero mal. FLORENCIO: ¡Que una mujer principal ansí a quien es corresponda! ARSINDA: Ya bien os podéis volver; que cansada de esperar se fue Nisea a acostar. ARIADENO: (¡Oh, qué ha mi amo de hacer!) Aparte PRÍNCIPE: ¿Que ha salido aquí? ARSINDA: Ha esperado. PRÍNCIPE: Pues, ¿qué remedio tenemos? TREBACIO: Tardado, señor, habemos. PRÍNCIPE: ¿Cómo? TREBACIO: Dice se ha acostado. Habla a Arsinda, que aquí está. PRÍNCIPE: ¡Amiga del alma mía! ARSINDA: Mayor cuidado creía de quien tanto nos le da. FLORENCIO: Ésta que engañar enseña, para que aquesto no viese daba priesa que me fuese. A éstos era la seña. Pues reconocerlos juro aunque me cueste la vida; pues, cuando está tan perdida, bien poco en ella aventuro. ¿Quién va allá? ARIADENO: Hombre, detente. FLORENCIO: ¿Quién va? TREBACIO: Saberlo no quieras. FLORENCIO: He de saberlo. ¿A qué esperas? PRÍNCIPE: Echa de ahí ese imprudente. FLORENCIO: Porfïaré hasta morir. TREBACIO: Es el príncipe. ¿Estás loco? FLORENCIO: En estarlo no haré poco. PRÍNCIPE: Basta eso. FLORENCIO: Yo os he de servir. Asistiré aquí en tu guarda. PRÍNCIPE: Irte puedes. FLORENCIO: No es razón dejarte en esta ocasión. ARSINDA: ¿Quién es ese hombre? PRÍNCIPE: La guarda. TREBACIO: Vete. FLORENCIO: ¿Que me tengo de ir? Porfíasme sin provecho. ARIADENO: ¿Cuál debe de estar su pecho? TREBACIO: Estará a medio dormir y debe de estar dormido. PRÍNCIPE: Pues, llevémosle por bien. Tú, Ariadeno, le deten sin que sea conocido y por allá le desvía. ARIADENO: Harélo, que español es. Con recelo de él no estés. PRÍNCIPE: ¿Hay desgracia cual la mía? ARSINDA: ¿Fuése aquel hombre? PRÍNCIPE: Ya es ido.
[ARIADENO y FLORENCIO hablan aparte mientras van yéndose]
ARIADENO: Florencio, ventura fue estar yo donde podré acompañarte perdido. De aquí esta noche salgamos y acuérdate de una vez que has llegado a ser juez de tu agravio. FLORENCIO: ¿Que nos vamos? ¿Sin vengarme me he de ir? ARIADENO: Mira que de esa venganza la parte peor te alcanza. FLORENCIO: He de vengarme o morir. PRÍNCIPE: Voy con eso, entretenido. ARSINDA: A la mañana podrás, si sabes madrugar más, cobrar lo que aquí has perdido; que al amanecer saldrá Nisea al monte. PRÍNCIPE: El él quedo toda la noche. ARSINDA: No puedo tardar más. PRÍNCIPE: ¿Vaste ya? ARSINDA: Esme forzoso a más ver. PRÍNCIPE: Que no me dormiré fía. Ven, Trabacio; que aún porfía a engañarme esta mujer.
Vase [el PRÍNCIPE]
TREBACIO: Ven, Ariadeno.
Vase [TREBACIO]
ARIADENO: Si quieres; quedaréme aquí contigo. FLORENCIO: No hay para qué. Vete, amigo, que te esperan. ARIADENO: Cuerdo eres.
Vase [ARIADENO]
FLORENCIO: Espera Arsinda, Nisea, Arsinda. ARSINDA: ¿Quién da esas voces? FLORENCIO: Un hombre que no conoces como a sordo te vocea. Como ausente leguas muchas ya de tu memoria estoy, todas esas voces doy por ver si me las escuchas. Y aun toda esta fuerza es poca para que sea escuchado; que voces de un olvidado nunca salen de la boca. No es mucho si entre voz larga salen mis males a luz; que le llega al arcabuz hasta la boca la carga. ARSINDA: ¡Ay, Jesús! ¿Quién es? FLORENCIO: Un muerto. Bien lo diré sin engaño que, en un desechado el daño, pocas veces sale incierto. ¿Cúyos pueden ser por dicha estos sucesos atroces? Si en la voz no me conoces, conóceme en la desdicha. Florencio soy. ARSINDA: ¡Ay de mí! Yo soy muerta. FLORENCIO: No hayas miedo. .................... [-edo]. No a ofenderte vine aquí. No soy muerto. ¿Qué te espanta? Que aun no se acaba mi vida con verse tan perseguida; que no tengo dicha tanta. ARSINDA: Florencio, no sé qué hacer ni qué disculpa te dar. Nada te puedo negar pues lo debes de saber. Quien del otro mundo viene todo lo sabrá. Y ansí sabrás que no hay culpa en mí; que todo Nisea la tiene. Vete agora, y déjame. FLORENCIO: Aguarda, escucha. ARSINDA: No oso. El Señor te dé reposo. FLORENCIO: ¡Que tarde ya le tendré! Arsinda, aguarda. Ya es ida. Ojalá que muerto fuera porque entrar allá pudiera sin el peso de la vida. El desengaño más cierto ven aquí mis ceguedades, pues son más ciertas [verdades] las que se dicen a un muerto. Muerte, lo más está hecho. Acaba mi mal extraño y, pues soy muerto en el daño, parézcalo en el provecho. ¿Qué ley injusta es aquesta? ¿Dónde estás, dónde te escondes? Muerte, ¿cómo no respondes? FLORELA: ¡Ay de mí! FLORENCIO: ¿Qué voz es ésta? ¿Eres la Muerte? FLORELA: No sé. Muerta, a lo menos, sí soy. FLORENCIO: Mira que en tu busca voy y de veras te llamé. No soy de aquellos cobardes que te llaman y después si cerca de ellos te ves, te ruegan que más aguardes. ¿No llegas? ¡Cómo parece tu condición de mujer pues nunca sabes querer sino a quien más te aborrece! Yo, que también siempre sigo a la que huye de mí, andaré siempre tras ti. FLORELA: Que no soy la Muerte, amigo. Soy la hija de Sileno, un labrador que aquí mora. FLORENCIO: Y, ¿qué haces aquí a tal hora? FLORELA: Ya mi locura condeno. En la casa de mi padre quiso el príncipe hacer noche aquí en el monte esta noche porque a sus intento cuadre. Vime yo tan perseguida de un perdido de un crïado que el príncipe trae al lado que me hallé casi perdida. Y, con mi prudencia escasa, hüí del combate recio; que persecución de un necio ¿a quién no echará de casa? Cuando estaban descuidados, hacía esta parte salí y de ramas me cubrí, figura de mis cuidados. Al día esperando estaba, padre de los afligidos, por ver si con más sentidos que mi padre me guardaba. Esto es lo que aquí hacía y lo que me trujo aquí. FLORENCIO: ¿Qué has visto aquí? FLORELA: Nada vi; que de cansada dormía. FLORENCIO: Pues, el príncipe, ¿a qué efeto en tu casa se quedó? FLORELA: ¿Allá para qué sé yo? Que llaman ellos secreto y no hay quien no lo murmure por la loca de mi ama que se dice que es su dama. FLORENCIO: ¿Hay más verdad que procure? ¿Nisea estaba avisada de que aquí se quedaría? FLORELA: ¡Y cómo sí lo estaría pues lo trujo se crïada! FLORENCIO: Tanto va en desengañarme; que por mil suertes y daños llueve el cielo desengaños y no bastan a matarme. Mas mejor es cuando el mal todo de una vez se llora. Ven conmigo, labradora, que en este campo estás mal. Con tu padre te pondré. FLORELA: ¿Quién eres? FLORENCIO: La guarda soy. FLORELA: Segura contigo voy. FLORENCIO: (Yo, conmigo, no lo iré) Aparte FLORELA: (¡Quien en su casa se hallase! Aparte ¿Faltan desventuras más? ¡Qué a peligro, monte, estás de que mi fuego te abrase!)

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La guarda cuidadosa, Jornada III 


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002