ACTO TERCERO


Salen ARIAS Gonzalo y la infanta doña URRACA
ARIAS: Mas de lo justo adelantas, señora, tu sentimiento. URRACA: Con mil ocasiones siento y lloro con otras tantas. Arias Gonzalo, por padre te he tenido. ARIAS: Y soylo yo con el alma. URRACA: Ha que murió y está en el cielo mi madre más de un año, y es crueldad lo que esfuerzan mi dolor: mi hermano con poco amor, mi padre con mucha edad. Un mozo que ha de heredar, y un viejo que ha de morir, me dan penas que sentir y desdichas que llorar. ARIAS: ¿Y no alivia tu cuidado el ver que aún viven los dos, y entre tanto querrá Dios pasarte a mejor estado, a otros reinos y a otro rey de los que te han pretendido? URRACA: ¿Yo un extraño por marido? ARIAS: No lo siendo de tu ley, ¿qué importa? URRACA: ¿Así me destierra la piedad que me crïó? Mejor le admitiera yo de mi sangre, y de mi tierra; que más quisiera mandar una ciudad, una villa, una aldea de Castilla, que en muchos reinos reinar. ARIAS: Pues pon, señora, los ojos en uno de tus vasallos. URRACA: Antes habré de quitallos a costa de mis enojos. Mis libertades te digo como al alma propia mía... ARIAS: Di, no dudes. URRACA: Yo querría al gran Cid, al gran Rodrigo. Castamente me obligó, pensé casarme con él... ARIAS: Pues, ¿quién lo estorba? URRACA: ¡Es crüel mi suerte y honrada yo! Jimena y él se han querido, y después del conde muerto se adoran. ARIAS: ¿Es cierto? URRACA: Cierto será, que en mi daño ha sido. Cuanto más si padre llora, cuanto más justicia sigue, y cuanto más le persigue, es cierto que más le adora; y él la idolatra adorado, y está en mi pecho advertido, no del todo aborrecido, pero del todo olvidado; que la mujer ofendida, del todo desengañada, ni es discreta, ni es honrada, si no aborrece ni olvida. Mi padre viene; después hablaremos... mas, ¡ay, cielo! ya me ha visto. ARIAS: A tu consuelo aspira.
Salen el REY don Fernando y DIEGO Laínez y los que les acompañan
DIEGO: Beso tu pies por la merced que a Rodrigo le has hecho; vendrá volando a servirte. REY: Ya esperando lo estoy. DIEGO: Mi suerte bendigo. REY: Doña Urraca, ¿dónde vais? Esperad, hija, ¿qué hacéis? ¿Qué os aflige? ¿Qué tenéis? ¿Habéis llorado? ¿Lloráis? ¿Triste estáis? URRACA: No lo estuviera, si tú, que me diste el ser, eterno hubieras de ser o mi hermano amable fuera. Pero mi madre perdida, y tú cerca de perderte, dudosa queda mi suerte, de su rigor ofendida. Es el príncipe un león para mí. REY: Infanta, callad; la falta en la eternidad supliré en la prevención. Y pues tengo, gloria a Dios, más reinos y más estados adquiridos que heredados, alguno habrá para vos. Y alegraos, que aún vivo estoy, y si no... URRACA: ¡Dame la mano! REY: ... es don Sancho buen hermano, yo padre, y buen padre, soy. Id con Dios. URRACA: ¡Guárdete el cielo! REY: Tened de mí confïanza. URRACA: Ya tu bendición me alcanza. REY: Ya me alcanza tu consuelo.
Vase [doña URRACA]. Sale un CRIADO y entrega al REY una carta. El REY la lee y después dice
REY: Resuelto está él de Aragón, pero ha de ver algún día que es Calahorra tan mía como Castilla y León; que pues letras y letrados tan varios en esto están, mejor lo averiguarán con las armas los soldados. Remitir quiero a la espada esta justicia que sigo, y al mío Cid, al mi Rodrigo, encargalle esta jornada. En mi palabra fïado lo he llamado. ARIAS: ¿Y ha venido? DIEGO: Si tu carta ha recibido con tus alas ha volado.
Sale otro CRIADO
CRIADO: Jimena pide licencia para besarte la mano. REY: Tiene del conde Lozano la arrogancia y la impaciencia. Siempre la tengo a mis pies descompuesta y querellosa. DIEGO: Es honrada y es hermosa. REY: Importuna también es. A disgusto me provoca el ver entre sus enojos, lágrimas siempre en sus ojos, justicia siempre en su boca. Nunca imaginara tal; siempre sus querellas sigo. ARIAS: Pues yo sé que ella y Rodrigo, señor, no se quieren mal. Pero así de la malicia defenderá la opinión, o quizá satisfacción pide, pidiendo justicia; y el tratar el casamiento de Rodrigo con Jimena será alivio de su pena. REY: Yo estuve en tu pensamiento, pero no lo osé intentar por no crecer su disgusto. DIEGO: Merced fuera, y fuera justo. REY: ¿Quiérense bien? ARIAS: No hay dudar. REY: ¿Tú lo sabes? ARIAS: Lo sospecho. REY: Para intentallo, ¿qué haré? ¿De qué manera podré averiguallo en su pecho? ARIAS: Dejándome el cargo a mí, haré una prueba bastante. REY: Dile que entre. ARIAS: Este diamante he de probar.
Al CRIADO
Oye. CRIADO: Di.
El primer CRIADO habla al oído con ARIAS Gonzalo, y el otro sale a avisar a JIMENA
REY: En el alma gustaría de gozar tan buen vasallo libremente. DIEGO: Imaginallo hace inmensa mi alegría.
Sale JIMENA Gómez
JIMENA: Cada día que amanece, veo quien mató a mi padre, caballero en un caballo, y en su mano un gavilán. A mi casa de placer donde alivio mi pesar, curioso, libre y ligero, mira escucha, viene y va, y por hacerme despecho dispara a mi palomar flechas, que a los vientos tira, y en el corazón me dan; mátame mis palomicas crïadas, y por criar; la sangre que sale de ellas me ha salpicado el brïal. Enviéselo a decir, envióme a amenazar con que ha de dejar sin vida cuerpo que sin alma está. Rey que no hace justicia no debría de reinar, ni pasear en caballo ni con la reina folgar. ¡Justicia, buen rey, justicia! REY: ¡Baste, Jimena, no más! DIEGO: Perdonad, gentil señora, y vos, buen rey, perdonad, que lo que agora dijiste sospecho que lo soñáis; pensando vuestras venganzas, si os desvanece el llorar, lo habréis soñado esta noche, y se os figura verdad; que Rodrigo ha muchos días, señora, que ausente está, porque es ido en romería a Santiago. Ved, mirad cómo es posible ofenderos en eso que le culpáis. JIMENA: Antes que se fuese ha sido. (¡Si podré disimular!) Aparte Ya en mi ofensa, que estoy loca sólo falta que digáis.
Dentro un CRIADO y el PORTERO
PORTERO: ¿Qué queréis? CRIADO: Hablar al rey, ¡Dejadme, dejadme entrar!
Sale el primer CRIADO
REY: ¿Quién mi palacio alborota? ARIAS: ¿Qué tenéis? ¿Adónde vais? CRIADO: Nuevas te traigo, el buen rey, de desdicha, y de pesar; el mejor de tus vasallos perdiste, en el cielo está. El santo patrón de España venía de visitar, y saliéronle al camino quinientos moros, y aun más. Y él, con veinte de los suyos, que acompañándole van, los acomete, enseñando a no volver paso atrás. Catorce heridas le han dado que la menor fue mortal. Ya es muerto el Cid, ya Jimena no tiene que se cansar, rey, en pedirte justicia. DIEGO: ¡Ay, mi hijo! ¿Dónde estáis? (Que estas nuevas, aun oídas Aparte burlando, me hacen llorar.) JIMENA: ¿Muerto es Rodrigo? ¿Rodrigo es muerto? ¡No puedo más! ¡Jesús mil veces! REY: Jimena, ¿qué tenéis, que os desmayáis? JIMENA: Tengo...un lazo en la garganta, y en el alma muchos hay! REY: Vivo es Rodrigo, señora, que yo he querido probar si es que dice vuestra boca lo que en vuestro pecho está. Ya os he visto el corazón; reportalde, sosegad. JIMENA: (Si estoy turbada y corrida Aparte mal me puedo sosegar... Volveré por mi opinión... Ya sé el cómo. ¡Estoy mortal! ¡Ay, honor, cuánto me cuestas!) Si por agraviarme más te burlas de mi esperanza y pruebas mi libertad; si miras que soy mujer verás que lo aciertas mal; y si no ignoras, señor, que con gusto, o con piedad, tanto atribula un placer como congoja un pesar, verás que con nuevas tales me pudo el pecho asaltar el placer, no la congoja. Y en prueba de esta verdad, hagan públicos pregones desde la mayor ciudad hasta en la menor aldea, en los campos y en la mar, y en mi nombre, dando el tuyo bastante seguridad, que quien me dé la cabeza de Rodrigo de Vivar, le daré, con cuanta hacienda tiene la casa de Orgaz, mi persona, si la suya me igualare en calidad. Y si no es su sangre hidalga de conocido solar, lleve, con mi gracia entera, de mi hacienda la mitad. Y si esto no hace, rey, propios y extraños dirán que, tras quitarme el honor, no hay en ti, para reinar, ni prudencia, ni razón, ni justicia, ni piedad. REY: ¡Fuerte cosa habéis pedido! No más llanto; bueno está. DIEGO: Y yo también, yo, señor, suplico a tu majestad que por dar gusto a Jimena, en un pregón general asegures lo que ofrece con tu palabra real; que a mí no me da cuidado; que en Rodrigo de Vivar muy alta está la cabeza, y el que alcanzalla querrá más que gigante ha de ser, y en el mundo pocos hay. REY: Pues las partes se conforman, ¡ea, Jimena, ordenad a vuestro gusto el pregón! JIMENA: Los pies te quiero besar. ARIAS: (¡Grande valor de mujer!) Aparte DIEGO: (No tiene el mundo su igual.) Aparte JIMENA: (La vida te doy; perdona, Aparte honor, si te debo más.)
Vanse. Salen el Cid RODRIGO, y dos SOLDADOS suyos, y el PASTOR en hábito de lacayo; y [luego sale un] GAFO dic[iendo el primer parlamento] de dentro, [y después de salir] sacando las manos y lo demás del cuerpo muy llagado y asqueroso
GAFO: ¿No hay un cristiano que acuda a mi gran necesidad? RODRIGO: Esos caballos atad... ¿Fueron voces? SOLDADO 1: Son, sin duda. RODRIGO: ¿Qué puede ser? El cuidado hace la piedad mayor. ¿Oyes algo? SOLDADO 2: No, señor. RODRIGO: Pues nos hemos apeado, escuchad... PASTOR: No escucho cosa. SOLDADO 1: Yo tampoco. SOLDADO 2: Yo tampoco. RODRIGO: Tendamos la vista un poco por esta campaña hermosa, que aquí esperaremos bien los demás; propio lugar para poder descansar. PASTOR: Y para comer también. SOLDADO 1: ¿Traes algo en el arzón? SOLDADO 2: Una pierna de carnero. SOLDADO 1: Y yo una bota... PASTOR: Esa quiero. SOLDADO 1: ...y casi entero un jamón. RODRIGO: Apenas salido el sol, después de haber almorzado, ¿queréis comer? PASTOR: Un bocado. RODRIGO: A nuestro santo español primero gracias le hagamos, y después podréis comer. PASTOR: Las gracias suélense hacer después de comer. ¡Comamos! RODRIGO: Da a Dios el primer cuidado, que aún no tarda la comida. PASTOR: ¡Hombre no he visto en mi vida tan devoto y tan soldado! RODRIGO: ¿Y es estorbo el ser devoto al ser soldado? PASTOR: Sí, es. ¿A qué soldado no ves desalmado o boquirroto? RODRIGO: Muchos hay; y ten en poco siempre a cualquiera soldado hablador y desalmado, porque es gallina o es loco. Y los que en su devoción a sus tiempos concertada le dan filos a la espada, mejores soldados son. PASTOR: Con todo, en esta jornada, da risa tu devoción con dorada guarnición, y con espuela dorada, con plumas en el sombrero, a caballo, y en la mano un rosario. RODRIGO: El ser cristiano no impide al ser caballero. Para general consuelo de todos, la mano diestra de Dios mil caminos muestra, y por todos se va al cielo. Y así, el que fuere guïado por el mundo peregrino ha de buscar el camino que diga con el estado. Para el bien que se promete de un alma limpia y sencilla, lleve el fraile su capilla, y el clérigo su bonete, y su capote doblado lleve el tosco labrador, que quizá acierta mejor por el surco de su arado. Y el soldado y caballero, si lleva buena intención, con dorada guarnición, con plumas en el sombrero, a caballo, y con dorada espuela, galán divino, si no es que yerra el camino hará bien esta jornada; porque al cielo caminando ya llorando, ya riendo, van los unos padeciendo, y los otros peleando. GAFO: ¿No hay un cristiano, un amigo de Dios? RODRIGO: ¿Qué vuelvo a escuchar? GAFO: ¡No con sólo pelear se gana el cielo, Rodrigo! RODRIGO: Llegad; de aquel tremedal salió la voz. GAFO: ¡Un hermano en Cristo, déme la mano, saldré de aquí. PASTOR: ¡No haré tal! Que está gafa y asquerosa. SOLDADO 1: No me atrevo. GAFO: ¡Oíd un poco, por Cristo! SOLDADO 2: Ni yo tampoco. RODRIGO: Yo sí, que es obra piadosa,
Sácale de las manos
y aun te besaré la mano. GAFO: Todo es menester, Rodrigo; matar allá al enemigo, y valer aquí al hermano. RODRIGO: Es para mí gran consuelo esta cristiana piedad. GAFO: Las obras de caridad son escalones del cielo. Y en un caballero son tan propias, y tan lucidas, que deben ser admitidas por precisa obligación. Por ellas un caballero subirá de grada en grada, cubierto en lanza y espada con oro el luciente acero; y con plumas, si es que acierta la ligereza del vuelo, no haya miedo que en el cielo halle cerrada la puerta. ¡Ah, buen Rodrigo! RODRIGO: Buen hombre, ¿qué Ángel...llega, tente, toca, ...habla por tu enferma boca? ¿Cómo me sabes el nombre? GAFO: Oíte nombrar viniendo agora por el camino. RODRIGO: Algún misterio imagino en lo que te estoy oyendo. ¿Qué desdicha en tal lugar te puso? GAFO: ¡Dicha sería! Por el camino venía, desviéme a descansar, y como casi mortal torcí el paso, erré el sendero, por aquel derrumbadero caí en aquel tremedal, donde ha dos días cabales que no como. RODRIGO: ¡Que extrañeza! Sabe Dios con qué terneza contemplo aflicciones tales. A mí, ¿qué me debe Dios más que a ti? Y porque es servido, lo que es suyo ha repartido desigualmente en los dos. Pues no tengo más virtud, tan de hueso y carne soy, y gracias al cielo, estoy con hacienda y con salud, con igualdad nos podía tratar; y así, es justo darte de los que quitó en tu parte para añadir en la mía. Esas carnes laceradas
Cúbrele con un gabán
cubrid con ese gabán. ¿Las acémilas vendrán tan presto? PASTOR: Vienen pesadas. RODRIGO: Pues de eso podéis traer que a los arzones venía. PASTAR: Gana de comer tenía, mas ya no podré comer, porque esa lepra de modo me ha el estómago revuelto... SOLDADO 1: Yo también estoy resuelto de no comer. SOLDADO 2: Y yo, y todo. Un plato viene no más que por desdicha aquí está. RODRIGO: Ése solo bastará. SOLDADO 2: Tú, señor, comer podrás en el suelo. RODRIGO: No, que a Dios no le quiero ser ingrato.
Al GAFO
Llegad, comed, que en un plato hemos de comer los dos.
Siéntanse los dos y comen
SOLDADO 1: ¡Asco tengo! SOLDADO 2: Vomitar querría! PASTOR: ¿Vello podéis? RODRIGO: Ya entiendo el mal que tenéis, allá os podéis apartar. Solos aquí nos dejad si es que el asco os alborota. PASTOR: ¡El dejaros con la bota me pesa, Dios es verdad!
Vanse el PASTOR y los SOLDADOS
GAFO: ¡Dios os lo pague! RODRIGO: Comed. GAFO: ¡Bastantemente he comido, gloria a Dios! RODRIGO: Bien poco ha sido. Bebed, hermano, bebed. Descansá. GAFO: El divino Dueño de todo, siempre pagó. RODRIGO: Dormid un poco, que yo quiero guardaros el sueño. Aquí estaré a vuestro lado. Pero... yo me duermo...¿hay tal? No parece natural este sueño que me ha dado. A Dios me encomiendo, y sigo en todo... su voluntad...
Duérmese
GAFO: ¡Oh, gran valor! ¡Gran bondad! ¡Oh, gran Cid! ¡Oh gran Rodrigo! ¡Oh, gran capitán cristiano! Dicha es tuya, y suerte es mía, pues todo el cielo te envía la bendición por mi mano, y el mismo Espíritu Santo este aliento por mi boca.
El GAFO aliéntale por las espaldas, y desaparécese; y el Cid váyase despertando a espacio, porque tenga tiempo de vestirse el GAFO de San Lázaro
RODRIGO: ¿Quién me enciende? ¿Quién me toca? ¡Jesús! ¡Cielo, cielo santo! ¿Qué es del pobre? ¿Qué se ha hecho? ¿Qué fuego lento me abrasa, que como rayo me pasa de las espaldas al pecho? ¿Quién sería? El pensamiento lo adivina, y Dios lo sabe. ¡Qué olor tan dulce y süave dejó su divino aliento! Aquí se dejó el gabán, seguiréle sus pisadas... ¡Válgame Dios! Señaladas hasta en las peñas están. Seguir quiero sin recelo sus pasos...
Sale arriba con una tunicela blanca el GAFO que es San Lázaro
GAFO: ¡Vuelve, Rodrigo! RODRIGO: ...que yo sé que si los sigo me llevarán hasta el cielo. Agora siento que pasa con más fuerza y más vigor aquel vaho, aquel calor que me consuela y me abrasa. GAFO: ¡San Lázaro soy, Rodrigo! Yo fui el pobre a quien honraste; y tanto a Dios agradaste con lo que hiciste conmigo, que serás un imposible en nuestros siglos famoso, un capitán milagroso, un vencedor invencible; y tanto, que sólo a ti los humanos te han de ver después de muerto vencer. Y en prueba de que es así en sintiendo aquel vapor, aquel soberano aliento que por la espalda violento te pasa al pecho el calor, emprende cualquier hazaña, solicita cualquier gloria, pues te ofrece la victoria el santo patrón de España. Y ve, pues tan cerca estás, que tu rey te ha menester.
Desparécese
RODRIGO: Alas quisiera tener y seguirte donde vas. Mas, pues el cielo, volando, sus nubes te encierra, lo que pisaste en la tierra iré siguiendo y besando.
Vase. Salen el REY don Fernando, DIEGO Laínez, ARIAS Gonzalo y Per ANSURES
REY: Tanto de vosotros fío, parientes... ARIAS: ¡Honrarnos quieres! REY: ...que a vuestros tres pareceres quiero remitir el mío. Y así, dudoso y perplejo, la respuesta he dilatado, porque de un largo cuidado nace un maduro consejo. Propóneme el de Aragón, que es un grande inconveniente el juntarse tanta gente por tan leve pretensión, y cosa por inhumana, que nuestras hazañas borra, el comprar a Calahorra con tanta sangre cristiana; y que así, de esta jornada la justicia y el derecho se remita a solo un pecho una lanza y una espada, que peleará por él contra el que fuere por mí, para que se acabe así guerra, aunque justa, crüel. Y sea del vencedor Calahorra, y todo, en fin, lo remite a don Martín González, su embajador. DIEGO: No hay negar que es cristiandad bien fundada y bien medida excusar con una vida tantas muertes. ANSURES: Es verdad. Mas tiene el Aragonés al que ves, su embajador, por manos de su valor y por basa de sus pies. Es don Martín un gigante en fuerzas y en proporción, un Rodamonte, un Milón, un Alcides, un Atlante. Y así, apoya sus cuidados en él solo, habiendo sido quizá no estar prevenido de dineros y soldados. Y así, harás mal si aventuras remitiendo esta jornada a una lanza y a una espada, lo que en tantas te aseguras, y viendo en brazo tan fiero el acerada cuchilla... ARIAS: ¿Y no hay espada en Castilla que sea también de acero? DIEGO: ¿Faltará acá un castellano, si hay allá un aragonés, para basa de tus pies, para valor de tu mano? ¿Ha de faltar un Atlante que apoye tu pretensión, un árbol a ese Milón, y un David a ese gigante? REY: Días ha que en mi corona miran mi respuesta en duda, y no hay un hombre que acuda a ofrecerme su persona. ANSURES: Temen el valor profundo de este hombre, y no es maravilla que atemorice a Castilla un hombre que asombra el mundo. DIEGO: ¡Ah, Castilla! ¿A qué has llegado? ARIAS: Con espadas y consejos no han de faltarte los viejos, pues los mozos te han faltado. Yo saldré, y, rey, no te espante el fïar de mí este hecho; que cualquier honrado pecho tiene el corazón gigante. REY: ¡Arias Gonzalo!... ARIAS: Señor, de mí te sirve y confía, que aún no es mi sangre tan fría, que no hierva en mí valor. REY: Yo estimo esa voluntad al peso de mi corona; pero ¡alzad! Vuestra persona no ha de aventurarse. ¡Alzad! No digo por una villa, mas por todo el interés del mundo. ARIAS: Señor, ¿no ves que pierde opinión Castilla? REY: No pierde; que a cargo mío, que le di tanta opinión, queda su heroico blasón que de mis gentes confío. Y ganará el interés no sólo de Calahorra, mas pienso hacelle que corra todo el reino aragonés. Haced que entre don Martín.
Vase un CRIADO y sale otro [CRIADO]
CRIADO: Rodrigo viene. REY: ¡A buena hora! ¡Entre! DIEGO: ¡Ay, cielo! REY: En todo agora espero dichoso fin.
Salen por una puerta don MARTÍN González y por otra RODRIGO
MARTÍN: Rey poderoso en Castilla... RODRIGO: Rey, en todo el mundo, magno... MARTÍN: ¡Guárdete el cielo! RODRIGO: Tu mano honre al que a tus pies se humilla. REY: Cubríos, don Martín. Mío Cid, levantaos. Embajador sentaos. MARTÍN: Así estoy mejor. REY: Así os escucho. Decid. MARTÍN: Sólo suplicarte quiero... RODRIGO: (¡Notable arrogancia es ésta!) Aparte MARTÍN: ...que me des una respuesta, que ha dos meses que la espero. ¿Tienes algún castellano, a quien tu justicia des, que espere un aragonés cuerpo a cuerpo y mano a mano? Pronuncie una espada el fallo, dé una victoria la ley; gane Calahorra el rey que tenga mejor vasallo. Deje Aragón y Castilla de verter sangre española, pues basta una gota sola para el precio de una villa. REY: En Castilla hay tantos buenos, que puedo en su confïanza mi justicia y me esperanza fïarle al que vale menos. Y a cualquier señalaría de todos, si no pensase que si a uno señalase, los demás ofendería. Y así, para no escoger, ofendiendo tanta gente, mi justicia solamente fïaré de mi poder. Arbolaré mis banderas con divisas diferentes; cubriré el suelo de gentes naturales y extranjeros; marcharán mis capitanes con ellas; verá Aragón la fuerza de mi razón escrita en mis tafetanes. Esto haré; y lo que le toca hará tu rey contra mí. MARTÍN: Esa respuesta le di, antes de oílla en tu boca; porque teniendo esta mano por suya el aragonés, no era justo que a mis pies se atreviera un castellano. RODRIGO: (¡Reviento!) Aparte Con tu licencia quiero responder, señor; que ya es falta del valor sobrar tanto la paciencia. Don Martín, los castellanos, con los pies a vencer hechos, suelen romper muchos pechos, atropellar muchas manos, y sujetar muchos cuellos; y por mí su majestad te hará ver esta verdad en favor de todos ellos. MARTÍN: El que está en aquella silla tiene prudencia y valor; no querrá... RODRIGO: ¡Vuelve señor, por la opinión de Castilla! Esto el mundo ha de saber, eso el cielo ha de mirar; sabes que sé pelear y sabes que sé vencer. Pues, ¿cómo, rey, es razón que por no perder Castilla el interés de una villa pierda un mundo de opinión? ¿Qué dirán, rey soberano, el alemán y el francés, que contra un aragonés no has tenido un castellano? Si es que dudas en el fin de esta empresa, a que me obligo, ¡salga al campo don Rodrigo aunque venza don Martín! Pues es tan cierto y sabido cuánto peor viene a ser el no salir a vencer, que saliendo, el ser vencido. REY: Levanta, pues me levantas el ánimo. En ti confío, Rodrigo; el imperio mío es tuyo. RODRIGO: Beso tus plantas. REY: ¡Buen Cid! RODRIGO: ¡El cielo te guarde! REY: Sal en mi nombre a esta lid. MARTÍN: ¿Tú eres a quien llama Cid algún morillo cobarde? RODRIGO: Delante mi rey estoy, mas yo te daré en campaña la respuesta. MARTÍN: ¿Quién te engaña? ¿Tú eres Rodrigo? RODRIGO: Yo soy. MARTÍN: ¿Tú a campaña? RODRIGO: ¿No soy hombre? MARTÍN: ¿Conmigo? RODRIGO: ¡Arrogante estás! Sí, y allí conocerás mis obras como mi nombre. MARTÍN: Pues, ¿tú te atreves, Rodrigo, no tan sólo a no temblar de mí, pero a pelear, y cuando menos, conmigo? ¿Piensas mostrar tus poderes, no contra arneses y escudos, sino entre pechos desnudos, con hombre medio mujeres, con los moros, en quien son los alfanges de oropel, las adargas de papel, y los brazos de algodón? ¿No adviertes que quedarás sin el alma que te anima, si dejo caerte encima una manopla no más? ¡Ve allá, y vence a tus morillos, y huye aquí de mis rigores! RODRIGO: ¡Nunca perros ladradores tienen valientes colmillos! Y así, sin tanto ladrar, sólo quiero responder que, animoso por vencer, saldré al campo a pelear; y fundado en la razón que tiene su majestad, pondré yo la voluntad, y el cielo la permisión. MARTÍN: ¡Ea! Pues quieres morir, con matarte, pues es justo, a dos cosas de mi gusto con una quiero acudir. ¿Al que diere la cabeza de Rodrigo, la hermosura de Jimena no asegura en un pregón vuestra alteza? REY: Sí, aseguro. MARTÍN: Y yo soy quien me ofrezco dicha tan buena; porque, ¡por Dios, que Jimena me ha parecido muy bien! Su cabeza por los cielos, y a mí en sus manos, verás. RODRIGO: (Agora me ofende más Aparte porque me abrasa con celos.) MARTÍN: Es pues, rey, la conclusión, en breve, por no cansarte, que donde el término parte Castilla con Aragón será el campo, y señalados jueces, los dos saldremos, y por seguro traeremos cada quinientos soldados. ¿Así quede? REY: ¡Quede así! RODRIGO: Y allí verás en tu mengua cuán diferente es la lengua que la espada. MARTÍN: Ve, que allí daré yo, aunque te socorra de tu arnés la mejor pieza, a Jimena tu cabeza y a mi rey a Calahorra.
Al REY
RODRIGO: Al momento determino partir con tu bendición. MARTÍN: Como si fuera un halcón volaré por el camino. REY: ¡Ve a vencer! DIEGO: ¡Dios soberano te dé la victoria y palma, como te doy con el alma la bendición de la mano! ARIAS: ¡Gran castellano tenemos en ti! MARTÍN: Yo voy. RODRIGO: Yo te sigo. MARTÍN: ¡Allá me verás, Rodrigo! RODRIGO: ¡Martín, allá nos veremos!
Vanse. Salen JIMENA y ELVIRA
JIMENA: Elvira, ya no hay consuelo para mi pecho afligido. ELVIRA: Pues tú misma lo has querido ¿de quién te quejas? JIMENA: ¡Ay, cielo! ELVIRA: Para cumplir con tu honor por el decir de la gente, ¿no bastaba cuerdamente perseguir el matador de tu padre y de tu gusto, y no obligar con pregones a tan fuertes ocasiones de su muerte y tu disgusto? JIMENA: ¿Qué pude hacer? ¡Ay, cuitada! Vime amante y ofendida, delante del rey corrida, y de corrida, turbada; y ofrecióme un pensamiento para excusa de mi mengua; dije aquello con la lengua, y con el alma lo siento, y más con esta esperanza que este aragonés previene. ELVIRA: Don Martín González tiene ya en sus manos tu venganza. Y en el alma tu belleza con tan grande extremo arraiga, que no dudes que te traiga de Rodrigo la cabeza; que es hombre que tiene en poco todo un mundo, y no te asombres; que es espanto de los hombres, y de los niños el coco. JIMENA: ¡Y es la muerte para mí! No me le nombres, Elvira; a mis desventuras mira. ¡En triste punto nací! ¡Consuélame! ¿No podría vencer Rodrigo? ¿Valor no tiene? Mas es mayor mi desdicha, porque es mía; y ésta... ¡ay, cielos soberanos! ELVIRA; Tan afligida no estés. JIMENA: ...será grillos de sus pies, será esposa de sus manos; ella le atará en la lid donde le venza el contrario. ELVIRA: Si por fuerte y temerario el mundo le llama "el Cid", quizá vencerá su dicha a la desdicha mayor. JIMENA: ¡Gran prueba de su valor será el vencer mi desdicha!
Sale un PAJE
PAJE: Esta carta te han traído. Dice que es de don Martín González. JIMENA: Mi amargo fin podré yo decir que ha sido. ¡Vete! ¡Elvira, llega, llega!
Vase el PAJE
ELVIRA: La carta puedes leer. JIMENA: Bien dices, si puedo ver; que de turbada estoy ciega.
Lee la carta
"El luto deja, Jimena, ponte vestidos de bodas, si es que mi gloria acomodas donde quitaré tu pena. De Rodrigo la cabeza te promete mi valor, por ser esclavo y señor de tu gusto y tu belleza. Agora parto a vencer vengando al conde Lozano; espera alegre una mano que tan dichosa ha de ser. Don Martín." ¡Ay, Dios! ¿Qué siento? ELVIRA: ¿Dónde vas? ¿Hablar no puedes? JIMENA: ¡A lastimar las pareces de mi cerrado aposento, a gemir, a suspirar! ELVIRA: ¡Jesús! JIMENA: ¡Voy ciega, estoy muerta! Ven enséñame la puerta por donde tengo de entrar. ELVIRA: ¿Dónde vas? JIMENA: Sigo, y adoro las sombras de mi enemigo. ¡Soy desdichada! ¡Ay, Rodrigo, yo te mato, y yo te lloro!
Vanse. Salen el REY don Fernando, ARIAS Gonzalo, DIEGO Laínez y Per ANSURES
REY: De don Sancho la braveza, que, como sabéis, es tanta que casi casi se atreve al respeto de mis canas; viendo que por puntos crecen el desamor, la arrogancia, el desprecio, la espereza con que a sus hermanos trata; como, en fin, padre, entre todos me ha obligado a que reparta mis reinos y mis estados, dando a pedazos el alma. De esta piedad, ¿qué os parece? Decid, Diego. DIEGO: Que es extraña, y a toda razón de estado hace grande repugnancia. Si bien lo adviertes, señor, mal prevalece una casa cuyas fuerzas, repartidas, es tan cierto el quedar flacas. Y el príncipe, mi señor, si en lo que dices le agravias, pues le dio el cielo braveza, tendrá razón de mostralla. ANSURES: Señor, Alonso y García pues es una mesma estampa, pues de una materia misma los formó quien los ampara, si su hermano los persigue, si su hermano los maltrata, ¿qué será cuando suceda que a ser escuderos vayan de otros reyes a otros reinos? ¿Quedará Castilla honrada? ARIAS: Señor, también son tus hijas doña Elvira y doña Urraca, y no prometen buen fin mujeres desheredadas. DIEGO: ¿Y si el príncipe don Sancho, cuyas bravezas espantan, cuyos prodigios admiran, advirtiese que le agravias? ¿Qué señala, qué promete, sino incendios en España? Así que, si bien lo miras, la misma, la misma causa que a lo que dices te incita, te obliga a que no lo hagas. ARIAS: ¿Y es bien que su majestad, por temer esas desgracias, pierda sus hijos, que son pedazos de sus entrañas? DIEGO: Siempre el provecho común de la religión cristiana importó más que los hijos; demás que será sin falta, si mezclando disensiones unos a otros se matan, que los perderá también. ANSURES: Entre dilaciones largas eso es dudoso, esto cierto. REY: Podrá ser, si el brío amaina don Sancho con la igualdad, que se humane. DIEGO: No se humana su indomable corazón ni aun a las estrellas altas. Pero llámale, señor, y tu intención le declara, y así serás si en la suya tiene paso tu esperanza. REY: Bien dices. DIEGO: Ya viene allí.
Sale el PRÍNCIPE [don Sancho]
REY: Pienso que mi sangre os llama. Llegad, hijo; sentaos, hijo. PRÍNCIPE: Dame la mano. REY: Tomalda. Como el peso de los años, sobre la ligera carga del cetro y de la corona, más presto a los reyes cansa, para que se eche de ver lo que va en la edad cansada de los trabajos del cuerpo a los cuidados del alma, siendo la veloz carrera de la frágil vida humana un hoy en los poseído y en los esperado un mañana, yo, hijo, que de mi vida en la segunda jornada, triste el día y puesto el sol, con la noche me amenaza, quiero, hijo, por salir de un cuidado, cuyas ansias a mi muerte precipitan cuando mi vida se acaba, que oyáis de mi testamento bien repartidas las mandas, por saber si vuestro gusto asegura mi esperanza. PRÍNCIPE: ¿Testamento hacen los reyes? REY: (¡Qué con tiempo se declara!) Aparte No, hijo, de lo que heredan, mas pueden de lo que ganan. Vos heredáis, con Castilla, la Extremadura y Navarra, cuanto hay de Pisuerga a Ebro. SANCHO: Eso me sobra. REY: (¡En la cara Aparte se le ha visto el sentimiento!) PRÍNCIPE: (¡Fuego tengo en las entrañas!) Aparte REY: De don Alonso es León y Asturias, con cuanto abraza Tierra de Campos; y dejo a Galicia y a Vizcaya a don García. A mis hijas doña Elvira y doña Urraca doy a Toro y a Zamora, y que igualmente se partan el Infantado. Y con esto, si la del cielo os alcanza con la bendición que os doy, no podrá fuerzas humanas en vuestras fuerzas unidas, atropellar vuestras armas; que son muchas fuerzas juntas como un manojo de varas, que a rompellas no se atreve mano que no las abarca, más de por sí cada una cualquiera las despedaza. PRÍNCIPE: Si es ese ejemplo te fundas, señor, ¿es cosa acertada el dejallas divididas tú, que pudieras juntallas? ¿Por qué no juntas en mí todas las fuerzas de España? En quitarme lo que es mío, ¿no ves, padre, que me agravias? REY: Don Sancho, príncipe, hijo, mira mejor que te engañas. Yo sólo heredé a Castilla; de tu madre doña Sancha fue León, y lo demás de mi mano y de mi espada. Lo que yo gané, ¿no puedo repartir con manos francas entre mis hijos, en quien tengo repartida el alma? PRÍNCIPE: Y a no ser rey de Castilla, ¿con qué gentes conquistaras lo que repartes agora? ¿Con qué haberes, con qué armas? Luego, si Castilla es mía por derecho, cosa es clara que al caudal, y no a la mano, se atribuye la ganancia. Tú, señor, mil años vivas; pero si mueres... ¡mi espada juntará lo que me quitas, y hará una fuerza de tantas! REY: ¡Inobediente, rapaz, tu soberbia y tu arrogancia castigaré en un castillo! ANSURES: (¡Notable altivez!) Aparte ARIAS: (¡Extraña!) Aparte PRÍNCIPE: Mientras vives, todo es tuyo. REY: ¡Mis maldiciones te caigan si mis mandas no obedeces! PRÍNCIPE: No siendo justas, no alcanzan. REY: Estoy... DIEGO: Mira vuestra alteza lo que dice; que más calla quien más siente. PRÍNCIPE: Callo agora.
Al REY
DIEGO: En esta experiencia clara verás mi razón, señor. REY: ¡El corazón se me abrasa!
Sale JIMENA vestida de gala
DIEGO: ¿Qué novedades son éstas? ¿Jimena con oro y galas? REY: ¿Cómo sin luto Jimena? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? JIMENA: (¡Muerto traigo el corazón! Aparte ¡Cielo! ¿Si podré fingir?) Acabé de recibir esta carta de Aragón; y como me da esperanza de que tendré buena suerte, el luto que di a la muerte me le quito a la venganza. DIEGO: Luego... ¿Rodrigo es vencido? JIMENA: Y muerto lo espero ya. DIEGO: ¡Ay, hijo!... REY: Presto vendrá certeza de lo que ha sido. JIMENA: (Ésa he querido saber, Aparte y aqueste achaque he tomado.)
A DIEGO Laínez
REY: Sosegaos. DIEGO: ¡Soy desdichado!
A JIMENA
Crüel eres. JIMENA: Soy mujer. DIEGO: Agora estarás contenta, si que murió mi Rodrigo. JIMENA: (Si yo la venganza sigo, Aparte corre el alma la tormenta.)
Sale un CRIADO
REY: ¿Qué nuevas hay? CRIADO: Que ha llegado de Aragón un caballero. DIEGO: ¿Venció don Martín? ¡Yo muero! CRIADO: Debió de ser... DIEGO: ¡Ay, cuitado! CRIADO: Que éste trae la cabeza de Rodrigo, y quiere dalla a Jimena. JIMENA: (¡De tomalla Aparte me acabará la tristeza!) PRÍNCIPE: ¡No quedará en Aragón una almena, vive el cielo! JIMENA: (¡Ay, Rodrigo! ¡Este consuelo Aparte me queda en esta aflicción!) ¡Rey Fernando! ¡Caballeros! Oíd mi desdicha inmensa, pues no me queda en el alma más sufrimiento y más fuerza. ¡A voces quiero decillo, que quiero que el mundo entienda cuánto me cuesta el ser noble, y cuánto el honor me cuesta! De Rodrigo de Vivar adoré siempre las prendas y por cumplir con las leyes --¡que nunca el mundo tuviera!-- procuré la muerte suya, tan a costa de mis penas, que agora la misma espada que ha cortado su cabeza cortó el hilo de mi vida.
Sale doña URRACA
URRACA: Como he sabido tu pena he venido. (¡Y como mía Aparte hartas lágrimas me cuesta!) JIMENA: Mas, pues soy tan desdichada, tu majestad no consienta que ese don Martín González esa mano injusta y fiera quiera dármela de esposo; conténtese con mi hacienda. Que mi persona, señor, si no es que el cielo la lleva, llevaréla a un monasterio. REY: Consolaos, alzad, Jimena.
Sale RODRIGO
DIEGO: ¡Hijo! ¡Rodrigo! JIMENA: ¡Ay, de mí! ¿Si son soñadas quimeras? PRÍNCIPE: ¡Rodrigo! RODRIGO: Tu majestad me dé los pies, y tu alteza. URRACA: (Vivo le quiero, aunque ingrato.) Aparte REY: De tan mentirosas nuevas, ¿dónde está quien fue el autor? RODRIGO: Antes fueron verdaderas. Que si bien lo adviertes, yo no mandé decir en ellas sino sólo que venía a presentalle a Jimena la cabeza de Rodrigo en tu estrado, en tu presencia, de Aragón un caballero; y esto es, señor, cosa cierta, pues yo vengo de Aragón, y no vengo sin cabeza, y la de Martín González está en mi lanza allí fuera; y ésta le presento agora en sus manos a Jimena. Y pues ella en sus pregones no dijo viva ni muerta, ni cortada, pues le doy de Rodrigo la cabeza, ya me debe el ser mi esposa; mas si su rigor me niega este premio, con mi espada puede cortalla ella mesma. REY: Rodrigo tiene razón; yo pronuncio la sentencia en su favor. JIMENA: (¡Ay, de mí! Aparte Impídeme la vergüenza.) PRÍNCIPE: ¡Jimena, hacedlo por mí! ARIAS: ¡Esas dudas no os detengan! ANSURES: Muy bien os está, sobrina. JIMENA: Haré lo que el cielo ordena. RODRIGO: ¡Dicha grande! ¡Soy tu esposo! JIMENA: ¡Y yo tuya! DIEGO: ¡Suerte inmensa! URRACA: (¡Ya del corazón te arrojo, Aparte ingrato!) REY: Esta noche mesma vamos, y os desposará el obispo de Placencia. PRÍNCIPE: Y yo he de ser el padrino. RODRIGO: Y acaben de esta manera las mocedades del Cid, y las bodas de Jimena.

FIN DE LA COMEDIA

 


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002