JORNADA TERCERA


Sale doña JUANA de hombre
JUANA: ¿Hasta cuándo ha de durar, Fortuna, mi padecer? ¿Habrá tenido mujer tal linaje de penar? ¿Don Diego preso y yo viva? ¿Él con riesgo y libre yo? ¿Quién en el mundo se vio, suerte tirana y esquiva, entre afectos desiguales, tan cercada y combatida, y aun no me acaba la vida el número de mis males? Vamos a espacio, dolor, creciéndolo llama al fuego; preso miráis a don Diego, y Fresia le tiene amor. Por una parte violento su riesgo el alma me apura; por otra está mi cordura lidiando con mi tormento. No quererle es ceguedad, consentir su menosprecio también del alma es desprecio; pero es de tal calidad el amor que me condena; que entre dudas y desvelos no acuerdo de mis celos, y me acuerdo de su pena.
Sale GUALEVA
GUALEVA: ¿Don Juan? JUANA: (¿Esta pena más Aparte Fortuna, me solicitas; que aun la queja me limitas?) GUALEVA: Triste parece que estás.
Al paño RENGO
RENGO: Siguiendo a Gualeva vengo; pero el cristiano está allí; quiero escuchar desde aquí. GUALEVA: Qué tienes? JUANA: No sé qué tengo.
Al paño FRESIA
FRESIA: Al español, ¡ay de mí!, busca mi pena crüel; mas Gualeva está con él. GUALEVA: Don Juan, mi bien, ¿cómo así amancillas, dueño mío, para darme más enojos, la hermosura de tus ojos a quien rendí mi albedrío? Dime la causa. RENGO: ¡Ah, traidora! GUALEVA: Y cesen ya tus desdenes. Habla, mi bien, que aquí tienes una esclava que te adora. Vuelve tu rostro propicio a dar a mi amor el ser. ¿No me hablas? JUANA: (Esta mujer Aparte quiere que yo pierda el juicio.) FRESIA: Gualeva rendida está al español, no me espanto, pues pasa por mi otro tanto. RENGO: La paciencia pierdo ya. GUALEVA: Habla, mi bien, pues no hay quien a escuchar se atreva. Dime, ¿qué tienes?
Sale RENGO
RENGO: Gualeva, eso he de decirlo yo. GUALEVA: (¡Ay de mí! ¿Si me ha escuchado? Aparte JUANA: (Llegue ya, cielos, mi muerte.) Aparte RENGO: Pues, Gualeva, ¿de esta suerte pagas mi amante cuidado? ¿Tú a un vil esclavo rendida, burlándote de mi aliento? ¿A tan bajo pensamiento te abates? GUALEVA: (¡Yo estoy perdida!) Aparte RENGO: Habla tu rigor tirano, si aquí puede haber disculpa, o me pagará tu culpa este alevoso cristiano. GUALEVA: Rengo... (De aquesta manera Aparte con él me disculparé)
Aparte a doña JUANA
Finge conmigo. JUANA: Sí haré. GUALEVA: ...mira, advierte, considera... RENGO: ¿Qué he de oír, si te he escuchado pese a mi tormento atroz? GUALEVA: No des crédito a mi voz, porque vives engañado. RENGO: Pues, ¿qué engaño puede haber? Dilo, para que me asombre. GUALEVA: Porque el que miras no es hombre que es una infeliz mujer. Si tu cuidado repara, sus señas te lo previenen, porque los hombres no tienen esas manos ni esa cara. RENGO: Es engaño manifiesto, porque a serlo, tus errores no la dijeran amores.
Sale FRESIA
GUALEVA: Digo, que es mujer. FRESIA: ¿Qué es esto? (Alentaré aqueste engaño, Aparte que en fin Gualeva es mi prima, y con su amor me lastima.) Cierto, Gualeva, que extraño, cuando en porfías te pones... GUALEVA: (¿Si me ha escuchado? ¿Qué haré?) Aparte FRESIA: Que a nadie en el mundo dé tu lengua satisfacciones. GUALEVA: (Ella ha de echarme a perder.) Aparte FRESIA: Buena tu opinión la hiciera, si yo misma no supiera que es este esclavo mujer. GUALEVA: (Volved a vivir, sentido.) Aparte FRESIA: Su historia a mí me contó, y es tan mujer como yo. JUANA: (Sólo en la historia has mentido.) Aparte FRESIA: Todo el día siente y llora el influjo de su estrella. GUALEVA: Y si no, dígalo ella. ¿No eres mujer? JUANA: Sí señora. RENGO: Mal aplacáis mi coraje, diciéndome que es mujer, que aunque aquesto puede ser, da celos en este traje. Y así para no luchar, con esta duda concluyo, con que vista el traje suyo, o si no le he de matar.
Vase
GUALEVA: Déjame echar a tus pies, prima, para que agradezca lo que hoy has hecho por mí. FRESIA: Levanta, prima Gualeva, que tu elección te disculpa, y en este español hay prendas dignas de tu estimación; pues la soberana idea sólo en los cristianos puso el valor y gentileza. Yo os escuché, y por tu honor fingí, prima, la cautela que viste. GUALEVA: Apolo te guarde. Tú, mi don Juan, no enmudezcas, ni estés triste, pues ya sabe nuestro amor mi prima Fresia, y si te ha dado cuidado, ver que Rengo me pretenda, yo le aborrezco y te adoro. JUANA: (¿Habrá quien tenga paciencia, Aparte ni mujer más infeliz?) FRESIA: Solo una duda me queda para ajustar este engaño. GUALEVA: ¿Cuál es? FRESIA: Que Rengo quisiera, que se vista de mujer, para que no le suceda riesgo alguno, y no hayas miedo, que con su cara desmienta el ser mujer, pues no he visto en ninguna tal belleza. GUALEVA: Has dicho bien, y así voy a prevenirla yo mesma un vestido de los míos, para que este engaño sea el norte que me asegure. Tú publicar puedes, Fresia, como es mujer. ¡Ay don Juan! contigo el alma se queda.
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FRESIA: Español, solos estamos. JUANA: (¿Qué me quieres, suerte adversa, Aparte pues apenas uno acaba, cuando otro tormento empieza?) FRESIA: Ya sabes que me has debido la vida, pues si dijera que no eres mujer cristiana, estaba tu muerte cierta. JUANA: Ya lo sé. FRESIA: Pues, español, tú has de pagarme esta deuda con hacerme un beneficio. JUANA: (¡Ya estoy sin alma!) Aparte ¿Qué ordenas? FRESIA: Ya sabes como perdimos la fama, en perder aquella batalla de Santa Fe, porque la gran providencia de Apolo nos fue contraria. Pues has de saber que en ella, o fuese por su desgracia o por mi dicha violenta, la suerte hizo prisionero, acaso en fin de la guerra, a don Diego. JUANA: Ya lo sé. (Pues el saberlo me cuesta, Aparte no menos que toda el alma.) FRESIA: Pues has de saber, que en esa oscura prisión y triste, del sol ignorada senda, habitación de la noche y centro de las tinieblas, le han puesto, sin que persona humana su rostro vea; con tal rigor, que atenuado el alimento le llevan, porque acabe de la hambre a la infeliz miseria. Yo viendo... JUANA: (Sin alma escucho.) Aparte FRESIA: El peligro que le espera y la muerte, pues ha sido encerrarle en esa cueva para otra cosa, dispongo, dándote noticia de ella, que a verle vayas, pues yo con dádivas y promesas tengo obligadas las guardas, para que las llaves vengan a mi poder, y le digas que toda el alma me cuesta verle preso, y que si quiere aunque cristiana me vuelva, ser mi marido, prometo irme con él a su tierra, y librarle de la muerte, que ya por puntos le espera. Y si ingrato respondiere que no, que entendido tenga, que ha de morir, porque ya de mi poder, aunque venga todo un mundo de cristianos, no habrá quien librarle pueda. JUANA: (¿Qué escucho, cielos divinos? Aparte No es mala ocasión aquesta de verle, pues me disfraza el vestido de Gualeva, y Fresia me da las llaves.) Digo, que iré en hora buena a hacer lo que me has mandado, y le pondrá de manera blando, para que se case contigo, mi diligencia; que a mí de tu casamiento me has de dar la enhorabuena. FRESIA: ¿Haráslo como lo dices? JUANA: Yo, de la misma manera, como si a mí me importara. FRESIA: Esta noche la respuesta me has de dar; y quiera Apolo, que como tú lo deseas, me suceda. JUANA: Tu marido fuera luego si eso fuera. FRESIA: Vete pues. JUANA: Ya te obedezco. (¡Ay don Diego! el cielo quiera, Aparte pues te procuro la vida, que toda el alma me vuelvas.)
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FRESIA: Temblando quedo hasta ver de don Diego la respuesta; mas don Juan lo hará muy bien. Cierto, que anduve discreta en fïarle mi cuidado; mas por esta parte llega Caupolicán.
Salen CAUPOLICÁN, TUCAPEL, RENGO, COLOCOLO, y SOLDADOS indios
CAUPOLICÁN: Fresia mía, ¿tan sola tú? Si la pena de la perdida batalla es causa de tu tristeza, no la tengas por tu vida; que ya la venganza intenta mi valor; y si no, escucha y verás de qué manera. Valientes araucanos, ya sabéis, que soberbios los cristianos, tras un cerco tan largo que sufrieron, de Santa Fe la plaza socorrieron; no por más belicosos, sino porque la suerte más dichosos los hizo que a nosotros, pues la fama hijos del sol a los cristianos llama. Ya sabéis que perdidos, derrotados los más, todos vencidos, sin orden militar nos retiramos al lugar de Purén, que es donde estamos. ¿Pensaréis que mi afecto os llama sólo a que con sacrificios deis a Apolo el obsequio debido, cuando a nuestro valor contrario ha sido injustamente airado? Pues no, para otro fin os he llamado. Antes os traigo ahora a mi presencia, para que le neguéis la reverencia. ¿No es nuestro dios quien nuestra fama borra? ¿No es nuestro dios, aunque ese globo corra, quien con viles ensayos sólo a España calienta con sus rayos? Caiga su estatua al suelo. No deis ofrenda a su tonante [anzuelo]. Todo el respeto se convierta en ira. Su deidad y su culto son mentira; pues si, como en el cielo Apolo para, a la tierra bajara con la carroza, que llamáis divina, a su pesar corriera la cortina, y metiéndome dentro, al ir los brutos a buscar su centro, hiciera mi rigor con saña altiva, que subieran un cielo más arriba, y Apolo desde allí precipitara para que yo subiera y él bajara. RENGO: Dices bien, ese Dios no le queremos. TUCAPEL: Sólo a tu valor por Dios tenemos. FRESIA: Si yo conozco alguno, eres tú sólo. CAUPOLICÁN: Sólo a ti aguardamos, Colocolo. TUCAPEL: Habla. RENGO: ¿Qué te suspende? FRESIA: ¿Qué te ha dado? COLOCOLO: ¿Qué os he de responder, pueblo engañado, si se explica mi voz más elocuente con callar y escucharos solamente? Decidme tantas glorias como en vosotros vi, tantas victorias, que en vuestra fama timbres añadieron, ¿de dónde, cuándo, o cómo provinieron, si no ayudara la piadosa mano del dios radiante, Apolo soberano? Si por una batalla ya perdida, quizá por nuestras culpas permitida, le negáis el poder ciegos y vanos, ¿quién os ha de amparar, decid, araucanos? Y aunque os encierren esos altos muros, ¿dónde estaréis de su rigor seguros? Vuelva vuestra prudencia a dar a vuestro dios la reverencia, y en él solo poned vuestra esperanza, porque si no lo hacéis, mi ciencia alcanza que os veréis abatidos, esclavos, arrojados y perdidos; y que humildes seréis, en vez de graves, me lo anuncian los cantos de las aves; pues en una batalla os ha de destruir... CAUPOLICÁN: ¡Caduco, calla! Que sólo porque tanto lo deseas, al revés lo he de hacer, para que veas en la empresa más ardua y peligrosa, que tu ciencia agorera es mentirosa. TUCAPEL: Y yo en eso me fundo, que sobra mi valor a todo el mundo. RENGO: ¿Cuándo, caduco viejo, el valor necesita de consejo?
Sale un SOLDADO indio, que trae a dos indios cortadas las manos, y los ojos ensangrentados
SOLDADO: Señor, porque te asombres, de repente te envían estos hombres, que por ser araucanos, los remiten sin ojos y sin manos los españoles... COLOCOLO: ¡Qué confuso abismo! SOLDADO: ...diciendo que de ti han de hacer lo mismo... CAUPOLICÁN: Llevadlos luego o, ¡pese a mis enojos!, . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¡vive Apolo...!, mas no, que es dios violento. ¡Viva yo!, que es más firme fundamento, que mis rigores fieros han de dar muerte a cuantos prisioneros esas mazmorras tengan encerrados, a tormentos no vistos ni pensados. De esta suerte me vengo; y pues entre otros a don Diego tengo de Almagro, a quien aclama España por el hombre de más fama; sin que pase de este día, he de vengar en él la saña mía. Ea, soldados míos, a la campaña os llaman vuestro bríos. Restaurad esta tierra. ¡Guerra contra el cristiano, guerra, guerra!
Vanse. Salen don DIEGO y MOSQUETE con cadenas
MOSQUETE: Reniego de la cadena y el alma que la inventó, y de quien aquí me entró a profesar de alma en pena. ¡Qué esto hagan con un pobrete! DIEGO: Mosquete, en esta inclemencia, paciencia ten. MOSQUETE: Mi paciencia no es a prueba de Mosquete. DIEGO: Consuélete en esta impía prisión mi fortuna escasa. MOSQUETE: El hambre que por ti pasa, no satisface la mía. ¿Qué consuelo puede hallar mi corazón afligido, donde, siendo Dios servido, pienso que me han de empalar? Que te empalaren a ti, vaya que derecho o tuerto, mil araucanos has muerto; mas que me empalen a mí, ¡por Dios!, que me maravilla, aunque el diablo lo recete, pues será el primero Mosquete, que no haya muerto de horquilla. DIEGO: ¡Que no pueda yo vengar mi rabia en quien me prendió! MOSQUETE: ¡Y que no pueda irme yo a ser motilón de albar! DIEGO: ¡Que de hambre morir espero, porque esta pena me inquiere! MOSQUETE: ¡Que entre en la prisión Mosquete, siendo caballo ligero! DIEGO: ¡Cielos, a tanto pesar socorra vuestro poder! MOSQUETE: ¡Cielos, dadme que comer, aunque no haya que cenar! DIEGO: ¡De tan peligroso afán, cielos, librad mi cuidado! MOSQUETE: Oye, díselo cantado, quizá te responderán, o déjame hablar a mí. DIEGO: De tu necedad me espanto. MOSQUETE: Mira que estoy hecho un santo desde el punto que entré aquí, y un milagro hacer espero. DIEGO: Sin duda que estás borracho. MOSQUETE: Usted trae lindo despacho; mas óigale usted por primero. ¿Comerá usted un pavo? Sí. ¿Y una tostada? También. Fruta ha de ser de sartén pues nada de esto hay aquí. DIEGO: ¡Vive Dios...! MOSQUETE: De ti me aparto. DIEGO: ¡Que te pueda yo sufrir! MOSQUETE: Usted bien puede reñir; mas no ha de reñirme harto. Y el milagro bien se allana, que es grande. DIEGO: ¿De qué lo infieres? MOSQUETE: ¿Qué mayor milagro quieres que no comer donde hay gana?
Dentro TUCAPEL
TUCAPEL: Dejadme entrar. MOSQUETE: Eso es malo, no doy por mi vida un pito.
Sale TUCAPEL con luz
TUCAPEL: Don Diego de Almagro, ¡oh, cuánto de verte así me lastimo! DIEGO: Tucapel, ¿tú en la prisión? TUCAPEL: Si piensas que haber venido a ella, don Diego, es porque tus agravios solicito, mi valor ofendes, puesto que no consiente mi brío satisfacerse de quien está a la suerte rendido. DIEGO: Pues, ¿no sabré, Tucapel, el fin, la causa, el motivo de venirme a ver? TUCAPEL: Escucha, y sabrás tu daño mismo. Después de aquella batalla, que sobre el cerco perdimos, el marqués, con el pretexto de traidores al rey, hizo, ¡qué indignidad!, ahorcar doscientos caciques indios. Y a Caupolicán, por burla, por irrisión y castigo, le envió, ¡grave dolor!, sin ojos ni manos, vivos otros muchos araucanos. De cuyo horrendo castigo, no imaginado, el valor la venganza pide a gritos. Sintióle Caupolicán y del escarnio ofendido, impaciente a tanto agravio y ciego a tanto delito, con voto común de todos, mandó matar los cautivos españoles a tormentos crüeles como exquisitos. Y lo que he sentido más, de esto Apolo me es testigo, es, que a ti también... DIEGO: Detente, no prosigas, que ya he visto tu ingratitud. ¿Dirás, que Caupolicán ofendido, a muerte me ha condenado? TUCAPEL: Es verdad; y hoy es preciso, que habéis de morir. DIEGO: ¿Y es de pechos agradecidos, cuando estás de mí obligado, ser quien me traiga tu mismo la sentencia de mi muerte? ¡Vive Dios!, que estoy corrido de escucharte aquí, porque si a consolarme has venido, es hacer a mi valor con tus consuelos mal quisto, cuando sabes de mi aliento que de ellos no necesito cuando pensé que venías a sacarme del peligro que me amenaza, porque se acabara el desafío entre los dos aplazado por tu dama, por ti mismo y por mí, pues mi valor pudiendo acabar contigo, volvió el acero a tu mano, lisonjeando el peligro, vienes a darme esta nueva abandonando tu brío. ¡Vive Dios...! TUCAPEL: ¡Aguarda, espera! (El corazón me ha leído, Aparte y aunque pretendo librarle, no ha de saber mi designio, pues ha de ser la hidalguía más noble si no le aviso.) Don Diego, bien reconozco que es verdad cuanto me has dicho; pero yo no hallo remedio, por más que lo solicito, porque la razón más fuerte, si bien lo miras, colijo, que es no poderte librar, cuando quedo mal contigo. DIEGO: ¿Qué he de morir? TUCAPEL: No lo dudes. DIEGO: Con esta afrenta? TUCAPEL: Es preciso. DIEGO: No hay remedio? TUCAPEL: No hay remedió. (Librarále el valor mío Aparte esta noche, ¡vive Apolo! Porque aunque a Arauco le quito esta venganza, qué importa, si se la he de dar yo mismo?)
Vase
DIEGO: Aquí acabó mi esperanza. MOSQUETE: Aquí empieza mi martirio. DIEGO: ¿Yo morir, ¡viven los cielos!, con oprobios tan indignos? MOSQUETE: ¿Yo entre chinos empalado, sin ser mártir? ¡Voto a Cristo...! DIEGO: ¡Oh! ¡Venga la muerte antes que en el bárbaro suplicio me afrente más! MOSQUETE: ¿Para cuándo se hicieron los tabardillos, señor don Diego? DIEGO: ¿Qué dices? MOSQUETE: ¿Hoy en efecto morimos? DIEGO: Sí, Mosquete. MOSQUETE: Lo que siento es, que no ha de haber borricos que nos lleven. DIEGO: Calla loco. MOSQUETE: Pues luego no habrá prevenido quien nos pida para misas, confesores ni teatinos que nos ayuden, pues, cruces como en Argel; con que miro, que aunque vamos muy bien puestos, no iremos con Jesucristo. DIEGO: Que yo he de ofrecer el cuello a un verdugo, ¡hados esquivos! MOSQUETE: No temas eso, señor, que en esta tierra ya has visto que hay gran cantidad de alfanges; pero ningún verduguillo. ¿Quién le dijera al marqués de Cañete el gran peligro en que estamos? DIEGO: No le nombres, que me enternezco de oírlo. MOSQUETE: Ah, sí, que se me olvidaba. A Fresia, que te ha querido tanto, ¿por qué no la das parte de esto? DIEGO: Bien has dicho: mas cómo o con quién? MOSQUETE: No sé. Escríbela un villancico. DIEGO: Deja las burlas, Mosquete, y pues morir es preciso, tratemos como cristianos de morir bien. MOSQUETE: Señor mío, ¿cuánto ha que no te confiesas? DIEGO: Por qué lo dices? MOSQUETE: Lo digo, porque venga el padre Rengo, que es un devoto teatino, a oírnos de penitencia. DIEGO: ¡Ay, hermoso dueño mío! ¡Ay doña Juana, qué tarde se acuerda de ti mi olvido! ¡Oh, quién pudiera pagarte, fuera de tantos cariños como te debí, el honor! Pues sabe el cielo divino, que este torcedor es hoy mi más violento martirio. ¡Quién te viera, hermoso dueño, para ser agradecido a tus finezas, llevando en mi muerte aqueste alivio! MOSQUETE: ¿Señor? DIEGO: ¿Qué dices? MOSQUETE: Aguarda, que, si no miento, he sentido, que abren esta puerta. DIEGO: Escucha. MOSQUETE: Esto es hecho. DIEGO: Bien has dicho. MOSQUETE: Adiós, garganta. Esta vez os coge algún garrotillo. DIEGO: Yo veré quien es, aparta.
Sale doña JUANA vestida de india, con una luz en la mano
¡Válgame el cielo! ¿Qué miro? ¿Es ilusión, es encanto, es fantasía, es delirio? ¿No es doña Juana? Ella es. JUANA: (Batallando está consigo: Aparte mas yo he de disimular.) DIEGO: (¡Estoy loco! ¡Estoy sin juicio! Aparte ¿Cómo es posible que a un alma pueda engañar un sentido? Ella es sin duda. ¿Qué aguardo?) Doña Juana, dueño mío, mi bien, mi gloria, ¿tú aquí a dar a mi pena alivio has venido? ¡Yo estoy loco! Cuando el cielo me es testigo de que mi voz te llamaba, ya con sólo haberte visto muere alegre. JUANA: Caballero, si la turbación ha sido de vuestra cercana muerte quien os ha dado motivo a este engaño, reportaos, en estándolo yo, afirmo, que no me tengáis por esa dama que decís. DIEGO: (Divinos Aparte cielos, ¿yo engañarme puedo, si las señas que averiguo me afirman todos que es ella? Mas por otra parte miro, fuera de hallarse en el mundo muchos rostros parecidos, que a tan lejas tierras, ¿cómo pudo venir? Y si vino, que es un imposible, cielos, con qué fin o qué designio de mí se recata, puesto que yo su honor le he debido? Fuera de que, la razón más fuerte, el mayor testigo de que no es ella, es mirarla en un traje tan indigno de su obligación.)
A ella
Mujer o enigma, de haberte visto loco estoy, y porque no vacilen más mis sentidos, dime, ¿quién eres? JUANA: Yo soy de Arauco, mi padre es indio, y mi madre castellana. Trájome un abuelo mío a Purén, y desde niña Fresia me cobró cariño, y la sirvo de crïada. DIEGO: (¡Vive Dios, que estoy corrido Aparte de imaginar que ella fuese!) ¿Y a qué vienes? JUANA: Oye. DIEGO: Dilo. JUANA: (Ahora he de ver, don Diego, Aparte si pagas el amor mío.) Fresia, mi señora, a quien mucha afición has debido, viendo cercana tu muerte, te envía a decir conmigo, que si quieres verte libre de riesgo tan conocido, con ella te has de casar, llevándotela contigo a tu tierra. De no hacerlo, que ella ha de dar el cuchillo para tu muerte.
Hace que se va
DIEGO: ¡Oye, espera! Que si a eso sólo has venido, responderé brevemente. Dile a Fresia que yo estimo, como es justo, la piedad, y que más agradecido la estimara, a no venir con el otro requisito. Y esto, no porque no fuera dichoso en ser su marido, sino porque allá en mi tierra tengo dama, a quien estimo, y a quien debo obligaciones, por señas, que te he tenido por ella; y así, araucana, por última razón digo, que sóla esta dama es hoy el dueño de mi albedrío. A esta solamente adoro, a esta solamente estimo con el alma, con la vida, con la fe, con los sentidos, pues sólo sin ella muero, y sólo con ella vivo. MOSQUETE: Hombre, ¿qué haces? Pues estamos a pique de ser racimos, ¿y no te quieres casar? Di que se case conmigo.
Llora JUANA
JUANA: (¡Ay don Diego de mis ojos, Aparte ya tus finezas he visto!) DIEGO: ¿Lloras? JUANA: Tengo el pecho tierno. La lástima me ha movido ver que no logre esa dama las finezas que me has dicho. ¿Qué la quieres tanto? DIEGO: Tanto, que estoy gustoso contigo sólo porque la pareces. JUANA: ¡Ay de mí!
Llora
DIEGO: (¡Ay dueño mío!) Aparte JUANA: (No me enternezcas el alma. Aparte DIEGO: (Si llegare a tus oídos Aparte de mi desdichada muerte la nueva, verás que elijo morir antes, que agraviarte.) JUANA: En fin, español altivo, ¿que quieres tu muerte más, que el bien que te solicito? DIEGO: Esto a Fresia le dirás. JUANA: (Volved a vivir, sentidos. Aparte No diré tal. ¡Ay don Diego, tú verás como te libro!)
Vase
MOSQUETE: A oscuras hemos quedado. DIEGO: Ven, Mosquete. MOSQUETE: Ya te sigo; pero morir yo, porque no quieres tú ser marido, es cosa para ahorcarme. DIEGO: Hermoso imposible mío, cuanto puedo hago por ti, pues que me entrego yo mismo a la muerte que me espera; porque en dos casos distintos, ¿de qué me sirve la vida, si no he de vivir contigo?
Vanse. Salen el MARQUÉS y un SARGENTO
MARQUÉS: ¿Que tanta gente tiene el enemigo? SARGENTO: Es cosa que da asombro. MARQUÉS: Así el castigo será mayor, si dar batalla intenta. SARGENTO: Por momentos tanta se aumenta, que parece que el campo, en vez de flores hombres produce armados de rigores. MARQUÉS: Habrá más que vencer. SARGENTO: Arauco unido, todo junto se ve. MARQUÉS: Gran cosa ha sido; que si junto se halla, todo le he de vencer de una batalla. SARGENTO: Don Alonso de Ercilla valeroso, puesto que mejoró también Reinoso, la colina ha ocupado, y el estrecho ganó el adelantado Villagrán con Aguirre. MARQUÉS: De ese modo Chile ha de ser del rey, si el mundo todo a impedirlo llegara. Pero mucho, sargento, me importara si don Pedro volviera, y lengua del contrario me trujera. Almagro hace gran falta, y no he sabido si muerto o preso está. SARGENTO: Desdicha ha sido.
Sale don PEDRO que traerá prisionero a un INDIO
PEDRO: Dadme, señor, los pies. MARQUÉS: Y mi cuidado os tuvo por perdido. PEDRO: Aunque he tardado, ya he cumplido, señor lo prometido. MARQUÉS: Siempre vos cumplís. ¿Qué habéis sabido? PEDRO: Esta espía, señor, dirá el intento del enemigo campo. MARQUÉS: Sin tormento confiesa la verdad. INDIO: (Tiemblo el castigo.) Aparte Escucha, gran señor, que ya lo digo. Caupolicán, señor, aunque vencido, tanto está en lo rebelde endurecido, que en Purén su gente ha conjurado, y el oráculo nuestro ha consultado; y aunque no ha respondido, colérico, impaciente y ofendido, los españoles, que en Arauco había, dentro el término de un solo día mandó matar, y luego publicando la guerra a sangre y fuego, las tropas reformó, y en este estado de Purén en el valle está alojado. MARQUÉS: ¿Y qué designio tiene, cuando ocioso el ejército mantiene? INDIO: Descuidarte ha intentado. MARQUÉS: Fácil es que me coja descuidado. Y ahora, ¿qué pretende loco y ciego? INDIO: Mañana sacrifican a un don Diego de Almagro. MARQUÉS: ¿A quién? INDIO: A un español cautivo, a Apolo, y pienso que le queman vivo, porque les dé victoria. MARQUÉS: ¡Trance airado! ¿esto escucho? ¡Don Diego en tal estado! ¡De coraje estoy ciego! Don Pedro, luego, luego los cabos avisad; porque mañana, antes que borde el sol con oro y grana aquestos horizontes, y antes que raye el alba aquestos montes acometer intento. Halle el estrago el enemigo, aun antes que el amago. Chile altiva, mañana en aquel día la vida he de perder, o has de ser mía.
Vanse, y salen don DIEGO y MOSQUETE con cadenas en la prisión
DIEGO: ¡Qué largas que son las horas que con cuidado se pasan, Mosquete! MOSQUETE: Más largas son, que las leguas de la mancha. DIEGO: No he podido sosegar un instante. MOSQUETE: Pese a mi alma, ¿eso dices? Pues es paso éste en que no vemos para sosegar, cuando no menos que una horca nos aguarda. ¡Vive Dios!, que estando yo despierto, ya me soñaba con tanta lengua de fuera. DIEGO: No es la muerte sola causa de mis cuidados, Mosquete, que perdiendo a doña Juana, antes me sirve de alivio. MOSQUETE: Aliviada sea tu alma en los infiernos. ¿Qué dices, hombre, que el cuerpo me rallas? ¿La muerte no te da miedo? DIEGO: Deja las burlas, acaba. MOSQUETE: Pues sólo de imaginarme hecho racimo con patas, me estoy ahorcando yo. DIEGO: ¡Que siempre me hables de chanza! Di, ¿qué hora será? MOSQUETE: La una dará presto en la campaña, con los cuatro cuartos míos. DIEGO: ¡Vive Dios!, que es cosa rara tu humor. MOSQUETE: A mí me parece, que serán las doce dadas, si no mienten las cabrillas. DIEGO: Con tus simplezas me matas. ¿Ves tú el cielo? MOSQUETE: No te espante, que mi turbación es tanta, que me hace ver las estrellas.
Dentro ruido como que abren la puerta
DIEGO: ¿Mosquete? MOSQUETE: ¿Señor? DIEGO: Aguarda, que en la cerradura escucho meter una llave. MOSQUETE: Ascuas, las guardas son, que la llave abre siempre con las guardas. Llegó mi hora.
Sale doña JUANA de hombre, como a oscuras, con la espada en la mano
JUANA: Don Diego, ¿a dónde estáis? DIEGO: ¿Quién me llama? JUANA: Quien vuestra vida procura, y quien pretende librarla a todo trance. Seguidme. DIEGO: Deja que os rinda las gracias. (Éste es Tucapel, que él solo Aparte hiciera acción tan bizarra.) JUANA: No os detengáis, Caballero, que hay peligro en la tardanza. Seguidme. DIEGO: La vida os debo. (Envidia la acción me causa.) Aparte ¿Y el crïado? JUANA: Mi cuidado de su libertad se encarga.
Llévase Doña JUANA a don DIEGO, dejando abierta la puerta de la prisión, y MOSQUETE se queda como tentando
MOSQUETE: ¡Vive Dios!, que si no miento, que ha sido alguna fantasma la que vino, pues oí hacia esta parte que hablaban. Y ya, si yo no me engaño, las han [susurado] o callan. Ah, señor, ¿estás ahí? ¿No responde? Cosa es clara que él se libró, y que me deja echo espantajo en la jaula.
Sale TUCAPEL por la puerta de la prisión
TUCAPEL: Abierta está la prisión, y por si acaso eran guardas, a dos hombres que encontré, no les quise hablar palabra. ¿Si habrán librado a don Diego? ¡Por Marte, que me pesara que fuera por otra mano! MOSQUETE: O el miedo me da matraca, o hablan aquí. TUCAPEL: Pasos siento. ¿Es don Diego? MOSQUETE: (Andallo, pavas, Aparte yo quiero decir que sí; pues que no aventuro nada en decirlo, y puede ser que sea un alma cristiana devota de los Mosquetes, que a sacarme venga.) TUCAPEL: ¿Calla? ¿No responde? MOSQUETE: Sí, yo soy. TUCAPEL: (Él respondió, albricias, alma.) Aparte Seguidme pues. MOSQUETE: Ya te sigo. TUCAPEL: (Pague yo acción tan hidalga Aparte ahora, que después pienso darle la muerte en campaña.) MOSQUETE: (Salga una por una, y luego Aparte más que me tundan la lana.)
Llévase TUCAPEL a MOSQUETE, y sale doña JUANA y don DIEGO del mismo modo que se fueron
JUANA: Pisad quedo. DIEGO: ¿No sabré a quién he debido tantas finezas? JUANA: De este peligro salgamos, que os doy palabra de decíroslo muy presto. No hay que replicarme nada, sino callar. DIEGO: Llena, cielos, llevo de dudas el alma.
Éntranse, y sale TUCAPEL, con dos espadas, y traerá a MOSQUETE
TUCAPEL: Ea. don Diego, ya estáis en salvo, y para que caiga vuestra atención, en quien hizo aquesta acción tan bizarra, Tucapel soy, y si vos me distéis vida y espada, espada y vida os doy, puesto que la ofrezco a vuestras plantas.
Échale la espada a los pies
Y pues ya con esta acción os quedo deudor en nada, el desafío aplazado se concluya, porque salga mi valor airoso en todo, que una cosa es, que mi fama cumpla con mi obligación, y otra es el duelo; y ved cuánta diferencia hay en las dos, pues allí con mano franca os di la vida, y aquí os vengo a sacar el alma. Sacad la espada. MOSQUETE: (¡Dios mío, Aparte quién me metió en esta danza? el diablo me hizo don Diego.) TUCAPEL: ¿No me respondes? ¿Qué aguardas? MOSQUETE: Señor, por amor de Dios, yo tengo buenas entrañas, y no he de reñir con quien me ha dado la vida. TUCAPEL: Acaba, riñe, o te daré la muerte. MOSQUETE: Digo que no tengo gana. TUCAPEL: ¿Eso dice un hombre noble? MOSQUETE: Ya sabe usted mi prosapia. TUCAPEL: Sé que eres hombre valiente. MOSQUETE: Eso pienso que me falta. TUCAPEL: Riñe, acaba, o vive Apolo, que he de cumplir mi palabra llevándola tu cabeza. MOSQUETE: ¿A quién, señor? TUCAPEL: A mi dama. MOSQUETE: (Eso me faltaba solo.) Aparte Usted llevará una alhaja muy vacía, porque son mis cascos de calabaza. TUCAPEL: Pues, don Diego, o defenderte o he de matarte. MOSQUETE: (¡Caramba, Aparte aquí no hay otro remedio.) ¿Qué don Diego ni qué haca? ¿Cómo he de ser yo don Diego, si usted la pidió trocada? TUCAPEL: Pues, ¿quién eres? MOSQUETE: Su crïado. TUCAPEL: ¡Por Marte, que te matara, a no ensuciar el acero, villano, en cosa tan baja!
Dentro el MARQUÉS
MARQUÉS: ¡Ea, españoles valientes!, pues ya va viniendo el alba, ¿a qué aguardáis? Envistamos.
Tocan. Dentro voces
VOCES: ¡Santïago, cierra España!
Dentro CAUPOLICÁN
CAUPOLICÁN: Araucanos valerosos, si perdéis esta batalla, nos perdemos todos.
Disparan
TUCAPEL: ¿Qué oigo? La escaramuza trabada está ya. Pues, ¿a qué espero, cuando mi gente me llama?
Vase. Tocan cajas y clarines como a batalla
MOSQUETE: Vaya usted con mil demonios. Ya se zurran, ya se cascan; mas cásquense en hora buena, que yo detrás de estas ramas he de mirar esta fiesta.
Escóndese, y salen tres SOLDADOS retirando a CAUPOLICÁN, que viene herido y la cara ensangrentada
CAUPOLICÁN: ¡Ah, fementida canalla! De aquesta suerte veréis... mas la sangre que me falta me quita las fuerzas! SOLDADO 1: Perro, ríndete al punto. TUCAPEL: ¡Qué rabia! Ah, villanos, no es posible defenderme.
átanle las manos
SOLDADO 2: El galgo vaya a donde luego le pongan en un palo. MOSQUETE: Santas pascuas, eso pido. CAUPOLICÁN: ¡Ay, Colocolo! Cierta ha salido tu magia; pues todas estas desdichas por no creerte me asaltan.
Llévanle
MOSQUETE: Este perro, por lo menos, ya lleva en la cola maza; mas acá viene un tropel, escondite, y venga o vaya.
Escóndese, y salen algunos INDIOS y RENGO acuchillando al MARQUÉS
RENGO: Ríndete cristiano. MARQUÉS: ¡Perros, acabadlo con mi espada!
Sale don DIEGO con la espada en la mano y pónese al lado del MARQUÉS
DIEGO: Ea, gran Marqués, a ellos, que a vuestro lado se halla don Diego de Almagro. MARQUÉS: (Cielos, Aparte o cuánto se alegra el alma!) DIEGO: Invierto marqués, a ellos, y muerta aquesta canalla.
Métenlos a cuchilladas, y dicen RENGO y los SOLDADOS dentro
RENGO: Muerto soy. MOSQUETE: Adiós, vaya un Rengo. UNO: ¡Que me muero! OTRO: ¡Que me matan! MOSQUETE: ¡Dos, tres! ¡Oh, qué linda cosa! Por Dios, que los perros rabian; pero aquí viene un soldado, vuelvo a esconderme.
Escóndese. Sale doña JUANA, de hombre
JUANA: Mis ansias, después que perdí a don Diego, un instante no se hallan sin él.
Sale don PEDRO
PEDRO: Buscando al marqués, a quien perdí en la batalla, que con don Diego de Almagro, que ya está libre, quedaba Rengo; mas aquel soldado de él me dirá. Ah, camarada, ¿habéis visto...? (Mas, ¿qué veo? Aparte ¿No es el rostro de mi hermana?) JUANA: (¡Ay de mí! Aquéste es mi hermano.) Aparte PEDRO: ¿Habéis visto...? JUANA: No sé nada.
Vase
PEDRO: Seguiréle, y dejaré mi sospecha averguada.
Vase. Dentro cajas y clarines
TODOS: ¡Victoria por el marqués!
Salen el MARQUÉS y sus SOLDADOS
MARQUÉS: Al cielo le doy las gracias de tan feliz victoria. Gran día le he dado a España.
Sale don DIEGO
DIEGO: Señor, los bárbaros todos a tu yugo se avasallan, entregándote las fuerzas de todas estas comarcas. Ya en Caupolicán se hizo la justicia que tú mandas: puesto en un palo murió, y con la mayor constancia, que humanos ojos han visto.
Dentro ruido y dice un SOLDADO
SOLDADO: Porque han rompido la guarda, dadles la muerte. MARQUÉS: ¿Qué es esto?
Salen TUCAPEL, RENGO, FRESIA, GUALEVA y demás damas INDIAS, y todos los SOLDADOS
TUCAPEL: Yo soy, señor, que a tus plantas vengo a pedirte perdón, con estos que me acompañan, rendidos a tu clemencia, de la ceguedad pasada; y el bautismo, que en la ley, que ya adoramos cristiana, vasallos queremos ser del grande león de España. TODOS: ¡Bautismo, señor, bautismo! MARQUÉS: ¡Oh, cuánto se alegra el alma! Llegad, llegad a mis brazos, que aquese fervor os salva, que yo en el nombre del rey os perdono, que es monarca en quien, sobre su poder, siempre la piedad se halla.
Sale doña JUANA, de hombre, huyendo, y tras ella don PEDRO, con la daga desnuda
PEDRO: Con tu sangre, hermana aleve, he de lavar hoy la mancha de mi honor. JUANA: ¡Señor invicto, vuestra presencia me valga! MARQUÉS: Don Pedro, pues ¿cómo así delante de mí la daga contra un soldado? ¿Qué es esto? PEDRO: Señor, oyendo la causa, no me culparéis, porque el que vuecelencia ampara no es hombre, no. MARQUÉS: Pues, ¿quién es? Decid. PEDRO: Una vil hermana, que en ese traje mentido mi ilustre nobleza agravia, y con su sangre alevosa he de borrar esta infamia; y así, señor, perdonad. DIEGO: [¡Cielos, esta es doña Juana] Aparte Tened, don Pedro, tened los rigores de esa daga; porque si sus filos quedan matizados con el nácar depositado en las venas de doña Juana tu hermana, has de ver cortado el hilo de tu vida sin tardanza, siendo la parca mi brazo, y mi espada la guadaña.
Echa mano a la espada
MARQUÉS: Advertid, que en mi presencia esa acción es muy extraña; y agradeced, que se funda en defensa de una dama. DIEGO: Y de una dama, a quien debo finezas tales y tantas, que si puedo agradecerlas, no es atención divulgarlas. Sólo, sí, quiero que sepas, que de mi deuda obligada, mudando el traje, se vino de Arauco y Chile a las playas: que animada del valor o del amor alentada, de mi prisión noticiosa, con estratagema rara quiso librarme, y lo logra de las sombras amparada; mas fue con tanta cautela, que aunque yo solicitaba saber el dueño a quien debo libertad tan deseada, entre piélagos de dudas la imaginación naufraga, hasta la ocasión presente, que viendo la verdad clara, ya salí de mi sospecha, que no en vano adivinaba el alma tan alta dicha, y con ser dicha tan alta, es la menor, pues le debo finezas más encumbradas. Y así valor de los Rojas, Don Pedro, ya vuestra hermana no corre por vuestra cuenta, pues cumpliendo mi palabra, y dándole yo la mano de su esposo, es casa llana, que quedáis fuera del duelo sin que más os satisfaga; y pues yo estoy satisfecho, no haya que replicar en nada. MARQUÉS: Ello está bien sentenciado. PEDRO: Y yo contento, pues gana con tal esposo tal dicha. DIEGO: Esta es mi mano, y el alma os doy con ella.
Danse las manos don DIEGO y doña JUANA
JUANA: Fineza es, que la merecen mis ansias. MARQUÉS: Aquesto está ya ajustado, Dios bien casados os haga; [y agradecedla, don Diego] que yo no me satisfaga] del bando que quebrantasteis. JUANA: Beso, gran señor, tus plantas. DIEGO: Tucapel le dé la mano a Fresia, con que se acaba nuestro duelo, que no es bien mi cabeza satisfaga el amor que la he tenido. FRESIA: Tuyas serán nuestras almas. TUCAPEL: Procedes como quien eres. FRESIA: Así se alivian mis ansias.
Danse las manos TUCAPEL y FRESIA
TUCAPEL: Así sosiegan mis celos.
Sale MOSQUETE
MOSQUETE: Bravos casamientos andan. JUANA: Rengo a Gualeva también, sin mis celos, puede darla. RENO: Soy tu esclavo.
Danse las manos GUALEVA y RENGO
GUALEVA: Dicha es mía. MARQUÉS: Pues porque mejor se haga, yo he de ser vuestro padrino en el bautismo mañana. MOSQUETE: Todos se casan aquí, y a mí solo no me casan. DIEGO: No hay con quien. MOSQUETE: ¿Falta una china con quien darme una pedrada? En fin, es cosa sensible: pero si bien se repara yo no soy para casado, ni quiera Dios que yo caiga en semejante flaqueza, en el mundo tan usada; porque yo por mi presencia, por mis rentas, por mis galas, no puedo aspirar a esposa hermosa, rica ni hidalga: solo tocarme podía una famosa tarasca, que pareciera una bruja a dos meses de casada. ¿Yo vender mi libertad por una fea? ¡Necuacuam! Mas vale vivir soltero, corriendo las caravanas, que dejar armas de Marte, y empuñar las de Jarama. MARQUÉS: Vamos de lo sucedido al templo a dar a Dios gracias. MOSQUETE: Eso es primero que todo. TODOS: Con que la comedia acaba los Españoles en Chile; perdonad sus muchas faltas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002