ACTO SEGUNDO


 
Salen doña MAGDALENA, de luto bizarro, y QUIÑONES
MAGDALENA: ¿Qué sacas de encarecer la dicha que he conseguido en que esposa venga a ser del primero que he querido, y que llegue a merecer las partes que en don Melchor rindieron mi voluntad su gentileza, valor, talle, liberalidad, discreción, gracia y amor? Pues todas ésas, Quiñones, si fueron ponderaciones primero de mi afición, ya de mis recelos son sospechosas ocasiones. QUIÑONES: No me espanto. Todo aquello Que está en ajeno poder, tiene el gusto por más bello, y el valor suele perder, en llegando a poseello. Juzgaste ayer a tu esposo por prenda ajena; y así te pareció más hermoso. Viene a ser tu dueño aquí, y júzgasle ya enfadoso. Efímera es tu afición: toda ayer ponderación y hoy desdén toda y mudanza. ¿Quién vio morir la esperanza antes de la posesión? ¿Es posible que tan presto aborreces lo qne amabas? No en balde luto te has puesto por los deseos que acabas de enterrar. MAGDALENA: No estás en esto de amar, Quiñones, tan diestra, que los peligros rehuses que el yugo conyugal muestra. Y así no es mucho que acuses mi amor, si no eres maestra. De suerte a don Melchor quiero después que a esta casa vino, que si me agradó primero, mi amor es ya desatino, pues sin él, morir espero. Mas, ¿con qué seguridad rendiré mi voluntad a quien, con tan fácil fe, la primer mujer que ve triunfa de su voluntad? Hombre que a darme la mano viene aquí desde León y es tan mudable y liviano que a la primera ocasión, liberal y cortesano, a un manto rinde despojos y a una mano el alma ofrece. ¿No quieres que me dé enojos quien así se desvanece? Y sin penetrar sus ojos lo que, por no ver, ignora, se suspende y enamora, exagera, sutiliza, y palabras autoriza, pues con escudos las dora. ¿Qué satisfacción dará a quien por dueño le espera? ¿O quién me asegurará de voluntad tan ligera, que, desposado, no hará lo mismo con cuantas mire, y yo con él mal casada, quejas al alma retire, llore mi hacienda gastada, y sus mudanzas suspire? QUIÑONES: ¡Pues siendo tú quien despierta su voluntad, y encubierta diste causa a sus desvelos, ¿de quién puedes formar celos? MAGDALENA: De mí misma. Y está cierta que si le amé forastero, doméstico y dueño ya, dudo, al paso que le quiero. QUIÑONES: Pues bien, ¿qué remedio da tu amor? MAGDALENA: Cumplir lo primero mi palabra en la Vitoria, y ver si en ella me aguarda. QUIÑONES: No tendrá de ti memoria; que tu presencia gallarda, siendo a sus ojos notoria, borrará la primer copia que vio tapada e impropia, pues se enamoró en bosquejo, y mudando de consejo, te olvidará por ti propia. MAGDALENA: Eso, pues, quiero probar. QUIÑONES: Pues ¿para qué te vestiste de luto? MAGDALENA: Para mostrar, en señal de que estoy triste, la color de mi pesar. Todos estos son ardides de mi amor. QUIÑONES: ¿No puedo yo saberlos? MAGDALENA: Si los impides, dándome consejos, no; mas sí, si a mi amor te mides. QUIÑONES: ¿Pues agora dudas de eso? MAGDALENA: Que estoy loca, te confieso. Pongan el coche. QUIÑONES: Ya está a la puerta. MAGDALENA: Importará para el fin de este suceso, ya que en este tema doy, que a casa de doña Juana, a quien el pésame voy a dar de su muerta hermana, mientras que con ella estoy, hagas llevarme una silla y un escudero alquilados. QUIÑONES: Hartos hay en esta villa. MAGDALENA: Después sabrás mis cuidados. QUIÑONES: ¿Y agora no? MAGDALENA: Maravilla fuera, siendo tú mujer, no morirte por saber. Amor, que en todo es astuto, me ha vestido de este luto, porque si me llega a ver hablando con don Melchor mi hermano o padre, no entienda por el vestido mi amor secreto, y con él se ofenda. QUIÑONES: ¡Lo que previne el temor! MAGDALENA: Por lo mismo iré también en silla desconocida. QUIÑONES: Todo lo dispones bien. MAGDALENA: Ténmela allí apercebida, y tus albricias prevén si don Melchor no me espera donde ayer me prometió. QUIÑONES: Dios lo haga de esa manera. MAGDALENA: No soy tan dichosa yo. QUIÑONES: Tú has dado en gentil quimera.
Vanse las dos. Salen don MELCHOR y VENTURA
VENTURA: ¿Es posibie que haya amor, que la hermosura divina de tal dama menosprecie por una mujer enigma, por una mano aruñante, que con blancura postiza, a pura muda y salvado, sus mudanzas pronostica? ¿Sin haberla visto un ojo, sin saber si es vieja o niña, nari-judaizante o chata, desdentada o boquichica? ¡Que en cáscara te enamores! ¡Que bien del espejo digas, sin ver no más que la tapa! ¡De una dama en alcancía! ¡De la tumba por el paño! ¡De la toca por la lista! ¡Del pastelón por la hojaldre! ¡De la sota por la pinta! ¡De la espada por la vaina! MELCHOR: Ea, ensarta boberías, eslabona disparates, y frialdades bufoniza; que yo he de esperarla aquí. VENTURA: Y de veras, ¿imaginas que ha de tornar la bolsona? MELCHOR: Tú verás presto cumplida la palabra que me dió. VENTURA: Como oliscara la ninfa otro bolsillo preñado de doradas gollorías, sí hiciera... ¿Mas no te agrada doña Magdalena MELCHOR: Es... fría. No me la nombres, Ventura, que tengo el alma rendida a la gallarda encubierta; y si a la mano divina la hermosura corresponde del rostro, como adivina el alma que nunca miente, mi dichosa suerte estima. VENTURA: Y si fuese, como creo, en lugar de Raquel, Lía, con el un ojo estrellado, y con el otro en tortilla, los labios de azul turquí, cubriendo dientes de alquimia, jalbegado el frontispicio a fuer de pastelería, y como universidad rotuladas las mejillas, ¿qué has de hacer? MELCHOR: Cuando eso, que supongo que es mentira, volveréme a Magdalena, que si no es hermosa, es rica. VENTURA: No es tan rica como hermosa. Mas asentemos que imita en belleza al sol de enero la buscona que te hechiza. ¿Si es pobre...? MELCHOR: Eso no lo creas. VENTURA: ¿Y si lo fuese por dicha? MELCHOR: Llevarémela a León, y con ella en quieta vida, al yugo de amor atado, daré dueño a mi familia, señora a mi herencia corta, y a mi padre nuera e hija. VENTURA: ¡Buena vejez le acomodas! Mas si no fuese tan limpia como tu sangre merece, envidiada por antigua, o ya que fuese tan noble como el árbol de Garnica, si es doncella despalmada, como nave que inverniza, ¿qué has de hacer? MELCHOR: Tendrán respuesta todas tus bachillerías en viéndola. VENTURA: ¿Cómo sabes que es su cara a letra vista? Plegue a Dios que nunca vuelva, y si vuelve y es pandilla, que la tripules, y te abra los ojos santa Lucía. Mas don Lüis sale aquí con una enlutada o viuda, tapada como la nuestra. MELCHOR: Donde hay cebo, todos pican.
Salen doña MAGDALENA y don LUIS
LUIS: Mal haya quién inventó los mantos, señora mía, que en España solamente de tantos gustos nos privan! ¡Tal presencia viene sola, baldada de madre o tía! Por Dios, hermosa enlutada, que lo he tenido por dicha. Enseñadme sálo un ojo, y jugaré con su niña, que a la puerta de la iglesia, bien es que limosna os pida. MAGDALENA: Dios me dé, señor, qué daros. A aquel hidalgo querría hablar. LUIS: ¿A cuál? MAGDALENA: Al que está al lado de aquella pila. LUIS: Ése es mi amigo y pariente. MAGDALENA: Si lo es vuestra cortesía de la que en él reconozco, dadme lugar que le diga cuatro palabras no más. LUIS: Si sois la que él imagina, y sus bodas desazona, pedidme, señora, albricias. MAGDALENA: Pídoos pues que despejéis este lugar.
Llegando don LUIS a don MELCHOR
LUIS: Si peligra, cual dicen, el que anda entre la cruz y el agua bendita, primo, entre una y otra estáis. Aquella dama que os mira, os quiere hablar. Id con tiento, que debe ser homicida, pues en fe de lo que mata, huyendo de la justicia anda a sombra de tejados si el manto los significa. MELCHOR: ¿Que me quiere hablar, decís? LUIS: Esto me manda que os diga. MELCHOR: ¡Ay, Ventura, que es mi dama! VENTURA: Viene de requiem vestida. Otra ganga debe ser; que hay en Madrid infinitas, y huelen un forastero de una legua. MELCHOR: Ésta es la misma que vi ayer; su talle y cuerpo me la retratan y pintan. Primo, adiós.
Volviendo a doña MAGDALENA
LUIS: Ya llega a veros. Sed con él agradecida. Hechizádmele, señora; que me va el alma y la vida en que aborrezca una prenda que mis gustos tiraniza.
Vase don LUIS
MELCHOR: ¿Soy yo, señora, el llamado? VENTURA: ¿Sois vos, decid, la escogida? MELCHOR: Ventura, apártate allá. VENTURA: Sé sumiller de cortina, descubre aquesa apariencia, tocarán las chirimías; que en las tramoyas pareces poeta de Andalucía.
A don MELCHOR
MAGDALENA: ¿Conocéis aquesta mano? MELCHOR: ¡Ay aurora! ¡Ay sol! ¡Ay día! VENTURA: (El cantar del ay, ay, ay, Aparte se nos ha vuelto a Castilla.) MAGDALENA: Vengo a cumplir mi palabra. MELCHOR: Si fuésedes tan cumplida en favores, como en ellas, viera yo el sol que me eclipsa la nube de aquese manto. MAGDALENA: También a venir me obliga la hacienda que usurpo, ajena, pues es justo restituírla. MELCHOR: Si lo decís por un alma, que desde ayer fugitiva en su casa le echan ménos, yo la doy por bien perdida. MAGDALENA: ¿Es vuestra? MELCHOR: Sí, mi señora. MAGDALENA: ¡Qué traviesa es! ¡Qué atrevida! No me ha dejado dormir toda esta noche. Registra curiosa cuantas potencias pensamientos ejercitan; no siendo huéspeda, se hace mandona en mi casa misma. Prométoos que a no venir esta mañana una amiga por ella, que es su señora, me diera muy triste vida. MELCHOR: ¡Señora suya, y no vos! ¿Quién os dijo tal mentira? MAGDALENA: Una doña Magdalena, noble, cuerda, hermosa y rica. Tenedme por tan curiosa, desde ayer a medio día, que hice en vuestra información diligencias exquisitas. Sé que venís a casaros con el fénix de las Indias, que vuestro amor pesa a pesos y en vos esperanzas libra. Sé que os llamáis don Melchor, que os ilustra sangre limpia, que sois pobre y caballero, y que hoy han de estar escritas vuestras bodas y conciertos mirad ¡cuán necia es quien fía en palabras forasteras, falsas, si ponderativas! Si como os mostré una mano ayer, menos advertida os permitiera cebar en mi rostro vuestra vista, ¡qué burlada que quedara, siendo después conocida, y ocasionando en mi ofensa pesados motes y risas! ¡Bien haya quien hizo mantos! MELCHOR: ¡Mal haya quien no se olvida, por la sal de aquesa lengua, de cuantas bellezas mira! Verdadera información habéis hecho, y tan cumplida como la fe con que os amo; mas creed, tapada mía, que obligado a diligencias tan amorosas y dignas de la eterna estimación; si como el alma imagina, sois hermosa, que sí sois, pues por más que el manto impida milagros que reverencio, es mi amor lince en la vista, ni el oro, ni la belleza, ni imposibles de la envidia, tienen de ser poderosos a que no os adore y sirva. A vuestra competidora vi ayer. Vuestro amor permita que aqueste nombre la dé, y si no el de mi enemiga, Y pudo tanto el cristal de aquesa mano divina, que elevado en su memoria, me pareció... No es bien diga de mujer, y más ausente, faltas que la cortesía de que siempre me he preciado, con razón desautorizan. Parecióme, en fin, ni hermosa ni digna de que compita con vos, ni mi amor querrá que la libertad la rinda. Ésta es vuestra, y es razón que conozca la cautiva la cara de su señora. Mi amor aquesto os suplica. Baste ya tanto recato. MAGDALENA: Casi estaba persuadida a agradaros... Pero no, que vuestro deseo me pinta más hella de lo que soy, y temo perder la estima en que estoy imaginada, cuando no la iguale, vista. Aunque no quiero tampoco desacreditar la dicha que en vuestro amor intereso si por no verme se entibia. Yo os juro a fe de quien soy, si es licito que se siga la pública voz y fama que tengo de aquesta villa, que no es doña Magdalena ni más bella, ni más rica, ni más moza, ni más sabia, ni más noble, ni más digna de serviros y estimaros que yo; y aunque coronista de mis mismas alabanzas, en competencias se admitan, si no créis estas verdades. MELCHOR: Por la luz, pura y divina que amante adoro y no veo, que os juzgo por maravilla de la belleza, y que os hace la comparación traída agravio en mi estimación como la noche hace al día. MAGDALENA: Haced una cosa pues. Los conciertos se despidan de esa doña Magdalena que mi quietud martiriza. No viváis más en su casa, y llevándoos yo a la mía, averiguaréis verdades que el temor desacredita. MELCHOR: Que me place dos mil veces. Y porque vais persuadida del poco amor que la tengo, sabed que aquel que venía con vos, y de vuestra parte me llamó, es mi sangre misma, y la que aborrezco adora. MAGDALENA: Ya lo sé. MELCHOR: Haré que la pida a su padre, y yo cediendo la acción que tengo a su dicha, serviré de intercesor, sin dudar que la consigan tres mil ducados de renta que a don Lüis acreditan, y el ser su deudo también.
Sale SANTILLANA y habla a doña MAGDALENA
SANTILLANA: Acabado se han las misas, y ya la iglesia está sola. MAGDALENA: No traigo yo tanta prisa. Aguardaos un poco allá. SANTILLANA: (¡Qué señora tan prolija!) Aparte
VENTURA habla aparte con SANTILLANA
VENTURA: ¡Ah señor Nuño Salido! Vuesa ancianidad se sirva de escucharme mil palabras. SANTILLANA: ¿Es vuesancé taravilla? VENTURA: ¿Cómo ha nombre? SANTILLANA: Santillana. VENTURA, ¿Y el que sacó de la pila? SANTILLANA: Ése es Suero. VENTURA: Sorberánle éticos, que el suero alivia. ¿Cuánto ha que sirve a esta dama? SANTILLANA: Dos horas, aun no cumplidas, ha que me alquiló una dueña por coadjutor de una silla. VENTURA: Luego ¿no sabe quién es? SANTILLANA: No, señor. VENTURA: ¿A mí pandillas? So pena de la ración le mandan que no lo diga; pero aquí está un real de a cuatro que secretos desbalija de arrugados entrecejos. Diga quién es, si le brindan. SANTILLANA: (Estafar a un paje de estos Aparte es hazaña peregrina. los cuatro reales me tocan. De esta vez le doy papilla.) Mucho puede el hipocrás que cierta despensa cría, a los cuatro condeno, aunque más mi ama me riña.
Va a coger la moneda que VENTURA ha mostrado
VENTURA: No. Tengamos y tengamos; que temo alguna engañifa. SANTILLANA: Soy contento. Esta señora, por este hidalgo perdida, viene a hablarle a lo cubierto sin más gente y compañía, que la que en mis años ve. VENTURA: Más trae que doce tías. SANTILLANA: Y es... No ha de decirlo a nadie, si no es que le pida albricias de su ventura a su dueño. VENTURA: Pierda cuidado y prosiga. SANTILLANA: Es la condesa... VENTURA: ¿Condesa? SANTILLANA: De Chirinola. VENTURA: En la China estará el chiri-condado. SANTILLANA: No, señor, que es la provincia de Nápoles. VENTURA: ¡Chirinola! Llamaráse Chirimía la condesa. ¿Y dónde vive? SANTILLANA: Vive en la calle de Silva, en una casa de rejas azules con celosías. MAGDALENA: El luto que pena os da, de un pobre viejo me libra, que ayer supe que murió; y antes de aguardar visitas y pésames, vine a veros con un escudero y silla, que excusan coche y criados. SANTILLANA: ¿Falta más? VENTURA: Sí. SANTILLANA: Pues aprisa. VENTURA: ¿Es casada esta condesa? SANTILLANA: Ya dicen que se le endilga, hablando a lo labrador. MELCHOR: En fin, ¿mi amor no os obliga a que lo que por fe adoro, vea? MAGDALENA: Soy agradecida, y quiero de vos saber si soy, como otros afirman, más que doña Magdalena Hermosa. Aplicad la vista a este ojo, fiador de estotro.
Descubre el un ojo
MELCHOR: Decid nueva maravilla del cielo, decid que es sol con rayos que vivifican el alma, en su ausencia muerta. ¡Ah Ventura, Venturilla! VENTURA: ¿Señor?
A SANTILLANA
Adiós, escudante; que yo pagaré esta dita
Guárdase la moneda
SANTILLANA: (Mal hubiese el escudero Aparte que de pajancos se fía!) VENTURA: ¿Qué manda vuesa merced? MELCHOR: Mira la belleza en cifra del cielo de este lucero, porque después no me digas que es mi repudiada esposa más hermosa, ni más digna del empleo de mi amor. VENTURA: Mata, rinde, esplende, brilla, hermoso rasgón de gloria, luminosa saetía para las flechas de amor.
A su amo
Sé culto aquí, critiquiza. MELCHOR: Mostradme su compañero. MAGDALENA: Que me place.
Muéstrale el otro ojo tapada
VENTURA: ¿Son reliquias de una en una? MELCHOR: ¡Hay tal belleza! VENTURA: Ya, ojos, pierdo la ojeriza con que el bolso nos aojastes. Ojale ese ojal de vista el dios sin ojos ni ojetes, pues es hojuela en almíbar. Ojo a la margen, señor. MAGDALENA: ¿Paréceos que con justicia podrán competir mis ojos con los que amor autoriza en vuestra dama? MELCHOR: ¡Jesús! No os injuriéis a vos misma con esa comparación. Que aquellos son... VENTURA: Porquería. MAGDALENA: Esa sentencia pretendo pagaros reconocida con esta firmeza. VENTURA: Vaya. MAGDALENA: Y a vos con esta sortija. VENTURA: ¡Oh mano, mas celebrada...! (Iba a decir que una misa Aparte nueva y de aldea; mas no, que es descompuesta osadía.) ¡Mano, si en bolsillos fiera, en sortijas franca y linda! ¡Mano ginovesa o fúcar! ¡Mano de papel batida! ¡Mano de reloj de Flandes, de cabrito o de cabrita, de almirez que hace almendrada, y de misal manecilla! ¡Ésta es mano, y no la otra, flemática, floja y fría, frágil, follona, fullera, fiera, fregona y francisca! ¡Oh mano, eu fin, de condesa Chirinola, o chilindrina! Pues si acierta el escudero, es mano de señoría. SANTILLANA: ¿Queréis callar? MELCHOR: ¿Cómo es eso? VENTURA: No hay verdad que oculta viva. Condesa de Chirinola sois. Esta vejez lo afirma. MELCHOR: ¿Condesa, mi bien? MAGDALENA: Creed, aunque al parlero despida, lo que os esté bien en eso. SANTILLANA: (Apoyóse mi mentira.) Aparte MAGDALENA: Y en vuestra fe confïada, adiós MELCHOR: Veréisla cumplida antes que amanezca. Adiós. VENTURA: ¡0 mano que mana mina!
Vase todos. Salen doña ÁNGELA y don SEBASTIÁN
SEBASTIÁN: ¿Cómo podré yo estorbar que este don Melchor se case y de celos no me abrase? ÁNGELA: Hoy se tienen de firmar las escrituras; mañana, que es fiesta, su amor espera la amonestación primera. SEBASTIÁN: Y en ella mi muerte, hermana. ¡Nunca él hubiera venido a Madrid! ÁNGELA: ¡Pluguiera a Dios, si se han de casar los dos! SEBASTIÁN: Ya tu amor he conocido. Bien le quieres. ÁNGELA: Es verdad. SEBASTIÁN: Hasta en eso me pareces. Mas que a don Melchor mereces por tu sangre y tu beldad. Mas, en fin, los dos se casan, y los dos de pena y celos perecemos. ÁNGELA: Mis desvelos del justo límite pasan que el amor de solo un día permite. SEBASTIÁN: Darle la muerte. ÁNGELA: Medio es el que escoges fuerte, y contra la elección mía, que haciéndola en don Melchor, se juzga bien empleada. SEBASTIÁN: Muriendo él, aunque te agrada, también morirá tu amor, pero hagamos una cosa. Esta boda alborotemos. ÁNGELA: ¿De qué manera podremos? SEBASTIÁN: Diré que me dio de esposa el sí doña Magdalena. ÁNGELA: ¿Dónde hallarás los testigos? SEBASTIÁN: Criados tengo y amigos. ÁNGELA: Para dilatarla es buena; mas no para disuadirla. SEBASTIÁN: Como agora se suspenda, mi calidad y mi hacienda bastarán a persuadirla. Viejo es su padre. ¿Quién duda que su edad será avarienta? Seis mil ducados de renta, si el oro todo lo muda, y el hábito que ya espero, ¿qué cosa no alcanzarán? ÁNGELA: Don Melchor es muy galán. SEBASTIÁN: Pero más lo es el dinero. Hasta intentarlo, ¿qué importa? ÁNGELA: Nada; mas de esto te advierto, que si el desposorio es cierto, por ser mi ventura corta, no he de estar más un instante en esta casa. SEBASTIÁN: Yo voy, pues los conciertos son hoy, a negociar lo importante para impedirlos. ÁNGELA: Ardid es provechoso, como halles testigos. SEBASTIÁN: Tiene en sus calles todos los vicios Madrid. Haz cuenta que es una tienda de toda mercadería. Siendo así, ¡bueno sería que aquí el interés no venda testigos falsos! ÁNGELA: Allana con ellos cuanto dinero tengo. SEBASTIÁN: Más barato espero negociar. Adiós, hermana.
Vase don SEBASTIÁN. Sale VENTURA
VENTURA: Buscaba a señor el viejo, y pensé que estaba aquí. ÁNGELA: Aguardaos. No os vais así. VENTURA: Voyme porque a mi amo dejo esperándome. ÁNGELA: Escuchad. VENTURA: ¿Qué manda vuestra hermosura? ÁNGELA: ¿Cómo os llamáis? VENTURA: ¿Yo? Ventura. ÁNGELA: Buen nombre. VENTURA: Es de calidad, que soy muy cálido y franco; pero aunque el nombre me alegra, es por ser mi dicha negra, llamar al negro, Juan Blanco. ÁNGELA: No venistes vos anoche de León? VENTURA: Vine. ÁNGELA: Un secreto me guardad, si sois discreto. VENTURA: Mejor lo guardo que un coche. ÁNGELA: Esta sortija os obligue. VENTURA: ¡Oh mano, también perfeta! (¿Qué lapidario planeta Aparte mi dicha ensortija y sigue?) Fuera Alejandro discreto, si cuando a la obligación de su amigo Efestïón puso el anillo en secreto, la mano en lugar del labio, le honrara, pues le selló; que pues que no se le dio, ni fue liberal, ni sabio. Mas yo que con él me quedo, mejor le sabré guardar, pues para poder callar, me pondré en la boca el dedo. Digo, el de este anillo, freno que mudo a la lengua doy. ÁNGELA: ¿Sabes, Ventura, quién soy? VENTURA: Sois cielo de amor sereno. ÁNGELA: ¿Podría yo competir, en materia de querer con quien esposa ha de ser de don Melchor? VENTURA: Y salir triunfante del mejor rayo con que el sol alumbra el mapa, pues sin haber sido papa, me hacéis de anillo lacayo. ÁNGELA: ¿Tiene doña Magdalena muy tierno a vuestro señor? VENTURA: Más lejos está su amor, que Paris de Cartagena. ÁNGELA: ¿Que no la tiene afición, y es de su venida el norte? VENTURA: Como a un alguacil de corte que entra a hacer la ejecución. Más faltas en ella nota que en una mujer preñada, que en una mula fïada, y un juego, en fin, de pelota. No se casará con ella, aunque le hagan gran Sofí. ÁNGELA: Pues ¿para qué vino aquí? VENTURA: Cierta señoría bella, ya que todo lo desbucho, aquestas bodas enfría. ÁNGELA: ¿Señoría? VENTURA: Señoría. ÁNGELA: ¿Y se quieren mucho? VENTURA: Mucho. ÁNGELA: ¿Quién es ella? VENTURA: Una condesa de medio ojo y una mano, que el reino napolitano le dio la pinta y la presa, y ella a mí me dio el anillo que veis. ÁNGELA: ¿Y cómo se llama? VENTURA: Digo yo que es nuestra dama la condesa del bolsillo. ÁNGELA: ¿Adónde cae ese estado? VENTURA: Si no perdí la memoria, cae dentro de la Vitoria; que es condesa de pescado. ÁNGELA: Hablad de veras. VENTURA: Por Dios, que le ha enamorado allí el mejor ojo que vi, no os haciendo agravio a vos, y la mano más brillosa, que el jabón de Chipre honró hoy la palabra nos dio de que ha de ser nuestra esposa como a estotra Magdalena olvide, y deje su casa. Esto es todo lo que pasa; mas no os dé, señora, pena, que en sabiendo vuestro amor mudará de parecer, porque solo dejó ver la condesa a don Melchor un par de ojos y una mano. Mostradle vos la nariz, con el rosado matiz de ese rostro soberano, el hocico y dentadura, cocándole con el dote; que a Magdalena y su bote olvidará, y por Ventura. digo por mí, a la condesa. Pues si aquí con vos se casa, todo en fin se cae en casa. (De lo parlado me pesa; Aparte mas este anillo me quita el frenillo del secreto; que es como salvia en efeto, que la lengua facilita.)
Vase VENTURA
ÁNGELA: No he menester yo más de esto para hacer que se dilate esta boda. Mi amor trate nuevos pleitos, y sea presto; que aunque más celosa estoy de la condesa que escucho, la dilación puede mucho. A buscar mi hermano voy.
Vase doña ÁNGELA. Sale doña MAGDALENA, con otro vestido, y QUIÑONES
MAGDALENA: Esto pasa. Yo, Quiñones, soy amada aborrecida, desdeñada y pretendida. ¡Mira mis contradicciones! Cubierta, doy ocasiones a su pasión amorosa; vista, soy fea y odiosa; enamoro y desobligo. Y compitiendo conmigo, de mí misma estoy celosa. Esta mano causa enojos que esta misma mano enciende. Déjame quien me pretende, por unos mismos despojos. Mal ha dicho de estos ojos, cuando los llama más bellos; huye lo que busca en ellos; y puede la aprension tanto, que es bastante solo un manto a amarlos y a aborrecellos. Por desposarse conmigo, de mí misma se descasa; y por pasarse a mi casa, deja mi casa, enemigo. Yo que como sombra sigo sus pasos, pues lo parezco, lo que gano, desmerezco; lo que me da gusto, lloro; porque me adora, le adoro y porque no, le aborrezco. ¿Has oído tú jamás caso como este en tu vida? QUIÑONES: Cosa es ni vista, ni oída; pero tú la ocasión das. Envidiosa de ti estás, y niegas lo mismo que eres; por ti que te olvide quieres y sin darte a conocer, siendo sola una mujer, te partes en dos mujeres. Dasle joyas, y conjuras su amor, que no te dará la mano, ni vivirá donde hospedarlo procuras. Que rasgue las escrituras le pides, y niegue el sí que anoche concertar vi; y pues de ti misma agora vencida, eres vencedora. Véngate por ti de ti. MAGDALENA: Mira. El verle tan constante en amarme, me enloquece, y en cuanto a esta parte, crece mi fe, a su amor semejante. Según esto, no te espante que me obligue la Fortuna a ser conmigo importuna, y quiera ser sola amada; pues soy dos imaginada, aunque en la verdad soy una. Sólo en la imaginación vive amor; y siendo en ella dos, una fea, otra bella, tengo celos con razón. En cuanto doy ocasión a que se case conmigo, si soy dos, ya desobligo a la que desprecia y deja, y si no, ya forma queja la que es de su amor testigo. Como corren por mi cuenta una y otra, he de acudir a entrambas hasta morir, a un tiempo triste y contenta. Premiaréle porque intenta pagar firme mi esperanza, y entonces daré venganza a su injurioso rigor porque el desdén y el favor paguen firmeza y mudanza. Yo le querré eternamente, y eternamente también se vengará mi desdén de lo que en el suyo siente. QUIÑONES: De tí misma diferente, tejes contrarios desvelos. MAGDALENA: Sólo es poderoso, cielos, en tan proceloso abismo, partir un corazón mismo el cuchillo de los celos.
Salen doña ÁNGELA, don SEBASTIÁN, don JERÓNIMO, y don ALONSO
ÁNGELA: Su crïado lo confiesa, y otros afirman lo mismo, que le han contado los pasos. SEBASTIÁN: A mí algunos me lo han dicho y no lo quise creer, hasta que siendo testigo, oor mis ojos lo que pasa en agravio vuestro he visto. Palabra se han dado ya, sospecho que por escrito, y se hubieran desposado, a no habérselo impedido la muerte del conde viejo. Como sois nuestro vecino, sentiré cualquier desgracia, que en la casa donde vivo os suceda. Remediad este daño a los principios; que si le dejáis crecer, corre riesgo su peligro. ALONSO: ¿Don Melchor enamorado tan presto? ¿De ayer venido, y hoy casado por conciertos? ¿Quién creerá tal desatino? SEBASTIÁN: ¿Qué sabéis vos lo que ha que el leonés a Madrid vino, y los engaños que ha hecho disfrazado y escondido? JERÓNIMO: A no hablarle don Lüis en la Vitoria conmigo, dudo que a vernos viniera, y así la verdad colijo que afirma don Sebastián. ALONSO: Alto. Si vos lo habéis visto, ¿qué hay que dudar? Esta corte es toda engaños y hechizos. No ha de estar un hora en casa, Magdalena. MAGDALENA: Señor mío, más certeza tengo yo en las dudas que os he oído. Don Melchor, nuestro paisano, como más discreto y digno de estados y de bellezas, que los que en mi empleo ha visto, está en vísperas de conde. ALONSO: ¿Tambien tú lo sabes? MAGDALENA: Quiso el cielo desengañarme. Su esposa me ha dado aviso en la Vitoria hoy de todo; que es muy amiga, y me dijo que un don Melchor de León, aunque pobre, bien nacido, viniéndose a desposar con otra, en fin, ha podido más en un hora con ella que otro pudiera en un siglo. Hanse parecido bien los dos; de suerte que ha sido del luto de un padre muerto, su presencia regocijo. Ignoraba que era yo la interesada; y convino disimular por sacar toda esta verdad en limpio. En fin, estoy convidada al desposorio el domingo; que es, por su luto, en secreto. ALONSO: ¡Casamiento repentino! ¿Y quién es esa condesa? MAGDALENA: Por hoy no puedo decirlo; que me ha encargado el secreto hasta que esté concluído. JERÓNIMO: ¡Vive Dios! Si no mirara que él mismo se da el castigo del necio trueco que hace... ALONSO: ¿De qué os alborotáis, hijo? ¿Qué pierde mi Magdalena en que no sea su marido quien tan presto se enamora, que hoy se casa y ayer vino? MAGDALENA: Es muy hermosa de manos, tiene los ojos muy lindos, llámala Italia condesa, muere por ser palatino... Muy buen provecho le haga; que ni lo siento, ni envidio las mejoras de su amor. ALONSO: ¿Hay caso mas peregrino? Mal me paga la amistad que su padre y yo tuvimos; pero es mozo: no me espanto. Vaya con Dios. Yo he cumplido con lo que a su padre debo. Ni es más noble, ni es tan rico... Yo te buscaré consorte caudaloso y bien nacido. SEBASTIÁN: Si yo ese nombre merezco, y con mi hermana os obligo a que por hijos troquemos el título de vecinos, doce mil ducados tiene de dote, y siendo los míos seis mil, que de renta gozo, daréis a mi amor alivio. JERÓNIMO: Deberéle a don Melchor, si eso se cumple, infinito; pues por dejar a mi hermana, tan bella esposa consigo. ALONSO: La oferta me está muy bien, y como vuestra la estimo, aunque para más de espacio los tratos de ella remito. Venga agora el conde nuevo; que el parabién le apercibo sin que de sus mocedades me piense dar por sentido.
Salen don MELCHOR y VENTURA
MELCHOR: (Hoy tengo de despedirme.) Aparte
A don ALONSO
¡Oh, señor! Aquí ha venido un capitán de León, algo deudo y muy amigo. Va a casarse a Talavera, y necesita testigos que abonen su calidad. La cortedad del camino me fuerza a que le acompañe. Licencia vengo a pediros, y a vos, señora, paciencia para reprimir suspiros, en vuestra ausencia forzosos. ALONSO: Sois cortesano cumplido. Andad, don Melchor, con Dios, y traed apercebidos a la vuelta parabienes; que aunque breve, ya imagino que hallaréis a Magdalena consolada y con marido.
Vase don ALONSO
JERÓNIMO: No es el viaje tan largo, don Melchor, como me heis dicho, ni está de aquí muchas calles la posada que ha podido alejaros de la nuestra. El pláceme os apercibo del título y desposorio.
Vase don JERÓNIMO
VENTURA: (Algún Merlín se lo dijo.) Aparte SEBASTIÁN: Pésame, como es razón, que os hayamos conocido, señor, por tan poco tiempo. Gocéis la condesa un siglo.
Vase don SEBASTIÁN
ÁNGELA: Si no tiene inconvenientes el estado clandestino que honráis, decidnos el cuándo, porque vamos a serviros.
Vase doña ÁNGELA
VENTURA: Quiñones, aquella ropa que te di ayer en un lío, dos camisas son y un cuello... QUIÑONES: Hoy las llevaron al río. Acuda a la lavandera que se llama Mari-Pinos, porque si también se casa, aunque roto, vaya limpio. Y vueseñoría vea a los nietos de sus hijos, archiduque al mayorazgo, y a los otros arzobispos.
Vase QUIÑONES
MAGDALENA: Todos le dan parabienes a vuesiria, y yo he sido de diverso parecer, pues pésames le dedico de su desposorio en cierne. Habrá un hora que me dijo la condesa, con quien tengo mucha amistad, que un su primo viene hoy por ella de Italia; que está la herencia a peligro de sus wstados, si deja de dar a no sé qué Enrico la palabra y sí de esposa; y que así al instante mismo es fuerza el irse a embarcar a Barcelona; que han dicho que se parten las galeras, y corren riesgo navíos, porque en toda aquella costa andan cosarios moriscos. Pidióme que de su parte me despidiese a lo fino, y enjugó a los soles perlas con aquel marfil bruñido, en cuya comparación es yeso, es carbón el mío, y es en fin, una Etïopia. VENTURA: (¡Oste, puto! ¡Piconcicos ! MAGDALENA: Por no tiznar señorías que se quiebran como vidrios, no sostituyo condesas, que abrasan, y yo granizo. Mi padre me busca esposo; a obedecerle me animo; pésame que vuesiría fue llamado y no escogido.
Hácele una gran reverencia, y vase
VENTURA: Conde en calzas y en jubón te han dejado. Vive Cristo, que la tapada borracha nos la pegó de codillo. Patibobo te has quedado; alma Garibaya has sido. Ni te quiere Dios ni el diablo, pues las dos te han despedido. Vendamos aquesas joyas con que alquilemos hospicios, si no son falsas como ellas esa firmeza y anillos. MELCHOR: Volverme quiero a León. VENTURA: ¿Qué has de hacer allá, corrido más que perro por antruejo, sin mujer y sin bolsillo? MELCHOR: Yo tengo fortuna corta. Salgamos de laberintos, donde hoy se casan amantes, y enviudan al tiempo mismo. ¡Jesús mil veces, cuál voy! ¡No más Madrid! VENTURA: Motolitos entran, como tú, brillantes, y salen almas del limbo.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La celosa de sí misma, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002