ACTO TERCERO


 
Salen TORIBIA, don ALONSO y tres CABALLEROS
ALONSO: Pues ¿qué te obligó a decir, pastora, que eras doña Ana? TORIBIA: A ser vos mi confesor podiera decir la causa; mas ¿qué mayor la queréis que mirarme ataviada? Con don y unos atavíos a cualquier mujer honrada la sacan de sus casillas. ALONSO: ¡Oh, nunca saliendo el alba desengañara las dudas de mi dichosa venganza! TORIBIA: Dadle a los diabros, que a todos mos mata y mos desengaña, de que he podido escurrirme. Pero ¿quién, por mi desgracia, la seña os dijo? ALONSO: Es refrán que acostumbro; y como a tantas voces nadie respondió, pareciendo que callaban o por temor o por sueño, acaso lo dije. ¡Extraña manera de vestir! ¿Cómo os pusiste las enaguas, labradora, de esa suerte? TORIBIA: Decidme, ¿cómo se llaman? ALONSO: Enaguas. TORIBIA: ¡Líbreme Dios! ....................... [ -a-a] CABALLERO 1: ¡Graciosa es la labradora! ALONSO: Y tiene extremada cara. Ya que hemos errado el tiro, entretanto que descansan los caballos, recostaos; que aquestas umbrosas hayas servirán de pabellón, cuando os ofrece la cama huésped, si bizarro abril ella florida y bizarra. TORIBIA: Todos podremos hacerlo, que, pardiez, de buena gana durmiera yo a sueño suelto como un lirón. CABALLERO 1: ¡Linda gracia! ¿Piensas dejarnos durmiendo y en un caballo, serrana, tomar las de Villadiego? TORIBIA: Nunca malicias os faltan ¿Pues eso había de hacer? Yo os empeño mi palabra que heis de echarme menos cuasi me vaya. CABALLERO 2: Bien lo declara; mas será después de ida. TORIBIA: Pues ¿cuándo? CABALLERO 3: Denle una estampa por el aviso. TORIBIA: Y sepamos, si yo no soy de importancia ni en nada les he ofendido, ¿qué me quieren? ALONSO: Que te vayas; mas será después... TORIBIA: ¿De qué? ALONSO: De que sepas que me abrasas. TORIBIA: Pues apártese de mí. ALONSO: Será apartarme del alma. TORIBIA: Pues ¿quién se la tiene? ALONSO: Tú. TORIBIA: ¿Dónde? ALONSO: En esa hermosa cara. TORIBIA: El alma de todo un cuerpo ¿cabe en mi cara? ALONSO: Serrana, en esos ojos la tienes. TORIBIA: Aunque fuera de avellana es imposible caber. ALONSO: Ese donaire me mata sin piedad y sin justicia, que eres dueño de mi alma; que esos labios de coral y esas mejillas de grana me tienen muerto de amores y que me abraso, serrana, por servirte. TORIBIA: Gloria a Dios, que entramos en la posada; ya no hay que pasar de ahí. ALONSO: Pues ahora sólo falta que, pues el sitio convida, conmigo no seáis ingrata; vamos, gozaré tus brazos. TORIBIA: ¿Gozarme? Aqueso no es nada; mire si quiere otra cosa; el hombre es práctico. ALONSO: Acaba. ¿No te determinas? Pues considera que a tu casa no has de volver si primero no haces mi gusto. TORIBIA: (¡Mal haya Aparte mi desdicha y no tener en aquesta ocasión armas!) ALONSO: Quedaos vosotros ahí. Vamos, mi bien. TORIBIA: (¿Esto pasa?) Aparte ¿Ello no puede ser menos? ALONSO: ¡Por ningún caso! TORIBIA: Pues vaya con el diabro. ALONSO: Vamos, pues. Loco voy.
Van andando, y al pasar por junto a los criados, TORIBIA le quita la espada a uno
TORIBIA: ¡Fiera canalia! Amansad vuesos deseos con la punta de esa espada. ALONSO: ¿Qué intentas, bárbara?
Sale SANCHO
SANCHO: (Creo, Aparte si la vista no me engaña, que llegamos a buen tiempo.) TORIBIA: ¿Pensabas que aunque aldeana rústica, en aquesas sierras, entre sus peñas criada; no tengo valor ni manos para defender osada el honor, preciosa joya, vivo caratiel del alma? Engañáisos, que en defensa suya os mataré. ALONSO: Ya pasa de locura, lo que emprendes, y por esa misma causa te he de gozar, o la vida has de perder. TORIBIA: ¡Brava hazaña, para un nobre caballero es ensangrentar su espada en una humilde mujer! Mas no importa; ensangrentadla si podéis, que--¡vive Dios!-- caballero de mohatra, que teniendo de mi parte;, la razón que me acompaña, la nobre sangre que heredado, pienso haceros mil tajadas; que los galanes de hogaño gastan en calzón y mangas. Embestí. ALONSO: ¡Viven los cielos! Que en esta ocasión me holgara que en tu defensa tuvieras quien estorbar intentara mi gusto. Acabad, ¿qué es esto? Si se defiende, matadla. SANCHO: No matarán, que aquí está quien, saliendo a la demanda, os cumplirá ese deseo. TORIBIA: ¡Hermano, toquen alarma! ¡Muera esta gente roín! ALONSO: Agora saco la espada para castigarte. CABALLERO 2: Huid. SANCHO: ¡Huid vosotros, canalla! Rayo seré de esas vidas.
Métenlos a cuchilladas SANCHO y TORIBIA
CABALLERO 3: Esos caballos desata. ¡huyamos! ALONSO: ¿Qué es esto? ¿Ahora una espada os acobarda? CABALLERO 1: ¡Pica! CABALLERO 2: ¡Corre! CABALLERO 3: ¡Vuela! ALONSO: ¡Cielos! Si no vengo injurias tantas, ¿para qué quiero la vida.
Vanse
SANCHO: Al viento ligero igualan; mas ¿por qué culpo la suya si tu ligereza es tanta que, atropellando respetos de tu sangre y de tu casa, como una infame ramera te sales de ella y te apartas de tu padre y de tu hermano, desluciendo con infamia nuestro honor? Dime, ¿qué ha sido de este traje la mudanza, de esta deshonra el origen, y de esta humildad la causa? ¿Quién de ella ha sido ocasión? TORIBIA: Ell Amor.
Hace una reverencia
SANCHO: Aquesta daga te le sacará del pecho, y pues mis ofensas callas, ella me abrirá otra via que me la diga. TORIBIA: Si basta decirlo, yo lo diré. SANCHO: Di, pues, acaba. TORIBIA: La causa es muy larga para ahora. El vestido, de doña Ana, que, por gozar la ocasión que ella venturosa alcanza, me le puse, que el amor del forastero que en casa estaba, dempués que vino ha metido tal cizaña, que él ha de ser mi marido cumpriéndome la palabra que me ha dado. Aquesto es hecho, aunque le pese a la ingrata, que por él melancoliosa tantos enredos trazara, o no seré yo Toribia. SANCHO: Calla, bestia, que es su hermana. TORIBIA: ¿Mas por Dios? SANCHO: Y aquesta noche, el viejo a quien encargada la dejó, se la ha robado. TORIBIA: ¿Qué me cuentas? SANCHO: Lo que pasa; a Oviedo partió tras ellos. TORIBIA: ¿Y qué? ¿Es de veras su hermana? SANCHO: Sin duda. TORIBIA: ¡Válgame el cielo! Parece que ahora el alma por el cuerpo se pasea. SANCHO: Aquesa yegua desata. Vamos, porque he de ir tras él que también a mí me alcanza gran parte de sus desdichas, que a su hermana adoro. TORIBIA: Basta; que baselisco el Amor corrompió toda la casa. Vamos, hermano, que yo te sigo a Oviedo, y las sayas renuncio y en otro traje si el mi querido se halla, pardiez, tengo de valerle y en su defensa esta espada pasará a Oviedo a cuchillo. SANCHO: Vamos a casa, que en casa se dispondrá, y a mi padre daremos cuenta. ¡Ay, doña Ana, que mereciese tu amor un hombre que con más causa tu padre pudiera ser no tu amante! TORIBIA: Ya es falta propia en la hermosura siempre el mal gusto; pero calla, que por dicha podrá ser que sin pensarlo mos salga un padre que a ti te quiete como me quietó una hermana.
Vanse. Salen don LUIS con vara, doña ANA, RODRIGO, y acompañamiento
LUIS: Ha mostrado la ciudad su lealtad y su valor; débolas un gran amor. ANA: Es de mucha calidad lo noble de ella. LUIS: ¿Pues no? Las reliquias de los godos, de quien descendemos todos, de aquí su origen tomó. Para no estar prevenido, ha sido el recebimiento muy cumplido. RODRIGO: Estuve atento al aseo del vestido y del tocado de aquellas que delante iban bailando de tu persona, admirando algunas más que el sol bellas. ¡Extraño traje! LUIS: ¡Extremado! Es la nobleza de Oviedo ésa que bailaba. ANA: Puedo decir que no me he alegrado tanto como hoy ningún día. RODRIGO: La iglesia mayor es cosa excelente. LUIS: Milagrosa. ANA: Mientras que se proseguía el recibimiento, a mí las reliquias me enseñó el señor Obispo. RODRIGO: Y yo también, señora, las vi contigo, y quedé admirado. LUIS: Es este antiguo sagrario un divino relicario de Europa, a quien han llamado, Roma de España. ANA: Si aquí nuestro ausente se hallara, con más soseigo gozara de las grandezas que vi. LUIS: Dios lo dispondrá. No digas a nadie que hermano tienes, pues con eso previenes aumento a nuestras fatigas.
Sale JUANCHO
JUANCHO: .................... [ -el] ...................... [ -ado] Juancho, si vienes cansado sabes lo Dios. ANA: ¿No es aquél Juancho? LUIS: Disimula. JUANCHO: Aquí estáis a quien busco yo hayas mal quien me parió si no fue clérigo, sí, no vinieras Juancho ahora, sólo de Bilbao pruebas, y al viejo verde te llevas antes que pasa un hora, a que gobiernes infierno. LUIS: ¿Queréis algo? JUANCHO: Para vos traigo este. (¡Juras a Dios Aparte que te despacho el gobierno!)
Dale un papel y empuña la espada
ANA: ¡Juancho, mira! JUANCHO: ¡Fuego, fuego, en vosotros! ¿Qué me quieres? Llevar el diablo mujeres; la mejor quemarla luego. ANA: ¿Dónde está mi hermano? JUANCHO: Ha ido a cazar grullas. ANA: Di adónde. JUANCHO: Juancho en su vida responde a mujer. ANA: ¿Tienes sentido? JUANCHO: A fe que estoy sospechando después que os fuisteis los dos no digáis--¡juras a Dios!-- ahora, "habladme en entrando." ANA: ¡Bárbaro! ¿qué dices? LUIS: ¡Cielos! Esto escribe y dice ansí. ¡Ay hijo amado! ¡Ay de mí! ¡Quién quietara tus desvelosl
Lee
"Ni sois caballero ni puede ser que seáis bien nacido, porque quien no corresponde a las obligaciones de serlo, niega lo uno, desluciendo lo otro. Fiéme en vos; no acudisteis a vuestras obligaciones, cosa que no hicierais en tener buena sangre. Débeos de animar el verme perseguido; pero para que os desengañéis de que en cualquier estado tengo el valor que heredé de don Luis Hurtado de Mendoza, mi ilustre padre, os quedo esperando junto a la cruz de Vierzo, donde os guiará ese criado. Solo estoy y mis armas son una espada y daga; si os pareciesen pocas traed las que quisiéredes, y si no os atrevéis solo, venga quien os acompañe, que, siendo como vos, tanto monta. Don Diego Hurtado de Mendoza" ¡Bien haya quien te parió! Si mi valor heredaste, Diego, ahora lo mostraste. ¡Qué resuelto que escribió! Es valiente. Dios le guarde. ¿Vos me habéis de guiar? JUANCHO: Sí. LUIS: Pues alto, vamos de aquí, que no quiero que me aguarde. ANA: ¿Adónde vas? LUIS: Aquí voy. JUANCHO: ¡Juras a Dios, vizcaíno! Solo vas, viejo, al camino, muchos palos que le doy.
Vanse don LUIS y SANCHO
ANA: Rodrigo, temblando quedo. Ve tras ellos. RODRIGO: Sí, haré, y más gente llevaré. ANA: Que no aguarde tengo miedo mi hermano, que es arrojado, y sin advertir razones, en viéndole, ejecuciones dará a un caso desdichado; que Juancho me dijo agora que a mi padre está esperando en el campo; estoy temblando. RODRIGO: Perdé el recelo, señora, que prevenido estaré para lo que sucediere, y la gente que trujere retirada dejaré para que, sin embarazos, se desengañen los dos. ANA: Padre, hermano, traigaos Dios a mis ojos y a mis brazos:
Vanse. Sale don DIEGO
DIEGO: .................... [ -arme] ....................... [ -arme] ....................... [ -oria] Basta, cansada memoria, que dais en atormentarme; cuando afligido juzgaba que si la vida faltaba honor tenía. Memoria, si la perdía más vitorioso quedaba, pues ahora que el honor, que fue la prenda mejor que he tenido, me la arrebató atrevido de la Fortuna el rigor, memoria, si bien se advierte, acordando el trance fuerte, --¡qué pesar!-- ¡Sois la piedra de amolar del cuchillo de la muerte! ¡Que una mujer que entendía que en poco el mundo tenía, --¡qué crueldad!-- intentase sin piedad tan notable alevosíal ¡Que un noble me persiguiese, que la palabra me diese y la quebrase! ¡Que afligido me dejase y que con mi honor se fuese!
Salen don LUIS y JUANCHO
DIEGO: ..................... Espera junto al caballo por si fuese menester. JUANCHO: Señor, el que está agraviado no tiene que hacer más que en llegando metes mano, y de primer antubión el diablo llevas contrario, que satisfación si esperas no vales higo.
Vase SANCHO
LUIS: (Aguardando Aparte me está ya.) Guárdeos el cielo. DIEGO: Hasta que pueda mataros solamente lo deseo, vil caballero, que cuando de vos me fío, mi afrenta ejecutáis. ` LUIS: Reportaos y escuchadme. DIEGO: ¿Qué diréis? ¿Que por remedar el daño mayor, piadoso trujisteis esa mujer, que me ha dado para mi deshonra el cielo, para mi aflicción los hados? ¿Acaso, pregúntoos yo, sois mi tutor? LUIS: (El muchacho Aparte está resuelto. Ya es tiempo preciso de declararnos.) Diego, veinte años ahora... DIEGO: ¿Qué tienen que ver veinte años, con mi agravio? ¡Vive el cielo que debéis de haber pensado que soy loco! ¡Alto, sacad la espada! LUIS: Terrible caso será que no me escuchéis. DIEGO: Más terrible fue llevaros a mi herniana. Acabad luego, ¿qué os detenéis? Meted mano. LUIS: Digo que veinte años ha que por aquel desastrado caso. DIEGO: ¿Qué gastáis arengas? Yo no tengo de escucharos. LUIS: ¡Vive Dios que habéis de hacerlo! DIEGO: ¡Vive Dios que he de mataros si la espada no sacáis!
Sácala don DIEGO
LUIS: (¿Vióse caso más extraño? Aparte El muchacho está perdido.) ¡Alto! vamos abreviando. ¡Hijo de mis ojos! Yo... DIEGO: ¿Ya os acogéis al sagrado de la humildad? Pues conmigo no ha de valeros. (Si aguardo Aparte más razones, este viejo me ha de aplacar, y mi agravió pierde la satisfacción.) Pues no queréis meter mano, haber si ahora lo hacéis.
Tírale y mete don LUIS mano
LUIS: ¿Qué es esto, cielos sagrados? ¡Amado hijo, yo soy... DIEGO: Un caballero villano que cuando de él me fié mi deshonra ha intentado.
Dice RODRIGO dentro y luego sale con todos los que pudiesen y embisten a don DIEGO
RODRIGO: Caminad presto, que ya los aceros han sacado.
Dentro
¡Favor aquí a la justicia! DIEGO: Con celada y con engaño saliste. ¡No importa! VOZ 1: ¡Muera! LUIS: Ya no he de poder librarlo, que si declaro quien soy, no será posible caso valerle; quiero callar. ¡Hola, prendedlo o matadlo! VOZ 2: ¡Muera! VOZ 3: ¡Muera o dése preso! DIEGO: Ha de ser hecho pedazos.
Métenlo a cuchilladas
LUIS: Rodrigo, Rodrigo, mira no me lo hieran, cercadlo; bien se resiste--¡ay de mí-- Mucho le van acosando, parece que le han herido. ¡Teneos!
Salen sobre DIEGO y él herido, y cae a los pies del padre y quita las armas
DIEGO: ¡Cielos airados, que me perseguís! ¿qué es esto? A los pies de mi contrario vine a caer. LUIS: ¡Deteneos, insolente temerario! ¡Vive Dios que habéis de ver en un alto cadahalso vuestra cabeza! ¡Ay de mí! ¡Rodrigo, mira si es algo! RODRIGO: En la cabeza es la herida. LUIS: ¡Mal hayan amén las manos que se la dieron! ¿Qué es esto? ¿Estáis herido? Llegadlo acá. DIEGO: ¡Airada Fortuna! Es éste el último estado en que pudiste ponerme. LUIS: No es nada; bien empleado fuera el haberos abierto la cabeza y aun mataros. (No lo quiera Dios.) Aparte
A RODRIGO
Tomad ese lienzo y apretadlo en aquella herida. DIEGO: ¡Ah, pesia! LUIS: A ver si está bien atado: llegad acá, no está bueno.
Salen TORIBIA y LUCÍA de hombres, vestidas a lo sayagüés, SANCHO y MENDO, y JUANCHO por otra puerta
JUANCHO: Juras a Dios que anda el diablo suelto, cazolada tienes de gente el viejo bellajo escondida. TORIBIA: Anda, Lucía. LUCÍA: Pardiez que son güenos ajos éstos. SANCHO: ¿Qué gente es aquésta? MENDO: Justicia pienso. SANCHO: O me engaño, o es Diego Hurtado el que llevan entre aquellos agarrado. Padre, ¿qué habremos de hacer? MENDO: Eso pudieras mirarlo antes de salir de casa; pero después de hecho el daño, llegar, librarle o morir, ya que estamos empeñados. SANCHO: ¡Alto, pues! ¡Holal ¿A quién digo? MENDO: ¡A mochachos! Retiraos a aquesta parte. LUCÍA: ¡Oh, qué bueno! No queremos retirarnos. TORIBIA: ¿Reti... qué? Aguardad un poco. ¡Hola, fariseos! dadmos el preso. LUCÍA: Dadmos el preso. LUIS: (¡Vive Dios que los villanos Aparte del lugar quieren librarle! Quizá del cielo guiados vengan muy en hora buena.) ¿Qué es lo que emprendéis, serranos? ¿No miráis que estoy aquí? SANCHO: Por aquese mismo caso lo intentamos. LUIS: ¿Qué es aquesto? ¿Sois locos? MENDO: Locos o sabios esto ha de ser o sobre ello... TORIBIA: Suelten all hombre. LUIS: Tal caso no he visto. TORIBIA: Suelten all hombre. LUIS: ¡Ah villanos, reportaos! Mirad que el gobernador de Oviedo os está hablando. TORIBIA: ¡Mentís, que no es caballero quien intenta hacer agravios! LUIS: ¿Yo, agravios? LUCÍA: Lo dicho, dicho. TORIBIA: Claro está, que heis de negarlo porque sois un... En defeto suelten all hombre. LUIS: En llegando a las manos, tú, Rodrigo, le suelta, que por milagro, a medida del deseo, Dios trujo esta gente. JUANCHO: Juancho, buen paliza se te aliña. DIEGO: Si me libro de las manos del enemigo por ti, --¡oh, pastora!--que aunque extraño el traje de hombre conozco tu valor, por los sagrados cielos, que te he de pagar mi libertad, obligando mi palabra al beneficio. LUIS: ¡Vil canalla! ¡Ya me canso de sufrir! ¡Hola, prendedles! Si se resisten, matadlos.
Embisten con ellos, y en la refriega suelta RODRIGO a don DIEGO y TORIBIA le da su espada y descíñese la honda
SANCHO: ¡Padre, a ellos! MENDO: ¡Hijo, a ellos! JUANCHO: ¡A ellos tú también, Juancho! TORIBIA: Por ese lado, Locia, valiente, ve espechonando. LUCÍA: Ya te sigo. VOZ 1: ¡Mueran! VOZ 2: ¡Mueran!
Métenlos los villanos a cuchilladas. Salen por otra puerta RODRIGO, asido de don DIEGO. Hablan dentro
VOZ 1: ........................ [ -a-o] ¡Cielos santos, gran furor? ¿son rayos o hombres?
Sale don LUIS
LUIS: Rodrigo: haz lo que diré RODRIGO: Libraos, Diego Hurtado de Mendoza; idos, ya estáis desatado. DIEGO: Yo pagaré este servicio. LUIS: Tenedle, que se ha soltado. DIEGO: ¿Qué me persigues? ¿qué quieres? LUIS: Dios te libre.
Vanse RODRIGO y don LUIS. Sale TORIBIA
TORIBIA: Diego Hurtado. DIEGO: Toribia. TORIBIA: Pues ya estás suelto, toma esta espada en la mano, líbrate, no tengas pena, que yo seguire tus pasos en sabiendo dónde vas. DIEGO: ¿Cómo he de poder pagaros, Toribia, con una vida, tantas como me habéis dado? TORIBIA: No es tiempo de maravillas: huid. DIEGO: Obedezco y parto.
Vase don DIEGO. Salen SANCHO y MENDO, acuchillándose, por una parte, y por otra, LUCÍA, y JUANCHO
TORIBIA: Mueran, o dense a prisión. SANCHO: Antes muerto que entregado.
Salen don LUIS y RODRIGO
LUIS: ¡Teneos, teneos! ¿Qué es aquesto? Después que habéis alcanzado el intento a que venisteis, ¿por qué queréis, temerarios, abalanzar vuestras vidas cuando miráis alterado a Oviedo y que es imposible con las vidas escaparos? Daos y creedme, que os juro si por la fe de soldado y por la de caballero, por el hábito que traigo y por la vida del rey, que guarde Dios muchos años, que si os entregáis ahora debajo de la que he dado, que no recibáis ofensa, antes protesto ayudaros, pues sabéis que debo hacerlo por tenerlo granjeado con las pasadas caricias, con vuestro noble agasajo. JUANCHO: No le creas, no le creas con esto quieres pescamos, y luego estirar el nuez y allá vas con el diablo. MENDO: ¿Qué haremos, hijo? SANCHO: Señor, si es imposible el librarnos, damos con este seguro. MENDO: Sea ansí. LUCÍA: Ante todos casos, señor, ¿soltaron all hombre? TORIBIA: Sí, bestia, ya le soltaron. LUCÍA: Pues ahora, aunque me ahorquen, no importa, caquí está Juancho. JUANCHO: Más valiera no estuvieras. RODRIGO: La gente se va acercando. LUIS: ¿Qué resolución tomáis? MENDO: De que debajo tu amparo nos entregamos, y advierte que el que es noble está obligado a libertar a su amigo de semejantes trabajos. LUIS: Eso es cierto; vamos, pues, entregad las armas.
Entréganlas todos
SANCHO: Vamos. (¡Ay doña Ana, si pudiese, Aparte ya que en tus soles me abraso, merecer un rayo de ellos!) JUANCHO: Allá le llevas a Juancho, plegad a Dios que verdugo no le des carta de pago. TORIBIA Loca voy con que mi Diego, Locía, se haya librado. LUCÍA: Yo con ver que en la prisión tendré, Toribia, a mi Juancho.
Vanse. Sale don DIEGO solo por lo alto del monte
DIEGO: Ásperos e intrincados laberintos, claro y undoso río a quien paga el rocío en tributos distintos obediente al que debe cobrando el que la nieve de esos montes destila cuando el invierno afila sus frígidos bostezos, porque con esperezos el sol mal abrigado sale a invadir de luz el verde prado, y la escarcha en sus faldas perlas le ofrece en ramos de esmeraldas; si lastimáis mi suerte piedades lograréis dándome muerte. Algo cansado y afligido llego, fuente, a vuestra corriente, en vos, sed ardiente mitigaré que llevo; bulliciosa os contemplo de mi inquietud ejemplo, sed piadosa conmigo. ¿Qué es esto? A mi enemigo en aquel risco veo. ¡Ah infeliz deseo! El agua me persigue porque mi sed en ella aun no mitigue. Caballero, que esos montes, quizá pisáis por mi causa para añadirme desdichas, como si a mí me faltaran, bajad, decended al llano, que en él un hombre os aguarda que, como nunca ha vivido, no sabe cómo se llama, sólo sabe que la muerte bien alegre en sus desgracias, ya como cosa perdida ni le deja ni le mata. Si acaso me conocéis, ¿cómo no movéis las plantas? bajad, matadme. Con eso tendré vida y vos venganza.
Sale don ALONSO
ALONSO: Caballero, a quien conozco para mi daño, dudaba hasta ahora que mi suerte en mi bien se conformara, cierto de ella, aunque avarientas me niegan paso estas ramas, menospreciando su altura esculpiré mis estampas
Arrójase abajo
en la arena de ese valle, y ya que iguales nos halla la suerte, pues en la mía también es Fortuna avara, conformes en el cansancio, iguales con las desgracias, por lo menos no diréis que os he muerto con ventaja. DIEGO: La soledad de este sitio es tan grande, que no se halla que hayan violado sus hierbas hasta ahora humanas plantas. Siendo nobles, es forzoso que quede en esta batalla el uno de los dos muerto, si no es que la suerte iguala los sucesos, y es razón que aquí nos demos palabra de que el que quedara vivo, que es una facción hidalga, lleve al otro a que le den la sepultura sagrada, y hasta tanto no le deje, que será desdicha extraña que al difunto se la den una fiera en sus entrañas. Pena de mal caballero, si no lo cumpliere... ALONSO: Es tanta razón, que juro cumplirlo, y porque también se haga lo que la nobleza dicta, si llegara vuestra espada antes a mi pecho, abriendo puerta por do salga el alma, yo os perdono desde aquí, y a la Aurora soberana, madre del Sol verdadero, que estrellas lucientes calza, pongo por testigo. DIEGO: Y yo, y en fe de ello ya os aguardan mis brazos.
Abrázanse
ALONSO: Aquestos míos confirmarán mis palabras. DIEGO: ¡Alto, pues, aquesto hecho! Empiece nuestra batalla. ALONSO: Ya os aguardo con la mía, meted mano a vuestra espada. DIEGO: ¡Fuerte pulso! ALONSO: ¡Gran presteza! DIEGO: ¡Rayo airado! ALONSO: ¡Furia extraña! Mi desgracia estoy temiendo. DIEGO: Gran desdicha me amenaza ALONSO: ¡Ah débil mano! ¿Qué es esto? ¿Agora pierdes las armas?
Cáesele la espada de la mano, va a cogerla y detiénele don DIEGO y cógele la espada
DIEGO: Teneos, que ya esta ventura para mí estaba guardada. ALONSO: Dadme la espada. DIEGO: No quiero, porque es necedad extraña dar armas al enemigo con que logre su venganza. ALONSO: Pues matadme, acabad presto. DIEGO: ¿Confesáis, viéndoos sin arma, que tengo agora en mi mano ...................... [ -a-a] vuestra vida, y que no hay cosa ..................... [ -a-a] que me lo impida, pues es haber perdido la espada despojo del vencedor, si en vos ha sido desgracia? ALONSO: Cuando yo quiera negarlo, vuestra dicha lo declara. DIEGO: ¿Ya no estáis muerto? ALONSO: Si estoy, más que de temor, de rabia. DIEGO: Si estáis muerto, perdonadme, como disteis la palabra, que el testigo que pusisteis, cuya pureza sin mancha aduro, atento nos mira, a quien no podéis negarla; y para que echéis de ver que no me incitan venganzas a que este perdón os pida, tomad, tomad vuestra espada, tomad la mía también,
Dale las dos espadas
que aquí rendido os aguarda quien ya humilde no os resiste cuando soberbio os mataba.
Híncase de rodillas y levántale con los brazos don ALONSO
ALONSO: ¡Oh, afrenta de los varones ilustres, a quien la fama eterniza! Aquesos brazos me da mil veces, que basta tu generosa hidalguía para que te perdonara, no la muerte de mi primo de quien soy parte, mas cuantas injurias hacer pudieras a mi sangre y a mi casa, y si quieres que quedemos en facciones tan bizarras iguales, dame la muerte, que pienso, con perdonarla, siendo imposible hacer más, que no me lleves ventaja. DIEGO: Correspondes a quien eres. ALONSO: Vamos a Oviedo, que el alma acreditará con obras lo que ofrece con palabras; que en León no te está bien entrar hasta que, acabadas, estén estas diferencias, mientras el perdón se alcanza de su majestad. DIEGO: Amigo, tu favor me es de importancia en Oviedo, que esta noche, si sus tinieblas me amparan, pienso, cortando dos cuellos, lavar de mi honor la mancha. ALONSO: Dispón de mí, pues soy tuyo. DIEGO: Vamos pues. ¡Ay falsa hermana! ¡Ay aleve amigo! El cielo me deje tomar venganza.
Vanse. Salen don LUIS, TORIBIA, LUCÍA, MENDO, SANCHO, doña ANA, RODRIGO, JUANCHO y gente
LUIS: Haced que se les aliñen camas en aquese cuarto, y con la guarda bastante, Rodrigo, y con el cuidado necesario, en su prisión los tened, que debo honrarlos por el buen alojamiento de su casa, aunque han andado esta tarde inadvertidos. RODRIGO: De hacerlo tendré cuidado. ANA: ¡Ay, señor! ¿Vienes herido? LUIS: No, pero vengo cansado. ANA: ¡Qué tal refriega tuviste! ¿Y adónde queda mi hermano? LUIS: Pregúntalo a quien fue causa que él escapase a mis manos. ANA: ¿Qué es esto? ¿Qué traje es éste, Toribia, que habéis tomado? TORIBIA: Acá es un ciento de nueces. Dejadme; íos con el diabro, que vuesas habilidades nos tienen en este estado. ¿Por qué os huiste, golosmera, y dejasteis vuestro hermano? JUANCHO: Porque hombre y vino le quiere esta mujer de un tamaño. ANA: ¡Vaya con Dios, qué os parece cuál me ponen los villanos! MENDO: No son villanos, señora, los que estáis vituperando. Tan buenos son como vos, que los Díaz asturianos no deben nada en Oviedo a los más nobles hidalgos. LUIS: Teniendo aquese apellido noble, yo no he de faltaros. Escuchadme aparte.
Hablan MENDO y don LUIS aparte
ANA: ¡Ay cielos! ¿De qué estás tan triste, Sancho? Muy agradecida estoy que por librar a mi hermano te pongas en tal peligro. SANCHO: A no haber visto tan claro que merece vuestro amor quien hoy os está gozando y quien de mi casa os trujo, fuera poco por libraros volver a Oviedo en ceniza, débil Troya de mis brazos, y le hiciera por mi amigo, --¡viven los cielos sagrados!-- matando a quien le ha ofendido si no fuera... ANA: Sancho, Sancho, reportaos, quizá algún día, cuando estéis desengañado, yo podré corresponderos y vos podréis sosegaras. LUCÍA: Juancho, cansada me siento y aquesto va muy de espacio. ¿Quieres que aquí mos echemos? JUANCHO: ¡Dónde! LUCÍA: En el suelo. JUANCHO: Estar blando mucho para mis costillas. TORIBIA: (Quien tuviera entre los brazos Aparte a Diego. ¡Ay ausente mío!) LUCÍA: Gusto me ha dado escucharos y conoceros.
Salen don DIEGO y don ALONSO y cogen la llave
DIEGO: A tiempo me parece que llegamos. Cerrad presto. ALONSO: Ya está hecho. La llave se quedó acaso en aquesta cerradura.
Dale una llave
DIEGO: Echad la loba; arrimaos, don Alonso, en esa puerta, no se alboroten hidalgos, que acá estamos todos. LUIS: ¡Cielos! ¿No es éste Diego? RODRIGO: Soñando estoy. ¿Y también no adviertes que le viene acompañando don Alonso, su enemigo? ANA: Alguna desdicha aguardo. TOBIBIA: ¡Ay, Diego del alma mía! JUANCHO: Juras a Dios que es mi amo. DIEGO: No quiero gastar el tiempo en quejas de vuestro trato, que ésas las publica el mundo y por aqueso las callo. Tampoco quiero quejarme de aquesa mujer que al lado tenéis, que al fin es mujer, y la más fuerte, de barro. La pendencia de esta tarde tampoco quiero acordaros, que aquesa yo os la perdono, pues por ella he granjeado a don Alonso de Bustos por mi amigo y por mi hermano. Al fin, yo no vengo a quejas, sólo vengo a que la mano deis luego a aquesa señora. ¿Qué miráis? ¿Qué estáis dudando? ¿Podéis vos ser mejor que ella? No--¡voto a Dios!--esto es llano; vuestra mujer ha de ser; aquí estamos encerrados. Ésta es la llave, acabemos, o os haré tantos pedazos que en el aire... LUIS: Caballero, escuchadme y reportaos. En cuanto a ser su marido, eso no puedo negarlo que conque un impedimento allanéis fácil, es llano que me casaré con ella. En cuanto haberos quejado de que a vuestra hermana truje, respondo, señor, que es tanto lo que la quiero, que un punto fuera imposible apartarnos sin que muriera, y ansí el Amor en este lazo me disculpa, y pues que estoy a cuanto me pedis llano, contadme vuestro suceso con don Alonso. ALONSO: No es caso que admite corto progreso; sólo sabéis que obligado del valor, de la hidalguía, digna de esculpirse en mármol, de don Diego, a quien le debo la vida, le he perdonado la muerte, pues que soy parte, por ser deudo el más cercano de mi primo, y autorizo esta amistad con mis brazos. DIEGO: Ya que habéis sabido aquesto, qué se ha de allanar sepamos; porque en habiendo imposibles los allane con mataros. SANCHO: ¡Santos cielos, esto es hecho! En brasas estoy temblando. LUIS: En fin, ¿no puede ser menos sino que hemos de casarnos? DIEGO: O morir en la demanda. LUIS: Pues alto, traigan despachos de Roma. DIEGO: Pues ¿para qué? LUIS: Para que se case, es claro, una hija con su padre. Dadme esos brazos, amado hijo, que tu padre soy. DIEGO: ¿Mi padre? TORIBIA: ¿Hábrame en entrando." LUIS: ¡Ay hijo! ¡Ay prenda querida! Dadme vos también los brazos.
A ALONSO
ALONSO: Seré desde hoy vuestro hijo. DIEGO: ¿Es posible, padre amado que llegue a ver este día? LUIS: Dale tú la mano a Sancho, Ana, que estoy satisfecho, de que es por linaje hidalgo. ANA: Con mucho gusto la doy. SANCHO: Yo estoy loco en bienes tantos. DIEGO: Siendo así, Toribia mía, según me siento obligado, no hago nada aunque entrego el alma con esta mano. TORIBIA: Honor de los zaragüelles, aceto. LUCÍA: Querido Juancho, ¿quieres ser mi matrimonio? JUANCHO: Pues que tocas a rebato, Juancho, ¿qué puedes hacer? ¡Juras a Dios que me caso! DIEGO: Don Alonso, a mi prima, que es un ángel soberano, te ofrezco. ALONSO: Su cielo adoro, y ansí quedo bien premiado. LUIS: Por el perdón partan luego de su majestad, y en tanto te doy la ciudad por cárcel. MENDO: Gocéisos muy largos años. RODRIGO: Ya es hora que descanséis. TORIBIA: Y si acaso os ha agradado esta comedia, os suplico que premiéis nuestro trabajo y deseos, con decirnos "¡vitor!" Habladme en entrando.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002