JORNADA TERCERA



Sale don JUAN como a escuras
JUAN: Nada me sucede bien. ¿Qué roca habrá que contraste tanta avenida de penas, tantos golpes de pesares? Del aposento en que estaba por testigo de mis males, imposibles de sufrirlos, ya posibles de vengarme, celoso y desesperado salir pretendo a la calle a esperar a aquel galán tan feliz que coronarse pudo de tantos favores, de dichas que son tan grandes. Echéme por la ventana, porque allí no me estorbasen la venganza de mis celos; presumiendo que era fácil, ganando desde el tejado de la puerta los umbrales, y saltando de él a un patio donde la ventana sale, perdí el tino y di a otra casa... Pero parece que abren una puerta y entra gente, y con las luces que traen percibo mejor las señas. ¿Hay suceso semejante? ¡Vive Dios que esta es la casa de doña Ana! ¡Si tomase hoy puerto en el mismo golfo esta derrotada nave! Ella es, ¿qué he de hacer, cielos?, que no es bien que aquí me halle y presuma que he venido cobardemente a quejarme de mis celos, sin vengarlos. ¿Hay confusión más notable? ¿Qué haré?, que no me está bien ya ni el irme ni el quedarme.
Escóndese y salen doña ANA y doña LUCÍA con luz
ANA: Quítame este manto. Gracias a mi fortuna inconstante que me ha dado, ¡ay infelice!, un solo punto, un instante de tiempo para llorar, de lugar para quejarme; y así, ya que estoy a solas, sean tormentas, sean mares mis lágrimas y mis quejas, entre la tierra y el aire. LUCÍA: Señora, si de ese modo tan justos extremos haces, triunfará de amor la muerte. Consuelo tus penas hallen, que para todo hay consuelo, que si don Juan, por guardarle a don Pedro aquel decoro que debió a sus amistades, se arrojó por la ventana, ya en su seguimiento parten don Pedro, Arceo y Pernía, porque los dos no se maten. ANA: Y cuando remedie, ¡ay triste!, mi temor para adelante, ¿puede ya dejar de ser lo que fue? ¿Pueden borrarse de la memoria los celos en que yo no tuve parte? JUAN: De cuanto yo desde aquí puedo a las dos escucharles nada entiendo, y sólo entiendo que temo que me declaren mis congojas, mis desdichas, mis recelos, mis pesares, porque no es posible, no, que un celoso sufra y calle. LUCÍA: Acuéstate, por tu vida, porque en la cama descanses. ANA: No hay descanso para mí, fuera de que he de esperarle a don Pedro, que le dije que con lo que le pasase en alcance de don Juan, pues todos van a buscarle, viniese a avisarme, y ya parece que llaman. Abre.
Salen don PEDRO, ARCEO y PERNÍA
ANA: Señor Don Pedro, ¿qué hay? PEDRO: Que todo ha salido en balde. ANA: ¿Cómo? PEDRO: No habemos hallado a don Juan, y es bien notable suceso, porque de aquella ventana que al patio cae, para salir al portal hay una puerta, y la llave está echada, de manera que ha sido imposible hallarle, cuando ni en mi casa está ni salir pudo a la calle. ARCEO: No le hemos buscado bien, si va a decir las verdades, porque a un celoso, señora, lo ha de buscar el que hallarle quisiere, ahogado en los pozos o ahorcado por los desvanes. PERNÍA: Ya le he dicho que se meta en juntar sus consonantes y no hable palabra donde yo estoy. ARCEO: Quínola pasante, también yo le tengo dicho que de dar lanzadas trate y sacar, no para el toro, para el lacayo el alfanje, y no más. LUCÍA: Entre dos ruines sea mi mano el montante. PEDRO: No es posible hallarle, en fin. ANA: Son mis penas, no os espante; y bien dicen que son mías, pues ellas disponer saben tantas falsas apariencias que me culpen y le agravien. Plegue a Dios, señor don Pedro, que Él me destruya y me falte si aquel hombre vi en mi vida sino hoy, que pudo entrarse aquí tras de una mujer a quien siguió desde el Parque, y viome a mí. Mas ¿por qué lo digo, ¡ay Dios!, si escucharme no puede don Juan, y doy satisfaciones al aire? PEDRO: Quedad, señora, con Dios, que por si vuelve a buscarme a mi casa, vuelvo a ella. ¿Qué mandáis? ANA: No es bien que os mande, que os ruegue sí que volváis a la mañana a contarme lo que hubiere sucedido. PEDRO: Quedad con Dios.
Vase
ANA: Él os guarde. Lucía, cierra esas puertas y entra después a acostarme, que he de madrugar mañana, porque he de salir al Parque a hacer una diligencia. ¡Oh, si a este vivo cadáver hoy ese lecho de pluma sepulcro fuera de jaspe!
[Vase]
JUAN: ¿Al Parque mañana? ¡Ay cielos! No estos desengaños basten, vuelvan atrás mis desdichas pues pasa el riesgo adelante. ARCEO: De todos estos enredos, de todos estos debates, vos tenéis, doña Lucía, la culpa, pues vos contastes a vuestra ama que en mi casa estaba don Juan. LUCÍA: De tales sucesos, quien me lo dijo a mí tiene mayor parte, que ya sabe quien me cuenta a mí el suceso que sabe, que es decirme que lo diga el decirme que lo calle. ARCEO: Eres tan dueña que puedes servir desde aquí adelante de molde de vaciar dueñas. LUCÍA: Tú escudero vergonzante. ARCEO: Eres dueña. LUCÍA: Eres un loco. ARCEO: Eres dueña. LUCÍA: Tú bergante. ARCEO: Eres dueña. LUCÍA: Tú un bufón. ARCEO: Eres dueña. LUCÍA: Tú un infame. ARCEO: Eres düeña. LUCÍA: Tú un sucio. ARCEO: Iten más, dueña; y no trates de desquitarte, porque no has de poder desquitarte. LUCÍA: ¿Cómo no? Eres... ARCEO: Di, di. LUCÍA: ¡Mal poeta! ARCEO: Tate, tate. ¿Poeta dijiste? A Dios, dueña, que ya quedamos iguales. LUCÍA: ¿De esta manera te vas? ARCEO: ¿Pues qué quieres? LUCÍA: Que te aguardes aquí mientras que mi ama acaba de desnudarse, y volveré a hablar contigo un rato.
Vase
ARCEO: Aquí espero. Madres, las que a los hijos paristes para nocturnos amantes de viejas, mirad en mí las desdichas a que nacen. Esperando una estantigua estoy, confuso y cobarde, aquí, donde mis suspiros pueblan estas soledades.
Sale don JUAN
JUAN: Ahora, desconfïanzas, es tiempo de aconsejarme si esto que pasa por mí son mentiras o verdades. El recatarme me importa de doña Ana; ella no sabe que la escucho, y en suspiros que mal pronunciados salen desde el corazón al labio, me ha dado ciertas señales de que mi desdicha llora, de que siente mis pesares. Estos crïados no pueden engañarse ni engañarme, puesto que Arceo a Lucía la contó cómo ocultarme pude en casa de don Pedro, y ella a doña Ana, bastante desengaño de que fue entonces ella a buscarme. Mas, ¡ay de mí!, si es esto como dicen señas tales, ¿don Hipólito a qué efeto dijo que a él iba a buscarle, o qué mujer es aquesta, y en fin, para qué ir al Parque mañana quiere doña Ana? ¿Para que a mí no me falte cuidado? Pues vive Dios, que tengo de averiguarle. Si aquí estoy, será imposible que disimule y que calle, y imposible, si me ven, de que la ida del Parque averigüe; luego irme será lo más importante. Este crïado a Lucía espera; mientras no sale no está cerrada la puerta: salir pretendo a la calle por seguirla donde fuere. Que me prendan o me maten, todo, todo importa menos que no que me desengañe. ARCEO: Ya siento pasos. Lucía, seas bien venida, dame los brazos.
[Abraza a don JUAN]
¡Barbada vienes!¿Quién es? JUAN: Callad, que no es nadie. ARCEO: ¿Cómo no es nadie? Yo soy tan cortés y tan galante que antes creeré que sois muchos. ¡Ay, ay! JUAN: ¡Vive Dios que os mate si no calláis!
Dentro doña ANA
ANA: ¿Qué rüido es aquel?
Sale doña LUCÍA y topa con don JUAN
LUCÍA: Eres notable. ¿Es posible que tu miedo tan grandes estruendos hace que des voces? Sal de presto para que aquí no te hallen. Vente tras mí. JUAN: Vamos. (Cielos, Aparte hasta que me desengañe he de callar, que esta es propria condición de amantes.)
Al entrarse topa don JUAN con ARCEO
ARCEO: ¡Otro diablo! ¡Vive Dios que tienen aquestos lances cosas de la dama duende!
Sale doña ANA medio desnuda, con luz
ANA: ¡Hola! ¿No responde nadie? Mas ¡ay de mí! ARCEO: Yo me embozo, por ver si puedo excusarme de que me conozcan.
[Vuelve doña LUCÍA]
LUCÍA: Ya no hay peligro que me espante, pues ya está en la calle Arceo... Mas...¿no es el que está delante? ¿Quién era, si él está aquí, el que yo puse en la calle? ARCEO: Aquí muero. ANA: Caballero que, recatado el semblante, la noble clausura rompes de estos sagrados umbrales: si necesidad acaso te ha obligado a extremos tales, de mis joyas y vestidos francas te daré las llaves. Ceba tu hidrópica sed en sus telas y diamantes, pero si más codicioso de honor que de hacienda, haces estos extremos, te ruego, ¡estoy muerta!, que no trates con tal desprecio, ¡ay de mí!, el honor, ¡estoy cobarde!, de una mujer infelice sujeta a desdichas tales. Porque si osado, a mi afrenta a aqueste cuarto llegaste, vive Dios, que antes que intentes hablarme palabra, que antes que ofenda al dueño que adoro, yo con mis manos me mate, porque si lágrimas solas no enternecen un diamante, rompiéndome el pecho yo le sabré labrar con sangre. ARCEO: No labraréis, si yo puedo, que fuera mucho desaire ser pelícana una dama y ser labradora un ángel. Grandes casos de Fortuna a vuestra casa me traen, no hacer mella en vuestras joyas ni a vuestra opinión ultraje. Y porque os aseguréis de mi término galante, segura quedáis de mí. A Dios, señora, que os guarde.
Vase
LUCÍA:            ¿Qué miro?
ANA:                          ¿Fuese ya?
LUCÍA:                                   Sí.  
ANA:           Echa a esa puerta la llave;
               y pues ya la blanca aurora
               venciendo las sombras sale,
               no me quiero desnudar.
               ¡Ay, don Juan!, si esto mirases
               ¿quién de que era culpa mía
               pudiera desengañarte?

Vanse y salen INÉS y doña CLARA, de corto como primero
INÉS: ¿Al Parque vuelves? CLARA: Rendida, sin ley, razón ni sentido, donde la vida he perdido vuelvo, Inés, a hallar la vida. INÉS: Bastante está lo sentido, y si yo no me he engañado, toda la gloria ha parado en que has, señora, advertido de ayer el raro suceso. CLARA: ¿De qué sirviera negar con la lengua mi pesar, si con llanto lo confieso? Vana de que hallarse había don Hipólito burlado, le llamé, y su desenfado burló de la industria mía, que aunque es verdad que me dio satisfaciones que allí por mi respeto creí, Inés, por mi gusto no, pues que me pudo negar que fue donde otra mujer le llamaba, y mi placer se convirtió en mi pesar. Yo misma, ¡ay de mí!, encendí el fuego en que triste peno, yo conficioné el veneno que yo misma me bebí. Yo misma desperté, yo, la fiera que me ha deshecho, yo críé dentro del pecho el áspid que me mordió. Arda, gima, pene y muera quién sopló, conficionó, alimentó, despertó, veneno, ardor, áspid, fiera. INÉS: Bien en tantos pareceres hoy dirán cuantos te ven que solo queremos bien tratadas mal las mujeres. ¿Para qué habemos venido al Parque con tan crüel pena? CLARA: A ver si viene a él don Hipólito. INÉS: Él ha sido por cierto muy lindo ensayo. CLARA: Si hoy doy tregua a mis temores, yo os coronaré con flores, mañanas de abril y mayo.
Vanse y salen don HIPÓLITO y don LUIS
HIPÓLITO: En efeto, hasta su casa a doña Clara seguí como visteis, y la di del engaño que me pasa satisfaciones, diciendo ¿qué ofensa era ir a ver, llamado de una mujer, lo que mandaba? Y haciendo extremos de enamorado que supe fingir muy bien, porque ya no hay, don Luis, quien no haga el papel estudiado, la dejé desenojada, atenta a mi desengaño, y al fin con su mismo daño vino ella a ser la engañada, pues mis extremos creyó, siendo así, don Luis, verdad, que vida, alma y voluntad la doña Ana me robó, porque una vez persuadido de que me llamaba a mí, y hallarla después allí, me empeñó, y haber creído que ella fue quien me llamó. LUIS: Vos tenéis lindo despejo. HIPÓLITO: ¿Fuera más cuerdo consejo darme por vencido? LUIS: No; mas a haberme sucedido a mí lo que a vos con ellas, jamás yo volviera a vellas de turbado y de corrido. HIPÓLITO: Fuera linda necedad: puntualidades tenéis tan necias, que parecéis caballero de ciudad. Mira si aquesta fortuna a corrella te acomodas: querer por tu gusto a todas, por tu pesar a ninguna.
Salen doña ANA, vestida como doña CLARA, y LUCÍA
LUCÍA: Ya estás en el Parque, ya decirme, señora, puedes, con qué intento de este modo a su hermoso sitio vienes. ANA: Si has de verlo, ¿para qué que ahora te lo diga quieres?, que es retórica excusada decir las cosas dos veces, y más cuando están tan cerca de suceder, que presente está el que vengo buscando. LUCÍA: El hombre, señora, es éste de los engaños de ayer, si mis ojos no me mienten. ANA: Por él lo digo, pues solo he salido a hablarle y verle donde por la obligación que a ser caballero tiene, desengañe mi opinión, pues los que son más corteses caballeros, siempre amparan el honor de las mujeres. LUCÍA: ¿Para aquesto de tu casa al Parque, señora, vienes, donde es una culpa más si aquí acertaran a verte? ANA: Don Juan está retraído donde quiera que estuviere, y solo a este sitio, donde hay tal concurso de gente, no se atreverá a venir, y así más seguramente es donde le puedo hablar. LUCÍA: Plega a Dios que no lo yerres. ANA: Tápate, y llega a llamalle; di que una mujer pretende hablarle, que se retire del amigo con quien viene. LUCÍA: Caballero, una tapada a solas hablaros quiere, que es la que miráis. Seguidnos. HIPÓLITO: Doña Clara es, claramente lo dice el traje. Otra vez al engaño de ayer vuelve, mas hoy no lo ha de lograr.
[Se acerca a doña ANA]
¡Notable, vive Dios, eres, pues que tan mal te aseguras de quien te estima y no ofende! Si buscas satisfaciones mayores de las que tienes, no es menester que me sigas pues en el alma estás siempre. ANA: Por otra me habéis tenido; en vuestras voces se infiere, y quiero desengañaros desde luego.
[Descúbrese y vuelve a taparse]
¿Conocéisme? HIPÓLITO: Otra vez me preguntasteis en otra ocasión más fuerte eso mismo y respondí que sí y que no, y me parece, pues siempre es una la duda, dar una respuesta siempre. Sí os conozco, pues que os miro, no os conozco, porque suelen los bienes pasarse a males y hoy al revés me sucede. ANA: Seguidme hacia la Florida, porque hablaros me conviene donde estéis solo, y decidle a ese amigo que se quede.
Vanse [las dos mujeres]
HIPÓLITO: Don Luis, de nueva ventura podéis darme parabienes. Doña Ana es esta tapada; agora no puede hacerme engaño, que yo la he visto con mis ojos claramente. ¿Veis cómo fue la de ayer esta misma? ¿Veis si vuelve a buscarme? Aquí os quedad y murmurad, si os parece, el haber dicho que tengo buena estrella con mujeres.
Salen doña CLARA e INÉS
INÉS: Don Hipólito está aquí. CLARA: Pues no andemos más; detente. HIPÓLITO: Ya os sigo: guïad, señora doña Ana, donde quisiereis, que yendo con vos, hermosa deidad destos campos verdes, cualquiera sitio será la Florida, que le deben a vuestros ojos de fuego y a vuestras plantas de nieve, púrpura y verdor las flores, cristal y aljófar las fuentes. CLARA: (Doña Ana dijo, ¡ay de mí! Aparte Mas ¿qué nuevo engaño es éste? Mas no tarde en discurrillo quien averiguallo puede. La Florida es el lugar citado y a él me conviene llevarle). Venid. HIPÓLITO: (Fortuna, Aparte ¡oh, cuánto mi amor te debe!, pues seguro de los celos de doña Clara, me ofreces a doña Ana; triunfo hermoso de tu gran deidad es éste.)
Vanse todos y sale don JUAN. [Don LUIS se queda]
JUAN: Hacia esta parte bajó doña Ana, que entre la gente que venía la perdí de vista; pero no puede esconderse, y es verdad, pues cuando a mí me mintiesen tantas señas, me dijera verdad mi infelice suerte. Con don Hipólito va hablando; ya no hay qué espere. ¡Muera de cólera y rabia quien de amor y celos muere! LUIS: ¡Válgame el cielo! ¿Qué miro? Don Juan de Guzmán es este. ¡Señor don Juan de Guzmán! JUAN: ¿Quién llama? ¿Quién vio más fuerte confusión? Éste es don Luis. LUIS: Donde quiera que yo viere a quien a mi sangre agravia y a quien mi opinión ofende, primero que con la lengua, sin ceremonias corteses le saludo con la espada, voz de honor más elocuente. Sacad la vuestra, porque con más opinión me vengue. JUAN: Yo no he rehusado en mi vida con la mía responderle a quien me habla con la suya, y si matarme os conviene daos priesa, que si os tardáis os podrá quitar la suerte otra herida, y no es capaz una vida de dos muertes. LUIS: No os respondo, porque ya hablar el acero debe. JUAN: (Con doña Ana entró en la huerta Aparte don Hipólito, ¡oh, aleve pena! ¿Quién creerá que allí me agravien y aquí se venguen?)
[Riñen]
LUIS: Desguarnecióse la espada. JUAN: Daros pudiera la muerte, pero porque echéis de ver cómo mi valor procede y cómo debí de darla a vuestro primo igualmente, pues el que fuera una vez traidor, lo fuera dos veces, porque ser uno cobarde no es defeto que se pierde, id por espada, que aquí os espero. LUIS: (¡Trance fuerte!, Aparte pues quien me agravia me obliga, pues me halaga quien me ofende. Mas yo sé qué debo hacer). Esperad, que brevemente volveré. JUAN: Ya veis el riesgo a que estoy, si aquí me viesen, y por quitarme del paso, que ya lo veis que ya es éste, dentro estoy de la Florida. LUIS: Antes de un instante breve a ella volveré a buscaros.
Vase
JUAN: ¿Qué haré en penas tan crüeles, que un inconveniente es sombra de otro inconveniente? Cuando sigo un daño, otro en mi seguimiento viene; uno busco y otro hallo, y en todos no sé qué hacerme, que soy en un caso mismo persona que hace y padece. Si a don Hipólito sigo falto a don Luis neciamente; y si espero a don Luis falto a mis celos. Mas ¿qué teme mi valor? ¿No es morir todo? Máteme el que antes pudiere, don Hipólito o don Luis, pues cosa justa parece, si me busca el que yo ofendo que busque yo al que me ofende.
Vase y salen doña CLARA e HIPÓLITO
HIPÓLITO: En aqueste hermoso margen, en este florido albergue que la hermosa primavera a tanto estudio guarnece, podéis decirme, señora doña Ana, lo que a esto os mueve, pues ya sabéis que he de estar a vuestro servicio siempre, y no esa grosera nube tan bellos rayos afrente: amanezca vuestro sol pues ya el del cielo amanece. CLARA: Yo haré lo que me mandáis, que a conceptos tan corteses, que a discursos tan galantes, hace mal quien no obedece.
Descúbrese
HIPÓLITO: (¡Doña Clara es, vive Dios!) Aparte CLARA: ¿Qué os admira? ¿Qué os suspende? Yo soy; proseguid, que va el discursillo excelente. HIPÓLITO: Ni me suspendo ni admiro, sino solo de que pienses que no te había conocido y sabido que tú eres, pero quíseme vengar de que salgas desta suerte de casa, trocando el nombre. CLARA: ¡Oh, qué anciano chiste es ése! HIPÓLITO: ¡Vive Dios, que cuando dije a don Luis que no viniese tras mí, le dije quién eras! Venga él, y si no dijere que es verdad, castiga entonces mis culpas con tus desdenes. Yo voy por él y dirá... CLARA: Todo cuanto tú quisieres. No le llames. HIPÓLITO: ¿Pues por qué? CLARA: Porque es el Muñoz que miente más que vos, del refrancillo. HIPÓLITO: No, no; mejor es que entre a desengañarte. (Y no es Aparte sino que yo busco este desahogo, con que pueda admirarme y suspenderme de que de una mano a otra así una mujer se trueque).
Vase y sale don JUAN
JUAN: De toda la Florida la esfera de matices guarnecida celoso he discurrido, y hallar en ella, ¡ay cielos!, no he podido mis celos. ¿Cuándo, cielos, se hicieron de rogar tanto los celos, que se esconden buscados? Mas huyen porque están ya declarados. ¿No es aquella doña Ana? Vano es mi enojo y mi venganza vana, pues sola la he topado. ¿Quién creerá que es tan necio mi cuidado que me pesa de vella no estando don Hipólito con ella? Volverme quiero, pero ¿cómo, cielos, podré, que son mis rémoras mis celos? Fiera enemiga mía, falsa sirena y enemiga harpía, esfinge mentirosa, áspid de nieve y rosa, ¿dónde está aquel amante que tan firme te adora, tan constante, porque me vengue en él de ti mi acero y no en ti de él mi lengua? CLARA: Caballero, vos venís engañado con tanta pena y tanto desenfado, pues ocasión no ha habido para que a mí tan necio y atrevido me habléis, sin conocerme, con desprecio. JUAN: Decís bien; atrevido anduve y necio. Por otra dama os tuve, que como a luna y sol guarda una nube, con embozos de sol hallé una luna. Perdonad, mi señora, que no hablaba con vos.
Sale doña ANA
ANA: Yo puedo ahora serviros de testigo, pues no hablaba con vos, sino conmigo. CLARA: Pues si con vos hablaba, hable con vos, que aquí mi enojo acaba.
Vase
ANA: Mucho me huelgo, don Juan, de que hayáis llegado a tiempo que os desengañen y engañen a vos vuestros ojos mesmos, porque si vos padecéis a un mismo instante los yerros, ya es fuerza que lo creáis como quien pasa por ellos, pues pensar que lo que vos creéis no puede otro creello es hacer más advertido al otro, y a vos más necio, y no hay ninguno que quiera tan mal a su entendimiento. JUAN: ¡Oh, qué necio desengaño, doña Ana!, pues cuando veo que es verdad que me engañaron mis ojos, también advierto que el desengaño me ofende pues tú le traes a este puesto. Luego engaño y desengaño todo ha sido engaño; luego no te puedes excusar del agravio de mis celos, pues hoy, como del engaño del desengaño me ofendo, pues el engaño era agravio y el desengaño es desprecio. ANA: En haber venido aquí ni te engaño ni te ofendo, pues por ti solo he venido. JUAN: ¿Pues pudiste tú saberlo? ANA: No, mas pude adivinarlo de esta manera viniendo por hacer que te buscara don Hipólito. JUAN: ¿A qué efeto? ANA: A efeto de que te diese la satisfación él mesmo. JUAN: ¡Oh, qué necia prevención! Porque cuando da muy necio el que fue segundo amante al que fue amante primero, de celos satisfaciones, es cuando le da más celos. ANA: No hagas graduación de amores, pues no soy mujer que puedo tener primero y segundo. JUAN: ¡Calla, calla!, que me acuerdo de una noche... Mas aquí, más que yo dice el silencio. ANA: Pluguiera a Dios las disculpas que yo de esa noche tengo pudiera significarte, pero puedo, si no puedo, con decir que soy quien soy. JUAN: Ojalá bastara eso. ANA: Sí bastara si me amaras. JUAN: Porque te amo no te creo. ANA: Pues ves aquí que en mi casa anoche un hombre encubierto estaba, que allí se entró... JUAN: Di. ANA: De la justicia huyendo, y en efeto, enternecido a mi llanto o a su esfuerzo, se fue y si le vieras tú salir de mi casa, es cierto que pagara yo la pena de la culpa que no tengo. JUAN: No hiciera, cuando aquel hombre fuera un hombre como Arceo, que es el que anoche en tu casa escondido y encubierto le tuvo doña Lucía. LUCÍA: (¡Por Dios, que me ven el juego!) Aparte ANA: ¿Qué dices? LUCÍA: Lo que es verdad. ANA: ¿Hay tan grande atrevimiento? JUAN: Pero siendo un hombre noble el que entonces quedó muerto, y abriendo con llave, no entraba... Pero no quiero pronunciallo, por no ser víbora yo de mi aliento. Quédate a Dios, que te guarde, doña Ana, para otro dueño, que son muchos desengaños para un hombre que va huyendo. Por esperar a don Luis solo me voy y me quedo.
Vase
ANA: Tente, espera, escucha, aguarda. [LUCÍA]: (¿Quién diría mis secretos?) Aparte
Sale don HIPÓLITO y atrás doña CLARA
HIPÓLITO: No pude hallar a don Luis en todo el Parque. CLARA: Yo vuelvo tras don Hipólito a ver en qué paran sus enredos. LUCÍA: (¡Que hubiese tan mala lengua!) Aparte
A doña ANA
HIPÓLITO: ¡Pero, vive Dios, que es cierto, Clara, que te conocí desde el instante primero! ANA: No hicisteis, porque si hubierais conocídome, sospecho que no os debiera mi honor, don Hipólito, estos riesgos.
[Se descubre]
Advertid que habláis conmigo. HIPÓLITO: ¿Qué tramoya es esta, cielos? CLARA: No hablaba sino conmigo; como vos dijisteis puedo decir yo, que yo también quien hable conmigo tengo. HIPÓLITO: ¡Vive Dios que me han cogido por hambre las dos en medio! ANA: Pues aunque vos me imitéis a mí, imitaros no puedo yo a vos, que no he de dejaros sin averiguar primero un engaño con los dos. LUCÍA: (¡Que haya en el mundo parleros!) Aparte HIPÓLITO: ¿Pues qué esperáis? ANA: Un testigo que ha de oírlo y ha de verlo, y él viene ya, que esta sola piedad al cielo le debo.
Salen don PEDRO, ARCEO y don JUAN
PEDRO: No habéis de ir de esa suerte, ya que en el Parque os encuentro, después que toda la noche os busqué. JUAN: Mirad que tengo que hacer que me va el honor. PEDRO: Oíd a doña Ana primero. ARCEO: ¿Qué hay, Lucía? LUCÍA: Parlerías. Ya todo se sabe, Arceo. ANA: Gracias a Dios que llegáis, don Juan, una vez a tiempo que mi verdad me ha informado. Decid, doña Clara, ¿es cierto que ayer fuistes a mi casa de don Hipólito huyendo y que él creyó que yo fui la tapada? CLARA: Sí, y queriendo cortesanamente hacerle una burla, escribí luego un papel en vuestro nombre, y en la casa de don Pedro le fui a ver, donde pasó lo que proseguirá él mesmo. ANA: Con esto, don Juan, he dado los desengaños que puedo; el cielo en los otros hable, pues solo los sabe el cielo.
Sale [don LUIS]
LUIS: Señor don Juan de Guzmán. PEDRO: Peor se va poniendo esto. ARCEO: Por Dios, que le ha conocido don Luis, el primo del muerto. HIPÓLITO: ¿Éste es don Juan de Guzmán? El no conocerle siento para haber en vuestra ausencia hecho... LUIS: Esperad, teneos, que este duelo ha de vencer la hidalguía y no el acero. JUAN: Pudiérades esperar a verme solo en el puesto. LUIS: Importa que haya testigos para lo que hacer intento. A que fuese por espada, que se me quebró riñendo con vos, me disteis lugar; si tardo, disculpa tengo, pues por haberos escrito este papel, me detengo: de la causa en que soy parte este es el apartamiento, que si deudor de una vida erais mío, noble y cuerdo me la disteis; contra vos derecho ninguno tengo. Y si entonces no lo hice fue porque allí, no teniendo espada, no presumierais que os daba el perdón de miedo, y así os lo entrego, don Juan, cuando en la cinta la tengo. JUAN: No solo me dais la vida, sino el honor, y pues viendo estáis la dama que fue la ocasión de este suceso, ella os pague con los brazos lo que con alma no puedo. ANA: Pues con vuestras amistades todos las nuestras hacemos. CLARA: No hacemos, porque si ya no tengo quien me dé celos, no tengo a quien quiera bien. HIPÓLITO: ¿Pues hay más de no quereros? ANA: Arceo y doña Lucía se casen luego al momento. ARCEO: ¿Mas que nace el Antecristo de Lucías y de Arceos? JUAN: Mañanas de abril y mayo dan fin: perdonad sus yerros.

FIN DE LA COMEDIA



Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002