QUIEN NO CAE NO SE LEVANTA

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de QUIEN NO CAE NO SE LEVANTA fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la de la QUINTA PARTE DE COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Madrid: Imprenta Real, 1636)


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen CLEANDRO, de camino, MARGARITA y LEONELA
CLEANDRO: No hay mucho desde aquí a Sena. Laurencia tu tía, está a la muerte, el verme allá tiene de aliviar su pena. Mi hermana es y hermana buena. Sola ella pudiera ser ocasión, hija, de hacer, aunque corto, este camino, que no es poco desatino dejar sola una mujer moza y doncella en tu edad, donde el vicio y la insolencia habitan, porque Florencia no tiene otra vecindad. Parentesco y voluntad me obligan; pero el temor de tu edad y de mi honor, viendo el peligro en que estás, vuelven los pasos atrás que da adelante mi amor. Hija, si una despedida licencia de hablar merece, por ver lo que se parece a la muerte una partida, haz cuenta que de la vida en esta ausencia me alejo, y como cansado y viejo, no a Sena, al sepulcro voy; y que en el paso en que estoy te encamino y aconsejo. Sola en mi casa naciste de una madre a quien Florencia aunque muerta, reverencia; pero bien la conociste. Nobleza antigua adquiriste; lo mejor de esta ciudad, honrando mi calidad, pariente mayor me llama, riqueza heredas y fama, discrección y autoridad. El verte sola, y querida y celebrada en Florencia dio a tu mocedad licencia más suelta que recogida. Al fin le costó la vida a tu madre el conocerte tan libre, y por no ofenderte, ni con reñirte enojarte, quiso más por adorarte morirse que reprehenderte. ¿Cuántas veces te llamó poniendo a tu vida freno, y a solas, en nombre ajeno, tus costumbres reprendió? ¿Cuántas veces te leyó sucesos con que Dios toca la mocedad libre y loca, y temiendo darte enojos te castigó con los ojos lo que no osó con la boca? Pues yo sé vez que, enojada de ver tu desenvoltura, tu libertad y locura castigó en una crïada; y tú, por esto agraviada, en un mes no nos hablaste ni a la cara nos miraste, hasta que vino a quebrar por nosotros, que a callar y a sufrir nos obligaste. Todo esto causa el no haber más de un hijo en una casa; la edad vuela, el tiempo pasa; sólo ha de permanecer la fama; que en la mujer corre peligro doblado; tu honra es mi espejo amado. Si le procuras quebrar, ¿cómo me podré mirar en un espejo quebrado? MARGARITA: Pues ¿a qué efecto es agora tan estudiado sermón? ¿Qué afrenta o disolución en mí tu linaje llora? ¿Heme ido, como Lidora, con algún hombre, perdida? ¿De qué ventana, atrevida, de noche escala has quitado, o qué persona has hallado tras el tapiz escondida? ¡Oh, qué pesadas vejeces! CLEANDRO: Soy pesado y tú liviana. No vi escala en la ventana, pero a ti sí, muchas veces; y como en ella pareces siempre, por más que te digo, tu fama ha de ser castigo de la licencia que toma; que pocas veces se asoma que no dé abajo consigo. Y si a caerse comienza en la calle, ¿habrá quien calle? No, que la fama en la calle será fama a la vergüenza. El recato al gusto venza; no uses mal de mis regalos para libres hijos, malos; deja algún tiempo del día palos de la celosía que dan al honor de palos. ¿Qué oraciones y ejercicios lees? Cuando estás despacio, las novelas de Bocacio, maestrescuela de los vicios. Tus mangas darán indicios, escritorio, cofre o arca de los papeles que marca, y con quien haces tu agosto el furioso del Ariosto y las obras del Petrarca. ¿Con tal compañía quieres que tu honor no ande en demandas? De los amigos con que andas podremos sacar quién eres. ¿Qué gusto o provecho adquieras de traer las faltriqueras preñadas con las quimeras de canciones y tercetos, de liras y de sonetos, de décimas o terceras? Anda, que ninguno aprende que no procure saber; la poesía es mercader que versos por honra vende. Es fuego sordo que enciende. Sus vanos terceros son tercetos que al torpe son de los sonetos que miras, leyendo liras deliras, dando a tu afrenta ocasión. MARGARITA: Recoletándome vas con industria peregrina. ¡Ea, vuélveme capuchina, que así contento estarás! No me traigas galas más. Quítame el oro y la plata, el chapín al alpargata reduce, al sayal la seda, porque encartujada pueda ser a tu gusto beata. Por onzas vienes a darme la libertad de la vida, pues aun vista tan medida determinas cercenarme. ¿Qué daño ha de resultarme de que las varas posea de una celosía, y vea por su confusa noticia? A ser varas de justicia, pudieran hacerme rea. ¿No es una jaula enredada? ¿Aún menos quieres que sea que un pájaro, y que no vea segura de ser mirada? ¿Qué monja hay tan encerrada que, ya por rejas de acero, ya por el rallo grosero o vistas a ver no venga, si aun no hay torno que no tenga su socarrón agujero? ¡O pretendes con casarme propagar tu sucesión, o huyendo la condición de un yerno, monja encerrarme! Si lo primero has de darme, deja que en canciones reales las cortesanas señales pueda aprender de un poeta, que no han de hacerme discreta los salmos penitenciales. Pero debes de gustar que entre estameña y picote me entre monja, porque el dote temes que acá me has de dar. La vejez toda es ahorrar. Y pues ella me limita lo que un convento aún no quita, vete con Dios donde vas, que a la vuelta me hallarás recoleta o carmelita.
Hace que se va; detiénela LEONELA
CLEANDRO: Hija, Margarita, espera; Leonela, vuélvela acá, no te reñiré más ya. Que soy viejo considera. Prolija es la edad postrera; llégate acá, abrázame, todo es de burlas a fe; ansí probarte he querido. Tu virtud he conocido, tu recogimiento sé. Quita el lienzo de los ojos, no llores lágrimas vanas, o en la holanda de estas canas deposita tus despojos. ¿No ves que me das enojos cuantas veces me amenazas entrarte monja? Si trazas matarme pronto, hazlo así. ¡Ea, por amor de mí! ¡De mala gana me abrazas! Pedirte quiero perdón; dame la mano y pondréla sobre la boca... Leonela, ¿dala el mal de corazón? LEONELA: De tu mala condición mil es poco que la den. CLEANDRO: Pues ¿ríñesme tú también? LEONELA: Si está por ti mi señora de esta suerte cada hora y la afliges, ¿no hago bien? CLEANDRO: Buena anda toda mi casa. ¡Oh amor de hijos imprudente! Quiérola excesivamente; no hay poner a mi amor tasa. Con ella mi vejez pasa en descanso. MARGARITA: ¡Ay me! CLEANDRO: ¿Volviste? MARGARITA: No sé. CLEANDRO: Ea, no estés triste. Mírame alegre, y de Sena te prometo una cadena como a la que Lesbia viste; más si palabra me das que no te has de meter monja. LEONELA: No es esta mala lisonja. MARGARITA: Como no me digas más vejeces, siempre hallarás en mí una justa obediencia. CLEANDRO: No oso salir de Florencia, porque un monasterio temo. MARGARITA: Ya se ha acabado este extremo. CLEANDRO: Pues júralo. MARGARITA: En mi conciencia. CLEANDRO: Pues con esa condición a verme parto a mi hermana. Hasta después de mañana orden en mi casa pon. MARGARITA: Ni ventana ni balcón la calle ha de ver abierto hasta que vuelvas. CLEANDRO: Bien cierto estoy que has de ejecutallo. Ea, adiós. ¡Hola el caballo! Amor todo es desconcierto.
Vase
LEONELA: Vaya con... iba a decir una sarta de galeotes, quítale al sol los capotes que ya te puedes reír. ¿Saco mantos? MARGARITA: ¿Para qué? LEONELA: ¿No hemos de irnos a un convento? MARGARITA: De Venus. LEONELA: ¡Buen fingimiento, y de harto provecho a fe! No hay sino en riñendo el viejo decir que a enmonjarte vas. ¡Buen "cata el coco" hallado has! MARGARITA: No medro si no me quejo. LEONELA: No sino haceos miel. ¡Qué enfado es un padre o madre vieja cuando a una hija aconseja sin quitársela del lado, que habiendo en su mocedad no perdonado deleite, conversación, gala, afeite, fiesta, sarao ni amistad, más envidiosa que honrada, riñe, aconseja, limita en la mesa, en la visita, y porque de desdentada no puede comer por vieja, es perro del hortelano que, con la col en la mano, ni come, ni comer deja! MARGARITA: No esgrime con ejercicio quien no ha sido acuchillado, ni hay amigo taimado como el que es del mismo oficio. Los viejos de nuestros días cansados e impertinentes, que el gusto a falta de dientes repasan con las encías papilla nos piensan dar a los que al mundo venimos. LEONELA: Ésa al viejo se la dimos ya que no puede mascar. Váyase el caduco al rollo; y pues es tu edad en flor, bollo de azúcar de amor, busca quien coma ese bollo. Ni bien seas primavera que toda en flores se va, ni bien estío, que está abrasado dentro y fuera. Entre abril y julio hay mayo y junio, que dan tributo parte en flor y parte en fruto, en lo que has de hacerte ensayo. ¿Entiéndesme lo que digo? MARGARITA: Anda, necia, que ya sé que me aconsejas que dé un medio al gusto que sigo. LEONELA: No como el abril en flores pases el tiempo inconstante. "Daca el guante, toma el guante" papeles, cintas, colores; que hay mujer que el tiempo pasa en aquestas chucherías, y al cabo de muchos días que a fuego lento se abrasa, cuando echa mano a la presa que de sustancia ha de ser, no se la dejan comer, porque levantan la mesa. Buena es cuando alguno brinda la guinda antes de la polla y el melón entre la olla, mas no ha de ser todo guinda; ni todo también pechuga, sino, como el hortelano, vaya poniendo la mano entre col y col lechuga. Gasta tus años de modo que, sin perdonar manjar, puedas después afirmar que sabes comer de todo. MARGARITA: Maestra estás. Pon escuela. LEONELA: Dime en los estudios prisa. MARGARITA: Aunque me has causado risa, te pienso seguir, Leonela. Pero escucha: ¿Qué es aquello? LEONELA: Callejeros mercaderes.
ALBERTO, de dentro, y luego sale con una caja llena de buhonería
ALBERTO: ¿Compran peines, alfileres, trenzaderas de cabello, papeles de carmesí; orejeras, gargantillas, pebetes finos, pastillas, estoraraque, menjuí, polvos para blanquear dientes caraña, copay, anine, pasta, aceite de canine, abanillos, mondadientes. Sangre de drago en palillos, dijes de alquimia y acero, quinta esencia de romero, jabón de manos, sebillos, franjas de oro milanés, agua fuerte, adobo en masa de manos. ¡Cristo sea en casa! ¿Quién llamaba aquí al francés? LEONELA: Aquí, nadie. ALBERTO: ¿Es menester poner postizo algún diente? Haréle naturalmente, sin que al dormir o al comer sea menester quitarle ni haya quien la falta vea por más curioso que sea, aunque se llegue a mirarle. MARGARITA: Gracias a Dios y al cuidado buena dentadura tengo.
A LEONELA
ALBERTO: Señora hermosa, no vengo en balde. ¿Cómo ha dejado crïar ahí tanta toba? ¡Jesús, qué perdida está la dentadura! LEONELA: Será porque soy tan grande boba que nunca cuido de mí. ALBERTO: Mas ¿por qué come a menudo confitura del desnudo? LEONELA: Si es del amor, así, así. ALBERTO: Pues verá en distancia poca cuál la dejo; asiéntese, la toba la quitaré. LEONELA: ¡Ay, Jesús! ¿Hierro en mi boca? Váyase con Dios, hermano. Quitese allá. ALBERTO: Pues ¿rehusa lo que la importa y no excusa, el remedio de mi mano? Si quiere no desdentarse, aqueste polvillo tome, que la toba limpia y come los dientes; ha de estregarse al levantarse muy bien enjugándose con vino y con un paño de lino hasta que enjutos estén; que, como tenga cuidado, brevemente encarnarán y de marfil quedarán. LEONELA: ¿Cuánto vale? ALBERTO: Un ducado; pero sírvase con ellos, no riñamos por el precio. LEONELA: No es el merecero necio. ALBERTO: Para enrubiar los cabellos tengo una raíz famosa. MARGARITA: Fuéme el cielo tan propicio que sin buscar artificio los tengo cual veis. ALBERTO: Hermosa sois, señora, por el cabo. MARGARITA: ¿Trae cintas de resplandor? ALBERTO: Y son la cosa mejor de Italia. No las alabo por mías; este papel
Dale un papel con unas cintas
si es verdad o no dirá, que lleno de ellas está. Escoged, señora, en él... Mas, ¡cuerpo de Dios! MARGARITA: ¿Qué es esto? ALBERTO: Quedóseme en la posada la bolsa, y no está cerrada la caja donde la he puesto; en ella mi caudal tengo; el diablo por Dios sería que me la dejasen fría. Esperen, que luego vengo.
Vase
MARGARITA: Confïanza hizo de mí el mercero alborotado, pues el papel me ha dejado yéndose, Leonela, así. LEONELA: Tal prisa le da el dinero. MARGARITA: Líbrele Dios de un ladrón. LEONELA: Veámos que tales son, que hurtarle unas varas quiero. ¿Qué miras? MARGARITA: Letra gallarda, un sobre escrito que está en el papel. LEONELA: Veamos ya estos listones. MARGARITA: Aguarda. "A Margarita de Ursino." LEONELA: ¿A quién? MARGARITA: ¿No escuchas mi nombre? LEONELA: Aquí hay maula, no era el hombre mercero que a vender vino, sino un gentil alcahuete. MARGARITA: Casarte puedes con él. LEONELA: ¿Qué aguardas? Mira el papel que grandes cosas promete. Con cintas en vez de tinta le escriben, señal será que quien con cintas le da te desea ver en cinta. MARGARITA: "Valerio" dice la firma. LEONELA: Si es suyo, bien recibido será. MARGARITA: Muy bien le he querido. LEONELA: Así Florencia lo afirma pues has llegado a dar nota con él de no recatada. MARGARITA: Este negro ser honrada mil buenos ratos agota. Mi padre tuvo noticia de no sé qué y se ausentó Valerio, porque temió el rigor de la justicia. LEONELA: Mírale. ¡Que tengas flema para no verle! MARGARITA: ¡Ay! ¡Cuál viene el pobre, tal fuego tiene, que hasta la mano me quema! LEONELA: Mas ¿Qué? ¿No viene en poesía? MARGARITA: ¿En qué lo echaste de ver? LEONELA: En que es papel mercader pues cintas de oro te envía; y el poeta, cuyo nombre por ser el principio en Pó de la pobreza heredó. Por más que escriba, no es hombre que da de contado así; porque son tan buenas lanzas que pagan siempre en libranzas al Sol, Luna y Potosí. "Tus cabellos son del Sol, tus dientes perlas de oriente, tus pechos plata luciente, tus mejillas arrebol. Del alba rubíes tu boca, tus ojos no son distintos de esmeraldas y jacintos, en cristal tu frente toca." Y creo que los planetas, según están de corridos, deben de andar escondidos de estos diablos de poetas; pues si en ello se repara deben de pensar que son de casta de bofetón que los traen de cara en cara. MARGARITA: Mal dices de la poesía. LEONELA: Yo coplas no puedo verlas, que, según tratan en perlas, nos han de dar perlesía. Un rústico oyó unos versos en que un poeta alababa la corte donde habitaba, y entre atributos diversos que daba a sus damas era decir que cuantas vivían en ella, perlas tenían por dientes. Y de manera se le encajó ser verdad que dejando casa e hijos malbarató unos cortijos y parte de una heredad; y creyendo estas novelas dijo que iba, a su mujer, a la corte a enriquecer siendo en ella sacamuelas. Porque si en doliendo un diente y en sacándolo era perla no era difícil de haberla una baíca de oriente. Pues llenando una tinaja de dientes, perlas, podía, vendiéndolas en Turquía, tener más oro que paja. Dió en esto, y en lances pocos tan rematado quedó, que el poeta le llevó a la casa de los locos. MARGARITA: Tú puedes irte con él. LEONELA: Duendes y poetas son unos humo, otros carbón. MARGARITA: Ahora bien, va de papel.
Lee
"Temores, más de la justicia que de tu padre, me ausentaron de Florencia, y deseos de tu vista me han traído esta noche escondido a gozarla. Obligaciones me tienes y te tengo más de marido que de pretendiente; si gusta llévalas adelante, pues tu padre, según he sabido, está en Sena. Al anochecer irán por ti los negros con una silla, que no oso entrar en tu casa, porque desde la noche que me halló tu padre, la tengo por agüero. No lo seas tú de mi amor, sino fíate de los que te han de traer, hasta que Dios quiera que, muerto el viejo, vivamos los dos juntos. Él te aguarde. Valerio Nigro." LEONELA: Como marido dispone; parece señor de casa. MARGARITA: Quiérole bien y no pasa las leyes que amor propone. Tomó quieta posesión de lo más, ¿qué mucho, pues, que de lo que menos es se la dé mi inclinación? LEONELA: ¿Piénsaste casar con él, muerto el viejo? MARGARITA: Bien le quiero; mas que es también considero determinación crüel ser su esposa, porque están en estado arrepentido cuantas han hecho marido del que antes fue su galán, y recélome, en efecto, que el galán cuando se casa, como sabe ya la casa, entra perdiendo el respeto. No porque Valerio ame pienso consentirme asar, en todo quiero picar. LEONELA: El buey suelto bien se lame... MARGARITA: Papel y tinta hay aquí. LEONELA: ¿Sabes tú si volverá el francés fingido acá? MARGARITA: Paréceme a mí que sí. LEONELA: No pide el papel respuesta, que tú sola lo has de ser, si viene al anochecer la silla. MARGARITA: Poco me cuesta, por si vuelve o no, escribir dos renglones. LEONELA: El mercero es un gentil embustero; a fe que le he de pedir si vuelve, pues que me quedo de noche en casa y solita, que entre a ver cómo me quita la toba, y con ella el miedo.
Suenan pretales
MARGARITA: Esto basta. ¿Qué es aquello? LEONELA: Carrera a fe de cristiana. MARGARITA: No perderé la ventana aunque estuviese en cabello, que me muero si en la calle suenan pretales. LEONELA: ¿Y aquí te dejas el papel? MARGARITA: Sí; luego volveré a cerralle.
Vanse. Sale CLEANDRO de camino
CLEANDRO: Dos veces he salido de Florencia, y el recelo, otras tantas adivino, volviendo las espaldas al camino, no me consiente hacer de casa ausencia. Venció al fraterno amor la diligencia del honor que amenaza un desatino, que al fin su parentesco es más vecino, aunque su hermano soy, cual de Laurencia. Si ella a la muerte el túmulo previene, y a la muerte mi honra en casa espera, fuerza es mirar por lo que más conviene. Menos me importa que Laurencia muera; que quien enfermos en su casa tiene no hay para qué visite a los de fuera. La puerta falsa hallé abierta, que mi sospecha encamina, y temo que salga cierta, que no vuelve la honra fina que sale por falsa puerta. Nadie acá abajo ha quedado haciendo tanto calor. La sala baja han dejado; pero como es fuego amor busca su esfera elevado. ¿Mas qué están a la ventana? ¿Qué importa cerrar la puerta, si la deshonra liviana trae alas y la hallé abierta tan alta como profana?
Suena de dentro carrera
¿Carrera hay? No fue quimera mi sospecha apercibida. ¡Ah mocedad altanera! Mas ¿qué ha de salir corrida mi honra de esta carrera? Un papel hay aquí escrito, letra de Margarita es; .................... [ -ito] si es sentencia que después eche a mi honra un sambenito... No es prudente padre aquel que su hija enseña a que escriba, porque en la tinta y papel conserva la ocasión viva que se muriera sin él. Bien puede un padre excusar, si quiere vivir alerta, la vieja que entra a terciar, tener cerrada la puerta y las ventanas clavar. Pero, cuando escribir sabe, en vano guarda a su hija, por más que eche reja o llave, que, en fin, ¿por qué rendija un papel sutil no cabe? Estos argumentos son contra mí, pues que procura más que mi honra mi aflicción. Quiero verle, a buen seguro que no es de mi devoción.
Lee
"No quiero multiplicar palabras donde tan presto se han de ver las obras. La silla espero, y supuesto que ya anochece, pudiera haber venido. Guárdete el cielo y detenga allá al viejo todo lo que durare el quererme. Tu bien, etc." Buena ausencia quise hacer; no hay de mi honor que presuma que seguro está en poder de un papel y de una pluma en manos de una mujer. Dejad, Amor liberal, que el castigo que ejecuto sea a tanta ofensa igual, que no es árbol que da fruto la mujer si no es formal. Ea, remisa aflicción, aplicad medios crueles al honor, que no es razón que por Florencia en papeles ande mi honra en opinión. No sé a quién esto se escribe; la silla quiero aguardar que mi deshonra apercibe y en ella la muerte dar a quien en mi agravio vive; que en silla vengarme intento de quien en ella mancilla mi honor, pues es argumento, que quien da a mi agravio silla me quiere afrentar de asiento.
Vase. Salen LELIO y BRITÓN con baqueros de mojos de silla, correones y palos, tiznados como negros
BRITÓN: Bien pudieras ya decirme a qué fin has hecho, Lelio, con los dos este guisado de hígado, pues es negro; desenguinéame ya, que, mirándome al espejo, temor tuve de mi mismo según estoy sucio y feo. Si fueran Carnestolendas, cuando destierran el seso de Florencia, no era malo el disfraz, puesto que puerco. ¿Qué niñas a espantar vamos, o para qué nacimiento hacemos la Epifanía que al rey tizne represento? O declárate, o me lavo; que--¡vive Cristo!--que temo que me he de quedar así per omnia secula. LELIO: Necio: ¿mondo yo nísperos? Calla, y ven conmigo. BRITÓN: No quiero, ni he de quitarme de aquí si no me dices primero dónde vamos y a qué causa. LELIO: ¿Estás borracho? BRITÓN: Estoy hecho el propio un galán de requiem, no falta más que el entierro. LELIO: Calla, y sígueme. BRITÓN: Es en vano. Yo he dado por hoy en esto. ¡Vive Dios! Si no te explicas, que me has de ver estafermo. LELIO: ¡Válgate el diablo por loco! BRITÓN: ¡Válgate el diablo por cuerdo! LELIO: Ven, sabráslo de camino. BRITÓN: No, hay que hablar; aquí me asiento, o sacando agua de un pozo me quito todo el ungüento de esta carátula sucia, que a grajos y pringue huelo. LELIO: Sabrás, pues, ya que porfías... BRITÓN: Eso vaya. LELIO: ...que Valerio quiere a Margarita bien. BRITÓN: Dime otra cosa de nuevo, que esa ya sé que la tiene más ha de un año en destierro. LELIO: Gozóla a lo que se dice. BRITÓN: Y diráse lo que es cierto, que en un año de afición ni ella es manca ni él es lerdo. LELIO: El temor de sus parientes, solicitados del viejo, la hacen vivir con recato, hasta que la muerte y tiempo, que vencen dificultades, al yugo del casamiento los iguale. BRITÓN: Dices bien; que es más ella y él es menos. LELIO: Esta tarde, pues, se fue Cleandro a Sena, sabiendo que está a la muerte su hermana. Supo su ausencia Valerio, y, fiándose de mí, vino a Florencia encubierto a verse con Margarita... BRITÓN: Diligente caballero. LELIO: Para que esta noche vaya a mi casa, donde ha puesto el tesoro de sus gustos y han de gozarse en secreto. Pidió a Grimaldo prestada la silla con los dos negros dueños de aquestos vestidos. BRITÓN: Muy bien huelen a sus dueños. LELIO: Yo, que como soy de carne y no de mucha edad, tengo mis tentaciones humanas, ha más de un mes que deseo ser de aquesta Melisendra por una noche Gaiferos, y aun se lo he dado a entender. BRITÓN: ¿Mas que respondió no cheo? LELIO: "¡Zape!" dijo con la boca y "miz" con los ojos. BRITÓN: Bueno. Ahí un no es medio sí. Milagros son de estos tiempos. LELIO: No imagino si se ve en la ocasión, como ordeno, que se hará de pencas mucho, aunque es muy ilustre. BRITÓN: Credo; que es viña, en fin, vendimiada y da a todo pasajero un grumo, y más de racimo que se queda siempre entero. LELIO: Pues porque por diligencia no quede, esta noche intento hurtarle esta Margarita. BRITÓN: Si te la cuelgas al cuello no será malo el joyel. Envidia, por Dios, te tengo; que, como voy ya calando, no hay amante sin ingenio. LELIO: Como supe que pidió a Grimaldo silla y negros, llamélos aquesta tarde y dentro de un aposento sus zaques llené de vino. BRITÓN: ¿Desnudástelos? LELIO: Dejélos en carnes. BRITÓN: Muy bien guardaste tu vino, pues queda en cueros. LELIO: Cerrélos después con llave, encomendélos al sueño, y machacando carbón, con él y claras de huevos, he compuesto este betún con que los dos parecemos infantes de Monicongo; y fïado del silencio de la noche, en el zaguán de mi dama a punto tengo la silla en que a Margarita llevemos los dos. BRITÓN: Apelo. Aún si me cupiera parte, vaya; mas ¿no es caso recio que la lleve yo ensillada y tú la goces en pelo? Pero, dejando las burlas, si viene por ella Alberto, crïado de su galán, y has de ir en su seguimiento hecho ganapán de silla, ¿cómo ha de tener efecto tu mal digerida traza? LELIO: Una riña fingiremos con él; y con los correones de suerte le apartaremos de nosotros en la calle que huya como liebre o ciervo. BRITÓN: ¿Y dónde piensas llevarla? LELIO: ¿Eso preguntas? ¿No tengo en Florencia otras dos casas, una de la otra lejos? BRITÓN: Alto, la maula está hecha. ¡Vive Dios que eres discreto! El ingenio te ha aguzado la muela de algún barbero. Mas ¿no es éste Alberto? LELIO: El mismo. BRITÓN: Ya enguinéate .............y hablemos a lo de zape y Angola.
Sale ALBERTO
ALBERTO: ¿En qué diablos andáis, perros, que en todo hoy no os he topado? BRITÓN: Habra bien, sino que temo que turu ru palo encaje en cabeza y sacan seso. ALBERTO: ¿Qué es de la silla? LELIO: Ésa acá. ALBERTO: ¿Acá está ya? LELIO: Acá traemo, porque ruega ansí tu amo. ALBERTO: ¿Pues cuándo le hablastes? BRITÓN: Ruego. ALBERTO: ¿Y os mandó aguardarme aquí? BRITÓN: Sí, y sanca de frantiquero ocho reale para vina, que esa nobre cagayero. ALBERTO: Alto; viendo mi tardanza, dándole prisa el deseo, los debió de enviar aquí. Aguardadme en este puesto, iré a avisar a la dama que habéis de llevar. BRITÓN: Queremo, haga Valerio co era quaquala.
Vase ALBERTO
LELIO: Primo, callemo. Famosamente se traza. BRITÓN: Bueno se le va poniendo el ojo al haca. LELIO: ¡Oh qué noche! BRITÓN: No la dormirás al menos. LELIO: Lindo embuste. BRITÓN: Para ti, que yo soy sólo el jumento que le hacen llevar a cuestas la paja, y se queda hambriento. A mi costa has de cenar. LELIO: Tú buscarás tu remedio. BRITÓN: ¿Qué he de hacer? Cuando no hallare cecial, cenaré abadejo.
Sale MARGARITA con manto, LEONELA en cuerpo y ALBERTO. Sacan los LELIO y BRITÓN la silla
MARGARITA: Leonela: cierra la puerta. LEONELA: Di de mi parte a Valerio que si me ha de enviar barato. ALBERTO: ¿Y la silla? LELIO: Aquí traemo. ALBERTO: ¿Queréis que me quede yo por barato en casa? LEONELA: ¡Bueno! A ahorcado tal barato. ALBERTO: Del rollo de vuestro cuello. LEONELA: Sois grande para joyel. ¡Oh hi de puta y qué mercero! Bien vendéis vuestras agujas. ¿Entraste? MARGARITA: Sí, cierra.
Éntrase en la silla
LEONELA: Cierro. ALBERTO: ¿He de volver? LEONELA: ¿Para qué? ALBERTO: Para la toba. LEONELA: No cheo. ALBERTO: En fin, ¿no he de volver? LEONELA: No; mas si volviese sea luego.
Éntrase LEONELA
ALBERTO: Ea, perros, por aquí. LELIO: Ya dije que no yamemo perra a nadie, que también hay en mundo branca perro. ALBERTO: Pues ¿de qué se entona el galgo? BRITÓN: Négoro fa cagayero y no hay négoro sudío; que come mantega y puerco. ALBERTO: Hablen menos y anden más, que ya se me va subiendo a las narices el humo. LELIO: Po lo Dioso jelalero que han de pagá de un beyaco con cozo e lale con cuero de buey. BRITÓN: Dale culubán. ALBERTO: ¡Ay! BRITÓN: ¿Quejamo? ALBERTO: ¡Ay, que me han muerto! LELIO: Síguele por que se aleje, que al momento volveremos por la silla. BRITÓN: Bien se traza.
De dentro
ALBERTO: ¡Ah perrazos! BRITÓN: Aguala a perro.
Vanse. Sale CLEANDRO
CLEANDO: La silla que mi deshonra lleva he seguido encubierto hasta aquí, por conocer quién es su lascivo dueño. Pues dándolos muerte juntos verá Florencia si tengo la sangre helada, o si hierve con la venganza, que es fuego. Pero sola se ha quedado, porque los mozos huyeron; Amor, dejadme vengar, pues mi enojo es cual vos, ciego.
Abre la silla y saca a MARGARITA
Deshonra de aquestas canas a quien tan mal pago das. Lamia torpe, ¿dónde vas? ¿Por qué mi sangre profanas? Tus mocedades livianas castiga quien de ese talle quiere que en la calle te halle y huye tu desenvoltura, pues, al fin, como basura te han arrojado a la calle. No por pesada te suelta quien a cuestas te llevaba, pues tu liviandad bastaba a dar a Italia una vuelta. Mas como te vio resuelta a ser de tu honor tirana, tu propio peso amilana sus fuerzas, porque confiesa que la cosa que más pesa es una mujer liviana. El modo y traza condeno con que tu infamia procura dar muestras de tu locura, pues vas sin silla y sin freno; que enfrenaras fuera bueno la torpeza que te abrasa. Entra en casa, si es que pasa por ello y te admite en sí, que, por echarte de sí, te abrió sus puertas mi casa.
Vase MARGARITA
Para dar al vicio entrada las abrió Leonela ahora, que siempre de la señora es retrato la crïada. Sólo has tenido de honrada el irte sin responder, con que has podido vencer aquesta daga desnuda; pero ¿cuándo no fue muda la vergüenza en la mujer? Gente viene. Al que me ofende no conozco. Hablarle intento. Engendrado ha atrevimiento el enojo que me enciende. Si en esta silla pretende deshonrarme mi enemigo, con ir en ella consigo que sea en venganza igual, esta silla tribunal de mi agravio y su castigo. Ahora bien, aunque el temor tiene en la vejez su centro, determino entrarme dentro, que también sabe el honor disfrazarse como amor. Trazas tienen de ser éstas para mi ofensor molestas, pues me ha de llevar su gente sobre sí, cual penitente que lleva su cruz a cuestas.
Éntrase CLEANDRO en la silla. Salen LELIO y BRITÓN
LELIO: Bien le habemos alejado. BRITÓN: Cual novillo va corrido. LELIO: Habíase de haber ido la dama, que hemos tardado. BRITÓN: ¿Donde diablos, si ha cerrado su puerta? Cual plomo pesa. Aquí está. LELIO: Famosa empresa. BRITÓN: Como de tu ingenio fue. LELIO: Peldona vuesa mecé. Anda, plimo. BRITÓN: Vamo apriesa.
Llevan la silla de un cabo a otro del tablado. Sale VALERIO
VALERIO: O el esperar al que aguarda con sofísticos engaños le vende instantes por años, o mi Margarita tarda. Pero estos los negros son y esta la silla en que viene quien ha ya un año que tiene en mi pecho posesión.
Requebrando al viejo
Sol mío, ¿qué maravilla de noche os saca bizarro, y saliendo el sol en carro, sois vos sol y andáis en silla? Pero, pues dejáis el coche, corred cortinas también, porque los que en silla os ven, puedan ver al sol de noche. ¿No queréis hablarme, amores, mi bien, mi dueño, mi vida? Muda seréis mi homicida. BRITÓN: Cagayero dejan frores que pensan mucho mujer y queremo caminar. VALERIO: Pues por aquí habéis de echar, que en cas de Lelio ha de ser donde habéis de parar. LELIO: Bueno. Anda con Dioso, que aquí sabemo dó va. VALERIO: Qué, ¿así me desconocéis? BRITÓN: Sereno no conoce que está obscuro. VALERIO: Valerio soy. BRITÓN: Para eya. LELIO: No sa para vos donceya, apartamo. VALERIO: Perros, juro. BRITÓN: No yama perro, que hay palo, de siya y hay cureón. VALERIO: ¿No es linda disolución? LELIO: Que yeva pasa Gonzalo si no aparta de camino. VALERIO: Basta, que burlan de mí. O habéis de echar por aquí, o he de hacer un desatino.
Echa mano y da espaldarazos
Ea, perros, caminemos o moriréis a estocadas. LELIO: Compañeras cucharadas, palo de siya tenemos, aguarda vuesa mecé y veremos maravilla.
Llégase a sacar a MARGARITA y descubre al viejo CLEANDRO que sale, y echa mano
VALERIO: Amores, sal de la silla y a casa te llevaré. Mas ¿qué es esto? CLEANDRO: El desengaño que has de ver en mi venganza; la burla de tu esperanza, de tu atrevimiento el daño. No es Margarita mujer que, deshonrando su casa, al deseo que te abrasa tiene de corresponder. Que ella misma me avisó de tu intención atrevida, y el castigo de tu vida aquí dentro me metió. La espada tienes desnuda. Si, como afrentas mujeres, tu infamia defender quieres, palabras en obras muda, que si me haces que trasnoche, a matarte es, enemigo. VALERIO: No suelen reñir conmigo fantasmas que andan de noche. ¡Jesús, mil veces! No puedo creer que Cleandro seas, sino el diablo, que deseas ponerme de noche miedo. Y no será maravilla, que, según el mal gobierno de mi vida, del infierno demonios traigan la silla. ¡Jesús, infinitas veces! ¿La Margarita sois vos? No más, amores, por Dios.
Vase
CLEANDRO: ¿De un viejo huyes? Bien mereces nombre infame de cobarde. Soy pesado, no te sigo; mas yo te daré castigo; que si llega nunca es tarde.
Vase
BRITÓN: Burlaos con silla o con coche. ¡Oigan cómo ha enmudecido! ¡Gentil dama hemos traído! Duerme con ella una noche. LELIO: Déjame. BRITÓN: ¡Burla gallarda! Dado te han linda papilla, si hasta aquí trujiste silla, desde hoy más te pon albarda. LELIO: ¿Hay burla mayor? Metamos las dos en este zaguán, y vámonos. BRITÓN: Ganapán sin fruto. LELIO: ¡Buenos quedamos! BRITÓN: En blanco nos han dejado; mas miento, mejor diré, pues contigo me tizné, que nos dejan en tiznado. LELIO: Llega ya, y la silla carga. BRITÓN: Cuento hay para muchos días, mas buen despacho tenías si te echaras con la carga.

FIN DEL PRIMER ACTO

Quien no cae no se levanta, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002