ACTO TERCERO


Dentro ruido de cascabeles y atabales. Salen HERNANDO por una puerta, y por otra OCHAVO
HERNANDO: ¡Vítor el Conde Carlos! ¡Vítor! OCHAVO: ¡Cola! ¡El Marqués don Fadrique, vítor! HERNANDO: ¡Mientes! OCHAVO: Lacayo vil, ¿tu lengua niega sola lo que afirman conformes tantas gentes? HERNANDO: Tú, como infame, mientes por la gola; que no han sido los votos diferentes en dar al Conde Carlos la vitoria. OCHAVO: El premio nos dirá cúya es la gloria. HERNANDO: Más entiendes de vinos que de lanzas. Llevóse el Conde Carlos la sortija dos veces, ¿y te quedan esperanzas de que a tu dueño la Marquesa elija? OCHAVO: ¡Triste, que ni el primero punto alcanzas de vinos ni de lanzas! No colija tu pecho de eso el lauro que te ofreces; que el Marqués la ha llevado otras dos veces HERNANDO: El Conde, por ventura, en el torneo, ¿en todo no ha quedado ventajoso? OCHAVO: 0 estás loco, o te miente tu deseo. ¿El premio no llevó de más airoso el Marqués, mi señor?
Miran adentro
HERNANDO: Al Conde veo que el premio dan. OCHAVO: No estés presuntüoso; que otro dan al Marqués. HERNANDO: ¿Hay tal sentencia? ¡Que igualen tan notoria diferencia! OCHAVO: Juzgólo el Almirante, y corresponde a quien es. HERNANDO: Será un necio quien replique. OCHAVO: Su premio guarda en la urna blanca el Conde HERNANDO: Y el suyo le presenta don Fadrique a la Marquesa. OCHAVO: Gran misterio esconde, y rabio por saber qué signifique. En balcón blanco, que al del alba imita, blanca urna en que los premios deposita. HERNANDO: A su tiempo dirá. La fiesta ha dado fin; la Marquesa deja la ventana. OCHAVO: Y ya nuestros dos dueños han dejado sus dos caballos. HERNANDO: Hoy el Conde gana la vitoria del bien que ha deseado. OCHAVO: Hoy goza de su prenda soberana el Marqués. HERNANDO: Ellos vienen. OCHAVO: Pues veamos cómo se hablan agora nuestros amos.
Salen el conde CARLOS y el MARQUÉS, aderezados de sortija el conde de blanco, y el MARQUÉS de verde
CARLOS: Marqués, mil norabuenas quiero daros del aire, de la gala y bizarría con que corrido habéis. Pudo invidiaros en todo el mismo autor del claro día. MARQUÉS: El alabarme, Conde, es alabaros; lisonja es vuestra la lisonja mía, que si a vos sólo merecí igualarme, gusto que os alabéis con alabarme. OCHAVO: ¡Qué honrado competir! CARLOS: Fue la sentencia como de tal señor. MARQUÉS: El Almirante honra como quien es. OCHAVO: ¿Quién competencia tan noble ha visto en uno y otro amante? CARLOS: Marqués, pediros quiero una licencia. MARQUÉS: Si soy vuestro, y no tiene semejante la amistad que profeso yo teneros, sólo os puedo negar el concederos. ¿Licencia puedo dar a quien de todo es dueño, a quien gobierna mí albedrío? Tomalda, Conde, vos; que de ese modo os puedo dar lo que tenéis por mío; y para daros a entender del todo cuánto soy vuestro y cuánto en vos confío, si sin pedirla no queréis tomarla, yo, sin saberla, tengo de otorgarla. CARLOS: Sólo quiero saber... MARQUÉS: No digáis nada, o mi amistad de vos será ofendida. CARLOS: ¿Amáis a la Marquesa? MARQUÉS: No es amada en su comparación de mí la vida. CARLOS: ¿Y Blanca? MARQUÉS: Es ya de mí tan olvidada, que aun haberla querido se me olvida. CARLOS: Con eso tomo la licencia, amigo. Hago lo que mandáis, y no os lo digo.
Vanse el conde CARLOS y HERNANDO
OCHAVO: Por Dios, señor, que has andado tan gallardo y tan lucido, que la invidia ha enmudecido, la soberbia te ha invidïado. Bien puede el Conde alabarse de ser vencido. MARQUÉS: Eso no; ni pude vencerlo yo, ni quien lo juzgó engañarse. OCHAVO: Eso sí; que es señal clara de los nobles corazones igualar en las razones las espaldas con la cara. MARQUÉS: Al cuarto de doña Inés hemos llegado. OCHAVO: Ella viene.
Salen doña INÉS, BELTRÁN y MENCÍA
INÉS: (¡Ah, cielos! ¿Qué imperio tiene Aparte en mi albedrío el Marqués, que en viéndole, mi deseo pone al instante en olvido las faltas que dél he oído, por las partes que en él veo?) MARQUÉS: Huélgome, hermosa señora, que abreviaréis la elección, pues dos solamente son los que os compiten agora; porque a los demás, vencidos, la suerte los excluyó. El Conde Carlos y yo quedamos para eligidos. Iguales nos han juzgado en la sortija y torneo. No sé yo si su deseo iguala con mi cuidado; sé que si me vence a mí en la gloria que pretendo, tengo de mostrar, muriendo, lo que amando merecí. INÉS: No importa, Marqués, que vos y el Conde solos quedéis para abreviar, cuando veis que el ser iguales los dos me pone en más confusión; porque en muchos desiguales, más fácil que en dos iguales se resuelve la elección. Pero ya prevengo un medio con que me he de resolver. (Dilaciones son, por ver Aparte si el tiempo me da remedio.) OCHAVO: ¿Cuándo, enemiga Mencía, tu dureza he de ablandar? ¡Que no te quieras casar! Sólo en mi daño podía tan gran novedad hallarse; pues para darme querella, eres la primer doncella que no rabia por casarse. MENCÍA: Sí quiero; mas no te quiero. OCHAVO: Pues si por mí no lo acabo, puédalo el llamarme Ochavo; que eres mujer, y es dinero. MENCÍA: (¡Que no puedo yo librarme Aparte de este amante porfïado! Mas sí puedo. De su enfado una burla ha de vengarme.) ¿Diré, Ochavo, la verdad? OCHAVO: Díla, si es en mi favor. MENCÍA: Tu amor pago con amor. OCHAVO: ¿De veras? MENCÍA: Mi voluntad esta noche ha de dar fin a tu firme pretensión. OCHAVO: ¿Mas qué tenemos? ¿Balcón, o puerta falsa, o jardín? MENCÍA: No tanto lo que desea mi ciego amor dificulta. Ese tafetán oculta, Ochavo, una chimenea. Escóndete en ella, agora que en plática están los tres divertidos; que, después que se acueste mi señora, yo, que soy su camarera, saldré a esta cuadra, y tendrás de lo que oyéndome estás información verdadera. OCHAVO: Al paso que se desea, se duda y se desconfía. Obedézcote, Mencía, y doyme a la chimenea.
Vase
MARQUÉS: ¿Los ingenios intentáis examinarnos? INÉS: Si iguales los méritos corporales a los del alma juzgáis, erráislo; y se precipita la que así no se recata; que con el alma se trata, si con el cuerpo se habita. MARQUÉS: ¡Ay, mi bien! Que no lo siento porque me causa temor; que en las alas de mi amor volará mi entendimiento. Siéntolo, Inés, porque veo que son todas dilaciones, solicitando ocasiones de no premiar mi deseo. Mirad que muero de amor. INÉS: ¡Qué mal, Marqués, lo entendéis! Las dilaciones que veis son sólo en vuestro favor; que nadie en mi pensamiento os hace a vos competencia; sólo está de mi sentencia en vos el impedimento. MARQUÉS: ¡Declárate! ¿Así te vas? INÉS: Basta, Marqués, declararos que ni puedo más amaros ni puedo deciros más.
Vase doña INÉS con MENCÍA
MARQUÉS: ¡Cielos! ¿Qué es esto? Sacad, Beltrán, de esta confusión mi afligido corazón. BELTRÁN: Sabe Dios mi voluntad; mas hame puesto preceto del silencio doña Inés, y no querréis vos, Marqués, que os revele su secreto. MARQUÉS: (De la vil emulación Aparte sin duda nace este engaño, y puede más en mi daño la envidia que la razón. Mas, ¿por que, enemiga ingrata, me matas con encubrirlo? Matárasme con decirlo, pues el callarlo me mata.)
Vase el MARQUÉS
BELTRÁN: Sáquennos con bien los cielos de intento tan peligroso.
Sale INÉS
INÉS: ¿Fuese? BELTRÁN: Corrido y quejoso, ardiendo en cólera y celos. Y tiene, por Dios, razón, si atenta lo consideras; que declararle pudieras de su daño la ocasión.
OCHAVO se asoma al paño y escucha
INÉS: Bien lo quisieran mis males; pero nadie, si es discreto, dice al otro su defeto; y los del Marqués son tales, que la vergüenza no deja referirlos, y es más sabio intento excusar su agravio, que satisfacer su queja.
Escucha OCHAVO desde el paño
OCHAVO: (¿Qué serán estos defetos?) Aparte INÉS: Decid: ¿quién, si en la opinión del Marqués al mundo son sus defetos tan secretos que eso le da confïanza, le dirá faltas tan feas? BELTRÁN: Yo, señora, si deseas no dar causa a su venganza. Porque tener una fuente es enfermedad, no error; de la boca el mal olor es natural accidente, el mentir es liviandad de mozo, no es maravilla, y vendrán a corregilla ] la obligación y la edad. Éstos sus defetos son; pues él los pregunta, deja que yo mitigue su queja y aclare su confusión. OCHAVO: (¡Hay tal cosa!) Aparte INÉS: Mal sabéis cuánto amarga un desengaño. Aunque remediéis su daño con eso, le ofenderéis; que aun los públicos defetos hace, quien los dice, ofensa. ¿Qué será si el Marqués piensa que los suyos son secretos? Si son ciertos, la razón con que le dejo verá, o el tiempo descubrirá la verdad, si no lo son; que a esto sólo mi cuidado con la dilación aspira. BELTRÁN: Señora, si ella es mentira, ¡lindamente la han trazado! INÉS: ¿Qué ocasión a la crïada de Blanca pudo mover a mentir?
Vase doña INÉS
BELTRÁN: Toda mujer es a engañar inclinada.
Vase BELTRÁN
OCHAVO: ¿Esto pasa? ¿Que escondido tanto mal tenga el Marqués? ¿Que lo sepa doña Inés, y yo no lo haya sabido? ¿Quién puede haber que lo crea? ¿Que de mentiroso tiene opinión?... Mas gente viene; vuélvome a la chimenea.
Vase. Salen BLANCA y CLAVELA, a la ventana
CLAVELA: ¿Qué querrá tratar contigo el Conde Carlos? BLANCA: Él es, como sabes, del Marqués don Fadrique fiel amigo, y decirme de su parte alguna cosa querrá. CLAVELA: ¿Si está arrepentido ya de mudarse y de agraviarte? BLANCA: No vuela con tanto aliento mi esperanza. CLAVELA: Pues, señora, ¿quieres saber lo que agora me ha dictado el pensamiento? BLANCA: Dilo. CLAVELA: El Conde te ha mirado en la sortija y torneo tanto, que de algún deseo me da indicio su cuidado. BLANCA: ¿Eso dices, cuando ves que es doña Inés su esperanza? CLAVELA: ¿No hay en el amor mudanza? BLANCA: Siendo amigo del Marqués, ¿he de creer que pretende las prendas que él adoró? CLAVELA: Si ya el Marqués te olvidó, con amarte, ¿qué le ofende, supuesto que es tan usado en la corte suceder el amigo en la mujer que el otro amigo ha dejado, sin que esta ocasión lo sea para poder dividirlos? Que dicen que esos puntillos son para hidalgos de aldea. BLANCA: Presto el misterio que esconde su venida y su intención conoceré. Hacia el balcón viene un hombre. CLAVELA: Será el Conde.
Sale el conde CARLOS, de noche
CARLOS: (Amor, como son divinos, Aparte son tus intentos secretos, pues dispensas tus efetos por tan ocultos caminos. ¿Quién pensara que la fama de que a Blanca doy cuidado, hubiera en mí despertado tan nueva amorosa llama, que funde ya mi esperanza en ella su dulce empleo, y prosiga mi deseo lo que empezó mi venganza? De amar es fuerte incentivo ser amado; que el rigor mata el más valiente amor y apaga el ardor más vivo. Mas ya Blanca en su balcón me espera. ¡Qué puntüal! Es fuego el amor, y mal se encubre en el corazón.) ¿Es Blanca? BLANCA: ¿Es Carlos? CARLOS: Soy, señora mía, el hombre más dichoso de cuantos ven la luz del claro día; si bien estoy quejoso del tiempo que el recato me ha tenido oculto el alto bien que he merecido. BLANCA: No os entiendo. CARLOS: Señora, baste el silencio, baste el sufrimiento; dos años basten ya que el pensamiento, sin producir acciones, ardiendo reprimió vuestras pasiones. BLANCA: Hablad; que menos os entiendo agora. CARLOS: En vano es, Blanca, ya vuestro recato. Declararos podéis; no soy ingrato. BLANCA: Vos, Conde, os declarad. CARLOS: Cuando la fama publica ya, partera, que el sol ha iluminado dos veces ya los signos de su esfera, después que arde en mi amor vuestro cuidado y que os obliga la desconfïanza de ser mi dulce esposa, a la mudanza del secular al religioso estado, ¿os preciáis de secreta y recatada, porque tal gloria goce yo penada?
Hablan aparte doña BLANCA y CLAVELA
BLANCA: Este daño resulta de mi engaño. CLAVELA: No es, si ganas al Conde, mucho el daño. CARLOS: ¿Por ventura teméis que el pecho mío no os corresponda, Blanca? ¿Por ventura --demás que esa beldad os asegura la vitoria del más libre albedrío-- no os han dicho mis ojos, mis colores, divisas y libreas, mis ardientes enojos? En lo blanco y lo verde, ¿quién no alcanza que di a entender que es Blanca mi esperanza ¿No adorné en la sortija y el torneo de blanco una ventana? ¿Y puesta en ella no vistes la urna breve, émula de la nieve, mostrando por enigmas mi deseo, poniendo en ello del marcial trofeo los premios que gané, con que mostraba que a esa blanca deidad los dedicaba? En las cañas, ¿mi adarga en campo verde no llevaba una blanca, cuya letra en el círculo decía, "Trueco a una Blanca la esperanza mía"? Tras esto, ¿yo no vengo ya rendido? Pues, mi bien, ¿qué os impide o qué os enfrena de sacarme y salir de tanta pena?
Hablan aparte CLAVELA y doña BLANCA
CLAVELA: Goza de la ocasión, señora mía; que rabio ya por verte señoría. BLANCA: (¿Qué recelo? ¿Qué dudo? Aparte ¿Con qué medio mejor la suerte pudo disponer mi remedio y mi venganza? ¡Pague el Marqués mi agravio y su mudanza!) Conde, ya llegó el tiempo que mi pecho, de las verdades vuestras satisfecho, descanse de sus penas; que si llegaba el fuego a las almenas antes de ser pagado, ¿qué será cuando veo que el vuestro corresponde a mi deseo? CARLOS: ¿Que alcanzo tanta gloria? BLANCA: Ha mucho que gozáis esta vitoria. Mas, Conde, gente viene, y es muy tarde. Tratadlo con mi padre, y Dios os guarde.
Vanse doña BLANCA y CLAVELA
CARLOS: Adiós, querida Blanca. ¡Amor, vitoria! ¿Qué gracias te daré por tanta gloria, pues en un punto alcanza mi amor de Blanca amor, de Inés venganza?
Sale el MARQUÉS, de noche
MARQUÉS: ¿Es el Conde? CARLOS: ¿Es el Marqués? MARQUÉS: ¡Vos tan tarde, Conde, aquí? CARLOS: Sí, que os solicito así, la dicha de doña Inés. MARQUÉS: ¿Cómo? CARLOS: La mano le doy, si vos licencia me dais, MARQUÉS: Al cuello me echáis, Conde, nuevos lazos hoy; pues aunque el amor cesó, la obligación del deseo de su merecido empleo viva en el alma quedó. Pues en tan noble marido mejorada suerte alcanza, no se queje su esperanza de que mi mano ha perdido. CARLOS: (Esto es bueno, ¡para haber Aparte dos años que a mí me adora doña Blanca!) Nadie agora os queda ya que temer. MARQUÉS: ¡Ay de mí, Conde, que es vano vuestro cuidado y el mío, cuando alcanzar desconfío de la Marquesa la mano! Que de sus labios oí --ved si con causa lo siento-- que estaba el impedimento de alcanzarla sólo en mí. No dijo más la crüel. Conde, solo estáis conmigo, mi amigo sois, y el amigo es un espejo fïel. En vos a mirarme vengo. Sepa, yo, Carlos, de vos, por vuestra amistad, por Dios, ¿qué secreta falta tengo, que cuando a mí se me esconde, la sabe Inés? ¿Por ventura de mi sangre se murmura alguna desdicha, Conde? Habladme claro. Mirad que he de tener, ¡vive Dios! si esto no alcanzo de vos, por falsa vuestra amistad. CARLOS: Estad, Marqués, satisfecho, que a saberlo, os lo dijera; y si no es la envidia fiera la que tal daño os ha hecho, el ingenio singular de Inés me obliga a que arguya que ésa es toda industria suya, con que intentando no errar la elección, os obligó a que os miréis y enmendéis, si algún defeto tenéis que vos sepáis, y ella no. Mas si de vuestra esperanza marchita el verdor lozano la envidia infame, esta mano y este pecho a la venganza tan airado se previene, que el mundo todo ha de ver que nadie se ha de atrever a quien tal amigo tiene. MARQUÉS: Bien sabéis vos que os merece mi amistad esa fineza. CARLOS: Ya la purpúrea belleza del alba en perlas ofrece por los horizontes claros el humor que al suelo envía. MARQUÉS: Aquí me ha de hallar el día. CARLOS: Fuerza será acompañamos. MARQUÉS: No, Conde; que estos balcones de Inés quiero que me vean solo, y que testigos sean de que en mis tristes pasiones aguardo aquí solo el día, solo por más sentimiento, que la pena y el tormento alivia la compañía. Vos es bien que os recojáis. Descansad, pues sois dichoso. CARLOS: Mal puedo ser venturoso mientras vos no lo seáis.
Vase el conde CARLOS. Sale OCHAVO, en lo más alto del corredor, tiznado
OCHAVO: ¡Gracias a Dios que he salido ya de esta vaina de hollín! ¡Ah, vil Mencía! Tu fin burlarme en efeto ha sido. Al tejado menos alto de uno en otro bajaré, porque dé¡ al suelo dé menos peligroso salto. MARQUÉS: (Parece que sobre el techo Aparte de Inés anda un hombre. ¡Cielos! ¿Qué será? ¡Ah, bastardos celos, qué asaltos dais a mi pecho! ¿De Inés puede ser manchada tan vilmente la opinión? No es posible. Algún ladrón será, o de alguna criada será el amante. Verélo; que parece que procura, disminuyendo la altura, bajar de uno en otro al suelo.) OCHAVO: (De aquí he de arrojarme al fin, Aparte que es el postrer escalón. ¡Válgame en esta ocasión algún santo volatín!)
Salta al teatro y tiéndese, y el MARQUÉS pónele la espada al pecho
MARQUÉS: ¡Hombre, tente y di quién eres! OCHAVO: ¡Hombre, tente tú!, que a mí, si me ves tendido aquí, ¿qué más tenido me quieres? MARQUÉS: ¿Es Ochavo? OCHAVO: ¿Es mi señor? MARQUÉS: Díme, ¿qué es esto? OCHAVO: No es nada. Burla ha sido, aunque pesada; mas son percances de amor. MARQUÉS: ¿Cómo? OCHAVO: Esa crüel Mencía esta noche me ha tenido entre el hollín escondido, y vino al romper del día diciendo que su señora su intento había sospechado, y que con ese cuidado se estaba vistiendo agora con su gente, para ver la casa; yo, que me vi en tal peligro, salí como bala, por poder librarme, por el cañón de esa ahumada chimenea. MARQUÉS: ¡Por Dios, que estoy porque vea tu atrevida pretensión la pena de tu locura! ¿De casa que me ha de honrar te atreviste a quebrantar la opinión y la clausura? OCHAVO: El amor me ha disculpado; y basta, señor, por pena haber, perdiendo la cena, toda una noche esperado, y haber el refrán cumplido de "si pegare, y si no, tizne", pues que no pegó, y tan tiznado he salido. MARQUÉS: Necio, no estoy para oír tus gracias. OCHAVO: ¡Yo sí, Marqués, para decirlas, después que sin cenar ni dormir toda la noche he velado! Mas siempre los males son por bien, pues por el cañón no cupiera a haber cenado; y el descuento está bien llano que de este trabajo tuve, pues de no cenar, estuve para saltar más liviano. Demás, que lo que he sabido esta noche me ha obligado a dar por bien empleado cuanto mal me ha sucedido. MARQUÉS: ¿Cómo? OCHAVO: ¿Lo que algún contrario tuyo ha sabido de ti, encubres, Marqués, de mí, tu amigo y tu secretario? ¿Fuente tienes, y la cura otro que yo? MARQUÉS: ¿Fuente yo? OCHAVO: ¿Doña Inés lo sabe, y no Ochavo? MARQUÉS: ¡Hay tal desventura! ¿Eso han dicho a doña Inés? OCHAVO: Ten paciencia; que otras cosas más ocultas y afrentosas le han dicho de ti, Marqués. MARQUÉS: Acaba, dílas. OCHAVO: A enfado dice, señor, que provoca el aliento de tu boca. ¡Mira tú a quien has besado sobre ahíto y en ayunas, o después de comer olla, ajos, morcilla, cebolla, habas verdes o aceitunas! MARQUÉS: ¡Hay tal maldad! Cosas son que trazan envidias fieras. OCHAVO: ¡Dichoso tú, si pudieras dar de ellas información de lo contrario a tu ingrata! Mas esto es nada, señor; lo que falta es lo peor, y lo que más la recata. MARQUÉS: El veneno riguroso me da de una vez. OCHAVO: Pues, ¿quieres sabello? Hanle dicho que eres hablador y mentiroso. MARQUÉS: ¡Cielos! ¿Qué furias son éstas que en mí ejecutan sus iras? ¿Qué traiciones, qué mentiras, con tal ingenio compuestas, que es imposible que de ellas darle desengaño intente? OCHAVO: En fin, ¿tú no tienes fuente? MARQUÉS: ¿Quieres que en vivas centellas te abrase mi furia? OCHAVO: No; mas, señor, si son mentiras, efeto son de las iras que en doña Blanca encendió el ser de ti desdeñada; porque, según entendí, quien esto dijo de ti, fue de ella alguna crïada. MARQUÉS: La vida me has dado agora; que el remedio trazaré fácilmente, pues ya sé de estos engaños la autora. OCHAVO: Pues vámonos a acostar, en pago de tales nuevas. MARQUÉS: (Por más máquinas que muevas, Aparte Blanca, no te has de vengar.)
Vanse OCHAVO y el MARQUÉS. Salen doña INÉS, BELTRÁN: y MENCÍA
INÉS: Hoy es, Beltrán, ya forzoso dar fin a mis dilaciones. BELTRÁN: No te venzan tus pasiones. Haz al Conde venturoso, pues en partes ha excedido a todos. INÉS: Hoy mi sentencia, si no es que en la competencia de ingenios quede vencido, le da el laurel vitorioso. MENCÍA: Yo pienso que ha de venir toda la corte a asistir al certamen ingenioso. INÉS: Así tendrá la verdad más testigos, y el deseo con que acertar en mi empleo y cumplir la voluntad de mi padre he pretendido, notorio al mundo será.
Salen el conde CARLOS, don JUAN, don GUILLÉN y don Juan de CUMÁN y el conde ALBERTO
ALBERTO: Aunque del examen ya doña Inés nos ha exclüido, no es bien que nos avergüence. La fiesta podemos ver; que en elección de mujer el peor es el que vence. GUILLÉN: Yo, a lo menos, no he tenido a infamia el ser reprobado. JUAN: Yo, por no verme casado, no siento el haber perdido.
Salen el MARQUÉS y el conde CARLOS por otra parte, y OCHAVO
CARLOS: ¿Que tal quiso acreditar la envidia? MARQUÉS: (Pues ha de ser Aparte doña Blanca su mujer, decoro le he de guardar en callarle que ella ha sido quien con celosa pasión se valió de esta invención.) Una mujer me ha querido, con las faltas que escucháis, desacreditar. CARLOS: Marqués, daros pienso a doña Inés, pues vos a Blanca me dais. MARQUÉS: Tracémoslo, pues. CARLOS: Dejad ese cargo a mi cuidado, que al efeto se ha obligado. MARQUÉS: Ejemplo sois de amistad.
Salen doña BLANCA, con manto, y don FERNANDO por otra parte
FERNANDO: ¿No sabré a qué fin pretende que nos hallemos aquí el Conde? BLANCA: Él lo ordena así. Déjale hacer, que él se entiende; de su palabra confía. FERNANDO: De tu esposo me la ha dado. BLANCA: Pues piensa que esto ha trazado para mayor honra mía. MARQUÉS: Ya están en vuestra presencia los dos de quien vuestro examen al ingenioso certamen remite, Inés, la sentencia. CARLOS: Sólo falta proponer la materia o la cuestión, en que igual ostentación de ingenios hemos de hacer. INÉS: Generosos caballeros, en cuyas nobles personas piden iguales coronas las letras y los aceros, den objeto a la cuestión vuestras mismas pretensiones, porque con vuestras razones justifique mi elección. MARQUÉS: Proponed, pues. INÉS: Escuchad. Uno de los dos--no digo cuál, que no es justo--conmigo tiene más conformidad; mas éste, a quien me he inclinado, padece algunos defetos tan graves, aunque secretos, que acobardan mi cuidado; y por el contrario, hallo al otro perfeto en todo, pero yo no me acomodo con mi inclinación a amallo; y así, ha de ser la cuestión en que os habéis de mostrar, si la mano debo dar al que tengo inclinación, aunque defetos padezca, o si me estará más bien que el que no los tiene, a quien no me inclino, me merezca. Cada cual, pues, la opinión defienda que más quisiere, y la parte que venciere merecerá mi elección, juzgando la diferencia cuantos presentes están, pues con esto no podrán quejarse de mi sentencia. CARLOS: (Al Marqués se inclina Inés, Aparte yo soy el aborrecido. Ya el ingenio me ha ofrecido el modo con que al Marqués la palabra que le he dado le cumpla.) Yo, con licencia vuestra, en esta diferencia defiendo que el que es amado debe ser el escogido. MARQUÉS: (¡Cielos!, mi causa defiende Aparte el Conde; mas él se entiende. La mano me ha prometido de Inés; confïado estoy, que es mi amigo verdadero. Con su pensamiento quiero conformarme.) Pues yo soy de contrario parecer, y defiendo que es más justo no seguir el proprio gusto, y al más perfeto escoger. INÉS: (Entrambos se han engañado; Aparte que el Conde sin duda entiende que le quiero, pues defiende la parte del que es amado; y el Marqués, pues la otra parte defiende, piensa también que es aborrecido. ¡Oh, quién pudiera desengañarte!) CARLOS: Los fundamentos espero que en favor vuestro alegáis, Marqués. MARQUÉS: Digo, pues gustáis de que hable yo primero. El matrimonio es unión de por vida; y quien es cuerdo, aunque atienda a lo presente, previene lo venidero. El amor es quien conserva el gusto del casamiento; amor nace de hermosura, y es hermoso lo perfeto; luego debe la Marquesa dar la mano a aquél que, siendo más perfeto, es más hermoso, pues haber de amarlo es cierto. De aquí se prueba también que aborrecer lo perfeto y amar lo imperfeto es accidental y violento; lo violento no es durable. Luego es más sabio consejo al que es perfeto escoger --pues, dentro de breve tiempo, trocará en amor constante su injusto aborrecimiento-- que al imperfeto querido, si luego ha de aborrecerlo. Semejantes a las causas se producen los efetos, ni obra el bueno como malo, ni obra el malo como bueno. Luego un imperfeto esposo un martirio será eterno, que, al paso de sus erradas acciones, irá creciendo. Y no importa que el amor venza los impedimentos, quite los inconvenientes, y perdone los defetos; pues nos dice el castellano refrán, que es breve evangelio, que "quien por amores casa, vive siempre descontento." El gusto cede al honor siempre en los ilustres pechos; y las mujeres se estiman según sus maridos. Luego su gusto debe olvidar Inés, pues tendrá, escogiendo al perfeto, estimación, y al imperfeto, desprecio. Indicios da de locura quien pone eficaces medios para algún fin, y después no lo ejecuta, pudiendo. La Marquesa doña Inés este examen ha propuesto para escoger al más digno, sin que tenga parte en ello el amor. Luego si agora no eligiese al más perfeto, demás de que no cumpliera el paternal testamento, indicios diera de loca, nota de liviana al pueblo, que murmurar a los malos y que sentir a los buenos. ALBERTO: ¡Bien por su parte ha alegado! JUAN: ¡Fuertes son los argumentos! GUILLÉN: Oyamos agora al Conde, que tiene divino ingenio. CARLOS: Difícil empresa sigo, pues lo imperfeto defiendo; pero si el amor me ayuda, la vitoria me prometo. Si el amor es quien conserva el gusto del casamiento, como propuso el Marqués, con eso mismo lo pruebo; que amor para la elección ha de ser el consejero, pues del buen principio nace el buen fin de los intentos. Y no importa que el querido padezca algunos defetos, pues nos advierte el refrán castellano que lo feo, amado, parece hermoso, y es bastante parecello, pues nunca amor se aconseja sino con su gusto mesmo. Aristóteles lo afirma; Séneca y Platón dijeron que el amor no es racional que halla en el daño provecho, y halla dulzura en lo amargo San Agustín; según esto, si en el matrimonio tiene el Amor todo el imperio, su locura es su razón, y es ley suya su deseo. Lo que él quiere es lo acertado, lo que él ama es lo perfeto, lo hermoso, lo que él desea, lo que él aprueba, lo bueno. El temor de que después venga Inés a aborrecerlo, no importa, que eso es dudoso, y el amarle agora es cierto. Para amor no hay medicina sino gozar de su objeto. Dícelo en su carta Ovidio, y en su epigrama Propercio. Crece con la resistencia, según Quintiliano; luego si Inés no elige al que adora, no tendrá su mal remedio; antes irá cada día con la privación creciendo. Pensar que el aborrecido vendrá a ser, por ser perfeto, después amado, es engaño; que no llega en ningún tiempo, según Curcio, a amar de veras quien comenzó aborreciendo. El amor dice Heliodoro que no repara en defetos; la antigüedad nos lo muestra con portentosos ejemplos. Pigmaleón, Rodio, Alcides, a unas estatuas quisieron; Pasifé a un toro, y a un pez el sabio orador Hortensio; Semíramis a un caballo, a un árbol Jerjes, y vemos al que dio nombre al ciprés, de amor de una cierva, muerto. Pues, ¿qué defetos mayores que éstos, por quien los sujetos son incapaces de amor, pues no puede hallarse en ellos correspondencia, por ser en especie tan diversos, que el mismo amor que intentó mostrar en estos portentos su poder, quedó corrido más que glorioso de hacerlos? Luego amando la Marquesa al que padece defetos, y más sabiéndolos ya, no se mudará por ellos. Si ignorándolos le amara, en tal caso fuera cierto que el descubrirlos después le obligara a aborrecerlo; y por esto mismo arguyo que no sólo, aborreciendo agora al perfeto Inés, no podrá después quererlo, mas antes, si lo quisiera agora, fuera muy cierto aborrecerlo después; y de esta suerte lo pruebo. Ovidio dice que amor se hiela y muda si aquello no halla en la posesión que le prometió el deseo; pues hombre perfeto en todo no es posible hallarse. Luego aunque Inés amase agora al que tiene por perfeto, lo aborreciera después que con el trato y el tiempo sus defetos descubriera, pues nadie vive sin ellos. Quien ama a un defetüoso, ama también sus defetos tanto, que aun le agradan cuantos le semejan en tenerlos. Luego es en vano temer que se mude Inés por ellos. Que "amar lo imperfeto es violento, y lo que es violento no dura", el Marqués arguye. Lo segundo le concedo, lo primero no; que sólo es a amor violento aquello que no quiere, y natural lo que pide su deseo. Que "el malo obra como malo, y obra el bueno como bueno, y de las malas acciones nace el aborrecimiento", dice el Marqués. Es verdad; pero como el amor ciego aprueba la causa injusta, aprueba el injusto efeto. Que las mujeres se estimen por sus maridos, concedo; pero en eso, por mi parte, fundo el mayor argumento; que quien con mujer se casa que confiesa amor ajeno, estima en poco su honor. Luego, amando al imperfeto Inés, fuera infame el otro, si quisiera ser su dueño; luego ni él puede admitirlo, ni la Marquesa escogerlo. Que "quien por amores casa, vive siempre descontento", según lo afirma el refrán, dice el Marqués; y es muy cierto, cuando por amor se hacen desiguales casamientos; pero cuando son en todo iguales los dos sujetos, no hay, si el amor los conforma más paraíso en el suelo. Decir que no cumple así el paternal testamento es engaño; que su padre sólo le puso precepto de que mire lo que hace. Ya lo ha mirado, y con eso su voluntad ha cumplido. Que no consigue el intento del examen si no escoge al de más merecimientos, sin atender al amor, según Inés ha propuesto, es verdad; pero se debe entender del amor nuestro, no del suyo; que con ella es la parte de más precio ser de ella amado, y no ser amado el mayor defeto. Luego, si elige al que quiere, ni dará nota en el pueblo, ni qué decir a los malos, ni qué sentir a los buenos. ALBERTO: ¡Vítor! JUAN: ¡Vítor! GUILLÉN: ¡Venció el Conde! ALBERTO: Sus valientes argumentos vencieron en agudeza, en erudición y ejemplos. BELTRÁN: Todos declaran al Conde por vencedor. INÉS: Según eso, ya es forzoso resolverme, aunque me pese, a escogerlo. Venciste, Conde; mi mano es vuestra. BLANCA: ¡Qué escucho, cielos! FERNANDO ¿Esto hemos venido a ver, Blanca? CARLOS: (Agora, que ya puedo Aparte ser su esposo, he de vengarme, y ha de ser un acto mesmo fineza para el Marqués, y para ella desprecio.) Marquesa, engañada estáis; porque vos habéis propuesto que la parte que venciere ha de ser esposo vuestro. Pues si mi parte ha vencido, y es la parte que defiendo la del imperfeto amado, él ha de ser vuestro dueño. Yo sé bien que no soy yo el querido, y sé que ha puesto la invidia vil al Marqués tres engañosos defetos. Y porque os satisfagáis, escuchadme aparte.
Hablan en secreto
MARQUÉS: (¡Cielos! Aparte No hay más tesoro en el mundo que un amigo verdadero.) BLANCA: (Yo soy perdida, si aquí Aparte se declaran mis enredos.)
Doña INÉS y el conde CARLOS hablan aparte
INÉS: Ésas tres las faltas son que me han dicho. CARLOS: Pues mi ingenio las inventó... (Esta fineza Aparte deba el Marqués a mi pecho) por vencerle y por vengarme de vos; y ya que mi intento conseguí, pues que la mano me ofrecéis, y no la quiero, como noble, restituyo al Marqués lo que le debo. Y para que a mis palabras deis crédito verdadero, baste por señas deciros las tres faltas que le han puesto y que ha sido una mujer la que tales fingimientos os dijo por orden mía. INÉS: Es verdad. La vida os debo. CARLOS: Pues dad al Marqués la mano. Ya, Marqués, se ha satisfecho doña Inés de que la invidia os puso falsos defetos. Yo defendí vuestra parte, y fui vencido venciendo. Dalde la mano; que yo bien he mostrado que tengo puesta en Blanca mi esperanza con las colores y versos y divisas de las cañas, de la sortija y torneo. BLANCA: Yo me confieso dichosa. MARQUÉS: Sois mi amigo verdadero, y vos mi esposa querida. INÉS: Cuando os miro sin defetos, ¿cómo, Marqués, os querré, si os adoraba con ellos? OCHAVO: El examen de maridos tiene, con tal casamiento, dichoso fin, si el Senado perdona al autor sus yerros.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002