ACTO SEGUNDO


 
Salen TORIBIA y LUCÍA
TORIBIA: Como digo de mi cuento, en la carreta sobió cansado, y lo que pasó prega a Dios que sea en descuento de mis pecados, amén: porque cuando me miraba blandos ojuelos me echaba, más que fruta de sartén. Yo, que estaba corrompida, queriendo desimular, aun no le osaba mirar vergonzosa y encogida, y con palabras fulleras comenzándome a agarrar, pardiez, que quería pasar de las burlas a las veras. Yo, que turbiada miré al mozo, con bravo ahínco rempujéle, y con un brinco de la carreta salté. Llegamos a casa, al fin, él triste, yo mesurada, que este honor, esta nonada es de los gustos mal fin. Mal haya su opiñón vana, pues, en casos diferentes, les hace hacer a las gentes lo que no tienen en gana. LUCÍA: Crudelia fuiste con él, Toribia, sí en mi verdad, que un pecilgo no es maldad que corrompió el arancel. Mi Juancho hué más cortés, en la carreta sobió, y a la larga se tendió encaramando los pies sobre una estaca, y mohino porque el vino le faltó, al columpio se durmió roncando como un cochino. Nuesa carreta chillaba y él, al paso que groñía, el contrabajo llevaba. Yo pasé muy malos ratos porque, como era a porfía, todo junto parecía una capilla de gatos: la carreta el ponedor donde los libros están, el pértigo el sacristán que los vuelve alrededor, y porque esto viene a punto, una capilla tan brava el un güey les enseñaba con la cola el contrapunto. TORIBIA: Padre viene.
Salen MENDO, viejo, y SANCHO su hijo, de villanos, y RODRIGO, don LUIS y doña ANA
LUIS: El coche queda a la falda de esos riscos, a quien coronan lentiscos y apacible murta enreda. Es tan fragoso el camino, que por él precipitado, siendo mirador del prado, fui de las nubes vecino. Viendo imposible el remedio en fortuna tan crüel, sacar a mi hija de él tuve por más sano medio, y al fin con ella en la yegua vengo a que le encaminéis. MENDO: Bien presto verle podéis, que aun no hay un cuarto de legua. Sancho, salta en la tordilla y por el collado abajo, le guía por el atajo que pára en la fuentecilla del Olmo, que por allí vendrá a placer. SANCHO: A eso voy. Descansad, mientras que doy a vuestro cuidado ansí sosiego, hermosa señora. Si el coche cuidado os da no lloréis, porque vendrá presto. (¡Por el coche llora! Aparte ¡Quién fuera coche! ¡Ay de mí!) MENDO: Sancho: vuela, acaba pues. SANCHO: (De promo tengo los pies Aparte después que estos ojos vi. ¡Voto al sol! Ojos serenos, si es que el coche os causa enojos, que os traiga el coche en mis ojos y esto será lo de menos.)
Vase SANCHO
LUIS: Hija, divierte el cuidado que tus tristezas te dan, que yo espero que tendrán consuelo presto. ANA: Si enfado os causa, señor, el ver afectos del corazón, son hijos de una pasión a quien no puedo vencer. Si un bien solo que tenía, cuando apenas le gocé, ya su muerte contemplé y entre su muerte la mía, que celebre no os espante con lágrimas mi dolor. TORIBIA: (A ésa le hirió el Amor Aparte pues trae dolor semejante.) ¡Para Dios, que no tengamos algo en que entendel, Locía. MENDO: Descansad, por vida mía, aquí esta noche. LUIS: No vamos para sosegar, que ponen de aquí a Oviedo cinco leguas. MENDO: Poned al cansancio treguas, pues mis venturas disponen que tenga esta humilde choza todo el bien que ha deseado. LUIS: Un afligido cuidado mal con temores reposa: hoy a Oviedo he de llegar, que, como os he dicho, allí voy a gobierno. ANA: ¡Ay, de mí! MENDO: Alto, pues; haz aliñar, Toribia, algo que comer. LUIS: ¿Es hija? MENDO: En casa nació y mi mujer la parió, y entonces había de haber dos años que nos casamos. LUIS: Buenas señas. MENDO: Llega acá, mochacha. LUIS: Razón será, cuando en vuestra casa estamos, señora, que nos mandéis en que os podamos servir. ANA: No procuréis encubrir dos mil gracias que tenéis. TORIBIA: ¿Dos mil gracias? ¿Soy la cuenta de perdón? LUIS: ¡Donosa ha andado! ANA: Sois tan bella que he dudado si alabaros es afrenta, porque alabanza no cabe en la perfección mayor. TORIBIA: ¡Alabáme vos, señor, que no hay acá quien me alabe! De esta suerte, padre, vos alabá aquesta señora; decidle que es sol y aurora y estaremos dos a dos. LUIS: ¿Quién es esotra serrana? LUCÍA: ¿Quieren alabarme? TORIBIA: Sí; también habrá para ti. LUCÍA: Alaben hasta mañana, no doy más que esto. LUIS: El despejo aumenta más su hermosura. TORIBIA: Acá nos requiebra el cura, pero es amante a lo viejo; para toda la semana tiene requiebros bastantes, que, como los estudiantes, los enjugó una mañana. Los días de carne diz que es nuestro rostro hechicero, más sabroso que el carnero, más tierno que la perdiz. Los sábados no hay morcilla que esté al humero segura, es nuesa boca asadura, nuesos ojos pajarilla. Mas yo, a mi mal entender, he llegado a pergeñar que él pide con requebrar lo que quijera comer. ................ [ -eta] ................... [ -osa]. ANA: Vos sois discreta y hermosa y en las dos cosas perfeta. MENDO: Rapaza, ¿quién te ha mostrado aquesas bachillerías? LUCÍA: Ellas vienen con los días, que, aunque mos hemos crïado con las cabras y los güeyes, en buena conversación entre estos riscos que son su corte, si ellos sus reyes, también sabemos habrar. LUIS: Donosa es la labradora. MENDO: Entrad, hermosa señora, donde podáis descansar, que a fe que vendréis cansada. Mochachas, a componer lo que habemos de comer. LUCÍA: La olla está aderezada. MENDO: Asa un poco de jamón; Toribia, ve a la cocina, haz matar una gallina, y si no mata un capón. LUCÍA: ¿Qué capón han de matar? ¿Hamos de matar aquí lo que hamos crïado?
Llora
MENDO: Sí. ¿Por aqueso has de llorar? LUCÍA: Herodes de esos capones han sido esos caballeros. TORIBIA: Calla, no hagas pucheros. LUCÍA: No he de sufrir sinrazones... TORIBIA: Dalos a la maldición. Locía, parte a matallos, que hay capones que son gallos en llegando la ocasión. LUCÍA: Eso siento si lo dudas, que es quedar, aunque lo abones, quitándoles los capones muchas gallinas viudas. TORIBIA: ¿Ónde el mi querido hué? LUCÍA: Como acabó de almorzar, cansado, se entró a acostar, y durmiendo le dejé. Él mi Juancho en el pajar ronca como un descosido. TORIBIA: Esta ninfa ca venido ma dado que sospechar. No quijera que lo vea ¡Prega a Dios! LUCÍA: ¿Qué pregas? TORIBIA: ¿Qué? Vamos y te lo diré; prego que orégano sea.
Vanse las TORIBIA y LUCÍA
LUIS: ¿Y ha mucho que estáis aquí? MENDO: Más de treinta años habrá que aquesos presumo que ha que para vivir nací. Mas esto no es para ahora, entremos en casa. LUIS: Vamos. MENDO: Puesto que no merezcamos veros alegre, señora, entrad y descansaréis. Comeremos un bocado. ANA: En aqueste verde prado os suplico me dejéis un rato por divertir con sus flores mi tristeza. MENDO: Pensión es de la belleza tener siempre que sentir. LUIS: Ana, procura alegrarte; conmigo estás y yo soy quien fe y palabra te doy que no tengo de faltarte aunque mil vidas perdiera. ANA: Mi sentimiento, señor, no pone duda en tu amor. LUIS: Sabe el cielo que quisiera tu contento y tu quietud más que el mío; si, ¡por Dios! Vamos, señora, los dos. (¡Quién pudiera esta inquietud Aparte consolar! Mas no conviene. Hija, callemos, quizá el callar importará al remedio que previene mi amor en tan triste suerte, pues no siendo conocido valdré a mi hijo querido librándolo de la muerte.)
Vanse MENDO y don LUIS
ANA: ¡Buen lance habemos echado! Tras de tantas desventuras que en mi daño mal seguras ni cesan ni se han cansado, yo he llegado a la desdicha mayor, pues cuando esperé favor para mis daños, hallo de súpito en años recién nacido el amor. Cuando, huyendo de mi suerte, infelices pasos daba y tímida tropezaba en los brazos de la muerte --¡trance fuerte! ¡triste estrella! ¡adverso hado!-- advierto en mi triste estado --¡qué rigor!-- que es la desdicha menor morir para un desdichado.
Sale SANCHO
SANCHO: Ya por quebrarle los ojos a quien os le pudo dar, el coche truje a pesar suyo. Cesen los enojos, que en despojos de tan celestial pintura, le pediré a mi ventura por favor que ya que me dió el amor, no me niegue esa hermosura. ¡Pardiez! Si he de hablar verdad, bien se me puede creer que sois la primer mujer que rindió mi voluntad, y pensad que me siento tan glorioso en este lance amoroso, que he creído que siendo vuestro vencido he quedado victorioso. ¡Mala Pascua me dé Dios si en el punto que os miré de la suerte no dudé cuál fue mayor en los dos! Admiro en vos una perfección discreta, por miraros, que la vista más perfeta entre prodigios tan raros se exhala como cometa, y quisiera preguntar, porque deseo saber, ¿cómo enseñáis a querer a quien, nunca supo amar? Que es de admirar que a tantos en las cadenas enlacen a manos llenas vuestros labios a cuchilladas de agravios y a puñaladas de penas. ANA: Quien tan bien sabe decir lo que desea explicar, si es que no ha sabido amar, ¿cómo ha sabido sentir? Séos decir que si os falta sentimiento, que en tan amargo tormento puedo enseñaros a sentir con obligaros sintiendo lo que yo siento; y si es que acaso es verdad que os debo alguna afición, débaos en esta ocasión gozar de esta soledad. SANCHO: Ordenad lo que fuéredes servida; la obediencia me convida, porque espero que conozcáis lo que os quiero, pues me aparto de mi vida.
Vase SANCHO. Salen por otra puerta don DIEGO y JUANCHO
DIEGO: No he podido sosegar, Juancho, porque considero la poca seguridad que en aquesta casa tengo. Mis contrarios me persiguen tan furiosos y soberbios, que de esos riscos umbrosos habrán contado los senos. No sé qué remedio intente. JUANCHO: Al diablo le das remedio y pulgas le das al diablo, que en aquel pajar tenemos hoy pulga--¡juras a Dios-- que piensas que eres barbero y pes pega un picotazo que dejas a Juancho muerto. Pulga hay que bien puede ser con cordel mozo de ciego; una pulga reverenda toda vestida de negro, piensa que es fraile benito que te sales del convento. ¡Muerto vienes, pobre Juancho!
Asómase TORIBIA al paño con un asador en la mano
TORIBIA: ¡Mal sosiega el pensamiento! De la cocina me salgo y a mi padre en ella dejo, que un quillotro no me deja poner los pies en el suelo. Huí en busca de mi querido y no está en el aposento; mas helos adonde están. DIEGO: Éste es el mejor consejo, a Madrid parto esta noche si me dejan. ¡Ana! ANA: ¡Diego!
Abrázanse
¿Es posible que mis ojos tan, gran ventura tuvieron? TORIBIA: (¡Concertáme estas medidas!) Aparte DIEGO: No creerás a qué buen tiempo te ven los míos, doña Ana. Sin duda ha querido el cielo dar consuelo a mis desdichas con tu vista. JUANCHO: ¿No merezco que Juancho besas tus manos? ANA: ¡Juancho! Los brazos es premio muy corto de tus servicios. TORIBIA: (Para todos hay refresco. Aparte ¡Qué socorrida mujer! ¿Qué haré, que rabio de celos?) ANA: No habrá una hora que llegamos, porque ignorando el cochero el camino, nos perdimos después de varios sucesos, que en esos montes pasamos esta noche, hasta que el cielo, con la luz de la mañana, nos dio en esta casa puerto. En ella os halló ventura, que sólo pudiera serlo entre tan grandes desdichas como nos siguen; bien veo que os ha de añadir disgustos lo que contaros pretendo, pero acudo al menor daño. Diego, aqueste caballero en cuyo poder quedé no me agrada, porque es cierto que goza de la ocasión, como otros muchos lo han hecho. Desde que me vio la cara, con ternezas, con requiebros, apretándome las manos, dando suspiros al cielo, me ha declarado su amor, aunque con término honesto. Es poderoso, y va a ser gobernador en Oviedo, cosa que puede animarle a conseguir sus intentos. Pues la suerte os trajo aquí, no conviene ni quiero que en su poder me dejéis. DIEGO: ¡Ea, desdichas! ¡A un tiempo todas juntas, que ya es hora de cumplir vuestros deseos! ¡Matadme, que poco falta! JUANCHO: ¡Llévese diablo por viejo! ¡Juras a Dios que le tienes las propiedades del puerco! TORIBIA: (¡Hemos negociado bien!) Aparte DIEGO: ¡Alto! Vamos al remedio, que las determinaciones son hijas de los discretos. No quiero que con él vayas ni que te quedes, que es cierto que aquí no has de estar segura. Esta noche, en el silencio de su oscuridad, sin dar a ninguno cuenta de esto, te prevén, que he de llevarte, tomando por instrumento de las muchas de ese prado, dos yeguas, hijas del viento, para hacerlo. JUANCHO: Ya le tienes juras a Dios lindos frenos y yo sabes donde hay sillas, y por el corral podemos echarlas. DIEGO: Bien lo has pensado. TORIBIA: (Muy buen despacho tenemos. Aparte ¿No hay son echar y freír, como si hueran buñuelos?) DIEGO: A las diez en esta puerta has de estar, porque al momento que Juancho ensilla las yeguas nos vamos. ANA: Bien lo has dispuesto; pero, porque la Fortuna no atropelle mis deseos, cuando las tengas a punto, háblame en entrando recio, porque á la voz te conozca. DIEGO: Bien dices, y por más cierto, será el hablarme en entrando, la seña. ANA: De aquese acuerdo quedamos.
Sale RODRIGO
RODRIGO: Ya está esperando la comida. ¡Santos cielos! Señor, ¿en aquesta casa? DIEGO: Ansí el cielo lo ha dispuesto; ¿dónde está vuestro señor? RODRIGO: Aquí esperando le dejo a mi señora doña Ana para comer. DIEGO: Vamos luego, que quiero besar sus manos. RODRIGO: Será excesivo el contento que tendrá con vuestra vista. DIEGO: (Mayor le tuviera entiendo Aparte de no verme.) Ven doña Ana. JUANCHO: (Juancho, vamos allá dentro; Aparte buena noche se te espera trotando por esos cerros como ahora, y harta el tripa, que quizá le vendrá tiempo en que cuando quieras carne matarán al carnicero.) DIEGO: Lo dicho, dicho, doña Ana. ANA: Y lo dicho, dicho, Diego. JUANCHO: Dicho lo dicho, barriga.
Vanse, dejando a TORIBIA sola
TORIBIA: "Hábrame en entrando," pienso caquesta noche ha de ser, sin duda, mi finamiento. ¡Qué bien lo amasó el traidor que con fingidos requiebros embaducar pretendía los mis sencillos deseos! ¡Qué he de hacer, triste de mí, que me espachurran los celos! ca cá dentro juegan cañas, siendo la praza del cuerpo. ¡Llorad tristes ojuelos, que Amor os tira y son sus frechas celos y por sentir las que os están tirando decí, Toribia, así, "hábrame en entrando."
Sale LUCÍA
LUCÍA: Toribia, padre te llama. ¡Verá el diabro lo que ha hecho! ¿El asador te trajiste? No me ha quedado abujero, tizón, artesa, vasar, horno, cocina, humero, espetera, despensilla, que he perdido el sufrimiento buscándole. ¿No respondes? ¿Qué tienes que haces pucheros? TORIBIA: Tengo un bien que no me entiende, tengo un mal que no le entiendo. ¿Has vido al ninfo y la ninfa juntos? LUCÍA: Sí. TORIBIA: Pues eso tengo. LUCÍA: Ya de comer acabaron; y ella, desmayos fingiendo, diz que se quiere acostar, y yo la cama le he hecho en la cámara de arriba. TORIBIA: Ya esos desmayos entiendo. ¡Mal desmayo le dé Dios! Pues se acuesta, ocasión tengo para corromper sus gritos y para lograr mi intento. Procura tú desnudarla y con sotil fingimiento los vestidos que le quitas los trascuela a mi aposento con secreto, que me importa. LUCÍA: ¿Qué es lo que has de hacer con ello? TORIBIA: Calla, y haz esto que digo. LUCÍA: Callo, y hacerlo emprometo. TORIBIA: Al cura le oí decir que vestido de pellejos le hurtó la bendición un Jacome al heredero de ella; y ansí pienso hacer, que esa ropa será el vello que la bendición que busco magarre por los cabellos.
Vanse. Salen don DIEGO y don LUIS
LUIS: Si estáis determinado no será porfïaros acertado. DIEGO: Yo estoy agradecido al gran amor que en vos he conocido; llámanme obligaciones que no puedo excusar. LUIS: Las ocasiones que pueden suceder mirad primero, que es la hermosura un enemigo fiero y a quien la adversa suerte tanto le dio, camina hacia la muerte con mayor brevedad. DIEGO: (Ese deseo... Aparte en sus palabras ya su intención veo. ¡Que no le haya obligado siendo noble el haberle confiado mi honor! ¡Pierdo el sentido!) LUIS: Que, en efecto, señor, solo y perdido huyendo de la muerte, ¿os queréis encargar de aquesa suerte de una mujer hermosa? No lo acertáis, y, adviértoos una cosa, por el hábito santo de San Benito, a quien venero tanto; por la sangre heredada tan limpia y noble como desdichada, que estaba en mi poder esa señora más bien guardada que no queda ahora, y quererla llevar no os lo aseguro; no me habéis conocido, que yo os juro que a conocerme... DIEGO: (¡Ay cielos, Aparte sin duda al viejo le atormentan celos! Me he desengañado del falso trato que conmigo ha usado.) En mi poder está... LUIS: No está. DIEGO: ¿Qué es esto? LUIS: ¡Dañosas rapazadas! ¡Alto, presto! Pongan el coche y vamos. RODRIGO: Ya está puesto, señor. LUIS: ¿A qué aguardamos? Quedaos con ella que, por vida mía, que os acordéis de mí quizá algún día... Llévola yo a mi casa... (¡Ay, hija amada, el alma se me abrasa!) Aparte ...venís a quitarla de quien le daba honor! ¿Queréis llevarla a que guarde ganado? ¡Pobre muchacha, lástima me ha dado! DIEGO: ¡Si no mirara... LUIS: ¿Cómo es eso, cómo? Canas de acero calzan piés de plomo. Yo soy quien he tenido lo que no puede ser bien parecido. Si hacerlo no os agrada, no miréis en respetos, que mi espada, cansada de matar los enemigos, bien sabrá responder a los amigos. DIEGO: Ya apretáis demasiado. Aquí en vuestra presencia he reparado... No sé qué soberanos impulsos me enmudecen; que las manos aun no acierto a movellas. Debe ser unión de las estrellas lo que aquí me detiene. Idos con Dios, pues tanta fuerza tiene que no habiendo temido, temo venceros por quedar vencido, y no pudiendo hablaros temo el oiros. Temo el replicaros.
Vase don DIEGO
LUIS: Muerto va y solo quedo. RODRIGO: Declárate señor. LUIS: Eso no puedo que ahora no conviene, que quiero ver si algún remedio tiene con el cargo que hoy llevo su libertad. RODRIGO: Ya se ha escondido Febo, quédate aquesta noche en esta casa. LUIS: No, camine el coche. Pica a Oviedo que importa. RODRIGO: A Oviedo pica. LUIS: La jornada es corta. (¡Qué triste fue el mozuelo! Aparte Más triste quedo yo, sábelo el cielo. ¡Ay, mi hija querida, aún no gozada cuando ya perdida! ¿Cuándo querrá mi suerte que alegre os goce hasta esperar la muerte?)
Vanse. Sale LUCÍA con un candilón y los vestidos y TORIBIA
TORIBIA: ¿Cerraste la puerta? LUCÍA:. Sí, ya la he cerrado. TORIBIA: Cuelga el candilón en aquese cravo. ¿Sintióte la ninfa? LUCÍA: No, ca al ir entrando, por no her roído, quité los zapatos. TORIBIA: Pues desnuda presto. LUCÍA: Ya tienes quitado la saya y sayuelo.
Siéntase en el suelo
TORIBIA: Desprende el tocado apriesa, Locía, mientras me descalzo.
Queda en mantegüelo
LUCÍA: Ya todo está hecho. ¿Por qué tas quitado los zapatos? TORIBIA: ¡Bestia! ¿Cabrán en los zancos? Dácalos acá.
Dale los chapines
LUCÍA: Aquí están. TORIBIA: ¡San Pablo! Llega acá, Locía; llega, que me caigo. LUCÍA: Quítatelos, pues. TORIBIA: Yo me iré enseñando, ca Amor es maestro en aquestos casos. Daca los corpiños. LUCÍA: Como están cerrados por delante... TORIBIA: Enseña, oigan el diabro, por detrás se atacan.
Pónese el jubón
LUCÍA: Las damas de hogaño, siguiendo lo culto, huyen de lo craso. TORIBIA: Pon presto. LUCÍA: Ya pongo. ¡Cristo soberano, cuántos agujeros! TORIBIA: No estiraces tanto, que me harás caer. LUCÍA: Todo está atacado; ¿qué quieres ahora? TORIBIA: Dame ese refajo. LUCÍA: Allá va; ¿qué es esto?
Saca las enaguas
TORIBIA: ¿Qué trojiste, diabro? ¿Es frontal de igreja? Ten de aqueste lado.
Extiéndelas todas, qúe han de estar co- sidas por delante
¿Quieres apostar que trojiste acaso la funda del coche? LUCÍA: No, que es muy galano. TORIBIA: Ya caigo en lo que es: manta de caballo. LUCÍA: ¿Tan larga? TORIBIA: Alto, pues; voyme rodeando esta faja al cuerpo.
Va dando vueltas TORIBIA, dándose las enaguas, y LUCÍA teniendo el otro canto
LUCÍA: Muy bien lo has pensado, casi la traía. TORIBIA: Ata esos dos cabos; venga ahora esotro presto. LUCÍA: No ha quedado ya más que la ropa.
Pónese la ropa
TORIBIA: ¡Qué cuello tan alto! Lucía, parece pescuezo de ganso. LUCÍA: ¿Por qué ansí lo hacen? TORIBIA: Porque yo he pensado que los traen ansí éstas, por si acaso algún caballero, tierno enamorado, quiere visitar sus compuestos labios, con el pie de amigo no pueden lograrlo. LUCÍA: Esta caja vino acá entre los hatos. TORIBIA: ¿Qué hay dentro? LUCÍA: abellos. TORIBIA: ¿Si sa trasquilado con el berrenchín? LUCÍA: Que son del tocado tienen trazaderas, si no es que me engaño, estos son pericos. TORIBIA: Pon, que no me espanto que caiga quien tiene perico en los cascos. Daca la valona. LUCÍA: Está como un mayo; toma no te ahoje. TORIBIA: ¿Y padre? LUCÍA: Sentado quedaba en el huego con Sancho tu hermano, que de estas visitas quedaba cansado. TORIBIA: Si por mí pregunta di que me he acostado. LUCÍA: ¿Qué hará la señora cuando ande buscando sus vestidos? TORIBIA: Muera, pues me está matando. Arrímate á mí.
Toma el candil LUCÍA, arrímase a TORIBIA y vanse entrando
LUCÍA: Válgate el calvario de Nueso Señor. ¡Linda estás! TORIBIA: ¿Te agrado? Vete poco a poco. LUCÍA: Si yo huera macho todo estaba hecho. TORIBIA: ¡Ay! Amante falso, aquesto mobriga; "hábrame en entrando."
Vanse. Salen ALONSO de Bustos y otros tres CABALLEROS, con pistolas, botas y espuelas
ALONSO: Los caballos apartad detrás de aquese ribazo, que, según traigo noticia, presto atajaré los pasos del que ya segunda vez más afrentas ha intentado. Los caballos aun no pueden, consumidos del cansancio, pacer la hierba. CABALLERO 2: El postrero ha sido bellaco rato que han llevado. CABALLERO 3: La noticia que nos dio aquel aldeano de los bueyes importó. ALONSO: Ahí os quedad retirados, veré si en aquesta casa quizá quieran hospedarnos sólo por aquesta noche.
Vanse los tres CABALLEROS
Yo apostaré que acostados estarán ya. ¡Ah, buena gente!
Da golpes
Abrid. Habladme en entrando.
Sale TORIBIA
TORIBIA: La seña es ésta, aquí estoy aguardando, Diego Hurtado, doña Ana soy. ALONSO: (¡Santos cielos! Aparte ¿Qué es esto?) TORIBIA: ¿Estan aliñados los caballos? ALONSO: (Fingir quiero.) Aparte Ya están a punto. TORIBIA: Pues vamos. (¡Voto al sol, que habéis de ser Aparte mi marido!) ALONSO: (El cielo santo, Aparte sin prevenir, la venganza la trujo el cielo a mis manos.)
Llévasela. Sale doña ANA mal vestida de villana
ANA: ¿Si habrá mi hermano venido, que no sé quién me ha quitado los vestidos que tenía prevenidos para el caso; y en buscar éstos que tengo presumo que me he tardado? Si bien más segura voy en este traje.
Salen LUIS y RODRIGO
LUIS: Cansado llego; mas ¿cómo, Rodrigo, tendré sin vida descanso? RODRIGO: Señor, del camino vuelves; ¿qué piensas? LUIS: He imaginado el peligro en que a mi hija dejé entre aquestos villanos, y ansí he resuelto decirle quién soy, y llevarla. ANA: Pasos siento. ¿Si es Diego? LUIS: ¿Qué es esto? Un bulto, si no me engaño, miro a la puerta. ¿Quién va?
Llega y agárrala
ANA: ¡No es Diego, ay Dios! LUIS: Sosegaos. ANA: Ya os conozco, ya os conozco; mirad que vendrá mi hermano, y que si intentáis mi ofensa tengo valor, tengo manos para mataros. LUIS: ¡Ay, hija! ¡Dame mil veces tus brazos! Soy tu padre, Luis Hurtado de Mendoza. Trae, Rodrigo, la yegua.
Va RODRIGO por ella
ANA: ¡Oh, padre amado! ¿Es posible que te veo? Dame otra vez esos brazos.
Asómase LUCÍA a la puerta y velos abrazar
LUCÍA: ¡Eso sí, cuerpo de tal! LUIS: Vente conmigo. ANA: ¿Y mi hermano? LUIS: Por ahora no conviene que sepa quién soy. ANA: Pues vamos. ¿Ni ha de saber dónde voy? LUIS: Después. ANA: Besaré tus manos dos mil veces:
Sale RODRIGO
RODRIGO: Ya está aquí la yegua. ANA: ¡Cielos sagrados, tal suerte en tanta desdicha! LUIS: ¡Vamos!
Vanse y llévansela
LUCÍA: ¡Hábrame en entrando! Hoy despacha el viejo verde; pardiez, lindo lance ha sido. ¡Hola, hao! Que se la lleva. ¡Oh Mendo, oh señor, oh Sancho!
Salen por una puerta don DIEGO y JUANCHO, y por otra SANCHO
SANCHO: ¿De qué das voces? ¿Qué ha habido? DIEGO: Alguna desdicha aguardo. LUCÍA: ¡Que se llevan a doña Ana! DIEGO: ¿A quién? SANCHO: ¿A quién? LUCÍA: ¡San Hilario!
A DIEGO
¿Vos estáis aquí? DIEGO: Aquí estoy. LUCÍA: Pues otro "hábrame en entrando" [ya se ha llevado] a Toribia. SANCHO: ¿A mi hermana? DIEGO: ¡Cielo santo: ¿Qué desdichas son aquéstas? JUANCHO: ¡Bien habemos negociado! DIEGO: Pues ¿quién se lleva a doña Ana? LUCÍA: Ese viejo a cuyo cargo vino aquí. DIEGO: ¡Ah falso, ah traidor! SANCHO: Y a mi hermana, ¿porqué o cuándo la llevan? LUCÍA: Eso no sé. SANCHO: ¿Y quién hué? LUCÍA: "Hábrame en entrando." DIEGO: Juancho, vengan esas yeguas; ponte en una al punto, Sancho, que yo en estotra tras ellos al viento ligero igualo; busca a tu hermana, que yo busco la mía. SANCHO: Yo parto sin alma, pues que el honor y el amor me han robado. LUCÍA: Adiós, Juancho. JUANCHO: Adiós, Locía, que allá me llevas mi amo. LUCÍA: Si encontrares a Toribia dile... JUANCHO: ¿Qué? LUCÍA: "Hábrame en entrando."

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

Habladme en entrando, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002