EL DESDÉN CON EL DESDÉN

Agustín Moreto

Texto basado en varios textos tempranos del EL DESDÉN CON EL DESDÉN. Fue preparado en forma electrónica por Vern Williamsen en el año 1995.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen CARLOS y POLILLA
CARLOS: Yo he de perder el sentido con tan extraña mujer. POLILLA: Dame tu pena a entender, señor, por recién venido. Cuando te hallo en Barcelona lleno de aplauso y honor, donde tu heroico valor todo su pueblo pregona; cuando sobra a tus victorias ser Carlos, conde de Urgel, y en el mundo no hay papel donde se escriban tus glorias, ¿qué causa ha podido haber de que estés tal mal guisado? Que, por más que la he pensado, no la puedo comprender. CARLOS: Polilla, mi desazón tiene más naturaleza. Este pesar no es tristeza, sino desesperación. POLILLA: ¿Desesperación? Señor, que te enfrenes te aconsejo, que tiras algo a bermejo. CARLOS: No burles de mi dolor. POLILLA: ¿Yo burlar? Esto es templarte; mas tu desesperación, ¿qué tanta es a esta sazón? CARLOS: La mayor. POLILLA: ¿Cosa de ahorcarte? Que si no, poco te ahoga. CARLOS: No te burles, que me enfado. POLILLA: Pues si estás desesperado, ¿hago mal en darte soga? CARLOS: Si dejaras tu locura, mi mal te comunicara, porque la agudeza rara de tu ingenio me asegura que algún medio discurriera, como otras veces me has dado, con que alivie mi cuidado. POLILLA: Pues, señor, polilla fuera. Desemboca tu pasión y no tenga tu cuidado, teniéndola en el crïado, polilla en el corazón. CARLOS: Ya sabes que a Barcelona, del ocio de mis estados, me trajeron los cuidados de la fama que pregona de Dïana la hermosura, de esta corona heredera, en quien la dicha que espera tanto príncipe procura, compitiendo en un deseo gala, brío y discreción. POLILLA: Ya sé que sin pretensión viniste a este galanteo por lucir la bizarría de tus heroicos blasones, y que en todas las acciones siempre te has llevado el día. CARLOS: Pues oye mi sentimiento. POLILLA: Ello, ¿estás enamorado? CARLOS: Sí estoy. POLILLA: Gran susto me has dado. CARLOS: Pues escucha. POLILLA: Va de cuento. CARLOS: Ya sabes como en Urgel tuve, antes de mi partida, del amor del de Bearne y el de Fox larga noticia. De Dïana pretendientes, dieron con sus bizarrías voz a la fama, y asombro a todas estas provincia. El ver de amor tan rendidos como la fama publica dos príncipes tan bizarros, que aun los alaba la envidia, me llevó a ver si esto en ellos era por galantería, gusto, opinión o violencia de su hermosura divina. Entré pues en Barcelona; víla en su palacio un día sin susto del corazón ni admiración de la vistas, una hermosura modesta, con muchas señas de tibia, mas sin defecto común ni perfección peregrina, de aquellas en quien el juicio, cuando las vemos queridas, por la admiración apela al no sé qué de la dicha. La ocasión de verme entre ellos cuando al valor desafían en públicas competencias, con que el favor solicitan, ya que no pudo a mi amor, empeñó mi bizarría, ya en fiestas y ya en torneos y otras empresas debidas al culto de una deidad a cuya soberanía sin el empeño de amor la obligación sacrifica. Tuve en todas tal fortuna que, dejando deslucidas sus acciones, salí siempre coronado con las mías, y el vulgo, con el suceso, la corona merecida con la suerte dio a mi frente por mérito, siendo dicha, que cualquiera de los dos que en ella me competía la mereció más que yo. Pero para conseguirla tuve yo el faltar mi amor y no tener la codicia con que ellos la deseaban, y así por fuera fue mía; que en los casos de la suerte, por tema de su malicia, se van siempre las venturas a quien no las solicita. Siendo pues mis alabanzas de todos tan repetidas, sólo en Dïana hallé siempre una entereza tan hija de su esquiva condición que, siendo mis bizarrías dedicadas a su aplauso, nunca me dejó noticia, aya que no de favorable, siquiera de agradecida. Y esto con tanta esquivez que en todos dejó la misma admiración que en mis ojos; pues la extraña demasía de su entereza pasaba del decoro la medida y, excediendo de recato, tocaba ya en grosería; que a las damas de tal nombre puso el respeto dos líneas: una es la desatención, y otra el favor; mas la avisa que ponga entre ellas la planta tan ajustada y medida que en una ni en otra toque, porque si de agradecida adelanta mucho el pie, la raya del favor pisa, y es ligereza, y si entera mucho, y la planta retira por no tocar el favor, pisa en la descortesía. Este error hallé en Dïana, que empeñó mi bizarría a moverla por lo menos a atención, si no a caricia; y este deseo en las fiestas me obligaba a repetirlas, a buscar nuevos empeños al valor y ala osadía; mas nunca pude sacar de su condición esquiva más que más causa a la queja y más culpa a la malicia. De esto nación el inquirir si ella conmigo tenía alguna aversión o queja mal fundada o presumida, y averigüé que Dïana del discurso las primicias, con las luces de su ingenio las dio a la filosofía. De este estudio y la lección de las fábulas antiguas, resultó un común desprecio de los hombres, unas iras contra el orden natural del amor con quien fabrica el mundo a su duración alcázares en que viva; tan estable en su opinión, que da con sentencia fija el querer bien por pasión de las mujeres indigna; tanto, que siendo heredera de esta corona, y precisa la obligación de casarse, la renuncia y desestima por no ver que haya quien triunfe de su condición altiva. A su cuarto hace la selva de Dïana, y son las ninfas sus damas, y en este estudio las emplea todo el día. Sólo adornan sus paredes de las ninfas fugitivas pinturas que persüaden al desdén. Allí se mira a Dafne huyendo de Apolo, Anajarte convertida en piedra por no querer, Aretusa en fuentecilla, que el tierno llanto de Alfeo paga en lágrimas esquivas. Y viendo el conde, su padre, que en este error se confirma cada día con más fuerza, que la razón no la obliga, que sus ruegos no la ablandan, y con tal furia se irrita en hablándola de amor, que teme que la encamina a un furor desesperado, que el medio más blando elija la aconseja su prudencia, y a los príncipes convida para que, haciendo por ella fiestas y galanterías, sin la persuasión ni el ruego, la naturaleza misma sea quien lidie con ella, por si, teniendo a la vista aplausos y rendimientos, ansias, lisonjas, caricias, su propio interés la vence o la obligación la inclina, que en quien la razón no labra, endurece la porfía del persuadir. Y no hay cosa como dejar a quien lidia con su misma sinrazón; pues si ella misma le guía al error, en dando en él, es fuerza quedar vencida, porque no hay con el que a oscuras por un mal paso camina, para que vea su engaño, mejor luz que la caída. Habiendo ya averiguado que esto en su opinión esquiva era desprecio común y no repugnancia mía, claro está que yo debiera sosegarme en mi porfía; y considerando bien opinión tan exquisita, primero que a sentimiento pudiera moverme a risa. Pues para que se conozca la vileza más indigna de nuestra naturaleza, aquella hermosura misma que yo antes libre miraba con tantas partes de tibia, cuando la vi desdeñosa, por lo imposible a la vista, la que miraba común, me pareció peregrina. ¡Oh, bajeza del deseo! Que aunque sea a la codicia de más precio lo que alcanza que no lo que se retira, sólo por la privación de más valor lo imagina, y da el precio a lo difícil, que su mismo ser le quita. Cada vez que la miraba más vella me parecía, e iba creciendo en mi pecho este fuego tan aprisa a que, absorto de ver la llama, a ver la causa volvía, y hallaba que aquella nieve de su desdén, muda y tibia, producía en mí este incendio. ¡Qué ejemplo para el que olvida! Seguro piensa que está el que en la ceniza fría tiene ya su amor difunto: ¡qué engañado lo imagina! Si amor se enciende de nieve, ¿quién se fía en la ceniza? Corrido yo de mis ansias preguntaba a mis fatigas: ¡Traidor corazón! ¿Qué es esto? ¿Qué es esto, aleves caricias? La que neutral no os agrada ¿os parece bien esquiva? La que vista no os suspende ¿cuando es ingrata os admira? ¿Qué le añade a la hermosura el rigor que la ilumina? ¿Con el desdén es hermosa la que sin desdén fue tibia? El desprecio, ¿no es injuria? La que desprecia, ¿no irrita? Pues la que no pudo afable, ¿por qué os arrastra enemiga? La crueldad a la hermosura, ¿el ser de deidad la quita? Pues, ¿qué, para mí la ensalza lo que para sí la humilla? Lo tirano, ¿se aborrece? Pues a mí, ¿cómo me obliga? ¿Qué es esto, amor? ¿Es acaso hermosa la tiranía? No es posible, no; esto es falso; no es esto amor, ni hay quien diga que arrastrar pudo inhumana la que no movió divina. Pues, ¿qué es esto? ¿Esto no es fuego? Sí, que mi ardor lo acredita; no, que el hielo no lo causa; sí, que el pecho lo publica. No puede ser, no es posible, no, que a la razón implica. Pues, ¿qué será? Esto es deseo. ¿De qué? De mi muerte misma. Yo mi mal querer no puedo; pues, ¿qué será? ¿Una codicia de aquello que se me aparte? No, porque no la querría el corazón. ¿Esto es tema? No. Pues, alma, ¿qué imaginas? Bajeza es del pensamiento; no es sino soberanía de nuestra naturaleza cuya condición altiva todo lo quiere rendir, como superior se mira. Y habiendo visto que hay pecho que a su halago no se rinda, el dolor de este desdén le abrasa y le martiriza, y produce un sentimiento, con que a desear le obliga vencer aquel imposible. Y ardiendo en esta fatiga, como hay parte de deseo, y este deseo lastima, parece efecto de amor porque apetece y aspira, y no es sino sentimiento equivocado en caricia. Esto la razón discurre; mas la voluntad, indigna, toda la razón me arrastras y todo el valor me quita. Sea amor o sentimiento, nieve, ardor, llama o ceniza, yo me abraso, yo me rindo a esta furia vengativa de amor, contra la quietud de mi libertad tranquila; y sin esperanza alguna de sosiego en mis fatigas, yo padezco en mi silencio, yo mismo soy de las iras de mi dolor alimento; mi pena se hace a sí misma, porque, más que mi deseo, es rayo que me fulmina, aunque es tan digna la causa, el ser la razón indigna; pues mi ciega voluntad se lleva y se precipita del rigor, de la crueldad, del desdén, la tiranía, y muero, más que de amor, de ver que a tanta desdicha quien no pudo como hermosa, me arrastrase como esquiva. POLILLA: Atento, señor, he estado, y el suceso no me admira, porque esto, señor, es cosa que sucede cada día. Mira. Siendo yo muchacho, había en mi casa vendimia, y por el suelo las uvas nunca me daban codicia. Pasó este tiempo y después colgaron en la cocina las uvas para el invierno; y yo, viéndolas arriba, rabiaba por comer de ellas tanto, que trepando un día por alcanzarlas, caí y me quebré las costillas. Éste es el caso, él por él. CARLOS: No el ser natural me alivia si es injusto el natural. POLILLA: Di, señor, ¿ella mira con más cariño a otro? CARLOS: No. POLILLA: Y ellos, ¿no la solicitan? CARLOS: Todos vencerla pretenden. POLILLA: Pues que cae más aprisa apostaré. CARLOS: ¿Por qué causa? POLILLA: Sólo porque es tan esquiva. CARLOS: ¿Cómo ha de ser? POLILLA: Verbigracia. ¿Viste una breva en la cima de una higuera, y los muchachos que en alcanzarla porfían piedras la tiran a pares; y aunque a algunas se resista, al cabo, de aporreada con las piedras que la tiran, viene a caer más madura? Pues lo mismo aquí imagina. Ella está tiesa y muy alta; tú tus pedradas la tiras; los otros tiran las suyas; luego, por más que resista, ha de venir a caer, de una y otra a la porfía, más madura que una breva. Mas cuidado a la caída, que el cogerla es lo que importa; que ella caerá, como hay viñas. CARLOS: El conde, su padre, viene. POLILLA: Acompañado, se mira, del de Fox y el de Bearne. CARLOS: Ninguno tiene noticia del incendio de mi pecho, porque mi silencio abriga el áspid de mi dolor. POLILLA: Ésa es mayor valentía. Callar tu pasión mucho es, ¡vive Dios! ¿Por qué imaginas que llaman ciego a quien ama? CARLOS: Porque sus yerros no mira. POLILLA: No tal. CARLOS: Pues, ¿por qué esta ciego? POLILLA: Porque el que ama, al ciego imita. CARLOS: ¿En qué? POLILLA: Encantar la pasión por calles y por esquinas.
Salen el CONDE de Barcelona, el PRÍNCIPE de Bearne, y don GASTÓN, conde de Fox
CONDE: Príncipes, vuestro justo sentimiento, mirado bien, no es vuestro, sino mío Ningún remedio intento, que no le venza el ciego desvarío de Dïana, en quien hallo cada vez menos medios de enmendallo. Ni del poder de padre a usar me atrevo, ni del de la razón, porque se irrita tanto cuando de amor a hablarla pruebo, que a más daño el furor la precipita. Ella, en fin, por no mar ni sujetarse, quiere morir primero que casarse. GASTÓN: Ésa, señor, es opinión aguda de su discurso, a los estudios dado, que el tiempo sólo o la razón la muda; y sin razón estás desesperado. CONDE: Conde de Fox, aunque verdad es ésa, no me atrevo a empeñaros en la empresa de que asistáis en vano a su hermosura, faltando en vuestro estado a su asistencia. PRÍNCIPE: Señor, con tu licencia, el que es capricho injusto, nunca dura; y aunque el vencerle es dificultoso, yo estoy perdiendo tiempo más airoso, ya que a este intento de Bearne vine, que dejando la empresa mi constancia, porque es mayor desaire que imagine nadie que al dejé por inconstancia, ni ese crédito es de su hermosura, ni del honesto amor que la procura. CARLOS: El Príncipe, señor, ha respondido como galán, bizarro y caballero; que aun en mí, que he venido sin ese empeño, sólo aventurero, a festejar no haciendo competencia, dejar de proseguir fuera indecencia. CONDE: Príncipes, lo que siento es empeñaros en porfiar, cuando halla la porfía de mayor resistencia indicios claros; si la gala, el valor, la bizarría, no la mueve ni inclina, ¿con qué intento vencer imagináis su entendimiento? POLILLA: Señor, un necio a veces halla un medio que aprueba la razón. Si dais licencia, yo me atreveré a daros un remedio con que, aunque ella aborrezca su presencia, se le vayan los ojos, hechos fuentes, tras cualquiera galán de los presentes. CONDE: Pues, ¿qué medio imaginas? POLILLA: Como mío. Hacer justas, torneos, a una ingrata, es poner ollas a quien tiene hastío. El medio es, que rendirla no dilata, poner en una torre a la Princesa, sin comer cuatro días ni ver mesa; y luego han de pasar estos galanes delante de ella y convidando a escote, el uno con seis pollas y dos panes, el otro con un plato de jigote; y a mí me lleve el diablo, si los viere, si tras ellos corriendo no saliere. CARLOS: ¡Calla, loco bufón! POLILLA: ¿Esto es locura? Ejecútese el medio, y a la prueba. Sitien luego por hambre su hermosura, y verán si los ojos no la lleva quien sacare un vestido de camino, guarnecido de lonjas de tocino. PRÍNCIPE: Señor, sola una cosa por mí pido, que don Gastón también ha de querella. Nunca hablar a Dïana hemos podido; danos licencia tú de hablar con ella, que el trato y la razón puede mudarla. CONDE: Aunque la ha de negar, he de intentarla. Pensad vosotros medios y ocasiones de mover su entereza, que a escucharos yo la sabré obligar con mis razones, que es cuanto puedo hacer para ayudaros a la empresa tan justa y deseada de ver mi sucesión asegurada.
Vase [el CONDE]
PRÍNCIPE: Conde, crédito es de la nobleza de nuestra heroica sangre la porfía de rendir el desdén de su belleza; juntos la hemos de hablar. CARLOS: Yo compañía al empeño os haré, mas no al deseo, porque yo sin amor sigo este empleo. GASTÓN: Pues ya que vos no estáis enamorado, ¿qué medios seguiremos de obligalla? Que esto lo ve mejor el descuidado. CARLOS: Yo un medio sé que mi silencio calla, porque otro empeño es, que al proponerle cualquiera de los dos ha de quererle. PRÍNCIPE: Decís bien. GASTÓN: Pues, Bearne, vamos luego a imaginar festejos y finezas. PRÍNCIPE: A introducir en su desdén el fuego. GASTÓN: Ríndanse a nuestro incendio sus tibiezas. CARLOS: Yo a eso asistiré. PRÍNCIPE: Pues a esta gloria.
Vanse el PRÍNCIPE y don GASTÓN
CARLOS: Y que del más feliz sea la victoria. POLILLA: Pues, ¿qué es esto, señor? ¿Por qué has negado tu amor? CARLOS: He de seguir otro camino de vencer un desdén tan desusado. Ven, y yo te diré lo que imagino, que tú me has de ayudar. POLILLA: Eso no hay duda. CARLOS: Allá has de entrar. POLILLA: Seré Simón y ayuda. CARLOS: ¿Sabráste introducir? POLILLA: Y hacer pesquisas. ¿Yo Polilla no soy? ¿Eso previenes? Me sabré introducir en sus camisas. CARLOS: Pues ya a mi amor le doy los parabienes. POLILLA: Vamos, que si eso importa a las marañas, yo sabré apolillarle las entrañas.
Vanse [los dos]. Salen DIANA, CINTIA, LAURA, DAMAS, y MÚSICOS
MÚSICA: "Huyendo la hermosa Dafne, burla de Apolo la fe, sin duda la sigue un rayo, pues la defiende un laurel." DIANA: ¡Qué bien que suena en mi oído aquel honesto desdén! ¡Que hay mujer que quiera bien! ¡Que haya pecho agradecido! CINTIA: (¡Que por error su agudeza Aparte quiera el amor condenar; y si lo es, quiera enmendar lo que error naturaleza!) DIANA: Este romance cantad; proseguid, que el que le hizo, bien conoció el falso hechizo de esa tirana deidad. MÚSICOS: "Poca o ninguna distancia hay de amar a agradecer, no agradezca la que quiere la victoria del desdén." DIANA: ¡Qué bien dice! Amor es niño, y no hay agradecimiento, que al primer paso, aunque lento, no tropiece en su cariño. Agradecer es pagar con un decente favor; luego quien paga el amor ya estima el verse adorar. Pues si estima, agradecida, ser amada una mujer, ¿que falta para querer a quien quiere ser querida? CINTIA: El agradecer, Dïana, es deuda noble y cortés; la que agradecida es no se infiere que es liviana. Que agradece la razón siempre en nosotras se infiere; la voluntad es quien quiere; distintas la causas son; luego si hay diversidad en la causa y el intento, bien puede el entendimiento obrar sin la voluntad. DIANA: Que haber puede estimación sin amor es la verdad, porque amar es voluntad y agradecer es razón. No digo que ha de querer por fuerza la que agradece; pero, Cintia, me parece que está cerca de caer; y quien de esto se asegura, no teme o no ve el engaño, porque no recela el daño quien al riesgo se aventura. CINTIA: El ser desagradecida es delito descortés. DIANA: Pero el agradecer es peligro de la caída. CINTIA: Yo el delito no permito. DIANA: Ni yo un riesgo tan extraño. CINTIA: Pues por excusar un daño, ¿es bien hacer un delito? DIANA: Sí, siendo tan contingente el riesgo. CINTIA: Pues, ¿no es menor, si es contingente, este error que esta delito presente? DIANA: No, que es más culpa el amar, que falta el no agradecer. CINTIA: ¿No es mejor, si puede ser, el no querer y estimar? DIANA: No, porque a querer se ha de ir. CINTIA: Pues, ¿no puede allí parar? DIANA: Quien no resiste a empezar, no resiste a proseguir. CINTIA: Pues el ser agradecida, ¿no es mejor, si esto es ganancia, y gastar esa constancia en resistir la caída? DIANA: No, que eso es introducirle al amor, y al desecharle, no basta para arrojarle lo que puede resistirle. CINTIA: Pues cuando eso haya de ser, más que a la atención faltar, me quiero yo aventurar al peligro de querer. DIANA: ¿Qué es querer? Tú hablas así, o atrevida o sin cuidado; sin duda te has olvidado que estás delante de mí. ¡Querer! ¿Se ha de imaginar en mi presencia querer? ¡Mas eso no puede ser! Laura, volved a cantar. MÚSICOS: "No se fíe en las caricias de Amor quien niño le ve; que, con presencia de niño, tiene decretos de rey."
Sale POLILLA, de médico ridículo
POLILLA: (¡Plegue al cielo que dé fuego Aparte mi entrada! DIANA: ¿Quién entra aquí? POLILLA: "Ego." DIANA: ¿Quién? POLILLA: "Mihi, vel mí; [e]scholasticus sum ego, pauper et enamoratus." DIANA: ¿Vos enamorado estáis? Pues, ¿cómo aquí entrar osáis? POLILLA: No, señora; "escarmentatus." DIANA: ¿Qué os escarmentó? POLILLA: Amor ruin; y escarmentado en su error, me he hecho médico de amor, por ir de ruin a rocín. DIANA: ¡De dónde sois? POLILLA: De un lugar. DIANA: Fuerza es. POLILLA: No he dicho poco; que en latín lugar es "loco." DIANA: Ya os entiendo. POLILLA: Pues andar. DIANA: ¿Y a qué entráis? POLILLA: La fama oí de vos, con admiración de tan rara condición. DIANA: ¿Dónde supisteis de mí? POLILLA: En Acapulco. DIANA: ¿Dónde es? POLILLA: Media leguas de Tortosa; y mi codicia, ambiciosa, de saber curar después del mal de Amor, sarna insana, me trajo a veros, por Dios, por sólo aprender de vos. Partíme luego a la Habana, por venir a Barcelona, y tomé postas allí. DIANA: ¿Postas en la Habana? POLILLA: Sí. Y me apeé en Tarragona, de donde vengo hasta aquí, como hace fuerte el verano, a pie a pediros la mano. DIANA: ¿Y qué os parece de mí? POLILLA: Eso es fuerza que me aturda; no tiene Amor mejor flecha que vuestra mano derecha, si no es sacáis la zurda. DIANA: ¡Buen humor tenéis! POLILLA: Así, ¿gusta mi conversación? DIANA: Sí. POLILLA: Pues con una ración os podéis hartar de mí. DIANA: Yo os la doy. POLILLA: Beso... ¡Qué error! ¿Beso dije? Ya no beso. DIANA: Pues, ¿por qué? POLILLA: El beso es el queso de los ratones de Amor. DIANA: Yo os admito. POLILLA: Dios delante; mas sea con plaza de honor. DIANA: ¿No sois médico? POLILLA: Hablador, y así seré platicante. DIANA: Y del mal de Amor, que mata, ¿cómo curáis? POLILLA: Al que es franco curo con ungüento blanco. DIANA: ¿Y sana? POLILLA: Sí, porque es plata. DIANA: ¿Estáis mal con él? POLILLA: Su nombre me mata. Llamó al Amor Averroes hernia, un humor que hila las tripas a un hombre. Amor, señora, es congoja, traición, tiranía villana, y sólo el tiempo le sana, suplicaciones y aloja. Amor es quita-razón, quita-sueño, quita-bien, quita-pelillos también, que hará calvo a un motilón. Y las que él obliga a amar, todas acaban en quita, Francisquita, Mariquita, por ser todas al quitar. DIANA: Lo que había menester para mi divertimiento tengo en vos. POLILLA: Con ese intento vino yo desde Añover. DIANA: ¿Añover? POLILLA: El me crïó; que en este lugar extraño se ven melones cada año, y así Año-ver se llamó. DIANA: ¿Cómo os llamáis? POLILLA: Caniquí. DIANA: Caniquí, a vuestra venida estoy muy agradecida. POLILLA: Para las dueñas nací. (Ya yo tengo introducción. Aparte Así en el mundo sucede: lo que un príncipe no puede, yo he logrado por bufón. Si ahora no llega a rendilla Carlos, sin maña se viene, pues ya introducida tiene en su pecho la polilla.) LAURA: Con los príncipes tu padre viene, señora, acá dentro. DIANA: ¿Con los príncipes? ¿Que dices? ¿Qué intenta mi padre? ¡Cielos! Si es repetir la porfía de que me case, primero rendiré el cuello a un cuchillo.
[CINTIA habla aparte con LAURA]
CINTIA: ¿Hay tal aborrecimiento de los hombres? ¿Es posible, Laura, que el brío, el aliento del de Urgel no la arrebate? LAURA: Que es hermafrodita pienso. CINTIA: A mí me lleva los ojos. LAURA: Y a mí el Caniquí, en secreto, me ha llevado las narices; que me agrada para lienzo.
Salen el CONDE, el PRÍNCIPE, don GASTÓN, y CARLOS
CONDE: Príncipes,entrad conmigo. CARLOS: (Sin alma a sus ojos vengo; Aparte no sé si tendré valor para fingir lo que intento. Siempre la hallo más hermosa.) DIANA: (¡Cielos! ¿Qué puede ser esto?) Aparte CONDE: ¿Hija? ¿Dïana? DIANA: ¿Señor? CONDE: Yo, que a tu decoro atiendo, y a la deuda en que me ponen los condes con sus festejos, habiendo de ellos sabido que del retiro que has hecho de su vista, están quejosos... DIANA: Señor, que me des, te ruego, licencia, antes que prosigas, ni tu palabra haga empeño de cosa que te esté mal, de prevenirte mi intento. Lo primero es, que contigo mi voluntad tener puedo, ni la tengo, porque sólo mi albedrío es tu precepto. Lo segundo es, que el casarme, señor, ha de ser lo mesmo que dar la garganta a un lazo y el corazón a un veneno. Casarme y morir es uno, mas tu obediencia es primero que mi vida. Esto asentado, venga ahora tu decreto. CONDE: Hija, mal has presumido, que yo casarte no intento, sino dar satisfacción a los príncipes, que han hecho tantos festejos por ti. Y el mayor de todos ellos es pedirte por esposa, siendo tan digno su aliento, ya que no de tus favores, de mis agradecimientos. Y no habiendo de otorgarlo, debe atender mi respeto a que ninguno se vaya, sospechando que es desprecio, sino aversión que tu gusto tiene con el casamiento. Y también, que esto no es resistencia a mi precepto, cuando yo no te lo mando, porque el amor que te tengo mi obliga a seguir tu gusto. Y, pues tú en seguir tu intento ni a mí me desobedeces ni los desprecias a ellos, dales la razón que tiene para esta opinión tu pecho, que esto importa a tu decoro y acredita mi respeto.
Vase [el CONDE]
DIANA: Si eso pretendéis no más, oíd, que dárosla quiero. GASTÓN: Sólo a ese intento venimos. PRÍNCIPE: Y no extrañéis el deseo, que más extraña es en vos la aversión al casamiento. CARLOS: Yo, aunque a saberlo he venido, sólo ha sido con pretexto, sin extrañar la opinión de saber el fundamento. DIANA: Pues oíd, que ya le digo. POLILLA: (¡Vive Dios, que es raro empeño! Aparte ¿Si hallará razón bastante? Porque será bravo cuento dar razón para ser loca.) DIANA: Desde aquel albor primero con que amaneció al discurso la luz de mi entendimiento y el día de la razón, fue de mi vida el empleo el estudio y la lección de la historia, en quien da el tiempo escarmiento a los futuros con los pasados ejemplos. Cuantas ruinas y destrozos, tragedias y desconciertos han sucedido en el mundo entre ilustres y plebeyos, todas nacieron de amor. Cuanto los sabios supieron, cuando a la filosofía moral liquidó el ingenio, gastaron en prevenir a los siglos venideros el ciego error, la violencia, el loco, el tirano imperio de esa mentida deidad que se introduce en los pechos con dulce voz de cariño, siendo un volcán allá dentro. ¿Qué amante jamás al mundo dio a entender de sus efectos sino lástimas, desdichas, lágrimas, ansias, lamentos, suspiros, quejas, sollozos, sonando con triste estruendo para lastimar las quejas, para escarmentar los ecos? Si alguno correspondido se vio, paró en un despeño, que al que no su tiranía se opuso el poder del cielo. Pues si quien se casa va a amar por deuda y empeño, ¿cómo se puede casar quien sabe de amor el riesgo? Pues casarse sin amor es dar causa sin efecto. ¿Cómo puede ser esclavo quien no se ha rendido al dueño? ¿Puede hallar un corazón más indigno cautiverio que rendirle su albedrío quien no manda su deseo? El obedecerle es deuda; pues, ¿cómo vivirá un pecho con una obediencia fuera y una resistencia dentro? Con amor o sin amor, yo, en fin, casarme no puedo; con amor, porque es peligro; sin amor, porque no quiero. PRÍNCIPE: Dándome los dos licencia, responderé a lo propuesto. GASTÓN: Por mi parte, yo os la doy. CARLOS: Yo, que responder no tengo, pues la opinión que yo sigo favorece aquel intento. PRÍNCIPE: La mayor guerra, señora, que hace el engaño al ingenio, es estar siempre vestido de aparente argumentos. Dejando la consecuencias que tiene amor contra ellos, que en un discurso engañado suelen ser de menos precio, la experiencia es la razón mayor que hay para venceros, porque ella sola concluye con la prueba del efecto. Si vos os negáis al trato, siempre estaréis en el yerro, porque no cabe experiencia donde se excusa el empeño. Vos vais contra la razón natural, y el propio fuero de nuestra naturaleza pervertís con el ingenio. No neguéis vos el oído a las verdades del ruego, porque si es razón no amar, contra la razón no hay riesgo. Y si no es razón es fuerza, que os ha de vencer el tiempo, y entonces será victoria publicar el vencimiento. Vos defendéis el desdén; todos vencerle queremos; vos decís que esto es razón; permitíos al festejo, y haced escuela al desdén, donde en nuestro galanteo, los intentos de obligaros has de ser los argumentos. Veamos quién tiene razón, porque ha de ser nuestro empeño inclinaros al cariño, o quedar vencidos ellos. DIANA: Pues para que conozcáis que la opinión que yo llevo es hija del desengaño, y del error vuestro intento, festejad, imaginad cuanto caminos y medio de obligar una hermosura tiene amor, halla el ingenio, que desde aquí me permito a lisonjas y festejos con el oído y los ojos, sólo para convenceros de que no puedo querer, y que el desdén que yo tengo, sin fomentarle el discurso, es natural en mi pecho. GASTÓN: Pues si argumento ha de ser desde hoy nuestro galanteo, todos vamos a argüir contra el desdén y despego. Príncipes, de la razón y de amor es ya el empeño; cada uno un medio elija de seguir este argumento. Veamos, para concluir, quién elige mejor medio.
Vase [don GASTÓN]
PRÍNCIPE: Yo voy a escoger el mío, y de vos, señora, espero que habéis de ser contra vos el más agudo argumento.
Vase [el PRÍNCIPE]
CARLOS: Pues yo, señora, también, por deuda de caballero, proseguiré en festejaros, mas será sin ese intento. DIANA: Pues, ¿por qué? CARLOS: Porque yo sigo la opinión de vuestro ingenio; mas aunque es vuestra opinión, la mía es con más extremo. DIANA: ¿De qué suerte? CARLOS: Yo, señora, no sólo querer no quiero mas ni quiero ser querido. DIANA: Pues, ¿en ser querido hay riesgo? CARLOS: No hay riesgo pero hay delito; no hay riesgo, porque mi pecho tiene tan establecido el no amar en ningún tiempo, que si el cielo compusiera una hermosura de extremos y ésta me amara, no hallara correspondencia en mi afecto. Hay delito, porque cuando sé yo que querer no puedo, amarme y no amar, sería faltar mi agradecimiento. Y así yo, ni ser querido ni querer, señora, quiero, porque temo ser ingrato cuando sé yo que he de serlo. DIANA: Luego, ¿vos me festejáis sin amarme? CARLOS: Esto es muy cierto. DIANA: Pues, ¿para qué? CARLOS: Por pagaros la veneración que os debo. DIANA: Y eso, ¿no es amor? CARLOS: ¿Amor? No, señora, esto es respeto. POLILLA: (¡Cuerpo de Cristo! ¡Qué lindo! Aparte ¡Qué bravo botón de fuego! Échala de ese vinagre, y verás, para su tiempo, qué bravo escabeche sale.)
[DIANA y CINTIA hablan aparte]
DIANA: Cintia, ¿has oído a este necio? ¿No es graciosa su locura? CINTIA: Soberbia es. DIANA: ¿No será bueno enamorar a este loco? CINTIA: Sí, mas hay peligro en eso. DIANA: ¿De qué? CINTIA: Que tú te enamores, si no logras el empeño. DIANA: Ahora eres tú más necia; pues, ¿cómo puede ser eso? No me mueven los rendidos y, ¿ha de arrastrarme el soberbio? CINTIA: Esto, señora, es aviso. DIANA: Por eso he de hacer empeño de rendir su vanidad. CINTIA: Yo me holgaré mucho de ello.
A CARLOS
DIANA: Proseguid la bizarría, que yo ahora os la agradezco con mayor estimación, pues sin amor os la debo. CARLOS: ¿Vos agradecéis, señora? DIANA: Es porque con vos no hay riesgo. CARLOS: Pues yo iré a empeñaros más. DIANA: Y yo voy a agradecerlo. CARLOS: Pues mirad que no queráis, porque cesaré en mi intento. DIANA: No me costará cuidado. CARLOS: Pues siendo así, yo lo acepto. DIANA: Andad. Venid, Caniquí. CARLOS: ¿Qué decís? POLILLA: Soy ya ese lienzo.
A CINTIA
DIANA: Cintia, rendido has de verle. CINTIA: Sí será; pero yo temo que se te trueque la suerte. (Y eso es lo que yo deseo.) Aparte
A CARLOS
DIANA: Mas, ¿oís? CARLOS: ¿Qué me queréis? DIANA: Que si acaso os muda el tiempo... CARLOS: ¿A qué, señora? DIANA: A querer. CARLOS: ¿Qué he de hacer? DIANA: Sufrir desprecios. CARLOS: ¿Y si en vos hubiese amor? DIANA: Yo no querré. CARLOS: Así lo creo. DIANA: Pues, ¿qué pedís? CARLOS: Por si acaso... DIANA: Eso acaso está muy lejos. CARLOS: ¿Y si llega? DIANA: No es posible. CARLOS: Supongo. DIANA: Yo lo prometo. CARLOS: Eso pido. DIANA: Bien está. Quede así. CARLOS: Guárdeos el cielo. DIANA: (Aunque me cueste un cuidado, Aparte he de rendir a este necio.)
Vanse DIANA y las damas
POLILLA: Señor, buena va la danza. CARLOS: Polilla, yo estoy muriendo; todo mi valor ha habido menester mi fingimiento. POLILLA: Señor, llévalo adelante, y verás si no da fuego. CARLOS: Eso importa. POLILLA: Ven, señor, que ya yo estoy acá dentro. CARLOS: ¿Cómo? POLILLA: Con lo Caniquí me he hecho lienzo casero.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

El desdén con el desdén, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002