LA MONJA ALFÉREZ

Juan Pérez de Montalbán

El texto presentado aquí está basado en el texto tal como se halla en un tomo facticio encontrado en la biblioteca de la Universidad de Pennsaylvania, COMEDIAS VARIAS, tomo 6. El texto ha sido cotajado con el encontrado en el tomo, THE NUN ENSIGN, edición, traducción, y la edición de la supuesta biografía en prosa de Catalina de Erauso preparado por James Fitzmaurice-Kelly (London: T. Fisher Unwin, 1908). El texto electrónico fue preparado por Ricardo Castells quien tan generosamente lo ha mandado para ser incluido en esta presente colección. Luego este texto fue editado y pasado al HTML por Vern Williamsen en 1998.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


GUZMÁN y MACHÍN de camino, doña ANA e INÉS con mantos
ANA: No puedo enfrenar el llanto. GUZMÁN: No lo hubiera yo emprendido, mi bien si hubiera entendido que tú lo sintieras tanto. Mas ya es hecho; tú, señora, eres culpada, yo no, pues que tu amor me ocultó lo que me descubre ahora. ANA: El favor más limitado de una principal mujer, no basta para prender la esperanza, y el cuidado. ¿Pude yo, siendo quien soy, darte señales más claras de mi amor? ¿Tú estimaras los favores que te doy, si te entregase liviana la posesión de mi pecho? GUZMÁN: Ya no hay remedio, ya es hecho, mas alivie, mi doña Ana, si mi ausencia te lastima, el mal que sintiendo estás, ver que dos leguas no más dista el Callao de Lima. Y no dará luz la aurora, jamás al monte, ni prado sin que a mí me la haya dado ese sol que el alma adora. Así desmentir podré la ausencia que te amenaza, que supuesto que la plaza yo de soldado asenté, y en el puerto he de asistir las noches que estar de posta no me toque, por la posta a verte podré venir. ANA: Con eso no solamente se alivian mis sentimientos, mas es para mis tormentos el medio más conveniente. Pues si de las ansias mías la envidiosa diligencia tuvo indicios, con tu ausencia desmentimos las espías. Que ya sabes que el efecto de poderte ver, y hablar, solamente ha de durar lo que durare el secreto. Y así de nuevo te pido, que la palabra me des de no romperlo, aunque estés ya celoso, ya ofendido. GUZMÁN: Y de nuevo te prometo, que no sepa mi cuidado de mí, sino este crïado, que es ejemplo del secreto. MACHÍN: No viene Machín de casta que se pierde por hablar, pues para saber callar, soy vizcaíno, que basta. ANA: Pues, Alonso de Guzmán hace de ti confïanza, ésa es la mayor probanza que tus méritos me dan. Y tú porque la ocasión jamás pierdas de venir a verme, sin que inferir pueda nadie tu afición. Pues es la curiosidad tan necia, que te podría poner una oculta espía, que al entrar en la ciudad te siguiese, y nuestro amor viniera a saberse, quiero que el caballo más ligero, que de indiano picador, agitado excede al viento, obedezca a tu cuidado, porque el pedirlo prestado, no dé indicios de tu intento.
Dale una cadena
Del valor de esta cadena puedes comprarlo y advierte, que pues en verte o no verte está mi gloria, o mi pena. No haya estorbo que resista el efecto a mi deseo, si cuánta hacienda poseo me ha de costar una vista. GUZMÁN: ¿Qué diligencia y cuidado en servirte no pondrá quien de tu favor está por mil partes obligado? Esta cadena recibo más que por sus eslabones manifiesten las prisiones en que enamorado vivo. Que por comprar el caballo, que donde es tal el favor, alas son los pies de amor para volar a gozallo. ANA: Adiós, pues, que estoy temiendo la asechanza cuidadosa de alguna afición celosa. GUZMÁN: Aunque de oírlo me ofendo, trueco a tu opinión, señora, los sentimientos más graves. ANA: No hay que advertirte, pues sabes la seña, ventana, y hora.
Vase
GUZMÁN: ¿Qué dices de mi ventura? MACHÍN: Que pasa gran tempestad tu voto de castidad, entre ocasión, y hermosura. Pero don Diego tu amigo viene aquí. GUZMÁN: Mucho sintiera, que a doña Ana conociera, si ahora la vio conmigo. (Cuando mi pecho le estima, Aparte de tal suerte que por dar a sus temores lugar, gusto de salir de Lima.)
Salen don DIEGO y TRISTÁN
DIEGO: Era ya tiempo de veros, Guzmán amigo. GUZMÁN: El buscaros pudiera escusar, si hallaros ha de ser para perderos. DIEGO: ¿Cómo? GUZMÁN: De Lima me ausento. DIEGO: ¿Qué dices? GUZMÁN: Mi natural inclinación es marcial, y vivo en la paz violento, y al Rey me parto a servir en el puerto. DIEGO: No me mueve, ser la distancia tan breve, a que deje de sentir la ausencia vuestra, Guzmán. GUZMÁN: Tantas veces volveré a veros, cuántas me dé licencia mi capitán. DIEGO: Porque podáis acordaros, y por ser en la milicia la gala de más codicia, un penacho quiero daros excelente, cuyas plumas en la fineza, y color, unas son alas de amor, y otras de Venus espumas. GUZMÁN: Yo lo estimo, porque veo que en él, don Diego, me dais las alas que imagináis que en vuestra ausencia deseo. Mas, pues, me le dais por prenda de memoria, aunque confía de vuestra amistad la mía, que el olvido no la ofenda, os quiero dar unos guantes
Los guantes que GUZMÁN saque puestos sean bordados extraordinarios
en la hechura, y el olor, en la materia, y valor, a los que veis semejantes. Que cuando no por su extraña novedad los estiméis, hacerlo al menos podréis, por ser hechos en España. DIEGO: De vos en todo excedido, y obligado me confieso, y por venceros en eso, me quiero dar por vencido. GUZMÁN: Estos brazos os darán la respuesta. Adiós, don Diego.
Abrázanse
DIEGO: Adiós, Tristán, lleva luego aquel penacho a Guzmán. GUZMÁN: Siglos, Machín, considero para partir los instantes, lleva a don Diego los guantes, que puesto a caballo espero.
Vase
MACHÍN: Yo lo haré, mas si supiera que tú no habías de rompellos, por Dios que te hubiera de ellos cortado una bigotera.
Vase
DIEGO: ¿Qué te detiene, Tristán? TRISTÁN: Sólo a decirte que vi mientras hablabas aquí con Alonso de Guzmán por esta esquina pasar hacia la Iglesia mayor a doña Ana. DIEGO: Dame, amor, la ventura en alcanzar, como el cuidado en seguir. TRISTÁN: Todo se alcanza obligando. DIEGO: O he de vivir alcanzando, o siguiendo he de morir.
Vanse. Sale MIGUEL de Arauso, abriendo una carta, de soldado en cuerpo, y va dentro de la carta un retrato. Carta. Sobrescrito. Lee
MIGUEL: Al Alférez Miguel de Arauso, mi hijo, en el puerto del Callao en los Reinos del Perú. Hijo, valga por testamento esta carta, pues me tiene a las puertas de la muerte la afrenta que vuestra hermana Catalina nos ha hecho ausentándose ocultamente de San Sabastián. No os lo he escrito antes aunque ha ya trece años, por escusaros la pena. Mas ahora por haber entendido que pasó a esos reinos en traje de varón, por el deseo de su remedio, atropelló vuestro sentimiento. Su retrato es el incluso. Si la suerte o la diligencia la hallare, noble sois, y cuerdo, y sabréis lo que habéis de hacer. Dios os guarde. De San Sebastián, a febrero 20 de 1618 años. Vuestro padre el Capitán Miguel de Arauso. ¿Cómo es posible que haya yo leído estos renglones sin haber perdido, si no la vida el seso? ¡Que se arrojase a tan infame exceso, mujer que nació noble, cielo santo! Mas si nació mujer, ¿de qué me espanto? O carta, que el veneno por los ojos distes al alma en átomos despojos de mi furor, al viento informad de mi grave sentimiento.
Rompe la carta
No os pongan las crueldades de mi suerte o mi vecina, ya forzosa muerte, en ajeno poder, para que al suelo sirváis en mi deshonra de libelo: y tú, retrato, si también del dueño, que representas por la semejanza la fealdad, y engaño no te alcanza, libra mi honor de tan infame empeño, verdad me informa, porque conocerla pueda por ti, si acaso llego a verla. Mas en diverso traje, y las facciones ya de los años, del calor, y el frío mudadas, y en américas regiones, que son tan dilatadas, desvarío será el querer buscarla, ni prometerme que podrán hallarla cuidado, ingenio, o diligencia alguna. Encomiéndolo al tiempo, y la fortuna.
Sale el ALFÉREZ el Nuevo Cid, GUZMÁN, MACHÍN y un SOLDADO
ALFÉREZ: Sepa, señor soldado, que esta fuerza, es fuero ya asentado, que paguen los bisoños la patente. GUZMÁN: Pues yo que no lo soy, no solamente no tengo de pagarla, mas de quien me la pida, he de cobrarla, que soy Alonso de Guzmán. MACHÍN: ¿Qué es esto? ALFÉREZ: Sabed, Miguel de Arauso, que el soldado que miráis, más cerril que desbarbado nos niega la patente. GUZMÁN: (¡O santo cielo! Éste es mi hermano.) Aparte ALFÉREZ: Diga, ¿en qué se fía? Más barba, amigo, y menos valentía; sepa que a mí me llaman por mal nombre el Nuevo Cid, y él es apenas hombre, porque es razón que note, que el vigor se deriva del bigote. GUZMÁN: Pues porque esté el vigor más en su centro hecho yo los bigotes hacia dentro, y basta. MACHÍN: (Aquí entro yo, que ya se enoja, Aparte y está dos dedos de sacar la hoja.) Señor, advierte, que ésta es ley que puso el uso, y no es estafa lo que es uso.
MIGUEL mira asentamente a don Alonso de GUZMÁN
ALFÉREZ: Es cierto, que jamás la cortesía militar permitió superchería. GUZMÁN: Por ese estilo sí mostrarles quiero que estimo la opinión más que el dinero; todos conmigo comerán mañana. ALFÉREZ: Con eso a todos por amigos gana. SOLDADO: Pues eso quédese así, y ahora un rato al ocio le sirvamos este plato; ¿jugáis, Alonso de Guzmán?
El SOLDADO saca unos naipes
GUZMÁN: A todo; pero más a los dados me acomodo. ALFÉREZ: þsanse poco en la región indiana. GUZMÁN: ¿A qué hemos de jugar? ALFÉREZ: ¿No es cosa llana, que en el Perú no saben los tahúres otro juego mejor que los albures?
Juegan a los naipes sobre un bufete, y MIGUEL aparte mira atento a GUZMÁN
MACHÍN: Señor soldado, diga por su vida, ¿por acá los que ganan son ingratos? ¿Suelen vender muy caros los baratos? SOLDADO: Los soldados son gente muy partida. MACHÍN: Esos son los percances de un crïado, que está a mirón perpetuo condenado. MIGUEL: (Dicen que al pastor, cuando ha perdido Aparte alguna oveja, como está advertido a buscarla no más, se le semeja cualquiera voz balido de su oveja. Que a mí con el cuidado, que mi perdida hermana me ha causado, cualquier joven que viere, en quien el sello no ponga de la edad al rostro el vello, he de pensar que es ella, y ya el deseo comienza a ejecutarlo en el que veo, pues no sólo en la voz, el rostro, y talle me parece mujer; mas me parece que las facciones, que su rostro ofrece las del retrato son, quiero miralle unas con otras partes confiriendo. ¿Mas qué locura acreditar pretendo? Si es éste Alonso de Guzmán deshecha no deja su valor cualquier sospecha.) GUZMÁN: (Si no es de mi temor esta advertencia, Aparte suspenso, atento, cuidadoso, y mudo, me contempla mi hermano, mas no pudo aunque tenga noticia de mi historia, conservar de mi rostro su memoria, las especies después de tanta ausencia; y más haciendo en mí tal diferencia la edad, el traje, el brío, y el estado; en vano me desvela este cuidado.) MIGUEL: (Si es ella, a recatarse ha de obligarla Aparte el verme pensativo, descuidarla disimulando importa, que ocasiones me darán con el tiempo sus acciones, yendo con advertencia, con que de la sospecha haga evidencia.)
Llégase a jugar
ALFÉREZ: Mas al caballo cuatro patacones. MIGUEL: Conmigo van. ALFÉREZ: ¡Qué presto vino el siete! ¿Que juegue yo a los naipes? Voto a Cristo. MIGUEL: So Alférez, ¿no me paga? ALFÉREZ: Estaba visto. MIGUEL: No estaba. ALFÉREZ: Yo lo digo, y basta. MIGUEL: ¿Pues conmigo habla de esta manera? SOLDADO: No se espante, que está perdiendo. MIGUEL: No ha de ser bastante para que me hable a mí con arrogancia. ALFÉREZ: Aunque no pierda puedo yo tenerla, porque yo soy. MIGUEL: Para conmigo nada. ALFÉREZ: Yo soy mejor que vos. GUZMÁN: Mentís, villano.
Dale con la daga en la cabeza GUZMÁN al ALFÉREZ; sacan todos las espadas
ALFÉREZ: La lengua he de cortaros, y la mano. MIGUEL: ¿No tengo espada yo, Guzmán? ¿Qué es esto? ¿No veis que es agraviarme vengarme vos, pudiendo yo vengarme? GUZMÁN: Hecha donde yo estoy la demasía, siempre la tomo yo por cuenta mía. MIGUEL: Esto es hecho, allá va la vizcaína, que nunca vuelve sin hacer cecina.
Sale el CASTELLANO en cuerpo con bastón
CASTELLANO: Ah, soldados. SOLDADO: Éste es el Castellano. CASTELLANO: Ténganse, o vive Dios. ALFÉREZ: Obedeceros es fuerza. CASTELLANO: Envainen luego los aceros, y cuéntenme qué es esto. MIGUEL: Ya no es nada, sobre palabras desnudé la espada con el alférez.
Hablan en secreto GUZMÁN y MACHÍN
MACHÍN: Buena la hemos hecho. GUZMÁN: No pude más, enfurecióme el pecho la ofensa de mi hermano; y de la sangre en ímpetu violento me arrebató el primero movimiento. CASTELLANO: Siendo así, Nuevo Cid, dadle la mano que con sacar la espada, habéis quedado entrambos bien.
Danse las manos el ALFÉREZ y MIGUEL
ALFÉREZ: La mano os doy de amigo. CASTELLANO: También la habéis de dar a este soldado; porque si cuando os ofendió, tenía la daga ya en la mano, caso es llano, que nadie a su enemigo agravia con las armas en la mano.
Dale la mano a GUZMÁN
Y si hubo en ello alguna demasía, eso es lo que ha de obrar mi tercería. ALFÉREZ: Vos lo mandáis, respondo obedeciendo, que sois mi superior; (mas yo me entiendo; Aparte que no estoy obligado sientiéndome agraviado, a guardar la amistad que he prometido.) SOLDADO: Alférez, ¿vais herido? ALFÉREZ: Pienso que no. SOLDADO: Debió de dar de llano como un nabo le parte, si la mano vuelve de filo; información ha hecho, que es el lampiño, hombre de pelo en pecho.
Vase
CASTELLANO: Agradézcalo, soldado, que del Virrey me vino encomendado, que si no, yo le hiciera con un trato de cuerda, que supiera que no se ha de arrojar tan atrevido a perder a un alférez el respeto, que aunque no es oficial suyo, en efecto por el puesto que ocupa le es debido. Y vos, mancebo, que también inquieto imitáis vuestro dueño, yo os prometo si dais otra ocasión que os dé la pena escarmiento colgado de una almena.
Vase
MACHÍN: Y lo hará, vive Dios, como lo dice, que no es hombre de burla el Castellano. ¿Qué dices tú, señor? GUZMÁN: Que ya lo hice, y que gustosa me quedó la mano del coscorrón, que le asenté de llano; pero la noche viene, y el dinero de la cadena ha dado fin, y quiero pedir otro socorro a mi doña Ana: el caballo prevén, que la mañana nos ha de hallar de vuelta en el castillo. MACHÍN: Yo voy a prevenillo alegre, porque ver a Inés deseo, y triste, porque veo que me lleva en sus ancas tu caballo: y es tal la matadura, y tanto el callo, que tengo ya de sus trotonerías, que pienso que le llevo yo en las mías.
Vanse
MIGUEL: Si ofrecen los afectos naturales de la oculta verdad claras señales, ¿qué conjetura, o presunción más llana, de que es ésta mi hermana, que el repentino ardor, y ciega furia con que dio fuego al golpe de mi injuria? Del natural amor, y sentimiento, fue aquel involuntario movimiento, que con la lengua respondió, y la mano, al soy mejor que vos, mentís villano; más con otra experiencia tengo de confirmar por evidencia mi sospecha, y podré determinarme sin declarar mi afrenta, a declararme.
Vase. Salen doña ANA e INÉS a la ventana
ANA: Ya no bastan las prisiones de mi honor, y de mi fama, a oprimir la ardiente llama de mis resueltas pasiones. Y en esto por cosa llana tengo, Inés, que ha de afrentarme, mas en público casarme, que en secreto ser liviana. Que si Alonso de Guzmán es en Lima forastero, a quien su brazo y acero solamente nombre dan. Que su sangre, y nacimiento, y su calidad se ignora, cuando mis desdenes llora, y aspira a mi casamiento, el noble don Diego en vano, claro está que era buscar mi afrenta pública, dar de esposa a Guzmán la mano; y así pues muero de amor, resuelvo comprar la vida con prenda que no es perdida mientras se oculta el error. INÉS: Tanto te he visto penar, que vence de tu tormento la piedad al sentimiento de verte así despeñar. Y ya que a tan ciego efecto llegas a determinarte, confía que he de ayudarte con lealtad, y con secreto. ANA: A lo mucho que te quiero responde tu obligación. INÉS: Gente viene. ANA: El corazón me dice que es el que espero.
Salen GUZMÁN y MACHÍN
MACHÍN: Válgate el diablo el rocín, y lo que me ha batanado. GUZMÁN: Tú eres para enamorado muy delicado, Machín. Pero ya es hora de ver a mi querida doña Ana, quiero hacer a la ventana la seña. ANA: No es menester. GUZMÁN: ¿Aquí estás, hermoso dueño? Mi cuidado preveniste. ANA: El pecho, en que amor asiste, da breve tributo al sueño. GUZMÁN: Tu desvelo ha adivinado la necesidad que tengo de abreviar puntos, que vengo en confïanza obligado a que la Aurora ha de hablarme en mi prisión. ANA: ¿Estás preso? GUZMÁN: Hice, señora, un exceso, que pienso que ha de costarme cuidado, y desasosiego, y dinero. MACHÍN: (Disparó.) Aparte ANA: Cuánta hacienda tengo yo tienes por tuya. MACHÍN: (Dio fuego.) Aparte GUZMÁN: Pienso que me has de obligar a ser cobarde con eso, si en haciendo yo el exceso, tú, mi bien, lo has de pagar. ANA: Yo estoy, Guzmán, con temor de que en la calle te vean, que hay muchos que la pasean desvelados de otro amor. GUZMÁN: ¿Tan presto me despides? ANA: No despido, antes te pido que no pongas en olvido los favores que me pides. GUZMÁN: Mérito es la cobardía, siendo tan alta la empresa. ANA: Sin méritos se confiesa, quien amando desconfía. Y yo que conozco en ti los que bastan a vencerme, resuelvo que entres a verme para confesarlo así. Y para que la ocasión evite, que puedes dar en la calle, de infamar de liviana mi opinión. GUZMÁN: Favor tan no merecido ya lo toco, y no lo creo, que aun ocultando el deseo, lo acusaba de atrevido. Sólo temo, hermoso dueño, tu peligro en mi ventura. ANA: La obscuridad me asegura, y a mi padre ocupa el sueño. Con silencio en paso lento por tinieblas seguirás mis plantas, y llegarás sin peligro a mi aposento. GUZMÁN: Ya con la gloria que espero, un punto a mil siglos pasa. ANA: Voy a disponer la casa, que matar las luces quiero para más seguridad. Aguárdame tú y Machín a la puerta.
Vanse INÉS y doña ANA
MACHÍN: Aquí dio fin el voto de castidad. Por Dios que he de ver ahora si aguardas dispensación a oscuras, y en la ocasión, con quien amas, y te adora. GUZMÁN: ¿Luego yo me he de poner en el peligro? MACHÍN: Pues ya, cuando la ocasión está en tus manos, ¿qué has de hacer? GUZMÁN: El remedio es no aguardarla. MACHÍN: Es agravio declarado. GUZMÁN: Con lo mismo que has pensado que la ofendo, he de obligarla. MACHÍN: ¿Cómo? GUZMÁN: El secreto, y recato es la primer condición, que ha puesto a mi pretensión; pues en este breve rato, que tarda en abrir diré que vino gente a la calle, y que yo por no arriesgalle la opinión, me retiré, y que mostrando celosa curiosidad me siguieron, y alcanzándome quisieron conocerme, y fue forzosa mi resistencia, y así duró la marcial porfía hasta que la luz del día nos puso en paz y de aquí levantaré una pendencia por celos, con que ni deje ocasión de que se queje doña Ana de aquesta ausencia, ni tenga por mal partido poderme desenojar. MACHÍN: Gente viene allí. GUZMÁN: Ayudar mis intentos han querido los cielos con la verdad; ven. MACHÍN: Pues por ti pierdo a Inés, de participantes es tu voto de castidad.
Vanse. Salen don DIEGO y don JUAN de noche; don DIEGO saca los guantes de GUZMÁN
JUAN: Parece que se retiran de la calle con cuidado, pues recelos os han causado sepamos por quién suspiran. DIEGO: Aunque intentemos seguirlos es imposible alcanzarlos, y pues los celos es darlos mucho mejor que perderlos. Guardemos la puerte y calle de doña Ana, y ellos vengan; dado caso que lo tengan por agravio averigualle. Pues de creer es que aspiran si no vuelven a otro amor, o he de quedar superior, si ofendidos se retiran. JUAN: Bien decís. DIEGO: Don Juan, callad, que la puerta de doña Ana siento abrir. JUAN: No ha sido vana vuestra sospecha.
Asómase doña ANA al paño, toma la mano a don DIEGO, y él a don JUAN y van por el teatro como a oscuras, don DIEGO se quita los guantes y los pone en la guarnición de la espada
ANA: Llegad, dadme la mano, y con tiento seguid mis pasos los dos. DIEGO: (La que adoro es, vive Dios, Aparte gozar la ocasión intento.) JUAN: (¡Notable engaño!) Aparte DIEGO: (¿Qué dudo? Aparte Hoy tomo justa venganza, y amor engañado alcanza, lo que obligando no pudo.) JUAN: (La perdida ocasión es Aparte de los cobardes que huyeron, y pienso, pues la perdieron, llevar de barato a Inés.)
Vanse. Salen MIGUEL y TEODORA de ramera en chinelas
TEODORA: Como te digo engañada me trae toda la vida, si ha hecho voto o no ha hecho voto y de la Apostólica silla la relajación aguarda, y dilatando los días, trae mi deseo engañado, mi libertad oprimida, y en tu valor confïada, que del rigor de su ira me libres, siendo sagrado de mi libertad cautiva. MIGUEL: Yo te lo ofrezco, no temas, que estando por cuenta mía, no se atreverá a ofenderte. TEODORA: Tú, Alférez, le notifica mi intento, que el fin del caso quiero aguardar escondida.
Vase
MIGUEL: ¿Qué falta para que entienda que es mi hermana Catalina, este fingido Guzmán; que un mozo a quien solicitan la ocasión bella mujer, y la edad más encendida? Por el voto no es creíble que a los impulsos resista de los deleites de Venus; y más cuando de su vida en lo demás sus costumbres de santo no lo acreditan. Pues si con esto se junta la natural simpatía con que mi ofensa sintió, si el retrato lo confirma, si Teodora con no estar de esta sospecha advertida, dice que no sabe en qué nuestros rostros simbolizan, ¿qué indicios más evidentes, qué señales más precisas para resolverme espero?
Salen GUZMÁN y MACHÍN
GUZMÁN: Pon al caballo la silla mientras escribo a doña Ana las ocasiones fingidas de la que perdí esta noche. MACHÍN: Entre amores, y mentiras toca el punto del dinero: vende caras tus caricias, ya que me obligas a ser lanzadera de aquí a Lima.
Vase
MIGUEL: (Ya que a solas ha quedado, Aparte pues la ocasión me convida, saldré de esta confusión.) Guzmán, a buscaros iba. GUZMÁN: ¿Hay en qué os sirva? MIGUEL: El Alférez, que agraviado se imagina, dice que la mano dio forzado de quien podía mandarlo, y las amistades en tal caso le obligan; y para satisfacerse dos a dos nos desafía, y en el campo nos aguarda. GUZMÁN: En poco tiene la vida. Vamos presto, no atribuya la tardanza a cobardía. MIGUEL: Seguidme, que no están lejos. (¿Cómo es posible que viva Aparte en un pecho mujeril tan varonil osadía, si cuantos espada empuñan en la guerra, y paz afirman que salir a un desafío es la mayor valentía? Mas si cuentan las historias, ya modernas, y ya antiguas, tantas matronas jamás de humanas fuerzas vencidas, ¿que mucho que las iguale una mujer vizcaína, engendrada entre las duras montañas, que el hierro crían?) GUZMÁN: ¿Dónde están nuestros contrarios, que largo trecho la vista del campo raso descubre, y no parecen. MIGUEL: Por dicha no han llegado; el sitio es éste. GUZMÁN: (Recelos me solicitan Aparte de algún engañoso intento de mi hermano, que la misma conciencia, aunque nadie pudo de quien soy darle noticia, en la mayor confïanza me acusa, y atemoriza. Pero no he de declararme aunque me cueste la vida.) MIGUEL: (Usar quiero de cautela, Aparte que si no es quien imagina mi pecho, no me está bien que sepa la afrenta mía.) Cansado vengo de andar por esta playa arenisca. Asentémonos, pues tarda el Nuevo Cid.
Siéntase MIGUEL a una parte del teatro y GUZMÁN a otra lejos de él
GUZMÁN: Poco estima su opinión, pues tanto tarda. MIGUEL: (Con cuidado se retira Aparte de mí. Cierta es mi sospecha. Su recelo la confirma.) ¿Por qué os asentáis tan lejos? Que mientras vienen querría, que vuestra patria, y discurso, me contáis de vuestra vida. GUZMÁN: Desde aquí os lo contaré, que esta peña me convida con asiento acomodado. MIGUEL: El rüido, que en la orilla del mar forma la resaca, en la peñas combatidas, nuestras voces desvanece, y a hablar a gritos obliga para entendernos; mas yo quiero que esta cortesía me debáis.
Levántase, va hacia GUZMÁN y GUZMÁN se levanta, y empuña la espada
GUZMÁN: Teneos, Alférez. MIGUEL: ¿Qué hacéis, Guzmán? GUZMÁN: No prosigan vuestros pies; no os acerquéis, porque os quitaré la vida. MIGUEL: ¿De mí os receláis? GUZMÁN: Si he hecho en España, y en las Indias mil excesos, mil injurias, y agravios mil, ¿que os admira, que me recele, de quien no conozco si podría tocaros en sangre alguna persona de mí ofendida? Y más cuando contra vos esta sospecha acredita del Nuevo Cid la tardanza. ¿Que sé yo, si como mira los escrúpulos del duelo tan curiosa la malicia os ofendisteis de mí cuando pensé que os servía, vengando en él vuestra injuria; pues en la pendencia misma de este sentimiento distes señales tan conocidas? MIGUEL: Guzmán, Guzmán, todas esas son ficciones, que fabrica para ocultar la verdad vuestro pecho, que imagina que la ignoro; hablemos claro. Yo tengo cierta noticia de vuestro mentido traje, de Vizcaya me lo avisan con señas, y con retratos, que vuestro engaño averiguan; aquí los truje, que quiero, que entre los dos se decida el remedio con secreto. Poned en esto la mira, sin perder tiempo en negar, lo que a no ser tan precisas las probanzas que lo muestran, vuestros temores publican. GUZMÁN: Ni entiendo vuestros intentos, ni alcanzo vuestros enigmas. Mas pues las razones muestran, que vuestro pecho delira, quiero dejaros por loco.
Quiere irse, y detiénela
MIGUEL: Vuelve, vuelve, Catalina, que no te he sacado aquí para dejar indecisa la cuestián, yo estoy resuelto a que de esta playa misma, sin plazo, ni dilaciones en un convento de Lima he de partir a encerrarte, o he de quitarte la vida, porque no hagas más afrenta a la nación vizcaína. GUZMÁN: (Ya se declaró, perdone Aparte la sangre, que sólo estriba en el acero el remedio.) Sospecho que se os olvidan las hazañas de este brazo, pues con tan loca osadía nombre de mujer me dais; y si a provocarme a ira, no bastara la violencia que pretendéis, bastaría sólo este agravio a obligarme a que el fuerte acero esgrima.
Acuchíllanse
Para mostraros que es hombre, y más que hombre, quien fulmina rayos, que espantan el cielo, y que la tierra castigan. MIGUEL: Tente, tente, que me has muerto.
Cae herido
GUZMÁN: (Ay de mí, ya me lastima Aparte el amor de hermano.) Ponte en mis hombros, y a esa ermita te llevaré a confesar,
Cógele en hombros
que el ser cristiano me obliga a que con piadoso afecto el remedio te perciba. (Del alma; ojalá pudiera Aparte darle también a la vida.)

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

La monja alférez, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002