LA CELOSA DE SÍ MISMA

Tirso de Molina

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 2001. Se basa en el texto de DOCE COMEDIAS NUEVAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA, PRIMERA PARTE, (Sevilla: Francisco de Lyra, 1627) que ha sido cotejado con la edición de don Juan Eugenio Hartzenbusch (COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, BAE 5, 1858).

Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don MELCHOR y VENTURA, de camino
MELCHOR: Bello lugar es Madrid. ¡Qué agradable confusión! VENTURA: No lo era menos León. MELCHOR: ¿Cuándo? VENTURA: En los tiempos del Cid. Ya todo lo nuevo aplace a toda España se lleva tras sí. MELCHOR: Su buen gusto aprueba quien de ella se satisface. ¡Bizarras casas! VENTURA: Retozan los ojos del más galán; que en Madrid, sin ser Jordán, las mas viejas se remozan. Casa hay aquí, si se aliña y el dinero la trabuca, que anocheciendo caduca, sale a la mañana niña. Pícaro entra aquí mas roto que tostador de castañas, que fïado en las hazañas del dinero, su piloto, le muda la ropería donde hijo pródigo vino en un conde palatino, tan presto que es tropelía. Dama hay aquí, si reparas en gracias del solimán, a quien en un hora dan sus salserillas diez caras. Como se vive de prisa no te has de espantar si vieres metamorfosear mujeres, casas y ropas. MELCHOR: A misa vamos, y déjate de eso.
Mirando al fondo
¡Brava calle! VENTURA: Es la Mayor donde se vende el amor a varas, medida y peso. MELCHOR: Como yo nunca salí de León, lugar tan corto, quedo en este mar absorto. VENTURA: ¿Mar dices? Llámale así; que ese apellido le da quien se atreve a navegalle, y advierte que es esta calle la canal de Bahamá. Cada tienda es la Bermuda; cada mercader inglés pechelingue u holandés, que a todo bajel desnuda. Cada manto es un escollo. Dios te libre de que encalle la bolsa por esta calle. MELCHOR: Anda, necio. VENTURA: Vienes pollo; y temo, aunque más presumas, que te pelen ocasiones; que aun gallos con espolones salen sin cresta ni plumas. MELCHOR: Si yo me vengo a casar con sesenta mil ducados, y soy pobre, ¿en qué cuidados me ha de poner este mar? ¿Traigo yo muchos? VENTURA: Doscientos, si no ducados, escudos, que de malicias desnudos, ignoran encantamentos. Librólos la corta hacienda de señor, para tu costa, y aquí correrán la posta si no les tiras la rienda. ¿Piensas que sin ocasión traen cordones los bolsillos? Pues para poder regillos, advierte que riendas son, que tira el considerado, temeroso de chocar; porque no hay mayor azar que un bolsillo desbocado. MELCHOR: Oigamos agora misa, que es fiesta, y déjate de eso pues no soy yo tan sin seso como tú. VENTURA: ¡Cáusasme risa! ¿Qué va que antes que a tu suegro --llamo así al que lo ha de ser-- veas, tienes de caer en la red de un manto negro? MELCHOR: Anda, que estás ya pesado. ¿Qué iglesia es ésta? VENTURA: Se llama La Vitoria, y toda dama de silla, coche y estrado, la cursa. MELCHOR: ¡Bravas personas entran! VENTURA: Todos son galanes, espolines, gorgoranes, y mazas de aquestas monas. MELCHOR: Vamos, que es tarde y deseo ya conocer a mi esposa; que dicen que es muy hermosa. VENTURA: ¿Cuándo has visto tú oro feo? Con seiscientos mil ducados de dote, ¿qué Elena en Grecia, y en Italia qué Lucrecia se la compara? MELCHOR: Cuidados diferentes han de darme motivo de ser su esposo; que aunque el dinero es hermoso, yo no tengo de casarme, si no fuere con belleza y virtud. Esto es notorio. VENTURA: Entra, que un fraile vitorio allí el introíto empieza. MELCHOR: ¡Oh Madrid, hermoso abismo de hermosura y de valor! VENTURA: ¡Oh misa de cazador! ¿Quién te topara en guarismo?
Vanse los dos. Salen don JERÓNIMO y don SEBASTIÁN
JERÓNIMO: Vivimos en una casa, y así está puesta en razón nuestra comunicación. SEBASTIÁN: Como tan presto se pasa el tiempo en Madrid, no da lugar aun de conocerse los vecinos, ni poderse hablar. JERÓNIMO: Disculpado está nuestro descuido; que aquí En una casa tal vez suelen vivir ocho y diez vecinos, como yo vi, y pasarse todo un año sin hablarse, ni saber unos de otros. SEBASTIÁN: Yo fui ayer --escuchad un cuento extraño-- en busca de cierto amigo aposentado en la plaza, ésa que el aire embaraza, de su soberbia testigo, usurpando a su elemento el lugar con edificios, de esta Babilonia indicios, pues hurtan la esfera al viento. Pregunté en la tienda, "¿Aquí vive don Juan de Bastida?" Y dicen, "No vi en mi vida tal hombre." Al cuarto subí primero, y con una boda vi una sala que, entre fiestas, de hombres, y damas compuestas estaba ocupada toda. Pregunté por mi don Juan, y díjome un gentilhombre, "No hay ninguno de ese nombre en cuantos en casa están." Llegué al segundo, trasunto del llanto y de la tristeza, y de una enlutada pieza vi cargar con un difunto. Al son de responso y llantos que a dos viejas escuché, por mi don Juan pregunté. Respondióme uno entre tantos, "No sé que tal hombre viva en esta casa, señor." Subí, huyendo del dolor funesto, al de mas arriba, y hallé una mujer de parto, dando gritos la parida, y a don Juan de la Bastida plácemes, que en aquel cuarto había un año que vivía con hijos y con mujer; de modo que llegué a ver en una casa, en un día, bodas, entierros y partos, llantos, risas, lutos, galas en tres inmediatas salas, y otros tres continuos cuartos, sin que unos de otros supiesen, ni dentro una habitación, les diese esta confusión lugar que se conociesen. JERONIM0: Está una pared aquí de la otra más distante, que Valladolid de Gante. SEBASTIÁN: Bien podéis decirlo así pero ¿con qué pretensiones venís a nuestro Babel? JERÓNIMO: No más que vivir en él, y gozar sus ocasiones. Tengo un padre perulero, que de gobiernos cansado, treguas ofrece al cuidado, y empleos a su dinero. Ciento y cincuenta mil pesos trae aquí con que casar una hija, en quien lograr intereses y sucesos que en Indias le hicieron rico. La mitad me cabe de ellos. SEBASTIÁN: ¡Bello dinero! JERÓNIMO: Y más bellos los gustos a que le aplico que es de Madrid la hermosura. SEBASTIÁN: A todos tenéis acción. JERÓNIMO: Esperamos de León un deudo con quien procura casar mi padre a mi hermana, que maridos cortesanos son traviesos y livianos. SEBASTIÁN: Elección cuerda y anciana. JERÓNIMO: Y vos, ¿qué hacéis en la corte? SEBASTIÁN: Un hábito he pretendido, que ya medio conseguido, temo que el plazo me acorte, por lo que me ha de pesar el dejar esta grandeza; que es común naturaleza del mundo aqueste lugar. Hele habitado tres años; seis mil ducados de renta como, tomándome cuenta de toda amores y engaños. Tengo también una hermana, que por no hallarse sin mí, ha un año que asiste aquí. JERÓNIMO: ¿Y es su patria? SEBASTIÁN: Sevillana, y en belleza y discreción Vénus del Andalucía. Y a no ser hermana mía y extraña en su presunción, os la pudiera alabar por sol de la patria nuestra. JERÓNIMO: Basta ser hermana vuestra. SEBASTIÁN: Sí, pero es nunca acabar si os cuento en lo que se estima. De todos hace desprecio; el mas Salomón es necio si a pretenderla se anima; Tersites el más galán, Lázaro pobre el más Creso, y el más noble, hombre sin seso. No quiere venir de Adán, porque dice que no pudo progenitor suyo ser quien delante su mujer se atrevía a andar desnudo. JERÓNIMO: ¡Humor singular, por Dios, y digno por su camino de estima! SEBASTIÁN: Nuestro vecino sois, y de una edad los dos. Como nos comuniquemos, daréis a la admiración, como a la risa, ocasión de celebrar sus extremos. JERÓNIMO: Yo y mi casa hemos de estar desde hoy al servicio vuestro. SEBASTIÁN: Con la voluntad que os muestro, me habéis siempre de mandar. Pero ya de misa salen. Pasad la lengua a los ojs, si en hechiceros despojos cuerdas resistencias valen contra vitoriosas llamas. JERÓNIMO: Es esta iglesia una gloria de belleza. SEBASTIÁN: Y la Vitoria la parroquia de las damas.
Vanse los dos. Salen don MELCHOR y VENTURA
MELCHOR: ¿No has oído misa tú? VENTURA: ¿Soy yo turco? Siendo hoy fiesta, ¿Sin misa había de quedarme? MELCHOR: ¿Dónde la viste? VENTURA: A la puerta de esta devota capilla de la Soledad, y en ella a un fraile, que esgrimidor, juntó el pomo a la contera. ¡En qué santiamén la dijo! ¡Oh, quién hacerle pudiera secretario de la cifra, o capellan de estafetas! Entraste tú hasta las gradas, al olor de la belleza de damas, tus gomecillos, que como ciego te llevan; mas yo que huyo de apreturas, quedéme a la popa de ellas, que es rancho de los Guzmanes en naves, coches e iglesias. MELCHOR: ¡Ay, Venturilla, cuál salgo! VENTURA: Saldrás con el alma llena de devoción de esta imágen, que enternece su tristeza. Es de las mas celebradas de la corte. MELCHOR: ¡Ojalá fuera divina mi devoción, y la imágen causa de ella! Devoto salgo, Ventura; pero a lo humano. ¡Ay, qué bella imagen vi! si es imagen quien a sí se representa. ¡Ay si de la Soledad esta hermosa imagen fuera, y no de la compañía, porque ninguna tuviera! VENTURA: ¡Al primer tapón zurrapas! ¡Perdido a la primer treta! ¡En tierra al primero golpe, y al primer lance babera! ¿Mas que has visto alguna cara margenada de guedejas, que el solimán albañil hizo blanca siendo negra; manto soplón, con mas puntas que grada de recoletas, de aquella castaña erizo, y archeros de aquella alteza, que al descuido cuidadosa, al viento de la veleta, o abanico, te enseñaba por brújula la cabeza? Sería peli-azabache la prohijada cabellera, puesta, como defensivo encima de la mollera; toca y valona azulada, banda que el pecho atraviesa, vueltas y guantes de achiote, guantes de pita, y firmeza, escapulario y basquiña de peñasco, a la frailega, chapín con vira de plata, crugiendo a ropa de seda, la camándula en la mano. MELCHOR: Ventura, palabras deja aplicadas a tu humor, y en esa mano te queda, que es la que he visto no más. ¡Ay qué mano! ¡Qué belleza! ¡Qué blancura! ¡Qué donaire! ¡Qué hoyuelos! ¡Qué tez! #161;Qué venas! ¡Ay qué dedos tan hermosos! VENTURA: ¡Ay qué uñas aguileñas! ¡Ay qué bello rapio, apis! ¡Ay qué garras monederas! ¡Ay qué tonto moscatel! ¡Ay qué bobuna leonesa! Y ¡Ay qué bolsillo precito, si mi Dios no lo remedia! ¿Que no la viste la cara? MELCHOR: ¿De qué suerte pude verla, si me embarazó los ojos aquella blancura tierna, aquel cristal animado, aquel... VENTURA: Di candor, si intentas jerigonzar critiquicios; di que brillaba en estrellas, que emulaba resplandores, que circulaba en esferas, que atesoraba diamantes, que bostezaba azucenas. ¿De una mano te enamoras, por el sebo portuguesa, dulce por la vírgen miel, y amarga por las almendras, sin un adarme de cara, sin ver un ojo, una ceja, un asomo de nariz, una pestaña siquiera? ¡Jesús, qué bisoñería! MELCHOR: Necio, si probar deseas mi cólera, di dislates. VENTURA: ¿Ya estás en la corredera? Prosigue. MELCHOR: Una mano hermosa, blanca, poblada y perfeta, que tiene acciones por almas y tiene dedos por lenguas. Hará enamorar un mármol; y la que yo vi pudiera menospreciar voluntades, descorteses por exentas. Cúpome, al oír la misa, su lado; y cuando la empiezan, quitó la funda al cristal, y en la distancia pequeña que hay desde el guante a la frente vi jazmines, vi mosquetas, vi alabastros, vi diamantes, vi, al fin, nieve en fuego envuelta. Tenía hasta el pecho el manto y santiguóse cubierta. Pudo ser de verme ansí trasformado en su belleza. Volvió en ocasos de ámbar segunda vez a esconderla, hasta que en pie al evangelio amaneció aurora fresca. Santiguóse al comenzarle, y al darle fin encarcela hasta el Sanctus, que desnuda da aldabadas a la puerta del pecho, llamando al alma, que deseosa de verla, debió penetrar cartones, pues corazones penetra. Duró esta vez el gozarla sin la prisión avarienta, hasta consumir el cáliz. ¡Ay Dios, si mil siglos fueran! Volvió a ponérseme el sol hasta que acabando, empiezan el evangelio postrero, siendo también la postrera liberalidad feliz que hizo a mi vista, ciega con la oscura privación de su cándida pureza. VENTURA: A tragos te la sorbiste, si no es que contigo juega al escondite, esa mano, ¿Hay más de eso? MELCHOR: Oye, y espera. Estaba yo reduciendo a los ojos mis potencias, para que todas gozasen la gloria de su belleza, cuando vi junto a ella un hombre que en el talle y la apariencia pasaba plaza de honrado, cortarle, con sutileza ingeniosa, del cordón un bolsillo. ¿Quién creyera que de tal civilidad fuera apoyo tal presencia? Amábala yo, y así corría ya por mi cuenta el defender prendas suyas; pero por no hacer la afrenta pública del robador, antes que el hurto escondiera asiéndole de la mano, le vituperé a la oreja la acción de su talle indigna, respondiendo su vergüenza en la cara por escrito lo que no pudo la lengua. Quitéle en fin el bolsillo, y atribuyendo a pobreza lo que debió ser costumbre, saqué de la faltriquera un doblón, que por hallazgo de tan estimada prenda le di, con que en un instante despejó misa a iglesia. Cesó el no oído oficio, que me holgara o que fuera de pasión; desocupóse la capilla, donde queda rematando en el rosario mi divina mano cuentas, cuyo alcance han de pagar desde este punto mis penas; y salgo a aguardarla aquí; deseando que amanezca el alba de aquella mano, cuando, cisne puro, vuelva a bañarse en la agua santa que en esta pila desean mis esperanzas gozar, después que no la ven, secas. VENTURA: ¡Válgate el diablo por mano! La primera vez es ésta que entró el amor por grosura. Manotada te dió fiera. Mas ven acá. Si esta mano viene a ser, cuando la veas, de algún rostro polifemo, o alguna cara juaneta, ¿Qué has de hacer? MELCHOR: ¡Eres un tonto! La sabia naturaleza distribuyó proporciones en sus fábricas discreta. Mano de tal perfección fuera culpable indecencia que sirviese de instrumento a cara menos perfeta. Mandó Alejandro pintar en una tabla pequeña la corpulencia de Alcídes; y por mostrar su grandeza solamente pintó Apeles el dedo pulgar, que intentan medir gigantes a varas; para que hiciesen la cuenta qué tan grande sería el cuerpo de quien en un dedo emplea aritméticas medidas y yo, de la suerte mesma, conjeturo por la mano qué tal será la belleza del dueño de tal ministro. VENTURA: ¡Bueno! ¿Ejemplicos me alegas? Pues allá va el mío, escucha: una dama en la apariencia, pasaba por una calle, hollándola airosa y tiesa más que un alcalde de corte, enamoróse de verla un galán, por las espaldas porque el talle y gentileza con que jugaba el chapín y tremolaba la seda, cuando manos, prometían una española Belerma. Adelantó susto y pasos, y volviendo la cabeza, vio un ángel de Monicongo con una cara pantera. Santiguóse el hombre, y dijo, "¡Jesús! ¡Delante tan fiera y tan hermosa detrás!" Y respondióle la negra, "Si parécele misor espaldas que delantera, y transera estar hermosa, bese vuesancé transera." Enamórate de manos, antes que tu dama veas, y podrá ser cuando salga, que lo mismo te suceda. MELCHOR: Si vieras tú aquella mano y aquel talle, no dijeras blasfemias a su hermosura. VENTURA: A tu amor digo blasfemias. MELCHOR: Ya sale; apártate, y mira la hermosa mano que llega a trasformar gotas de agua, si no en diamantes, en perlas
Salen doña MAGDALENA y QUIÑONES, cubiertas con manto, y la primera una mano sin guante, como quien acaba de tomar agua bendita
QUIÑONES: Estarán a la otra puerta los escuderos y el coche.
Don MELCHOR se acerca a doña MAGDALENA
MELCHOR: Deslutadle al sol la noche, dejad su luz descubierta, pues no es bien cuando despierta deseos en que me abraso, señora, que al mismo paso que la adoro, me atormente y, apénas goce su oriente, cuando me aflija su ocaso. Crepúsculos tiene el día, como al nacer, al ponerse, que ven antes de esconderse los que adoran su alegría. Sol hermoso, mano mía, si al nacer me os habéis puesto en el ocaso molesto que mis esperanzas ciega, sol pareeeis de Noruega pues os escondéis tan presto. Agua traéis. No me espanto si Amor llamas multiplica porque llover pronostica el sol, cuando abrasa tanto. Basta que el avaro manto sirva de nube sagrada a esa gloria idolatrada. Descubríos, blanca aurora, que dirán que sois traidora, pues dais muerte, disfrazada. MAGDALENA: Caballero, ni el lugar esas lisonjas abona, ni la que hablais es persona que os las tiene de feriar. Excusadlas de gastar, o dad orden de lucirlas a quien merezca admitirlas o procure agradecerlas; que ni yo sé responderlas ni tengo gusto de oírlas.
A QUIÑONES
VENTURA: ¿Tiene vuesa dueñería la mano, cual su señora, culta, animada, esplendora, gaticinante y harpía? ¿Brillarále la uñeria cuando el caldo escudillice o la loza estropajice, exhalando cada vez las aromas que a las diez vierta, cuando bacinice? Desencarpine ese pie... Iba a decir esa mano.
QUIÑONES le da una bofetada a VENTURA
QUIÑONES: ¡Jó, majadero! VENTURA: De llano bofetón! ¿Afrenta fue?
A doña MAGDALENA
MELCHOR: Hoy a esta corte llegué, creyendo que amanecía; mas es tal la suerte mía, que, cuando más venturosa, el sol de esa mano hermosa me anochece a mediodía. MAGDALENA: Todo está bien ponderado. Si a ganar habéis venido nombre de bien entendido, ya, hidalgo, le habéis ganado. Preciáos de considerado, como de discreto agora y advertid que el sitio y hora no es acomodado. Adiós. MELCHOR: Será fuerza el ir tras vos, si os partís así; señora. MAGDALENA: Pues serálo si eso hacéis; que el buen crédito perdáis que cortesano ganáis, y algún daño ocasionéis. MELCHOR: No intento yo que me deis, habiéndome acreditado, nombre de necio y pesado, sino de restaurador de una prenda de valor que os han del cordán cortado. Mirad lo que os falta de él; cobraldo, y luego partíos, puesto que mis desvaríos os den nombre de crüel. MAGDALENA: Un bolsillo estaba en él; pero de poca importancia. MELCHOR: No tiene el mundo ganancia con la de éste, por ser vuestro.
Aparte VENTURA y su amo
VENTURA: ¡Cuerpo de Dios, que es el nuestro! MELCHOR: Calla, necio. VENTURA: ¡Que ignorancia! MELCHOR: Un ladrón os le ha robado, y yo os le he restituído. En hallazgo de él, os pido que al sol quitéis el nublado. Vea yo el cielo estrellado que en ese manto se esconde; que si al cristal corresponde de la mano que encubrís, a ser el fénix venís que en Arabia al sol responde. MAGDALENA: No es ése el que yo traía.
Hablan aparte VENTURA y don MELCHOR
VENTURA: Que es el nuestro. MELCHOR: ¡Vive el cielo, Si no callas...
A doña MAGADLENA
El recelo turbar al ladrón podía. Si por oficio tenía quitar las prendas que os muestro, y era en el hurtar tan diestro, muchas como éstas tendrá, y este bolsillo será por derecho desde hoy vuestro. Gozad su restitución, si no es que por no pagar el hallazgo, queréis dar a mis quejas ocasión. MAGDALENA: En daño suyo el ladrón, o liberal o turbado, a los dos nos ha engañado; y si admitirle no quiero, es porque ese viene entero, y el que me hurtó va cortado. La mitad de los cordones
Muéstrale un pedazo de los cordones con que se cerraba el bolsillo que traía a la cinta
me dejó. Sacad por vellos la distinción que hay en ellos, y no malogréis razones. Si atrevimientos ladrones la causa de ese hurto han sido y no hay señor conocido, a la Merced le llevad, o si no a la Trinidad, que recogen lo perdido, y dejadnos, porque hay ojos que cuidadosos nos ven, y no sé que os esté bien, si dais motivos a enojos. MELCHOR: Yo de robados despojos no he de ser depositario. VENTURA: (¿Hay hombre más temerario?) Aparte MELCHOR: Sedlo vos mientras parece el dueño, si es que merece tal favor su propietario. MAGDALENA: Importunidad cansada es la vuestra. Porque os vais, y el paso no me impidáis, he de hacer lo que os agrada. Dádsele a aquesa criada... VENTURA: (¡Qué escrupuloso desdén!) Aparte MAGDALENA: Que en mí no parece bien ni guardarlo, ni admitillo. VENTURA: (Espiró nuestro bolsillo. Aparte Requiescat in pace, amén. MAGDALENA: Y por si acaso volviere su dueño por él, podréis decir, si con él os veis, que aquí mañana me espere. Daréis pesar al que os viere seguir donde voy; y así por me hacer merced a mí y por ser tan cortés vos, mientras me ausento, los dos no habéis de pasar de aquí. Esto quiero suplicaros. MELCHOR: Y yo quiero obedeceros, sin esperanza de veros, sin remedio de olvidaros. En fin, ¿podré aquí aguardaros, si traigo el dueño? MAGDALENA: A las dos volveré, sálo por vos, que sois galán cortesano. MELCHOR: Dadme una seña. MAGDALENA: Esta mano.
Quítase de una mano el guante
MELCHOR: ¡Ay aurora hermosa! MAGDALENA: Adiós.
Vanse doña MAGDALENA y QUIÑONES
MELCHOR: Venturilla, mi ventura encarece. No seas recio, ni me digas disparates; que tú vendes por consejos. Comprar por un poco de oro los cinco climas del cielo, la vía láctea nevada, el sol de hermosos reflejos, ¿no es lance digno de estima? ¿No es barato? VENTURA: Sí, y por eso dicen, "Lo barato es caro." Tú encarecerás el sebo de cabrito antes de mucho, pues solamente por verlo doscientos ducados diste, cuarenta por cada dedo; y esto a ver, y no a tocar. A fe, si viene a saberlo Martin Danza, que él te hospede en el nuncio de Toledo. ¿Qué habemos de hacer agora, sin la mano y sin dineros? Medio día era por filo, y ni hay blanca, ni comemos. MELCHOR: Impertinente, ¿no sabes que me está aguardando un suegro con sesenta mil ducados? VENTURA: ¿Y si ése se hubiese muerto, acomodado la novia, o le parecieses feo, y te echase en hora mala, que es mujer, y puede hacerlo? MELCHOR: ¿Feo yo? VENTURA: Pues siendo pobre, ¿hay Sacripante, hay Brunelo, hay tiburón, hay caimán más asqueroso y más fiero? ¿Hay sátiro como tú sin blanca? MELCHOR: Pues según eso, para una mujer tan rica, ¿podía dejar de serlo por un bolsillo de escudos? VENTURA: No la olieras, por lo menos, a pelón o contagioso, que huye casamientos cuando huele mal la boca. Alcorzas la dan remedio que disimulan olfatos y las damas de este tiempo, que faldriqueras oliscan, si no exhalan el aliento dorado, vuelven el rostro, escupen y hacen un gesto. Con estos pocos de escudos remediaras tus defetos. Como guantes de polvillos, lo que duran, poco y bueno. Pero agora, yendo a vistas sin un real, por Dios, que temo que al instante que te mire, le has de oler a perro muerto. MELCHOR: ¿No tengo el bolsillo yo, que en ser suyo, es de mas precio que cuanto el Oriente cría? VENTURA: Al que se lleva me atengo. ¿Mas que no tiene seis cuartos! MELCHOR: Hoy has dado en majadero. VENTURA: Si de manos te enamoras, seré mano de mortero. MELCHOR: No había de codiciarle el ladrón, a no estar cierto de su valor, ni ponerse en tan evidente riesgo. VENTURA: ¿Hay más que abrirle? MELCHOR: Verásle.
Saca un bolsillo lleno
VENTURA: ¡Oh, virgen del Buen Suceso! Dadnosle en esta ocasión, y otro de cera os ofrezco. MELCHOR: Mira ¡qué proveído está! VENTURA: Déjame tomarle el peso. MELCHOR: ¿Qué te parece? VENTURA: Por Dios, que es en lo pesado un necio. Alma tiene de arcabuz. Abrámosle, que recelo que es barriga de opilada, y habrá tomado el acero.
Saca don MELCHOR un envoltorio de papel dentro del cual hay una piedra
¿Qué es eso? MELCHOR: Un papel preñado. VENTURA: No será vírgen su dueño. Desenvuélvele. MELCHOR: ¿Quién duda que alguna joya está dentro? Esto era lo que pesaba. VENTURA: Date prisa ya, sabremos si es hijo o hija. MELCHOR: Hija fué. VENTURA: Y yo los dolores temo.
Don MELCHOR le muestra la piedra
MELCHOR: Una piedra es verde oscura, atada a un listón. VENTURA: Enfermo de piedra estaba el bolsillo, y tú has sido su potrero. MELCHOR: Oye, en este papel dice "esta piedra es por extremo buena para el mal de ijada." VENTURA: Désele Dios a su dueño. ¿De la ijada, y no es atún? Enfermedad es de viejos y la tapada será en la edad censo perpetuo. De pedradas nos ha dado. ¿Queda más? MELCHOR: Sí. VENTURA: Saca presto.
Don MELCHOR saca lo que dice
MELCHOR: Éste es un dedal de plata. VENTURA: De dallo fue su embeleco. MELCHOR: Éste es un devanador. VENTURA: Los tuyos son devaneos. MELCHOR: Y es de ébano. VENTURA: De Eva, no; que Eva, en fin, andando en cueros, no te engañara tapada. ¿No te deshagas del trueco? MELCHOR: Tres sortijas de azabache, y cuatro de vidrio. VENTURA; El precio se llevó, y tú la sortija. MELCHOR: Reír me haces. VENTURA: ¿Hay más de eso? MELCHOR: No hay otra cosa, Ventura. VENTURA: Tan mala se la dé el cielo, como a las dos nos la ha dado. MELCHOR: Yo por tan feliz la tengo, que en estas prendas adoro, por la mano en que estuvieron. Que mañana vuelva aquí me manda, y alegre espero alguna ventura oculta, infuencia de su cielo. VENTURA: ¿Y crees tú que volverá? MELCHOR: Pues ¿hay que dudar en eso, habiéndolo prometido? VENTURA: ¿A volverte los doscientos? MELCHOR: Si yo los admito, sí. VENTURA: De azotes se los prometo, si ella hace tal necedad. MELCHOR: ¡Qué pesado! VENTURA: ¡Qué ligero! MELCHOR: Por señas, ¿no me mostró la mano? VENTURA: El arañudero, dirás mejor, de bolsillos. Vamos a buscar el viejo, que ha de ser nuestro socorro. MELCHOR: Si a ver aquel ángel vuelvo, no sé cómo he de poder casarme. VENTURA: ¿Ángel, y de negro, con uñas? Llámole diablo. MELCHOR: Es sol de nubes cubierto. VENTURA: Bien dices que es sol... con uñas. MELCHOR: Vamos; mas oye, ¿qué es eso?
Salen don LUIS y don JERÓNIMO
LUIS: Os digo que es don Melchor. MELCHOR: ¡Oh primo! ¿El primero encuentro es con vos? Dichoso he sido. LUIS: Dos dias ha que os espero, pues conforme a vuestra carta, si salísteis de León luego que se escribió, desde ayer tardáis. MELCHOR: Atribuíd al tiempo, con tanta lluvia enfadoso la culpa, y no a mis deseos, que ya, amigo Don Lüis, se han cumplido, pues os veo. LUIS: Hablad a vuestro cuñado. Mejor diré hermano vuestro; que como tal os aguarda. JERÓNIMO: Yo os doy los brazos, contento de ver cuán bien corresponde a la fama que tenemos de vos, vuestra gallardía, puesto que con sentimiento de que os hayáis apeado, y no en mi casa. MELCHOR: Ahora llego, y la poca certidumbre que en esta confusión tengo de sus calles y sus casas, me disculpa. JERÓNIMO: Yo la aceto, y a ganar voy las albricias de mi hermana; que no quiero que improvisas turbaciones malogren gustos de veros; que os tiene muy deseado. MELCHOR: Paga mi fe. JERÓNIMO: Entreteneos con don Lüis, entre tanto que aviso a mi padre y vuelvo; si no es que en su compañía, por apresurar deseos, queréis honrar nuestra casa.
A don LUIS
MELCHOR: Disponedlo al gusto vuestro. LUIS: Conmigo irá de aquí a un rato. JERÓNIMO: Adiós pues.
Vase don JERÓNIMO
LUIS: ¿Qué traéis de nuevo que contarme de León? MELCHOR: Nada; todos quedan buenos, vuestros padres y los míos. y a vos, ¿cómo os va de pleitos? LUIS: Salí con mi mayorazgo. MELCHOR: El parabién os ofrezco. LUIS: Venturilla, ¿cómo vienes? VENTURA: Enfadado de venteros, trotando por esos llanos, trepando por esos puertos, y ofreciendo a Bercebú a cierta mano de tejo que hemos engastado en oro.
Aparte a VENTURA
MELCHOR: ¿Quieres callar, majadero? LUIS: Venís muy enamorado? MELCHOR: No sé lo que os diga en eso lo que sobra por oídas y lo que basta hasta verlo. No sé yo porqué al Amor le llaman y pintan ciego, pues lo que no ve, no estima. LUIS: ¡Ay! ¡Qué de mal me habéis hecho! MELCHOR: ¡Yo! ¿Cómo, o porqué? LUIS: Mejor es reprimir pensamientos, y desahuciar esperanzas que enemistaran con celos. Vos sois pobre; vuestra dama tiene sesenta mil pesos, que ensayados son escudos; yo soy rico, y vuestro deudo. No he de competir con vos. MELCHOR: Don Lüis, si sois discreto, ¿por qué me habláis con preñeces? LUIS: Ya no lo son, si lo fueron. Doña Magdalena hermosa os espera como a dueño de su hacienda y libertad, con amor libre y honesto. Idolatrara yo en ella, a no estar vos de por medio, y pretendiera imposibles. por vos, que amor crece entre ellos. Vámosla a ver. No hagáis caso de fábricas que en el viento desvaneció vuestra vista, digna de tan noble empleo. Ella os ama; yo la adoro; mas sacaréla del pecho, aunque me cueste la vida, con la ausencia o con el tiempo. MELCHOR: Primo, puesto que a casarme de Leon a Madrid vengo, no es de suerte enamorado al interés que pretendo que no sea lince mi honor, con que velando penetro dificultades que esconden vuestros confusos misterios. Si queréis y sois querido, proseguid, que yo os prometo que su oro no sea bastante a dorar de amor los hierros. Declaraos, si sois amigo. LUIS: ¿Qué hay que declarar? Yo quiero a quien por dueño os aguarda; pero no hagáis argumento de lo que os digo, ni agravio del mínimo pensamiento de vuestra dama o esposa; porque, por la luz del cielo, que hasta agora en mí no ha visto una centella del fuego que me abrasa; ni en virtud tiene España tal ejemplo. Fuila a ver de vuestra parte, las vuestras encareciendo; y amor, que es potencia todo, rindióse viendo su objeto. Pero amor en los principios es niño, y múdase presto. Yo me ausentaré esta tarde, por aguardarme en Toledo amigos y ocupaciones. Asegurad, primo, miedos; que no es bien perdáis por mí tal belleza y tal provecho. MELCHOR: No le tengo yo por tal si ha de ser en daño vuestro; ni es mi voluntad tan libre que no haya los ojos puesto en prendas merecedoras de señorear deseos, que tibios, por no empleados, sabrán deshacer conciertos. Ni yo a quien amáis he visto, ni en viéndola me prometo tanto, que pueda mudar las memorias que conservo. ¿Qué sé yo si agradaré a esa dama, que habrá hecho ausente retratos míos allá en el entendimiento, y por no corresponder el original con ellos, me aborrezca, pues no iguala la verdad á los deseos? Primo, no habéis de ausentaros. LUIS: Vámosla a ver, que ya es tiempo. Plegue a Dios que no os agrade. MELCHOR: (¡Ay mano! ¡Ay cristal! ¡Ay cielo! Aparte Con una mano en los ojos, ¿qué he de ver estando ciego? VENTURA: (Mano, vive Dios, de Judas, Aparte pues lleva bolsa y dineros.)
Vanse todos. Sale doña MAGDALENA, vistiéndose otro traje, y QUIÑONES
MAGDALENA: ¿Que don Melchor ha venido? QUIÑONES: Si no te engaña tu hermano, ya llega a darte la mano. MAGDALENA: Iguálame ese vestido; que con el otro que dejo, los pensamientos desnudo que aquel extranjero pudo engendrar. Dame ese espejo. Ponme esa valona bien. ¿Está bueno este cabello? QUIÑONES: Tal, que estando Amor cabe ello, rendirá a cuantos le ven. MAGDALENA: ¡Ay, Quiñones, y qué susto me causa aquesta venida! Tenía yo divertida el alma, y no sé si el gusto, con la memoria apacible del forastero galán. ¡Y ántes de verle me dan Esposo! ¡Caso terrible! ¡Que tenga tanto poder la obediencia y el honor! QUIÑONES: Dilata mas el color de ese carrillo. MAGDALENA: Sin ver, ¿he de amar a quien aguarda? Quiñones, ¿no es caso fiero? QUIÑONES: Galán era el forastero. MAGDALENA: Y sobre galán, gallardo. ¡Ay! ¡Quien pudiera eompralle, ya que mis penas escuchas, una de las partes muchas que tiene: la gracia, el talle con que hacer a don Melchor como él...! Si no tan perfeto Tan amante o tan discreto. QUIÑONES: Podrá ser que sea mejor. MAGDALENA: ¿Cómo será eso posible? ¡Tan cortés urbanidad! ¡Tanta liberalidad! ¡Y sazón tan apacible! No era digna de ella yo. Roguéle no me siguiese, ni donde vivo supiese; y obediente, se quedó inmóbil en aquel puesto, si, como ya lo advertiste, entre confïado y triste, solo a agradarme dispuesto. Luego ¿tu piensas que ignoro que no fue él el robador del usurpado favor, que me restituyó en oro? QUIÑONES: Para mí no hay dudar de eso. MAGDALENA: Pues de tanta eficacia es conmigo, no el interés, la accion sí, que te confieso que hechizo para mí ha sido. QUIÑONES: Es grande hechicero el dar. Inmenso y rico es el mar, y recibe agradecido el tributo sucesivo del arroyuelo menor; que en los estudios de amor sólo hay libros de recibo. Pero ¿de qué sirve ya hacer de él memoria en vano, si para darte la mano tu esposo a la puerta está? MAGDALENA: De que salga regalado del alma y memoria mía; que al huésped es cortesía el despedirle obligado. Mas los vecinos de arriba pienso que me entran a ver.
Salen doña ÁNGELA y don SEBASTIÁN
SEBASTIÁN: La vecindad suele ser, cuando en la igualdad estriba que conserva la amistad si es que la vuestra merezco, un grado de parentesco, señora, de afinidad. Hémosla ya profesado vuestro hermano y yo; y así a doña Ángela pedí que aumentase aqueste grado entrándoos a visitar, y a dárseos por servidora. MAGDALENA: Casa en que tal dueño mora, es muy digna de estimar, y más el ofrecimiento con que esta merced me hacéis, cuando en mí, señora, veis tan corto merecimiento. Mas con tan noble vecina seré dichosa desde hoy. ÁNGELA: Vuestra servidora soy, y fuera vuestra madrina ya que bodas esperáis, si hallara desocupada aquesta plaza. MAGDALENA: Obligada, quiero que merced me hagáis; que hasta aquí no os he servido para suplicaros eso. Que estoy turbada confieso. ÁNGELA: ¿A quién no turba un marido? MAGDALENA: Y más quien cual yo le aguarda, y el talle que tiene ignora. SEBASTIÁN: El honor no se enamora; que solas las leyes guarda de la opinión, y hasta en esto mostráis vuestra discreción. ÁNGELA: Por excusar la ocasión en que ese susto os ha puesto, el matrimonio rehuso. MAGDALENA: Crüel es vuestra hermosura. ÁNGELA: ¡Jesús! Delante de un cura, por más que el cielo dispuso que se desposen así, y tanta gente, ¿ha de haber tan atrevida mujer, que le diga a un hombre "sí"? SEBASTIÁN: Pues ¿qué escrúpulo hay en eso? ÁNGELA: ¡Jesús! Quien hace tal cosa, o es muy libre y animosa, o no tiene mucho seso.
Salen don ALONSO, don JERÓNIMO, don LUIS, don MELCHOR y VENTURA
ALONSO: Atribuye A tu ventura, como a mi buena elección, hija, el que en esta ocasión corresponda a tu hermosura, el noble merecimiento del dueño que te escogí. Vesle, Magdalena, aquí. No pudo tu pensamiento, por más que encarecedor galán te le haya pintado, ser más que un tosco traslado del talle de don Melchor. Haz cuenta que en él abrazas de don Juan la imagen propia; que yo viéndole en su copia, miéntras tú su cuello enlazas, mostraré mi regocijo, renovando en esta edad la juvenil amistad del noble padre, en su hijo. No quiero yo más hacienda que la heredada virtud que miro en su juventud. El padre avariento venda al oro la libertad de sus hijas; que el valor de tu esposo don Melchor, y la ley de mi amistad, juzga por más oportuna la sangre que la riqueza, cuanto la naturaleza se aventaja a la fortuna. Dale la mano.
Hablan aparte doña MAGDALENA con QUIÑONES, y don MELCHOR con VENTURA
MAGDALENA: ¡Ay Quiñones, éste ¿no es el forastero que fue usurpador primero de mis imaginaciones? QUIÑONES: Sí, señora. En la Vitoria éste fue quien la alcanzó d ti. ¿Qué dicha llegó a la tuya? MELCHOR: La memoria de aquella mano, Ventura, como quien ve por antojos, tiene ocupados mis ojos. ¡Fea mujer! VENTURA: ¿Qué hermosura se igualará a la presente? Pero dejando la cara, en la candidez repara de aquella mano esplendente, que es la misma, vive Dios, que melindrizó el bolsillo. MELCHOR: Anda, borracho; aun decillo es blasfemia. VENTURA: No estóis vos, señor, con juicio cabal. MELCHOR: Ésta es asco, es un carbón. Es en su comparación el yeso junto al cristal. A sus divinos despojos no hay igualdad. VENTURA: Yo la vi, cuando me llevó tras sí con el bolsillo los ojos, y juro a Dios que es la propia. MELCHOR: Enviaréte noramala, si no callas, necio. Iguala la Scitia con la Etïopia. La mano que a mi me ha muerto, de una vuelta se adornaba de red... VENTURA: (Bolsillos pescaba.) Aparte MELCHOR: ...y ésta trae el puño abierto. VENTURA: No estaba el otro cerrado para agarrar los doscientos. Llégala a hablar. MAGDALENA: (Pensamientos, Aparte ¿qué piélago os ha engolfado e contrarias suspensiones?) ALONSO: Don Melchor, ¿cómo no habláis a vuestra esposa? MELCHOR: Agraviáis las cuerdas ponderaciones que en esta belleza admiro, si limitáis su silencio. Callo, adoro, reverencio y hablo más cuanto más miro. Perdonad, señora mía, a la lengua, si a los ojos, para gozar los despojos de ese sol que luz me envía, se pasa; que si es verdad, que Amor al esposo obliga que lo primero que diga sea alguna necedad, yo juzgo por caso recio la primer vez que os adoro entrar contra mi decoro, por los umbrales de necio. MAGDALENA: Estáis tan acreditado conmigo ya, que si fuera posible que en vos cupiera esa ley de desposado, juzgara por discreción cualquier desacierto vuestro. VENTURA: Cada cual se dé por diestro. Buena está la introducción, y vuesa merced me tenga cuando me vaya a caer; que habemos los dos de ser un par hasta que otro venga. SEBASTIÁN: Entre tanto parabién los de un vecino admitid, de quien podréis en Madrid serviros siempre, y también los de mi hermana que agora añade a su vecindad nuevos grados de amistad. JERÓNIMO: Doña Ángela, mi señora, y el señor don Sebastián, posan los cuartos de arriba, y en su noble sangre estriba la voluntad con que os dan parabienes, que merecen mucho.
A don JERÓNIMO
MELCHOR: Salid vos por mí fiador, pagaréis así los favores que me ofrecen; Que como recién venido, caer en mil faltas temo. ÁNGELA: (El leonés es por extremo, Aparte como no oliera a marido.) ALONSO: Esta noche habéis de ser mis convidados los dos. SEBASTIÁN: Basta mandárnoslo vos. VENTURA: (Eso sí; haya que comer.) Aparte
Aparte a don MELCHOR
ALONSO: Ya estáis, hijo, en vuestra casa. Desposado saldréis de ella.
Aparte don LUIS y don MELCHOR
LUIS: ¿Haos parecido muy bella la novia? ¿Mas que os abrasa? ¿Mas que ya habéis olvidado aquella mano homicida? MELCHOR: Quien bien ama, tarde olvida; que estoy más enamorado por ella, amigo, os advierto. LUIS: ¿Pues no es la de vuestra esposa, para mano, tan airosa, y tan bella? MELCHOR: No por cierto.
Hablan aparte doña MAGDALENA y QUIÑONES
QUIÑONES: ¿Hay suerte como la tuya? ¡Que el primer hombre que vinieres Sea tu esposo! ¡Dichosa eres! MAGDALENA: No sé de eso lo que arguya. Pensamientos solicitan guerra, en mi pecho, crüel, y si unos vuelven por él, otros le desacreditan. JERÓNIMO: (Temo que nuestra vecina, Aparte según lo que en mi alma pasa, por dueño se quede en casa.) LUIS: (¡Ay Magdalena divina! Aparte Ya te lloro enajenada.) QUIÑONES: ¿Cómo te llamas? VENTURA: Ventura. QUIÑONES: Buen nombre y mala figura. VENTURA: Soylo, mas no descartada.
Don SEBASTIÁN habla aparte con su hermana, doña ÁNGELA
SEBASTIÁN: ¿Qué, hermana, te ha parecido del leonés forastero? ÁNGELA: Gallardo para soltero, pesado para marido. MELCHOR: (¡Ay! Mano hermosa, cumplid Aparte palabras y juramentos.) VENTURA: (¡Ay, mis escudos doscientos, Aparte espirasteis en Madrid!)

FIN DEL ACTO PRIMERO

La celosa de sí misma, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002